Pataleo y golpeo al hombre que me sujeta en la oscuridad del almacén; se cae de espaldas con un gruñido, y me deja libre. Sin perder un instante, vuelo hacia donde la grieta se ha cerrado y pego desesperados tirones en el aire, con la esperanza de encontrar algún resto del taller. Mientras tanto, escucho cómo mi captor corre hacia mí.
Abandono la búsqueda y huyo hacia una estantería cercana. Resulta difícil ver en la oscuridad, así que me pego a la estantería y me arrastro junto a ella. Las pisadas del hombre suenan ahora más lentas, con paso tranquilo. Me está buscando. Mi única esperanza es la puerta del almacén. Podría tejer un instante paralelo y congelar el almacén, pero eso no protegería a Jost, así que debo volver junto a él.
Serpenteo entre las hileras de estanterías, manteniéndome cerca de ellas, temerosa de alejarme demasiado y delatarme. Desde la última hilera, veo la puerta. Ojalá hubiera examinado el plano con más detenimiento para saber a dónde conduce. Esta estancia comunica de algún modo con los laboratorios, así que podría aparecer directamente en una sala llena de científicos. Mi única esperanza es que se hayan marchado a sus casas a dormir, aunque no puedo confiar en ello. Y para llegar hasta la puerta, tendré que salir directamente al pasillo central y descubrirme ante mi atacante, que sin duda alertará a cualquiera que esté en la zona. Es una calle sin salida, pero quedarme esperando me volverá loca. Así que respiro hondo y salgo corriendo hacia la puerta.
No soy suficientemente rápida. El hombre aparece entre las sombras al final de la estantería adyacente y me atrapa por la cintura. Aprieta su mano contra mi boca y me sisea al oído:
—Deja de luchar conmigo, Adelice.
Relajo los músculos y me suelta. Entonces, me vuelvo hacia él y le golpeo con fuerza en el pecho. Se tambalea y, en la oscuridad, distingo a duras penas el fastidio que refleja su rostro.
—Recuérdame que no vuelva a salvarte el culo —exclama Erik, recuperando el equilibrio.
—¿Qué haces aquí? —pregunto en voz baja.
—Rescatarte —responde, frotándose el pecho.
—¿Quién la ha cerrado?
—¿El qué? —pregunta, confundido.
—La abertura para regresar a los estudios superiores —susurro.
—¿Así es como llegaste hasta aquí? —pregunta, igualando el volumen de su voz al de la mía.
Asiento con la cabeza y regreso hacia el lugar donde abrí el pasadizo. Erik me sigue, pero no queda ni rastro de la abertura. No tengo ni idea de lo que puedo hacer para salvar a Jost, pero cada segundo que pierdo es un segundo más que le tienen en sus garras.
—¿Y este es tu magnífico plan? —pregunta.
—Era —respondo con un suspiro—. Supongo que ha llegado el momento de pasar al plan B.
—¿Y cuál es?
—Todavía no hay plan B —admito.
—¿En qué consistía exactamente el plan A? —me pregunta.
—En conseguir información —respondo.
—¿Eso es todo?
—Sí.
Erik hace una mueca.
—Necesitas ayuda con tus planes.
—Tenemos que regresar. Dejé a Jost al otro lado.
Erik se pone tenso al escuchar ese nombre y entonces recuerdo la rígida distancia que suelen mantener entre ambos.
—Bueno, no tardarán mucho en descubrir que estás aquí —dice, arrastrándome hacia la puerta del almacén—. Y has perdido mucho tiempo escondiéndote de mí.
—Podrías haberme llamado —exclamo con tono exasperado.
—Estoy tratando de pasar desapercibido —Erik me mira con los ojos llenos de enfado, y acelera el paso de su marcha—. Vamos.
—Tenemos que ir al taller de Loricel —le digo mientras corremos.
—Lo sé —me agarra del brazo y apresura mi zancada.
En la puerta, me detiene y coloca un mechón suelto de mi pelo. Mira mis pies y frunce el ceño.
—Está bien —me dice—, esto es lo que vamos a decir. Que te he encontrado aquí y te llevo ante Cormac.
—Entonces, ¿soy una prisionera? —pregunto.
—Sí, así que pon cara de asustada.
—No creo que me resulte muy difícil —mascullo.
Erik abre la puerta y me agarra el brazo bruscamente, obligándome a franquearla. Salimos a un pasillo bien iluminado. En el extremo opuesto, dos guardias nos ven y se dirigen hacia nosotros.
