Hacía buen tiempo a las cinco de la mañana en el desembarcadero de Aqua, de modo que subí a la lancha y fui a tierra. Cerré un acuerdo por dos esclavos con el capitán Osatam. Después de las nueve de la noche envié a cinco de mis hombres a casa de la hija de Yellow Belly [Vientre Amarillo], la madre de la hermana de Dick Ebrow, para impedir que una de las criadas de mi casa diera alguno [esclavo] al barco, pues su hermano dio una de mis muchachas, que yo di a mi esposa, al capitán Fairweather, que no me pagó…
Diario de Antera Duke,
17 de junio de 1785, en la Vieja Calabar
Más allá del cenagoso estuario del río Volta, la costa continuaba hacia el este, pero hasta la actual ciudad de Lagos y más allá había una serie de lagunas que permitían la pesca en canoa y un transporte casi continuo. Detrás de las lagunas se extendía un paisaje de sabana, casi hasta el mar, que permitía la cría, o al menos el empleo, de caballos, ganado, cabras, ovejas, aves de corral, pintadas y, después de la llegada de los portugueses, cerdos. También engordaban y comían perros, a finales del siglo XVII, como se hizo en el antiguo México.
Todos los viajeros europeos hicieron resaltar la abundancia de población; los misioneros españoles decían en 1660 que sus habitantes eran tan numerosos «que las plazas, calles y caminos forman un hormigueo continuo»; también notaron «el prodigioso número de palmeras», de cuyo fruto se extraía aceite de palma y de cuya savia se obtenía el vino de palma, aunque los indígenas de la región preferían beber cerveza elaborada con sorgo.
A finales del siglo XVIII dominaba la región el poderoso rey Kpengla de Dahomey, cuyo Estado había sido levantado por su padre y su abuelo. La historia de la conquista del poder por esta familia está estrechamente vinculada a la trata, la principal actividad económica del reino hacia 1780. El abuelo de Kpengla, Agaja, creador del país, era «algo más fuerte y de hombros más anchos que Molière», según un capitán negrero francés. El padre de Kpengla, Tegbesu, que vendía más de nueve mil esclavos al año, sobre todo a franceses y portugueses, tenía unos ingresos anuales, según estimaciones de 1750, de unas doscientas cincuenta mil libras, cifra que era con mucho mayor que la de los mercaderes más ricos de Nantes o Liverpool, pues el más acaudalado propietario de tierras inglés, en la misma época, podía contar con ingresos de cuarenta a cincuenta mil libras anuales.[365]
En el siglo XVI apenas hubo exportaciones de esclavos de la llamada Costa de los Esclavos. En cambio, se hervía el agua del mar para obtener sal, los herreros fabricaban armas de hierro, se producían cuentas y, desde mucho antes, se tejían las fibras de algodón y de palma para hacer prendas de vestir. Alrededor de 1550, los portugueses empezaron a comerciar en la región, y medio siglo después ya había un comercio constante con algunos mercaderes establecidos en ella de modo permanente. Pieter de Marees, primer viajero holandés en la región, escribió que «los portugueses hacen mucho comercio aquí».[366] Ya en 1630 había en esta costa holandeses que establecieron una factoría. Les siguieron los daneses, los suecos y los ingleses, con una factoría de la Compañía de los Aventureros Reales cerca de la holandesa; los franceses, por su parte, acabaron instalando su base en Ouidah.
En este territorio habitaban dos pueblos, los aja y los yoruba, con numerosos reinos; algunos tenían una capital de la que dependían ciudades y aldeas, mientras que otras eran ciudades autónomas. Los aja ocupaban la franja costera y sus principales reinos eran Allada o Ardra, a unos sesenta y cinco kilómetros tierra adentro, Popo y Ouidah en la costa, y Dahomey, cuya capital, Abomey, se hallaba a unos doscientos veinte kilómetros en el interior. Allada era el «Estado padre» de todos esos reinos, aunque una vez llegaron los europeos a sus reyes les resultaba virtualmente imposible controlar todas sus ciudades dependientes.
Los pueblos de esta región no eran primitivos; tenían moneda, basada en las conchas cauríes, que preferían al oro, según constató Barbot, y comerciaban en grandes mercados con sal, algodón, madera tallada y algunos productos de hierro.
Más al interior estaba el imperio ovo, la principal monarquía yoruba, a cuyo monarca, el alafin, estuvieron sometidos durante un tiempo los aja. Los oyo aparecieron en el siglo XV, conocidos en el XVII también como ulcumy o lukumi, como llamaban en Cuba a los esclavos vendidos por los oyo. Gracias a su buen uso de la caballería, los oyo se extendieron rápidamente. Proporcionaban esclavos a Allada, a cambio de mercancías europeas, entre otras cosas mosquetes, cuando aparecieron los ingleses y los holandeses. A diferencia de los reinos costeños, siempre habían proporcionado esclavos a sus vecinos árabes del norte.
En esta costa las factorías europeas nunca fueron tan importantes como en la Costa de Oro. En 1670 el rey de Allada negó el permiso a los franceses para construir una factoría «al modo europeo» pues esto les hubiese permitido instalar cañones y dominar así su reino, como hicieron los portugueses con Elmina en la Costa de Oro, cosa que el rey de Allada sabía porque se había educado en un convento de Santo Tomé. Las modestas factorías autorizadas tuvieron que instalarse tierra adentro, con lo que les sería imposible resistir mucho tiempo los ataques africanos, en caso de que ocurrieran. En consecuencia, la mayoría de los europeos comerciaban desde sus barcos, a veces anclados de modo permanente en nada saludables lagunas. Los reyes de Allada trataron de conseguir que los europeos concentraran todo su comercio en su reino, pero en esto fracasaron tanto como los capuchinos que los visitaron en los años cincuenta del XVII fracasaron en su intento de convertirlos al cristianismo.
