Enora huye rápidamente por el pasillo hacia la escalera del fondo, que rara vez se utiliza. Valery se gira sobre sus tacones y abre la boca, pero no dice nada. Nos miramos la una a la otra. Me cuesta creerlo. Valery y Enora. No es que me parezca mal, solo diferente. Además, una pequeña parte de mí se siente traicionada, como si debiera haber sabido que las dos personas más cercanas a mí compartían este secreto. La injusticia de tal pensamiento me obliga a apartar la mirada, avergonzada. ¿Quién soy yo para juzgarlas? Yo tampoco he sido muy honesta respecto a Jost.
Soy yo quien rompe el silencio.
—¿Es por esto por lo que está actuando de forma extraña?
—No —responde Valery, sacudiendo apenas la cabeza—. Esto no tiene nada que ver con su comportamiento.
Hago una pausa y luego respiro hondo.
—Vamos. No conviene que nos quedemos aquí. Además, hacía horas que te esperaba para que me arreglaras el pelo.
Si Valery está desconcertada, no lo demuestra. Simplemente me acompaña hasta la puerta. Mientras la abro, veo que mira hacia la salida que da a la escalera. Tiro de su brazo para animarla a entrar en mi habitación.
En el baño abro el grifo, como Jost me enseñó hace semanas. Valery empieza a reunir su material de trabajo: un mandil, champús y tónicos capilares. Le quito todo de las manos y la empujo hacia la silla de maquillaje. Me apoyo contra la pared y la observo. Valery. La amable y silenciosa Valery. Se parece mucho a Enora.
—No tienes que contarme nada —le digo.
—Es una larga historia —responde con amargura.
—Hay muchas de esas por aquí. Oye, no puedo decirte lo que hará Pryana, pero tu vida no es asunto mío.
—Oh, ellos ya lo saben —me asegura Valery. Le tiembla la voz, pero mantiene la barbilla alta—. Por eso Enora está rara.
—¿Le preocupa que la echen?
—En absoluto. Actúa de manera distinta desde que la cartografiaron. Está… distante.
Sé exactamente a qué se refiere.
—Lo había notado. Apenas me contó nada de ello.
—Fue dos veces.
¿Dos veces? Un escalofrío me recorre la espalda.
—Y estás segura de que el coventri sabía que vosotras dos… —ni siquiera sé cómo definirlo.
—¿Teníamos una relación? —sugiere—. Sí.
—Lo siento —añado mirando hacia la bañera—. Es que nunca…
—No te preocupes —responde Valery, pero su voz suena rota y enfadada—. El coventri corta estos asuntos de raíz.
—Pensé que habían cogido a la mayoría de las personas con conducta distinta —comento, sintiéndome ingenua. Sobre esto me estaba preguntando el médico. Pryana sabía exactamente lo que significaban sus insinuaciones, pero yo no, porque nunca había notado nada entre Valery y Enora.
—Que haya normas contra algo no implica que desaparezca —dice ella—. Hay más como nosotras ahí fuera, pero intentamos pasar desapercibidas. Es solo que resulta más difícil cuando…
—¿Te enamoras de una hilandera?
—Exacto. Conseguimos mantenerlo en secreto durante mucho tiempo, pero últimamente la vigilancia ha sido más estricta, en especial sobre Enora.
Porque aparecí yo.
—¿Piensas que le han hecho algo? —le pregunto.
Rememoro el baile del estado de la Corporación y las palabras de la propia Enora resuenan en mi cabeza: No seas ridícula.
—Era como si no me conociera —añade Valery en voz baja—. La arrinconé…
—La han reprogramado.
Sacude la cabeza.
—Pero no pueden reprogramar a las hilanderas. Es demasiado peligroso. ¡Solo se lo hacen a los criminales y a las personas inestables! Podría perder la habilidad para tejer.
—Créeme —respondo, colocando mi mano suavemente sobre las suyas—. Hay una nueva técnica.
—¿Por qué? ¿Por lo nuestro? —su voz se quiebra y sus ojos se inundan de lágrimas—. Ni siquiera le está permitido casarse. No está poniendo en peligro a la población.
—La Corporación se toma muy en serio las amenazas al equilibrio de Arras. Sé que no resulta un consuelo, pero tal vez pensaban que podían cambiarla…
—¿Cambiarla? ¿Es eso lo que piensas? ¿Que necesitamos que nos cambien? —la voz de Valery se eleva por encima del ruido que produce el agua del grifo.
Agarro con fuerza su mano y hablo en voz baja.
