SIETE

Noto un sabor metálico en la boca y me escuece el labio, en el que se me ha abierto una herida al golpear con los dientes. Menos mal que iba a intentar pasar desapercibida —imposible teniendo a Pryana en mi grupo de preparación—. Maela me liberó oficialmente hace unos días, poco después de nuestra breve charla, pero aunque dediqué un tiempo considerable a pensar la manera más adecuada de enfrentarme a mi regreso a la instrucción, no logré pasar de la casilla de salida. Las otras candidatas se mostraron tan frías como Pryana; estaba claro que no les había impresionado mi confrontación con Maela. Resultaba bastante fácil interpretar las miradas que me lanzaban y, de hecho, me recordaban mucho a cómo me trataron las demás chicas durante las pruebas. Pensaban que yo era rara e inútil. Y tal vez tuvieran razón. A pesar de todo, entré en el taller para nuestra clase de telar con movimientos pesados y sin decir una palabra a Pryana. Probablemente nada hubiera cambiado la situación. Resultaba obvio que me culpaba de la muerte de su hermana. Yo era un objetivo mucho más sencillo que Maela, y mucho menos peligroso.

Por fin estábamos trabajando en telares reales. Después de la desastrosa primera experiencia, nos concedieron tres días a cada una para practicar sobre un tejido artificial antes de permitirnos manipular una pieza real. El tejido falso aparecía sin vida bajo mis dedos, pero era bastante fácil de manejar. Al final de la primera sesión de prácticas, había demostrado mi destreza para realizar alteraciones con bastante facilidad. Sin embargo, por si fuera necesaria otra excusa más para distanciarme del resto, a la mayoría de las chicas no le resultó tan sencillo. Eran hilanderas aceptables, pero su trabajo era descuidado, o invertían demasiado tiempo en él, o carecían de la confianza necesaria para profundizar realmente en las tareas. Cuando finalizamos el periodo de prácticas, a todas se nos autorizó a desarrollar tareas simples como el tejido de alimentos, aunque a Pryana y a mí nos separaron del resto. Ambas estábamos trabajando en la meteorología, en vez de la comida. Ojalá esto me hubiera brindado la oportunidad de hablar con ella.

Sabía que estaría disgustada, pero no me imaginaba que se abalanzaría sobre mí y me golpearía. Estoy débil después de pasar varios días en la celda y de alimentarme a base de agua y una comida infame, así que el golpe de Pryana me tira al suelo de culo. Me gustaría pensar que me ha pillado desprevenida, aunque nunca he tenido ocasión de probar mi capacidad para luchar. No puedo culparla de estar enfadada y ojalá yo también pudiera darle un mamporro a alguien por lo que la Corporación le hizo a mi familia.

—Te prometo —dice Pryana, inclinándose hasta que noto su aliento caliente en la cara— que tu vida será una tortura mientras yo esté cerca de ti.

—Es justo —mascullo mientras la sangre resbala por mis encías.

No le gusta mi respuesta. Lo sé porque sus ojos se estrechan hasta convertirse en meras rendijas. Esta situación es ridícula. Una enemistad maquinada enteramente por Maela. Cuando me adelanté para ocupar el lugar de Pryana en la prueba, mi intención era buena, y no había manera de que yo supiera que aquella pieza contenía la hebra de su hermana.

Pero esto no evitará que siga odiándome.

Pryana se acomoda de nuevo en el taburete y reanuda su trabajo, tejiendo con furia. Debería enfadarme, o al menos indignarme, pero pienso en Amie y en cómo su fino pelo rubio se ondula alrededor de sus orejas. Yo tengo la culpa de lo que les ha sucedido —a nuestras dos hermanas—. Yo empecé todo.

Nuestra instructora, una tejedora mayor y excesivamente entusiasta que no debería utilizar tanto maquillaje, no se percata de nada. Está ocupada revoloteando de una candidata a otra, guiando el trabajo de cada una y ofreciendo aliento. Es una profesora excelente. Siento una punzada y me pregunto cuántas maestras se nombrarían durante el día de asignación en Romen. Entre ellas no estoy yo. Regreso a mi tarea de tejer un breve chaparrón sobre la región noreste de nuestro sector.

Mi telar es mayor que el de las demás chicas y sus engranajes y tubos ocupan todo un rincón de la estancia. Es un telar mucho más moderno, el que por lo general se reserva a la instructora para hacer demostraciones mientras el resto de la clase practica. Los otros telares de la sala son pequeños, algunos están incluso oxidados, pero todos funcionan perfectamente. Se encuentran tan juntos unos de otros que las demás candidatas apenas pueden moverse para trabajar. Pryana ocupa uno de estos, lo que supone otra razón más para odiarme añadida a su lista. Suspiro, pensando en la longitud que está adquiriendo esa lista y en lo imposible que resultará congraciarse de nuevo con ella. Pero no puedo distraerme cuando estoy realizando algo que requiere tanta atención.

