NUEVE

Erik coreografía una respuesta con tanta habilidad que le veo ascendiendo a algo más que ayudante personal dentro de poco. Si los otros reporteros de la Continua sentían alguna lealtad hacia ese hombre, no lo demuestran, y algunos incluso le dan la espalda. Jost me toma suavemente del brazo y me arrastra hacia la sala de espera de la compañía de transposiciones, pero veo cómo los cámaras y reporteros se apartan para dejar paso a los guardias. El hombre que preguntó por mis padres no opone resistencia, aunque mantiene los ojos clavados en mí mientras se lo llevan.

—Siento lo ocurrido —dice Erik, moviéndose para taparme la visión de lo que está sucediendo en el vestíbulo.

Hazte la tonta. Veo estas palabras en los ojos de Jost.

Sacudo la cabeza.

—Me imagino que no recibiría el memorándum de preguntas a tiempo.

—Probablemente —Erik sonríe—. Aún tenemos que hacer la sesión fotográfica. Creo que ya está todo reorganizado y listo para que salgas.

Le sigo de nuevo hacia el silencioso vestíbulo. El equipo de la Continua se reúne a nuestro alrededor mecánicamente, pero nadie habla. Los flashes de las cámaras y las instrucciones apresuradas de mis esteticistas no logran distraerme del sombrío ambiente que reina en el vestíbulo repleto de ecos. Al volverme, veo a mi lado al reportero de mejillas sonrosadas que bromeó durante la entrevista. Le miro a los ojos y sonrío, pero él aparta la mirada. Puede que estos reporteros no hayan evitado que los guardias se llevaran al otro hombre, pero obviamente se sienten heridos.

Estoy demasiado distraída para disfrutar de la siguiente transposición, sin embargo esta vez, cuando la azafata me ayuda a levantarme del asiento, no me siento mareada, de lo que me alegro porque Cormac me está esperando en la puerta y no quiero que me vea tambaleándome. Inmediatamente me arrastra hacia un pequeño bar situado junto a la sala de espera. Está vacío. Ni siquiera hay camarero, debido a las restricciones en los desplazamientos que ha impuesto el Departamento de Seguridad. Me siento en un taburete de caoba alto y reposo el brazo sobre el fresco mostrador de madera, sintiéndome un poco fuera de lugar.

—Me han dicho que has tenido un encuentro desagradable —comenta, enderezándose la pajarita negra mientras me examina de manera subrepticia.

—Algo así —me encojo de hombros como si no me hubiera dado cuenta.

—No ha sido nada —afirma Erik al tiempo que se acerca a grandes zancadas—. Adelice manejó la situación como una profesional.

—Apuesto a que sí —responde Cormac—. ¿Dónde está mi mayordomo?

—Estoy aquí —contesta Jost desde la puerta.

—Bien, prepárame un whisky con soda —ordena Cormac. Volviéndose hacia mí, añade—: Sus cócteles son realmente increíbles. Puedo pedirle que te haga uno. Estoy considerando seriamente reubicar a Jost en un puesto permanente. Es el único mayordomo que sabe cuál es su lugar.

Respondo a su sugerencia con una mirada inexpresiva y logro sacudir la cabeza para rechazar la bebida. No me gusta la idea de que se lleve a Jost lejos del coventri, y me imagino que a él tampoco le hace gracia.

—Probablemente sea mejor que no bebas. No me gustaría que te presentaras borracha ante los equipos de la Continua.

No tardo en darme cuenta de que la idea de Cormac de ajustarse a un horario es distinta a la del resto del grupo. Aparentemente, su programa incluye un cóctel rápido seguido de bromas almibaradas con la azafata de largas piernas que cometió el error de acudir a ver si necesitábamos algo.

Es Erik quien al fin toma la iniciativa.

—Señor, deberíamos apresurarnos o tendremos que suspender la sesión fotográfica.

—¿La sesión fotográfica? ¿Es que no hicieron suficientes instantáneas en Nilus?

—Sí —le interrumpo, obligándome a parecer dulce—, pero no contigo —incluso yo me asqueo de lo melosas que suenan mis palabras.

—Supongo que tienes razón. Querrán fotografías mías y de mi acompañante —comenta, apartando la mirada de la muchacha y apurando la bebida.

—Por supuesto —continúo con voz almibarada—, y además, nosotros tampoco queremos que te presentes borracho ante los equipos de la Continua.

