3. LOS ESCLAVOS QUE ENCUENTRAN
EL ORO SON TODOS NEGROS

Los esclavos que encuentran el oro son todos negros, pero si, de milagro, logran escapar, se vuelven blancos.

VALENTIM FERNANDES, c. 1500

Al final del Imperio romano, la mayoría de las antiguas instituciones se derrumbaron, igual que la mayoría de las familias, dioses y tradiciones. Pero la esclavitud sobrevivió. En los peores años de la Edad de las Tinieblas, todavía podían comprarse en Antioquía esclavos escitas y en Roma podían encontrarse esclavos godos. Los esclavos desempeñaron un papel en el derrumbamiento del imperio. En el ejército de cuarenta mil hombres de Alarico había gran número de esclavos huidos, muchos de ellos de origen godo. Los partidarios del emperador Honorio, en España, llegaron a armar a esclavos para luchar contra los francos. En 423, el usurpador Juan tomó el poder en Rávena y, como no tenía tropas, emancipó y armó a los esclavos de las villae cercanas. En la Galia, se encontraban a menudo esclavos huidos en los ejércitos francos invasores.

Los «bárbaros» pronto se asimilaron a los pueblos que habían conquistado. No se proponían destruir el viejo orden social, sino, más bien, capturarlo. No hubo que convencerlos de que sus nuevas propiedades necesitaban del trabajo de los esclavos, pues siempre que podían los empleaban, incluso cuando eran nómadas, y a menudo habían sufrido, en el pasado, las incursiones romanas en busca de esclavos.

Los nuevos dueños del viejo mundo romano consiguieron la mayoría de sus esclavos mediante la captura en la guerra, y la guerra era, entonces, incesante. No sólo había lucha continua entre las distintas monarquías anglosajonas, sino de éstas contra los celtas en el oeste de Britania, guerras que a menudo parecían simples cacerías para hacerse con esclavos celtas. Los francos estaban también en constante lucha contra los bretones, o los godos de Aquitania, y solían llevarse esclavos como botín. En la nueva cultura posterior al imperio se esclavizaba también como castigo (un delincuente que no podía pagar compensación a su víctima quedaba reducido a la esclavitud). En la España visigoda, muchos de los esclavos tenían, al parecer, este origen judicial, o lo eran por deudas, o simplemente por pobreza, pues hombres y mujeres se vendían a sí mismos o a sus hijos para conseguir vivir mejor. El historiador del siglo vi Gregorio de Tours indicaba que en la Galia de su tiempo «los mercaderes reducían a los pobres a la esclavitud a cambio de un mendrugo».[22]

Los mercados de esclavos seguían, aunque a un ritmo menos acelerado que en el pasado; en la España visigoda, los mercaderes judíos destacaban entre los que proporcionaban esclavos para la venta —celtas o suevos, sin duda—, hasta que una creciente oleada de antisemitismo, en el siglo VII, restringió su actividad.

Las leyes de la mayoría de los Estados sucesores de Roma reflejaban las prácticas romanas, aunque adaptándolas a la nueva situación. Por ejemplo, un decreto borgoñón declaraba que un esclavo valía cinco bueyes y medio o cinco cerdos. En los códigos anglosajones, francos y lombardos se encuentran muchas referencias a la esclavitud, con innumerables disposiciones acerca del castigo para los esclavos que intentan traspasar la línea que los separa de la libertad, y a veces se tiene la impresión que las reglas eran más severas que las romanas. De cerca de quinientas leyes visigodas que sobreviven (sus reyes eran grandes legisladores), casi la mitad se refieren a aspectos de la esclavitud. San Isidoro de Sevilla, que en una época muy dura estableció un acuerdo filosófico entre las costumbres cristianas y las godas, no tenía, sin embargo, dudas acerca del origen divino de la esclavitud: «A causa del pecado del primer hombre, Dios impuso a la raza humana el castigo de la servidumbre; a los que no son capaces de libertad, les concedió misericordiosamente la servidumbre.»[23] Recuérdese que en Tristán e Isolda, la primera misión de Tristán consiste en matar a Moroldo, un caballero de Irlanda que suele acudir a Cornualles para obtener esclavos.

De modo que durante toda la Alta Edad Media, los esclavos constituyeron una parte, muy apreciada, de la población de Europa, incluyendo la Europa septentrional. Puede discutirse qué parte de la población del imperio de Carlomagno estaba formada por esclavos, pero es indudable que durante el «renacimiento carolingio» prosperaron los mercados de esclavos, como prosperó la cultura. En Lyon, Arles y Verdún podían comprarse sajones, anglos, ávaros y alanos, y en esas ferias los «eslavos» pronto fueron una de las principales mercancías. Verdún se enorgullecía de su producción de eunucos, la mayoría de los cuales eran vendidos a los moros de España. Luis el Piadoso, heredero de Carlomagno, siguió, a diferencia de su padre, una política defensiva, de modo que resultó menos fácil hacerse con esclavos como prisioneros de guerra. Por esto vendió permisos para comerciar con esclavos a poderosos mercaderes a los que conocía y que se ocupaban de comprar y vender en Francia y fuera de ella.