—La he cogido —les grita Erik—. Ahora se la voy a llevar a Cormac.
El mayor mira a su compañero. Deben de tener unos diez años más que él, por lo menos.
—Tengo autorización de nivel dieciocho —les indica Erik, sacando una tarjeta del bolsillo lateral del pantalón.
—Sí, señor —vociferan ambos, pero la voz del mayor tropieza en la palabra señor.
Bajo los ojos al suelo y dejo caer los hombros mientras Erik me aleja de los guardias. Una vez que hemos doblado la esquina, relaja la mano, pero no me suelta.
—¿Cómo me has encontrado? —susurro.
—Cormac se está volviendo loco —dice en voz baja—. Estamos en alerta de nivel tres.
—Pero ¿cómo supiste que estaba aquí?
—Durante el recorrido de bienvenida en el que os acompañé —me dice, lanzándome una mirada fugaz—, Cormac te colocó un aparato de rastreo…
—No, no lo hizo —Enora me contó la intención de Cormac de insertarme un chip comunicador, pero que no pudo.
—Claro que lo hizo —me asegura Erik—. Te lo pusieron en la comida. Está programado para alojarse en tu intestino delgado.
Coloco las manos rápidamente sobre mi estómago y le miro.
—Entonces, ¿han estado controlando cada uno de mis movimientos durante semanas? —pregunto.
—No —responde Erik, bajando aún más la voz—. Ellos no, yo. Inutilicé su archivo. Yo soy el único que tiene ahora el enlace de rastreo.
—Entonces tú…
—Sí, te he estado vigilando.
—Pero no me has…
—¿Delatado? —termina la frase por mí—. Tenemos similares… aliados.
Su última palabra suena tan forzada que casi no le creo, excepto porque está aquí. De repente, algo encaja, algo que estuve a punto de descubrir antes, pero que no puede ser verdad. Recorro su cara en busca de pistas y me fijo en sus ojos azules.
—¿Quién? —pregunto con impaciencia. Las ambigüedades están empezando a enfadarme, pero temo expresar con palabras mis sospechas.
—Ahora no es buen momento —murmura—. Espero que tengas un plan magnífico para sacarnos de aquí.
—Te dije que no tengo ninguno —exclamo.
—Entonces empieza a pensarlo —dice él—. Estoy seguro de que guardas más trucos en la manga, y yo solo puedo llegar hasta cierto punto.
Me quedo en silencio y Erik me arrastra a través de unas puertas blancas de vaivén. Estamos de nuevo en el vestíbulo principal del coventri y mis pies se hunden en la espesa alfombra mientras él tira de mí. Pasamos junto a las salas de reuniones y nos dirigimos rápidamente hacia el acceso a los estudios superiores. Varios hombres con el traje negro de la Corporación bloquean la entrada y cuando nos aproximamos, uno de ellos alza la mano para detenernos.
—Esta zona está clausurada, señor —le indica con voz muy profesional.
—Lo sé —exclama Erik, empujándome hacia delante—. Aquí está la razón de ello.
—Eh, necesito consultarlo con…
—Cormac me envió en su busca —le informa Erik—, pero adelante, llama. Le encanta esperar.
El guardia nos mira a Erik y a mí, y vuelta; un escalofrío me recorre los brazos y me pone la carne de gallina. De repente se me ocurre que tal vez Erik no sea mi amigo; que quizás vaya a entregarme directamente a Cormac.
—Adelante, señor —dice el guardia, apartándose.
Continúo en silencio mientras Erik me sigue escaleras arriba.
—¿Alguna idea? —masculla mientras ascendemos en espiral por la torre.
Sacudo la cabeza y él protesta a mi espalda. Si me está engañando, cualquier plan que comparta con él podría volverse en mi contra. Aunque lo cierto es que no tengo ninguno.
Cuando llegamos a la última vuelta de la escalera, Erik agarra mi brazo y me arrastra hacia el taller de Loricel. Las paredes están vacías, sin la imagen por defecto titilando en ellas. Mantengo los ojos fijos en el suelo, pero incluso sin levantar la vista, veo varios pares de zapatos a mi alrededor: unos con cordones y perfectamente abrillantados, zapatos de tacón de satén rojo y varios pares de robustas botas. Entre todos, unas rodillas desplomadas sobre el suelo.
—Querida —dice Cormac con voz irritada—, qué agradable que te hayas reunido con nosotros.