Ya está bien de dulzura.

La cara de Cormac pierde la sonrisa, y se abre paso a codazos hacia la puerta del bar.

—Adelice —dice dándome la espalda—, trata de cerrar el pico.

—Por supuesto, Cormac —respondo. No debería provocarle de esta manera, pero detesto el modo en que el resto de su equipo se doblega ante él. Me imagino el ataque de pánico que estaría sufriendo Enora en estos momentos.

—Parece que tienes cierta influencia sobre él —susurra Erik, acercándose a mí.

—Cormac y yo nos entendemos.

Erik alza una ceja. Está claro que lo ha interpretado mal.

—No te preocupes. Es un asunto sobre una amenaza de muerte.

—Vaya —responde Erik—, solo eso.

Esta vez, el comportamiento de los reporteros es ejemplar, y me pregunto si los habrán aleccionado sobre lo ocurrido en Nilus. No se producen chascarrillos inocentes ni preguntas sorpresa. La entrevista se desarrolla con tanta precisión como el trabajo en el telar, y aunque la sesión fotográfica con Cormac no resulta agradable, dura poco. Desliza un brazo en torno a mi cintura, indicándome que me arrime a él. Al estar tan cerca el uno del otro, percibo un olor a antiséptico que le envuelve y diluye el aroma de su colonia. Me escuecen los ojos.

—Por el amor de Arras, sonríe, hermana —exclama un fotógrafo de rostro ancho tras los chasquidos de las cámaras, pero se calla cuando un guardia se aproxima a él.

—Te agradecería que adoptaras una actitud natural —sisea Cormac a través de sus perfectas hileras de dientes deslumbrantes.

—Lo intento —respondo de manera forzada a través de mi amplia sonrisa.

—Ya han terminado, señor —le informa Erik desde un lateral; Cormac retira su brazo y se aleja a grandes zancadas a la sala de espera privada.

No nos volvemos a dirigir la palabra, excepto cuando él me ladra que en la siguiente estación me muestre feliz. Al llegar la última transposición del día, empiezo a estar aburrida. Comer durante el traslado resulta más complicado de lo que imaginaba. Es difícil mantener la comida en el tenedor mientras la habitación se mueve y resplandece a mi alrededor. Cuando llegamos a Cypress, donde pasaremos la noche, estoy hambrienta y malhumorada. Respondo las preguntas de la entrevista de forma mecánica y sonrío alegremente ante la cámara, pero estoy deseando disfrutar de algo de intimidad en la habitación del hotel antes de que mis esteticistas acudan a vestirme para el evento de esta noche.

Llevo unos veinte minutos en la habitación, aguardando la cena, cuando entran apresuradamente mis esteticistas.

—Confío en que hayas comido algo —gorjea Valery mientras coloca sobre la cama un vestido largo de satén.

—Se supone que dispongo de cierto tiempo para mí —respondo con brusquedad—. Todavía estoy esperando a que llegue la comida.

—Puedes comer mientras trabajamos —me asegura sin mirarme a los ojos—. Siempre que lo hagas con cuidado. Enora quiere que estés lista para salir media hora antes del evento.

—Me tortura incluso a distancia —respondo con un gruñido.

Valery me lanza una mirada de reproche.

—Enora se preocupa por ti… —empieza a decir, pero no termina la frase porque llega el servicio de habitaciones.

Mi cena, ganso asado con patatas dulces al curry, tiene un aspecto delicioso, pero mientras las chicas me preparan solo tengo ocasión de tomar unos cuantos bocados. Siempre hay alguien empolvándome o arreglándome las uñas.

—¿Puedo entrar? —pregunta Jost desde la puerta corredera de mi habitación.

—Sí —mascullo mientras Valery me sujeta firmemente la mandíbula con la mano para depilarme las cejas.

—Estás preciosa —se burla Jost al entrar en la habitación.

—Oh, cállate.

Valery suspira y me suelta la cara. Le lanza una áspera mirada al pasar junto a él para sacar los complementos de los baúles que trajo mi personal.

—Esto tiene buena pinta —dice Jost, señalando el ganso—. Yo pedí pato.

Me ruge el estómago cuando su comentario dirige de nuevo mi atención hacia la comida, y ladeo la cabeza hacia la chica que me pinta cuidadosamente las uñas para indicarle por qué no he podido comer.

—Abre la boca —dice Jost, cogiendo el plato y pinchando unas patatas.