La meteorología es más complicada que la comida, porque los hilos que componen la lluvia o la nieve deben intercalarse con los que forman las nubes, los cuales se encuentran en las hebras del cielo.

Distribuir víveres es una tarea de alteración sencilla. Las materias primas que hay disponibles se tejen en la cadena de abastecimiento de los granjeros y propietarios de tiendas. Los animales y los cultivos pueden ser criados y cuidados por los hombres, con lo que proporcionan valiosos trabajos a la población, así que lo único que debemos hacer es tejer las materias primas en las nuevas granjas y luego recoger los cultivos para una distribución equitativa por el resto de Arras. Es una técnica de tejido básica —sacar una hebra, reubicarla en otra pieza y tejer una nueva hebra en la pieza anterior para que crezca—. De este modo se cultivan las cosechas, y los alimentos llegan de las granjas a los mercados. Sin embargo, es un trabajo extremadamente aburrido. Al parecer, más de mil hilanderas en los cuatro coventris de Arras hacen esto día y noche. Doscientas están instaladas aquí, y espero que no me asignen esta tarea. Apuesto que a Maela le encantaría amarrarme a uno de estos puestos para realizar sencillos añadidos y emplazamientos durante infinidad de horas cada día.

Al menos la meteorología me permite experimentar. Nuestras materias primas proceden de yacimientos concentrados y gestionados en varios sectores, aunque es un proceso que no nos han explicado realmente, excepto para mostrarnos imágenes de enormes taladradoras y grandes fábricas donde se separan y organizan las hebras. Yo tomo los materiales —fibras de pizarra para las nubes de lluvia, oro brillante para la hebra del rayo—, los entrelazo y lo inserto en el lugar preciso de la pieza que aparece en mi telar. Es un proceso gradual en el que se van añadiendo cuidadosamente los elementos para que la tormenta se produzca a la hora predeterminada, cuando los ciudadanos la esperan. La profesora me advirtió de lo mucho que se puede llegar a enfadar la gente si les pilla una tormenta que avanza demasiado deprisa o despacio. Cometer demasiados errores supone ser relegado a algo como la cadena de abastecimiento de alimentos. Las bandas del tiempo, que nunca paran de moverse a lo largo del telar, hacen desaparecer lentamente los hilos que añadimos. Yo utilizo la materia de reserva para reemplazarlos con tanta rapidez y precisión como puedo. De lo contrario, quedaría un espacio vacío en la zona en la que estoy trabajando. Esto sucedió una vez cuando yo era pequeña y mis padres nos encerraron en la bodega hasta que pasó. No era peligroso, pero cuando tienes siete años, ver cómo desaparece el cielo resulta bastante aterrador. Tuve pesadillas durante semanas.

Me encanta el tacto de las hebras del clima, y trabajar en un telar es mucho menos agotador que tejer con las manos. Nadie más parece tener la habilidad de trabajar sin telar, y yo estoy encantada de seguir usando la máquina. Las nubes de lluvia se hinchan entre mis dedos mientras las añado al cielo y los rayos me producen cosquillas en las yemas. En algún lugar del noreste, los relámpagos comienzan a aparecer en el horizonte, avisando del inminente chubasco en caso de que alguien se haya perdido el parte meteorológico de la Continua. Me gustaría detestar este trabajo, pero crear lluvia resulta relajante, e incluso satisfactorio. El tapiz es hermoso: una reluciente y cambiante telaraña de luz y color.

—Adelice —mi instructora me hace una seña para que me reúna con ella en un rincón apartado. Algunas de mis compañeras de clase se dan cuenta, pero regresan rápidamente a las tareas que les han asignado. Sin duda, suponen que vuelvo a tener problemas.

Sin embargo, la profesora no es la única que me espera en el rincón. Pryana la acompaña, y no parece contenta de mi presencia.

—Me han pedido que os envíe a las dos con el caballero que espera en el pasillo —nos comunica la instructora en voz baja, para que las demás no la oigan.

Pryana me mira aterrorizada y sé que estamos pensando lo mismo: ¿nos habremos metido en un lío por pelearnos? Bueno, más bien por ella pegarme y yo recibir el golpe, aunque el principio es el mismo.

—No estáis en apuros —nos asegura la profesora. Debe de haber notado el miedo en nuestros rostros—. Habéis avanzado de nivel: ya sois hilanderas.

Para mi sorpresa, la noticia me produce una sensación de alivio. Estoy ansiosa por seguir descubriendo las cosas que suceden en el coventri. El inconveniente, por supuesto, es que me traslado con Pryana. Aunque Jost crea que Maela quiere mantenerme con vida, yo sé que tanto ella como Pryana desearían verme fracasar.

Fuera de la sala de instrucción, nos espera Erik. Hoy viste un traje azul oscuro con finísimas rayas intrincadamente tejidas en la lana. Resulta sorprendente cómo menos de una semana de prácticas en el telar fija mi atención en detalles que antes no habría percibido. Por ejemplo, la delicadeza de la tela y lo bien que se adapta a su cuerpo, ajustándose a la perfección. Erik se aclara la garganta y yo bajo los ojos a toda prisa hacia el suelo.

