15

eleanor

Al día siguiente, mientras Eleanor se arreglaba, su madre entró en el baño.

—Ven —le susurró.

Cogió el cepillo y le hizo una coleta sin cepillarle los rizos.

—Eleanor —dijo.

—Ya sé por qué estás aquí —replicó ella, apartándose.

—Escúchame.

—No. Ya lo sé. No volverá, ¿vale? No le invité, pero le diré que no vuelva y no lo hará.

—Bueno, pues… vale —repuso la madre de Eleanor, aún en susurros. Se cruzó de brazos—. Es solo que… eres demasiado joven.

—No —dijo Eleanor—, no es eso. Pero da igual. No volverá, ¿vale? Ni siquiera va de eso.

La mujer la dejó sola. Richie seguía en casa. Eleanor salió corriendo por la puerta principal cuando le oyó abrir el grifo del baño.

Ni siquiera va de eso, pensó mientras caminaba hacia la parada del autobús. Y solo de pensarlo estuvo a punto de echarse a llorar porque sabía que era verdad.

Y sus propias ganas de llorar la enfurecieron.

Porque si lloraba, quería que fuera porque su vida era una mierda, no porque un chico mono e interesante pasara de ella en ese sentido.

Sobre todo teniendo en cuenta que la amistad con Park era, de largo, lo mejor que le había pasado en la vida.

Su expresión debió de delatarla al subir al autobús porque Park no la saludó.

Eleanor miró al pasillo.

Al cabo de un momento, él le tironeó el viejo pañuelo de seda que Eleanor se había atado a la muñeca.

—Perdona —dijo.

—¿Por qué? —preguntó ella en tono hosco. Jo, era una idiota.

—No sé —repuso él—. Tengo la sensación de que ayer por la noche te metí en un lío.

Park volvió a tirarle del pañuelo y ella lo miró. Intentó suavizar su expresión; pero prefería que la viera enfadada a que supiera que se había pasado toda la noche pensando en esos preciosos labios.

—¿Era tu padre? —preguntó él.

Eleanor echó la cabeza hacia atrás, horrorizada.

—No. No, es mi… el marido de mi madre. No es nada mío. Mi problema, supongo.

—¿Te riñó?

—Más o menos.

No quería hablar de Richie con Park. Casi había conseguido expulsarlo del espacio que ocupaba Park en su mente.

—Lo siento —volvió a disculparse él.

—No pasa nada —dijo Eleanor—. Tú no tuviste la culpa. De todas formas, gracias por traer el cómic de Watchmen. Me alegro de haberlo podido leer.

—Es muy bueno, ¿a que sí?

—Ya lo creo. Un poco bestia. Me refiero a esa parte con el Comediante…

—Sí… Lo siento.

—No, no quería decir eso. Quería decir que… tendría que volver a leerlo.

—Yo lo volví a leer dos veces más al llegar a casa. Llévatelo.

—¿Sí? Gracias.

Park no había soltado la punta del pañuelo. Frotaba la seda despacio con los dedos. Eleanor le miró la mano.

Si Park hubiera alzado la vista en ese instante, se habría dado cuenta de que tenía delante a una mema. Eleanor era consciente de que se le caía la baba. Si Park la hubiera mirado en aquel momento, lo habría adivinado todo.

Él no levantó los ojos. Se enrolló la seda a los dedos hasta que la mano de Eleanor quedó colgando en el espacio que los separaba.

Entonces Park deslizó la seda y sus propios dedos en la palma abierta de ella.

Y Eleanor se desintegró.

park

Sostener la mano de Eleanor era como sujetar una mariposa. O un latido. Como tener en la mano algo completo y vivo.

En cuanto la tocó, Park se preguntó por qué había tardado tanto tiempo en hacerlo. Pasó el dedo por la palma de Eleanor y luego por los dedos, hacia arriba. Entre tanto, percibía todas y cada una de las respiraciones de ella.

Park había hecho manitas con otras chicas anteriormente. En la pista de patinaje. Con una chica de su clase en el baile del año anterior. (Se habían besado mientras esperaban a que el padre de ella fuera a buscarlos). Incluso le había cogido la mano a Tina, cuando «salían» juntos en sexto.

Y siempre, antes del momento presente, le había parecido agradable. No muy distinto de sostener la mano de Josh cuando cruzaban la calle de niños. O de darle la mano a la abuela cuando lo llevaba a la iglesia. Quizás un poco más dulce, menos incómodo.

