DIECINUEVE

Las hebras de luz que se entrelazan en el vacío me fascinan. He encontrado la grieta en la pantalla de Loricel y la he abierto. Mantengo el brazo derecho pegado al cuerpo y mis dedos ansían estirarse y descubrir el tacto del grueso y áspero tejido. Me obligo a mantener las manos alejadas de la brecha. Esta habitación ubicada en una apartada torre, donde podemos convocar cualquier lugar de Arras ante nosotras, es el único lugar que parece real.

—Podrías permanecer ahí para siempre —dice Loricel a mi espalda.

El taller estaba vacío cuando llegué, pero sabía que ella no tardaría en regresar. Ahora que ha vuelto, me habría gustado disponer de más tiempo para contemplar la fisura en solitario. De haber sido así, tal vez habría cruzado la línea y tocado la tosca materia prima que se hincha entre la Tierra y Arras.

Loricel se coloca junto a mí.

—Es difícil de entender, ¿verdad?

—Lo veo —digo yo—, pero parece otra ilusión… Tengo ganas de tocarlo.

—Como si tus manos se sintieran físicamente atraídas hacia ello —añade.

—¿A ti también te sucede?

—Sí.

—¿Lo has tocado?

—No —su voz refleja la firmeza de la resignación—. Supongo que no quiero saber lo que sucede. Mientras no lo toque, existen varias posibilidades. Tal vez su poder sea mayor que el mío, o tal vez pudiera manipular la materia prima como hago con el tejido de Arras. No sé cuál de las dos opciones prefiero, así que mantengo los dedos alejados.

—¿Cuándo lo viste por primera vez? —pregunto.

—Kinsey, mi predecesora, me lo mostró —responde, ladeando la cabeza y mirándome con los ojos entrecerrados.

—¿Y todos estos años? Nunca…

—Tal vez sea una cobarde.

—No —sacudo la cabeza—. Es más duro no tocarlo. Yo lo deseo intensamente. Es una compulsión. Admiro tu capacidad para contenerte durante tanto tiempo.

Loricel resopla.

—Tal vez lo haga antes de morir.

Lanzo un hondo suspiro y me dispongo a cerrar la brecha. Me arden las yemas de los dedos cuando están a punto de rozar la materia prima mientras reparo el agujero; es la sensación más intensa que he notado en ellas durante semanas.

—¿Lo sientes? —pregunta Loricel.

—Late. Tiene fuerza —respondo en voz baja.

—Porque está lleno de vida —dice ella—. Sé que te resulta difícil de aceptar.

—¿Cómo cierras los ojos una vez que los has abierto? —le pregunto, ansiosa por descubrir cómo se ha contenido a lo largo de los años.

—Igual que haces por la noche —me explica—. Trabajas en el telar hasta que estás demasiado cansada para continuar y entonces tus ojos se cierran de forma natural.

—¿Por eso has rechazado la renovación?

—Sí, y sé que debe de parecerte increíblemente injusto. Que yo me marche y te deje al cargo, pero…

—No tienes que justificarte —la interrumpo. Incluso ahora siento la carga del tejido primario sobre mí, así que no puedo ni imaginar lo que será para ella.

—No podría dejarlo —continúa— sin tener una verdadera maestra de crewel que continuara mi trabajo. Adelice, debes conocer mis sentimientos hacia la Corporación. Hacia Cormac, Maela y sus marionetas. Pero esa pulsión que sientes, esa corriente eléctrica, no tiene nada que ver con ellos.

Mientras Loricel habla, noto pinchazos en los dedos que me recuerdan cuánto deseo tocar la materia prima, pero lucho con todas mis fuerzas para empujar esa sensación hacia lo más profundo de mi ser.

—Nosotras no hacemos esto para ellos.

—No —confirma—. Lo hacemos a pesar de ellos.

—¿Seguirán vigilándome? —pregunto.

—A mí no dejaron de controlarme hasta que tuve setenta años —responde ella—. Cormac tiene muchos defectos, pero fue el primero en darse cuenta de que yo no suponía una amenaza para Arras.

—Supongo que me queda una larga espera.

Cincuenta y cuatro años.

Loricel abre la boca, pero cierra de nuevo sus labios marchitos.

—¿Qué sucede? —pregunto, escrutando la habitación—. ¿Nos están vigilando ahora?

—Las ilusiones de esta habitación son demasiado complejas para rastrearlas.

