eleanor
A la mañana siguiente, Eleanor se sentía como en una nube.
Su padre se quejó de que se había comido todo el yogur.
—No me lo he comido yo, se lo he dado a Matt.
El hombre solo llevaba siete dólares en la cartera, así que no le dio más. Cuando se disponía a llevarla a casa, Eleanor dijo que tenía que ir al baño. Miró en el armario del vestíbulo, encontró tres cepillos de dientes nuevos y se los encajó en la cintura, junto con una pastilla de jabón Dove. Puede que Donna la hubiera visto (estaba allí mismo, en el dormitorio), pero no dijo nada.
Eleanor compadecía a Donna. Su padre jamás reía los chistes de nadie salvo los suyos propios.
Cuando su padre la dejó en casa, los niños salieron corriendo a saludarlo. Los llevó a pasear en el coche nuevo por el barrio.
Eleanor habría dado algo por tener un teléfono a mano para llamar a la poli. «Hay un tío raro en los suburbios de Omaha dando vueltas por el vecindario con un montón de críos en un descapotable. Estoy segura de que ninguno lleva puesto el cinturón de seguridad y de que él se ha pasado toda la mañana bebiendo whisky. Ah, y ya que estamos, hay otro tipo en el jardín trasero fumando porros. En una zona escolar».
Cuando el padre de Eleanor se marchó por fin, Mouse no dejaba de hablar de él. Al cabo de unas horas, Richie les dijo a todos que se pusieran los abrigos.
—Nos vamos al cine. Todos —dijo mirando directamente a Eleanor.
Eleanor y los niños se montaron en la parte trasera de la camioneta y se acurrucaron contra la cabina, haciendo muecas al nene, que viajaba dentro. Richie enfiló por la calle de Park para salir del barrio, pero él no estaba en el jardín, gracias a Dios. En cambio, Tina y su novio Neanderthal estaban en la calle, cómo no. Eleanor ni siquiera intentó esconderse. Para qué. Steve le silbó.
Nevaba cuando salieron del cine. (Cortocircuito). Richie conducía despacio y la nieve los empapaba, pero al menos nadie salió volando de la camioneta.
Eh, pensó Eleanor. No estoy fantaseando con la idea de caer de un vehículo en marcha. Qué raro.
Cuando pasaron por delante de casa de Park, ya de noche, Eleanor se preguntó cuál sería su ventana.
park
Se arrepentía de haberlo dicho. No porque fuera mentira. La quería. Claro que sí. No había otra explicación para… todo lo que Park sentía.
Sin embargo, hubiera deseado no decírselo así. Tan pronto. Y por teléfono. Sobre todo sabiendo la opinión que tenía Eleanor de Romeo y Julieta.
Park estaba esperando a que su hermano pequeño se vistiese. Los domingos se arreglaban con pantalones y jerséis formales para ir a comer a casa de sus abuelos. Aquel día, sin embargo, Josh estaba jugando a Super Mario y no quería interrumpir la partida. (Estaba a punto de llegar a la tortuga infinita por primera vez).
—Me voy —les gritó Park a sus padres—. Nos vemos allí.
Atravesó el jardín corriendo porque no tenía ganas de ponerse el abrigo.
La casa de sus abuelos olía a pollo con patatas fritas. El repertorio dominical de su abuela constaba solo de cuatro platos: pollo con patatas fritas, filete de pollo frito, guisado y carne en conserva, pero todos estaban muy buenos.
El abuelo de Park veía la tele en la sala de estar. Park se detuvo allí para abrazarlo y luego siguió hasta la cocina para abrazar a su abuela. Era tan bajita que hasta Park parecía altísimo en comparación. Todas las mujeres de la familia eran minúsculas mientras que los hombres destacaban por su tamaño. Solo el ADN de Park se había saltado el rasgo. A lo mejor los genes coreanos dominaban a todos los demás.