Pero existen dudas acerca de si todos esos servi, por emplear la palabra latina, eran propiamente esclavos —es decir, posesiones—, más bien que siervos, o sea personas con ciertos derechos de propiedad. Las palabras se prestan a confusión, pues poco después la «esclavitud» desapareció en la Europa septentrional. ¿Fue porque los señores feudales no podían alimentar una fuerza de trabajo durante todo el año y decidieron emplearla solamente durante las épocas de recolección? ¿Fue el eclipse de la vieja institución consecuencia del empleo de «nuevas tecnologías» —especialmente en los minifundios o en asociaciones de minifundios— lo que hizo que el trabajo esclavo fuera inadecuado: por ejemplo, los grandes caballos de tiro con colleras frontales, los yugos frontales para los bueyes, el nuevo mayal o el arado con ruedas y con vertederas, o las herramientas de hierro, o fue, sobre todo, la difusión de los molinos de agua, que liberaban del viejo molino de mano que durante tanto tiempo agotó a los esclavos? ¿O eran los señores feudales demasiado pobres para permitirse comprar nuevos esclavos? ¿O había en la Alta Edad Media pocas guerras en tierras extranjeras que permitieran traerse a cautivos, dada especialmente la competencia con los mercados musulmanes del Mediterráneo? ¿Acaso los nuevos señores encontraron ventajoso emancipar económicamente a sus esclavos a cambio de una aparcería, convirtiéndose así en propietarios de tierras en vez de amos de esclavos? ¿O tal vez los descendientes de esclavos se elevaron en la sociedad hasta mezclarse con la masa de los que habían sido campesinos independientes, que estaban en decadencia, para formar con ellos una nueva clase, la de los siervos? ¿O quizá las rebeliones de esclavos (como la dirigida contra el rey Aurelio, en Asturias, en 770) y las fugas en masa de esclavos resultaron demasiado agobiantes para que las soportaran los amos? (En la España visigoda, el rey Egica, en 702, trató de convencer a toda la población libre que le ayudara a encontrar a los esclavos huidos).

No debe ignorarse por completo la idea de que en todo esto tuvo parte una Iglesia algo penitente que introdujo cierto elemento de moral en la cuestión de la esclavitud. Baltilde, una esclava anglosajona de Erchinoald, el maire du palais, se casó en 649 con el rey Clovis II (el primer roi fainéant), y destacó por sus esfuerzos tanto para poner término al comercio con esclavos como para redimir a los ya esclavizados (lo que le valió ser luego, muy apropiadamente, santa Baltilde). Se comenzó a permitir que los esclavos, aunque en posición muy humilde, entraran en las iglesias y hubo algunos matrimonios entre hombres libres y muchachas esclavas. El simple acto del bautismo demostraba que los esclavos eran hombres o mujeres con alma. Luego, en el año 960, los obispos de Venecia quisieron que se prohibiera a los venecianos consagrarse al comercio de esclavos, tratando con ello de conseguir el perdón divino por lo que reconocieron que habían sido sus pecados pretéritos al vender esclavos. En Inglaterra, ya antes de la invasión normanda en 1066, la manumisión se había hecho cada vez más frecuente, especialmente la concedida por los obispos en sus testamentos, práctica que parece haberse convertido en una especie de mandamiento. Guillermo el Conquistador apoyó las reglas eclesiásticas que prohibían esclavizar a cristianos, como hizo Enrique I. El arzobispo Anselmo, en el Concilio de Londres de 1102, denunció la costumbre de vender a ingleses «como bestias brutas», y su piadoso contemporáneo, el obispo Wulfstan, predicó contra la costumbre de vender esclavos ingleses de Bristol a Irlanda.[24] Pero no está claro si les hubiese importado vender a franceses —o galeses, dado el caso—, y la Iglesia siguió siendo propietaria de esclavos. Mucho antes, el orfebre san Eligió emancipó «sólo» cien de los esclavos que ofreció al nuevo monasterio de Solignac, cerca de Limoges.

La verdad es que, al parecer, muchas causas de la caída de la antigua institución coincidieron en el norte de Europa durante el siglo XI. Para entonces, no parece que hubiera esclavos en la Italia central, en Cataluña o en la Francia central. En España, el antiguo sistema de esclavitud estaba a punto de hundirse en vísperas de la conquista árabe. Así, los nietos de muchos que habían sido esclavos empezaron a convertirse en siervos, es decir, con obligaciones para con sus señores (que les proporcionaban casas, como en la mezzadria, el sistema de aparcería de Italia), pero que también trabajaban por su cuenta para ganarse en parte la vida. En la Francia septentrional se comprobó que los siervos no sólo producían más que los esclavos sino que, además, no requerían guardias permanentes. Sin embargo, parece que hubo lo que un historiador francés moderno ha llamado un moment privilegié, una discontinuidad, cuando la esclavitud moría y la servidumbre no estaba todavía plenamente establecida.[25]

Estos cambios llegaron a Inglaterra algo más tarde que a sus vecinos continentales. Pero después de la conquista normanda, los nuevos señores emanciparon a muchos de los esclavos que encontraron en las tierras de las que se apoderaron, y estos esclavos liberados se añadieron a las filas del bajo campesinado. El Domesday Book (padrón levantado por orden de Guillermo el Conquistador) registró solamente veinticinco mil servi, o sea, cosa del diez por ciento de la fuerza de trabajo (muchos eran labradores que vivían en la casa del señor y estaban enteramente a su disposición). Pero la conquista normanda fue la primera invasión de Inglaterra que no aumentó el número de esclavos en el país. Más tarde, el rey y sus arrendatarios, es decir, los nuevos señores, introdujeron allí el sistema feudal de una manera más coherente que en el resto del continente. En 1200, la esclavitud había desaparecido de Inglaterra, aunque, seis siglos más tarde, en el famoso discurso que inició en la Cámara de los Comunes la discusión de la trata, William Wilberforce habló de niños esclavos de Bristol vendidos en Irlanda todavía en el reinado de Enrique VII, un aspecto de los problemas irlandeses a los que no se ha prestado mucha atención.[26]

En la Europa meridional la situación de la esclavitud era muy diferente. La institución prosperó durante la Edad Media en todos los países ribereños del Mediterráneo. En primer lugar, debido a que el mar y sus costas fueron una zona de guerra permanente entre cristianos y musulmanes, y en segundo lugar, porque los esclavos constituían una prioridad en el islam. En el Mediterráneo, cristianos y musulmanes todavía consideraban que la institución de la esclavitud tenía una firme base en el Derecho romano y el Derecho canónico, en la Biblia y también en el Corán, aunque el último proclamaba específica y frecuentemente que emancipar un esclavo era uno de los actos más meritorios. El tercer califa otomano lo había hecho, pues se decía de él que compró dos mil cautivos con el propósito concreto de liberarlos.

