Enora pasa junto al joven y me empuja hacia otra puerta en el extremo opuesto del jardín. Reprimo el impulso de volverme hacia él. ¿Para qué? ¿Para disculparme? ¿Para justificarme? ¿Qué esperaba? ¿Que incendiara el complejo y escapara, hambrienta y con frío?
—Adelice —la voz de Enora interrumpe mis pensamientos.
—¿Sí?
—Trata de prestar más atención durante el curso de orientación —comenta con un suspiro, conduciéndome hacia el interior del ala opuesta del complejo.
—Es que… —no encuentro las palabras adecuadas para expresar mis confusos sentimientos hacia el muchacho del jardín—. ¿Por qué hay chicos aquí?
—Hay numerosas tareas que no podemos realizar nosotras mismas —responde con total naturalidad.
Asiento ligeramente con la cabeza, pero no puedo ocultar que no me lo trago.
—Las hilanderas tienen un trabajo importante que hacer —añade Enora, bajando la voz—. Los hombres mantienen todo esto en funcionamiento y… —su voz se apaga y me doy cuenta de que está haciendo una elección.
—¿Y? —la animo.
—Nos ofrecen seguridad —termina.
—¿Estamos en peligro? —pregunto con sorpresa.
—¿Nosotras? No —me asegura con una ligera amargura en la voz—. A la Corporación no parece gustarle la idea de un complejo gestionado enteramente por mujeres.
Enora no mentía al afirmar que respondería mis preguntas, pero estoy desconcertada por la confianza que me está demostrando. Teniendo en cuenta que conoce mi mayor secreto, supongo que tiene sentido.
—Hoy estarás con el resto de candidatas. Trata de hacer amigas —dice, volviendo a la tarea que tenemos entre manos.
—Es como regresar al primer día de escuela —murmuro, mientras contemplo el grupo de mujeres reunidas en torno a una gran mesa de roble.
—Sí —afirma; luego toma mis hombros con sus diminutas manos y dirige mis ojos hacia los suyos—, pero con estas chicas vivirás el resto de tu vida.
Trago saliva. No parece que haya pasado tanto tiempo desde que abandoné la escuela, pero los rostros de mis compañeras de clase empiezan a desvanecerse de mi mente. Fue un largo concurso de belleza en el que cada chica se esforzaba por mantener los estándares de pureza que se esperaban de las candidatas al tiempo que hacía todo lo que estaba en sus manos para eclipsar a las demás. Cada semana, alguien descubría algo parecido a un cosmético, aunque sin llegar a serlo. A mí nunca se me ha dado bien hablar de manera efusiva, ni acicalarme. ¿Pellizcarme las mejillas? No, gracias. El maquillaje y los tratamientos de belleza podrían considerarse una recompensa por el buen comportamiento al crecer, y algo necesario cuando finalmente se accede al mundo menos segregado del trabajo, pero aquí parecen una broma incluso mayor que los estándares de pureza. Como si nos sintiéramos felices de consumirnos tras puertas cerradas con llave con tal de estar hermosas.
Al acercarme a las demás, trato de mantener una expresión neutra. Estamos aglomeradas en un pasillo sin decoración alguna, esperando a que se abra la puerta situada frente a nosotras. Pero las otras chicas, después de separarse en varios grupos más pequeños, charlan animadas entre ellas. Es un grupo variopinto: hay una muchacha ágil con el pelo muy negro y delicadamente trenzado; otra con la piel color café y el cabello corto y ondulado pegado al cráneo; chicas con melena color platino y blusas entalladas. Me pregunto si estarán entusiasmadas o nerviosas. Si habrán vendido sus almas por grandes bañeras y chimeneas. Si harían cualquier cosa que les pidiera la Corporación.
Dos agentes jóvenes nos conducen hasta un amplio espacio abierto repleto de hileras de sillas cuidadosamente colocadas en dirección a una pared blanca. Entramos en fila y ocupamos nuestros asientos. Las otras chicas se sientan juntas, riendo con nerviosismo y cuchicheando. Veo cómo una muchacha rubia alarga la mano y le acaricia el pelo a la chica que está a su lado. Muestran gran familiaridad entre ellas. A estas chicas no las han encerrado en una celda, y obviamente llevan cierto tiempo juntas. Me he perdido muchas cosas en los últimos días.
La chica de pelo negro se deja caer en la silla que hay junto a la mía. Percibo el intenso aroma a coco que desprende. De cerca, su piel es oscura y unas largas piernas sobresalen de su falda de tubo. Debe de ser unos quince centímetros más alta que yo —sin tacones—. No puedo evitar sentirme algo celosa de su exótica belleza y de lo relajada que parece en su nuevo papel. Para mi sorpresa, se vuelve y me habla.
—Nos han dividido en dos grupos. Tú estás en el mío.
—¿Parezco perdida? —pregunto con una sonrisa avergonzada.
—No, abrumada —responde—. Es fácil saber que eres nueva, porque la mayoría de nosotras compartimos habitación.
Bajo la voz para ajustarla a la suya:
—¿Compartís habitación?
—No todo el mundo recibe una individual —sonríe, exhibiendo una dentadura sorprendentemente blanca tras sus labios color chocolate.
—Lo siento, parece que me llevas ventaja —siento curiosidad por saber cómo se ha enterado esta chica de mi situación—. Soy Adelice.
—Lo sé —responde—. Mi nombre es Pryana. Mi madre es doncella en un pequeño hotel para hombres de negocios y ella me enseñó que si quieres enterarte de los cotilleos más interesantes, lo mejor es hacerte amiga de tus sirvientas. Y ahora mismo, los cotilleos más interesantes se refieren a ti.
