57 – LANZAMIENTO

9 de febrero, 2022

Había llegado el momento. Tantos años de preparación llegaban a su fin.

Javier llevaba los últimos cinco años de tiempo local y unos ocho de tiempo propio siguiendo escrupulosamente cada fase de su plan, plan que había ido modificando cuando lo necesitaba para ajustarse a las circunstancias reales. Sentado en el austero despacho de su apartamento de la Avenida Madison de Nueva York que le servía de oficina, delante de un ordenador conectado a internet, estaba a punto de poner patas arriba a los mercados financieros. Y quizás al mundo. Estaba a punto de comenzar un proceso del que no tenía ni idea del resultado, pues aún no había sucedido, y eso para él era nuevo. Estaba a punto de entrar en terreno desconocido. A partir de ahora se acabaron los viajes en el tiempo, al menos del tipo de los que había efectuado hasta el momento. El TaqEn estaba a buen recaudo y no pensaba usarlo en mucho tiempo. El futuro sería nuevo para él. ¡Menuda novedad!

Todo estaba dispuesto. Ya sólo quedaba apretar la tecla Enter para ponerlo todo en marcha. Pero antes de hacerlo se permitió volver la vista atrás y rememorar sus últimos años, unos años de frenética actividad en los que finalmente había tenido éxito en su empeño.

Durante todo ese tiempo Javier había continuado metódicamente sus movimientos. Había creado y disuelto centenares de compañías, de fondos de inversión de capital riesgo, de sociedades offshore y compañías de cien denominaciones más en muchos de los países del mundo, incluyendo todos los paraísos fiscales conocidos y alguno prácticamente desconocido. Todas ellas eran muy exitosas con sus inversiones, pero ninguna de ellas duraba más de un par de años. Cuando llegaba el momento, creaba otra en otra parte y transfería el dinero, a ser posible con varias paradas intermedias para dificultar su rastreo. No quería que hubiera alguna en particular que creciera año tras año saliendo en todos los rankings de todas las revistas financieras del mundo. El anonimato era su aliado.

Esquivó hábilmente el lunes negro, el 19 de octubre de 1987, cuando todas las bolsas mundiales cayeron bruscamente entre un 20% y un 25% en unas horas. Él tenía todos sus activos situados en bonos desde hacía una semana. Unos días más tarde entró con fuerza en el mercado de acciones y obtuvo pingües ganancias con la fuerte recuperación posterior.

Fue accionista de Microsoft desde el principio de su cotización en bolsa, un accionista muy grande, aunque nunca participó en la gestión, sólo recogía beneficios. Cuando la acción iba a agotar su recorrido al alza, vendió todas las que tenía y fue con su dinero a otro sitio más ventajoso. Algo similar hizo en su momento con CISCO, cuando llegó a convertirse por un tiempo en la mayor compañía mundial por capitalización.

En 1992 fue el principal atacante de la lira italiana, la libra esterlina, la peseta española y el escudo portugués en la famosa «tormenta monetaria contra el SME». La fama del evento se la llevó George Soros, pero él, a través de no menos de veinticinco entidades diferentes, fue quien más hizo por cargarse el sistema… un sistema que había diseñado un loco de atar y que parecía hecho con el único objetivo de vaciar las reservas de los bancos centrales a manos del primer salteador de caminos que pasara por allí. Estúpidos políticos…

Él fue uno de los impulsores en la sombra del auge de las compañías de internet desde más o menos 1996 hasta el pinchazo de la burbuja tecnológica en el año 2000. En 1997 el índice Nasdaq, que agrupa las compañías tecnológicas del mercado de Nueva York, estaba rondando el índice 1000. En 1998, el 1500. En el año 2000 llegó a estar por encima de los 5000, más de cinco veces su valor en tres años. Luego, inevitablemente, la burbuja reventó y las cotizaciones cayeron en picado, pero una vez más él ya había vendido todo, adelantándose al mercado. Algo parecido hizo en España con Terra, una compañía de internet que tuvo una espectacular subida en vertical de su cotización… y una bajada aún más vertical cuando el globo pinchó. Además, por entonces ya se permitían las posiciones cortas, es decir, apostar a la baja de un valor. Porque apostar era. En 2001 y 2002 él fue un bajista consumado, aprovechando las fuertes bajadas de los valores para seguir ganando dinero y más dinero. Otro ejemplo del que se acordaba Javier era el de theGlobe.com, una compañía más entre cientos que tuvo en su primer día de cotización en el Nasdaq, en 1998, una subida de más del 1000%… para desaparecer en pocos meses. Él había invertido bastante dinero en theGlobe.com y se deshizo de todas sus acciones justo ese primer día. Olfato, dijeron algunos.

El atentado de las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001 le pilló bajista en el sector de aviación y en el resto de sectores perjudicados y con una buena cartera de acciones de empresas de defensa, que subieron en vertical. Suerte, dijeron otros.

