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eleanor

El jueves, después de la cena, la abuela de Park pasó por casa del chico para arreglarse el pelo, y la madre se metió con ella en el garaje. El padre estaba cambiando el triturador de basura del fregadero. En el salón, Park le hablaba a Eleanor de su nuevo descubrimiento. Elvis Costello. Estaba lanzado.

—Hay un par de temas que a lo mejor te gustan, dos baladas. El resto es supercañero.

—¿Rollo punk?

Eleanor arrugó la nariz. Toleraba alguna que otra canción de Dead Milkmen, pero aparte de eso odiaba los grupos punk que tanto gustaban a Park.

—Tengo la sensación de que me gritan —le decía cuando Park se empeñaba en incluir temas punk en las recopilaciones—. ¡Deja de gritarme, Glenn Danzig!

—Ese es Henry Rollins.

—Todos suenan igual cuando me gritan.

Últimamente, a Park le había dado por la new wave. O el postpunk o algo parecido. Andaba siempre a la caza de grupos igual que Eleanor buscaba libros.

—No —dijo Park—. Elvis Costello es más melódico. Más suave. Te grabaré una copia de la cinta.

—También podría escucharlo. Ahora.

Park ladeó la cabeza.

—Para eso tendríamos que ir a mi cuarto.

—Vale —repuso ella en un tono no del todo inocente.

—¿Vale? —preguntó Park—. ¿Llevas meses negándote y ahora me dices que vale?

—Vale —repitió Eleanor—. Siempre dices que a tu madre no le importa…

—A mi madre no le importa.

—¿Pues?

Park se levantó de un salto, sonriendo, y tiró de ella. Se detuvo en la cocina.

—Vamos a oír música en mi habitación.

—Bien —le dijo su padre con la cabeza bajo el fregadero—. Mientras no dejes a nadie embarazada…

En otras circunstancias, Eleanor se habría sentido incómoda, pero no podías sentirte incómoda con el padre de Park. Lamentaba que últimamente no les hiciera ni caso.

Seguramente, si la madre de Park le dejaba llevar chicas a su habitación, era porque desde el salón se veía casi todo el cuarto. Además, tenías que pasar por delante para ir al baño.

A Eleanor, sin embargo, le pareció un lugar increíblemente privado.

No podía obviar el hecho de que, en ese espacio, Park casi siempre estaba en posición horizontal. (Solo eran noventa grados de diferencia, pero imaginarlo tumbado le hacía saltar los fusibles). También era allí donde se cambiaba de ropa.

No había ningún asiento aparte de la cama, y Eleanor no pensaba sentarse en ella. Se acomodaron en el suelo, entre la cama y el equipo de música, con las piernas dobladas.

En cuanto se sentó, Park empezó a buscar canciones de Elvis Costello en la cinta. El chico tenía montones y montones de casetes. Eleanor cogió unos cuantos para echarles un vistazo.

—Eh… —exclamó Park, agobiado.

—¿Qué?

—Esas están ordenadas por orden alfabético.

—Tranquilo. Conozco el alfabeto.

—Bien —Park parecía avergonzado—. Lo siento. Es que Cal siempre me las desordena cuando viene. Vale, esta es la canción que quería que oyeras. Escucha.

—¿Cal viene a tu casa?

—Sí, a veces —Park subió el volumen—. Lleva un tiempo sin venir.

—Porque ahora solo vengo yo.

—Y por mí genial, porque tú me gustas mucho más.

—Pero ¿no echas de menos a tus otros amigos? —quiso saber Eleanor.

—No estás escuchando —la riñó él.

—Ni tú tampoco.

Park pulsó la tecla de pausa, como si no quisiera desperdiciar una canción tan buena dejándola como música de fondo.

—Perdona —dijo—. ¿Me preguntabas que si echo de menos a Cal? Almuerzo con él casi cada día.

—¿Y no le importa que pases el resto del tiempo conmigo? ¿A ninguno de tus amigos les importa?

Park se pasó la mano por el pelo.

—Los veo en el instituto… No sé, no los echo de menos. En realidad nunca he echado a nadie de menos más que a ti.

—Pero ahora no me puedes echar de menos —observó Eleanor—. Siempre estamos juntos.

—¿Hablas en serio? Te echo de menos todo el rato.