Del mismo modo que toda la población de Cartago fue esclavizada después de su captura por Roma, a la rápida conquista de la España visigoda por los moros, a comienzos del siglo VIII, siguió la esclavitud en masa de los cristianos. Se dijo que treinta mil cristianos fueron enviados como esclavos a Damasco, como el prescrito quinto del botín que se debía al califa tras la caída de los visigodos. Estos esclavos tuvieron suerte, pues el Corán permitía que se matara a todos los varones, en las ciudades que se resistieran, y se esclavizara a sus mujeres e hijos. Años más tarde, Willebald, peregrino de Kent a Tierra Santa, recibió ayuda de un «chambelán español del rey de los sarracenos», que bien pudo ser un superviviente de esos esclavos visigodos. Durante mucho tiempo fue fácil encontrar en Medina esclavos cristianos de origen español. Abderramán III, el más famoso de los califas de Córdoba, empleaba a cerca de cuatro mil esclavos cristianos en su palacio de Medina Azara, al oeste de la ciudad. El gran Almanzor, gran visir de este califato, a finales del siglo X, lanzó más de una cincuentena de ataques contra territorio cristiano, de todos los cuales se trajo a esclavos; treinta mil se dijo, tras su conquista de León. Cuando murió, en Medinaceli, en 1002, sus amigos se lamentaron de que «ya no existe nuestro proveedor de esclavos».[27] Todavía en 1311 los embajadores aragoneses al concilio general de la Iglesia en Vienne (Francia) afirmaban que aún había treinta mil esclavos cristianos en el reino de Granada.

El islam aceptó la esclavitud como un rasgo incuestionable de la organización humana. Mahoma aceptó el sistema de esclavitud, en el cual se basaba la sociedad antigua, sin ponerlo en duda. El más grande de los historiadores árabes, Ibn-Khaldun, creía que gracias a la esclavitud algunos de los musulmanes más poderosos, como los turcos, aprendieron «la gloria y las bendiciones y [estuvieron] expuestos a la divina providencia». Según la ley islámica, si un pueblo se convertía al islam antes de combatir a un ejército musulmán, sus vidas, bienes y libertad debían respetarse. Había también algunas reglas de tolerancia, como la de que «es esencial que un politeísta [el eufemismo coránico por cristiano] capturado reciba su alimento y buen trato hasta el momento en que se decida su suerte».[28] Los niños esclavos no debían separarse de sus madres hasta cumplir los siete años. Así, las leyes islámicas sobre la esclavitud eran en cierto modo más benévolas que las de Roma. No debía tratarse a los esclavos como si fuesen animales. Los esclavos y los hombres libres eran iguales desde el punto de vista de Dios. El amo no tenía derecho de vida y muerte sobre sus esclavos.

No todos los cristianos de la España musulmana fueron esclavizados después de su derrota. Para empezar, algunos príncipes cristianos pudieron incluso conservar sus propios esclavos, pero no se les permitía tener esclavos musulmanes o negros, pues, dada su escasez, los últimos eran especialmente codiciados por los nobles musulmanes.

Estos musulmanes llevaron fuera de la Península sus cacerías de esclavos. Por ejemplo, hicieron incursiones en Francia desde una base en la Camarga, hacia Arles en 842, Marsella en 838 y Valence en 869. Durante toda la Alta Edad Media hubo también innumerables actos de piratería en el Mediterráneo, en los cuales cristianos fueron capturados por musulmanes (o musulmanes por cristianos), con el fin de conseguir, tras largas negociaciones, un rescate por los capturados. Para ocuparse de esto se fundaron en España órdenes religiosas, como la de los mercedarios. ¡Cuántas veces buques pequeños, de aspecto inofensivo, se hicieron a la vela desde las costas de África para capturar cristianos en las costas del norte! ¡Y cuán a menudo buques semejantes salieron de Barcelona o Mallorca con un objetivo similar!

Estos musulmanes de España compraban esclavos, y en gran cantidad. Tras la prosperidad que siguió a los carolingios, una importante fuente era la de los territorios eslavos, todavía en gran parte paganos, cuyos habitantes dieron nombre a la institución; la palabra «eslavo» se convirtió luego, en árabe, en sinónimo de eunuco. Los mercaderes de los territorios fronterizos orientales de Alemania llevaban a cautivos a los mercados del Mediterráneo —a veces vía Walenstadt, en Austria, o vía Venecia, o vía Coblenza, en el Rin, o vía Verdún—. Estos prisioneros podían también ir hacia el sur, a lo largo del Saona y el Ródano y embarcar en Arles. Desde allí, cruzando el Mediterráneo en una travesía tan desagradable, aunque más breve, que la del Atlántico en tiempos posteriores, desembarcaban en Almería, el puerto principal de la España musulmana, de donde podían mandarlos a cualquier ciudad musulmana, incluso a Bagdad o Trebisonda, El Cairo o Argel.

Se desarrolló asimismo un floreciente comercio de esclavos, en dos direcciones, entre mercaderes cristianos de Europa, como los normandos (los vikingos a menudo se llevaban a esclavos) y los musulmanes de las costas mediterránea y atlántica. Los representantes cristianos en los puertos musulmanes trataban de conseguir tratados y cónsules, para protegerse. A veces lo lograban, pero los mercaderes árabes les impedían penetrar en el interior, cuyo comercio controlaban. Estos intermediarios ofrecían no sólo esclavos sino también codiciados productos africanos —oro, marfil, ébano, pieles de cabra teñidas, pimientos «malagueta» (los «granos del paraíso»)—, a cambio de tesoros europeos como cuentas de cristal, armas y telas de lana. A veces se cambiaban esclavos negros de Guinea por esclavos rubios de Polonia.