De repente comprendo que no está segura de si debería contarme toda la verdad, porque tal vez me resulte demasiado duro vivir con ello. Loricel tiene que asegurarse de que Arras dispone de una maestra de crewel antes de su muerte, y si yo me marcho, será imposible.

—Tienes que entender mi dilema —dice por fin—. Este mundo es toda mi vida. Le he entregado todo.

—Creo que sé a lo que te refieres —respondo.

—Ojalá pudieras. Pero hasta que no has entregado tu vida, luchado contra la naturaleza humana y manipulado la materia durante décadas, es imposible. Sería pedir demasiado a una persona —las arrugas de su rostro se vuelven más profundas mientras habla, como si el peso de los años tirara de su piel.

—Pero si yo no…

—Entonces se desvanecerá.

Mis ojos se quedan fijos en el suelo y respiro hondo para tomar fuerzas.

—Entonces, ¿no te quedarás, aunque yo me marche?

—No —me confirma—. Mi momento ha pasado. Ahora te toca a ti. Por supuesto, espero que te quedes. Creo que sientes la pulsión y comprendes su importancia.

—¿Cuánto tiempo sobreviviría Arras sin una maestra de crewel?

—Disponen de suficiente material almacenado para una década. Tal vez —responde—. Pero sería un caos, un apocalipsis prolongado. Y para entonces Cormac estará al cargo.

—¿Del coventri? —pregunto—. Él actúa como si ya fuera así.

—Ahora supervisa el coventri, pero no tardará en ser elegido primer ministro de Arras.

—Controlará todo —susurro.

—Excepto a ti. Si te quedas.

Tomo asiento en un diván de terciopelo, asimilando esta revelación.

—Bueno, no tienes por qué preocuparte. Mi hermana está aquí. No la abandonaré.

—Ese es el problema —dice Loricel—. Quiero que tomes una decisión meditada. ¿Conoces la nueva técnica de reprogramado?

—Hablaron de ella en el discurso del estado de la Corporación. El otro día me cartografiaron el cerebro —le cuento.

—Cormac nos ha cartografiado a todas…

—¿Incluso a ti?

Asiente con la cabeza.

—Asegura que están intentando descubrir por qué algunas niñas tienen la capacidad de ver y tocar el tejido y otras no. Él está especialmente interesado en saber por qué la mayoría de los hombres no pueden verlo.

—¿La mayoría? —recuerdo que ella piensa que algunos hombres podrían ser capaces de tejer.

—La mayoría no puede. Existen rumores de departamentos en los que los hombres manipulan el tejido, pero la Corporación siempre lo niega.

—¿Tú crees que los hay? —pregunto, mientras advierto que finalmente el relato me ha enganchado.

—Sin duda. El coventri es simplemente la cara visible de la Corporación. Lo que nosotras hacemos es importante, pero hay muchos más trabajando.

Me cuesta imaginar a alguien más poderoso que Loricel.

—¿Más importantes que tú?

—Mi habilidad, nuestra habilidad —se corrige—, es necesaria para aprovechar las actuales materias primas. De otro modo, Arras se resquebrajaría y se desmoronaría desde dentro. Además, necesitan a las hilanderas para los añadidos y el mantenimiento, pero nuestra valía acaba ahí.

—Pero aun así nos necesitan —solo en el Coventri Oeste cien chicas y mujeres trabajan por turnos durante todo el día. No hay manera de que Arras sobreviviese sin las hilanderas.

—Sí, pero si pudieran imitar nuestra destreza, ya no sería así.

—Por eso me están cartografiando el cerebro —susurro.

—Todavía no lo han conseguido —dice ella—, pero el ritmo al que están desarrollando las técnicas de manipulación me preocupa. No tardarán mucho.

—No puedo permitir que me cartografíen de nuevo —exclamo, cerrando el puño sobre mi regazo.

—No te pedirán permiso —responde ella con una sonrisa irónica—. Además, ya tienen programada tu próxima cita.

—¿Es que ahora Cormac se comunica a través de ti?

—No, mi tarea es mentirte. Cormac supone que no te diré la verdad, ya que piensa que antepondré Arras a ti —hace una pausa y estudia mi rostro un instante—. Porque hasta ahora siempre lo había hecho.

—¿Siempre? —pregunto.

—No me corresponde decidir por ti, sobre todo si tengo en cuenta lo que tienen planeado —Loricel baja los ojos al suelo y cuando los alza de nuevo, fija la mirada en mí y en las paredes del taller.

