11. ES LEGAL HACERSE A LA MAR

Concedemos por nos, nuestros herederos y sucesores a la citada Real Compañía Africana de Inglaterra… que será legal… hacerse a la mar con cuantos navíos, pinazas y barcos se consideren necesarios… para la compra, la venta y el trueque e intercambio por o con oro, plata, negros, esclavos, mercancías y manufacturas…

Lo atestigua el Rey en Westminster el día veintisiete de setiembre [1672]

POR EL REY
Estatutos de la Real Compañía Africana

En 1660, año en que se restauró a los Estuardo en el trono, la monarquía inglesa tenía ya importantes intereses en el Caribe y en tierra firme americana. En 1655 los ingleses habían invadido la isla de Jamaica y capturado a los españoles, pero el corazón de este imperio americano era todavía, de momento, la isla de Barbados, rica en caña. Su situación geográfica la convertía en la puerta natural a las Américas. Era también un lugar frecuentado por los colonos de América del Norte, que allí compraban toda clase de mercancías, entre ellas esclavos. En 1645, el joven reverendo George Downing viajó allí desde Harvard, como capellán de un buque mercante y escribió a su primo, John Winthrop, que era todavía gobernador de Connecticut: «Si vas a Barbados, verás una floreciente isla con muchos hombres capaces. Creo que este año han traído a no menos de un millar de negros y cuantos más compran tantos más pueden comprar, pues en año y medio ganarán, Dios mediante, tanto como hayan pagado por ellos». Ese Downing, tipo poco de fiar, sirvió más tarde a Cromwell en Londres, como jefe de exploradores y luego como embajador en Holanda, donde se quedó después de 1660, y delató ante Carlos II a varios regicidas. Una calle de Londres lleva muy inadecuadamente el nombre de este traidor, nombre que durante un tiempo se consideró sinónimo de infamia.

Emmanuel Downing, padre de George, acomodado residente del puerto de Salem, también escribió a Winthrop, en 1645, que «no veo cómo podemos prosperar a menos que consigamos un número de esclavos suficiente para hacer nuestro trabajo».[196]

En aquel período el número de esclavos en América del Norte —casi todos comprados en las Indias occidentales— era todavía reducido. Cierto que en 1645 se hizo un viaje de Boston, en Massachusetts, a África occidental, donde un tal capitán Smith se apoderó de varios esclavos, pero luego los devolvió, pues el mercader interesado no quería, al parecer, perturbar con un secuestro sus buenas relaciones comerciales con África.

En 1651, ante la evidente necesidad de africanos, por lo menos en el Caribe, ya que no en Nueva Inglaterra, se fundó en Londres una nueva Compañía de Guinea, en la cual el principal accionista fue el más destacado intruso en el mercado de esclavos de aquellos años, Samuel Vassall. Era éste londinense pero también ciudadano del mundo, en el sentido en que lo eran muchos mercaderes destacados y en especial los comerciantes de esclavos. Hoy damos por descontado que los ciudadanos corrientes y los políticos viajan, pero en el siglo XVII las únicas personas que viajaban eran los marineros y los mercaderes, mientras que los políticos y los monarcas se quedaban en casa. Así, encontramos a Vassall como uno de los primeros accionistas de Massachusetts —es decir, uno de los primeros que participa en una compañía mercantil—. Colaboró también con lord Berkeley (a quien Robert Burton dedicó su Anatomía de la melancolía) para desarrollar (como diríamos hoy) la colonia de Virginia. Vassall tuvo una vida aventurera; estuvo en prisión por «seducir a la gente del rey», o sea, por obligar a ingleses a embarcarse hacia América en contra de su voluntad como trabajadores indentured, es decir, ligados por contrato mediante el cual trabajaban gratis para pagar sus deudas. Tuvo interminables pleitos y deudas y varias penas de prisión, y como diputado por Londres fue también comisario interesado en el establecimiento de las plantaciones de Providence, en la bahía de Narragansett.

El eclipse de la monarquía de Carlos I y la llegada del gobierno de los puritanos no tuvieron ningún efecto en el deseo de la City de Londres de hacer dinero con los esclavos, ni tampoco lo tuvo el nuevo cambio de régimen tras la restauración de 1660.

El territorio en que comerciaron estos londinenses era menor que el que le fue concedido a sus predecesores en el monopolio de la trata, como Nicholas Crisp y sus amigos; estaba limitado, por una parte, a un territorio de noventa kilómetros a cada lado del fuerte de Cormantine, en la Costa de Oro, y por la otra a las orillas del río Ceberro (hoy Sherbro), cerca del río Sierra Leona. Esta compañía no prosperó, pues el realista príncipe Rupert atacó sus buques en el mar. Aliado con los portugueses, Rupert mandaba entonces una flota pirata monárquica en las Indias occidentales. También les atacó el bucanero capitán Carloff con sus daneses. Las pérdidas de la compañía alcanzaron posiblemente las trescientas mil libras.