—Tengo el honor de acompañaros a las dos a vuestra evaluación. A continuación, seréis destinadas a un taller para principiantes y os reuniréis con vuestras mentoras para comentar los cambios que se producirán a partir de ahora —su tono de voz es cortante e impersonal. Se nota que ha pronunciado este discurso antes, quizá docenas de veces. Así que cuando Maela está ocupada, lo habitual es que acuda Erik.

»Pryana, están trasladando tus objetos personales a tus nuevas dependencias en la parte inferior de la torre.

—¿Sus objetos personales? —exclamo antes de poder contener mis palabras.

Los dos se vuelven y me miran. Pryana entiende al segundo lo que quiero decir, y su rostro adquiere una expresión de regocijo malicioso.

—Por supuesto —sonríe tontamente—. Pudimos traer cosas que significasen algo para nosotras. Ropa, fotos de nuestras familias.

Su disfrute se apaga al pronunciar la última palabra y el dolor contrae apenas su rostro. Me pregunto si alguien del coventri se habrá molestado en descubrir si su hermana ha muerto, aunque estoy casi segura de que la respuesta es sí.

—Cuando se huye, no se tiene derecho a objetos personales —continúa Pryana con los ojos brillantes.

—Supongo que no —me acerco a Erik, alejándome de ella.

—Es como si nunca hubieras existido.

—Al menos, a mí no me han pillado culpando a la persona equivocada —las palabras salen de mi garganta antes de que pueda tragármelas.

Pryana resopla enfadada, pero recobra la compostura rápidamente.

—¿Cómo? ¿Crees que soy inferior a ti porque no arranqué ninguna hebra aquel día?

—Creo que no lo hiciste porque estabas asustada y ahora estás dirigiendo hacia mí el enfado provocado por tu actitud y la de la Corporación.

—En eso te equivocas —brama Pryana—. Fuimos allí únicamente por ti. No trates de negarlo. Puedes pensar lo que quieras, pero la verdad es que todo fue culpa tuya. Maela estaba probándote a ti. Y fallaste.

Ahí me ha pillado, y soy incapaz de replicarla.

—Adelice —Erik interviene como si se hubiera perdido toda la discusión—. Tú permanecerás en las dependencias que te fueron asignadas previamente.

Me refugio en el hecho de que no tendré que abandonar mi cómoda habitación. Que les den a Pryana y a sus objetos personales.

—Como a partir de ahora nos veremos con más frecuencia —continúa Erik, tomando la mano de Pryana—, por favor, llamadme Erik.

—¿Con más frecuencia? —la noticia me produce un cosquilleo en el cuello.

Él también parece contento por la noticia.

—Aunque vais a ser trasladadas a las dependencias de las tejedoras, seguís bajo observación. Durante los próximos meses, seréis evaluadas y se os asignará un puesto más permanente.

—¿Se unirán las demás a nosotras? —exclama Pryana, preguntando exactamente lo que yo quería saber. Me recuerda la única tarde en que fuimos amigas.

—El resto permanecerá en la fase de evaluación hasta que nos aseguremos de que no hay más tejedoras en el grupo. Algunas tal vez acaben realizando el tejido básico de alimentos, pero probablemente nunca lleguen más lejos.

¿Ninguna hilandera más? No puedo creer que sean capaces de descartarlas con tanta rapidez. ¿Enviarán a las demás a confeccionar ropa o a trabajar en la cocina? Me alegro de no estar allí cuando el entusiasmo perpetuo desaparezca de sus rostros. Abandonaron sus hogares con la expectativa de una vida glamurosa, no de acabar cosiendo y limpiando. Aun así estoy agradecida por que no las eligieran. No es conveniente que alguien que acepta unirse al coventri con tanta pasión como esas chicas forme parte de la Corporación. Las muchachas complacientes desean agradar a personas como Maela.

—Sabes, Erik —ronronea Pryana, acercándose a él—, todas nos hemos estado preguntando por qué Adelice tiene una habitación en lo alto de la torre.

Su respuesta está tan bien ensayada, que casi puedo ver cómo se detiene el tiempo.

—Las decisiones de Maela tienen siempre alguna razón.

Debe de decir eso muchas veces. Parece que Pryana se aplaca. O tal vez sea lo bastante inteligente como para dejar de hacer preguntas.

—Pryana, te reunirás con tu mentora aquí —Erik abre una gran puerta metálica y se desembaraza rápidamente del brazo de Pryana. Demasiado rápidamente. Ella se da cuenta y desaparece en el interior de la estancia.

—¿No vamos a practicar juntas? —pregunto con tanta inocencia como puedo, mientras Erik cierra la puerta.

—No —sonríe de manera burlona—. Por una vez te libras.

Trato de seguir fingiendo expresión de sorpresa, pero mi máscara se desmorona con facilidad.