Los holandeses fueron los primeros europeos que llegaron a Allada, aunque al parecer no comerciaron con esclavos. Luego, el chevalier Dubourg y François D’Elbée capitanearon una expedición en 1670 y convencieron al rey para que les proporcionara cuatro cargamentos de esclavos al año, que serían embarcados en Jaquin o en Offra, llamada a menudo por los europeos Pequeña Ardra o Allada, en la costa. Dubourg murió en Allada, pero D’Elbée llevó a los esclavos a la Martinica, en su buque Justice, matriculado en Le Havre. La trata prosperó a partir de entonces, aunque las incursiones de Allada en busca de cautivos se vieron a veces obstaculizadas por el rey de Dahomey, aunque los aja nunca encontraron tantos esclavos como su vecino subordinado, el rey de Ouidah. La gente de Allada se acostumbró a vender los esclavos en lotes, de modo que los europeos debían tomar los buenos junto con los malos, mientras que en otros lugares los compraban uno a uno, lo cual les permitía seleccionarlos cuidadosamente.
Ouidah era ya en 1700 independiente de hecho, y su rey se vanagloriaba de poder proporcionar varios miles de esclavos al año. En esto tuvo un papel importante el aventurero danés Henrick Carloff, que estableció por cuenta de los franceses una factoría a la vera de Ouidah, en la aldea de Gléhoué, a la que llamó Pillau, porque éste era el nombre de su lugar natal en el mar Báltico, cerca de Königsberg (actual Baltisk). Francia mantuvo así, a partir de 1671, su única factoría permanente al sur del Sahara, lo cual indica la popularidad de los esclavos de este puerto. Pillau estuvo administrado por unos once europeos, que dirigían el trabajo de un centenar de africanos. Era un mercado más elegante que la mayoría de los que tenían los europeos en el África occidental, pues se plantaron naranjos en un gran patio central, al que daba un espacioso comedor. De no haber sido por el paludismo y la fiebre amarilla, Ouidah habría sido «uno de los países más deliciosos del universo», según el escritor francés Prévost, debido «al verdor de sus campos, el tamaño de sus árboles y la multitud de aldeas que formaban una encantadora perspectiva».[367] También los portugueses establecieron una factoría en Ouidah, a la que llamaron São João Bautista, alrededor de 1670. Hubo otra de los holandeses en 1682 y de los ingleses el año siguiente, y hasta de los brandeburgueses en 1684. Todos estos recién llegados disfrutaron de una poco habitual forma de comercio libre, pues el rey mantenía el lugar abierto a los buques de cualquier enseña y después de 1704 hubo un esclarecido acuerdo para que los buques de un país no interfirieran con los de otro, incluso si ambos países estaban en guerra.
La Costa de los Esclavos no tardó en enviar anualmente dieciséis mil esclavos a las Américas, es decir, casi la mitad del total africano de la época. Los portugueses apreciaban especialmente los esclavos de Ouidah, pues creían que poseían un olfato mágico para descubrir las vetas de oro. De hecho, gran parte del éxito de Minas Gerais se debió a la resistencia, si no a la magia, de los esclavos de Ouidah, obtenidos en su mayoría de mercaderes que representaban al imperio oyo, y gran parte perteneciente al grupo lingüístico de los yoruba.
Petley Weyborne, de Bristol, que después de haber sido un intruso fue agente de la RAC, describió alrededor de 1700 la factoría inglesa: «Esta mañana fui a tierra en Ouidah, acompañado por mi doctor y sobrecargo, el capitán Clay, del East-India Merchant, su doctor y sobrecargo, y una docena de marineros de nuestra guardia, armados, con el propósito de residir aquí hasta que pudiéramos comprar mil trescientos esclavos… Nuestra factoría está a unas tres millas [unos cinco kilómetros] de la costa, adonde nos llevaron en hamacas que el factor, mister Joseph Peirson, envió para recibirnos, con varios negros armados que le pertenecen, para nuestra guardia; pronto nos metieron en una hamaca, cargados sobre las cabezas de los negros y llevados a la factoría… baja cerca de los pantanos… un lugar muy insalubre. Los blancos enviados a vivir aquí raramente regresan para contar lo que vieron; la rodea un muro de tierra, de unos seis pies [dos metros] de altura, y la puerta está en el lado sur; dentro hay un amplio patio, una casa de tierra amasada con tejado de paja, donde vive el factor con los blancos; también hay un almacén, una prisión para los esclavos y un lugar donde entierran a sus blancos muertos, llamado de modo muy inadecuado la pocilga; hay también una buena fragua y varias otras casas pequeñas…»[368]
En cuanto al pago, los mercaderes de Ouidah, igual que su rey, estaban interesados en importar conchas. «Cada barco trae sus treinta a sesenta y hasta ochenta mil», escribía un funcionario francés, «Pruneau de Pommegorge», a finales del siglo XVIII.[369]
En Popo se abrió un tercer puerto de interés, y durante una generación o más, sus habitantes compitieron con los de Allada-Offra, que luego se llamaría Allada-Jaquin, y Ouidah en fomentar la trata. Un médico danés, Paul Edmond Isert, quedó muy impresionado por las mansiones de tres pisos pertenecientes a los mercaderes africanos de esclavos. Pronto se pudieron ver allí también casas de holandeses, franceses, ingleses y brandeburgueses.
Aunque los europeos se mostraron relativamente pacíficos en los puertos de la Costa de los Esclavos, no puede decirse lo mismo de sus nuevos amigos africanos. A veces, los reyezuelos empleaban a mercenarios europeos y a veces los europeos interferían en la política local, para favorecer la sucesión a alguno de los tronos del personaje que creían que colaboraría con ellos. Así sucedió en 1671 en Allada, y en 1703 en Ouidah, cuando el director del fuerte inglés, Peter Duffield, impuso su candidato. La razón de estos conflictos solía ser la exigencia de que se capturaran tantos vecinos como fuese posible, para satisfacer las demandas de exportación. Durante un tiempo, Allada consiguió persuadir a las otras ciudades de la región para que excluyeran a Ouidah de los territorios del norte donde se hacían incursiones en busca de esclavos, y por esta razón todos los representantes extranjeros tuvieron que informar sobre la escasez de cautivos, entre 1714 y 1720. Franceses, ingleses y holandeses colaboraron en enviar armas para ayudar a Ouidah frente a Allada, pero el rey de aquélla, el joven Huffon, no supo hacer buen uso de las mismas. Con el tiempo, se estableció un modus vivendi por el cual Allada permitía que pasaran por su territorio bastantes esclavos para mantener la prosperidad de Ouidah.