Sin embargo, comenzó ya con regularidad el transporte de esclavos por buques con base en Londres. Una instrucción de la Compañía de Guinea en 1651 pedía a un capitán que llevara de Guinea a Inglaterra «quince o veinte vigorosos negros», cabe suponer que para emplearlos en Inglaterra misma. Otra instrucción pedía a un capitán que «ponga a bordo… tantos negros como pueda llevar el buque», también al parecer con destino a Londres. Pero una tercera instrucción rogaba, de modo más convencional, «que compre tantos negros vigorosos como pueda llevar el barco, y que éste los lleve a Barbados».[197]

En 1660, después de la Restauración, se fundó en Londres una nueva compañía, la de Aventureros Reales a África, por iniciativa de aquel príncipe Rupert que en sus tiempos de exilio sin dinero había atacado los navíos de la Compañía de Guinea. El rey Carlos, con quien se había peleado Rupert, deseaba encontrarle alguna ocupación y parece que se sintió realmente complacido con la idea de la nueva empresa, pues Rupert había ido, con su hermano Maurice, no sólo a las islas de Cabo Verde y al río Gambia (donde resultó herido), sino también a las Indias occidentales, donde luchó contra los partidarios de Cromwell en Nevis (frente a cuya isla Maurice se ahogó). Fueron los primeros miembros de una familia real europea que visitaron África occidental, y los últimos hasta el siglo xtx.

Siguiendo el que entonces se consideraba el mejor procedimiento económico, a esta nueva compañía le concedieron el monopolio del comercio con África occidental, por mil años. Entre los Aventureros Reales, cada uno de los cuales invirtió doscientas cincuenta libras en la empresa, figuraban muchos de los políticos monárquicos de la Restauración, como el amigo del rey, el duque de Buckingham, y el rico y generoso lord Craven, así como tres miembros de la futura «cébala», lord Ashley, el duque de Albemarle (general Monck) y lord Arlington, además de lord Berkeley, hijo del socio de Vassall, lord Crofts, tutor del duque de Monmouth, Henry Jermyn, destacado católico y, a pesar de su apariencia de carretero, caballero sirviente de la reina madre Henrietta María, y lord Sandwich, el almirante que llevara al rey Carlos II de vuelta a Inglaterra desde su exilio en Holanda. El hermano del rey, duque de York, sin cargo alguno, fue el presidente, y la hermana del rey, princesa Henrietta («Minette»), tuvo también acciones.

Había en la lista de inversores cuatro miembros de la familia real, dos duques, un marqués, cinco condes, cuatro barones y siete caballeros. Aunque la compañía estaba dirigida por un comité de seis miembros, encabezado por lord Craven, más bien parecía «una aristocrática caza al tesoro que un negocio organizado». Pero cuando trataron de comerciar, por oro para empezar, pues los esclavos tenían un papel menor, se encontraron con que los holandeses se lo impedían.

En enero de 1663 se concedió un nuevo estatuto a la compañía. Esta vez entre los accionistas estaban el rey y el duque de York (que invirtió dos mil libras). Entre los que no habían figurado en la lista de inversores tres años antes se hallaba ahora la nueva reina, Catalina de Braganza, que como hija del restaurado rey de Portugal debía estar muy bien enterada del comercio con África; de hecho, su dote, que se elevaba a la enorme suma de trescientas mil libras, se financio con un impuesto especial a los mercaderes de Lisboa incluidos los tratantes, incluía también Tánger y privilegios para los mercaderes ingleses en Portugal. Figuraban asimismo la reina madre Henrietta María y Samuel Pepys, el confidente del famoso doctor Samuel Johnson. Pepys escribió que «por la galería pasaban algunos de la compañía de Barbaria, y vimos un esbozo del escudo de la compañía, de la que es parte el rey y por esto se llama Real Compañía, y éste representa, sobre un campo de plata, un elefante y en un ángulo dos moros que sostienen a Francia e Inglaterra».[198] (La llamaban compañía de Barbaria porque Salé, en Barbaria meridional, era el punto más al norte del territorio en que la compañía podía comerciar). El joven John Locke, filósofo de la tolerancia, que entonces enseñaba en Oxford, era otro de los accionistas, pues para entonces ya se habían dado cuenta en Inglaterra de las ganancias que podían obtenerse comerciando con esclavos.

La Corte tenía un interés considerable en el comercio africano. En 1663 se decidió que la Real Casa de la Moneda debía convertir parte del oro traído de la Costa de Oro en monedas con un elefante grabado en una cara. Las llamaron popularmente «guineas», que pronto se pagaron a veintiún chelines; esta moneda se acuñó hasta 1813 y la unidad monetaria continuó empleándose hasta la abolición del viejo chelín en 1967. Ni el nuevo rey ni su hermano, uno ligero y otro grave, vacilaron en seguir el ejemplo de los príncipes continentales, y ninguna de las biografías corrientes de estos dos monarcas tan preocupados por sí mismos presta la menor atención al tema. Eran hijos de su época. Si se les ocurrió pensar en la situación de los esclavos africanos, de lo cual no hay ningún indicio, hubiesen coincidido con la posición de la Iglesia católica que aceptaba este comercio, y supuesto que era mejor para los africanos estar en el Nuevo Mundo a cargo de amos cristianos que en África trabajando para un infiel.

