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eleanor

—¿No pretenderá en serio que salte por encima de esa cosa? —dijo DeNice.

Últimamente, DeNice y Beebi, hablaban mucho con Eleanor en clase de gimnasia. (Porque sufrir un ataque con compresas maxi es un sistema excelente para hacer amigos y tener influencias).

En la clase de aquel día, la profesora de gimnasia, la señora Burt, les había enseñado a saltar un potro de mil años de antigüedad. Dijo que en la próxima sesión todo el mundo tendría que intentarlo.

—Lo tiene claro —dijo DeNice después de clase, en el vestuario—. ¿Acaso tengo pinta de Nadia Comaneci?

Beebi soltó una risita.

—Tú dile que no te has tomado el colacao.

En realidad, pensó Eleanor, DeNice tenía bastante pinta de gimnasta, con aquel flequillo de niña pequeña y las trenzas. Parecía demasiado joven para ir al instituto y la ropa que se ponía no hacía sino agravar la impresión. Camisas de mangas abullonadas, petos, coleteros a juego… El mono de gimnasia le hacía bolsas, como si fuera un pelele.

A Eleanor no le asustaba el potro, pero no quería correr por las colchonetas delante de toda la clase. No quería correr y punto. Cuando corría, los pechos le rebotaban tanto que le daba miedo que se le desprendiesen.

—Le voy a decir a la señora Burt que mi madre no me deja hacer nada que ponga en peligro mi himen —dijo Eleanor—. Por razones religiosas.

—¿Eso va en serio? —preguntó Beebi.

—No —repuso la otra riendo—. Aunque la verdad…

—Qué bruta —replicó DeNice mientras se abrochaba el peto.

Eleanor se pasó la camiseta por la cabeza y luego se quitó el mono de gimnasia usando la primera prenda para cubrirse.

—¿Vienes? —preguntó DeNice.

—Claro, no voy a empezar a saltarme clases por culpa de la gimnasia —dijo Eleanor, que ahora daba saltitos para subirse los vaqueros.

—No, que si vienes a comer.

—Ah —dijo Eleanor alzando la vista. Las chicas la esperaban al final de las taquillas—. Sí.

—Pues dese prisa, señorita Jackson.

Se sentó con DeNice y Beebi a la mesa que solían ocupar las dos amigas, junto a la ventana. Estando con ellas, vio pasar a Park.

park

—Podrías sacarte el carné antes de la fiesta de bienvenida —le propuso Cal a Park.

El señor Stessman los había hecho sentar por parejas. En teoría, deberían estar comparando a Julieta con Ofelia.

—Sí, si fuera capaz de alterar el espacio-tiempo —replicó Park.

Eleanor estaba sentada al otro lado de la clase, junto a las ventanas. La habían emparejado con un chico llamado Eric, un jugador de baloncesto. Él hablaba y ella lo miraba con el ceño fruncido.

—Si tuvieras el coche —siguió diciendo Cal—, podríamos invitar a Kim.

—Tú podrías invitar a Kim —repuso Park.

Eric era uno de esos chicos altos que siempre caminan con los hombros treinta centímetros por detrás de las caderas. Como si bailara el limbo. Como si temiera darse un golpe contra la jamba de la puerta.

—Quiere ir en grupo —insistió Cal—. Además, creo que le gustas.

—¿Qué? No quiero ir a la fiesta de bienvenida con Kim. Ni siquiera me gusta. Bueno… te gusta a ti.

—Ya lo sé. Es un plan perfecto. Vamos todos juntos a la fiesta. Se da cuenta de que no estás por ella, se siente desgraciada y adivina quién está allí mismo dispuesto a sacarla a bailar.

—No quiero hacer desgraciada a Kim.

—O ella o yo, tío.

Eric dijo algo más y Eleanor volvió a fruncir el ceño. Luego se volvió a mirar a Park… y el ceño se borró de su rostro. Park sonrió.

—Un minuto —avisó el señor Stessman.

—Mierda —dijo Cal—. ¿Qué tenemos? Ofelia estaba pirada, ¿vale? Y Julieta era… ¿qué?, ¿una criaja?

eleanor

—¿Entonces Mariposa Mental es otra telépata?

—Ajá —respondió Park.

Cada mañana, al llegar al autobús, Eleanor temía que Park no se quitara los auriculares. Que dejara de hablarle tan de repente como había empezado… Y si algo así llegase a suceder —si una mañana Eleanor subiese al autobús y él no alzase la vista—, no quería que Park se diese cuenta de la catástrofe que provocaría.

