25

park

Eleanor parecía ausente aquella mañana. No dijo ni una palabra mientras esperaban el autobús. Cuando subieron, se dejó caer en el asiento y se apoyó en la pared.

Park le tiró de la manga y ella ni siquiera esbozó una sonrisa.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Ella alzó la vista.

—Ahora sí —dijo.

Park no la creyó. Volvió a tirarle de la manga.

Eleanor se dejó caer contra él y escondió la cara en su hombro.

Él le apoyó la cabeza en el pelo y cerró los ojos.

—¿Bien? —le preguntó.

—Casi —respondió ella.

Cuando el autobús se detuvo, Eleanor se apartó. Nunca le dejaba que le cogiera la mano una vez habían bajado del autobús. Jamás lo tocaba en los pasillos. «La gente nos mirará», decía.

Park no se podía creer que aún la afectara ese rollo. Las chicas que quieren pasar desapercibidas no se atan borlas de cortina en el pelo. No llevan zapatos de golf con tacos y todo.

Aquel día, permaneció junto a la taquilla de Eleanor, soñando con tocarla. Quería darle las buenas noticias, pero ella parecía tan distante que seguramente ni le oiría.

eleanor

¿Adónde iría esta vez?

¿De nuevo a casa de los Hickman?

«Eh, ¿os acordáis de que una vez mi madre os pidió que me acogierais unos días y me dejó allí un año entero? Os agradezco muchísimo que no llamarais a los servicios sociales. Fue muy caritativo por vuestra parte. Por cierto, ¿está libre el sofá cama?».

Joder.

Antes de la llegada de Richie, Eleanor solo conocía aquella palabra de los libros y de las pintadas de los baños.

Jodida tía. Jodidos niños. Jódete, zorra. ¿Quién ha tocado mi equipo, joder?

La última vez, Eleanor no lo vio venir. La vez que Richie la echó de casa.

No lo vio venir porque jamás se le había pasado por la cabeza que pudiera hacerle eso. Nunca se le ocurrió que lo intentaría. Y jamás en la vida pensó que su madre accedería. (Richie debió de darse cuenta antes que Eleanor de que la mujer había cambiado de bando).

Le abochornaba recordar cómo sucedió (fue bochornoso además de muchas otras cosas) porque la verdad es que Eleanor se lo buscó. Lo estaba pidiendo a gritos.

Se encontraba en su cuarto, pasando letras de canciones con la vieja máquina de escribir que su madre había comprado de segunda mano. La cinta estaba gastada (Eleanor tenía una caja llena de cartuchos para otros modelos) pero funcionaba. Le encantaba aquella máquina: el tacto de las teclas, el crujido y el chasquido que hacían al estamparse contra el papel. Incluso le gustaba el olor, una mezcla de metal y betún.

Aquel fatídico día, Eleanor se aburría.

Tenía demasiado calor como para hacer nada que no fuera tumbarse a leer o a ver la tele. Richie descansaba en la sala. No se había levantado hasta las dos o las tres de la tarde y saltaba a la vista que estaba de mal humor. La madre de Eleanor andaba nerviosa de acá para allá, ofreciéndole a Richie limonada, bocadillos o aspirinas. Ella odiaba que su madre se arrastrase. No la aguantaba cuando se ponía en plan sumiso. Eleanor se sentía humillada solo de presenciarlo.

Así que estaba en el piso de arriba pasando a máquina letras de canciones. «Scarborough Fair».

Oyó las protestas de Richie.

—¿Qué cojones es ese ruido?

Y luego:

—Joder, Sabrina, ¿no puedes hacerla callar?

La madre de Eleanor subió las escaleras de puntillas y asomó la cabeza.

—Richie no se encuentra bien —dijo—. ¿Puedes hacer otra cosa?

Estaba pálida y nerviosa. Eleanor detestaba verla así.

Esperó a que su madre llegara abajo. Después, sin saber por qué, pulsó una tecla.

A

Crunch-tac.

Le temblaban los dedos sobre el teclado.

RE

Crunch-crunch-tac-tac.

No pasó nada. Nadie se movió. El aire era pesado y caliente. La casa estaba tan callada como una biblioteca en el infierno. Eleanor cerró los ojos y levantó la barbilla.

YOU GOING TO SCRABOROUGH FAIR PARSLEY SAAGE ROSEMAYRY AND THYME

Richie subió las escaleras tan deprisa que, de confiar en sus recuerdos, Eleanor juraría que llegó volando. De confiar en sus recuerdos, diría que abrió la puerta con una bola de fuego.