—Gracias a Arras.

—Haré como si no hubiera escuchado eso —Erik se ríe y me ofrece el brazo.

Deslizo el mío alrededor del suyo, sintiéndome un poco rara. Nunca había caminado junto a un hombre de este modo.

—¿Puedo preguntarte algo? —intento que mis palabras suenen indiferentes, pero salen demasiado apresuradas.

—Por supuesto —responde Erik alegremente; me choca lo informal que es su comportamiento cuando no está con Maela.

—¿Cómo acabaste aquí?

—Es una larga historia —suspira.

—Apuesto a que la mayoría de nosotros tiene largas historias.

—Seguro que sí —afirma—. Se podría decir que escapé de mi casa, y ahora no tengo ningún lugar al que regresar. En ese momento tenía solo quince años, pero la Corporación me acogió cuando resultó evidente que poseía ciertas aptitudes imprescindibles para convertirme en ayudante de Maela.

—¿Aptitudes imprescindibles?

—Poseo lo que podría definirse como una moral flexible —despliega toda la intensidad de su sonrisa y empieza a caminar más despacio.

—¿Tus padres murieron?

Frunce el ceño de forma apenas perceptible y asiente con la cabeza, pero cambia de tema a toda prisa.

—¿Te cuidó Josten bien el otro día?

Por un instante la pregunta me paraliza, pero entonces recuerdo que Erik le envió para comprobar cómo me encontraba, así que respondo que sí.

—Siento no haber regresado, pero tuve que atender ciertas obligaciones urgentes. Maela puede tener bastante mal genio, especialmente cuando la desafían.

—Me di cuenta.

—Adelice, no quiero tener que mandarte de nuevo a las celdas, así que si pudieras ser un poco más…

—¿Amable? —sugiero.

—Obediente —corrige él, y me estremezco al escuchar la palabra.

—Sé tan bien como cualquiera lo injusta que puede llegar a ser Maela, pero ella dirige este espectáculo, así que acepta mi consejo —hay cierto tono de súplica en su voz que se extiende hasta sus chispeantes ojos.

Enora me espera en una habitación amplia y bien ventilada. En un extremo, las ventanas ofrecen vistas del patio vallado. Creo que son reales y tengo deseos de extender el brazo y sentir el aire. Las otras miran al mar. Hoy está en calma, como un perfecto reflejo del cielo sin nubes. Estas pantallas han sido probablemente programadas para que me sienta tranquila, y tal vez menos a la defensiva. Frente a los paneles que muestran el mar, hay un pequeño telar de acero.

—¿Cómo te encuentras hoy? —pregunta Enora cuando entramos. Sonrío. Imagino que mi mentora solo tendrá unos años más que yo, pero se comporta como una mamá gallina.

—Fenomenal —respondo simplemente, preguntándome si habrá visto el labio hinchado que me ha regalado Pryana.

—Enora, ¿puedes acompañarla de vuelta a su habitación cuando hayáis terminado? ¿O prefieres que regrese? —pregunta Erik desde la puerta.

—Yo me ocupo —responde Enora gentilmente—. Gracias por tu ayuda.

A pesar de lo mucho que aprecio a Enora, me siento decepcionada al no volver a ver a Erik hoy.

—Sí, gracias, Erik.

—Ha sido un gran placer —inclina la cabeza ligeramente y luego desaparece.

—Es un poco embaucador —me advierte.

Pongo los ojos en blanco.

—No me había dado cuenta.

—No es asunto mío, pero… Bueno, no importa —se inclina hacia mí y le da un tironcito a mi chaqueta entallada—. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos.

—¿Nos hemos quedado sin rímel? —pregunto simulando un gesto horrorizado.

—Por mucho que me guste tu peculiar ironía, debo pedirte que te muerdas la lengua. Has sido invitada a una reunión especial del consejo.

—¿Qué consejo? —me estrujo el cerebro tratando de recordar todos los nombres y departamentos con los que nos han bombardeado esta semana, pero no me acuerdo de ningún consejo.

—Es una reunión entre la jefa del equipo de instrucción y el embajador oficial del coventri en la Corporación.

—¿Cormac? —pregunto con aprensión.

—El único e incomparable —confirma ella, conduciéndome de nuevo hacia el pasillo.

—¿Así que Cormac es todo el consejo?

—No, Maela forma parte de él, pero ella no asistirá a la reunión.

—¿Cormac y Maela componen un consejo que supervisa todo aquí? Eso explica muchas cosas —mascullo. No puedo evitar pensar en nuestro último encuentro, cuando me obligó a comer en la estación Nilus. Él debía de saber que me iban a encerrar sin comida. No sé si apreciarle u odiarle—. ¿Es por el asunto con Maela? —pregunto, bajando la voz para que los monitores de seguridad no me oigan con claridad.

—Oficialmente, no —susurra ella—, pero por supuesto que sí.

