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eleanor

Park le dijo que regresaría en cuanto su padre hubiera llegado a casa y todo el mundo estuviera durmiendo.

—Puede que tarde un poco. Mejor que no enciendas la luz.

—No me digas.

—Y sal cuando veas el Impala.

—Vale.

Estaba aún más serio que el día que le atizó a Steve. Más que cuando se conocieron en el autobús y le ordenó a Eleanor que se sentara. Desde aquel día, Park no había vuelto a decir ni una sola palabrota en su presencia.

Se asomó otra vez al interior de la autocaravana para acariciarle la barbilla a Eleanor.

—Ten cuidado, por favor —dijo ella.

Luego Park se marchó.

Eleanor volvió a sentarse a la mesa. Desde allí, a través de las cortinas de encaje, veía la puerta de Park. De repente, la invadió el cansancio. Lo único que le apetecía era recostar la cabeza. Pasaba ya de la medianoche; Park bien podía tardar horas en volver…

Pensó que tal vez debería sentirse culpable por haberlo involucrado en todo aquello, pero no era así. Park tenía razón, lo peor que le podía pasar (salvando un terrible accidente) era que lo castigasen. Y ser castigado en aquella casa era como recibir el maletín de El precio justo comparado con lo que le pasaría a Eleanor si la pillaban.

¿Debería haber dejado una nota?

¿Llamaría la madre de Eleanor a la policía? (¿Estaba bien su madre? ¿Estaban todos bien? Eleanor debería haber comprobado si los críos respiraban).

Seguro que su tío no la dejaba quedarse allí cuando descubriera que se había escapado.

Qué mal. Cada vez que repasaba el plan lo encontraba más endeble. Sin embargo, ya era tarde para echarse atrás. Lo más importante en aquel momento era escapar, adonde fuera, pero lejos de allí.

Lo conseguiría, y ya pensaría qué hacer a continuación.

O quizás no…

A lo mejor se escapaba y luego se detenía.

Eleanor nunca había contemplado la idea de quitarse la vida —jamás—, pero a menudo pensaba en parar. Correr hasta que su cuerpo no diera más de sí. Saltar desde un lugar tan alto que nunca llegase al fondo.

¿La estaría buscando Richie en aquel momento?

Maisie y Ben le hablarían de Park, si acaso no lo habían hecho ya. No porque Richie les cayera bien, aunque a veces lo pareciera, sino porque los tenía dominados. Como el día que Eleanor había vuelto a casa y Maisie estaba sentada en el regazo de Richie.

Mierda. O sea… mierda.

Debería volver a buscar a Maisie.

Debería volver a buscarlos a todos (encontrar la manera de metérselos en el bolsillo) pero a Maisie más que a ninguno. Ella escaparía con Eleanor. No se lo pensaría dos veces…

Y el tío Geoff las enviaría a las dos directamente a casa.

Seguro que la madre de Eleanor llamaba a la policía si se despertaba y Maisie había desaparecido. Llevarse a Maisie consigo lo estropearía todo aún más de lo que ya estaba.

Si Eleanor fuera la protagonista de un libro como Los niños del furgón u otro parecido, lo intentaría. Si fuera Dicey Tillerman, encontraría el modo.

Sería noble y valiente, y daría con la manera de rescatarla.

Por desgracia, no lo era. Eleanor no poseía ninguna de esas cualidades. Se conformaba con sobrevivir a aquella noche.

park

Park entró en su casa de puntillas por la puerta trasera. Nadie de su familia cerraba nunca las puertas.

La tele seguía encendida en el dormitorio de sus padres. Park fue directamente al baño para darse una ducha. Estaba convencido de que olía a todas aquellas cosas que podían meterlo en líos.

—¿Park? —su madre lo llamó cuando salió del baño.

—Estoy aquí —dijo—. Me voy a la cama.

Park metió la ropa sucia en el fondo del cesto y sacó de la hucha el dinero que le quedaba de Navidad y su cumpleaños. Sesenta dólares. ¿Sería suficiente para pagar la gasolina? Esperaba que sí, pero en realidad no tenía ni idea.

Si llegaban a Saint Paul, el tío de Eleanor les ayudaría a discurrir qué hacer. Ella no estaba segura de que su tío la dejara quedarse, pero decía que era una buena persona «y su esposa estuvo en el Cuerpo de Paz».

Park ya les había escrito una nota a sus padres:

Mamá y papá:

Ha surgido un problema y tengo que ayudar a Eleanor. Mañana os llamaré y volveré dentro de un par de días. Ya sé que me he metido en un lío pero esto es una emergencia y tenía que ayudarla.

