30

park

—Eh —le dijo Cal a Park, dando un mordisco al bocadillo de carne ahumada de su amigo—. Deberías venirte al partido de baloncesto del jueves. Y no me vengas con que no te gusta el baloncesto, Magic.

—No sé…

—Kim estará allí.

Park gimió.

—Cal…

—Sentada a mi lado —prosiguió Cal—. Porque estamos juntos, colega.

—¿Cómo? ¿En serio? —Park se tapó la boca para no rociar al otro con trozos de pan—. ¿Hablamos de la Kim que yo conozco?

—¿Tan increíble te parece? —Cal abrió el cartón de leche y dio un trago como si bebiera de una taza—. Ni siquiera le gustabas, ¿sabes? Se aburría, y le parecías misterioso y callado. Ya sabes: «Cuanto más hondo es el río, menos ruido». Yo le dije que no todos los ríos silenciosos son tan hondos.

—Gracias.

—Pero ahora está por mí, así que te puedes venir si quieres. Los partidos de baloncesto son un desmadre. Venden nachos y de todo.

—Me lo pensaré —dijo Park.

No pensaba ir. No iría a ninguna parte sin Eleanor. Y no se la imaginaba en un partido de baloncesto.

eleanor

—Eh, guapa —llamó DeNice a Eleanor después de la clase de gimnasia. Estaban en los vestuarios, poniéndose la ropa de calle—. He pensado que deberías venir a Sprite Nite esta semana con nosotras. Jonesy ha arreglado el coche y este jueves tiene la noche libre. Disfrutaremos a tope, tope, tope, durante toda la noche, noche, noche.

—Ya sabes que no me dejan salir por ahí —objetó Eleanor.

—Tampoco te dejan ir a casa de tu novio —replicó DeNice.

—Di que sí —terció Beebi.

Eleanor no debería haberles hablado de sus visitas a casa de Park, pero se moría por contárselo a alguien. (Por eso los asesinos acababan entre rejas tras cometer el crimen perfecto).

—Ay, madre —exclamó Eleanor—. Baja la voz.

—Deberías venir —insistió Beebi. Tenía la cara completamente redonda, con unos hoyuelos tan profundos que, cuando sonreía, parecían los botones de un cojín—. Nos divertiremos muchísimo. Seguro que nunca has ido de fiesta.

—No sé… —dudó Eleanor.

—¿Lo dices por tu chico? —preguntó DeNice—. Porque él también puede venir. No ocupa mucho espacio.

Beebi se rio y Eleanor soltó una risilla también. No se imaginaba a Park bailando. Seguro que se le daba bien, si antes no le estallaban los oídos con Los 40 Principales. Park era un as en todo.

Sin embargo… No se veía a sí misma saliendo con Park en compañía de DeNice y Beebi. Ni en compañía de nadie, en realidad. La idea de salir con Park en público se le antojaba tan descabellada como la de quitarse el casco en mitad del espacio.

park

La madre de Park le dijo que si pensaban verse cada día después de clase, como así era, tendrían que hacer los deberes.

—Tiene razón —observó Eleanor en el autobús—. Llevo toda la semana haciendo cuento en literatura.

—¿Hacías cuento hoy? ¿En serio? No lo parecía.

—Estudiamos a Shakespeare el año pasado en el otro instituto… Pero no puedo hacer cuento en mates. Ni siquiera puedo… ¿qué es lo contrario de hacer cuento?

—Te puedo ayudar con las mates, ¿sabes? Ya voy por el álgebra.

—¿Ah, sí, listillo? Pues a ver si es verdad.

—Pensándolo mejor —replicó él—, me parece que no te voy a ayudar con las mates.

La sonrisa de Eleanor lo volvía loco, por más maliciosa que fuera.

Intentaron estudiar en la sala de estar, pero Josh quería ver la tele, así que se llevaron las cosas a la cocina.

La madre de Park les aseguró que por ella no había inconveniente; luego alegó que tenía algo que hacer en el garaje. Mejor.

Eleanor movía los labios cuando leía.

Park le dio una puntapié suave por debajo de la mesa y luego le tiró bolitas de papel a la cabeza. Casi nunca los dejaban solos y ahora que prácticamente lo estaban, ansiaba su atención.

Le cerró el libro de álgebra con el boli.

—¿De qué vas?

Eleanor intentó volver a abrirlo.

—No —protestó Park, atrayéndolo hacia sí.

—Pensaba que estábamos estudiando.

—Ya lo sé —repuso Park—. Es que… estamos solos.