Tomo el bocado agradecida. La comida se ha quedado fría, pero aun así el curry me cosquillea en la lengua.

—Gracias —mascullo con la boca medio llena.

—Es un placer.

Jost permanece a mi lado y, con cuidado, logra pasarme algunos bocados más mientras las chicas continúan con los preparativos. Muy pronto, el hambre acuciante se evapora y puedo disfrutar de los delicados dedos de mis esteticistas que me rizan el pelo y me aplican crema en las piernas con gran profesionalidad. Con el estómago lleno, ni me doy cuenta de que estoy cansada hasta que la tos irritada de Valery me despierta de una siesta espontánea.

—Estamos listas para vestirte —afirma.

Asiento con la cabeza y busco a Jost a mi alrededor, pero ha debido de marcharse cuando me quedé dormida.

—No está aquí —dice Valery mientras me ayuda a ponerme el fresco vestido de satén.

—¿Cómo dices? —pregunto.

—Jost —responde, y su voz refleja claramente que no se ha tragado mi inocente reacción—. ¿Un mayordomo?, ¿cuando podrías tener a alguien como Erik?

—¿O Cormac? —sugiere su ayudante mientras me sube la cremallera.

—No tengo ni idea de lo que estáis hablando —exclamo, notando el calor que sube a mis mejillas.

—Oye, para o echarás a perder el maquillaje —se ríe Valery—. No seas malpensada. Es muy guapo para ser un mayordomo y sus ojos son tan azules como los de Erik, pero él…

Le lanzo una mirada de basta ya y entonces me tiende una pulsera, que me coloco en la muñeca.

—Probablemente sea mejor así —continúa su ayudante—. Cormac se cansa de las mujeres con bastante rapidez y Erik…

No puedo evitar girarme para escuchar lo que dice de él.

—Erik es de Maela —Valery termina la frase.

—Por suerte no estoy interesada en ninguno de ellos —afirmo, pero mantengo los ojos fijos en el espejo.

En el reflejo, contemplo cómo Valery y la chica intercambian miradas cómplices.

—Claro, cariño —pero cuando su ayudante se aleja para coger más complementos, Valery acerca los labios a mi oreja y susurra—: Sé todo lo feliz que puedas, aunque solo sea un poquito.

Valery se endereza tan pronto como la chica entra de nuevo con mi collar, pero sus palabras se instalan en mi mente. Al observar sus movimientos en el espejo, ágiles, resueltos y sin un atisbo de resentimiento por el puesto que ocupa, espero que sea feliz y deseo poder serlo yo también.

—¿Cuál es exactamente el orden del día para esta noche? —pregunto a Erik cuando me reúno con él en la puerta.

—Bueno, te has puesto tan guapa para algo —responde. Tengo que aguantar la risa.

—¿Ese tipo de comentarios funciona con las otras chicas? —pregunto, sin ocultar lo que me estoy divirtiendo.

—Claro —responde con una amplia sonrisa—. ¿Cómo eres tan inmune a mis encantos?

—Años de segregación —contesto, permitiéndome una suave risa.

—Eso normalmente juega a mi favor —admite en un susurro mientras Cormac sale de su habitación para unirse a nosotros.

No es que no me guste Erik. Incluso pienso que es encantador. Tal vez sean los años de inexperiencia con los chicos lo que convierte sus flirteos en algo más embarazoso que atrayente.

—Estás encantadora, Adelice —comenta Cormac, tomando mi mano. Me conduce hacia el megavehículo que nos espera. Me tambaleo sobre mis altos tacones de aguja al salir del hotel, pero Erik alarga rápidamente una mano para ayudarme a recobrar el equilibrio. Antes de que pueda darle las gracias, ha desaparecido detrás de mí. Los equipos de la Continua vociferan sus preguntas, pero soy incapaz de ver nada más allá de los constantes destellos de sus cámaras. Me acerco más a Cormac en busca de seguridad, a pesar de su repugnante olor. A una parte de mí le encantaría que le inyectaran unas dosis de Valpron en este mismo instante para que todo resultara más sencillo, pero supongo que es mejor así. Tendré que mantener la calma si quiero llegar al final de la noche sin haber metido la pata hasta el fondo.