—No es necesario que me digas lo que tienen preparado —le digo—. Soy más inteligente de lo que parezco.

Se ríe, pero el regocijo desaparece por completo de su rostro.

—Van a cartografiarte de nuevo cuando acudas a la evaluación —sus palabras suenan apresuradas, como si les hubiera resultado difícil escapar.

—Entiendo —murmuro.

—No, no lo entiendes —añade a toda prisa—. Luego planean reprogramarte.

Pienso en las mezquinas mujeres que acudieron al baile del estado de la Corporación, emocionadas ante la posibilidad de reprogramar a sus hijos; estaban entusiasmadas de volverlos más obedientes. Contengo el grito de enfado que amenaza con abandonar mi garganta, y que seguramente alertaría al guardia. ¿Cómo se atreven?

—Pueden estudiarme todo lo que quieran —exclamo.

—Al final encontrarán la respuesta…

—Y entonces por fin podrán matarme —el corazón ya no me da un vuelco cuando hablo de mi propia muerte. Su inevitabilidad es otra realidad de mi nueva vida aquí. Supongo que me estoy adaptando bien a la idea.

—Tal vez, pero tendrán que reprogramarte primero, para volverte dócil.

—No creo que avancen tanto como para conseguir que sea dócil —pronuncio la última palabra con intensa rabia.

—Ya viste lo lejos que Cormac estuvo dispuesto a llegar con Enora —dice Loricel.

—¿Por qué crees que Enora fue la primera en la que probaron el reprogramado? ¿Por su relación con Valery? —conjeturo.

—La condena de su relación fue una treta —dice Loricel—. Les proporcionó una excusa sencilla para experimentar con ella.

—¿Sabía ella lo que planeaban hacerle? —pregunto.

—Lo ignoro. Se la llevaron por la noche y no me lo notificaron.

Siempre acuden por la noche.

Aunque gran parte de lo que Loricel me está contando es mera conjetura, hay un amargo regusto de verdad en todo ello. Será mejor que me prepare.

—¿Cuánto tiempo tengo?

—Aún están realizando pruebas —me asegura—. Para serte sincera, el suicidio de Enora los ha puesto nerviosos. A Cormac le preocupa que tú también te vuelvas inestable.

—¿Cuánto tiempo?

—Una semana —responde ella—, como mucho.

Me pongo en pie, me acerco a la pared y deslizo los dedos sobre la apacible vista del océano en calma. Al tocarla, la imagen ondea, se distorsiona y se enfoca de nuevo. Sigue siendo la misma panorámica, pero ahora con una sombra donde mi mano la interrumpió.

—No hay ningún sitio donde escapar —le digo.

—Lo sé.

—Enora lo sabía —me vuelvo para mirarla—. Por eso se suicidó.

Loricel suspira.

—Enora estaba confusa, Adelice.

—Porque jugaron con ella —exclamo, sacudiendo la cabeza—. Estaba perdida. Lo noté la última vez que hablamos, pero no sabía lo que le habían hecho.

—No habrías podido evitarlo —asegura Loricel.

—Sí habría podido. Me he estado enfrentando a ellos desde que llegaron a mi casa. Si hubiera accedido a venir de buen grado, mis padres seguirían vivos y Amie se encontraría a salvo. No se habría descubierto el secreto de Enora y Valery. Ella y Valery…

—Estarían viviendo una vida a medias —me interrumpe Loricel—. No sobrestimes tu culpabilidad. La muerte es el único escape que tenemos.

—Pero eso es lo que no entiendo —admito—. Maela me dijo que no había forma de escapar, ni siquiera con la muerte.

Loricel aprieta los labios.

—Ignoro a qué se refería Maela exactamente. Su ambición la ha convertido en una mujer poderosa y por ello, sabe mucho más que el resto de nosotras sobre las actividades secretas de la Corporación.

—¿Qué sucede con las personas que mueren antes de que sus hebras sean extraídas?

—Ocurre tan pocas veces…

—Pero ocurre —insisto.

—De vez en cuando. En esas ocasiones, retiramos los restos del hilo —me explica.

—¿Los restos? —recuerdo los cabos fuertemente enlazados que forman cada hilo.

—Cuando alguien muere antes de que la solicitud de extracción se complete, parte de su hebra… —Loricel hace una pausa y me mira a los ojos— desaparece.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.

—¿Dónde va?