Al nordeste de estos pequeños pero ricos puertos enemigos entre sí había dos reinos interiores: el de Weme (Ouémé), en el río de este nombre, el único río de importancia en la región, y el de Dahomey, con capital en Abomey, separada de la zona costera por un territorio cenagoso al que llamaban la Lama. No parece que antes de 1625 hubiese propiamente un reino en Dahomey, y es posible que fuese un exiliado de Allada quien lo fundara. Pero a comienzos del XVIII, el rey Agaja, en el trono desde 1708 y uno de los más formidables gobernantes africanos con quienes los europeos tuvieron relaciones, y sus capitanes eran «muy admiradores de las armas de fuego [es decir, mosquetes] y habían abandonado casi por completo el uso de arcos y flechas».[370] Los dahomeyanos tenían un alto grado de disciplina, en comparación con sus vecinos. Se derramaba abundante sangre y muchos prisioneros eran sacrificados con una perseverancia casi comparable a la de los antiguos mexicanos.
A comienzos del XVIII, Agaja venció a su vecino el rey de Weme y demostró que había que contar con él. Esto condujo a que un candidato derrotado a la sucesión de Allada pidiera la ayuda de Agaja, lo cual llevó a que Dahomey conquistara Allada. El representante de la RAC, Bullfinch Lambe, presenció la batalla decisiva y vio a ocho mil cautivos entre los muertos tendidos en el suelo, donde «de haber llovido sangre no estaría más espesa sobre la tierra».[371]
Algunos de los otros jefes locales, como el rey de Jaquin, se sometieron a Agaja, quien, al cabo de tres años de cuidadosos preparativos, se enfrentó a Ouidah, donde estaba a punto de estallar una guerra civil. El rey Huffon no opuso resistencia y huyó; murieron cinco mil personas y otras diez mil fueron capturadas, se saquearon todos los fuertes europeos y se encarceló a sus directores. Cierto que al año siguiente los dahomeyanos fueron derrotados por los oyo, a cuya caballería, pese a sus armas de fuego, no pudieron resistir, pero conservaron lo conquistado en la costa, con la condición de pagar un tributo a sus vencedores.
La trata desde Ouidah estuvo en dificultades durante varios años después de la conquista por Dahomey. Los exiliados de aquel pueblo, los súbditos de Dahomey, los oyo y los europeos luchaban por el control. Se dio muerte a los comandantes inglés y francés. Pero poco después de concluir un tratado con los oyo, el rey Agaja reanudó el comercio de esclavos con los europeos en Ouidah. Parece que es un mito que tratara de quedarse con todos los cautivos para hacerlos trabajar sus propias tierras; lo que le desagradaba era tener que tratar con los europeos a través de intermediarios y no quería que sus propios súbditos fueran esclavos. El rey intentó interrumpir las entregas de esclavos del interior, para controlarlas. Pero vendió los numerosos cautivos que hacía en sus guerras y rápidamente inició las incursiones en los territorios del norte, como habían hecho sus predecesores que controlaban los puertos de la llamada Costa de los Esclavos. El comercio de esclavos de Dahomey no era el monopolio real que a veces se ha querido presentar, pues también se les permitía ejercerlo a muchos jefes, pero en este comercio desempeñaron un papel decisivo el rey Agaja hasta su muerte en 1740 y luego su hijo el rey Tegbesu, y su nieto el rey Kpengla. Se construyeron nuevas factorías y se reanudaron los viejos ritmos de la trata a mayor escala que antes de 1725. Cientos de dahomeyanos a los que se solía pagar con conchas ayudaron en el control de la trata.
Desde entonces, europeos de todas las naciones recorrieron los ciento ochenta kilómetros que separaban Ouidah del palacio del rey en Abomey, para observar las fiestas reales y los sacrificios humanos, admirar las muestras de seda y tejidos, y quedarse boquiabiertos ante el palacio rodeado de cráneos, «tan apretados como pueden ponerse uno al lado del otro», mientras sus agentes negociaban en la costa.
Estos monarcas del Dahomey del siglo XVIII imponían la ley por medio de la brutalidad y decapitaban a cualquiera que robara así fuera una sola concha. Los reyes llevaban a cabo periódicamente arbitrarias, implacables y eficaces depuraciones de los funcionarios provinciales. Tegbesu y Kpengla estaban rodeados de una numerosa corte de mujeres soldado, «amazonas» según la mayoría de los europeos, y eran tiranos a los que debía aplacarse en vez de combatir, objeto perenne de fascinación para los tratantes europeos.
A finales del XVIII, Dahomey pasó por una crisis como centro de la trata, y los reyes recurrieron a diversos medios para reanimarla. Por ejemplo, dado que el rey y su familia, como tantos otros africanos, apreciaban el mercado de Brasil más que cualquier otro, atraídos por la dulzura del tabaco brasileño de poca calidad, el rey Adandozan, sucesor de Kpengla, envió en 1795 un emisario de Bahía para proponer que su reino fuese la única y exclusiva fuente de esclavos de la costa de Mina para el Brasil. El gobernador de Bahía rechazó la propuesta, no sólo porque pensó que el monopolio aumentaría Jos precios sino por temor a las consecuencias políticas de traer a muchos esclavos del mismo lugar y de la misma lengua. El rey envió entonces un emisario a Lisboa, que recibió la misma cortés negativa. Pese a este desaire, Ouidah salió de la crisis y en la última década del siglo se la volvió a considerar uno de los centros más importantes de la trata, favorita de la última generación, antes de la Revolución francesa, de los capitanes de Nantes. El incompetente representante inglés en Ouidah, Lionel Abson, escribía en 1783 a Richard Miles, comandante en Cape Coast, que «desde que estoy en la costa, nunca he visto llegar a tantos franceses como últimamente».[372]
Para entonces se había abierto otro puerto, Porto Novo, en el extremo oriental de esta costa de barlovento, en la costa misma y no en la laguna, y una rama de los antiguos jefes de Allada consiguieron instalarse allí. Otro grupo de exiliados de Allada se estableció en Badagry, por iniciativa de un holandés independiente, Heinrik Hertogh, fundador de la ciudad. Tanto Porto Novo como Badagry prosperaron a finales del XVIII, aunque la segunda de estas plazas fue destruida en 1784 por el rey de Dahomey. Popo continuó siendo un refugio para los exiliados de Ouidah, que a veces atacaron su antiguo país; en 1763 se les pudo rechazar sólo gracias a la intervención del comandante británico de la factoría, William Goodson. Más allá, hacia el este, estaba la isla de Onim, que fuera originalmente colonia de Benin, y donde ahora se halla la moderna ciudad de Lagos. Era un puerto importante de la trata a finales de los noventa de aquel siglo, que obtenía la mayor parte de sus cargamentos de mercaderes de las lagunas del oeste. La libertad de acción de estos puertos, pese al poderío de Dahomey, se debía a la protección del imperio ovo.