—Ninguna de nosotras necesita que la cambien, pero la Corporación se está protegiendo a sí misma.
Valery clava sus ojos en los míos durante un largo minuto y luego retira la mano como si la hubiera mordido.
—Van detrás de ti.
—Supongo que sí —admito.
—Nunca probarían su nuevo protocolo en su preciada captura —añade—. Enora te estaba protegiendo. No dejaba de obstaculizar los castigos de Maela.
—Lo sé —podría argumentar que no se me puede responsabilizar de lo que le ha sucedido a Enora, ni de que murieran la hermana de Pryana y mis propios padres, pero no puedo negar que soy el factor común.
—Entonces, sabes que esto es culpa tuya.
Valery se pone en pie y, tras un último sollozo, se seca los ojos. Sin dirigirme una sola mirada, sale, y me deja a solas con mi culpa.
No acude a vestirme para la cena. Un persistente dolor en el estómago me dice que jamás volveré a verla y, por mucho que lo intente, soy incapaz de alejar esta extraña sensación. En la mesa, donde me siento junto a las demás tejedoras, el asiento de Enora permanece vacío, lo que no hace más que aumentar mi temor. Me absorbe de tal modo que casi ni me doy cuenta de que Jost está sirviendo la mesa esta noche.
—¿Más vino? —me ofrece. Nuestros ojos se encuentran, y los suyos adquieren una expresión preocupada.
—Prefiero agua.
Regresa un instante después con la jarra del agua. Sigue mi mirada hasta donde debería estar Enora.
—Mayordomo —le digo mientras llena el vaso—, el autoencendido de mi chimenea no funciona bien.
—Lo revisaré más tarde —responde, y se retira para atender a las demás mujeres.
Al mirar hacia el extremo opuesto de la mesa, Pryana capta mi atención y alza su copa de vino. Sonríe e inclina la cabeza como si estuviéramos brindando por algo. Aparto la mirada y no tomo ni un solo bocado de los otros seis platos que nos sirven.
Cuando regreso de la cena, Jost está manipulando los botones en la repisa de la chimenea. Me quito los tacones de una patada y me pongo delante de ella. Pulsa un botón y el fuego se enciende con un rugido.
—Parece que funciona perfectamente —dice él.
—Qué tonta.
—¿Necesitas algo más? —pregunta, arqueando las cejas.
Es la señal. Un instante después, he tejido un momento paralelo dentro de la habitación. Antes de decir nada, me pierdo entre sus brazos. Aprieto la cabeza contra su pecho, sin saber por dónde empezar.
—Yo no…
—Shhh —me obliga a callar. Toma mi barbilla con la mano y atrae mi rostro hacia el suyo. Con sus labios pegados a los míos, todo se desvanece. Mi pulso se acelera y rodeo su cuello con los brazos. Podría permanecer aquí para siempre.
Jost se aparta. Suspiro mientras la brillante cúpula y la habitación congelada resurgen a nuestro alrededor, junto a todos los problemas del mundo real.
—Enora —empiezo a decir.
—No estaba en la cena —continúa él.
—Ha estado comportándose de un modo extraño y creo saber por qué.
—Porque…
—Está enamorada —confieso.
—Lo sé —Jost hace una pausa—. Está enamorada de otra mujer.
Le miro fijamente. Tal vez Valery estaba en lo cierto y todo el mundo conocía su historia. ¿Cómo no me había dado cuenta?
—Hay pocas cosas que pasen desapercibidas para el mayordomo jefe —añade, leyendo mis pensamientos.
—¿Lo sabe todo el mundo? —pregunto con un tono demasiado agrio.
—Probablemente ahora sí, aunque hacía mucho tiempo que se rumoreaba —me explica, animándome a sentarme en el suelo—. No es la primera vez. Las hilanderas no son lo que se dice inocentes. Pero la Corporación está dispuesta a pasar por alto ciertas cosas, si una chica posee el don.
—Entonces, ¿por qué ese interés tan repentino?
Permanece callado un instante, sin mirarme a los ojos.
—Para serte sincero, en los últimos tiempos la han vigilado con más atención.
—Por mi culpa —me duelen sus palabras, pero sé que tiene razón.
—Y con la nueva técnica de reprogramado…
—No tuvo la más mínima oportunidad —termino su frase, y entonces un pensamiento horrible surca mi mente—. ¿Crees que Pryana denunciará a Valery por lo que vio?
—No lo sé —responde, lanzando un suspiro—. Es posible, y Valery carece de la protección que tienen las hilanderas.
—¿Por qué les importa? —refunfuño—. Ella no puede ser la única que se esté viendo a escondidas con otra persona. Quiero decir, fíjate en nosotros.