—No están seguros. Por eso se esmeran tanto en retirar ellos mismos las hebras débiles. Y por eso capturan a los enemigos o los arrancan del tejido directamente. La Corporación quiere controlar las hebras que se retiran.

Miles de preguntas se amontonan en mi mente, amenazando con derramarse todas a la vez. Son muchos asuntos que considerar —conspiraciones y reprogramado—. Respiro hondo y decido qué pregunta hacer primero, antes que las demás.

—¿Por qué les preocupa lo que les suceda a los hilos retirados?

Loricel se encoge de hombros.

—No lo sé.

—Entonces, ¿a quién le preocupa lo que ocurre con las partes que desaparecen?

—Cuando yo llegué al coventri, no se realizaban extracciones preventivas. Simplemente arreglábamos el tejido y retirábamos los restos. Hace unos cincuenta años, eso cambió —me explica.

—¿Qué piensas que sucedió? —pregunto. No sé si creerme todo lo que Loricel me contó sobre la Tierra y el origen de Arras, pero aun así, ella sabe más que nadie.

—Creo que parte del hilo que desaparece regresa a Arras.

—¿Al tejido? Pero ¿no nos proporcionaría eso nueva materia prima? —pregunto.

—En teoría —su voz adquiere un toque de desconfianza—, podría reforzar Arras.

—Entonces, ¿por qué retirarlos de manera preventiva? ¿Por qué no aprovecharlos?

—La Corporación no confía en lo que no comprende. Permitir la marcha de esas personas es un acto de fe que no son capaces de realizar.

Sé que tiene razón, pero sigo sin comprender los motivos exactos de la Corporación para realizar extracciones preventivas, y creo que Loricel tampoco. Se trata de algo más que control.

—No entiendo por qué no nos hablan de la Tierra o de los restos de las hebras. Tiene que haber alguna razón por la que quieran mantenernos en la ignorancia. Incluso tú has considerado que era suficientemente importante como para contármelo —señalo.

—Algunas cosas no deberían olvidarse.

—Los recuerdos nunca son inútiles —añado, recordando la sonrisa reposada y sabia de mi madre cada vez que me decía estas mismas palabras cuando era una niña. Deslizo los dedos sobre la marca de mi muñeca.

—Es importante que entiendas de dónde venimos, Adelice. Especialmente si vas a ayudar en las tareas de prospección —continúa ella—. Los recursos de la Tierra no pueden durar para siempre, sobre todo si la Corporación trata de sacarlos sin el apoyo de una maestra de crewel. Pero nada les impedirá intentarlo, aunque no tengan a nadie capaz de ver las materias primas.

—Espera, si estamos extrayendo el material de la superficie —exclamo con los ojos muy abiertos—, entonces ¡la Tierra está congelada!

Loricel ladea la cabeza y me mira pensativa.

—Así que has descubierto la distorsión.

Distorsión —es la palabra perfecta para definirlo—. Los instantes que creé en mi habitación no estaban congelados, sino distorsionados. Respiro hondo y le revelo mi secreto: que soy capaz de manipular las hebras del tiempo sin un telar. Le cuento incluso lo de los momentos paralelos que tejí, pero dejando a Jost fuera de la historia.

—Sí —afirma Loricel—. Sabía que podías hacerlo, pero no tenía ni idea de que lo hubieras descubierto.

—Fue cuestión de suerte —confieso. Al momento retrocedo a los instantes robados que he compartido con Jost en mi habitación. Aparto la mirada para que no perciba mi rubor.

—¿Empiezas con la mano izquierda? —me pregunta.

Hago una pausa y medito su pregunta.

—Sinceramente, no lo sé. En el telar nos enseñaron a empezar a trabajar con la derecha, así que creo que no. ¿Hay alguna diferencia?

—Tú eres zurda —dice ella—. Las maestras de crewel siempre lo son. De ese modo el avance continuo del tiempo no limita nuestros movimientos. Es lo que nos ayuda a atraparlo.

—¿Debería utilizar siempre la mano izquierda? —pregunto, flexionando los dedos de esa mano y contemplándolos con asombro.

—No —Loricel sacude la cabeza—. Es muy poderoso. Hasta que hayas perfeccionado tu destreza resulta mucho más seguro distorsionar con la mano derecha, o con ambas manos al mismo tiempo. El hecho de que puedas distorsionar sin empezar con la mano izquierda es impresionante. Pero ten cuidado.

—De acuerdo —digo, respirando hondo.