Cormac sonríe de oreja a oreja y llama a muchos de los reporteros por su nombre. Responde las preguntas manteniendo su brazo fuertemente amarrado a mi cintura en todo momento. Una vez que estamos a salvo dentro del megavehículo, me alejo de su lado y aliso las arrugas que su mano ha dejado en el vestido.

—¿Estás ansiosa por escapar de mí? —pregunta con una expresión dura en sus ojos oscuros.

—Me siento abrumada —admito.

—No te preocupes —me tranquiliza mientras enciende un puro—. Vamos a asistir a una sencilla ceremonia de corte de cinta, a tomar unas fotografías y luego de vuelta al hotel.

No más cenas, ni reuniones, ni entrevistas después de esto. Es un gran alivio.

—Puedo cortar una cinta —le aseguro.

—Por Arras, espero que sí. Después de todo eres una hilandera —mantiene una sonrisa condescendiente mientras forma anillos con el humo.

No sé qué pensar de Cormac. Le odio, pero cada vez estoy menos segura de tener justificación para ello. Sin duda, es repulsivo y arrogante, pero de las personas que he conocido desde mi recogida, aunque parezca extraño, es quien más respeto me ha mostrado. Si por respeto entendemos honestidad brutal, claro está.

El megavehículo se aproxima a una multitud. Deben de haberse congregado la mayoría de los vecinos. Me tiemblan las manos de ver tanta gente, lo que va a resultar un problema si tengo que cortar una cinta. Cormac abre mi puerta y me ayuda a salir. Hay equipos de la Continua y docenas de personas, sin embargo noto algo extraño en la muchedumbre. En todas nuestras paradas, la gente ha reaccionado de manera frenética, tratando de tocarnos o coreando nuestros nombres, pero la población aquí está bastante calmada. Algunos parecen incluso aburridos, como si los hubieran obligado a venir. Probablemente sea así, aunque eso no es nuevo.

—¿Qué vamos a inaugurar en este lugar? —pregunto a Cormac mientras nos dirigimos hacia una gran construcción de ladrillo. Busco algo que me revele qué tipo de edificio es, pero los espectadores que rodean la estructura me lo impiden.

—Su nueva escuela —responde, agarrándome el codo y guiándome con firmeza hacia la puerta principal.

Me habría detenido en seco de no ser porque me está impulsando hacia delante con su brazo.

—Voy a cortar una cinta en una escuela —digo, volviéndome hacia él— en Cypress.

Cormac mantiene la mirada en el sendero que hay delante de nosotros y no responde. De repente, recuerdo por qué le odio. Así que esta es la razón por la que estoy aquí. Para recordarme lo que he hecho. No me pasa desapercibida la amenaza. Observo a la multitud y me pregunto por qué su actitud es tan plácida. La Corporación debe de haberles atiborrado a mentiras para evitar que se lancen sobre nosotros. ¿Les dijeron que fue un accidente como la historia que nos contó Amie de la señora Swander?

Incluso si ha sido así, la gente se muestra demasiado condescendiente. No hay ni una sola persona con el más leve rastro de rabia o dolor en el rostro.

Y entonces me doy cuenta. No saben lo que ha sucedido.

—¿Qué les has hecho? —susurro.

—¿Por qué tendría que hacerles nada? —pregunta Cormac con inocencia fingida.

—¿Qué piensan que le ha ocurrido a la escuela? —pregunto, negándome a seguir su juego.

—Esa no es la cuestión, muñeca —responde Cormac con una sonrisita—. Esto no tiene nada que ver con ellos, sino contigo.

Cuando me dice esto, estamos ya en la puerta y me alarga unas gigantescas tijeras ceremoniales. Por desgracia, son pesadas y romas. Mera apariencia. Pero tal vez, si apunto bien…

La sonrisa de Cormac se desvanece y retrocede un poco. No por miedo, sino para advertirme de que ha leído mi pensamiento y que no funcionaría. Otro hombre, por su aspecto un oficial, me impide intentarlo al acercarse a grandes zancadas.

Tan pronto como Cormac se gira para hablar con él, se aproxima una anciana que me observa con interés. No es una ciudadana de Cypress. Su piel marchita y su pelo plateado reflejan una avanzada edad, pero a pesar del deterioro provocado por el paso del tiempo, no veo ni rastro del intenso tono dorado y el sedoso pelo negro que comparten los habitantes de Cypress.

—¿Así que tú eres la acompañante de Cormac? —pregunta.

—Sí —respondo, tratando de mantener la barbilla alta.