Jost se ríe como si hubiera dicho algo terriblemente divertido. ¿Es eso lo que piensa de nuestra relación? ¿Que somos una broma? No sé si debería pegarle o llorar.
—¿Qué? —pregunto, mientras trato de mostrarme desafiante y confío en que mi rubor no resulte demasiado obvio.
—Por supuesto que les importa, Adelice. ¿Qué pasaría si las mujeres se casaran entre ellas? ¿O los hombres entre ellos?
En una fracción de segundo paso del alivio a la vergüenza. Por supuesto, Jost se refería a ellos. Pero entonces algo se remueve en mi pecho y recuerdo cómo me gritó Valery.
—No hay nada malo en ello. No hacen daño a nadie.
—Me has entendido mal —dice Jost—. Tú has preguntado que por qué les importa. A la Corporación. Y yo te estoy diciendo que les asusta. Una mujer sin marido…
—Yo no tengo marido —señalo.
—Lo tendrías en un año o dos si no te hubieran traído.
—Pero las tejedoras no se casan, y no parece que le demos miedo a nadie.
—Claro. No os casáis, pero permanecéis encerradas en complejos amurallados. Y además —añade con tono burlón—, si tenéis suerte, podéis colgaros del brazo de algún oficial.
Monto en cólera. ¿Es eso lo que piensa de mí? Tengo ganas de golpearle. Ya lloraré más tarde.
—La verdad es que las tejedoras no son ni mucho menos unas puritanas. ¿Por qué crees que tienen sirvientes masculinos? ¿Para que hagan el trabajo duro? —continúa, sin darse cuenta de que me he apartado de él.
—¿Tienes mucha experiencia al respecto? —le pregunto, sin estar segura de si en este momento estoy furiosa por la actitud de las otras chicas o por la mía.
Jost entrecierra los ojos y me observa con atención.
—¿Esto va sobre nosotros o sobre Enora?
—Sobre Enora.
—Habría pensado lo contrario.
—Si pasan por alto que estamos cortejando en secreto a la mitad de los guardias, ¿por qué les importa que Enora esté enamorada de Valery? —estoy gritando y no me importa.
—¿Me dejas acabar? —pregunta Jost—. A ellos, a los oficiales, les asusta que una hilandera sea leal a alguien más.
—Valery me dijo que había otras —añado, tranquilizándome un poco—. En Arras.
—¿Has conocido a alguna?
—No —admito.
—Lo mantienen en secreto para que las dejen tranquilas, o se arriesgan a ser reprogramadas. No obstante, no les sucede solo a ellas. Si una hilandera se enamora de un hombre, incluso de un oficial, la Corporación pone fin a la historia.
—¿La reprograman?
—No, hasta ahora jamás han hecho eso. En ocasiones le reprograman a él o arrancan su hebra, si es alguien sin importancia. Otras veces los amenazan. Pasa más a menudo de lo que te imaginas —Jost sacude la cabeza—. ¿Cómo crees que he llegado a mayordomo jefe? Evitando meterme en líos.
Una combinación de entusiasmo y miedo me encoge el estómago. Así que no hay nadie más.
—Y si descubren…
—¿Lo nuestro? —termina la frase en voz baja cuando me callo—. Yo no soy importante.
—Sí, lo eres —aseguro—. No podrán controlarme.
—Tienen a tu hermana.
—Pero no tienen mi corazón.
Y eso es todo. Lo máximo que nos hemos acercado a una conversación sobre lo que quiera que haya entre los dos.
—No puedo perderte —dice con voz suave.
—Eso no va a ocurrir.
—Para mí es incluso arriesgado estar aquí —añade, levantándose y recorriendo la bóveda dorada.
—Ellos no saben que puedo hacer esto.
—Todavía no.
—Lo sé —suspiro y me pongo en pie. Nos estamos aproximando peligrosamente a un punto sin retorno y no estoy segura de poder continuar con esto sin su ayuda, ahora que Enora está tan distinta—. Necesitamos un plan, pero antes debemos descubrir algo.
Jost arquea una ceja.
—Lo que le ha sucedido a Enora —le recuerdo.
Ignoro dónde se encuentra la habitación de Enora, pero Jost sí lo sabe, así que desmantelo la bóveda y aliso las bandas del tiempo para colocarlas de nuevo en su sitio dentro del tejido de la habitación. Sin la protección de la burbuja de tiempo, estamos tentando nuestra suerte, pero salimos de la habitación y subimos dos tramos de escalera hasta el pasillo de Enora.