—Hay algo más que debes comprender sobre la distorsión —me explica, alzando una mano en señal de advertencia—. Es cierto que detiene el tiempo a tu alrededor, pero también te ubica en una nueva línea temporal. Dentro de la distorsión, puedes vivir una vida entera.

—¿Puedo morir dentro de ella? —pregunto. ¿Qué sería mejor, consumirme poco a poco junto a Jost o un reprogramado rápido e indoloro? De todos modos, acabaría muerta.

—Sí.

—¿Y moriría en todos los planos, en la distorsión y en el mundo real?

—Sí —responde Loricel con rotundidad.

—Pero el mundo exterior —me mordisqueo el labio al concentrarme— se queda detenido en ese instante.

—Eso es lo que debes comprender —dice Loricel, inclinándose hacia mí—. Solo está detenido el instante donde has agarrado el tiempo. Esencialmente has creado un campo de seguridad. A su alrededor, el tiempo y la materia permanecen congelados y nadie puede acceder a él. Pero solo en la zona inmediata al lugar en el que has distorsionado el tejido.

—Fuera de ahí, ¿el tiempo sigue avanzando?

—Sí. Y al final la Corporación lograría atravesar la distorsión, aunque tardarían un tiempo.

Es una advertencia para no confiar en exceso en mi pequeña burbuja de felicidad. Solo puede protegerme durante un cierto plazo, y sin duda no lo suficiente para que suponga una diferencia.

—¿Es posible retroceder por la línea temporal de la distorsión? —pregunto con la voz llena de esperanza.

—Ya conoces la respuesta —responde, mientras sacude la cabeza con tristeza—. Es imposible regresar al pasado. Podemos recoger el tiempo y detenerlo en los yacimientos mineros, pero las líneas temporales siempre avanzan hacia delante.

—Entonces, ¿la Tierra? —me apresuro a decir.

Se recuesta sobre su asiento y junta las manos sobre su regazo.

—Hay puntos muertos en las zonas mineras donde se encuentran los coventris. Ahí es donde capturamos el tiempo y los elementos para Arras. Las taladradoras crean en esos lugares distorsiones que congelan la Tierra en torno a ellas.

—Pero fuera de las zonas distorsionadas, ¿sigue intacta? ¡Podría haber personas todavía!

—Lo dudo —responde con cierta tristeza—. Las únicas personas que quedaron en la Tierra estaban empeñadas en su destrucción.

Frunzo el ceño y contemplo cómo se extiende Arras a mi alrededor en la ilusión de la pared. ¿Qué hay por debajo?

—Sabes, le prometí a Enora que no le contaría a nadie que puedo tejer sin telar —le confieso.

Loricel me regala una sonrisa desconsolada.

—Te estaba protegiendo. Sabía que te señalaría como maestra de crewel, pero deberías haber sabido que la Corporación estaba al tanto de tu talento.

—No quería preocuparla —admito—. Y creí que si fingía no poder hacerlo, tal vez ellos pensarían que habían cometido un error.

—Tu mentora actuó lo mejor que pudo dada la situación, igual que tú.

La bondadosa y protectora Enora. Solo una cosa de las que he descubierto hoy me consuela.

—Entonces, Enora —digo lentamente— fue reabsorbida por el tejido.

—Parte de ella sí —responde Loricel.

Una parte de Enora escapó. Este pensamiento me anima a sonreír.

—Adelice —continúa Loricel, interrumpiendo mis pensamientos—, te dijo Enora algo antes de…

—No —me concentro en el recuerdo de nuestro último encuentro, al tiempo que repaso la conversación para mí—. No obstante, actuó de forma extraña. Me di cuenta de que algo había cambiado.

—Cormac está obsesionado con la razón que la empujó a hacerlo —confiesa Loricel—. No puede confirmar si el suicidio lo provocó el reprogramado o la culpa que sentía por su relación con Valery.

—¿Por eso extrajeron a Valery?

—Cormac estaba furioso —me explica—. El reprogramado debería haber cambiado la personalidad de Enora, pero Valery logró llegar hasta ella. Cormac la culpó de la confusión de Enora, aunque no está seguro de qué fue lo que provocó su reacción.

—Entonces Pryana se chivó —es la única manera de que Cormac se enterara de que Valery se había acercado a Enora después del reprogramado. Su mirada petulante durante la cena me debería haber avisado—. Supongo que la venganza es más importante que la vida de una persona.

—Tampoco pases por alto el poder que tienen las obsesiones. Si esa chica fue educada para convertirse en una candidata ideal, probablemente se haya tragado todas las tonterías que la Corporación les vende a los ciudadanos —sugiere Loricel.