—Vaya desvergüenza —masculla, mientras me doy cuenta de que es la persona más anciana que he visto jamás. Incluso en Romen, los arreglos de renovación básicos aseguran a todo el mundo una apariencia relativamente joven, sin embargo la piel de esta mujer está tan arrugada y quebradiza como el papel viejo, a pesar de la capa de maquillaje que lleva puesta. Debe de haber venido con la Corporación, o tal vez sea una tejedora del Coventri Norte, pero resulta evidente que no está aprovechando los arreglos de renovación disponibles.

—Loricel, veo que has conocido a mi acompañante —dice Cormac al regresar a mi lado.

—Sí, y pienso que es una insolencia —responde ella con gravedad.

—Adelice —añade él—, permíteme que te presente a Loricel. Mantén las manos alejadas porque muerde.

—Ten cuidado con lo que dices —advierte Loricel— o extraeré tu culo de Arras.

—Tenemos una relación de amor-odio —me explica Cormac—. Adelice es nuestra hilandera más reciente. El resultado de sus pruebas de aptitud fue impresionante —le dice a Loricel.

—Así que tú eres la que atrae la atención de Cormac. No había mostrado tanto interés por el Coventri Oeste en años —dice ella, entrecerrando los ojos para mirarme con más atención. De repente, sus ojos reflejan un destello de algo (respeto, tal vez). No puedo evitar devolverle su interés. Esta es la persona de la que Enora me ha hablado a retazos. La maestra de crewel. Por fin conozco a la mujer más poderosa de Arras, y no sé exactamente qué decirle.

Antes de que pueda responder, se acerca un guardia ataviado con el traje de ceremonia de la Corporación y Cormac se inclina para hablar con él. Las conversaciones a nuestro alrededor me impiden escuchar sus palabras, pero intento descifrarlas.

—¿Te estás divirtiendo? —me pregunta Loricel.

—No —respondo, sin distraerme de mi intento de curiosear.

Loricel enarca una ceja, descubriendo un mapa de arrugas en su frente, y se ríe.

—Vaya. Eres exactamente como me habían dicho.

—¿Y cómo? —pregunto, tratando de que mi voz no refleje la curiosidad que siento.

—Inteligente e insensata —responde—. Resulta una combinación magnífica para entablar una conversación, pero no es lo mejor para mantenerse con vida.

—Ya me lo han avisado.

—¿Te están manteniendo alejada del telar?

Asiento con la cabeza, preguntándome cómo sabe eso, pero luego recuerdo lo que Enora me contó de ella. Como maestra de crewel, Loricel sabe todo lo que ocurre en Arras.

—Están intentando ganarse tu voluntad —me informa—. En primer lugar, tratarán de apelar a tus deseos. Ropa. Poder. Fiestas.

—¿Y si eso no funciona? —pregunto.

—Entonces, lo intentaran con tus sentimientos.

—¿No son lo mismo?

Sonríe y las arrugas de su rostro se suavizan.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis.

—La mayoría de las jóvenes de dieciséis años —continúa Loricel— no conocen la diferencia entre amor y deseo. Así logran que las hilanderas continúen trabajando y por eso realizan las pruebas a tan temprana edad. Estáis cegadas por la seda y el vino.

—A mí no me interesa mucho el vino —digo con rotundidad.

—¿Y qué es lo que más te importa? —pregunta, pero continúa antes de que yo pueda responder—. Porque irán detrás de eso.

Mi corazón late desenfrenadamente y recuerdo con qué rapidez me mostró Cormac a Amie regresando a su nueva casa desde la escuela.

—Mi hermana —susurro para mí misma.

—Echarán mano de los otros primero. A ella la reservarán para el final —asegura Loricel, sacudiendo la cabeza.

—No hay otros —digo.

—No estés tan segura de eso. Tal vez tú no sepas quiénes son, pero la Corporación sí.

—¿Por qué te preocupas por mí? —pregunto, sin molestarme en ocultar mi curiosidad. No se parece en nada a lo que esperaba.

—Porque una vez ocupé tu mismo lugar junto a un oficial de la Corporación atractivo y adulador, y nadie me avisó —responde, y las arrugas de su rostro resurgen. Me saluda con una brusca inclinación de cabeza y se aleja a grandes zancadas hasta que desaparece entre la multitud.

—¿Esa vieja bruja te ha asustado? —pregunta Cormac, acercándose a mí.