—El ascensor está más vigilado que la escalera —me explica mientras ascendemos—. Nadie la utiliza.
El pasillo de Enora es similar al mío, pero las puertas están pintadas de color violeta, en vez de ciruela. Jost golpea con los nudillos en la primera y espera, pero no hay respuesta.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —me pregunta.
Asiento con la cabeza. Seré incapaz de dormir esta noche a menos que hable con ella.
Jost coloca el pulgar sobre el escáner y la puerta se abre con un chasquido, dándonos paso a una habitación en silencio. Grandes cuadros con marcos dorados cubren las paredes de todo el apartamento. Desde la puerta se diría que son representaciones de flores, pero a medida que nos acercamos a ellos se desdibujan en un remolino de sutiles colores y pierden la belleza. Junto a la chimenea apagada hay una pequeña cama con dosel —con las sábanas estiradas y los cojines perfectamente colocados—. La habitación parece abandonada.
—No está aquí —dice Jost desde la ventana.
Un intenso frío asciende hasta mi garganta, pero lo empujo de nuevo hacia abajo. No pueden haberla extraído sin más.
—Vamos a mirar en el baño.
Jost me sigue sin decir una palabra. El baño de Enora es más pequeño que el mío y, con las luces apagadas, apenas puedo distinguir la zona de maquillaje, excepto por la silla blanca de plástico —exactamente igual que la mía— que emite un ligero resplandor cuando entramos en la estancia vacía.
—No sé dónde puede estar —dice Jost—. Podría activar un localizador para buscarla desde el puesto de mayordomos.
—Espera —tomo aliento al escuchar el goteo del grifo. Alargo la mano en la oscuridad, buscando el escáner de encendido. Al deslizarla sobre él, la luz inunda el diminuto espacio y parpadeo.
Los ojos de Jost se adaptan con más rapidez.
—¡Maldición!
Veo cómo corre por el suelo de mármol, pero no me atrevo a mirar hacia dónde se dirige. Hay algo en su voz. No quiero ver lo que está viendo. Si aparto los ojos ahora, podré regresar a la habitación silenciosa, salir al pasillo vacío y no saberlo jamás.
Pero Jost la está levantando y es demasiado tarde.
El agua de la bañera rebosa, chorreando roja sobre la porcelana blanca. Tiene los brazos pálidos, pero no con el tono marfil que se consigue en la silla de la esteticista, sino con la blancura de un papel intacto, decolorado hasta la ausencia. Jost lucha con su cuerpo, tirando de ella por las axilas. El agua ensangrentada golpea contra sus pechos desnudos y cae por sus clavículas, y soy incapaz de retirar la mirada. Incluso desde aquí, veo los hinchados cortes rojizos en sus muñecas.
—Para —ordeno con voz monótona.
—Ayúdame, Adelice —exclama Jost, tirando aún del pesado cuerpo de Enora.
—Es demasiado tarde —le aseguro. El agua caída se extiende por el mármol y veo cómo se acerca a mis zapatos de satén.
Jost me mira, pero no dice nada. Un instante después, suelta los brazos de Enora y deja que su cuerpo se sumerja de nuevo en el agua. El movimiento produce otra ola sobre el borde de la bañera y el charco de agua me moja los pies. Debería retroceder.
—Maela —exclama Jost en voz baja.
—No —respondo yo, sacudiendo la cabeza—. Lo hizo Enora.
—Ella no…
—La Enora que nosotros conocíamos no lo habría hecho.
—Entonces, han sido ellos —afirma. Todavía habla en susurros, pero sus palabras muestran una actitud claramente desafiante. Los audiotransmisores deben de estar controlándonos, pero ¿por qué no viene nadie?
—Por supuesto que han sido ellos; siempre lo son —me vuelvo hacia la puerta.
Tan pronto como traspaso el umbral, me derrumbo, pero Jost está ya ahí para recogerme.
—Tengo que comunicar lo que ha sucedido —susurra.
Me ayuda a llegar hasta el único sillón de la habitación y espera a que me recueste, pero me inclino hacia delante sobre el borde del asiento, con los codos sobre las rodillas, y me cubro el rostro con las manos. En el extremo opuesto de la habitación, Jost habla en voz baja sobre el panel comunicador. Llegarán en unos momentos y entonces será necesario dar explicaciones. No sé qué decir. Mi mente es incapaz de formar palabras y se ha quedado fija en las ondulaciones del agua en torno a los pechos de Enora.
—Deja que hable yo —susurra Jost, arrodillándose a mi lado.