—Eso ya no importa —digo yo—. Pryana y Valery fueron simples peones en manos de Cormac y Maela. Ellos le hicieron esto a Enora —y pagarán por ello, añado en silencio.

Loricel se inclina hacia delante y toma mi mano.

—Es imposible saber exactamente lo que sucedió porque no hemos encontrado ninguna prueba. Ni una nota. Ni un diario. Nada.

—Estás insinuando que alguien más…

—No —exclama—, Enora se quitó ella misma la vida. Su cartografiado inicial mostró que se encontraba inmersa en un conflicto, sus pensamientos estaban desequilibrados, pero ninguna de sus respuestas insinuó tendencias suicidas.

—Normal —respondo, soltando la mano de Loricel—. Estaba viviendo una mentira.

—Tal vez, pero, por desgracia, no dejó nada. No podemos preguntar a Valery, así que si no te contó nada a ti —Loricel hace una pausa intencionada, como si esperara que la contradijera—, nunca lo sabremos.

Aunque le esté diciendo la verdad, la mirada de Loricel es tan penetrante que empiezo a sentirme culpable. Me recuesto sobre el diván y aprieto los labios, tratando de pensar una manera de cambiar de tema.

—Entonces, ¿me vas a instruir? —pregunto.

—Tú no necesitas instrucción —responde ella.

—Pero tú dijiste…

—Estaba ganando tiempo a tu favor —su profunda mirada se tiñe de exasperación.

Solo hace que me sienta peor. Loricel está dándolo todo por Arras, pero yo soy tan egoísta que ella ni siquiera espera que me sacrifique. Lo único que se me ocurre decir es gracias.

—Ahora vete a emplearlo —exclama, ahuyentándome del taller.

Salgo de la torre y paso junto al guardia. Me mira con atención, del modo en que los hombres observan a un alfeñique. Lo último que necesito es que me pida un escolta.

—Loricel me ha enviado a buscar algo en los talleres inferiores —miento.

Por la manera en que entrecierra los ojos, estoy segura de que no me cree, pero me deja marchar.

Vuelvo a toda prisa a mi habitación antes de que alguien pueda alcanzarme. Tal vez Loricel piense que Cormac no es responsable de la muerte de Enora, pero yo vi lo que le hizo. Aunque se sintiera atrapada aquí, no estaba desesperada. Parecía feliz escogiendo obsesivamente cada conjunto que yo me ponía, incluidos los zapatos. Y se mostraba tan protectora conmigo. Se preocupaba demasiado por mí como para abandonarme sin más. Incluso se molestó en conseguirme un digiarchivo cuando hice el viaje por Arras, y me advirtió sobre Erik.

¡El digiarchivo!

De repente el ascensor parece reducir la velocidad y los botones de cada planta se iluminan a cámara lenta. Quedan cinco. Cuatro. ¡Odio vivir tan arriba! En cuanto las puertas se abren, salgo como un rayo. El digiarchivo descansa seguro bajo mi almohada; lo cojo.

Deslizo los dedos por la pantalla y abro frenéticamente carpetas y programas. Hay juegos. Catálogos. Una aplicación que me conecta con la programación diaria del tiempo en cada sector. No hay nada. Fue solo un regalo.

Resulta estúpido sentirse tan decepcionada. La insistencia de Loricel me empujó a creer que Enora se preocupaba lo suficiente para —no sé— explicarme por qué, o al menos despedirse o algo así.

—No puede ser —mascullo. Erik y Jost se sorprendieron tanto al verme con este chisme durante el viaje; eso debe significar algo. Ojalá pudiera acudir a Jost en este instante y preguntarle por qué actuaron de aquel modo, pero eso llamaría la atención.

Tomo de nuevo el digiarchivo y empiezo a rebuscar entre los programas con más detenimiento. «Programa de meteorología».

Recuerdo la primera vez que vi a Enora, cuando me pilló tejiendo una tormenta. Al repasar la aplicación, encuentro un archivo denominado «Precipitaciones». El resto del programa está organizado por fecha y mes. Pulso sobre el archivo y espero a que se cargue, con el corazón desbocado ante la posibilidad de encontrar respuestas o información. Aunque sea una simple despedida.

Dentro hay otro archivo identificado como «Tormenta». Lo abro y aparecen una docena de archivos menores. El primero indica: «Para Adelice».