La compañía emprendió la restauración de los fuertes ingleses de la costa occidental de África, y trató de recuperar lo que los holandeses o suecos habían ocupado. Esto costó unas trescientas mil libras. El primer año pusieron rumbo a Guinea cuarenta navíos ingleses. Robert Holmes conquistó las islas de Cabo Verde y reconquistó la Costa del Cabo (Cape Coast para los ingleses) y algunas otras posesiones holandesas en la Costa de Oro, antes de cruzar el Atlántico para apoderarse de Nueva Amsterdam, en Nueva Holanda, en América del Norte, ciudad que poco después fue bautizada de nuevo en homenaje al principal accionista de la compañía, el duque de York. Cape Coast fue, desde entonces, el cuartel general inglés en África.

Una cuarta parte de este nuevo comercio africano incluía, al principio, a esclavos; en 1665, la compañía calculó que su beneficio anual Por el oro era de doscientas mil libras, de cien mil por los esclavos y de otras cien mil por el marfil, la cera, el cuero, la madera y la pimienta. En 1663 informaron a lord Windsor, el enfermizo primer gobernador civil de la nueva colonia de Jamaica, que la compañía pronto llevaría a trescientos esclavos a la isla, y se informó a su colega de Barbados, lord Willoughby of Parham que podía recibir tres mil esclavos al año, a diecisiete libras cada uno. El cálculo no era exageraos en los siete meses que siguieron a agosto de 1663 llegaron a Barbados 3075 cautivos.

La compañía había asegurado al rey que «la existencia misma de Plantaciones dependía del abastecimiento de servidores negros»,[199] modo que sus agentes comenzaron a comerciar en serio con esclavos. La esclavitud, como un negocio inglés en expansión, predominaba en la primera carta de la compañía a Willoughby en Barbados. También se exponía el plan de vender esclavos a gran escala a los españoles. Debería permitirse que los mercaderes españoles acudieran a Jamaica, de donde recientemente habían sido expulsados, o a Barbados, para comprar los esclavos que la compañía hubiese traído. Que la Corona inglesa había aprendido de la española cómo sacar provecho de la trata se advierte en la regla según la cual había que pagar diez ochavos españoles como impuesto al gobierno inglés por cada esclavo exportado al imperio español.

Estas innovaciones constituían un desafío para los holandeses, que todavía deseaban establecer sus derechos europeos exclusivos sobre la trata en la costa de Guinea. Para confirmarlos quisieron atraerse a los gobernantes africanos mediante regalos y cohechos. De ahí lo que los ingleses llaman la segunda guerra holandesa, provocada más por la rivalidad en el tráfico de esclavos que por otra cosa. El almirante De Ruyter, el más grande de los marinos holandeses, pronto reconquistó los fuertes de Guinea y estableció Fuerte Amsterdam en Cormantine. La compañía inglesa perdió dinero y no pudo proporcionar a los plantadores de las Indias occidentales el número de esclavos que a su parecer necesitaban. Los precios subieron: los esclavos que se compraban antes por doce a dieciocho libras cada uno, ahora se pagaban a veces hasta a treinta libras.

Repetidamente se manifestó el deseo de un comercio libre de esclavos. En 1667, lord Willoughby, en Barbados, les dio apoyo cuando dijo que a menos que los capitanes ingleses pudieran ir a Guinea a buscar negros, cuando y como quisieran, las plantaciones se arruinarían. De hecho, con los Aventureros en apuros financieros, pues en 1668 debían cien mil libras a sus acreedores, comenzaron a vender licencias a mercaderes para que comerciaran dentro del marco del monopolio. Durante los siguientes cinco años, la mayor parte de la trata inglesa estuvo en manos de estos independientes, que nunca olvidaron las ganancias que les reportó.

Tratando de mejorar su eficiencia, los Aventureros fundaron otra compañía, los Aventureros de Gambia, para explotar los ríos Gambia, Sierra Leona y Sherbro. Aunque fue un éxito, los Aventureros originales, arruinados por la guerra con los holandeses, «derribados en el fango… hasta la ruina completa de la Real Compañía», como escribió Samuel Pepys, ya no eran sino lo que ahora llamaríamos un holding, al que se adjudicaron los intereses ingleses en África y al que los acreedores apremiaban por apenas cincuenta y siete mil libras de deudas.[200] Después, se contentaron con comerciar, en lo posible, a través de los ubicuos lançados afroportugueses, que todavía dominaban las orillas del río Gambia.

Los problemas de los Aventureros Reales continuaron hasta que en 1672, cuando media City parecía arruinada, cerró y en su lugar se fundó la Real Compañía Africana (RAC), que pagó treinta y cuatro mil libras por los activos de los Aventureros, que con este dinero pagaron a sus accionistas veinte libras cada uno y a sus acreedores a ocho chelines por libra. La historia de las compañías inglesas era, por lo tanto, similar a la de las francesas. La nueva RAC conservó el hermoso local de su predecesora, la Africa House, en la calle Broad (que luego se trasladó a la calle Leaderhall) y a algunos de sus empleados, así como a la mayoría de sus accionistas. Pero hubo una nueva emisión y doscientas personas suscribieron la considerable suma de ciento once mil seiscientas libras. Aunque la RAC deseaba importar oro, marfil, madera tintorera, cuero y cera, desde el principio se interesó más por los esclavos que su predecesora. Sus estatutos le daban, como a ésta, licencia por mil años… mil años de llevar oro a Inglaterra y africanos a América, a buen seguro enriquecerían a una multitud de accionistas. Los límites dentro de los cuales podía operar la RAC eran también amplios: desde el cabo Blanco en el norte hasta el cabo de Buena Esperanza en el sur.