Este imperio, siempre presente en la política de Dahomey, era ahora el principal abastecedor de esclavos de todos estos puertos, con su principal mercado en Abomey-Calavi. Abiodun, el alafin (emperador) de los oyo desde 1774, había sido mercader de potasa antes de subir al trono, y consideraba la nueva ciudad de Porto Novo como propia, gracias a lo cual, diez años antes del fin del siglo era más próspera que Ouidah. Los oyo no sólo se aseguraban de que los mercaderes de la ciudad tuvieran prisioneros de guerra para vender, sino que llevaban a ella esclavos de sus vecinos árabes del norte y los revendían a sus vecinos del sur, entre ellos dahomeyanos, cuya independencia resultaba así tan limitada en el comercio como lo había sido por largo tiempo en política. Pese a los repetidos intentos de Dahomey de escapar de su influencia los oyo seguían dominando la región, directa o indirectamente. Sólo poco antes del fin del siglo empezó a declinar su poder, hasta el punto de que el alafin solicitó ayuda al rey Kpengla de Dahomey para algunas actividades militares, decisión que había de llevar a su derrumbe personal y al de su pueblo.
Tal vez se exportaron dos millones de esclavos de la costa entre el río Volta (Pequeño Popo) y Lagos-Onim, entre 1640 y 1870, la mitad de ellos (pongamos unos novecientos mil) transportados por tratantes portugueses o brasileños, seguidos por los británicos (unos trescientos sesenta mil), los franceses (quizá doscientos ochenta mil), los holandeses (tal vez ciento diez mil), los españoles y los norteamericanos.
El viajero de finales del siglo XVIII en su periplo por los puertos africanos de esclavos, llegaría a los cinco «ríos de esclavos» descubiertos por los portugueses a finales del siglo XV, el más ancho de los cuales, el río Fermoso o Benin, llevaba a la ciudad y al reino de este nombre. Esta monarquía, al parecer de origen yoruba, había sido una importante exportadora de esclavos en el siglo XVI, por su puerto de Ughoton. Sobre este territorio el mercader florentino Bartolommeo Marchionni poseía una lucrativa licencia del rey de Portugal para comerciar con esclavos, a finales del siglo XV. Pero a partir de 1530, Benin no era una zona importante de esclavos, y el oba (rey) trató en 1550 de terminar por completo con la trata. Las telas, una pimienta excelente y los colmillos de elefante fueron, entonces, las principales exportaciones. Los portugueses habían tratado con ahínco de convertir al oba y a sus súbditos al cristianismo, pero ni los franciscanos en el XVI ni los capuchinos a finales del XVII encontraron algo más que simple cortesía.
Por el riesgo de enfermedades, las corrientes marinas y los bancos de arena, los marineros europeos consideraban peligrosa esta parte de África. Incluso había proverbios sobre esto, como el pareado que aconsejaba: Beware and take care of the Bight of Benin; Few come out, though many go in. [«Cuidado con la ensenada de Benin / pocos salen, aunque muchos entran.»]. El hermoso río Benin parecía especialmente peligroso. En él murió en 1553 el primer capitán inglés que llegó allí, Thomas Wyndham.
Otro europeo del norte, el viajero holandés Pieter de Marees, decía, alrededor de 1600, que el rey de Benin tenía muchos esclavos y que era tarea de las mujeres llevar el agua, pero acaso eran más bien servidores que esclavos; en todo caso, no estaban a la venta, o cuando menos no a los europeos. La eficacia con que Benin evitó comerciar con esclavos a partir de 1550 demostraba que esto podía lograrse si un rey africano se lo proponía verdaderamente.
A finales del XVI el oba o sus jefes volvieron a vender esclavos a los portugueses. En los años veinte del XVIII, cuando cayeron los precios de las telas y el marfil, también los compraban los holandeses, los franceses y finalmente y sobre todo los ingleses. El oba abrogó incluso la prohibición de sus antepasados del siglo XVI de vender varones. Aunque mantuvo la trata como monopolio real, cayó en manos del ezomo, un gran visir del reino, que sentado en su sala del trono incrustada de conchas, sostenido por sus propios esclavos, hacía que sus visitantes se lavaran los pies en una gran vasija de cobre, antes de asistir, por ejemplo, a un festín de ñame animado con sacrificios humanos; él fue, desde entonces, el jefe con quien los tratantes europeos debían negociar en Benin.
Los franceses, al mando del capitán borgoñés Jean-François Landolphe, que tenía una larga experiencia en la trata y había trabajado para la Compagnie de Guyane, establecieron en 1778 una factoría, que duró poco, en Ughoton, en el bajo río Benin, para comerciar con marfil y telas así como con esclavos, y luego, en 1783, estableció otra, más duradera, en la desembocadura del río, en territorio de los itsekiri, un sobrino de cuyo olu o jefe se llevó a París en 1784. Pero la fiebre amarilla diezmó a los franceses y los tratantes de Liverpool superaron a Landolphe, que nunca pudo realizar su plan de convertir Benin en un puerto en que se pudiera comprar tres mil esclavos por año.
A mediados del XVIII los ingleses tenían mucho interés en este territorio, y los itsekiri satisfacían parte de su demanda. En 1752 cinco buques partieron de Liverpool para comprar mil doscientos ochenta esclavos en Benin.
Al mismo tiempo, ni el oba ni su ezomo organizaron una red comercial de esclavos, al modo como lo hicieron los ashanti o los dahomeyanos o, según se verá, los jefes de Calabar, y nunca pudieron satisfacer la demanda europea, sin duda por falta de voluntad.