Así, en la Alta Edad Media, en todas las cortes musulmanas del Mediterráneo y especialmente en las de al-Andalus, se encontraban reunidos, como en una brigada internacional de servidumbre, esclavos griegos, eslavos, germanos, rusos, sudaneses y negros. Estos últimos, los muy buscados hombres y mujeres de Guinea, llegaban a través del Sahara, desde Timboctú a Sijilmasa, una ciudad del sur de Marruecos, con un importante mercado. (Por cierto que el nombre Guinea parece ser una corrupción de Jenné o Djenné, una ciudad mercantil a orillas del río Bani, afluente del Alto Níger, o acaso de la palabra bereber aguinaou, que significa negro). Con estos esclavos llegaba marfil, muy empleado en la famosa escuela de talla en marfil de Cuenca. Un historiador de al-Andalus habla de las «vastas hordas de esclavos» llevadas durante el siglo X. Entre los mercaderes que comerciaban con estos esclavos de Guinea estaba el padre del historiador andaluz Ahmad ar-Razi, que no fue el único ni el último de los eruditos que financiaron sus investigaciones con la fortuna acumulada por un antepasado tratante de esclavos.

Los gobernantes omeyas de Córdoba, imitando a los abasidas de Bagdad, empezaron a emplear esclavos como soldados, y a mediados del siglo IX el califa disponía de un ejército de sesenta mil «silenciosos», llamados así porque, siendo alemanes, ingleses o eslavos, no hablaban árabe. El almorávide Yusef Ibn-Tashufun prefería el empleo de estos esclavos cristianos contra gobernantes cristianos, pues luchaban bien. Aunque el poderío musulmán estaba en decadencia, a finales del siglo XIV, hubo esclavos cristianos que trabajaron en la Alhambra de Granada.

Los esclavos podían prosperar en las cortes musulmanas; el hijo de uno de ellos, el esclavo Badr, llegó a gobernador de Córdoba. Muchos califas tuvieron hijos de esclavas, y así sucedió que Abderramán III fuera hijo de una muchacha cristiana. Algunos de los jefes de los taifas, los pequeños principados que surgieron en España después del hundimiento del califato de Córdoba, en el siglo XI, habían sido esclavos; por ejemplo, Sabur, el rey esclavo de Badajoz, probablemente nació como Sapor, un persa, y el jefe de Denia, cerca de Valencia, pudo haber sido un esclavo de Cerdeña.

Tal vez figuraban algunos esclavos negros en el gran ejército bereber de Gebel el-Tarik, que entró en España en el año 711. Abderramán I, fundador del califato omeya de Córdoba, tenía a un esclavo negro para dirigir su harén. Al Hakam I, en el siglo IX, se rodeó de mamelucos (egipcios) y de negros. Al Hakam II, cien años más tarde, tenía una guardia personal negra, igual que el poderoso rey de Granada Mohamad V, a mediados del siglo XIV.

Los cristianos de España emularon la conducta musulmana. Cierto que empezaron su reconquista de la Península matando a la población musulmana de las ciudades que ocupaban. Pero a finales del siglo VIII, se sometía a esclavitud a las mujeres y a los niños capturados, así como a algunos hombres. Las ejecuciones comenzaron a verse como un despilfarro de recursos. El principal propósito de los aventureros y de los consejos municipales para penetrar en territorio musulmán pronto fue el de capturar esclavos. En 1142, el rey Alfonso VII de Castilla llevó una expedición a Andalucía, y se trajo a esclavos musulmanes de Carmona, cerca de Sevilla, así como de Almería. Los tributarios musulmanes de los reyes españoles comenzaron a ofrecerles esclavos (principalmente de Europa del Este) como regalo, junto con oro. Esclavos musulmanes trabajaron en la reconstrucción de la catedral de Santiago de Compostela, alrededor de 1150, del mismo modo que esclavos cristianos trabajaron en la mezquita de Kutubiyya, de Marrakech.

Las razias castellanas, imitando a los musulmanes, aumentaron en el siglo XIII. La reconquista de las ciudades de al-Andalus condujo a la esclavitud a miles de ellos, recibidos con entusiasmo por los conquistadores y sus seguidores. Muchos de los esclavos musulmanes de todo el Mediterráneo y de más allá también pasaron directamente a manos castellanas. Se dijo que el rey Alfonso III de Aragón vendió cuarenta mil moros capturados en Menorca en 1287, y los mejores historiadores del tema han sugerido que bastaría con reducir a la mitad esa cifra para acercarse a la verdad.[29] A Ramón Llull, el místico y agitador mallorquín, debió de serle fácil adquirir por esta época un esclavo moro que le enseñara el árabe. El extraordinario viajero árabe Ibn-Battuta describió una incursión cristiana en 1352, en las costas de al-Andalus, entre Marbella y Málaga, tal vez en el puerto pesquero de Torremolinos. La incursión debió de ser parecida a la de los portugueses cien años más tarde en África occidental, que llevó al infante Enrique, en el Algarve, a los azanaghi.