—Más o menos.

—Pues deberíamos hacer las cosas que se hacen a solas.

—Ahora mismo me das miedo.

—Me refiero a hablar.

Park no sabía muy bien a qué se refería. Se quedó mirando la mesa. El libro de álgebra de Eleanor estaba todo pintarrajeado; la letra de una canción se entrelazaba con el título de otra. Park vio su nombre escrito en letra cursiva (uno nunca pasa por alto su propio nombre), oculto entre el estribillo de un tema de los Smiths.

Una sonrisa se extendió por su rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó Eleanor.

—Nada.

—Qué

Park volvió a mirar el libro. Pensaría en ello más tarde, cuando Eleanor se fuera a su casa. Imaginaría a Eleanor sentada en clase, pensando en él y escribiendo el nombre de Park con cuidado en un lugar que solo ella pudiera ver.

En aquel momento, descubrió algo más. Era una inscripción tan pequeña como la otra, escrita con el mismo cuidado, toda en minúsculas. Eres una puta hueles a coño.

—¿Qué? —dijo Eleanor, tratando de arrebatarle el libro.

—¿Por qué no me has dicho que seguía sucediendo?

—¿A qué te refieres?

Park no quería decirlo en voz alta, no quería señalar las palabras. No quería posar los ojos en aquella frase.

—A esto —dijo con un gesto vago.

Eleanor miró… y de inmediato empezó a tachar el insulto con el boli. Estaba blanca como el papel pero tenía el cuello congestionado.

—¿Por qué no me lo has dicho? —repitió él.

—No sabía que estaba ahí.

—Pensaba que eso había terminado.

—¿Y por qué lo pensabas?

¿Por qué lo había pensado? ¿Porque ahora Eleanor estaba con él?

—Es que… ¿por qué no me lo has contado?

—¿Y por qué te lo iba a contar? —preguntó ella—. Es desagradable y embarazoso.

Eleanor seguía rayando el libro. Park le cogió la muñeca.

—A lo mejor te puedo ayudar.

—¿Ayudarme cómo? —Eleanor empujó el libro hacia él—. ¿Quieres darle una patada?

—¿Sospechas de alguien? —preguntó Park.

—¿Les vas a dar una patada a los sospechosos?

—Puede…

—Pues bien… —dijo Eleanor—, sospecho de todos los que me tienen manía.

—No creo que sea cualquiera. Ha de ser alguien que tiene acceso a tus libros sin que lo sepas.

Hacía un momento, Eleanor estaba furiosa como una mona. Ahora parecía resignada, hundida sobre la mesa con los dedos en las sienes.

—No sé… —negó con la cabeza—. Tengo la impresión de que casi siempre aparecen los días que hay clase de gimnasia.

—¿Dejas los libros en los vestuarios?

Eleanor se frotó los ojos con ambas manos.

—¿Te estás haciendo el tonto adrede o qué? Eres el peor detective del mundo.

—¿Alguien de la clase de gimnasia te tiene manía?

—Ja —Eleanor no se había destapado la cara—. ¿Que si alguien de la clase de gimnasia me tiene manía?

—Deberías tomártelo en serio —la reprendió Park.

—No —replicó ella con firmeza, cerrando los puños—. Estas son justo las cosas que no debería tomarme en serio. Eso es exactamente lo que Tina y sus secuaces quieren que haga. ¿Qué pasará si se dan cuenta de que me afecta? Que nunca me dejarán en paz.

—¿Qué tiene que ver Tina con esto?

—Tina es la reina de las hordas que me odian.

—Tina nunca haría algo tan horrible.

Eleanor lo fulminó con la mirada.

—¿Lo dices en serio? Tina es un monstruo. Si el demonio tuviera un hijo con la bruja mala y lo rebozaran en crueldad rallada, el resultado sería Tina.

Park pensó en la Tina que lo había delatado en el garaje y se burlaba de la gente en el autobús… pero luego recordó las muchas veces que Steve se había metido con él y Tina lo había defendido.

—Conozco a Tina de toda la vida —objetó Park—. No es tan mala. Antes éramos amigos.

—No os comportáis como amigos.

—Bueno, ahora sale con Steve.

—¿Y eso qué tiene que ver?

Park consideró cómo responder a esa pregunta.

—¿Qué tiene que ver?

Los ojos de Eleanor se habían convertido en dos rendijas negras. Si le decía una mentira, ella jamás se lo perdonaría.