Pienso en las chicas y chicos que me sirven la comida, que atizan el fuego, que me traen la ropa y me siento elitista y presuntuosa. Estoy segura de que es así como me ven, como una candidata codiciosa y hambrienta de poder. Nunca se me había ocurrido que pudieran ser fuentes de información. O que estuvieran vigilándome.
—Lo recordaré.
—Pero ten cuidado —añade Pryana, bajando más aún la voz para que nuestra conversación pase desapercibida entre el barullo de cuchicheos—. En tu nivel, prestan más atención a quién te sirve. Y con tu historial…
—¿Mi nivel?
—Chica, ¿es que piensas que todas vivimos a cuerpo de rey? No me malinterpretes, yo estoy encantada con mi situación actual, pero todo el mundo en el coventri se está preguntando qué ha llevado a una simple candidata hasta la torre alta.
—Está claro que necesito hacerme amiga de alguna sirvienta —mascullo. Mi mente da vueltas a esta nueva información. Tengo una idea bastante exacta de por qué estoy recibiendo un trato especial, y no tiene nada que ver con el favoritismo.
Pryana me lanza una mirada escéptica, poco convencida de que sea tan ingenua como intento aparentar. Si quiere insistir en el asunto, pierde su oportunidad, porque un brillante despliegue de colores ilumina la pared blanca que hay frente a nosotras. Los bordes se van difuminando y poco a poco aparece la silueta de una mujer. El vídeo es holográfico, lo que le da un aspecto tridimensional, como si la mujer estuviera en la estancia con nosotras y no fuera una mera grabación.
—Bienvenidas a la fase de instrucción —dice el holograma con una sonrisa—. Ser convocada para servir a la Corporación de las Doce es un honor y el honor llega acompañado de privilegios. El Coventri Oeste quiere asegurarse de que la transición hacia vuestra nueva vida como tejedoras sea tranquila y agradable. Durante el periodo de instrucción se asignará una mentora a cada una de vosotras. Ella responderá vuestras preguntas y os orientará sobre la conducta y la vestimenta más adecuadas.
Recorro los pasillos con la mirada. Las demás chicas tienen los ojos fijos en el vídeo. Pryana llama mi atención y sonríe.
—Arras depende de muchachas como vosotras —continúa la actriz de la imagen—. La Corporación es una compleja organización encargada del cuidado de todo nuestro mundo, y vosotras sois una pieza esencial de nuestra oligarquía. Durante la instrucción seréis observadas mientras realizáis diversas tareas diseñadas para evaluar vuestra habilidad, precisión y dedicación a la hora de preservar la integridad de Arras. Vuestro trabajo será cuidadosamente supervisado mientras aprendéis cómo interpretar los patrones concretos de nuestro mundo, y vuestro comportamiento será vigilado por el personal de seguridad y el sistema de audiovigilancia para garantizar la seguridad de todos los integrantes del complejo. Esta valiosa información se os facilita confidencialmente por vuestra lealtad a la Corporación de las Doce. Todas vosotras fuisteis traídas hasta aquí porque mostrasteis potencial para convertiros en hilanderas, sin embargo vuestra ubicación y tarea dentro del coventri se decidirán en base a las observaciones que realice el tribunal designado especialmente para ello.
Algunas chicas murmuran con sorpresa al escuchar esta noticia. No deben de haberles asignado mentoras todavía. Casi siento pena de que algunas de ellas hayan dejado atrás todo lo que conocen y aman para convertirse en sirvientas. Casi.
—Tened por seguro que, una vez que habéis sido convocadas por la Corporación, contáis con un puesto dentro del Coventri Oeste. Aquí existen oportunidades para las habilidades de todas las chicas y, al margen de la sección a la que finalmente seáis destinadas dentro del Departamento de Manipulación, disfrutaréis de muchos de los privilegios asignados a las hilanderas. Debido a la naturaleza confidencial de vuestra instrucción, es imposible que regreséis a la vida civil, pero a partir de hoy todas vosotras dispondréis de un hogar y un trabajo aquí.
—¿Qué significa eso exactamente? —sisea Pryana a mi lado.
—Significa —me inclino para que solo me escuche ella— que algunas de nosotras podríamos acabar frotando los suelos de la cocina.
Abre los ojos de par en par y sacude la cabeza con incredulidad.
—¿Le has preguntado alguna vez a tu sirvienta cómo consiguió el trabajo para limpiarte el baño? —pregunto.
—Lo haré.
No puedo imaginar a nadie lo suficientemente encantador para persuadir a una antigua candidata de desvelar que fue rechazada. Una cosa es comentar de forma maliciosa las desgracias ajenas, pero admitir la propia resulta más duro.
—Las tareas os serán asignadas de acuerdo a vuestro nivel de destreza, aunque siempre existen oportunidades de ascenso para las leales hilanderas de la Corporación —continúa el holograma de la mujer. En la pantalla, tras ella, aparece una enorme máquina. Es un telar, como el que tuve delante de mí en las pruebas, solo que mayor. Los engranajes y ruedas se conectan entre sí en silencio, unidos a una serie de intrincados tubos plateados. Mientras la mujer habla, unos brillantes filamentos de varios colores, incluido el dorado, se entrelazan en el telar. Sé por experiencia que el dorado representa el tiempo. Cuando logro concentrarme con suficiente intensidad para ver la trama a mi alrededor, veo que estos filamentos avanzan en horizontal, formando bandas. El resto de las hebras se entretejen con esas bandas, creando una apretada y vistosa tela.
Hasta este momento, solo había visto telares durante las pruebas, y además pasé tanto tiempo acallando mi compulsión de tocar el tejido que no había percibido su sutileza. Ahora resplandece lleno de vida. Mientras lo observo, la imagen de la pantalla cambia. Los engranajes del telar se mueven, acercando un fragmento de la tela que hay en el telar. En primer lugar, las fibras sugieren la vista aérea de un barrio. Luego se enfoca más de cerca hasta revelar la imagen de una calle. Y por último, la trama muestra a una familia sentada en su casa. El vídeo regresa de nuevo a la imagen del complejo tejido que nos enseñaron en primer lugar.