Los estatutos incluían algunas disposiciones atractivas. La RAC debía proporcionar al rey y a sus sucesores dos elefantes siempre que fueran a África (nunca lo hicieron). La RAC tendría el monopolio de todo el comercio africano hasta 1688, año después del cual podría cobrar una tasa a cuantos mercaderes ingleses actuaran en la costa de África.

El director y principal accionista era James, duque de York, de modo que la RAC mantenía la relación con la familia real que tuvieron los Aventureros. Pero en ella había más mercaderes que nobles. Entre los dirigentes se contaban cuatro propietarios de plantaciones en Carolina (lord Shaftesbury, el ministro al que la Gran Bretaña debe la ley del hateas corpus, lord Craven, sir George Carteret, comisario de Comercio y Plantaciones, y sir John Colleton, propietario de tierras en Barbados y en Carolina) y el siempre activo lord Berkeley, «el primer par del reino que coleccionó puestos de director de empresa». Entre los accionistas figuraban quince alcaldes sucesivos de Londres, veinticinco sheriffs de Londres y, como con los Aventureros, el filósofo de la libertad John Locke adquirió por valor de cuatrocientas libras al principio y de doscientas libras más en 1675.

Las factorías africanas de la RAC en la Costa de Oro fueron Cormantine, Cape Coast, Anashan, Commenda, Aga y Accra, con cuartel general en Cape Coast, donde había una guarnición de cincuenta soldados ingleses, treinta esclavos, algunos funcionarios y un comandante residente responsable de toda la actividad inglesa en África occidental. La RAC exploró la posibilidad de comerciar con esclavos hacia el sur, hasta la reserva holandesa de la bahía de Loango, pero la afición de las gentes del reino vili por los tejidos holandeses obligó a los tratantes ingleses a comprar sus cargamentos en Rotterdam o Amsterdam.

La RAC fue una de las primeras compañías en que se combinaba la vieja idea del anonimato, que había servido en sociedades caritativas, con la idea de la asociación de capital. Pero como la suma de que disponía, aunque importante, era inferior a la necesaria para financiar las actividades previstas, y como era necesario seguir construyendo en la costa africana, la compañía tuvo que pedir prestado desde el principio, y los intereses pesaron mucho en el presupuesto. No ayudaba al comercio el hecho de tener a un duque de la casa real en la dirección. El rey, por otra parte, no aportó lo que había ofrecido. En las Indias occidentales no ingresaban grandes sumas, porque era necesario abrir crédito a los plantadores que compraban esclavos. Con el fin de comprar esclavos en número suficiente para obtener beneficios, los capitanes de la RAC debían disponer de mercancías por valor de cien mil libras en cada viaje para los intercambios (por ejemplo, telas de las Indias orientales, barras de hierro suecas, armas holandesas o licores franceses), y rara vez lo conseguían.

La compañía, que en gran parte era una empresa de mercaderes londinenses, afrontó otra dificultad: fue denunciada desde el principio por mercaderes y capitanes intrusos (es decir competidores sin licencia), que a menudo la desplazaban; estos intrusos solían actuar en puertos «exteriores», como Bristol, que desde la Edad Media era un gran puerto y que en 1700 ya era el primero de la Gran Bretaña para el azúcar y productos de las Indias occidentales. Las destilerías y refinerías de la ciudad (activas ya en 1654), junto al río Avon y cerca de Frome, necesitaban la importación de caña y melaza; Bristol era, por lo demás, el principal puerto británico para el transporte de esclavos y también para secuestrar a trabajadores por el sistema ya explicado de la indenture, muchos de los cuales procedían de Irlanda.

Pero la RAC tenía sus defensores. Charles Davenant, comisario de impuestos, probablemente el más hábil economista de su época e hijo del dramaturgo William Davenant (del que se decía que era hijo de Shakespeare y de la esposa de un hostelero de Oxford), argumentaba que «la compañía era como una academia para adiestrar a un número indefinido en el conocimiento… del comercio africano» es decir, una universidad de la trata, por decirlo así. La Compañía pagó lo que el biógrafo de su presidente, duque de York, describe como modestos dividendos en los años ochenta del XVII.[201]