No es, pues, sorprendente que la esclavitud, aunque en aparente decadencia al norte del Pirineo alrededor del año 1000, recibiera una minuciosa atención doscientos cincuenta años más tarde en el principal código español, Las Siete Partidas, del rey Alfonso X el Sabio. Este famoso texto determinaba que un hombre se convertía en esclavo si lo capturaban en guerra, si nacía hijo de un esclavo o si permitía que lo vendiesen. El código, compilado en la década del 1260, confirmaba la definición romana de esclavitud, aunque en ciertos aspectos se mostraba más tolerante (y ciertamente mucho más que las duras leyes visigodas), por ejemplo permitiendo que un esclavo se casara en contra de la voluntad de su dueño y que, una vez contraído el matrimonio, no pudieran separar a la pareja; si el matrimonio era entre esclavos de distinto amo, debía procurarse que trabajaran en el mismo lugar y, de no llegarse a un compromiso, la Iglesia debía comprar a ambos esclavos; los niños adquirían la condición de su madre, de modo que si ella era libre, sus hijos lo serían también. Un esclavo maltratado podía quejarse ante un juez, y podía juzgarse por asesinato a un amo que matara a un esclavo. Se prohibía la castración como castigo; se permitía a los esclavos heredar propiedad. Pero en el código no se sugería que la esclavitud pudiera considerarse un mal en sí misma. Mas era posible la manumisión y los esclavos que podían permitírselo tenían derecho a comprar su libertad. El rey Alfonso, teniendo en cuenta que la Castilla medieval era un país de diversas culturas, estableció que ni judíos ni moros ni herejes podían poseer legalmente esclavos cristianos.[30] En teoría estas disposiciones rigieron la suerte de los esclavos propiedad de españoles, no sólo durante el resto de la Edad Media sino, aunque inadecuadamente aplicadas o explícitamente enmendadas, de un modo u otro hasta el siglo XIX.

Hacia el año 1100 había en los reinos cristianos de España y Portugal pocos esclavos que tuvieran la misma fe que sus amos, pero sí muchos esclavos musulmanes, junto con una reducida clase de musulmanes libres. La mayoría de los cautivos eran sirvientes en mansiones nobles, aunque algunos trabajaban en talleres o en granjas. Muchos de ellos se vendían, a menudo fuera de España. Así, en el siglo XIII. Arles, Montpellier, Narbona, Antibes y Niza eran importantes mercados de esclavos africanos. Las ventas solían hacerlas mercaderes venecianos, genoveses o florentinos. Barcelona era también importante, y sus mercaderes vendían sarracenos o moros a compradores de Sicilia y Génova. En el siglo XV, Palma de Mallorca competía de cerca con Barcelona como puerto de venta de esclavos. Sabemos que Tomás Vicentius, de Tarragona, establecido en Génova, compró allí, en el verano de 1318, dos esclavos blancos (probablemente moros), dos de piel aceitunada, uno de Crimea, uno turco y uno griego. Los esclavos griegos estaban entonces de moda en Barcelona, porque se podían obtener fácilmente en el ducado catalán de Atenas, y los esclavos de Crimea se compraban a los genoveses gracias a la colonia genovesa de Kaffá (la moderna Feodosia). Otras fuentes importantes de esclavos eran Cerdeña y Rusia; así, leemos que «el 24 de abril de 1409, Johannes Vilahut, notario de la cancillería real y burgués de Barcelona, vendió a Narciso Jutglat, burgués de Palma, una neófita rusa de veintisiete años, llamada Helen». Había esclavos circasianos, armenios y turcos, así como balcánicos de todos los lugares, especialmente albaneses (en 1450, «Jacobus d’Alois, pescador de coral de Barcelona, vendió a la viuda de un mercader de la misma ciudad un albanés llamado Arma, de veinticinco años»). La diversidad étnica era casi tan notable como en al-Andalus.[31]

Los puertos de los dominios aragoneses en el sur de Italia eran también mercados de esclavos, en el siglo XV, sobre todo Nápoles y Palermo, donde eran frecuentes las ventas realizadas por mercaderes españoles.

En Aragón y Valencia, aunque continuaron las incursiones cristianas y los secuestros, especialmente en el mar, el comercio desempeñaba un papel más importante para proveer de esclavos a Europa. Sin duda esto ha de considerarse como un paso hacia la civilización.

Después de la caída de Constantinopla, en 1453, se redujo el número de esclavos importados de Rusia y del mar Negro. La conquista de Crimea por los otomanos puso fin a la colonia comercial genovesa de Kaffá. La escasez se compensó, en España, con la importación de las recién descubiertas (o redescubiertas) islas Canarias. Por ejemplo, después de la «rebelión» de Tenerife, un mercader de Valencia se trajo a ochenta y siete guanches en un solo barco.

El número de esclavos africanos negros aumentó bastante, tanto en la costa mediterránea de España como en todas partes. Hacia 1250 ya se encontraban mercaderes moros que ofrecían esclavos negros de Guinea en la feria portuguesa de Guimarães, y en Cádiz se vendían negros importados de África del norte, a finales de ese siglo. En 1306, dos habitantes de Cerbère, en la frontera pirenaica, vendieron «a Bernard Gispert, de Santa Coloma de Queralt, un sarraceno negro llamado Alibez, por 335 sous». A finales del siglo XIV, en 1395, el rey Juan I de Aragón reclamó dos etíopes (una palabra genérica que se usaba aún para todos los africanos) que se habían ocultado en el monasterio de Santa María de Besalú; uno de ellos afirmaba que era hijo del rey de Etiopía. En 1416, Jaume Gil, hostelero de Igualada, compró a Elisanda, viuda de un boticario, una «negra etíope», Margarita —conocida como Axa antes de que la bautizaran—, por ciento treinta y nueve florines de oro aragoneses. Los registros de ventas de esa época parecen contener cada vez más menciones de «tártaros negros», de argelinos, hasta de cristianos negros de Túnez, y algunos de Sudán o de la Cirenaica. Los africanos eran lo bastante numerosos en Barcelona, a mediados del siglo XV, para formar una cofradía negra, como las que ya existían en Sevilla y Valencia, cuya dirección debió de estar siempre en manos de hombres libres.[32]

En el siglo XV había más esclavos en Sevilla —el «ojo de la aguja» según frase de un juez posterior— que en cualquier otro lugar de la península Ibérica.[33] Podían encontrarse en el Arenal, donde se cargaban los buques, y hasta vendiendo por las calles y mercados. Los moros y moriscos (esclavos blancos), habitualmente capturados en guerra (la de Granada o las del Mediterráneo) suscitaban a menudo antipatía, pero los esclavos negros solían convertirse al cristianismo y aceptaban la cultura española, en la cual quedaban fácilmente absorbidos.