Sacudo la cabeza.

—No, no le parece bien que sea tu acompañante.

—Ella no lo permitiría —responde él.

Me veo forzada a sonreír y posar ante las cámaras mientras la multitud de Cypress pulula a nuestro alrededor. Su modo de actuar no resulta en absoluto natural y me pregunto si les habrán administrado Valpron esta noche para garantizar nuestra seguridad. Cuando la cinta cae revoloteando al suelo, le devuelvo las tijeras a Cormac.

—Te has salido con la tuya —digo con palabras marcadas. Algo en el desinterés de la audiencia provoca que mi vergüenza resulte más acuciante, como si estuviera sintiendo el sufrimiento que ellos son incapaces de mostrar.

—Oh, todavía no —susurra él.

No me molesto en preguntarle a qué se refiere. Estoy cansada de sus crípticas advertencias y sus bromas, así que me vuelvo hacia la multitud y contemplo la marea de pelo color ébano. Los habitantes de Cypress tienen una apariencia muy similar, como Pryana. Les debo de resultar un bicho raro con mi piel pálida y mi pelo rojizo.

Y entonces es cuando la veo.

Una cabellera rubio pálido que se ondula en torno a sus orejas. Un punto de luz en la oscuridad. Está tan aburrida como el resto. Es además una de las pocas niñas que hay aquí esta noche.

La mayoría de ellas murieron.

Creo que a ella la han retejido en una familia más digna. Mis actos la empujaron hasta aquí, junto a una familia que merecía una hija a cambio de la que el gancho de Maela le arrebató.

Ni siquiera lo pienso. Corro hacia ella y mi reacción sobresalta a la multitud. Los hombres retroceden de un salto y las madres levantan a sus pequeños del suelo. Debo de parecer una loca, volando entre la gente con el pelo alborotado y los tobillos tambaleándose sobre los tacones. Lo único que me importa es llegar hasta ella y nadie trata de impedírmelo. Están demasiado sorprendidos.

Cuando la alcanzo, una mujer la arrastra a su lado. La observo más detenidamente; al contrario que el resto, esta madre suplente me mira con temor. Por su parte, Amie me contempla con expresión curiosa, pero vacía. No hay ni rastro de reconocimiento en sus ojos. De sus labios no brota el saludo entusiasta con el que solía recibirme cada día después de la escuela.

No sabe quién soy.

—Amie —susurro, extendiendo la mano, deseosa de que me recuerde.

—Su nombre es Riya —me informa la mujer con voz alarmada—. Es mi hija.

—Se llama Amie —replico en voz baja.

—Mi nombre es Riya —repite Amie igual de sobresaltada que la mujer. Su voz, sin embargo, transmite cierta tristeza. No por ella, sino por mí, por la loca que está susurrando desesperadas mentiras delante de ella.

Una mano cálida toca mi hombro con suavidad.

—Vamos —dice Jost en tono áspero—. Tenemos que irnos.

Le miro, pero apenas le veo a través del velo de lágrimas que trato de contener. Me conduce de nuevo junto al guardia que espera. Cormac está por ahí, despidiéndose, pero estoy segura de que ha sido testigo de mi escenita. Del mismo modo que estoy segura de que él ha orquestado todo lo sucedido esta noche.

—¿Estás bien? —pregunta Jost.

—Sí. La he confundido con otra persona —miento.

Por su cara, deduzco que no se lo traga.

—Tengo que echarle un vistazo al embajador Patton. Nos marcharemos en unos minutos.

Intento que sus palabras me tranquilicen, pero no lo consigo, así que abro yo misma la puerta y me instalo en mi asiento a esperar que Cormac termine con su cháchara. Estoy a punto de cerrar los ojos para escapar de esta horrible noche cuando Erik se desliza a mi lado dentro del megavehículo.

—Tengo que ser rápido —dice.

—Vale —respondo yo, y la sorpresa me distrae un instante.

—Cormac me envía de vuelta al hotel solo.

—¿No vienes con nosotros? —pregunto alarmada.

—No —Erik me mira directamente a los ojos—. Cormac es un hombre poderoso y es absurdo que te aconseje esto, pero si intenta algo, golpéale con la rodilla en la entrepierna.

Abro los ojos de par en par y aprieto los labios para contener la risa.

—Ya lo pillo —logro decir entrecortadamente. Menos mal que Erik es capaz de hacerme reír en un momento como este.