Cuando había besado a aquella chica el año anterior, con la boca seca y los ojos abiertos, Park se había preguntado si acaso le pasaba algo raro.

Incluso se había planteado —en serio, mientras la estaba besando lo había considerado— si no le gustarían los chicos. Aunque tampoco le apetecía besar a ninguno de sus amigos. Y cuando pensaba en Hulka o en Tormenta (en lugar de pensar en ella, Dawn) los besos resultaban mucho más interesantes.

A lo mejor no me atraen las chicas de carne y hueso, había pensado en aquel entonces. Debo de ser una especie de fetichista del cómic.

O tal vez, se decía ahora, no fue capaz de reconocer a aquellas otras chicas, igual que un ordenador escupiría un disco si no reconociera el formato.

Cuando tocó la mano de Eleanor, la reconoció. Sin lugar a dudas.

eleanor

Desintegrada.

Como si el teletransporte a la nave Enterprise hubiera fallado.

Por si alguien se pregunta lo que se siente, no es como fundirse… sino mucho más violento.

Y aun disuelta en un millón de fragmentos, Eleanor notaba el contacto de Park. Sentía el pulgar de él explorándole la palma. Se quedó inmóvil porque no podía hacer el menor movimiento. Intentó recordar qué animales paralizan a sus presas antes de devorarlas.

Puede que Park la hubiera paralizado con su magia ninja, con su toque vulcano, y estuviera a punto de engullirla.

Sería alucinante.

park

Cuando el autobús llegó a su destino, se separaron. Un baño de realidad inundó a Park, que miró nervioso a su alrededor para ver si alguien los estaba observando. Luego, igual de nervioso, miró a Eleanor, por si le había visto hacerlo.

Ella miraba al suelo, y siguió así cuando recogió sus libros y salió al pasillo.

Si alguien los hubiera estado mirando, ¿qué habría visto? Park no quería ni pensar en la cara que debió de poner al tocar a Eleanor. La misma cara que ponen los modelos cuando dan el primer trago en los anuncios de refrescos. Cara de éxtasis supremo.

Salió al pasillo tras ella. Eleanor era casi tan alta como él. Llevaba el pelo recogido en un moño, y tenía el cuello rojizo y pecoso. Resistió la tentación de apoyar la mejilla contra su nuca.

Acompañó a Eleanor hasta su taquilla y se apoyó de espaldas contra la pared mientras ella la abría. Eleanor guardaba silencio. Dejó unos cuantos libros en el estante y cogió otros. No había respondido a su gesto. Ni siquiera le había mirado. Seguía sin mirarle. Madre mía.

Llamó suavemente a la puerta de la taquilla.

—Eh —dijo.

Eleanor cerró la puerta.

—¿Qué pasa?

—¿Todo va bien? —quiso saber Park.

Ella asintió.

—¿Te veo en literatura? —volvió a preguntar él.

Eleanor asintió y se alejó.

Madre mía.

eleanor

Durante las primeras tres horas de clase, Eleanor se dedicó a acariciarse la palma de la mano.

No notó nada.

¿Cómo era posible que hubiera tantas terminaciones nerviosas en tan poca piel?

¿Estaban siempre ahí o se activaban a su antojo? Porque, si estaban siempre ahí, ¿cómo era posible girar un picaporte sin desmayarse?

A lo mejor por eso tanta gente prefería los coches con marchas.

park

Madre mía. ¿Es posible violar una mano?

Eleanor no miró a Park durante la clase de literatura ni tampoco en la de historia. Él se acercó a las taquillas al finalizar el día pero no la encontró allí.

Cuando subió al autobús, Eleanor ya estaba sentada, esta vez en el sitio de Park, junto a la ventanilla. Él estaba demasiado cortado como para decir nada. Se sentó junto a ella y dejó las manos colgando entre las rodillas…

Eleanor tendría que alargar la mano para tocarle la muñeca o cogerle la mano. Y lo hizo. Le entrelazó los dedos y le tocó la palma con el pulgar.

Le temblaba la mano.

Park se revolvió en el asiento y se colocó de espaldas al pasillo.

—¿Todo va bien? —susurró Eleanor.

Él inspiró profundamente y asintió. Luego los dos se miraron las manos.

Madre mía.