De momento, todo iba bien entre ellos.

De momento, no habían dejado de hablar. Literalmente. Aprovechaban para charlar hasta el último segundo que pasaban juntos. Y casi todas sus conversaciones empezaban igual: «¿Qué piensas de…?».

¿Qué pensaba Eleanor del álbum de U2? Le encantaba.

¿Qué pensaba Park de la serie Corrupción en Miami? Le parecía aburrida.

«Sí», decían cuando estaban de acuerdo en algo. Una y otra vez. «Sí. Sí. ¡Sí!».

—Ya lo sé.

—Exacto.

—¿Verdad?

Estaban de acuerdo en lo principal y discutían acerca de todo lo demás. Y hasta eso era genial, porque cada vez que discutían Park se partía de risa.

—¿Y para qué necesita la patrulla X otra chica telépata? —preguntó Eleanor.

—Bueno, esta tiene el pelo lila.

—Me parece todo tan sexista…

Park abrió unos ojos como platos. Bueno, más o menos. A veces Eleanor se preguntaba si Park veía las cosas de otro modo a causa de sus ojos. Seguramente era la duda más racista del mundo.

—La patrulla X no es sexista —arguyó él moviendo la cabeza de lado a lado—. Representa la tolerancia; han jurado proteger un mundo que los odia y los teme.

—Sí —dijo Eleanor—, pero…

—No hay peros que valgan —la cortó Park riendo.

—Pero —insistió ella— todas las chicas responden a un estereotipo y tienen un papel pasivo. La mitad de ellas ni siquiera hacen nada salvo esforzarse en pensar. Como si ese fuera su superpoder: pensar. Y el poder de Gata Sombra es aún peor: desaparece.

—Se vuelve intangible —objetó Park—. Es distinto.

—Sigue siendo algo que cualquiera podría hacer en mitad de una fiesta —replicó Eleanor.

—No si vas disfrazada de gato. Además, te olvidas de Tormenta.

—No me olvido de Tormenta. Controla el clima con el pensamiento; o sea, que se limita a pensar. Claro que no podría hacer mucho más con esas botas.

—Lleva una cresta muy chula.

—Irrelevante —respondió Eleanor.

Sonriendo, Park apoyó la cabeza contra el respaldo y miró el techo.

—La patrulla X no es sexista.

—Acéptalo. Ninguna mujer X tiene poderes importantes —afirmó Eleanor—. Mira Dazzler; es una bola de discoteca andante. ¿Y la Reina Blanca? Le da al coco mientras se ajusta su preciosa lencería.

—¿Y qué superpoder te gustaría tener a ti? —preguntó Park para cambiar de tema. Se volvió a mirarla sin levantar la cabeza del respaldo. Sonreía.

—Me gustaría volar —dijo Eleanor con la mirada perdida—. Ya sé que no es un superpoder muy útil pero… volar.

—Sí —asintió Park.

park

—Jo, Park, ¿eres un ninja en plena misión?

—Los ninjas van de negro, Steve.

—¿Qué?

Park tendría que haberse cambiado después de taekwondo, pero su padre le había pedido que estuviera en casa antes de las nueve y tenía menos de una hora para pasar por la de Eleanor.

Steve estaba en la calle, reparando el Camaro. Él tampoco se había sacado el carné todavía pero quería tener el coche a punto.

—¿Vas a ver a tu novia? —le gritó.

—¿Qué?

—¿Te has escapado para ir a ver a tu novia? ¿A Bloody Mary?

—No es mi novia —replicó Park, y tragó saliva.

—Vas por ahí como un ninja en misión secreta —dijo Steve.

Park negó con la cabeza y echó a correr. Qué pasa, no lo es, se dijo mientras atajaba por el callejón.

No sabía dónde vivía Eleanor exactamente. Sabía dónde cogía el autobús y le había dicho que su casa estaba situada junto al colegio…

Debe de ser esta, pensó. Se detuvo ante una casa pequeña, pintada de blanco. Había unos cuantos juguetes rotos en el jardín y un enorme rottweiler dormitando en el porche.

Park se acercó a la casa despacio. El perro levantó la cabeza para mirarlo y luego siguió durmiendo. No se movió, ni siquiera cuando Park subió la escalera de entrada y llamó a la puerta.

El tipo que abrió parecía demasiado joven para ser el padre de Eleanor. Park estaba seguro de haberlo visto por el barrio. No sabía a quién esperaba encontrar al otro lado de la puerta. A alguien más interesante. A alguien más parecido a ella.