—Toma —deposita un delgado microdisco en mi mano.

—¿Qué es esto? —pregunto, cogiendo el disco con cuidado antes de guardarlo en el bolso.

—Insértalo en la disquetera de tu digiarchivo y te conectará conmigo —me dice—. Avísame cuando regreses.

Me mira intensamente mientras pronuncia estas palabras y siento que se me corta la respiración.

—¿Realmente piensas…? —no puedo terminar la frase.

—Nunca sé qué pensar de Cormac —asegura Erik—. Ese es el problema.

Sin darme cuenta, alargo la mano y agarro la suya. Él la aprieta para tranquilizarme, luego me suelta y sale del megavehículo. Si escapo ahora, podría alcanzarle, aunque tal vez le metería en problemas. Sin embargo, la alternativa —partir sola con Cormac— me aterroriza.

—¿Lista para marcharnos? —pregunta Cormac, acomodándose en el asiento junto a mí. Demasiado tarde.

—Por supuesto —trago saliva, mientras trato de arrastrar el pavor que atenaza mi garganta.

—¿Qué quería Erik?

Vacilo un segundo.

—Quería repasar el itinerario de mañana, ya que él regresa al hotel.

Cormac me mira pensativo y luego sonríe.

—Atención a los detalles. Me gusta. No tardará en ascender fuera del coventri. Quiero enseñarte algo —dice Cormac. No se acerca demasiado a mí, y no le culpo. Sin duda sabe que su plan funcionó.

No hago ningún comentario sobre lo sucedido esta noche; él tampoco. El mensaje me ha llegado con suficiente claridad y no necesito que me lo explique. El recorrido dura solo unos minutos, sin embargo la oscuridad me impide ver a través de los cristales tintados del megavehículo. Cuando finalmente nos detenemos, Cormac abre su puerta y rodea el vehículo hasta la mía. El conductor permanece en el interior.

Me ayuda a salir y me enfrento a un cielo casi negro tachonado de brillantes estrellas. Estamos a unos pasos del borde de un precipicio. En la oscuridad, apenas distingo el valle situado a cientos de metros bajo nuestros pies. Más allá, parpadean y tiemblan las luces de diminutas ciudades salpicadas en torno al precipicio.

Cormac suelta mi mano y se aproxima aún más al borde. Estirando el brazo hacia el abismo, grita:

—Es todo tuyo, Adelice.

Me cubro los brazos desnudos con las manos y tirito con la brisa.

En el camino de regreso, Cormac permanece en silencio, sentado en el asiento en diagonal con el mío, y me pregunto si las poses de antes y sus ansiosas manos en mi cintura no me habrán empujado a una conclusión errónea, cuando lo único que quería era enseñarme el paisaje. Pero después de la farsa de esta noche, ya no estoy segura de nada.

Entre contener las lágrimas y la agobiante culpabilidad que me inunda, apenas puedo mantener los ojos abiertos. Resulta agotador, y cuando me estoy quedando dormida, la voz de Cormac me despierta de golpe. Le prestó atención, pero entonces me doy cuenta de que no me habla a mí. Tiene la cabeza ladeada, así que cierro los ojos de nuevo y escucho.

—Conocías la situación en Northumbria desde hacía semanas —dice—. No debería hacer falta tanto tiempo para lidiar con una simple mancha.

Se calla. Me encantaría escuchar lo que le están diciendo, pero las conversaciones a través del chip comunicador son demasiado unidireccionales.

—Ya veo.

Al mirar furtivamente entre mis pestañas descubro que tiene el ceño fruncido.

—Se nos está escapando de las manos. Si no eres capaz de localizar el origen, tendremos que modificar todo el Sector Este —continúa— y, Hannox…

Al escuchar ese nombre me da un vuelco el corazón, aunque no recuerdo dónde lo he oído.

—¿Has descubierto algo sobre el tipo de Nilus? Sí, como ese asunto se haya extendido… —hace una pausa para escuchar algo que Hannox le está diciendo—. No creo que en este momento sea necesario el protocolo dos, pero comunica a Inteligencia que elaboren un plan.

Sigo observándole a través de mis párpados apenas abiertos, fingiendo estar dormida, cuando se inclina hacia delante y coloca la cabeza entre sus manos. Luego alza la vista y casi se me corta la respiración. Mantiene los ojos fijos en mí un minuto, luego se sirve otro whisky.