—Las tejedoras trabajan mano a mano con los hombres que supervisan la Corporación de las Doce. En el complejo del Coventri Oeste, vuestro trabajo se centrará en tejidos básicos, de mantenimiento y bordado crewel. Nuestro complejo es responsable de los alimentos y la meteorología, y las tejedoras más avanzadas se encargan de asuntos específicos de nuestro sector. Todas vosotras fuisteis destinadas a esta instalación en base a vuestras pruebas de aptitud. Si desarrollarais habilidades en otras áreas, la Corporación podría tramitar un cambio de asignación en cualquier momento. Los cuatro coventris trabajan en equipo para mantener la integridad física del tejido de Arras y asegurar que nuestro mundo permanezca unido de forma segura y próspera. La ubicación de cada coventri ha sido cuidadosamente elegida para proporcionar un control óptimo sobre el tejido, y aunque en cada uno se han asignado tareas específicas a las mujeres que trabajan en sus telares, todos son igualmente importantes. Las hilanderas avanzadas pueden realizar trabajo de crewel, un tipo de manipulación para hacer añadidos a Arras y controlar elementos imprescindibles para nuestra supervivencia.
»La paz y la prosperidad de Arras se consiguen a través de vuestro trabajo en los telares. Seguir rigurosamente los patrones para asegurar que las ciudades funcionen sin problemas y revisar el tejido en busca de evidencias de deterioro nos permite atajar comportamientos y circunstancias peligrosos antes de que puedan afectar a la seguridad de nuestros ciudadanos. Se han desarrollado técnicas especiales para limpiar y renovar los hilos dañados por tendencias aberrantes. Trabajamos en estrecha colaboración con las escuelas de todo el mundo para cortar de raíz las conductas desviadas a una edad temprana. Esto asegura una población sin delitos ni accidentes. Confiamos en vosotras para informar inmediatamente de cualquier irregularidad encontrada en el tejido.
Así que esto es a lo que se refería Cormac cuando se rio de mí en el café. Arras no es tan pacífico como la Continua y los oficiales quieren hacernos creer, al menos no de forma natural. Cualquiera que sea ese procedimiento para limpiar las hebras, estoy segura de que es lo que utilizaron en Romen después de mi desastrosa recogida. ¿Se sentirían los ciudadanos tan seguros si supieran que el comportamiento desviado existe, pero que simplemente es borrado de sus memorias? ¿O que las hebras de sus hijos pueden limpiarse en cualquier momento si un profesor lo solicita? Por primera vez, me alegro de no ser una profesora obligada a tomar esa decisión imposible. Y adquiere sentido la jaula dorada con ventanas falsas y hormigón en la que nos mantienen encerradas. No podemos regresar a casa sabiendo todo esto.
El vídeo pasa del mensaje holográfico a una proyección de imágenes de todo Arras que aleja mi atención de esta revelación. Mantengo la mirada fija en las imágenes, pero para mi decepción, las ciudades que aparecen presentan el mismo aspecto que Romen: enormes torres de hormigón con miles de ventanas que se alzan en el centro de la ciudad y pequeñas casas y almacenes que salpican el perímetro en espirales perfectas. La vegetación es lo único que parece variar en los paisajes. En Romen, había césped, olmos enormes, arbustos y flores amarillas y blancas cuidadosamente distribuidas. Pero estas ciudades tienen palmeras, pinos, helechos y una hierba alta y amarilla, unas plantas que solo había visto en pantallas en la escuela. Las diferencias son mínimas, aunque contemplar todo Arras delante de mí resulta emocionante.
—Bienvenidas al Coventri Oeste y que vuestras manos sean bendecidas —concluye la voz de la mujer.
La imagen final corresponde a un imponente complejo que vi docenas de veces en la escuela. Es donde me encuentro en este momento: el Coventri Oeste. Algunas chicas gritan de alegría, sin embargo yo siento el peso del hormigón y los ladrillos aplastándome. No hay nada emocionante en el complejo. Está amurallado. Tiene aspecto de fábrica. Es lo que representa —la promesa de poder y privilegio— lo que emociona a las demás. Pero yo solo veo que carece de ventanas y que se alza como una jaula infinita hacia el cielo sin nubes. Es imposible escapar de aquí.
—No tienes buena cara —me susurra Pryana mientras el vídeo va desvaneciéndose—. ¿Te has mareado con las imágenes?
Niego con la cabeza, realmente agradecida por su preocupación.
—Estoy bien. Es solo que han sido unos días muy largos.
—Bueno, por mi parte estoy lista para trabajar en esos telares. Lo he estado deseando desde las pruebas —afirma con los ojos color café chispeantes ante la perspectiva.
—¿Todavía no los habéis probado? —pregunto bastante sorprendida.
—No —me confirma Pryana—. Hasta ahora todo ha sido tomarnos medidas, darnos clases de protocolo y ver vídeos en pequeños grupos. Déjame pensar. Nos han recordado al menos cien veces la importancia de la castidad para conservar nuestras habilidades.
—Aquí tampoco hay muchas posibilidades de tener una aventura —me río al ver su expresión de fastidio.
—¿Te estás quedando conmigo? —pregunta con los ojos muy abiertos—. ¿Es que no le has visto?
Señala hacia la puerta; recorro el lugar con la mirada hasta que veo a Erik, esperando para conducirnos a nuestra siguiente sesión. Enora no se encuentra a la vista, aunque supongo que la mayoría de las hilanderas estarán trabajando.
—¿Él? —pregunto con indiferencia.