A finales del siglo XVII casi tres quintos de los beneficios de la RAC procedían del comercio de esclavos, mientras que los restantes dos quintos venían del oro de Senegambia y de la Costa de Oro, la madera y la cera de Sierra Leona, y la goma, empleada en los tejidos, del valle de Senegal. Desde su fundación hasta 1689, la RAC exportó casi noventa mil esclavos, veinticuatro mil de ellos de la costa de lo que ahora es Liberia, unos veinte mil de la Costa de Oro, catorce mil de la Costa de los Esclavos (donde hubo hasta 1850 una importante factoría de esclavos) y poco más de diez mil de Senegambia y otros tantos de Angola. De Benin y los dos ríos Calabar procedían seis mil. A la mayoría (unos veinticinco mil) los llevaron a Barbados, veintitrés mil a Jamaica (cuya población esclava creció de quinientos cincuenta en 1661 a cerca de diez mil en 1673), y unos siete mil a Nevis. El resto se vendió a españoles o a habitantes ingleses de América del Norte. La RAC vendió setenta y cinco mil esclavos en la Norteamérica inglesa, entre 1673 y 1725. Estas cifras indican que más de cinco mil esclavos dejaron África cada año en buques de la RAC, y que llegaron a destino unos cuatro mil. El Caribe británico importó unos ciento setenta y cinco mil esclavos en los últimos veinticinco años del siglo XVII, en lugar de los menos de setenta mil del anterior cuarto de siglo.[202]

En 1671 sir John Yeamans, plantador de Barbados natural de Bristol, primer gobernador de Carolina y fundador de la ciudad de Charleston, llevó esclavos desde Barbados con destino a su plantación a orillas del río Ashley; es la primera noticia que tenemos de la introducción de esclavos en esa colonia; por cierto que le acusaron de querer subordinar Carolina a Barbados, acusación que rechazó con energía, aunque durante mucho tiempo Carolina siguió viviendo a la sombra de Barbados. Pero algunos colonos ingleses compraban también a los españoles, como Andrew Percival, dueño de una plantación junto al Ashley, a quien en 1674 los propietarios de la colonia encargaron que «comenzara con los españoles un comercio para negros».

Los neoyorquinos ingleses dieron pruebas de más imaginación todavía, pues en los primeros años después de la toma de Manhattan establecieron una provechosa relación con los piratas que infestaban la ruta de las Indias orientales y tenían su cuartel general en Madagascar. Nunca sabremos cuántos esclavos llegaron tras la larguísima navegación desde allí, pues estos importadores nunca registraron legalmente las llegadas de esclavos. Pero sabemos de alguno que sacó provecho de este comercio, como Frederick Philipse (nacido Flypse), un mercader holandés que llegó a América en 1647 desde Frisia, como carpintero de la Compañía de las Indias Occidentales; a finales del siglo encontramos a su hijo Adolphus Philipse de regreso desde Madagascar con un barco cargado «solamente con negros». Frederick Philipse, que compró la plantación de Yonkers y construyó el castillo Philipse, lo mismo que una mansión de Yonkers, vio su respetabilidad, como miembro del Consejo de Nueva York, amenazada por una querella, justamente a causa de su comercio con Madagascar, interpuesta por la poderosa Compañía de las Indias Orientales. El comercio de Philipse con esclavos empezó alrededor de 1680 y prosperó en la década siguiente, gracias a la amistad que trabó por carta con un neoyorquino aventurero, Adam Baldridge, que se había instalado en la isla de Sainte-Marie, frente a la costa oriental de Madagascar. Ron y pólvora eran los cargamentos que Philipse enviaba para cambiar por esclavos.[203]

Philipse tuvo sucesores, tanto entre los nuevos anglosajones como entre los viejos holandeses de Nueva York, ciudad que en aquella época quedaba muy por detrás de Boston y Filadelfia como poderoso centro comercial del continente.

Fueron buenos años para la RAC. La licencia de los Aventureros de Gambia llegó a su fin y la RAC entró en posesión de su monopolio. En 1683 se le permitió aumentar el precio de los esclavos, que antes era de dieciocho libras por cabeza. Competía con éxito con los holandeses. En África occidental construyó otro fuerte en la hermosa y bien protegida bahía de Dixcove, al oeste de los puertos holandeses de Axim y Elmina. Cada vez más los mercaderes ingleses iban directamente al Báltico en busca de hierro y ámbar suecos, muy útiles para cambiar en África por esclavos, en lugar de comprarlos en Amsterdam, donde los precios habían subido vertiginosamente. En Londres obtenían también cuentas de cristal. El basto tejido que imitaba el de la India, conocido con el nombre de annabasses, muy popular en África, se había comprado en Holanda hasta 1677, pero después de que el Consejo de Asesores de la RAC, cuya burocracia, como se ve, era ya considerable, ordenara a su Comité de Mercancías que propiciara la producción en Inglaterra de esos tejidos, en la década de 1680 se pudieron enviar a África unas veinte mil piezas de este tejido ya de manufactura británica. Lo mismo pasó con la tela escarlata y el boysado, un tejido grueso que antes se compraba en Holanda. Los cuchillos de Birmingham y las armas de fuego manufacturadas, pongamos por caso, por John Sible & Co., sustituyeron a productos holandeses. Sargas al estilo indio, antes de seda y ahora de lana muy fina, y el resistente tejido de lana llamado perpetuana se fabricaban ahora en Devonshire, se llevaban por mar desde Exeter y se teñían en Londres. De este modo, la RAC estimuló lo que llegaría a ser la superioridad manufacturera inglesa en el siglo XVIII.