Respiro hondo y levanto los ojos. En un rincón, dos guardias corpulentos mantienen sujeto en el suelo a Jost —junto al ojo izquierdo, tiene un corte del que sale un hilillo de sangre—. No muy lejos de él, Maela y Pryana me contemplan con expresión de triunfo.
—¡Me he quedado sin palabras! —exclama Cormac, entrando en mi campo de visión y tapando a Jost—. Nunca pensé que llegaría el día. Imagino que hemos encontrado su punto débil.
Erik me agarra el brazo con más fuerza, pero no respondo a las provocaciones de Cormac.
—Supongo que esto cambia tu ridículo plan con ella —dice Maela con desdén. Si van a matarme, ya no es necesario fingir amabilidad.
—Procederemos al reprogramado y luego seguiremos con lo que teníamos en mente —explica Cormac con voz queda, pero firme.
—Bueno, así será también mejor esposa —comenta Maela. Ella parece complacida con la idea, pero los ojos de Pryana brillan de furia. No debía de haber escuchado el plan completo hasta ahora. ¿Será posible que esté celosa?
Jost, que no se había movido desde que entramos en la habitación, se revuelve contra sus captores y los fulmina con la mirada.
—No te gusta cómo suena, ¿eh? —exclama Maela en tono burlón.
—Cállate, Maela —le ordena Cormac.
Su sonrisa de triunfo se desvanece, y retrocede hacia la pared vacía.
Cormac se vuelve hacia Erik, que me mantiene sujeta.
—¿Dónde estaba?
—En la zona de investigación, señor —responde.
Hubiera preferido que me delatara y así, al menos, podría confirmar mis sospechas sobre él, pero la respuesta de Erik es demasiado vaga y sigo sin estar segura de en qué bando se encuentra. Estaba en la zona de investigación, pero ¿por qué no decirles que me hallaba en el almacén? ¿Está ganando tiempo en mi favor?
—Es suficiente —dice Loricel desde el extremo opuesto de la habitación. Me vuelvo hacia ella, pero mantiene los ojos fijos en Cormac y no me mira.
—Tenemos que descubrir lo que estaba haciendo —exclama Cormac, acercándose al telar a grandes zancadas—. Saca la pieza que corresponda del tejido.
Loricel se dirige hacia el panel de mandos e introduce un código. El brillante tejido del complejo aparece de nuevo en el telar.
—Loricel ha sido muy amable al remendar el pequeño agujero que dejaste —me dice Cormac—. Pero me gustaría que me mostraras exactamente lo que hiciste y adónde fuiste.
Sacudo la cabeza, dolida por la traición.
—Pregúntale a ella —prácticamente les escupo.
—Permite que te lo diga de otra manera —añade Cormac en tono comedido—. Hazlo o le mataré ahora mismo y luego extraeré a tu preciosa hermana.
Uno de los guardias coge un grueso bate negro de cuya parte superior salen disparadas unas puntas de acero al presionar un botón. Lo sujeta sobre Jost. Le miro a los ojos y él sacude ligeramente la cabeza. Sin embargo, ya no somos los únicos implicados en esta historia. Tenemos que proteger a Amie y Sebrina.
La habitación entera debe de estar escuchando los desbocados latidos de mi corazón, pero hablo con calma, en un intento de permanecer tranquila.
—Está bien —me rindo.
Erik suelta mi brazo y me dirijo hacia el telar. Deslizo los dedos sobre el tejido y arrugo la frente.
—No es aquí —aseguro, ignorando a Loricel para dirigirme a Cormac.
—¿Qué quieres decir? —pregunta él—. Loricel, ¿dónde está?
Loricel frunce el ceño y se inclina hacia el telar.
—Debo de haberlo colocado en un lugar equivocado.
Cormac se aprieta el puente de la nariz y cierra los ojos con fuerza.
—Por esto —suspira— es por lo que te necesito, Adelice.
Masculla algo en voz baja que se parece mucho a «incompetencia» y le hace una seña a Maela para que se aproxime a él.
—Avisa al doctor Ellysen…
—Embajador, se ha marchado ya del complejo para descansar —Pryana, de pie junto a un panel comunicador, interrumpe la orden de Cormac y Maela le lanza una mirada furibunda.
—Entonces —responde bruscamente Cormac—, llámale y dile que organice el reprogramado. No voy a retrasar esto ni una hora más. Si no está dispuesta a hacer lo mejor para Arras, entonces no merece una segunda oportunidad.