—Vamos, es guapísimo —exclama—. Si la mitad de los agentes fueran la mitad de atractivos que él, tendrían que ponerme ese estúpido vídeo sobre los estándares de pureza a diario.
Debo admitir que tiene razón. Hoy lleva su impresionante melena rubia peinada hacia atrás, y roza suavemente los hombros de su traje oscuro con raya diplomática. Me pregunto si serían sus habilidades o su aspecto lo que le valió el puesto de ayudante de Maela. Sin embargo, la mirada descarada de Pryana resulta un tanto excesiva. No puedo evitar contemplar las reacciones de las chicas cuando Erik entra en la sala. Algunas alzan la vista tímidamente, otras se yerguen en la silla y sacan pecho, pero todas están pendientes de él. Supongo que no es tan sorprendente, teniendo en cuenta la segregación. Erik, o cualquiera de los numerosos agentes, es el primer contacto que la mayoría de nosotras ha tenido con chicos de más o menos nuestra edad. Espero no encogerme igual que algunas de ellas, como si estuviera avergonzada de mi propia feminidad. Aunque tal vez eso explique mis comentarios mordaces cuando estoy cerca de ellos, o la forma en que el extraño muchacho aceleró mi corazón cuando me sacó de la celda.
—Sí, es mono —acepto, tratando de ser amable—. Aunque tiene el pelo horriblemente largo. Me sorprende que le dejen llevarlo así.
—Estoy segura de que no van a tener ningún problema contigo con eso de los estándares de pureza —se burla Pryana—. Además, he oído que el pelo largo es habitual en los pueblos costeros como Saxun. Mira, ¡nos vamos!
La mayoría de las chicas se encuentran ya en el pasillo; Erik encabeza el grupo, mientras otros agentes avanzan detrás de nosotras.
—Señoras, hoy os acompañaré en un recorrido por el complejo. Como debéis saber, soy el ayudante de Maela, la tejedora encargada de la instrucción, pero sus obligaciones requieren que hoy permanezca en el telar. Visitaremos los talleres y departamentos del Coventri Oeste —dice Erik en voz alta para que todo el grupo le escuche—. Para vuestra tranquilidad, he recibido una preparación adecuada para serviros de guía.
—Vaya —masculla Pryana—, nada de telares, pero al menos pasaremos el día con él.
En vez de asentir, le agarro el brazo y la arrastro hasta la cabeza del grupo. No me voy a perder ni un minuto de este recorrido. Erik alza una ceja mientras me abro camino a empujones hacia la parte delantera, pero no dice nada.
—Chica —susurra Pryana—, te está mirando.
—Claro, porque he atropellado a medio grupo para llegar hasta aquí —contesto también en un susurro.
—Respecto a eso… me gusta tu estilo.
Le regalo una sonrisa de agradecimiento y luego devuelvo mi atención a Erik, que ha continuado con su perorata. Al final del vestíbulo se abren tres pasillos y él nos conduce hacia el que se encuentra más a la izquierda.
—La mayoría de vosotras trabajaréis en los puestos del nivel de entrada —comenta mientras abre una puerta hacia una gran estancia. En el interior, hay filas de pequeños telares perfectamente alineados, cada uno ocupado por una tejedora que se afana en trabajar en su fragmento de Arras. En la pared del fondo, un par de ventanas permiten que entre la luz, pero el ambiente del taller abarrotado resulta claustrofóbico.
—Podrían proporcionarnos más luz —dice Pryana.
—Sobre todo porque esas ventanas no son reales —susurro. Con el rabillo del ojo, veo que Erik frunce el ceño.
—¿Que no son ventanas reales? —repite Pryana.
Por su sorpresa y la expresión enfadada de Erik, me doy cuenta de que yo no debería saber que las paredes y ventanas del complejo son pantallas programadas. Los animales enjaulados suelen sentirse alegres siempre que ignoren que están encerrados.
—Sí, las ventanas de mi habitación son enormes —miento—. Podrían poner ventanas más grandes en los talleres.
Pryana se tranquiliza, dispuesta a creer mi explicación, pero Erik inclina la cabeza y me mira fijamente antes de hacer una seña al grupo para que continúe adelante.
—En el nivel de entrada, os ocuparéis del racionamiento, tejiendo los alimentos procedentes de las poblaciones agrícolas en todas las ciudades de Arras. También se os podría asignar la búsqueda de hilos flojos o cualquier otro signo de deterioro —nos explica mientras pasamos junto a salas y salas como la primera. Debe de haber cientos de hilanderas dedicadas a estas tareas básicas.
»Desde aquí —continúa, dirigiéndonos hacia un nuevo pasillo—, podríais ascender a los talleres dedicados a la meteorología, donde se asegura que caiga la cantidad justa de precipitaciones en cada sector. En otros, realizaríais extracciones y alteraciones estándar como las transposiciones.
Los talleres dedicados a la meteorología son más espaciosos y en cada uno de ellos solo trabaja una docena de chicas más o menos. Los telares que ocupan son más grandes y ninguna parece darse cuenta de que las nuevas las están contemplando. O tal vez les da igual.
—Creo que preferiría trabajar aquí —me dice Pryana.
Estoy de acuerdo con ella. No sé si podría soportar el ambiente viciado de los primeros talleres o las tareas de ínfima importancia que se encargan a las hilanderas del nivel de entrada.
—Las hilanderas que muestren un mayor talento trabajarán en la siguiente ala —comenta Erik a la multitud.
Salimos del pasillo tras él y accedemos a una estancia circular. La pesada puerta de estos talleres se encuentra vigilada y requiere una acreditación de seguridad.
—Por desgracia, el trabajo que se realiza en estos estudios es tan delicado que no podemos arriesgarnos a interrumpir a las hilanderas que trabajan en ellos —dice Erik.
Las chicas que me rodean refunfuñan y sisean, pero Erik alza una mano para indicar que desea terminar su discurso.