También se encontraban esclavos en Italia, y no sólo en ciudades comercialmente aventureras como Génova, Venecia o Florencia, sino también en Roma. Una ley genovesa de 1441 muestra cuán en serio se tomaba el comercio con esclavos: un buque transportador de esclavos con una sola cubierta podía llevar sólo treinta y dos; con dos cubiertas, cuarenta y cinco, y con tres cubiertas, sesenta. (Eran normas que no se repitieron en la Europa del norte, cuando volvió a entrar en la trata en el siglo XVII, hasta por lo menos 1790, con motivo de la ley de sir William Dolben en Inglaterra). En Florencia, se estableció en 1364 que se podían importar esclavos de todas clases, con tal de que no fuesen católicos. Muchos de los importados eran tártaros de Kaffá, donde por lo menos una familia florentina, la de los Marchionni, estaba presente pese a que la ciudad era predominantemente dominada por Génova. Entre 1366 y 1397 se vendieron en Florencia cerca de cuatrocientos esclavos (en su mayoría mujeres). También se vendieron en Italia muchos esclavos griegos, junto con albaneses, rusos, turcos y moros. A finales del siglo XV los venecianos disfrutaban del servicio de unos tres mil esclavos de África del norte o de Tartaria. A veces se expresaba cierta ansiedad por la escasez de esclavos (por ejemplo, en un debate en el Senado de Venecia, en 1459) pero existía también cierto temor a que si los esclavos eran demasiado numerosos podrían constituir un peligro para la ciudad, inquietud familiar, más tarde, en las sociedades esclavistas de las Américas. En Génova, la mayoría de los esclavos fueron cireassi durante la segunda mitad del siglo XV, pero había también un montón de moros, junto a rusos, bosnios y albaneses.

Las costas meridionales del Mediterráneo ofrecían, en la Baja Edad Media, un mercado de esclavos aún más extenso que las septentrionales. Sin duda dominaban los cautivos cristianos capturados en alta mar o en incursiones marítimas a los puertos y pueblos costeros españoles o italianos. De todos modos, durante varios siglos, los esclavos negros, especialmente las muchachas y los hombres jóvenes, también eran buscados por los mercaderes árabes para las cortes musulmanas, desde Córdoba a Bagdad, donde los empleaban como sirvientes, concubinas o guerreros. El califa al-Hakam II de Córdoba empleaba una guardia personal de esclavos negros. Las muchachas esclavas de Awdaghost, en el Níger superior, eran muy apreciadas como cocineras especialmente hábiles, según el viajero al-Bakri, por hacer exquisitos pasteles con una mezcla de almendras y miel. En el siglo XIV, otro viajero, al-Umari, indicaba que el imperio de Malí, el reino más grande del África occidental en aquel tiempo, situado en el Níger superior, sacaba gran provecho de «sus mercancías y de sus capturas por medio de razias en la tierra de los infieles». Los sucesores de Malí, los emperadores de Songhai, tenían la costumbre de ofrecer esclavos a sus huéspedes. En Fez, a comienzos del siglo XVI, el emperador dio a León el Africano, un moro nacido en Granada que más tarde vivió en la brillante corte romana del papa León X, «cincuenta esclavos varones y cincuenta hembras procedentes de las tierras de los negros, diez eunucos, doce camellos, una jirafa, y veinte civetas. Veinte de los esclavos varones habían costado veinte ducados cada uno, lo mismo que quince de las esclavas». Los eunucos costaron cuarenta ducados, los camellos, cincuenta, y las civetas, doscientos; el alto costo de éstas se debía a que se empleaban para elaborar perfumes.[34]

En el siglo X, los egipcios apreciaban mucho a los eunucos negros. Podían satisfacer este capricho comerciando con los territorios de su extremo sur. Un tratado del año 651 obligaba a los nubios a entregar trescientos sesenta esclavos por año a Egipto, y había otros acuerdos entre musulmanes y los pueblos conquistados por los mismos en el norte de África. Muchos de los que viajaban al norte desde el Sudán subsahariano llevaban consigo esclavos negros, que solían vender al rendir viaje. El entusiasmo por los negros no era, por supuesto, exclusivo de los musulmanes; durante la Edad Media se les apreciaba también como esclavos en Java y la India, y hasta los chinos querían, al parecer, esclavos del África occidental, deseo que probablemente satisfacían los mercaderes musulmanes en Cantón.

Es difícil calcular las cifras de la trata transahariana. ¿Es verosímil la cifra de siete mil eunucos negros en Bagdad en el siglo X? ¿Fue el número de esclavos negros en los campos de Mesopotamia lo que inspiró allí la gran rebelión de esclavos encabezada por Ali Ibn-Muhammed a finales del siglo IX? Se afirmaba que los príncipes de Bahrein, en el siglo XI, poseían treinta mil esclavos negros, la mayoría empleados como jardineros o en el cultivo de huertos. En 1275 se dijo que se vendieron en Egipto, después de una campaña militar, diez mil nativos de la región del Alto Níger.[35] Los principales compradores fueron los soldados mamelucos, que tomaron el poder en Egipto en 1250 y que en el siglo XIV dominaron el Próximo Oriente. Un egipcio afirmaba que, durante su peregrinación a La Meca, en 1324, Mansa Musa, el más notable de los sultanes del imperio nigeriano de Malí, vendió en El Cairo catorce mil esclavas para pagar los gastos de su viaje. Es notoria la exageración de las cifras, en todas las sociedades, antes del siglo XII, desde los efectivos de los ejércitos hasta los muertos en acción; sin embargo, pudieron llevarse anualmente de cinco mil a veinte mil esclavos desde la región del Níger a los harenes, los cuarteles, las cocinas y los campos del Mediterráneo musulmán y Próximo Oriente, durante la Baja Edad Media, y no sólo a África del norte, pues también Sicilia, Cerdeña, Génova, Venecia y hasta zonas de la España cristiana tenían, según se ha sugerido, sus esclavos negros en el siglo XV. La esclavización de africanos negros recientemente convertidos al islam podía estar prohibida a los musulmanes aunque, de todos modos, los califas y emires hacían la vista gorda. Así, el rey negro de Bornu, en lo que hoy es Nigeria, se quejaba amargamente al sultán de Egipto, en los años 1390, de que tribeños árabes capturaban constantemente a su gente como mercancía.[36]