—Sí, señor —contesta Pryana.
—Vamos a acabar con esto y a trasplantar sus habilidades todo a un tiempo. Y Pryana —añade él—, coméntale que se prepare para reprogramar a Adelice por la mañana.
Me vuelvo hacia él.
—¿A quién vas a reprogramar esta noche? —pregunto.
—Voy a echar de menos tu forma de ser —asegura Cormac.
Loricel se aclara la garganta con impaciencia.
—No merezco tus atenciones.
Clavo los ojos en ella. No es posible que Cormac tenga la intención de reprogramar a su única maestra de crewel.
—Oh, sí —exclama Loricel asintiendo con la cabeza—. Cormac cree que merece la pena perder su tiempo en reprogramarme.
—No voy a explicarte los complejos principios del reprogramado, vieja bruja…
—Mira quién habla —grita Loricel, irguiendo el cuerpo—. Al menos yo tengo un poco de dignidad.
—Ponedla bajo custodia —ordena Cormac, al tiempo que le da la espalda.
Uno de los guardias suelta a Jost y se dirige hacia Loricel; el otro deja el bate y rodea el cuello de Jost con el brazo.
—Es demasiado peligroso —le recuerdo a Cormac con voz desesperada—. ¿Qué harás sin ella?
—Te tendré a ti —responde impasible.
—Y si me pierdes a mí, ¿estás dispuesto a arriesgar Arras para mantener tu preciado control?
—Tenemos tiempo, y tu hermana estará lista antes de que las materias primas se agoten —dice, mirándome fijamente.
—Ella no puede tejer —respondo, sacudiendo la cabeza—. No te servirá de nada.
—Si tú has desarrollado la destreza, ella podría tener el gen recesivo. Nuestros científicos piensan que es posible acceder al gen latente y activarlo —hace una pausa para permitirme asimilar la información—. La he estado controlando. Será una sustituta adecuada para realizar todas las tareas que Arras demanda —Cormac me regala una sonrisa burlona, pero al lanzar su amenaza final se transforma en el gesto más malvado y cruel que jamás le había visto.
Lo siento como un puñetazo en el estómago. Aunque acceda a sus deseos, Amie sigue sin estar a salvo. Miro a Jost y sus ojos se encuentran con los míos. Incluso ahora, doblegado y herido, hay fuerza en su mirada. No se ha rendido, así que yo tampoco puedo.
Maela se dirige hacia el telar y, tras lanzar un rápido vistazo a Loricel, me sonríe. Se encuentra tan cerca de mí que su abundante perfume me produce náuseas.
—El doctor está en camino y Pryana va hacia la clínica. Y a mí me encantaría ocuparme de ese problema por ti —le dice a Cormac, señalando con la cabeza a Jost.
Descargo mi puño contra su mandíbula y me crujen los nudillos al golpear el hueso. Duele de un modo muy agradable.
—Por esto les dije que no estabas preparada, niñata —grita Maela, limpiándose la sangre del labio.
Escupe sus palabras cargadas de veneno y puedo sentir el odio en ellas. Alzo una ceja y ella me mira fijamente, pero Erik se adelanta y le agarra el brazo.
—Suéltame —exclama ella, liberándose de su mano—. Estás de su parte.
—Estoy evitando que cometas un error —le advierte Erik en voz baja.
—No me vengas con esas, Erik. ¿Crees que no sé que la estás ayudando? Al principio pensé, «déjale que se acueste con ella. Así solucionaremos ambos problemas». Confiaba en que arruinarías su vida —Maela se abalanza sobre él y se aferra al cuello de su camisa. Bajo la rabia, sus ojos reflejan las heridas provocadas por la traición.
Erik suelta los dedos de Maela y la empuja suavemente para alejarla de él.
—Ahora no es buen momento.
Maela se gira y me fulmina con la mirada por encima del telar.
—Estás jugando a un juego peligroso. ¿Piensas que puedes salvarle a él y a ti? Tu vida está acabada, Adelice. Has demostrado que jamás podrías asumir el control. No tienes suficientes agallas —brama—, o inteligencia.