Entró en la habitación como una tromba, sin que Eleanor tuviera tiempo a reaccionar. Le arrancó la máquina de las manos y la estrelló contra la pared con tanta fuerza que el yeso se rompió y el cacharro se quedó un momento colgando entre los listones de madera. Eleanor estaba demasiado horrorizada para distinguir los insultos. GORDA y PUTA y ZORRA.

Nunca lo había tenido tan cerca. Tenía miedo de que le partiera la espalda. No quería mirarlo a los ojos así que se tapó la cara con el almohadón.

GORDA y PUTA y ZORRA y TE LO ADVERTÍ, SABRINA.

—Te odio —susurró Eleanor a la almohada.

Oía fuertes golpes por el cuarto. Oía a su madre, que hablaba con suavidad desde la puerta, como si quisiera tranquilizar a un niño para que se volviera a dormir.

GORDA y PUTA y ZORRA, y LO ESTÁ PIDIENDO A GRITOS, ES QUE LO ESTÁ PIDIENDO A GRITOS, JODER.

—Te odio —repitió Eleanor, ahora en voz más alta—. Te odio, te odio, te odio.

PUTA MIERDA.

—Te odio.

QUE OS JODAN A TODOS.

—Que te jodan.

PUTAS ZORRAS.

—Que te jodan, que te jodan, que te jodan.

¿QUÉ ACABA DE DECIR?

En el recuerdo de Eleanor, la casa había temblado.

Su madre había tirado de ella para arrancarla de la cama. Eleanor quería seguirla pero tenía tanto miedo que las piernas no la sostenían. Quería tirarse al suelo y salir a gatas. Quería fingir que la habitación estaba llena de humo.

Richie gritaba como un loco. La madre de Eleanor la llevó hasta las escaleras y la hizo bajar a toda prisa. Él les pisaba los talones.

Eleanor se estrelló contra la barandilla y prácticamente corrió a gatas hacia la puerta. Salió y siguió corriendo hasta llegar a la acera. Ben estaba sentado en el porche, jugando con los coches Hot Wheels. Dejó de jugar y se quedó mirando a Eleanor.

Ella se preguntó si debía seguir corriendo, pero ¿hacia dónde? Ni siquiera de pequeña había fantaseado con la idea de escapar de casa. No se imaginaba a sí misma más allá del jardín. ¿Adónde iría? ¿Quién la acompañaría?

Cuando la puerta principal volvió a abrirse, Eleanor se alejó unos cuantos pasos.

Era su madre, que la cogió del brazo y echó a andar rápidamente hacia la casa del vecino.

Si Eleanor hubiera sabido entonces lo que iba a pasar, habría corrido a casa para despedirse de Ben. Habría buscado a Maisie y a Mouse y les habría dado un beso a cada uno. A lo mejor habría pedido que la dejaran ver al bebé.

Y si se hubiera cruzado con Richie, quizás le habría suplicado de rodillas que la dejara quedarse. Puede que le hubiera dicho todo lo que quería oír.

Y si era eso lo que Richie pretendía ahora —si buscaba que le implorara perdón, que le pidiera clemencia, si ese era el precio que debía pagar para quedarse— lo haría.

Esperaba que Richie no se diera cuenta.

Esperaba que ninguno de ellos supiese lo que quedaba de ella.

park

Eleanor ignoró al señor Stessman en clase de literatura.

En historia, se dedicó a mirar por la ventana.

De camino a casa, no parecía de mal humor, porque ni siquiera estaba allí.

—¿Va todo bien? —le preguntó Park.

Eleanor asintió con un movimiento de la cabeza.

Cuando ella llegó a su parada, Park aún no le había comunicado la noticia. Así que se apeó a su vez y la siguió, aunque sabía que no era buena idea.

—Park —dijo Eleanor, mirando nerviosa hacia su casa.

—Ya lo sé —repuso él—, pero quería decirte que… ya no estoy castigado.

—¿No?

—Ajá.

—Es genial —dijo Eleanor.

—Sí…

Ella volvió a desviar la mirada.

—Eso significa que puedes venir a casa —aclaró él.

—Ah —repuso Eleanor.

—Si quieres, claro.

Las cosas no estaban saliendo como Park se las había imaginado. Eleanor no lo veía ni siquiera cuando lo miraba.

—Ah —repitió.

—¿Eleanor? ¿Va todo bien?

Ella asintió.

—¿Aún…? —Park se cogió las tiras de la mochila—. O sea, ¿te apetece? ¿Aún me echas de menos?

Eleanor asintió otra vez. Parecía a punto de echarse a llorar. Park esperaba que no volviera a llorar en su casa… si alguna vez volvía. Tenía la sensación de que se le escapaba entre los dedos.

—Es que estoy muy cansada —se disculpó Eleanor.