Este comercio transahariano, entre el África occidental y el África septentrional, probablemente se inició, en una u otra forma, ya en el año 1000 a. J. C. en las ocasionales travesías del desierto con bueyes y carros tirados por caballos. Cartagineses y romanos lo estimulaban. Prosperó aún más tras la introducción del camello como factor esencial de comunicaciones en África hasta la llegada de los vehículos de motor en la década de 1920. La ruta más importante en tiempo de los romanos era la que conducía a Mozuk, la capital del Fezzan, en lo que ahora es el sur de Libia. Así se conectaban la Tripolitania y Egipto con las ciudades en la curva central de Níger. Pero había, incluso en la antigüedad, otras rutas hacia el Mediterráneo. Con la caída del Imperio romano, este comercio se desvaneció. Pero renació cuando en los años 533-535 Bizancio reconquistó el norte de África. Probablemente se transportaban algunos esclavos por estas rutas, incluso en tiempos clásicos.

La conquista árabe de África del norte, en el siglo VII, aunque al principio fue destructora, eventualmente contribuyó a la restauración y crecimiento del comercio transahariano.

León el Africano, que viajó por esta región, hablaba de veinte ciudades entre Marruecos y Trípoli que disfrutaban de «gran tráfico con la tierra de los negros».[37] Las más importantes de éstas —Fez, Sijilmasa y Ghadames— eran las del interior, cuyos mercaderes nunca comerciaban directamente con los cristianos catalanes, italianos y mallorquines establecidos en la costa. A los mercaderes cristianos se les permitía instalarse en Marrakech, nunca en otros lugares. Las monarquías europeas medievales, en consecuencia, sabían muy poco acerca de los detalles del floreciente comercio entre el Magreb y los pueblos de Guinea.

La principal ruta árabe medieval a través del Sahara hacia Marruecos era la que iba de Timboctú a Sijilmasa. Aunque los musulmanes eran los mercaderes más importantes, algunos judíos, bereberes y negros desempeñaron también cierto papel. Este comercio se veía limitado, en primer lugar, por la duración del viaje —de setenta a noventa días o más—, y en segundo lugar por la necesidad de que todas las mercancías (aparte de los esclavos) tuvieran un alto valor en relación con su peso. El viaje era peligroso y no podía emprenderse en ciertas épocas del año, pues había tempestades de arena en verano, además de agudos cambios de temperatura entre noche y día. El agua escaseaba y los merodeadores abundaban. Era fácil perderse. Puede que una cuarta parte de los esclavos murieran en el camino.

De las mercancías, la más importante era el oro, por lo menos a partir del año 800, y en los siglos XI y XII se volvió aún más codiciado una vez que, primero los países musulmanes del Mediterráneo y luego varios países europeos, adoptaran ese metal como moneda. En la Baja Edad Media, África occidental era la principal fuente de oro para Europa, aunque Europa apenas sabía nada de esta región.

La mezcla racial en África occidental resulta interesante. Antes de las invasiones árabes, la habitaban principalmente dos pueblos: los hamitas en el noroeste, llamados libios o barbari por los romanos, y bereberes por los árabes, palabra que se derivaba de la latina, y los negros al sur del desierto. La llegada de los árabes fue un elemento muy perturbador. De todos modos, los bereberes conservaron la mayor parte de sus características individuales, como trabajadores de la tierra en las tierras altas y como amantes de la libertad. Raramente los impulsaba el entusiasmo religioso y, en su conjunto, lograron conservar su pureza racial. Pero en el sur hubo muchas mezclas. Así, la gente de Timboctú tenía piel negra pero sangre bereber. Consideraban salvajes a los songhai negros del valle medio del Níger, aunque la poderosa dinastía que los gobernaba era de origen bereber. En el desierto, los hamitas tuaregs eran el pueblo dominante a la llegada de los árabes, que los llamaron el pueblo de caras veladas, aunque en realidad empezaron a usar el velo sólo después del año 600. Puede que fueran por un tiempo cristianos, pues aun después de adoptar el islam su emblema favorito era una cruz y siguieron siendo monógamos. En el siglo XV controlaban y mantenían los oasis del desierto y sus pastos, y exigían peaje en las rutas de caravanas que cruzaban el Sahara. En la confusión que siguió al hundimiento del imperio romano, adquirieron los grandes rebaños de camellos que fueron la base de su fuerza.

El rasgo distintivo del África occidental era que en su territorio los pueblos del desierto, como los tuaregs, tenían la costumbre de hacer constantes incursiones en las comunidades establecidas en la periferia próspera y con abundante agua, como, por ejemplo, las de los mandingos o las de los songhai, a las cuales robaban, entre otras cosas, esclavos. Los pueblos del desierto detestaban la agricultura y necesitaban esclavos para cuidar de los oasis. A los tuaregs y a los árabes les agradaba emplear a negros en esta tarea, aunque los despreciaran. Un viajero del siglo X, procedente de Bagdad, Ibn-Hawkal, escribió que no había descrito «la tierra de los negros africanos… de la zona tórrida… pues, dado que amo la sabiduría, el ingenio, la religión, la justicia y el gobierno organizado, ¿cómo podría fijarme en pueblos como ésos?…».[38] Ibn-Battuta, ya citado, se horrorizó al descubrir que los negros, a los que había conocido sólo como esclavos, eran los amos en su propio país. Se quejó de la mala comida y creía que ésta mostraba que «no podía esperarse nada bueno de esa gente». Pero se consoló, de todos modos, regresando a Fez con una caravana de seiscientos esclavos negros.[39]

Las razias fueron una ocupación tradicional también de los musulmanes de las llanuras, especialmente durante la estación seca; las dirigían a lo que llamaban el país de los negros, el Beled es-Sudan, la selva tropical de la costa de Guinea.