Entonces se ríe, y es como si me hubiera inyectado algún tipo de estimulante, porque el tejido de la habitación aparece frente a mis ojos y, agarrando las hebras con la mano izquierda, lo desgarro en dos a mis pies. La habitación se parte por la mitad y Maela suelta un alarido al ver la grieta. Es una visión aterradora: un abismo negro surcado por luces brillantes y entrelazadas. La mayoría de las personas sentiría pánico al verlo. Saldrían corriendo. Palidecerían y se aplastarían contra la pared como Maela. Al contrario, Cormac parece sentir curiosidad, aunque permanece quieto. En silencio. Me gustaría que avanzara, y me imagino empujándole hacia un destino desconocido, pero es inteligente y se mantiene alerta. Y conserva la vida.
—Tal vez sea tonta… —prolongo la última palabra en un intento por captar la atención de Jost; quizá, si se fija bien, pueda prever mi próximo movimiento—, pero veamos si tú puedes hacer esto —reprendo a Maela.
Maela emite un débil sonido siseante, y me doy cuenta de que está conteniendo la histeria. Por un instante, parece que la he vuelto verdaderamente loca, pero Loricel interviene. Está al otro lado de la grieta y el guardia la ha soltado durante el momento de confusión. Veo que sus ojos se endurecen, con determinación. No hay ni un leve rastro de alegría o amistad en ellos. Aparecen fríos, fijos, verdes.
—Adelice, tú tienes el poder para detener esto —me recuerda.
—Lo sé —murmuro—. Solo que no puedo pensar en una buena razón para hacerlo.
—Sabes lo que sucederá —insiste Loricel, señalando hacia Jost—. ¿Le abandonarás aquí para que muera por ti? ¿Y qué pasará con tu hermana? ¿Y conmigo?
Estoy a punto de reírme, pero me doy cuenta de que está hablando en serio.
—Veamos. Puedo salvar a un hombre que se ha descubierto como traidor ante la Corporación. ¿Para qué? ¿Para que le torturen en busca de información? ¿Para que le mantengan vivo, pero agonizante, y mantenerme así a raya? ¡Tú lo sabes, Loricel! ¡Tú sabes de lo que son capaces! —estoy gritando, lo que provoca un temblor en la abertura. Maela se aprieta con más fuerza contra la pared.
»Pero Maela. ¿Es que tienes miedo de la niña mala? —me regodeo, sin esforzarme por ocultar el tono burlón de mi voz. De una forma o de otra, la farsa entre nosotras acaba esta noche. Podría también lanzarle algunos buenos golpes mientras pueda—. Voy a necesitar que relajes un poco el brazo que tienes alrededor de su cuello —ordeno al guardia que sujeta a Jost, estirando las manos como para destruir otra parte del delicado tapiz de la habitación.
El guardia me mira fijamente un instante; yo sostengo su mirada, sin parpadear, hasta que baja los brazos. Es una señal de derrota más clara que las de los demás. Me acerco a Jost, pero no alargo los brazos hacia él.
Loricel sigue pensativa, y sé por qué. Ella también tiene el poder necesario para cerrar la grieta. Esto plantea la cuestión de por qué no lo ha hecho todavía, y tengo que asumir que aún no ha elegido su bando.
—¿Qué les queda para mantenerte controlada? —le pregunto suavemente—. Van a matarte. Aún peor, van a aprovecharse de tu don.
Sonríe con tristeza y amargura, curvando su marchito labio inferior.
—No les queda nada.
—Lo sé —respondo—. ¿Y a ti?
Sus duros ojos se vuelven abrasadores, por un instante pierden la frialdad.
—Nos has colocado en una situación imposible.
—No es imposible —respondo quitándole importancia—. Solo desafiante. Nada es imposible para una maestra de crewel.
—Excepto la realidad —me recuerda.
—Excepto la realidad —repito. No estoy segura de lo que quiere decir, pero sé que es importante.
Y entonces lo veo claro. Nos resulta imposible controlar la realidad porque trabajamos desde dentro de Arras. Nuestro talento consiste en estirar y cambiar. Fuera de Arras, no somos nada. Solo creamos ilusiones, y el resplandeciente vacío que se abre ante nosotros es un mero fragmento de esa ilusión. Por debajo hay algo más, una realidad que solo yo puedo descubrir. Un lugar al que Cormac no osaría seguirme. La Tierra.
Pero no puedo abandonar a Jost. Ni a Loricel. Ni a mi hermana. Porque, aunque estoy segura de encontrar la vía de salida, ignoro si podría hallar la de regreso. Todos los ojos están sobre mí, esperando una respuesta.