—Estupendo —mascullo, y me pregunto cuál será mi castigo esta vez. Entonces, un pensamiento me detiene en seco.

Amie.

Recuerdo mi último encuentro con Cormac de manera un tanto vaga por la inyección de Valpron, pero si aún tienen a mi hermana, tal vez no sea a mí a quien castiguen.

—Adelice —Enora me tira del brazo.

No me muevo.

—No estás en apuros —asegura en voz baja.

—¿No? —teniendo en cuenta todo el tiempo que he pasado en las celdas, me resulta difícil de creer.

—Vamos —tira de nuevo de mí y dejo que me arrastre.

—Si yo no…

—Maela —confirma Enora en un susurro.

—¿Por lo que hizo a esa escuela?

—Por muchas cosas —me mira con el ceño fruncido—. Maela ha rebasado sus límites en el Coventri Oeste. Ni siquiera me permitió bajar a verte, aunque eso no estaba dentro de sus competencias.

Entonces, ¿por qué no viniste?

—Pensé que ella estaba al frente —digo.

—Tienes mucho que aprender —añade Enora con una sonrisa vacía—. Ahora que eres una hilandera invitada, cenarás con las demás y aprenderás cuál es la jerarquía. Créeme, Maela no es ni mucho menos un alto cargo de la Corporación.

Levanto las cejas.

—Entonces, ¿te importaría explicarme lo de la Corporación? Parece que las cosas funcionan de manera un tanto distinta a como nos enseñaron en la escuela.

—Eso es verdad —responde Enora—. La Corporación está compuesta principalmente por hombres, como ya sabes, aunque emplean a las mujeres para numerosas tareas dentro del gobierno. Las hilanderas, por ejemplo. Pero hay otros puestos, como secretarias, enfermeras, ayudantes.

—¿Como en el resto de Arras? —aclaro. Esta información no es tan sorprendente ni interesante.

—Sí, solo que tratan de mantener en secreto la mayor cantidad de información sobre lo que cada coventri hace. La Corporación supervisa nuestras tareas, distribuye las órdenes de trabajo e interviene para imponer disciplina cuando es necesario. En ocasiones, pienso que Maela espera ascender en los estamentos de la Corporación para poder viajar por los cuatro sectores, de coventri en coventri.

—¿Sería posible? —pregunto.

—Lo dudo —contesta Enora—. No creo que la Corporación permita que una mujer ocupe un puesto con poder político. No obstante, eso no la detendrá, y si tuviera que apostar por una mujer que fuera capaz de eludir la influencia de la Corporación y salir del coventri, sería ella.

—No es que me apetezca que el ego de Maela crezca sin parar, pero ¿no tenemos ya una posición bastante poderosa?

—Ahí es donde entra en juego alguien como Cormac —me explica Enora, apresurando su suave voz para transmitirme toda la información mientras caminamos. Debemos de estar acercándonos a nuestro destino—. Oficialmente, es un portavoz que mantiene al público informado de lo que sucede en los coventris y del trabajo que realizamos. La gente piensa que es un amable embajador de buena voluntad que media entre las tejedoras y el pueblo.

—¿Y extraoficialmente?

—Nos mantiene a raya. Tal vez no sea primer ministro, pero tiene tanto poder como si lo fuera. No permitas que te engañe. Para eso está aquí.

—¿Y cómo he acabado yo metida en esto? —pregunto.

—Buena pregunta —suspira Enora; apuesto a que se está preguntando por qué le habrá tocado ser mentora de la nueva chica problemática.

—¿No te han dicho nada? —no pretendía que mis palabras sonaran como un insulto, pero Enora se muerde el labio como si lo fueran.

—No, no lo han hecho, Adelice.

—No nos dicen nada a ninguna de las dos —apunto—. Así que probablemente sea estúpido preguntar si has descubierto algo sobre mi hermana Amie o mi madre —la pregunta me provoca un estremecimiento de pavor en el estómago.

—Lo siento —responde Enora, negando con la cabeza—. La única persona que podría disponer de esa información ha estado de viaje.

—¿De viaje? —pregunto con sorpresa—. ¿Es un político?

—No, es una de nosotras —dice en voz baja, pero deduzco que no puede añadir nada más.

Dejo de hacerle preguntas aunque tengo la cabeza llena de ellas y Enora me conduce hasta una gran puerta lacada en rojo y la golpea tímidamente con los nudillos. La puerta se abre.

—¿Sí? —pregunta, sin mirarnos a los ojos, un agente vestido con el uniforme negro azabache del Servicio Especial de la Corporación.

—Déjalas pasar —exclama una voz familiar desde el interior de la estancia—. Son mis invitadas.

El agente se retira hacia un lado y entramos en el salón. La iluminación es mucho más tenue que en la mayoría de las estancias del complejo, probablemente por las pesadas cortinas de terciopelo que cubren los enormes ventanales. Entra suficiente claridad para que pueda distinguir los lujosos sofás y las elegantes sillas de cuero que se distribuyen estratégicamente por la habitación, aunque la falta de luz natural atenúa el color de los muebles. Cormac está sentado junto a una chimenea de mármol, con un puro en una mano y un cóctel en la otra. Va vestido como siempre, con esmoquin, sin embargo lleva la pajarita suelta alrededor del cuello sin abotonar.