—Comprendo que resulte decepcionante, pero también es necesario. En los talleres superiores se encuentra el Departamento de Emergencias, el cual garantiza que no se produzca ningún accidente en el Sector Oeste. También albergan el Departamento Oeste de Orígenes. En él, las hilanderas supervisan la distribución de bebés en Arras.
—¿Cómo dices? —pregunta Pryana en voz alta. Algunas chicas a nuestro alrededor ríen entre dientes—. ¿Que hay bebés ahí arriba?
Erik niega con la cabeza y veo una sonrisa insinuándose en sus labios.
—No —la tranquiliza—. El proceso de traer una nueva vida a Arras es muy meticuloso. Una vez que las clínicas locales de la Corporación han aprobado un embarazo, el Departamento de Orígenes del sector correspondiente trabaja en colaboración con los doctores y hospitales de la zona para insertar suavemente la nueva vida en Arras. Para llevarlo a cabo, las tejedoras programan los nacimientos, de modo que la nueva hebra pueda ser entretejida al tiempo que el médico y el equipo quirúrgico controlan el parto. En el coventri es un trámite rutinario, pero requiere delicadeza.
—A mí me gustaría entregar bebés —dice una chica bajita con el pelo castaño claro—. ¿No sería bonito?
Asiento automáticamente con la cabeza, aunque no dejo de pensar en mi madre y en la cicatriz que estropeaba su perfecta figura, atravesándole el vientre. Mis padres se aseguraron de explicarme cómo se fabricaban los bebés, insistiendo en que no era justo esperar que yo cumpliera los estándares de pureza sin saber de lo que debía alejarme, sin embargo nunca me contaron cómo venían los niños al mundo. Ahora comprendo por qué era imposible que tuviera otro hijo sin permiso. Y todos aquellos años suplicándole un hermano y contestando de forma airada cuando me decía que era imposible. ¿Por qué no sería más clara respecto a las expectativas y las normas? Tal vez de ese modo habría sabido cómo escapar del escuadrón de recogida, en vez de esperar sentada a que llegaran.
—¿Qué más hay ahí arriba? —pregunta Pryana a Erik, acercándose mucho a él.
La veo aventurarse lejos de la seguridad del grupo. Se siente cómoda, totalmente invulnerable dentro de su ajustado traje de chaqueta que deja al descubierto sus largas piernas color ámbar. No puedo evitar maravillarme ante la confianza que destila y, si soy sincera, me siento un poco celosa también. No obstante, Erik apenas le presta atención, lo que significa que, o es muy bueno en su trabajo, o es acertada mi sospecha de que es algo más que el ayudante personal de Maela.
—Todo lo demás es información clasificada —responde, alejándose de Pryana y haciendo señas para indicarnos que es hora de irse.
—Tal vez no le gusten las chicas —masculla Pryana mientras regresa a mi lado.
—Está entrenado para mantenernos a raya —comento—. Dudo que tardaran mucho en echarle si todas las hilanderas que entran nuevas fueran incapaces de mantener los estándares de pureza por su culpa.
—Probablemente tengas razón —responde con un suspiro. A pesar de todo, no puedo dejar de mirarle.
Continuamos nuestro recorrido y debo luchar entre mi deseo de preguntarle a Pryana sobre todo lo que me he perdido y el intento de no precipitarme. Menos mal que ella parece impaciente por contarme todos los cotilleos.
—En Cypress hubo diez recogidas —me cuenta mientras caminamos con el grupo—. Creo que fue una especie de récord.
Noto orgullo en su voz.
—¿Y os encontraron a todas en las pruebas? —le pregunto, pensando si las chicas de Romen están especialmente exentas de talento.
—Por supuesto —responde Pryana—. La mayoría está ahí delante.
Señala a las chicas que avanzaban a la cola del grupo original y ahora lo lideran. Tienen el mismo pelo negro brillante y la misma piel tostada que ella.
—¿Alguna es tu amiga? —le pregunto.
Pryana sacude la cabeza con indignación.
—No, las chicas de Cypress solo se preocupan por conseguir citas de cortejo. Las ciudades del norte son así. He oído que en el este son más ambiciosas.
Por un instante me pregunto qué dirán de los que procedemos del oeste, pero no digo nada. Me interesa más saber por qué Pryana desea estar aquí.
—¿Y qué me cuentas de ti? —comento—. Tu familia, ¿se alegró cuando te convocaron?
—Claro —responde, mirándome como si yo estuviera loca—. Mi madre es sirvienta. Siempre había soñado con que yo ascendiera, y mi hermana pequeña está deseando que la convoquen en unos años.
Siento una punzada en el corazón al pensar que Pryana quizá vea a su hermana en algún tiempo. Tras la resistencia de mis padres, lo más probable es que la Corporación se asegure de que Amie nunca acabe aquí, aunque sea convocada. Me siento más que ligeramente celosa por la facilidad con que Pryana se está adaptando a su nueva vida.
Para mi sorpresa, cuando llegamos a la entrada de esta ala del complejo, nos detenemos. Erik intercambia unos susurros con otro guardia y desaparece en una habitación próxima. En vez de avanzar con nosotras, el guardia nos indica con una seña que esperemos. Momentos después, aparecen más guardias y se me forma un nudo en el estómago. Nos piden que regresemos al pasillo y luego nos encaminan hacia una larga escalera de caracol. Ascendemos por la torre como las trágicas princesas en los libros de cuentos heredados de la familia que mis padres ocultaban en agujeros.