—Ya basta —exclama Cormac—. Ya he soportado suficiente de este drama. Adelice, te guste o no, eres responsable de cada vida de Arras. Deja de comportarte como una niña mimada y arregla esto —está sorprendentemente tranquilo, pero sigue firme en su puesto, a una buena distancia del agujero.
—Ese es el problema —le digo—. Nos tratas como a niños. Pero yo sé la verdad.
—Ya no la necesitamos, Cormac —grita Maela—. Vamos a trasplantar las habilidades de Loricel y algunas de nosotras seríamos mucho mejores esposas.
—¿Como tú? —pregunta él con desdén.
Maela se repliega ante la dura contestación. En mi opinión, ni siquiera Maela merece tanta crueldad, pero es justo lo que necesito para colocarla donde quiero.
—Maela —digo con voz suave, cebando la trampa—, ¿sabes hacer algo que no sea mutilar un fragmento de tiempo?
Ella me fulmina con la mirada, apoyada firmemente contra la pared. A su lado, Erik se muestra irritado, pero se mantiene en silencio. Necesito que Maela se mueva, si quiero matar dos pájaros de un tiro. O al menos dejarlos sin sentido.
—¿Recuerdas aquella noche en el patio cuando me pillaste con Erik? —la provoco, pero sigue quieta.
Se pone tensa al recordarlo. Confío en que su carácter extremo juegue a mi favor al menos por una vez.
—Oh, venga. ¿Te gusta herir a los demás, pero no aceptas críticas? Sabes, no había pensado en él ni un instante antes de eso. Él me buscó.
Veo cómo Erik fija sus brillantes ojos primero en Maela y luego en mí. Trato de mantener mi atención en ella, porque sé que esta revelación va a ser dolorosa para Jost. Pero no tan dolorosa como la que acabo de tener. He descubierto por qué Erik está atrapado en medio de esta lucha, y no es por mí. La verdad ha estado siempre delante de mis ojos y yo me negué a verla, aunque ahora me resulta tan obvia que no puedo creer que los demás no se den cuenta. Debería haber sido suficiente con los ojos, pero había más pistas. Ambos proceden de una aldea pesquera. La expresión apenada que adquirían sus rostros cuando se veían. La aparente sensación de que se odian el uno al otro.
—Bueno, me alegro de que Erik me besara —afianzo un poco más los pies en el suelo—. Así me proporcionó algo con lo que comparar los besos de Jost.
Me arriesgo a mirar a Jost y a Erik. El desconcierto de Jost deja paso a una expresión que refleja que se siente traicionado, sin embargo Erik me observa, tratando de comprender lo que estoy diciendo.
—Hasta ahora no me había dado cuenta de lo similares que son vuestros ojos —les digo; la mirada de Erik muestra una ligera sorpresa cuando finalmente comprende—. Pero ha sido eso, y vuestra manera de besar, lo que me ha descubierto que sois hermanos.
Mis palabras resuenan en la estancia como una bomba, desgarrando las mentes de todos los que las han escuchado. Algún día le contaré a Jost que tenía que hacerlo para acosar a Maela, y me disculparé, pero ahora no hay tiempo. Maela reacciona de manera violenta y se abalanza sobre Erik por ocultarle esta información. Con su estatura, es imposible que pudiera hacerle daño, sin embargo he dejado un enorme agujero abierto en el centro de la habitación y se están tambaleando hacia él. El guardia, aturdido, se queda quieto y yo me atrevo a lanzar una breve mirada a Loricel. Su rostro lo dice todo: no intervendrá.
Me dirijo rápidamente hacia Jost y le agarro del brazo al tiempo que Maela empuja a Erik hacia la grieta. No emite ningún sonido mientras cae, aunque veo su boca abierta. Ella se bambolea al borde del abismo, pero no cae. Ya he perdido demasiado tiempo, y cada segundo cuenta. Por suerte, la paliza ha debilitado a Jost y no protesta cuando me lanzo con él al agujero que hay a nuestros pies. Tengo tiempo de ver cómo Loricel se adelanta y comienza a cerrar la grieta. Es rápida y sé que conseguirá terminarlo antes de que puedan detenerla, aunque lo pagará caro. Al final, me permitió elegir.