—¿Me has echado de menos? —pregunta.

—No ha pasado tanto tiempo —le recuerdo.

—Seguramente te habrá parecido toda una vida —afirma, inspeccionándome con la mirada—. Adelice, te veo… desnutrida.

—Cormac, te veo excesivamente elegante.

—Bien —añade con sorna—. Ahora estamos a la par.

Junto a mí, Enora se mueve inquieta.

—¿Y tú quién eres? —pregunta Cormac, volviéndose hacia ella y entrecerrando los ojos en la oscuridad.

—Enora —responde en voz baja—. Soy la mentora de Adelice.

Tengo que reconocerle que habla con voz tranquila.

—Encantado de conocerte, Enora —responde él, tomando un trago de la copa—. Ordenaré que acompañen a Adelice hasta sus aposentos una vez que hayamos terminado.

—No me importa quedarme —afirma ella.

Cormac ríe entre dientes como si la sugerencia le pareciera audaz, y niega con la cabeza.

—No será necesario.

Con expresión preocupada, Enora franquea la puerta y me quedo sola en la estancia con el embajador oficial del coventri en la Corporación.

—Siéntate —me ordena—. ¿Un cóctel?

Sacudo la cabeza.

—Puedes pedir lo que quieras —Cormac suelta el vaso y, momentos después, alguien aparece entre las sombras para rellenarlo.

Contengo la respiración y aparto la mirada, con la esperanza de que Cormac no note mi reacción.

—¿Necesita algo más? —pregunta Jost. Siento cómo el calor invade mis mejillas y de repente, agradezco las pesadas cortinas.

—En este momento no, pero quédate cerca por si acaso —replica Cormac con tono desdeñoso.

—Con mucho gusto —murmura Jost, pero cuando se vuelve y nuestras miradas se cruzan, su expresión demuestra que no le agrada la idea. Un instante después ha desaparecido de mi vista.

—Así que has estado causando problemas —dice Cormac mientras remueve el whisky. Me concentro en el suave tintineo que produce el hielo al golpear el vaso y no respondo—. Maela ha sobrepasado sus límites, como es habitual —continúa—. Técnicamente es tu superior, ¿lo sabes?

—¿Técnicamente? —pregunto sorprendida.

—¿Es que piensas que solemos dejar vivas a las chicas que intentan escapar de sus casas a través de un túnel?

—¿Y por qué a mí sí?

—La evaluación de tus habilidades en las pruebas dio un resultado espectacular —admite, soltando el vaso e inclinándose hacia delante.

—¿Por qué eres la única persona que me cuenta algo? —pregunto, recostándome en la silla.

—Bueno, yo sé más que nadie.

—Pero hay personas que saben más de lo que dicen —insisto. El intenso aroma a almizcle de su perfume me está mareando, y soy incapaz de contener los pensamientos que he estado ocultando desde mi llegada.

—Así es —admite—, pero yo tengo mucho más poder. Resulta más fácil compartir secretillos cuando estás al mando.

—¿Y tú lo estás? —le pregunto deliberadamente—. Entonces, ¿por qué contármelo? No tienes más razones para confiar en mí que el resto.

—No, no las tengo —contesta—, pero al contrario que ellos, yo puedo ordenar que te maten.

—Y yo que pensaba que estábamos haciéndonos amigos.

Cormac ríe de forma socarrona.

—Eres encantadora. Espero no tener que cumplir mi amenaza.

—Por fin, algo en lo que estamos de acuerdo.

Alarga el brazo y coloca su mano caliente sobre mi rodilla.

—Podrías ser la chica más poderosa de este lugar si empezaras a jugar tus cartas con inteligencia.

Retiro la pierna y la cruzo sobre la otra.

—Estoy aquí para asegurarme de que Maela no te mate —afirma, poniéndose de nuevo derecho en la silla—, y tú no me estás facilitando la tarea.

—¿Y si lo hace?

—Arrancaremos su hebra —su voz no trasluce la más mínima tristeza.

—¿Lo sabe Maela?

—He hablado con ella —asegura—. Por supuesto, eso ha incrementado su odio hacia ti.

—Estupendo.

—Sería más inteligente que dejaras de fastidiar a todo el mundo y comenzaras a preocuparte de ti misma —el tono jocoso ha desaparecido por completo de su voz—. Puedo evitar que te mate, pero hasta que no estés fuera de su alcance, sigues a su merced.

—¿Y cómo lo hago?

—En primer lugar, empieza a hacer tu trabajo, y luego trata de buscar aliados.

—Enora ya me aconsejó que hiciera amigos.

—Vas a necesitar más que amigos —asegura—. Tu única opción es alejarte de las garras de Maela, y para eso te va a hacer falta alguien con verdadero poder en este lugar.