La escalera conduce hasta una grandiosa estancia de piedra con las paredes salpicadas de ventanas con extrañas formas y demasiado pequeñas para colarse por ellas, pero con un tamaño suficiente para ver a través —el tipo de estancia en la que se oculta a una chica—. Por todas partes hay grandes telares de acero como los del vídeo, pero estos están inertes y vacíos. Se hallan conectados entre sí por diversos engranajes y ruedas y por las paredes se extienden tubos que se curvan en torno a las grandes bestias metálicas. Repartidos de manera uniforme por la habitación hay pequeños taburetes acolchados. Me pregunto si habrán dejado salir antes a las tejedoras que trabajan aquí para que podamos utilizar sus máquinas.
Las otras chicas señalan los telares y susurran, con los ojos muy abiertos, y me siento de nuevo aislada.
Maela, con un aspecto tan impresionante como el que lucía en la habitación de los espejos, entra majestuosamente en la estancia, seguida por Erik y otro guardaespaldas. El otro guardia lleva el pelo casi rapado, pero ambos presentan una perfecta musculatura y resultan sorprendentes y sin duda peligrosos. Maela se eleva frente a nosotras, con su vestido color carmesí como una mancha de sangre sobre el fondo negro de los trajes masculinos. Quiere intimidarnos, pero me yergo y alzo ligeramente la mandíbula para demostrarle que no está funcionando.
—Buenas tardes —gorjea, haciendo una floritura con los brazos—. Hoy comenzáis vuestro viaje para convertiros en tejedoras, y vais a pasar vuestra primera prueba. Evaluará vuestra habilidad natural para interpretar el tejido y el control que tenéis sobre ella. También proporcionará un beneficio inconmensurable a las ciudades que tenéis ante vosotras.
Algunas chicas aplauden el anuncio, sin embargo yo mantengo la mirada fija en ella.
—Tenemos una sorpresa para vosotras. Lo habitual es que no tuvierais acceso a un telar de verdad hasta que vuestra destreza hubiera sido confirmada y perfeccionada, pero este año existe la posibilidad de realizar algo de poda preventiva. Sé lo excitadas que estaréis ante tal oportunidad —dirige los ojos hacia mí mientras habla—, pero como se explicó en el vídeo de presentación, no todas vosotras os convertiréis en tejedoras.
El grupo se agita con inquietud a mi alrededor y el alegre murmullo que lo recorría hace una hora se ha transformado en pánico callado.
—Tened por seguro que cuando fuisteis invitadas…
Me río antes de poder evitarlo.
—Adelice, ¿hay algo que te haga gracia? —pregunta Maela bruscamente, y todas las cabezas se giran para mirarme.
—Me has recordado algo que sucedió hace un tiempo —sonrío, obligándome a mantener mis ojos fijos en los suyos—. Pero, por favor, continúa.
Si las miradas mataran.
—Como iba diciendo… —Maela no se distrae, sin embargo creo que yo he llamado la atención de forma innecesaria—. Todas permaneceréis al servicio del coventri. Muchas de las que fueron descartadas para las tareas de hilado o bordado crewel están bastante contentas trabajando en nuestra fábrica de tejidos o en otros puestos necesarios.
Como doncellas y sirvientas.
—Aquí siempre habrá un sitio para vosotras —Maela nos ofrece una meticulosa sonrisa.
Muchas de las chicas parecen calmarse, aunque da la sensación de que algunas están sopesando lo que acaban de escuchar.
—Uno de los aspectos más importantes del trabajo de hilandera es la retirada de hebras flojas. Cada persona, objeto y espacio de Arras dispone de su propia hebra o, en el caso de un lugar, un fragmento de tejido. Nosotras nos ocupamos del mantenimiento de Arras redistribuyendo, añadiendo y extrayendo estas hebras y fragmentos del conjunto. Si una hebra está floja, pone en peligro a las que la rodean. El tejido es maleable, lo que concede cierta flexibilidad a las ciudades, y a nuestro trabajo, por supuesto. En pocas palabras, algunas hebras son más elásticas que otras. Debemos ser cuidadosas para restaurar y sustituir lo que sea necesario, aunque en ocasiones también es preciso extraer.
Está hablándome directamente a mí.
—La existencia de demasiadas hebras flojas pone en peligro secciones grandes y, como podréis imaginar, eso supone un riesgo para todo el mundo.
Aparta la mirada para buscar el asenso de su silenciosa audiencia.
Las demás candidatas asienten con seriedad. Yo no. A mi lado, Pryana me golpea el brazo como instándome a imitar al resto y mostrar mi acuerdo.
Nadie hace preguntas. Mueven la cabeza con sincronizada conformidad, como si por qué nos están pidiendo que hagamos estas cosas fuera algo trivial. Lo único que cuenta es obedecer las órdenes de la Corporación, porque ellos dicen que son importantes. ¿Es que no sienten ninguna curiosidad por el movimiento continuo de las bandas de tiempo? ¿No quieren saber cómo nos ayudan las máquinas a trabajar? Soy la alumna menos apreciada por Maela, así que mi situación no es la más adecuada para formular estas preguntas, y a nadie más parece importarle.
—Hoy, cada una de vosotras realizará su primera extracción —nos dice Maela.
—¿Te refieres a arrancar? —pregunta Pryana. Durante un breve instante Maela tensa visiblemente los músculos de la mandíbula, pero se mantiene serena.
Creo que Pryana me gusta lo suficiente para hacerme su amiga, como me aconsejó Enora.
—Sí, algunas personas lo definen de ese modo. Yo encuentro el término ordinario —responde Maela con suavidad, aunque con la mandíbula todavía tensa.
A mí me parece ordinario todo el proceso, pero me muerdo la lengua para no atraer su cólera o la atención de sus embelesadas discípulas.