Aunque Park se lavaba la cara en cuanto llegaba a casa, la pintura de los ojos no desaparecía del todo. A causa de eso, cuanto decía últimamente adquiría un tono dramático.

—Es absurdo —dijo Eleanor.

Park se echó a reír.

—Ya lo sé.

Ella quiso hablarle de Maisie y de Ben, de que sus días estaban contados y todo eso, pero él no lo habría entendido. Además, ¿qué esperaba que hiciera?

Park pulsó la tecla de reproducir.

—¿Cómo se llama esta canción? —preguntó Eleanor.

Alison.

park

Park puso música de Elvis Costello para ella… y de Joe Jackson, y de Jonathan Richman and the Modern Lovers.

Ella se burló de que todo fuera tan bonito y melódico, «de la misma cuerda que Hall & Oates», y Park amenazó con echarla de la habitación.

Cuando entró la madre de Park a comprobar qué hacían, seguían en el suelo con cientos de cintas entre los dos. En cuanto la mujer se alejó, Park aprovechó la ocasión para inclinarse y besar a Eleanor.

Ella parecía algo distante, así que Park la cogió por la espalda para atraerla hacia sí. Trató de fingir que no estaba cohibido, como si tocar una nueva parte del cuerpo de Eleanor no fuera algo parecido a descubrir el paso del Noroeste.

Eleanor se acercó. Apoyó las manos en el suelo y se inclinó hacia él. La reacción de ella le pareció tan prometedora que Park le rodeó la cintura con la otra mano. Eso de «abrazarla aunque no del todo» fue demasiado para él; se dejó caer de rodillas y la estrechó con fuerza.

Media docena de cintas crujió bajo el peso combinado de los dos. Eleanor cayó hacia atrás y Park hacia delante.

—Lo siento —se disculpó ella—. Jo… mira lo que le hemos hecho a Meat Is Murder.

Park volvió a sentarse y miró las cintas. Tenía ganas de apartarlas de un manotazo.

—Casi todo son fundas —dijo—. No te preocupes.

Empezó a recoger trozos de plástico.

—Los Smiths y los Smithereens… —leyó Eleanor—. Hasta las hemos roto en orden alfabético.

Park intentó sonreírle, pero ella no lo miraba.

—Debería irme —dijo Eleanor—. Son casi las ocho.

—Ah. Vale, te acompaño.

Ella se levantó y Park la imitó. Salieron juntos y, cuando llegaron a la entrada de los abuelos, Eleanor no se paró.

eleanor

Maisie olía como una vendedora de Avon e iba maquillada como la puta de Babilonia. Los iban a pillar, estaba claro. Estaban más condenados que un castillo de cartas. Maldición.

Para colmo, Eleanor no podía siquiera discurrir una estrategia, porque solo podía pensar en las manos de Park en su cintura, en su espalda y en su barriga. Seguro que nunca había tocado nada parecido. En la familia de Park eran todos tan delgados que servirían de modelos para un anuncio de cereales con fibra. Hasta la abuela.

Eleanor, en cambio, sería ideal para la escena en la que la actriz se pellizca la cintura y luego mira a la cámara como si fuera el fin del mundo.

E incluso para eso tendría que adelgazar. En el cuerpo de Eleanor había mucho que pellizcar. Seguro que hasta se podía pellizcar la frente.

No la incomodaba hacer manitas. Las manos no la avergonzaban. Y los besos le parecían seguros porque los labios gruesos se consideran bonitos… y porque Park casi siempre cerraba los ojos.

Ahora bien, el torso era otra historia. Del cuello a las rodillas, su cuerpo carecía por completo de una estructura discernible.

En cuanto Park le había tocado la cintura, había metido tripa y se había echado hacia delante, lo que había provocado daños colaterales… Y entonces se había sentido como Godzilla. (Pero ni siquiera Godzilla estaba gordo. Solo era monstruoso).

Lo más desesperante de todo era que Eleanor quería que Park volviera a tocarla. Quería que la tocase constantemente. Aunque él acabara concluyendo que le recordaba demasiado a una morsa como para salir con ella… Hasta ese punto le gustaban sus caricias. Eleanor se sentía como uno de esos perros que no pueden dejar de morder una vez han probado la sangre humana. Era una morsa que ha probado la sangre humana.