—¿Alguna sugerencia?

—Tengo a alguien en mente.

Noto cómo sus ojos recorren mis piernas, y me enderezo en la silla. Con el rabillo del ojo, veo que Jost se pone tenso entre las sombras.

—Adelice, este fin de semana vas a acompañarme en una visita de relaciones públicas por Arras. Tu esteticista y tu estilista están totalmente preparadas para cumplir las expectativas, y supongo que tu mentora…

—Enora —le recuerdo.

—Sí —continúa—, ella te informará de las normas de protocolo.

Trago saliva y asiento con la cabeza.

—¿Ves? Es sencillo.

—¿Podría preguntarte algo?

—Cada día más educada —alza una ceja, lo que supongo que es un sí.

—¿Habéis encontrado a mi madre? —con la amenaza de muerte aún flotando en el ambiente, parece el momento adecuado para preguntarlo.

—Espera un momento —ladea la cabeza para conectar su chip comunicador e indica en voz alta el número de una mujer llamada Penny—. ¿Puedes conseguir los códigos binarios del sujeto Lewys número dos?

Mis ojos se mueven a la deriva hacia Jost, que se ha adelantado hasta una rendija de luz. Me regala una sonrisa de labios apretados. Creo que está tratando de apoyarme.

—No, no tengo la secuencia de identidad personal. Era la madre.

Sujeto. Me duele escuchar que denomine a mi madre de ese modo.

—Gracias, muñeca —Cormac vuelve la mirada de nuevo hacia mí—. Fue localizada durante la limpieza de Romen y eliminada.

—¿Habéis arrancado su hebra? —noto las palabras densas en la lengua, y apenas puedo pronunciarlas.

—Es el procedimiento habitual, y mucho más humano que el método que suelo emplear con los traidores.

Aún noto la sangre pegajosa y caliente en el suelo del comedor de mi casa. Sé perfectamente cómo él —y la Corporación— suelen ocuparse de ellos.

—Oye —llama a Jost—, avisa al ayudante de Maela para que venga a recogerla.

Jost lanza un gruñido desde el rincón y teclea la orden en el pequeño panel comunicador.

—Adelice, una cosa más.

Clavo mis ojos en él, parpadeando con fuerza para evitar que se derramen las lágrimas que me abrasan la garganta.

—Son actos que se emitirán en la Continua, algo que seguramente ya sabes.

Asiento una vez. Los eventos de la Corporación son de visionado obligatorio en todas las casas. Normalmente consisten en un montón de palmaditas en la espalda y fotografías a los atractivos e importantes políticos que están de visita. Como la emisión de estos programas es automática, mis padres solían dejar que avanzaran mientras nosotras seguíamos con nuestras tareas y actividades nocturnas. Cuando Amie y yo éramos muy pequeñas, chillábamos al ver los elegantes vestidos de satén y las brillantes joyas que llevaban las hilanderas de visita. Ahora me toca a mí.

—¿Recuerdas el trato que hicimos cuando nos conocimos?

Inclino la cabeza con curiosidad hacia Cormac y repaso mis recuerdos de aquella noche. Me fastidia lo confusas que aparecen en mi mente las imágenes finales de mi recogida y de la última vez que vi a mis padres, y si pudiera recordar algo más, preferiría que no incluyera a Cormac.

—Estúpido Valpron —ladea la cabeza de nuevo y ladra—: Penny, el médico jefe durante la recogida de Lewys. Manda una petición de extracción.

Ahogo un grito y Jost sale rápidamente de su rincón, pero no se acerca a nosotros.

—Cuánta incompetencia —comenta Cormac sin enfado alguno en la voz. Ya ha pasado a otro asunto. Su pobre secretaria probablemente odie su trabajo—. Te dije que tenía en mi poder a alguien a quien querías mucho y que debías interpretar un papel deslumbrante —continúa.

—Qué pena que la hayáis hecho desaparecer —digo con un ligero quiebro en la voz.

—No, no me refiero a tu madre —añade él—, sino a tu hermana. ¿Cómo se llamaba?

—Amie —respondo en voz baja.

—Ha sido retejida y me han comunicado que está a salvo y feliz.

—¿Feliz? —pregunto sin convicción.

—Le realizamos algunas modificaciones.

—¿Quieres decir que la convertisteis en alguien distinto?

—En esencia sigue siendo la misma —me asegura.

—Pero borrasteis de su mente los recuerdos sobre mi familia. Sobre mí —siento que se me agotan las lágrimas mientras asimilo esta nueva noticia.

—Una de nuestras mejores tejedoras del Coventri Norte limpió su hebra —añade en tono condescendiente.

—¿Qué demonios significa eso? —exploto—. ¿Primero cambiáis mi ciudad y ahora limpiáis su hebra?