La Gloriosa Revolución de 1688 puso a la RAC en posición difícil. Coincidió que esto ocurrió justamente cuando su licencia exclusiva llegaba a su término y debía renovarse. Pero la compañía podía esperar poco del nuevo régimen. El apoyo real desapareció y esto se hizo notar. La última orden dada a un marino de perseguir a los intrusos en la zona de monopolio de la RAC está fechada el mismo día en que el rey Jacobo II dejó Londres, a comienzos de diciembre. Varios de los directores de la RAC, como Henry Jermyn, ahora lord St. Albans, huyeron a Francia con el monarca. Desde entonces, la compañía se limitó a alentar a los intrusos para que obtuvieran licencia y a tratar de convencerles de que buscaran su cargamento al este del río Volta, donde no había fuertes ingleses.

Entre 1690 y 1700, la RAC transportó más de dieciséis mil esclavos. Pero cada año era mayor la competencia de los intrusos. Hasta Edimburgo participó en ella, pues en 1695 George Watson, primer contable del recién creado Banco de Escocia, colaboró con la empresa escocesa con sede en Londres de Michael Kincaird, James Foulkes y otros (Robert McKerral de Dublín, William Gordon, Alexander Lorimer, que tenía intereses en el comercio angloholandés, y James Foulis, director de la sucursal londinense del Banco de Escocia) para fletar un barco de ciento veinte toneladas con el fin de comerciar con esclavos.

La RAC tenía noticias de estas actividades a través de sus agentes en casi todos los puertos de Inglaterra y del imperio. Uno de ellos era Henry Morgan, que había sido un pirata brutal y que, a resultas de un nombramiento tan curioso como escandaloso, fue teniente gobernador de Jamaica; en uno de sus informes explicaba, con la intolerancia del ladrón convertido en policía, que «a pesar de nuestra vigilancia, algunos intrusos se escabullen y desembarcan sus negros, los distribuyen por las plantaciones cercanas y evitan que los capturen».[204] Por cierto que cuando Morgan se retiró de Portobelo en 1668, una de sus presas había sido un cargamento de treinta esclavos.

Fueron muchas las propuestas sobre la mejor manera de gestionar el comercio africano. El gobierno recibía un gran número de peticiones de gentes aunque fuese remotamente relacionadas con la trata: tejedores de Somerset, tintoreros de Londres, artificieros de Bristol, así como mercaderes de Virginia y Maryland, y plantadores de Barbados, y siempre acompañadas de quejas sobre la compañía. No fue, por tanto, sorprendente que en el verano de 1698 la RAC, con sólo un cuarto de siglo transcurrido de los mil años de sus estatutos, perdiera el monopolio y que se permitiera que los intrusos se consideraran como «mercaderes separados». Una nueva ley, que los legalizaba, declaraba, no obstante, que los fuertes mantenidos por la compañía en la Costa de Oro eran «indudablemente necesarios» y que cuantos comerciaran en África debían contribuir a mantenerlos, con un impuesto del diez por ciento del valor de sus exportaciones a África, cuyo pago se hacía a la RAC, de modo que ésta mantenía, en cierto modo, su posición. Los mercaderes independientes debían pagar también el diez por ciento de todas las importaciones directas a Inglaterra desde el noroeste de África, entre cabo Blanco y cabo Monte. Las exportaciones a América, entre ellas las de esclavos, estaban libres de impuestos. A cambio, los mercaderes tenían el derecho de usar los fuertes de la compañía, cuyos gobernadores y funcionarios recibirían de la Corona un buen sueldo, para que no se sintieran tentados de comerciar con esclavos, prohibición que nunca fue respetada.

Los Diez por Ciento, como se acabó llamando a los mercaderes independientes ingleses, se quejaban de estas «imposiciones». Hubo muchas y agrias disputas. Los impuestos no se pagaban o se pagaban tarde, hasta que, en 1712, se anularon. Ahora le tocaba a la RAC quejarse de la «mala conducta» de los intrusos y reprocharles que se atrevieran a decir que la sarga que ofrecían a los africanos era de mejor calidad que la de la compañía y que no contribuyeran al coste del mantenimiento de los fuertes y factorías de la Costa de Oro.

Con estos cambios, Bristol, centro de los intrusos, entró de lleno en el comercio de esclavos, como lo indica, aunque esto sea anticipamos, que desde este puerto se realizaran más de dos mil viajes a África en busca de esclavos hasta el año 1807.[205] Muchas otras pequeñas ciudades marítimas británicas entraron también en el negocio. Todos los puertos de Devon, tan heroicos en tiempos de la reina Isabel I, como Barnstaple, Bideford, y Plymouth enviaron uno o dos barcos de esclavos en los años siguientes, lo mismo que Lyme Regis y Poole, Dartmouth y Falmouth, Exeter y su vecino Topsham, Portsmouth y Weymouth, por no hablar de Berwick y Whitehaven, ni de Lancaster y Deal; este último era el puerto del trágico Luxborough, incendiado por accidente en su viaje de regreso de Jamaica, cuya tripulación, a las órdenes del capitán Kellaway, sobrevivió en una yola, comiendo la carne de sus compañeros muertos y bebiendo su propia orina. Los puertos irlandeses de Dublín y Belfast, Kinsale y Limerick participaron, aunque con menos ímpetu, en la trata. Algunos de esos puertos menores ya habían enviado expediciones a África, en busca de esclavos, antes de esta fecha; así, el Speedwell de Dartmouth llevó ciento setenta esclavos de Mozambique a Barbados, en 1682.[206]