Park

Su madre siempre guardaba las llaves en el mismo sitio: en una placa con forma de llave en el pasillo de entrada en el que ponía: llaves.

Park pensaba coger las llaves y luego escabullirse por la puerta de la cocina, que era la que estaba más separada del dormitorio de sus padres.

El padre de Park llegó a casa a la una y media de la madrugada. Park lo oyó trastear por la cocina y luego ir al baño. Escuchó cómo se abría la puerta del dormitorio y luego llegó a sus oídos el sonido de la televisión.

Tendido en la cama, cerró los ojos. (Era imposible que se quedara dormido). La imagen de Eleanor seguía brillando detrás de sus párpados.

Hermosa. Serena… No, serena no, más bien… en paz. Como si se sintiera más cómoda sin la camisa que con ella. Como si estuviera contenta de dentro afuera.

Cuando abrió los ojos, volvió a verla tal como la había visto la última vez, en la autocaravana: tensa y resignada, tan lejana que aquella luz ni siquiera se reflejaba ya en los ojos.

Tan distante que ni siquiera pensaba en Park.

Park aguardó hasta que se hizo el silencio en la casa. Después esperó aún otros veinte minutos. Transcurrido ese tiempo, cogió la mochila y fue haciendo las cosas que tenía planeadas.

Se detuvo un momento en la cocina. Su padre había dejado el rifle nuevo sobre la mesa… Seguramente se proponía limpiarlo al día siguiente. Por un momento, consideró la posibilidad de llevárselo… pero no creía que lo necesitase. No se iban a encontrar con Richie a la salida del pueblo. O eso esperaba.

Park abrió la puerta. Cuando estaba a punto de salir, la voz de su padre lo detuvo.

—¿Park?

Podría haber echado a correr, pero seguro que el hombre lo habría alcanzado. Siempre presumía de que estaba en excelente forma física.

—¿Adónde crees que vas? —le susurró.

—Es que… tengo que ayudar a Eleanor.

—¿Y por qué Eleanor necesita ayuda a las dos de la madrugada?

—Se va a escapar.

—¿Y tú te vas con ella?

—No. Solo pensaba llevarla a casa de su tío.

—¿Dónde vive su tío?

—En Minnesota.

—Dios bendito, Park —exclamó su padre sin alzar la voz—. ¿Hablas en serio?

—Papá —Park dio un paso hacia él con ademán de súplica—. Tiene que irse. Por culpa de su padrastro. Él…

—¿La ha tocado? Porque si la ha tocado, llamaremos a la policía.

—Le escribe notas.

—¿Qué clase de notas?

Park se frotó la frente. No quería pensar en esas notas.

—Obscenas.

—¿Eleanor se lo ha contado a su madre?

—Su madre… no está muy bien. Creo que él le pega.

—Maldito cabrón.

El padre de Park miró el arma y luego otra vez a su hijo. Se frotó la barbilla.

—Así que vas a llevar a Eleanor a casa de su tío. ¿La acogerá él?

—Ella cree que sí.

—Perdona que te lo diga, Park, pero como plan no es gran cosa.

—Ya lo sé.

El padre de Park suspiró y se rascó la nuca.

—A ver si podemos mejorarlo.

El chico levantó la cabeza de golpe.

—Llámame cuando estéis llegando —lo instruyó su padre rápidamente—. A la altura de Des Moines… ¿Tienes un mapa?

—Pensaba comprar uno en alguna gasolinera.

—Si te cansas, para en una zona de descanso. Y no hables con nadie a menos que te veas obligado. ¿Tienes dinero?

—Sesenta dólares.

—Toma —su padre se acercó al tarro de galletas y sacó un fajo de billetes de veinte—. Si eso de su tío no funciona, no lleves a Eleanor a su casa. Tráela aquí y ya pensaremos qué hacer.

—Vale… Gracias, papá.

—No me des las gracias aún. Hay una condición.

Que no vuelva a pintarme los ojos, pensó Park.

—Que cojas la camioneta —le dijo su padre.

Plantado en la escalera de entrada con los brazos cruzados, el padre de Park lo observaba. Por supuesto, tenía que quedarse allí mirando. Como si fuera el árbitro de un maldito combate de taekwondo.

Park cerró los ojos. Eleanor seguía allí. Eleanor.

Arrancó el motor y dio marcha atrás con suavidad. Salió a la calle, metió la primera y se alejó sin una sola sacudida.

Pues claro que sabía conducir un coche con marchas. Por el amor de Dios.