A la mañana siguiente, Mariette, la doncella francesa para atender a Sara, vistió a la niña con su uniforme azul y le arregló el cabello con una cinta también de color azul. Cuando estuvo lista, Sara se dirigió a Emilia que estaba sentada en una silla adecuada a su tamaño, y le entregó un libro.
—Puedes leer esto mientras yo estoy en clases —le dijo.
Al ver que Mariette la miraba extrañada, agregó:
—¿Sabes Mariette? Yo creo que las muñecas tienen un secreto. Ellas pueden hacer muchas más cosas de las que nosotros creemos. Es probable que Emilia lea, hable y camine, pero sólo cuando no hay nadie en la habitación.
«¡Qué niña más extraña!», —pensó Mariette—, pero en el fondo ya había comenzado a apreciarla por su inteligencia y sus moda-les tan finos. Sara era una niña muy bien educada, con una manera encantadora de decir «Por favor, Mariette», «Gracias, Mariette», esto le había valido conquistar el cariño de la doncella y una fama muy especial, que llegaba hasta la cocina.
—Esa pequeña tiene aires de princesa —solía comentar Mariette con sus compañeras de trabajo.
Las demás niñas estaban expectantes. Todas habían oído hablar de ella, desde Lavinia Herbert, que tenía casi trece años y ya se sentía mayor, hasta Lottie Legh, que no tenía más de cuatro y era la menor del colegio. Tenían gran ansiedad de conocer a esa niña que contaba con una doncella que la ayudaba a vestirse sacando ropa de una enorme caja.
Cuando Sara entró a la sala de clases, las que serían sus compañeras la miraban con curiosidad y hacían comentarios, mientras simulaban leer la lección de geografía.