Más allá de Benin, en el río Dos Forcados, se hallaba el principado de Ode Itsekiri, gobernado por una familia de príncipes parientes de los de Benin. Alrededor de 1560 habían comenzado a ocupar el lugar de Benin como abastecedores de esclavos para Santo Tomé y luego para las Américas. Los itsekiri, como sus rivales y vecinos los ijo, eran bien conocidos por sus largas y poderosas canoas de guerra con las que dominaban las aguas bajas del Benin y con las cuales conseguían cautivos que vendían a quien quisiera comprárselos.
Más insalubre todavía que el Benin era el río Reale (Bonny para los ingleses) en la ensenada de Biafra, donde, a finales del XVIII, el porcentaje de muertes a causa del paludismo era de más de diez por viaje, el doble que en otras regiones de la trata, por lo menos en los buques ingleses. Los capitanes comerciaban en los estuarios del delta del Gran Níger, que adoptaban allí los nombres de río Cross y río Viejo Calabar, entre los cuales innumerables calas proporcionaban una complicada red de entradas hacia el interior. Todo este territorio era muy insalubre. El viajero y negociante del siglo xix Macgregor Laird describió las aguas bajas del Níger como «un extenso pantano cubierto de mangles y palmas, de donde se elevaba por la mañana una bruma fría que se pegaba a la piel como humo de leña húmeda».[373]
La ensenada de Biafra era una zona importante de la trata ya en 1700, de donde, en 1711-1730, se exportaron por lo menos cuatro mil quinientos esclavos; tal vez un tercio de todos los esclavos exportados por los británicos en el siglo XVIII procedía de estos puertos, como posiblemente un cuarto de todos los llevados a Norteamérica. Los principales fondeaderos eran Viejo Calabar, en la boca del estuario (llamado Iboku por los efik), Adiabo, a dieciséis kilómetros río Calabar arriba, y Mbiabo, en el río Cross (llamado Curcock por los europeos). Más abajo, cerca del mar, estaba Duke Town, llamada así por su jefe, Duke Ephraim, y que andando el tiempo fue el centro de Nuevo Calabar. Más allá estaban Bonny y Opobo, que eran todavía ciudades pequeñas a finales del XVIII.
Los portugueses conocían el río Cross y su afluente, el Calabar, pero no comerciaron en ellos, y en 1600 el viajero holandés Pieter de Marees aconsejaba a los tratantes que evitaran aquel lugar, donde nada podían ganar y donde siempre existía el peligro de naufragar, pues frente al Viejo Calabar había un largo arrecife. Hacia 1600, sin embargo, los ingleses habían aprendido a evitarlo y comerciaban a gran escala, llevando esclavos a Barbados y monos y marfil a Inglaterra. Hacia 1700 eran tantos los buques británicos que iban al Viejo Calabar que los demás europeos sabían que «no se puede comerciar allí». Los esclavos de Calabar se consideraban de los menos satisfactorios, a causa de su rebeldía. No obstante, a lo largo de los cien años siguientes, la zona se convirtió, con sus numerosos ríos, en la más favorecida por la trata, tanto para los franceses y holandeses como para los ingleses.
En el siglo XVII, los tratantes del pueblo efik, que hablaba ibibio, habían avanzado hacia el sudeste por esos ríos, según la leyenda debido a una disputa acerca de una hacha. Cuando de pescadores pasaron a convertirse en mercaderes, de esclavos entre otras cosas, fundaron una poderosa hermandad comercial llamada Egbe. Sus jefes, dándose cuenta de la ventaja de disponer de un lenguaje comercial común con los europeos, desarrollaron una versión peculiar del inglés, que empleaba las palabras de esta lengua con sintaxis ibibio. James Barbot, capitán negrero de finales del XVII y hermano del escritor Jean, hablaba del duque Aphrom (Efraín), el rey Robin, el rey Mettinon, el rey Ebrero y hasta el viejo rey Robin. Los títulos se referían a jefes y no a monarcas. La mayoría de los esclavos vendidos en el Viejo Calabar en el XVII procedían del relativamente próximo territorio interior de los ibo, pero cien años más tarde los traían a menudo desde mucho más al interior. Lo que preferían para el intercambio eran lingotes de cobre y, luego, de hierro. Durante un tiempo, las ajorcas de cobre fueron una especie de moneda. Algunos de los hijos de esos mercaderes visitaron Inglaterra y a resultas de ello en el Viejo Calabar se establecieron escuelas «con el propósito de instruir… a los jóvenes pertenecientes a familias importantes». También se obtenía de Europa material para construir casas, y un tratante negro africano llamó a su casa Liverpool Hall. Antera Duke, uno de los tratantes, anotó en su diario a finales del XVIII: «Después de las diez vamos a comer a casa de Egbo Young, Liverpool Hall.»[374]
Alrededor de 1780, el más famoso de los tratantes efik, Eyo Nsa (Willy Honradez para los ingleses), no era realmente un efik, pues lo habían llevado al Viejo Calabar como esclavo, donde llegó a ser un general victorioso al servicio de los efik, sobre todo luchando contra los piratas en la cala Ikpa. Se casó con una princesa ambo y ya en su vejez se enriqueció comerciando con esclavos; en su inmensa casa, tenía muchos a su servicio, pero incluso a éstos los vendía cuando le ofrecían un buen precio.
Las importaciones de Europa se recibían en la región de Calabar como una maravillosa ayuda a la economía local. Las puntas de los aperos agrícolas podían recubrirse de hierro y hacerse, así, más eficaces. Las comunidades donde se usaba la sal obtenida hirviendo el agua de mar se beneficiaron con la importación de grandes vasijas de cobre, y los tejidos eran muy útiles a gentes que apenas tejían. Por otro lado, la población de esta zona experimentó un declive constante de 1690 a 1850, el descenso más grave de todo África en esa época, cabe suponer que a causa directa del comercio de esclavos, aunque este territorio fue de los pocos de África donde hubo siempre escasez de tierra, de modo que tal descenso por la venta de esclavos pudo resultar ventajoso.
El lugar sagrado de los aro, en Arochuku, llamado Juju Largo, era un foco de la trata en esta parte de África, a finales del siglo XVIII. Se ofrecían esclavos al oráculo, como pago o como multas, y los sacerdotes los vendían. Fueron mercenarios, los akpa, quienes acabaron dominando la trata, gracias a que usaban armas de fuego, las primeras que se utilizaron en el interior de la ensenada de Bonny.