Sin embargo, eso no explicaba la envergadura de Josh. Cualquiera diría que los genes coreanos habían pasado de largo en su caso. Tenía los ojos marrones y solo una pizca almendrados, el cabello oscuro pero no negro, ni mucho menos. Josh parecía un muchacho alemán o polaco cuyos ojos se achinasen apenas cuando sonreía.
Su abuela era irlandesa por los cuatro costados. O quizás Park la viese así porque la familia de su padre se enorgullecía muchísimo de sus orígenes irlandeses. Cada año, por Navidad, le regalaban a Park una camiseta con una inscripción que decía: «Bésame, soy irlandés».
Puso la mesa en casa de sus abuelos sin que nadie se lo pidiera; siempre lo hacía. Cuando llegó su madre, Park remoloneó en la cocina para escuchar los cotilleos que las dos mujeres compartían.
—Me ha dicho Jamie que Park va en serio con una de las chicas de Richie Trout —dijo la abuela.
Park ya debería haberse imaginado que su padre correría a contárselo a la abuela. El padre de Park era incapaz de guardar un secreto.
—Todos hablan de novia de Park —dijo su madre—. Menos Park.
—He oído que es pelirroja —continuó diciendo la abuela.
Park fingía leer el periódico.
—No deberías hacer caso a los chismes, abuela.
—Bueno, no tendría que hacerlo —replicó la anciana— si tú nos la presentaras.
Él puso los ojos en blanco, un gesto que le recordaba a Eleanor. Estuvo a punto de hablarles de ella, solo por tener una excusa para pronunciar su nombre.
—Bueno, se me encoge el corazón solo de pensar en esos niños —prosiguió la abuela—. Ese Trout siempre ha sido un mal bicho. Nos aplastaba el buzón cuando tu padre estaba en el ejército. Sé que era él porque nadie más de por aquí tenía un El Camino. Vivió en esa casa hasta que sus padres se mudaron a una zona aún más paleta. Creo que a Wyoming. Seguro que se marcharon para librarse de él.
—Tishhh —la reprendió la madre de Park. A veces la abuela tenía la lengua demasiado larga para el gusto de su madre.
—Pensábamos que él también se había mudado —dijo la anciana—, pero hace poco volvió con una mujer mayor más guapa que una estrella de cine y un montón de hijastros pelirrojos. Gil le dijo a tu abuelo que tienen un perrazo también. Yo nunca…
Park sintió el impulso de defender a Eleanor. Pero no sabía cómo hacerlo.
—No me sorprende que tengas debilidad por las pelirrojas —prosiguió la abuela—. Tu abuelo se enamoró de una pelirroja. Por suerte para mí, ella le dio calabazas.
¿Qué diría la abuela de Park si le presentaba a Eleanor? ¿Qué les diría a los vecinos?
¿Y qué diría su madre?
La miró. Trituraba las patatas con un pasapuré más grande que su brazo. Llevaba vaqueros lavados a la piedra, un jersey con cuello de pico y unas botas de piel con flecos. Lucía un ángel de oro al cuello y pendientes con cruces, también de oro. Ella habría sido la chica más popular del autobús. No se la imaginaba viviendo en ningún otro lugar que no fuera aquel.
eleanor
Nunca le había mentido a su madre. Como mínimo, no respecto a nada importante. El domingo por la noche, sin embargo, mientras Richie estaba en el bar, Eleanor le dijo a su madre que a lo mejor pasaba por casa de una amiga del insti al día siguiente.
—¿Por casa de quién? —quiso saber la madre.
—De Tina —respondió Eleanor. Había dicho el primer nombre que le había venido a la cabeza—. Vive aquí cerca.
La madre de Eleanor estaba distraída. Richie llegaba tarde y el bistec se estaba resecando en el horno. Si lo sacaba, le diría que estaba frío. Pero si lo dejaba allí, se quejaría de que parecía una suela de zapato.
—Muy bien —accedió—. Me alegro de que por fin hayas hecho amigos.