Maela hace una seña con la cabeza a Erik, que se dirige hacia la pared del fondo y pulsa una serie de botones. Las chicas le contemplan, e incluso Pryana muestra una expresión glotona al verle moverse. Tan pronto como Erik introduce el código, unos tapices brillantes y casi transparentes aparecen en los extraños telares de acero que salpican la habitación. La aparición del tejido es lo único que consigue apartar de Erik los ojos de las chicas. Muchas exclaman sorprendidas, y una incluso retrocede como si la visión la asustara. Para las muchachas que solo hayan tocado un telar de prácticas en las pruebas, contemplar Arras delante de ellas debe de resultar abrumador. Incluso a mí, que siempre he sido capaz de visualizar la trama, verlo así, dispuesto para nuestro uso, me provoca un nudo en el estómago.
—¿Se puede ver el tejido sin un telar? —la pregunta ha abandonado mi garganta antes de poder contenerla, pero necesito saber hasta dónde llega mi rareza.
Erik me observa con curiosidad, pero Maela me mira enojada por la interrupción.
—No, eso es ridículo. El tejido es el tiempo y la materia que ocupamos en este mismo instante. Por supuesto que no se puede ver sin telar —responde con brusquedad.
Excepto que, por supuesto, yo puedo. Pero aparentemente ella no es capaz de hacerlo, y a juzgar por la expresión en los rostros de las demás, ninguna de ellas puede. Soy la única con esa habilidad.
—Esto —continúa Maela, señalando un amplio y elaborado fragmento tejido con alegres tonos verdes, rosas y rojos— sois vosotras.
Las chicas se arremolinan más cerca y se empujan para contemplar la brillante tela.
—Somos preciosas —comenta sobrecogida una muchacha menuda.
—Por supuesto que lo sois —susurra Maela—. El resto de los fragmentos pertenece a diversas ciudades del Sector Oeste. Los telares nos permiten seleccionar y visualizar el tejido real de Arras. Cada día, las hilanderas recorren las zonas de tejido que están bajo nuestra responsabilidad, localizan las hebras frágiles y tramitan las solicitudes de extracción que recibimos a través de las autoridades correspondientes.
Nos muestra cómo ajustar el telar para conseguir una imagen más detallada del tejido. Ante nuestros ojos, el fragmento de Arras que aparece en el telar se transforma de un remolino de colores y luz a la delicada imagen de una casa.
—¿Se puede solicitar una extracción?
—Sí, claro. Los ciudadanos pueden hacerlo a título personal, así como los agentes responsables de la ley. El personal hospitalario presenta las solicitudes de extracción de los individuos con mala salud y los ancianos.
Recuerdo a mi abuela y me pregunto quién enviaría la solicitud de su extracción —desde luego, ni ella ni mi madre—. No estaba tan débil. Me escuecen los ojos al pensar que algún doctor decidiera que había llegado su hora.
—En estos telares aparecen las zonas que requieren mantenimiento. Recorreremos cada uno de ellos y tendréis la oportunidad de identificar los puntos débiles y extraerlos. Aunque los telares nos permiten acercar o alejar la pieza lo que sea necesario, e incluso localizar hebras muy específicas, se necesita cierta habilidad para encontrar la debilidad sin emplear los amplificadores y localizadores.
Me muevo incómoda sobre los tacones y me doy cuenta de que otras candidatas hacen lo mismo. Es pedirnos demasiado, teniendo en cuenta lo novatas que somos.
—No debéis asustaros —comenta Maela de modo tranquilizador, consciente del temor a su alrededor—. Simplemente tenéis que utilizar los dedos para interpretar el tejido. Observad.
Maela se acerca al telar más próximo y desliza un largo y fino dedo por la superficie, de izquierda a derecha, bajando por las pasadas del tejido hasta que su mano se detiene. Cierra los ojos un instante y deja que su mano descanse en ese punto.
—Esta —afirma, y el grupo se queda totalmente quieto— es más delgada que el resto. Está desgastada y vieja. Puedo sentir la presión que está ejerciendo sobre las hebras cercanas. Están realizando un esfuerzo mayor del que les corresponde para mantener el conjunto unido.
Nadie respira mientras Maela toma un largo instrumento plateado del carrito situado junto al telar.
—No hay más que introducir este extremo —explica mientras inserta cuidadosamente el gancho entre las hebras y con un rápido movimiento rasga la pieza. Del extremo cuelga un hilo brillante que nos tiende para que lo inspeccionemos—. Sencillo.
Siento un vuelco en el estómago. ¿Qué se sentirá al ser extraído? El hilo aún existe, pero ¿dónde está ahora esa persona?
—¿Quién está lista para intentarlo? —pregunta Maela.
Una docena de chicas se adelantan, se arremolinan, ansiosas de demostrar su valía.
Pryana me mira, y reconozco el terror reflejado en sus ojos almendrados. Al menos no soy la única asqueada por esta prueba.
Una tras otra, las chicas se acercan y realizan su intento. Una está a punto de arrancar un fragmento entero, pero Maela la detiene con rapidez. Me pregunto si su error la condenará a trabajar toda su vida como una esclava a merced del coventri. Poco después, solo quedamos Pryana y yo. Percibo su incomodidad, así que doy un paso adelante, no solo para concederle un instante más para serenarse, sino para acabar cuanto antes con esto.
Maela me conduce hacia una nueva pieza. El tejido es más elaborado que el de los demás fragmentos que hemos visto hasta ahora: miles de hebras brillantes se enlazan y entretejen en un arcoíris de luz. Algunas chicas lo miran con aprensión. Es mucho más complicado que el resto, pero eso no es lo que me asusta.
—Veamos de lo que eres capaz —dice Maela en tono alentador.
Alargo la mano y coloco las puntas de los dedos delicadamente sobre la pieza. La sensación es horrorosa. Ya había tocado secciones del tejido antes, pero nunca fragmentos que contuvieran personas. Una corriente eléctrica recorre la tela y me doy cuenta de que lo que estoy sintiendo es la energía de las miles de vidas que descansan bajo mis dedos. A pesar de su complejidad, mi mano localiza de inmediato la debilidad. Es tan leve que no imagino cómo podría extraer la hebra sin dañar las que hay distribuidas a su alrededor. Tampoco comprendo que esta minúscula debilidad pueda suponer una verdadera amenaza para una tela tan grande y tejida con tanta firmeza.