Un viajero inglés, John Adams, dijo que había «un mercado al por mayor de esclavos, pues aquí se venden no menos de veinte mil al año, dieciséis mil de los cuales son heebos [ibos], de modo que esta nación ha exportado en los últimos veinte años no menos de trescientos veinte mil».[375]
Probablemente exageraba y, cosa más importante, no se dio cuenta de que la mayoría de los esclavos vendidos por los ibo en Bonny procedían del interior y, por tanto, tenían orígenes muy diversos. No se fijó tampoco en una característica aún más interesante de los esclavos exportados del río Bonny, o sea, que incluían el porcentaje más alto de mujeres de toda África. Un marinero inglés que se quedó en tierra en Duke Town en 1765, Isaac Parker, en 1789 explicó ante el Consejo Privado que había ido en una expedición para buscar esclavos, al mando de un tratante llamado Dick Ebro, y que era un viaje lisa y llanamente de secuestradores. Sus amigos africanos armaron algunas canoas y fueron río arriba «ocultándose entre las matas, de día, cuando llegaban cerca de una aldea, y apoderándose de cuantas personas veían, las ataban por las muñecas y las llevaban a las canoas y seguían río arriba, hasta que tuvieron cuarenta y cinco, con los que regresaron a New Town… Unos quince días más tarde, volvieron a subir por el río, capturaron en unos ocho o nueve días un número parecido al anterior, los llevaron a New Town y los distribuyeron entre los barcos [es decir, los tratantes]».[376]
En el período de mayor exportación, 1711-1720, se llegaron a vender ciento cincuenta mil cautivos y siguió alta durante todo el siglo, sin bajar nunca de los setenta mil en una década. La importancia de este territorio en la trata continuó hasta bien entrado el siglo XIX, siempre utilizando canoas de casi tres metros de largo que podían transportar a ciento veinte personas.
Más allá del delta del Níger, la costa de África vuelve a dirigirse, por fin, hacia el sur y allí, en los Camerunes, los mercaderes de Liverpool iniciaron una nueva rama de la trata. Mucho más al sur, el río Gabón, al norte del cabo López, entró también en actividad hacia 1780, como región de esclavos.
Al reverendo John Newton le pareció que esta zona poseía «la gente más humana y más moral que he encontrado en África», tal vez «porque era la que tenía menos relación con los europeos, en aquel tiempo». Pero frente a su costa, los holandeses hacía mucho tiempo que empleaban la isla de Coriseo (que en portugués significa «relámpago») como centro de comercio, aunque no concretamente de esclavos.
A finales del XVI y comienzos del XVII, el mercado principal de esclavos de esta región era Santo Tomé, la trágica isla prisión de ochocientos treinta y seis kilómetros cuadrados, a casi doscientos setenta y cinco kilómetros del continente. El Ecuador atraviesa el extremo sur de la isla. Durante generaciones, los tratantes de la isla habían dominado el delta del Níger, los Camerunes y el Congo septentrional. El mercado hispanoamericano acostumbraba a comprar allí sus esclavos, a los cuales se referían como «de la casta de Santo Tomé», novos, Terra Nova o simplemente «congos». Era un lugar delicioso, dominado por una alta y boscosa montaña, con feraz vegetación y frutos frescos, entre ellos uva y piñas, y donde siempre había vegetales comestibles. En los valles crecían numerosos limoneros y abundaban los pavos, ocas, gansos, y hasta perdices; la pesca era abundante. En su capital había cuatro iglesias. Durante breve tiempo, en el siglo XVII, los daneses tuvieron allí una factoría, pero la isla continuó siendo portuguesa y siempre hubo en ella un gobernador portugués. A lo largo de muchas generaciones los buques de la trata se aprovisionaron allí de alimentos y agua. Los precios eran altos, pero la isla continuó estaba situada en un punto tan apropiado que no se podía evitar.
Las mismas ventajas, aunque en menor medida, ofrecía la cercana islita de O Príncipe, así llamada porque los impuestos que se cobraban en ella habían sido otorgados al heredero del trono luso. Su agua era buena y contenía innumerables monos y dos iglesias.
En todos estos territorios, así como en las islas de Cabo Verde, había una numerosa población mulata, debido a la constante relación entre portugueses y africanos.
Al sur, en el continente, había algunos mercados menores, como cabo Santa Catalina, y luego varios puertos pertenecientes al reino de los vili de Loango, Mayumba, el puerto más amplio de Loango, y dos puertos más pequeños, Malemba y Cabinda. El atractivo de Loango para los tratantes consistía en que, pese a la oposición portuguesa, los maloangos, los enérgicos monarcas del reino de los vili consiguieron, durante generaciones, mantener el comercio libre con todos los europeos, al modo como lo hicieron también los dahomeyanos. Los holandeses establecieron a finales del XVI factorías en Mayumba y en Loango, donde en el XVIII los franceses eran los clientes favoritos. Al principio, estos europeos se interesaban por el marfil, el cobre, las telas de palma y la madera, pero hacia 1680 los holandeses empezaron a comerciar con esclavos y diez años después los mercaderes vili encontraban la trata más provechosa que el marfil. La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales transportaba hacia 1670 tres mil esclavos al año desde Loango. El rey, el maloango, entró en este comercio capturando esclavos a lo largo de los ríos del sur y negociando con los europeos a través de un funcionario especial, el mafouk, en cada uno de sus puertos principales. Los tratantes de Loango no tardaron en competir con éxito con los de Luanda, y conseguían muchos esclavos de las mismas fuentes. El atractivo de la región era tal que los británicos decidieron establecer un fuerte en ella y nombraron un gobernador, el capitán Nurse Hereford, que en 1721 dejó Inglaterra para ir a Cabinda en compañía de nueve empleados y seis soldados. Se construyó el fuerte, pero los portugueses lo destruyeron, con ayuda de soldados del Congo. Pese a este contratiempo, las colonias británicas, incluyendo las de Norteamérica, recibían de esta región, en el XVIII, un quinto de sus esclavos. En los años sesenta y de nuevo en los ochenta, los enérgicos gobernadores portugueses de Angola trataron de impedirlo enviando expediciones, pero los soldados enfermaban, muchos morían, y los que quedaban fueron expulsados en 1784 por un escuadrón francés.