—Ahora ya nada —dijo—. Son bobadas… Tina y yo estuvimos saliendo cuando íbamos a sexto. Aunque nunca fuimos a ninguna parte ni hicimos nada.

—¿Tina? ¿Saliste con Tina?

—En sexto. No fue nada.

—Pero ¿erais novios? ¿Os dabais la mano?

—No me acuerdo.

—¿La besaste?

—Todo eso da igual.

Pero sí que importaba. Porque Eleanor lo estaba mirando como si no lo conociera. Le hacía sentirse como un extraño. Park sabía que Tina tenía un ramalazo de crueldad, pero también estaba seguro de que jamás llegaría tan lejos.

¿Y qué sabía de Eleanor? Poca cosa. A menudo tenía la sensación de que ella no quería que llegase a conocerla. Eleanor le inspiraba fuertes sentimientos, pero ¿qué sabía de ella en realidad?

—Tú siempre escribes en minúsculas… —apenas hubo pronunciado las palabras, Park se dio cuenta de que había metido la pata, pero siguió hablando de todos modos—. ¿No lo habrás escrito tú?

La palidez de Eleanor mudó en un tono ceniciento, como si estuviera a punto de desmayarse. Lo miró con la boca abierta.

Luego, acto seguido, reaccionó. Empezó a amontonar los libros.

—Si me diera por escribirme a mí misma una nota para llamarme puta asquerosa —dijo sin inmutarse—, a lo mejor prescindía de las mayúsculas, tienes razón. Pero sin duda habría puesto un punto. Soy una fanática de la puntuación.

—¿Qué haces? —le preguntó Park.

Eleanor negó con la cabeza y se levantó. A Park no se le ocurría manera humana de detenerla.

—No sé quién escribe esas cosas en mis libros —prosiguió ella con frialdad—, pero acabo de averiguar por qué Tina me odia tanto.

—Eleanor…

—No —dijo ella, con la voz quebrada—. No quiero seguir hablando.

Salió de la cocina justo cuando la madre de Park volvía del garaje. La mujer lo miró con una expresión que él empezaba a reconocer. «Pero ¿qué ves en esa blanca tan rara?».

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Por la noche, tumbado en la cama, Park se imaginaba a Eleanor pensando en él y escribiendo su nombre en el libro.

Seguramente lo había tachado también.

Trató de discernir por qué había defendido a Tina.

¿Por qué le importaba tanto si Tina era buena o mala persona? Eleanor tenía razón, Tina y él no eran amigos. Llevaban desde sexto sin hablar apenas.

Tina le había pedido a Park para salir, y él había dicho que sí… porque era la chica más popular de la clase. Salir con Tina suponía un capital social tan importante que Park aún vivía de él.

Ser el primer novio de Tina había impedido que Park se convirtiera en un marginado. Aunque todos lo consideraban un bicho raro y nunca había encajado… No podían llamarlo tarado ni amarillo ni marica porque… bueno, primero porque su padre era un tiarrón y veterano de guerra, y además de todo eso se había criado en el barrio. Segundo porque ¿en qué lugar habría dejado eso a Tina?

Y Tina jamás había criticado a Park ni había fingido que nunca habían salido juntos. De hecho… Bueno. De vez en cuando, tenía la sensación de que aún sentía algo por él.

O sea, de tanto en tanto aparecía por casa de Park fingiendo que había confundido la cita con su madre para cortarse el pelo; y acababa en el cuarto del chico, buscando temas de conversación.

La noche del baile de bienvenida, cuando había acudido a peinarse, había pasado por la habitación de Park para preguntarle qué le parecía el vestido azul sin tirantes. Le había pedido que le retirara el pelo de la nuca, con el pretexto de que se le había enredado con el collar.

Park siempre fingía que no se percataba.

Steve lo mataría si se liaba con Tina.

Además, Park no quería enredarse con ella. No tenían nada en común —o sea, nada de nada—, ni siquiera era el tipo de «nada» que puede resultar emocionante; se aburrían juntos.

Ni siquiera creía que Tina, en el fondo, se sintiera atraída por él. Más bien quería que siguiera pendiente de ella. Y no tan en el fondo Park tampoco quería que Tina pasara de él.

Era agradable que la chica más popular del insti se te insinuara de vez en cuando.

Park se puso boca abajo y hundió la cara en la almohada. Creía que había dejado de importarle lo que la gente pensara de él. Pensaba que su amor por Eleanor era prueba más que suficiente.

Por desgracia, no paraba de encontrar nuevas vetas de banalidad en su interior. No dejaba de idear nuevos modos de traicionarla.