La luz dorada brilla y se resquebraja a nuestro alrededor, pero ignoro si es porque la grieta se está cerrando o porque caemos demasiado deprisa a través del tejido primario que separa Arras de la Tierra. Jost me ha rodeado la cintura con los brazos, en actitud protectora. Si siente dolor, en este momento es la menor de sus preocupaciones. Debe de confiar realmente en mí para no estar gritándome en el oído; o tal vez aquí no pueda escucharle, a pesar de nuestra proximidad. Mientras caemos, agarro una hebra y nos impulso con fuerza a través del áspero tejido, acercándonos así a Erik que parece demasiado lejano para alcanzarlo.
En teoría, podríamos estar cayendo eternamente, pero no estoy lo que se dice ansiosa por descubrirlo. No obstante, no puedo dejar aquí a Erik. Ha vuelto la cabeza y nos ha localizado. Al darse cuenta de mi intención, voltea su cuerpo de modo que cae de espalda, mirándonos y observando mi avance. Y entonces sucede algo sorprendente. Tal vez por la textura rugosa y áspera de este tejido o porque, como yo, puede ver las hebras, extiende las manos y trata de agarrarlas hasta que coge una. Sigue cayendo, pero más despacio.
Jost vence su peso sobre mí, obligándonos a acelerar hasta que puede alargar el brazo que tiene libre y aferra la mano extendida de su hermano.
Sería un momento maravilloso, si no estuviéramos atrapados en una especie de vacío entre dos mundos. Al menos tengo un plan —gracias a Loricel—. Bueno, una idea en realidad, y solo puedo esperar que funcione. Ahora que Jost y Erik están a salvo y bajo mi control, suelto la hebra y nos deslizamos más deprisa a lo largo del manto. Cuando golpeamos las hebras, saltan chispas y se deshilachan pedazos. Me puedo imaginar el daño que estamos provocando. Es el tipo de arreglo para el que necesitarán una maestra de crewel. Tal vez Loricel gane algo de tiempo con esto, aunque no sé con seguridad si estaré haciéndole un favor.
La mano de Jost permanece firmemente agarrada a la de Erik, y su brazo continúa alrededor de mi cintura. Tengo las manos libres, así que las introduzco entre las hebras y las desgarro con todas mis fuerzas, hurgando con los dedos bajo el grueso tejido que hay por debajo de Arras hasta que mis manos notan algo fresco. Aire nocturno. Las hebras del tejido primario son gruesas y están tejidas muy apretadas, así que introducir una mano a través de ellas resulta agotador, sin embargo noto una extraña sensación de triunfo cuando me doy cuenta de que hemos detenido nuestra caída.
Por supuesto, ahora estamos flotando en un enorme vacío, así que será mejor no alardear. Nos encontramos fuera de la realidad de Arras y sus leyes físicas y, para ser sincera, no tengo ni idea de lo que nos espera en la superficie de la Tierra. Si Loricel está en lo cierto y no queda nada, estamos todos muertos. No sé si estoy preparada para afrontar esa posibilidad, pero me gusta incluso menos la idea de consumirme poco a poco mientras caemos entre hebras de tiempo.
Tal vez Jost y Erik quieran saber lo que estoy haciendo, sin embargo no lo preguntan. Aunque aquí no pueda escucharlos, vería el movimiento de sus bocas, pero mantienen los labios apretados. De momento, parecen decididos a permitir que continúe con la manipulación de las hebras y a ignorarse el uno al otro. A pesar del amor fraternal que pudiera existir entre ellos, no parecen exactamente emocionados por su encuentro. Pero no hay tiempo para distracciones. Aparto estas preocupaciones de mi mente y me esfuerzo en abrir una nueva grieta. Cuando es lo bastante grande para introducir un brazo, se me ocurre que sería buena idea asomar la cabeza y echar un vistazo. Después de todo, no quiero que caigamos en medio de un océano.
Apenas percibo el grito de protesta de uno de los chicos cuando meto la cabeza a través de las hebras desplazadas. Está oscuro. Una enorme luna llena lanza un débil resplandor sobre los misteriosos objetos que hay a mi alrededor. Estoy colgando sobre una calle flanqueada por una hilera de edificios. La luz rebota contra la oscuridad y, a lo lejos, se difumina en un titilante resplandor dorado. La quietud otorga al paisaje una sensación de irrealidad. Otra ilusión. Pero, como para contradecirme, una suave brisa acaricia mi cara y mueve mi pelo. La escena permanece casi quieta, pero cuando mis ojos se adaptan, distingo los desperdicios que el viento mueve al otro lado de la carretera. Escucho el roce del papel sobre el cemento.