A finales del siglo XVII, la mayoría de los esclavos transportados por los ingleses trabajaban en plantaciones de caña. Sir Dalby Thomas, primer gobernador del fuerte inglés de Cape Coast en la época de la nueva organización, escribió que «el placer, la gloria y la grandeza de Inglaterra se deben más al azúcar que a cualquier otra mercancía, sin exceptuar la lana».[207]

Las cifras confirman el éxito de estos cambios. Los Diez por Ciento transportaron setenta y cinco mil esclavos, de 1698 a 1707, mientras que la RAC sólo transportó dieciocho. La RAC insistía en la estricta aplicación de la ley, y así en 1699, Charles Chaplin, su representante en la nueva ciudad de Kingston, en Jamaica, requisó el Africa, al mando del capitán James Tanner, por no pagar el diez por ciento de impuestos. Pero un acto aislado poco efecto podía tener.

Un mercader típico de los Diez por Ciento de aquellos años fue Isaac Milner, de Whitehaven, que se trasladó a Londres, pero que enseñó a su ciudad el camino del tráfico de esclavos. Envió veinticuatro expediciones de Londres o Whitehaven a África, entre 1698 y 1712, sin dejar por ello de protestar y agitar contra cualquier asomo de privilegio de la RAC; se interesaba además en el comercio de vino de Madeira y también de Lisboa.

Se daba por supuesto que las colonias americanas continuarían comprando en el Caribe; ninguna necesitaba todavía esclavos a gran escala, pero de todos modos empezaban a encontrarse esclavos en Nueva Inglaterra. De hecho, cada una de esas colonias tiene su propia historia de la esclavitud.

Por ejemplo, en Connecticut hay pocos indicios del comercio de esclavos en el siglo XVII; en 1708 el gobernador escribió a los comisarios de Comercio y Plantaciones de Londres: «Hemos investigado estrictamente qué número de negros se han importado desde junio de 1698 a diciembre de 1707, y hemos encontrado que no ha habido ni un buque, ni de la Real Compañía Africana ni de mercaderes independientes que haya importado negros en este espacio de tiempo, ni antes ni después de él, por lo que hemos podido saber. Hay pocos negros en esta administración y los que hay vienen de las provincias vecinas en su mayor parte, excepto que a veces, media docena en un año, pueden importarse de las Indias occidentales.»[208]

En Massachusetts, su anciano gobernador, Simón Bradstreet, dijo que, todavía en 1680, sólo había de cien a ciento veinte esclavos, y agregó que «no ha habido grupos de negros o esclavos traídos aquí desde el comienzo de esta plantación, pues en el espacio de cincuenta años sólo un pequeño buque hace unos dos años, después de un viaje de veinte meses a Madagascar, trajo entre cuarenta y cincuenta negros, la mayoría mujeres y niños, vendidos aquí por quince o veinte libras cada uno». Debía referirse a esclavos traídos directamente de África, pues muchos habían llegado a la colonia desde las Indias occidentales; un refugiado francés informaba en 1687 que «no hay casa en Boston, por modesta que sea, que no tenga uno o dos esclavos. Las hay que tienen cinco o seis…».[209]

New Hampshire no tuvo hasta 1708 nada que pudiera considerarse trata. En este año, el gobernador, Joseph Dudley, escribía que «en New Hampshire hay criados negros en número de setenta… Unos veinte de ellos han sido traídos en los últimos nueve años…».[210] Más tarde se encuentran algunas menciones de viajes directos a África, aunque los navíos que los hicieron debían tener su base en Boston o Salem.

Hasta 1683 no hay noticias de negros en Nueva Jersey. En ese año hubo una disputa entre el recaudador del puerto de Nueva York y un capitán que había regresado de Madagascar con esclavos, y que los llevó a Perth Amboy, en Nueva Jersey, donde los vendió, porque creía que si los desembarcaba en Nueva York se los decomisarían.

Entre las llamadas colonias limítrofes, Virginia inició una larga historia de plantaciones de tabaco; aun así, en 1649 sólo tenía trescientos esclavos y no importaba ni siquiera veinte cada año. De momento, sólo los necesitaba para los trabajos domésticos, pues el trabajo en las plantaciones de tabaco lo hacían, al principio, europeos traídos con el sistema de indenture. Pero pronto los esclavos empezaron a tener su papel y en 1670 ya había dos mil africanos, pese a que durante varios años no llegaron barcos que los importaran; sin duda el crecimiento natural explica el cambio en las cifras. Y esto, a su vez, puede explicarse por el clima de Virginia y por el trato relativamente benigno que daban los plantadores de tabaco, características locales durante toda la historia de Virginia como territorio que empleaba esclavos. Pero en 1700 era todavía una colonia de pequeños terratenientes blancos. Edmund Jennings, gobernador en funciones de Virginia en 1708, escribía a la Comisión de Comercio que «antes de 1680 los negros que llegaban a Virginia eran importados de Barbados, pues era muy raro que viniera aquí un barco de negros directamente de África».[211] De todos modos, aumentaba el interés por los esclavos. En 1681, William Fitzhugh, abogado nacido en Inglaterra, plantador y mercader, que murió en 1701 dejando más de veinte mil hectáreas de tierra, escribió a un amigo, Ralph Wormley, también terrateniente: «Os pido que me hagáis el favor, si pensáis comprar alguno para vos y si no os causa demasiada molestia, que me reservéis cinco o seis, de los cuales tres o cuatro muchachos, si os es Posible.»[212] En la última década del siglo XVII, estos plantadores de tabaco empezaban a considerar que para trabajar en las plantaciones los africanos eran mejores que los europeos, y además la mano de obra indentured era cada vez más escasa. Las plantaciones empezaban también a presentar el mismo desequilibrio entre varones y hembras que caracterizaba la mano de obra de las plantaciones de caña en las islas caribeñas. Se imitaba asimismo el sistema de asignar esclavos de distintos sexos a barracones separados, lo cual dificultaba la posibilidad de vida familiar.