—Está aquí —susurro, y escucho un murmullo impresionado de las chicas que me rodean.
—Muy bien —se limita a replicar Maela. Blande el gancho como un arma, y percibo el desafío en sus ojos. Debe de saber que esta extracción es innecesaria, y con toda probabilidad peligrosa, pero está claro que pretende someterme a una prueba de nivel más avanzado.
—No es necesario —retiro la mano—. No supone ningún peligro para una pieza tan magníficamente tejida.
—En realidad, esa decisión no te corresponde a ti, Adelice —sisea y me acerca aún más el gancho.
—Extraerla pondría en riesgo a todas las hebras de alrededor. No es necesario —alzo la barbilla y la miro a los ojos, animándola a desestimar mi afirmación.
—Adelice, no te lo repetiré. Cuando no realizas tu cometido nos pones a todos en peligro —añade, como si me estuviera enseñando a hacer sencillas sumas y restas.
—Y yo te digo que no supone ningún riesgo —reitero. Mi corazón empieza a palpitar a toda velocidad—. De hecho, sería más peligroso extraerla.
—¿Tú crees? —parece realmente interesada en mi opinión, aunque sé que se trata de una farsa—. En ese caso…
Su movimiento es tan rápido que no lo veo venir. Empuña el gancho como una navaja, acuchillando el tejido y desgarrando una sección completa; del gancho cuelgan cientos de hebras brillantes. Hace una seña al fornido oficial.
—Coge estos y los otros para almacenarlos e informa a la tejedora de guardia que necesitamos un arreglo de emergencia —le alarga el gancho con aire despreocupado. Nadie habla; solo miramos atónitas.
Trato de morderme la lengua, pero el caudal de ardiente ira que inunda mi cuerpo y mis mejillas lo impide.
—Eso era innecesario.
—Os dije que incluso una hebra floja suponía un peligro —Maela frunce el ceño y sacude la cabeza con un gesto de pretendida lástima. O tal vez de remordimiento. Ninguno creíble—. ¿Quieres ser responsable de una tragedia? —me pregunta, paseando la mirada por la estancia. La pregunta es retórica, pero varias chicas niegan con la cabeza.
»Si fallamos a la hora de realizar nuestro cometido, comprometemos todo lo que se ha construido —continúa y mientras me mira, gira un diminuto botón en el lateral del telar. El tejido que tenemos frente a nosotras, destrozado y roto, comienza a enfocarse. Al principio parece un elaborado pedazo de tela que se despliega sobre la máquina, pero cuando Maela acerca y ajusta la imagen, se convierte en una ciudad. Es como si estuviera viendo un plano con un agujero. Entonces Maela gira la rueda otra muesca y se convierte en la vista de una calle; una avenida flanqueada de árboles, muy parecida a la de mi casa, que conduce a un edificio, una escuela. Se ve el arco de una puerta, la fachada de ladrillo de la entrada y luego nada. El resto del edificio ha desaparecido, sencillamente ha sido arrancado, dejando trozos de ladrillo que caen y desaparecen en un abismo. Simplemente, ya no está ahí.
Hasta ahora me había sido imposible comprender el alcance del arrebato de Maela y ver el tejido en forma de tapiz evitó el enfado que ahora me provoca la imagen. ¿Esto ha sido para darnos una lección? ¿Y qué hemos aprendido? Que Maela es una psicópata. Sin duda, podría haberlo imaginado. ¿Para esto necesitan la tecnología de limpieza, para borrar las acciones de personas como ella? Tal vez sea a ella a quien necesitamos olvidar.
Maela mantiene sus ojos color violeta fijos en mí, hasta que la insinuación de una sonrisa surca fugazmente su rostro. La brevedad del gesto no permite que nadie, excepto yo, lo perciba.
—Creo que hemos terminado por hoy.
Miro a Pryana, que ahora debería ser mi amiga. Al menos la he salvado, aunque solo sea por el momento. Su expresión lo dice todo: no está preparada para esto. Con lo ansiosa que estaba de convertirse en hilandera, está claro que no se esperaba algo así. Aunque para ser sincera, yo tampoco.
—Pryana, estás excusada —dice Maela—. En vista de la situación, no sería justo.
Los ojos color café de Pryana reflejan mi propia alarma.
—Siento tu pérdida —añade Maela con una sonrisa tonta, al tiempo que aprieta el hombro de Pryana.
—¿Qué pérdida? —Pryana habla tan bajo que Maela la mira como si no la hubiera escuchado.
Tomo la palabra, con la boca seca.
—Pregunta que qué pérdida.
—Por desgracia —Maela se recrea en sus palabras—, esta pieza corresponde a la escuela de Cypress.
Pryana ahoga un grito y sus ojos se dirigen rápidamente al tejido, tratando de descifrar la brillante telaraña.
—Me imagino que no habrá quedado mucho de ella —comenta Maela con expresión de disculpa, y luego se vuelve para susurrar algo a Erik.
—Mi hermana asiste a la escuela de Cypress —dice Pryana en voz baja.
Todo el mundo la observa, pero su mirada permanece fija en la pieza mutilada. Algunas chicas se vuelven hacia mí. Cuando Pryana alza los ojos, los dirige directamente hacia donde yo me encuentro.
—Tú la has matado.
Estoy casi segura de que lo que espera Maela es que ahora Pryana me mate a mí. Me preparo para ello cuando un par de manos firmes me agarran del brazo. Erik me está arrastrando hacia un lugar seguro.