El poderío árabe extendió el comercio de esclavos. Ya en el siglo XV los mercaderes musulmanes, habitualmente mullahs, u hombres santos, dominaron este comercio, como la mayoría de las otras actividades; constituían una hermandad internacional, pues no estaban ligados con ningún reino. Obtenían sus cautivos al modo como los musulmanes lo hicieran en España y otros lugares, por medio de razias en las ciudades cercanas, capturando a sus habitantes sin buscar siquiera un pretexto. Pero también compraban esclavos, es decir, que dejaban que otros los robaran para ellos.

A fin de cuentas, el África occidental medieval formaba parte de la civilización del islam, aunque fuese sólo una zona fronteriza del mismo. La conexión musulmana tenía muchos aspectos positivos. De hecho, la llegada del islam explica por qué, ya en el siglo XV, la región había superado su economía de subsistencia para entrar en la de producción para el intercambio. El arquitecto Es-Sahili llegó desde la España mora para introducir en Guinea la idea de los edificios de piedra. Artesanos y cazadores, así como pescadores y agricultores mantenían una vigorosa vida comercial a lo largo de distancias considerables, y no sólo hacia el Mediterráneo. Había mercados, a menudo organizados de acuerdo con un meticuloso plan según el cual los vendedores acudían por turno: para los intercambios comerciales importantes, una vez cada quincena, y, para los menores, una vez a la semana. Se empleaban como moneda piezas de hierro de distinta medida, barras de cobre, pulseras de cobre, manillas (aros de metal empleados como collares o pulseras) y hasta cauríes de las islas Maldivas del océano índico, objetos todos ellos que tendrían su papel en el comercio de esclavos del Atlántico. La dimensión esclavista del África occidental se vio estimulada por la propagación del islam en la región.

África occidental había conocido la esclavitud, pero a pequeña escala, antes de la llegada del islam; de hecho, existía desde el establecimiento allí de sociedades agrarias sedentarias. Los reyes africanos que capturaban y vendían esclavos para exportarlos, como negocio, hacia el norte, solían conservar unos cuantos a su propio servicio. Pero los monarcas islámicos, como los emperadores de Malí o los songhai, sus sucesores en el Níger medio, dieron paso a una nueva etapa: los gobernantes eran hombres poderosos, con grandes ejércitos a su disposición y con considerables territorios para explotar. Muchos de esos monarcas empleaban esclavos en sus guardias pretorianas, por suponer que siendo extranjeros podían confiar en ellos.

A comienzos del siglo XVI, León el Africano descubrió que en Bornu, más allá del imperio songhai, en el extremo meridional de la ruta más oriental hacia el Mediterráneo, la de las garamantes, solían cambiarse esclavos por caballos: quince o veinte esclavos por un solo caballo árabe; el bajo precio se debía a que los songhai disponían de un número prácticamente ilimitado de esclavos, pues les bastaba con hacer incursiones en las tierras de sus vecinos más débiles del sur para conseguir cuantos necesitaran. Se usaban esclavos para muy distintas actividades: por ejemplo, el comercio de la goma en el río Senegal era posible gracias al empleo de esclavos en la recolección de la misma, desde marzo hasta julio. Se empleaba a esclavos, también, en las minas; el tipógrafo y traductor lisboeta Valentim Fernandes, viajero de origen moravio que viajó a Benin en los años 1490, describió cómo siete reyes, dueños de siete minas de oro, «tienen esclavos que envían a las minas, y les dan esposas y engendran y crían hijos en las minas». Agregaba misteriosamente que «los esclavos que encuentran oro son todos negros, pero si, de milagro, consiguen escapar, se vuelven blancos, pues el color se modifica en las minas».[40]

Cuando en lo que es ahora Nigeria occidental se estableció el reino Ovo de los yorubas (acaso a comienzos del siglo XV), había varios millares de esclavos de palacio. Muchos trabajaban en la agricultura; en los años 1450, el veneciano Alvise Ca’da Mosto descubrió que los reyes del río Senegal, tributarios del songhai, y antes del malí, poseían numerosos esclavos, conseguidos por el pillaje, a los «que usaban de distintas maneras, sobre todo para cultivar sus tierras».[41]

En el África occidental, los esclavos parecen haber sido la única forma de propiedad privada reconocida por las costumbres locales. También representaban la más impresionante manifestación de riqueza personal.

Así era el mundo cuya periferia rozó la expedición de De Freitas en 1444, y que, dejando aparte los buques, debió parecer a los africanos no un acontecimiento revolucionario, sino convencional.

Algunos de los esclavos que Zurara vio aquel día en Lagos, en el Algarve, se convirtieron en «buenos y verdaderos cristianos», pues los azanaghi llevaban con ligereza su mahometismo y era más fácil convertirlos a otra religión que a aquellos que habitaban más al interior de África. A algunos se les liberó. Otros trabajaron en las plantaciones de caña fundadas más al sur de Portugal, a menudo por inversores genoveses. A cuatro de los que estaban en Lagos aquel día de 1444 los dieron a monasterios o iglesias; uno de ellos fue revendido por la iglesia a la que lo habían regalado, pues necesitaba dinero para comprar nuevos ornamentos; otro, enviado al monasterio de São Vicente do Cabo, se hizo fraile franciscano.

Las manifestaciones de arrepentimiento y piedad de Zurara, aunque ahora pueden parecer superficiales, figuran entre las pocas que se han registrado, no sólo en aquella época sino durante siglos. Tal vez la diosa Fortuna, a la que rezaba el cronista, era más amiga del hombre que deidades de mayor complejidad.