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eleanor

La camioneta de Richie estaba en la entrada, pero en casa de Eleanor reinaba la oscuridad, gracias a Dios. Eleanor estaba segura de que algo la delataría si la veían. El pelo. La camisa. La boca. Se sentía radiactiva.

Al llegar, Park y ella habían pasado un rato sentados en el coche, haciendo manitas. Se sentían como si les hubieran dado una paliza. Como mínimo, esa sensación tenía Eleanor. No porque Park y ella hubieran llegado demasiado lejos, pero sí mucho más lejos de lo que ella se esperaba. Jamás hubiera imaginado que viviría una escena como sacada de un libro de Judy Blume.

Park también estaba raro. Dejó pasar dos canciones enteras de Bon Jovi sin cambiar de emisora. Eleanor le había hecho una marca en el hombro, pero ya no se le veía.

La madre de Eleanor tenía la culpa.

Si la dejara relacionarse con chicos con normalidad, Eleanor no tendría la sensación de que debía correr un home run la primera vez que se lo montaba en el asiento trasero de un coche. No se habría sentido como si fuera su única oportunidad de batear. (Y no estaría empleando unas metáforas tan patéticas).

De todas formas, tampoco se habían anotado un home run. Se habían detenido en la segunda base. (O eso le parecía. No estaba muy segura de cuál era la segunda). En cualquier caso…

Había sido maravilloso.

Tan maravilloso que no podrían sobrevivir sin volver a hacerlo.

—Debería irme —le dijo a Park cuando llevaban media hora o más sentados en el coche—. Ya tendría que estar en casa.

Park asintió, pero no alzó la vista ni le soltó la mano.

—Vale —dijo Eleanor—. Va todo bien, ¿no?

Park la miró. Se le había aplastado el pelo, que le caía lacio sobre los ojos. Parecía preocupado.

—Sí —repuso—. Sí, claro. Es que…

Eleanor esperó.

Él cerró los ojos y meneó la cabeza de lado a lado, como si le diera vergüenza seguir hablando.

—Es que… no quiero despedirme de ti, Eleanor. Nunca.

Park abrió los ojos y la miró directamente. A lo mejor aquella era la tercera base.

Eleanor tragó saliva.

—No tienes que despedirte de mí para siempre —dijo—. Solo por esta noche.

Park sonrió. Luego levantó una ceja. Ojalá ella pudiera hacer eso.

—Por esta noche… —repitió Park—, pero ¿no para siempre?

Eleanor puso los ojos en blanco. Park volvía a ser él mismo. Un bobo. Eleanor esperaba que la oscuridad del callejón ocultase el rubor de su rostro.

—Adiós —le dijo, negando con la cabeza—. Mañana nos vemos.

Abrió la portezuela del Impala. Pesaba horrores. Luego se volvió a mirarlo.

—Pero todo va bien, ¿no?

—De maravilla —repuso Park. Se asomó rápidamente y le dio a Eleanor un beso en la mejilla—. Esperaré a verte entrar.

Al instante de entrar en casa, Eleanor oyó los gritos.

Richie le chillaba algo a su esposa, que lloraba. Eleanor se deslizó hacia su dormitorio tan silenciosamente como pudo.

Todos los niños estaban en el suelo, incluida Maisie. Dormían a pesar del jaleo. Me pregunto cuántas veces he hecho lo mismo, pensó Eleanor. Consiguió llegar a su cama sin pisar a nadie pero aplastó al gato. Cuando el animal se quejó, Eleanor lo cogió y se lo subió al regazo.

—Chist —le susurró a la vez que le rascaba el cuello.

Richie volvió a gritar —«mi casa»— y tanto el gato como Eleanor dieron un respingo. Algo crujió por debajo de ella.

Se metió la mano bajo la pierna y sacó un cómic arrugado. Un anuario de La patrulla X. Maldita sea, Ben. Trató de alisar el cómic, pero estaba pringoso. La manta también parecía mojada, como de loción o algo así. No, maquillaje líquido. Mezclado con trocitos de cristal roto. Eleanor extrajo con cuidado un fragmento de la cola del gato y se secó los dedos mojados en el pelaje. Descubrió un trozo de cinta, también aceitoso, enredada a la pierna del animal. Eleanor soltó al gato. Miró al suelo y parpadeó hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad…

Cómics rotos por todas partes.

Polvos.

Manchas de sombra verde.

Millones de cintas.

Los auriculares del Walkman, partidos por la mitad, colgaban del poste de la cama. La caja de pomelos estaba a los pies, y Eleanor supo antes de cogerla que la notaría ligera como el aire. Vacía. La tapa estaba casi partida por la mitad, y alguien había escrito algo en tinta negra… con un rotulador de Eleanor.

te crees que me vas a poner en ridiculo? esta es mi casa te crees que puedes ir jodiendo por el barrio en mis narices y no me voy a enterar es eso lo que te crees? sé lo que eres y esto se ha acabado!

Eleanor se quedó mirando la tapa, haciendo esfuerzos por descifrar las palabras, pero no podía ver más allá de aquella caligrafía en minúsculas que tan bien conocía.

En alguna parte de la casa, la madre de Eleanor lloraba como si no fuera a parar nunca.