Maryland era una colonia tan pequeña que no podía absorber un cargamento entero de esclavos y los buscaba, de uno en uno o de dos en dos, en Virginia o las Indias occidentales. No había esclavitud legal, aunque una ley de 1664, «relativa a los negros y otros esclavos», reconocía su existencia de manera indirecta, tan típicamente inglesa. El gobernador Charles Calvert escribió en 1664 a su padre, lord Baltimore, el propietario de la colonia, que aunque había tratado de encontrar en Londres a alguien de la Real Compañía que le vendiera cien o doscientos esclavos, ya que «encuentro que no somos hombres de propiedad bastante buena para emprender tal negocio», pero añadía que le gustaría «que lo fuesen», pues «tenemos la inclinación natural a que nos agraden los negros, si nuestras bolsas lo soportan».[213] A partir de 1670 la posición se endureció, pues la asamblea de Maryland decidió que los esclavos no debían creerse libres simplemente porque se hicieran cristianos y que hasta los hijos de los cautivos cristianos debían considerarse esclavos; sin duda esta declaración reflejaba la escasez de mano de obra, pues ni siquiera en 1670 había comercio regular directo entre África y Norteamérica. Sólo en 1685 empezó, a prueba, un comercio de esclavos con Maryland, pues en ese año la Comisión de Buques de la RAC (en la cual figuraba el superactivo lord Berkeley) pidió a un capitán Marmaduke Goodhand que llevara doscientos esclavos, que se repartirían Edward Porteus, mercader del condado de Gloucester, en Virginia, Richard Gardiner y Christopher Robinson, futuro secretario de la colonia, ambos en el río Potomac. Hay una referencia a un envío, el año siguiente, de esclavos y azúcar de Barbados a Maryland, con la intención de cargar tabaco, como en una transacción normal, y se encuentran otras referencias aisladas a la llegada de esclavos a Annapolis y a puertos menores de la bahía de Chesapeake.

Entretanto, en 1670, inmediatamente después de la fundación de Carolina y de la promulgación de su algo feudal constitución, en la que influyó, si es que no la escribió, el prudente accionista de la RAC John Locke, se hace una primera mención a la esclavitud en un modesto párrafo acerca de que esta institución debía aceptarse. El colono Henry Brayne escribió a lord Ashley, el ministro del gobierno y uno de los directores de la RAC: «He puesto… lo suficiente para mi gente, o sea, un hombre vigoroso, tres servidores cristianos y un capataz que traje de Virginia…»[214]

Durante un tiempo hubo pocos esclavos africanos en esta nueva colonia, pero en 1699 ya había empezado el comercio directo con África. Este año, el gobernador Blake y otras personas de Carolina dieron al capitán William Rhett «las cantidades de dinero, mercancías, esclavos negros, oro, elefantes, marfil, cera y otras cosas, que el dicho capitán Rhett tenía por ser propietarios por partes del navío Providence, del cual dicho capitán Rhett es capitán»; por otra parte, se detuvo y encerró en la prisión de Marshalsea, de Londres, al capitán Daniel Johnson, «por no pagar los impuestos por desembarcar esclavos en Carolina en 1703».[215] Pero en este tiempo uno de cada cuatro esclavos de Carolina era indio. Al año siguiente, un informe a la Comisión de Comercio enviado por el gobernador sir Nathaniel Johnson, que fomentaba el cultivo de moreras para los gusanos de seda, estimaba que con una población de nueve mil quinientas ochenta «almas», había mil ochocientos esclavos africanos varones, mil cien esclavas africanas y mil doscientos niños africanos esclavos, así como quinientos esclavos indios varones, seiscientas esclavas indias y trescientos niños indios; muchos de los indios habían sido capturados por el propio Johnson en una expedición llevada a cabo en 1703.

Ningún país estaba libre de la amenaza de verse involucrado en la trata. Cuando los ingleses empezaban a tomarse en serio la esclavitud en África, un residente británico de Constantinopla, Thomas Bendish, informaba en 1657 al protector Oliver Cromwell que algunos venecianos poseían un grupo de esclavos ingleses (tal vez cautivos, inicialmente, de piratas de Berbería), a los que trasladaban todos los años a la ciudad para venderlos. Bendish redimió a algunos, pero no tenía bastante dinero para liberar a todos.[216] Sin duda acabó comprándolos algún noble turco al que le agradaba su tez rosada.