Vuelvo la cabeza y contemplo sus ojos azules. Ojalá pudiera sumergirme en ellos y alejarme flotando.
Primero llegan los guardias, luego algunas sirvientas y por último entra en la habitación Maela.
—¿Dónde está? —pregunta, como si no escuchara el ruido sordo procedente de la estancia contigua.
Jost responde, algo que agradezco, porque no estoy segura de recordar cómo se habla.
—Tú —me dice a mí—, quédate ahí.
Alzo la vista y la miro. No hay muchas posibilidades de marcharse a ningún sitio.
Maela desaparece en el baño y aguzo el oído. Creo que alguien está llorando. Probablemente una de las sirvientas. Alguna pobre chica rechazada hace años.
Espero una eternidad y Jost permanece en cuclillas junto a mí. No decimos nada.
—Adelice —dice Maela, regresando a la habitación—, ¿la encontraste tú? —enciende un cigarrillo y me envuelve con el humo.
—Sí —respondo en tono cortante.
—¿Y ya estaba muerta?
Aprieto los dientes y asiento con la cabeza.
—¿Cuándo la viste por última vez?
—Ayer —miento.
Entrecierra los ojos y abre la boca, pero antes de que pueda hablar, Loricel entra en la habitación.
—He informado al Departamento Médico —le dice a Maela—. Y también a la oficina central. No tardará en llegar un investigador. Ya no eres necesaria aquí.
Maela se vuelve hacia Loricel y alza la barbilla.
—Yo decidiré eso.
—No —responde Loricel en voz baja—. Yo lo haré. Enora estaba en el Departamento de Manipulación. Puedes retirarte.
Maela me lanza una mirada fulminante, pero sale de la habitación.
—¿La encontraste tú? —pregunta Loricel.
Suspiro y cierro los ojos con fuerza. Si Loricel fue quien la envió a que la reprogramaran, no debería sentirme tan contenta de verla.
—¿Cuándo fue la última vez que la viste? —pregunta Loricel.
Abro la boca, dispuesta a repetir la información que le di a Maela.
—La vi…
—Dime la verdad —interrumpe Loricel. Ya se ha lavado la cara, así que, sin la cuidadosa capa de maquillaje, sus arrugas resultan más visibles. Tiene los ojos hundidos y los párpados caídos.
—La vi esta mañana —susurro—. Estaba con Valery.
—Gracias —responde con voz cansada.
—Loricel —añado—, tienes que proteger a Valery.
Aprieta los labios hasta reducirlos a una delgada línea y aparta la mirada. No quiero escuchar sus excusas. Me pongo en pie y me abalanzo hacia la puerta, lejos de ella y de Jost, pero me llega su respuesta.
—Me temo que es demasiado tarde para eso.
Claro, es lo que suponía.
Desciendo un tramo de escalera antes de que Jost me alcance. Sus botas golpean los escalones a mi espalda, pero no me detengo hasta que su fuerte mano aprisiona mi brazo. Me arrastra hacia su pecho y me fundo con él. Cuento los latidos de su corazón, cada uno de ellos más valioso que el anterior, hasta que estoy segura de que mi propio corazón se va a romper. En cuanto me suelta el brazo, retrocedo.
—Ad…
—No —alzo la mano para impedir que hable—. Esto tiene que acabar ahora mismo. Ya has visto lo que le han hecho a Enora.
—Ella misma se lo hizo.
—Porque la incitaron a ello. Deformaron su mente, Jost.
—Experimentaron con ella.
—Exacto —susurro—, para cogerme a mí. Y a cualquier otro por el camino.
—Entonces, ¿fingimos que no ha sucedido nada entre nosotros? —pregunta.
—Es la única opción que tenemos.
—No puedo resignarme a eso.
—Siempre hemos sabido que esto no llegaría a ninguna parte —susurro.
Jost retrocede un paso y me mira fijamente. Resisto el impulso de lanzarme a sus brazos y le aparto para dirigirme al siguiente tramo de escalones. Tiene que haber otra manera de hacerlo. Si le rompo el corazón de nuevo…
—No podré vivir sin ti —susurra, y sus ojos lo dicen todo: desesperación, traición, dolor. Incluso con estas emociones surcando su rostro, alarga la mano. Lo arriesgaría todo, hasta su propia vida, por nosotros. Pero no puedo permitir ese sacrificio. Si la Corporación descubriera lo nuestro, le mataría a él también. No puedo perderle, así que debo dejarle marchar.
—Inténtalo —respondo con tanta frialdad como puedo y antes de que replique, desciendo los escalones a toda velocidad.