—Es un proceso que empleamos con los individuos de conducta desviada desde hace años. Si un niño muestra predisposición a la violencia o al mal comportamiento, actuamos y cartografiamos su cerebro. Este método nos permite controlar cómo procesa la información el individuo, luego aislamos las zonas problemáticas y localizamos las hebras donde se concentran los problemas.

—Así que podéis ver cómo funciona y almacena los recuerdos la mente, pero ¿qué cambia eso? —pregunto sin mirarle, temerosa de encontrar sus ojos.

—A menudo podemos sustituir partes de la hebra por material artificial o donado. Es una ciencia que todavía estamos perfeccionando —me explica—, pero normalmente consigue muy buenos resultados. Es muy similar a los arreglos de renovación que fortalecen y perfeccionan las hebras de un individuo. Algún día, seremos capaces de controlar por completo ambas técnicas, erradicando los problemas de conducta y asuntos más importantes como el envejecimiento.

Me estremezco ante la idea, pero no me sorprende que alguien como Cormac desee controlar el paso del tiempo.

—Si Amie es una persona completamente distinta, no creo que nuestro trato siga teniendo validez —doy un rodeo con la esperanza de que me revele algo más sobre el paradero de mi hermana o sobre lo que le ha sucedido.

—Pantalla —ordena Cormac, y una explosión de colorido ilumina la ondulada repisa de mármol de la chimenea—. Servicio de localización.

—¿Autorización? —pregunta una agradable voz desde algún lugar en el techo.

—Cormac Patton.

—¿Sujeto?

—Lewys sujeto cuatro. ¿Amie? —me mira en busca de confirmación y yo asiento con la cabeza.

La abstracta imagen se une y oscila, formando lentamente la silueta de una niña. Nos da la espalda mientras camina con otra chica por una avenida flanqueada de árboles.

—Reajuste visual. Reconocimiento facial —ordena Cormac.

No es necesario. La muchacha lleva el pelo recogido y se le ondula en suaves rizos dorados detrás de las orejas. Retiro los ojos de la pantalla cuando aparece la imagen de Amie, sonriente, con su nueva amiga. Feliz. Las heridas apenas cerradas de mi corazón se abren de nuevo, rompiéndolo en pedazos.

—No ha sufrido ningún daño —confirma—. ¿Tengo acompañante?

—¿Tengo elección? —logro preguntar.

—Por supuesto —afirma—. Aunque elige bien.

—Te veré mañana —digo en voz baja, mientras contengo las lágrimas en la garganta. Es imposible que me haya oído, pero no me pregunta de nuevo. Agradezco que alguien llame a la puerta. No podría soportar estar a solas con Cormac más tiempo. Erik entra en la habitación y avanza a grandes zancadas hacia él.

—¿Eres el ayudante de Maela? —pregunta Cormac con petulancia, mirando fijamente el pelo dorado de Erik.

Él sonríe y le tiende la mano.

—Erik, señor.

Cormac se levanta y la estrecha. Luego le agarra el hombro con una mano y le gira hacia mí.

—Acompaña a la señorita Lewys a su habitación. Ah, y ¿Erik?

—¿Sí, señor?

—Mantén las manos quietas.

—Por supuesto —asiente inmediatamente.

Cormac libera el hombro de Erik y se vuelve hacia el rincón.

—Tráeme la comida aquí y ordena que mi megavehículo me recoja en una hora —ordena a Jost.

—Señor —Jost hace una reverencia y atraviesa la habitación para salir. Al pasar, se atreve a mirarme. Junto a mí, Erik se irrita ante la aparición de Jost. No le hubiera etiquetado de elitista.

—¿Señorita Lewys? —Erik me ofrece el brazo una vez que Jost ha pasado.

Consigo alcanzar el pasillo antes de empezar a llorar sin control.

—Vaya —Erik me da unas palmaditas en la mano—. El embajador Patton también produce ese efecto en mí.

—Lo siento —susurro, y le ofrezco la sonrisa más amplia que puedo.

—No te disculpes —dice él—. Es agradable estar con alguien que muestra más de dos emociones, y si tengo que soportar la cólera de Maela más tarde, tu compañía también puede resultarme agradable.

—¿Se va a enfadar Maela? —pregunto entre sollozos.

—Patton es un cabrón. Me mandó venir para ponerla en su lugar, para recordarle quién está al mando. Quiero decir, pretendió no conocerme y me ha visto al menos diez veces.

—Pero te mostraste muy amable cuando no se acordó de tu nombre.

—Reaccionar de forma grosera no te conduce a ninguna parte —afirma Erik. Su tono es coloquial, pero estoy segura de que se trata de una advertencia.

Me deja llorar durante gran parte del recorrido de regreso por los pasillos y en el ascensor metálico me alarga un delicado pañuelo de hilo.

—Gracias.

Asiente con la cabeza.

En la puerta, quiero devolvérselo.

—Guárdalo —dice, apretándolo contra mi mano—. Tengo la sensación de que vas a necesitarlo más que yo.

Ojalá pudiera asegurarle que se equivoca.