En los años ochenta, unos investigadores portugueses enviados desde Luanda informaron que había diecisiete buques en la costa de Loango, nueve franceses, cuatro ingleses y cuatro holandeses. Se decía que todos los años esos barcos se llevaban a veinte mil esclavos, pero parece más probable que, entre 1765 y 1790, el promedio anual fuera de catorce a dieciocho mil. Muchos de los esclavos eran montecos o quibangos, capturados muy al interior y llevados a la costa por los ríos que antes utilizaban los mercaderes para comerciar con cobre y marfil.
El Estado vili de Loango estaba en decadencia a finales del XVIII, en parte debido a los efectos de la trata, que había abierto muchas oportunidades a los mercaderes no pertenecientes a la oligarquía que antaño gobernaba la zona, y el poder del maloango declinó en relación al de los funcionarios de los puertos, los mafouks. Se produjo un cambio simbólico: en el pasado, a la muerte del rey, le sucedía el hijo de su hermana, pero sólo se le escogía cuando el rey muerto estaba ya enterrado; a finales del XVIII al último rey no se le enterró durante cincuenta años para que no pudiera escogérsele un sucesor, y el reino empezó a fragmentarse en pequeñas entidades.
Al sur del reino vili de Loango se hallaba el antiguo reino del Congo, cristianizado desde hacía mucho tiempo; había acabado siendo una monarquía débil dependiente de Portugal, con numerosas comunidades mulatas en todas sus ciudades importantes. El Congo había exportado muchos esclavos en el siglo XVII, pero esta actividad parecía hallarse fuera del alcance de los incoherentes jefecillos. En cambio, los sonyos, ahora independientes, comerciaban con esclavos y había trata en el estuario mismo del río Congo, donde el pueblo zombo se convirtió en el principal tratante de esclavos a mediados del XVIII.
Al sur del Congo se extiende el gran centro de Angola, de donde salieron esclavos a los que, al llegar a su destino, llamaban «Casta Angola», «Manicongos», «Loandas» (de Luanda) o «Benguelas».
Desde mediados del XVII las costas de esta zona proporcionaron un constante abastecimiento de esclavos, a Brasil ante todo, pero también al conjunto de América Latina. Tal vez las tres cuartas partes de los esclavos importados al Brasil procedían de Angola. Un estudio sobre los esclavos africanos en México, a mediados del XVIII, sugiere que dos tercios de los mismos eran también de origen angoleño.
El principal puerto exportador era Luanda, ciudad situada en una isla del estuario del río Cuanza, fundada en 1575 y que durante dos siglos fue la mayor ciudad europea de África, aunque con sólo cuatrocientos «blancos», que probablemente proporcionaba de cinco a siete mil esclavos al año, en el XVII y de siete a diez mil en el XVIII, transportados en veinte o treinta buques. De Benguela, poco más de trescientos kilómetros al sur, salían alrededor de una cuarta parte de los esclavos y la mayoría de los exportados por la Compañía Portuguesa de Pernambuco-Paraíba procedía de Benguela.
El portugués Pacheco Pereira describió Luanda en 1504. Hablaba de las «islas bajas, planas y con pocos árboles» en la desembocadura del Cuanza, donde las mujeres africanas se afanaban buscando las conchas llamadas nzimbus, que antaño eran muy apreciadas pero más tarde sólo sirvieron para comprar esclavos de calidad inferior. Luanda, como Benguela, estaba en territorio seco, y necesitaba recibir alimentos traídos de remotos lugares. También escaseaba el agua potable. Por esta razón, los esclavos enviados desde allí a Brasil y otros lugares sufrían a menudo de desnutrición y deshidratación, aun antes de subir a bordo de los barcos que los llevarían a través del océano.
Luanda se hallaba, en el XVIII, no sólo en el estuario de un río sino en una enorme red de «caminos de agua» comerciales que penetraban muy al interior de territorio africano y que ya cerca de la costa formaban un estrecho corredor a lo largo de los ríos Bengo y Cuanza, pero que en el interior se ensanchaba; había también caminos que conectaban los ríos con Kasanje, en medio del valle de los kwango, y con las monarquías de la selva interior.
La trata desde estos puertos sureños era un negocio complicado. Primero había que obtener los esclavos, casi siempre comprados en el interior por lusoafricanos, mulatos de ascendencia medio portuguesa y medio angoleña. Guardaban a los cautivos en barracones en espera de los barcos que los llevarían a Brasil. En contraste con lo que ocurría en otras zonas, estos mercaderes eran los dueños de los esclavos hasta que se vendían en las Américas, y eran ellos quienes solían pagar un sueldo a los capitanes de los buques; por esto los capitanes no tenían un interés económico directo en las vidas de los esclavos que transportaban. En el xviii, estos marinos no solían ser portugueses sino brasileños. Los funcionarios lusos de Luanda tenían un interés directo en la trata, pues los ingresos del gobierno, y por tanto sus sueldos, dependían de los impuestos sobre los esclavos, impuestos que hasta 1769 se arrendaban a mercaderes de Lisboa, pero que después de este año se pagaron directamente a funcionarios de la Tesorería.
Benguela fue, la mayor parte del XVIII, casi una colonia de Brasil, lo que permitía conseguir fácilmente que la mano de la ley se aligerara y se pudiera incumplir, por ejemplo, la ley de 1684 sobre el trato a los esclavos en los viajes transatlánticos, como veremos en el capítulo veintiuno. Lo que esta ley permitía en cuanto a la capacidad en toneladas de los buques, el arqueacâo, no parecía sino un invento para dar dinero a los funcionarios encargados de medir el tonelaje.
Después de 1760, la trata creció en Benguela, gracias al aumento de la agricultura en el sur de Brasil así como a las actividades de los intrusos franceses. Muchos de los esclavos de Benguela estaban destinados a Brasil, pero a menudo los introducían de contrabando en Cuba u otros puntos del imperio español. El Consejo de Ultramar, de Lisboa, estaba tan inquieto por la posibilidad de perder ingresos debido al aumento de la trata desde Benguela que hasta prohibió los viajes desde allí a Brasil, una prohibición que habitualmente no se respetaba.