La buena noticia es que no estamos suspendidos sobre un océano y la mala, que no tengo ni idea de dónde nos encontramos ni de lo que nos depara este mundo —la Tierra—. No lo imaginaba tan desolado, aunque este pensamiento resulta estúpido porque sé que no queda ningún superviviente en esta capa. Pero hay cobijo y, si tenemos suerte, tal vez comida. Supongo que pensé que alguien más podría haber escapado, pero ¿cómo, sin una maestra de crewel?
¿Sin mí?
A pesar de todo, es la mejor opción que tenemos. Podría intentar abrir una grieta que nos devolviera a Arras, pero eso sería incluso más peligroso. Puede que Loricel nos haya ayudado a escapar, pero si regresáramos, seguramente no podría protegernos. Ni siquiera sé si seguirá viva, y estarán buscando nuestras secuencias de identidad personal en el tejido. No, no es seguro regresar, así que esta es la única posibilidad. Saco la cabeza del tejido abierto y empiezo a trabajar con mayor rapidez, más confiada ahora que sé que estaremos seguros cuando la entrada sea lo bastante grande. No me molesto en mirar a Jost o a Erik. Tendré que enfrentarme al drama después. Ahora mismo, tengo una tarea que realizar.
El tacto del tiempo es más rugoso en el tejido primario y mis dedos llenos de cicatrices no tardan en sentir el cansancio, a pesar de las callosas yemas que me regaló Maela. Tengo otras dos vidas a mi cargo y necesito con todas mis fuerzas pasar al otro lado para pensar qué hacer con Sebrina y Amie, así que hago caso omiso al dolor de mis manos. Están en peligro cada segundo que perdemos fuera de la superficie y, al contrario que en los momentos paralelos que tejí dentro del coventri, el tiempo continuará avanzando en ambas realidades.
Cuando por fin logro abrir un hueco suficientemente ancho, hago gestos exagerados para indicar a mis compañeros que debemos atravesarlo. Jost mueve la boca y entrecierra los ojos con preocupación. Sacudo la cabeza para indicarle que no le oigo y alargo mi mano libre para animarle a entrar. Su boca forma una palabra bastante fácil de entender: no. De acuerdo. Tarde o temprano querrá atravesar la grieta. Por supuesto, si le suelto, empezará a caer de nuevo y probablemente nunca vuelva a encontrar este espacio abierto. Me doy cuenta de que me estoy mordiendo el interior de la mejilla, y entonces Erik se impulsa con impaciencia hacia la abertura. Su brazo izquierdo continúa en mi cintura y me arrastra con él, como si estuviera nadando en el aire. Cuando introduce en el agujero el brazo que tiene libre, me suelta y se impulsa hacia delante, hasta desaparecer por completo. Me vuelvo hacia Jost y alzo las cejas. Aprieta su brazo en torno a mí y frunce el ceño, pero parece darse cuenta de que cualquier cosa es mejor que quedar atrapado en este espacio intermedio. Avanzando más despacio que su hermano, me empuja con suavidad hasta que estamos en la boca de la abertura. Me mira para tranquilizarse, toma aire y nos arrastra a los dos. Aterrizamos en un montón de cemento quebradizo; parece los restos de una carretera. Aparentemente mi agujero no estaba alineado con el suelo del mundo real, pero no ha estado tan mal. Podríamos haber caído desde mucho más arriba.
—Pensé que tal vez me habíais abandonado —nos grita Erik. Su voz, por lo general burlona, suena inexpresiva. Ha llegado ya al borde de las ruinas, y no se detiene a esperarnos.
—Sigue soñando —le contesta Jost con un gruñido.
Y ahí está. Las primeras palabras que se han dirigido como hermanos delante de mí. El intercambio añade frialdad al gélido aire nocturno. Erik sigue avanzando hasta que solo veo su silueta a la luz de la luna. Le contemplamos abriéndose camino por la ciudad, más allá de nosotros; Jost me rodea con el brazo.
Tiemblo bajo su abrazo, mientras contemplo los restos abandonados de la Tierra. Parece que el tiempo no avanza y a mi alrededor distingo signos de deterioro —la erosión natural de un lugar abandonado por los hombres—. Nos encontramos en un instante suspendido al borde de la posibilidad y la perdición. Pero antes de que pueda alargar los brazos para romper su misterioso amarradero, aparece en el horizonte un objeto hinchado, una embarcación que surca el aire a poca altura, y lanza un intenso haz de luz, como si nos diera la bienvenida a casa.