El hombre no dijo ni pío. Se quedó en la puerta, esperando.

—¿Está Eleanor en casa? —preguntó Park.

—¿Y quién pregunta por ella?

Aquel tipo tenía una nariz afilada como un cuchillo y miraba a Park con cara de pocos amigos.

—Vamos juntos a clase —explicó Park.

El otro se lo quedó mirando un instante antes de cerrar la puerta. Park no sabía qué hacer. Esperó unos minutos, y justo cuando estaba pensando en marcharse, Eleanor se asomó.

Al verlo, abrió los ojos de par en par con expresión alarmada. En la penumbra del atardecer, el iris de sus ojos se confundía con la pupila.

Park supo que había metido la pata nada más verla. Tuvo la sensación de que en el fondo se lo temía. Pero le hacía tanta ilusión pasar por su casa…

—Hola —dijo.

—Hola.

—Yo…

—… ¿has venido a retarme a un combate cuerpo a cuerpo?

Park se palpó la pechera del dobok y sacó el segundo número de Watchmen de entre los pliegues. El rostro de Eleanor se iluminó; tenía una tez tan pálida y brillaba tanto a la luz de las farolas que su expresión fue algo más que un mero gesto.

—¿Lo has leído? —le preguntó ella.

Park negó con la cabeza.

—He pensado que podíamos leerlo… juntos.

Eleanor volvió la vista hacia su casa y descendió rápidamente los pocos peldaños. Park la siguió por el camino de grava hasta la escalera de entrada del colegio. Había una gran luz de emergencia sobre la puerta. Eleanor se sentó en el último escalón y Park se acomodó a su lado.

Tardaron el doble de lo normal en leer Watchmen, en parte porque les resultaba muy raro estar juntos en un sitio que no fuera el autobús. Incluso verse fuera del instituto. Eleanor llevaba el pelo mojado. La melena le caía en largos rizos oscuros alrededor de la cara.

Cuando llegaron a la última página, Park habría querido comentar el cómic con ella. (Le habría gustado quedarse allí charlando con Eleanor). Sin embargo, ella ya se había levantado y miraba hacia su casa una vez más.

—Tengo que irme.

—Ah —dijo Park—. Yo también, claro.

Cuando Eleanor se marchó, él seguía sentado en la escalera del colegio. Antes de que Park pudiera despedirse siquiera, ella ya había entrado en casa.

eleanor

Cuando Eleanor llegó a casa, encontró la salita a oscuras pero la tele encendida. Vio a Richie sentado en el sofá y a su madre de pie en el umbral de la cocina.

Solo unos pasos la separaban de su habitación…

—¿Es tu novio? —preguntó Richie antes de que Eleanor alcanzase la puerta. El hombre lo dijo sin apartar la vista del televisor.

—No —respondió Eleanor—. Solo es un chico del instituto.

—¿Qué quería?

—Comentar un trabajo de clase.

Eleanor aguardó ante la puerta de su cuarto. Luego, al ver que Richie no le hacía más preguntas, entró y cerró la puerta a su espalda.

—Ya sé lo que te propones —dijo él alzando la voz justo cuando la puerta se cerraba—. Solo eres una perra en celo.

Eleanor dejó que aquellas palabras la golpearan de pleno. Como un puñetazo directo a la barbilla.

Se encaramó a la litera, cerró los ojos, apretó los dientes y los puños; permaneció en esa postura hasta que pudo volver a respirar sin ponerse a gritar.

Hasta ese momento, había guardado a Park en un espacio de su mente al que Richie no podía acceder. Completamente aislado de aquella casa y de cuanto sucedía en ella. (Era un lugar alucinante. Como una especie de altar privado).

Ahora, sin embargo, el hombre había irrumpido en aquel espacio para fastidiarlo todo. Para convertir los sentimientos de Eleanor en algo tan nauseabundo y podrido como el propio Richie.

Ya no podía pensar en Park.

En su manera de mirarla en la oscuridad, todo de blanco, como un superhéroe.

En su aroma a sudor y a jabón en pastilla.

En su manera de sonreír cuando algo le gustaba, con la comisura de los labios una pizca fruncida…

Sin intuir la sonrisa lasciva de Richie.

Echó al gato de la cama, de puro rencor. El animal se quejó pero cayó de pie.

—Eleanor —susurró Maisie desde la litera de abajo—, ¿era tu novio?

La otra apretó los dientes.

—No —susurró rabiosa—. Solo es un chico.