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eleanor

La noche del miércoles era la peor.

Los miércoles, Park tenía clase de taekwondo, así que Eleanor volvía directamente a casa después de clase, se bañaba e intentaba pasar el resto de la noche recluida en su cuarto, leyendo.

Como hacía demasiado frío para salir a jugar, los niños se subían por las paredes. Cuando Richie llegaba a casa, no había espacio para esconderse.

Ben tenía tanto miedo de que Richie lo mandara al sótano antes de tiempo que se escondía en el armario del dormitorio a jugar con sus coches.

Cuando Richie se puso a ver Mike Hammer en la tele, la madre de Eleanor envió a Maisie al dormitorio, aunque él la dejaba quedarse.

Maisie entró en la habitación, aburrida e irritable. Se dirigió a la litera.

—¿Puedo subir?

—No.

—Por favor…

Las camas eran de tamaño infantil, más pequeñas de lo normal, apenas lo bastante amplias para Eleanor. Y Maisie no era precisamente una niña esquelética.

—Vale —gruñó la mayor.

Se hizo a un lado con cuidado, como si estuviera sentada sobre una capa de hielo, y empujó la caja de los pomelos a un rincón.

Maisie subió y se sentó en la almohada de Eleanor.

—¿Qué estás leyendo?

La colina de Watership.

Maisie no prestaba atención. Se cruzó de brazos y se inclinó hacia su hermana.

—Sabemos que tienes novio —le susurró.

A Eleanor le dio un vuelco el corazón.

—No tengo novio —replicó con indiferencia… y de inmediato.

—Ya lo sabemos —dijo Maisie.

Eleanor miró a Ben, que seguía sentado en el armario. El niño le devolvió la mirada sin inmutarse. Gracias a Richie, todos eran expertos en poner cara de póquer. Deberían presentarse a un torneo familiar…

—Bobbie nos lo ha dicho —siguió diciendo Maisie—. Su hermana mayor va a clase con Josh Sheridan, y Josh dice que su hermano tiene novia. Ben dijo que no eras tú y Bobbie se rio de él.

Ben ni siquiera parpadeó.

—¿Se lo vais a decir a mamá? —preguntó Eleanor. Quería acabar con aquello cuanto antes.

—Aún no se lo hemos dicho —replicó Maisie.

—¿Se lo vais a decir? —Eleanor reprimió el impulso de tirar a Maisie de la cama de un empujón. Su hermana tendría una rabieta—. Me echará de casa, lo sabes, ¿no? —prosiguió con intensidad—. Eso con suerte.

—No se lo vamos a decir —susurró Ben.

—Pero no es justo —protestó Maisie, apoyándose contra la pared.

—¿Qué no es justo?

—No es justo que desaparezcas cuando te da la gana —explicó la niña.

—¿Y qué queréis que haga? —preguntó Eleanor.

Sus dos hermanos la miraron, desesperados y casi… casi esperanzados.

Todas las palabras que se pronunciaban en aquella casa tenían un tono desesperado.

En lo que concernía a Eleanor, la desesperación solo era una interferencia. Fue la esperanza lo que le estrujó el corazón con sus deditos sucios.

Debía de tener los cables cruzados o algún defecto de fábrica, porque en vez de conmoverse —en vez de mostrar ternura— respondió con mezquindad.

—No voy a llevaros conmigo —dijo—, si es eso lo que estáis insinuando.

—¿Por qué no? —preguntó Ben—. Nos quedaríamos jugando con los otros niños.

—No hay otros niños —replicó Eleanor—. Las cosas no son así.

—No nos quieres —se lamentó Maisie.

—Sí que os quiero —cuchicheó Eleanor—. Es que… no os puedo ayudar.

La puerta se abrió y Mouse entró a toda prisa.

—Ben, Ben, Ben, ¿dónde está mi coche, Ben? ¿Dónde está mi coche? ¿Ben?

Se abalanzó sobre Ben sin motivo. Era difícil saber, hasta que ya lo tenías encima, si Mouse venía a abrazarte o a matarte.

Ben trató de apartarlo sin hacer ruido. Eleanor le tiró un libro. (Uno de bolsillo. El que faltaba).

Mouse salió corriendo del cuarto, y Eleanor se inclinó desde la cama para cerrar la puerta. Prácticamente podía abrir el armario sin bajar de la litera.

—No os puedo ayudar —dijo. Se sintió como si los hubiera dejado caer en aguas profundas—. Ni siquiera puedo ayudarme a mí misma.

La niña la miró con expresión implacable.

—Por favor, no te chives —le suplicó Eleanor.

Maisie y Ben volvieron a intercambiar una mirada. Luego Maisie, fría como un témpano, se volvió hacia su hermana.

—¿Nos dejarás coger tus cosas?

—¿Qué cosas? —preguntó Eleanor.

—Tus cómics —dijo Ben.

—No son míos.

—Tu maquillaje —añadió Maisie.

Seguramente tenían todas sus cosas catalogadas. La caja de los pomelos estaba atiborrada de productos de contrabando, casi todos de Park. Los tenían controlados del primero al último, seguro.

—Pero tenéis que esconderlas en cuanto acabéis de usarlas —accedió Eleanor—. Y los cómics no son míos, Ben, me los han dejado. Cuídalos mucho.

»Y si os pillan —Eleanor se volvió a mirar a Maisie—, mamá nos lo quitará todo. Sobre todo el maquillaje. Nos quedaremos sin nada.

Los niños asintieron.

—Os habría dejado mis cosas de todos modos —le dijo a Maisie—. Solo teníais que pedirlas.

—Mentirosa —replicó su hermana.

Y tenía razón.

park

El miércoles era el peor día.

Sin Eleanor. Y encima su padre lo había ignorado durante toda la cena y luego en taekwondo.

Park se preguntaba si su padre se había disgustado solo por el lápiz de ojos o si el maquillaje era la gota que colmaba el vaso. Parecía como si el padre de Park llevase dieciséis años soportando estoicamente las cursiladas de su hijo. Y que un día, cuando a Park le había dado por maquillarse, había decidido pasar de él por completo.

Tu padre te quiere, le había dicho Eleanor. Y tenía razón. Pero daba igual. Esa era una apuesta mínima. Su padre lo quería porque era su obligación, igual que Park quería a Josh.

En realidad, su padre no lo soportaba.

Park siguió pintándose los ojos para ir a clase. Y continuó retirando la pintura al llegar a casa. Y su padre siguió comportándose como si Park no existiera.

eleanor

Era cuestión de tiempo. Si Maisie y Ben lo sabían, su madre se enteraría antes o después. O bien los niños se lo dirían, o bien encontraría algo que Eleanor había pasado por alto. No había escapatoria.

No tenía un escondite donde guardar sus secretos. Solo la caja y la cama. Y la casa de Park, a una manzana de distancia.

Sus días con él estaban contados.