En el siglo XVIII, estas dos ciudades portuguesas de Luanda y Benguela se hallaban en manos de una poderosa clase de mercaderes blancos o mulatos dueños de esclavos. Esta oligarquía se nutría, literalmente, de alimentos y alcohol procedentes de Brasil. A los esclavos los llevaban al mar en coffles (kafilah en árabe), es decir, en recuas de hombres o animales, obligados a viajar juntos, de un centenar más o menos, una o dos cada semana, y los guardaban en la costa hasta que aparecía un comprador aceptable. Ninguna monarquía africana amenazaba ya el dominio portugués, pero los portugueses hacía tiempo que habían dejado de ser enérgicos y curiosos, de actuar como aventureros imperiales. En 1760 la expulsión de los jesuitas exacerbó la decadencia intelectual. La energía del ilustrado gobernador Coutinho, del que ya se ha hablado, tuvo poca influencia. Un inteligente historiador, Fernando da Silva Correa, informaba hacia 1789 que el ochenta y ocho por ciento de la renta de Luanda procedía de la trata.[377]
Detrás de estos mercaderes y actuando todavía, en el XVIII, como tratantes a gran escala, estaba el pueblo luanda, cuyo centro se hallaba a orillas del río Kasai, a un millar de kilómetros tierra adentro. Sus guerras de expansión lo habían llevado hasta el lago Tanganika, al este, y hasta el río Kwango al oeste. Estas conquistas abrieron desde el corazón de África un gran canal de tributo en forma de esclavos. A mediados del siglo, los luanda formaban un pueblo de comerciantes muy activos, cuya antigua capital, Mussumba, era sede de una gran feria, en la que el comercio de esclavos constituía el negocio más provechoso. Una ruta comercial iba de Mussumba a la costa, en Loango, dejando a un lado el Congo y Angola, ruta que a veces procuraba a los vili esclavos procedentes de lo que ahora es Zambia.
El reino mbundu de Ndongo, gobernado por el ngola, título del que se deriva el nombre de Angola, sobrevivió. La capital, Kabasa, donde todavía fingía gobernar desde un conjunto de chozas comunicadas con tejado de plumas de pavo, real, estaba situada en un territorio fértil y próspero, cuyas palmeras producían vino, cuyas mujeres cuidaban del ganado y cuya moneda era sal de roca, extraída en bloques cúbicos de las minas de Kisama. El río Cuanza abría un fácil acceso al interior.
Los colonos portugueses de Angola poseían muchos esclavos, y se decía que algunos disponían de hasta tres mil, empleados en la agricultura o la pesca, o bien alquilados, mientras que otros hacían de barbero y hasta de médico; ningún portugués en aquella época hubiese soñado siquiera con salir a la calle sin dos esclavos que cargaban una hamaca, mientras un tercero portaba un quitasol.
Parece ser que Angola existiera primordialmente para el comercio de esclavos, que se veían por todas partes. Muchos procedían del centro del continente y hasta de más lejos. El explorador francés capitán Louis Grandpré conoció en 1787 a una africana que debía de venir de África oriental, pues recordaba haber visto el sol «salir por encima del agua».[378]
Benguela era el último puerto de la trata en la larga costa del África occidental y del África central. La falta de esclavos en África del Sur se explica en parte por la escasez de puertos idóneos; pero también por la oposición decidida de los africanos que combatían ferozmente contra las europeas. Pero desde los primeros tiempos hubo también esclavos transportados a través del Atlántico desde Mozambique y Madagascar y de las posesiones portuguesas de Asia. Hubo asimismo un importante tráfico de esclavos hacia las islas indias, a cuyos puertos se decía que, entre 1720 y 1800, habían sido transportados en buques europeos desde Mozambique hasta ciento veinticinco mil. El interés de Francia por esta trata del África oriental era considerable. Por ejemplo, el Trois Cousins salió de Saint-Malo el 11 de enero de 1784 hacia la India y la isla Mauricio; de regreso, llegó al África occidental el 2 de junio de 1785 y en Malembo, al sur de Loango, compró ochocientos ochenta y ocho esclavos que llevó a Cap François, en Santo Domingo, adonde llegaron vivos setecientos. Pero la trata principal del África oriental estaba todavía bajo los auspicios de los portugueses, cuya influencia era decisiva en toda la región desde que la abrieron por primera vez a comienzos del siglo XVI. Ya en 1520 Simâo de Miranda controlaba la capitanía de Sofala y Mozambique, mientras se ocupaba de enviar esclavos a Portugal. En el xviii, este comercio, dirigido ahora hacia las Américas, era el más importante de esa costa.
Muchos cautivos se conseguían también en Madagascar, «una vasta isla con abundancia de esclavos», según William Beckford, alcalde de Londres, que los necesitaba para sus plantaciones de caña de Jamaica.[379] En el siglo XVII, a veces se les transportaba por el este, vía Manila, y desde aquí a través del Pacífico a Acapulco, en la Nueva España, donde se les vendía como «chinos», que no deben confundirse con el pequeño número de chinos auténticos y de filipinos que, después de que Miguel de Legazpi abriera el Pacífico en 1564-1565, llegaron a México en los galeones de Manila. Pero esta trata fue abandonada porque incluso para los españoles el viaje era demasiado largo. A finales del XVIII muchos tratantes de Bristol intervinieron en la trata del este africano, y la Compañía del Mar del Sur, a la que la RAC no proporcionaba bastante material, enviaba un considerable número de esclavos a las Américas desde Madagascar. La Compañía de las Indias Orientales advirtió a estos tratantes y a otros, como Frederick Philipse, de Nueva York, que se apartaran de la isla, a la que consideraban como una de sus zonas comerciales reservadas. Pero los mercaderes de Bristol no hicieron caso, y tampoco lo hicieron los de Nueva Inglaterra; también en Charleston, en Carolina del Sur, se sentía preferencia por los esclavos de esta zona. Un anuncio de Charleston decía: «El carácter de los esclavos de la costa oriental africana es ya tan conocido que no es necesario mencionar que se les prefiere a todos los demás negros». Alrededor de 1780 entró en la trata internacional el puerto de Quelimane, donde el pionero fue un franco-portugués, Pedro Monero, una de esas innumerables personalidades de sangre mezclada que se encuentran en posiciones de influencia en la compleja historia de la trata atlántica.