Estuvo atento a las grandes triunfadoras de la carrera tecnológica. Estuvo en Stanford en 1998 para conocer a Larry Page y Sergey Brin y ofrecerles financiación para su proyecto, del que había oído hablar… a cambio sólo quería una participación en la sociedad que pensaban fundar. Cuando le preguntaron cómo se había enterado, dijo que tenía amigos que tenían amigos que le habían comentado que quizás ellos dos tuvieran una buena idea. Y… ¿cómo decían que se va a llamar la compañía? ¿Google? Pues vaya nombrecito raro habían elegido… En 1999, siempre oculto tras diversas pantallas societarias, participó en la ronda de financiación inicial. En 2004, ante la salida a bolsa de Google, él se hizo con muchas más acciones. En 2022, a través de muchos fondos y sociedades diferentes, era el dueño de un importante porcentaje de la sociedad, de hecho mayor del que Brin y Page tenían juntos, aunque nadie lo sabía más que él… Pero él no tenía ningún interés en la dirección de la compañía, sino en crecer con ella.

Fue de los primeros que confió en Apple tras el lanzamiento del iPod en 2001. Dio dinero a Mark Zuckerberg para ayudarle a llevar a cabo su proyecto, Facebook, y también lo hizo con Jack Dorsey y Evan Williams con el suyo, Twitter. Fue de los primeros que invirtió en el petróleo ruso, un convencido seguidor de Inditex en España y de todos los grandes éxitos bursátiles del mundo… y también de los fracasos, esta vez apostando a la baja de la acción.

Una de sus últimas acciones fue entregar generosos fondos a un chaval ucraniano, Jan Koum, y otro norteamericano, Brian Acton, para que pudieran desarrollar con tranquilidad su idea, su startup: WhatsApp. Y, por supuesto, el día 28 de junio de 2009 se abstuvo de acudir a la fiesta para viajeros del tiempo que convocó unos días más tarde Stephen Hawking en la Universidad de Cambridge. Para él hubiera sido un juego de niños presentarse allí, pero naturalmente no lo hizo. Le sorprendía lo infantil del planteamiento del genial físico británico… ¿de verdad creía Hawking que él, o alguien como él, se iba a presentar tranquilamente en esa fiesta para así desvelar a todo el mundo que podía viajar en el tiempo? Un experimento ingenuo, muy ingenuo… y fallido.

En definitiva, le había ido bien. Aquellos magros 4 millones iniciales de dólares que obtuvo gracias a los diamantes, a los que sumó los 42 obtenidos a costa de arriesgar su vida en el banco de Arizona en llamas, se habían convertido con el tiempo en muchos más. Una cantidad colosal, mareante, mucho mayor que el Producto Interior Bruto de muchos países desarrollados del mundo. ¡Más de 14 billones de dólares! Billones europeos, es decir, 14 trillones americanos de dólares. 14 millones de millones de dólares. Una auténtica barbaridad. Todo ello drenado del sistema a lo largo de los años sin que nadie se hubiera percatado.

Odiaba cada vez que daba una orden que, sabía, podía destrozar una economía o una empresa. Eso era justo lo que pretendía evitar a partir de ahora. Lo odiaba, pero lo hacía. Porque era necesario. Y, además, porque ya lo había hecho alguien en el pasado. Javier pensaba que, si no era él, otro lo haría, porque las cotizaciones históricas en su poder así lo atestiguaban.

Estaba dispuesto a enfrentarse al sistema con sus mismas armas, como él mismo se dijo hacía años, al principio de todo, cuando aún era un joven y prometedor paleontólogo español en paro.

Ya era hora de apretar la tecla que lo cambiaría todo sin remedio. Sin embargo, Javier sonrió y se permitió unos minutos más para repasar esos últimos treinta y seis años en tiempo local, los que iban desde aquel aciago día de junio de 1986 en que falleció Marion de SIDA y su hijo Kevin fue adoptado por los Boyle, hasta hoy mismo. En un sorprendente giro del destino, aquel hecho trágico acabó por convertirse en parte esencial de su proyecto… ¡quién se lo iba a decir entonces!

Había seguido de lejos, sin interferir lo más mínimo, toda la infancia y adolescencia de Kevin, un chaval normal, estudioso y trabajador que era la bendición de los Boyle. Él no sabía que era adoptado. Javier sugirió a los Boyle que nunca se lo dijeran y ellos le hicieron caso. De bastante poco le podía servir a Kevin saber que él era en realidad hijo de padre desconocido y de una madre soltera que había muerto de SIDA… ¡Qué cruel podía ser el destino! Tampoco le dijeron nunca que el dinero de su educación salía de un misterioso fideicomiso establecido al poco de su nacimiento por un individuo anónimo del que nadie sabía nada desde entonces.

En su momento Kevin ingresó en el MIT, en Cambridge, Massachusetts, la universidad especializada en ingeniería más prestigiosa del mundo, donde se graduó con una de las mejores notas de su promoción. Rápidamente obtuvo trabajo en la Continental Petrol & Gas Corporation, una de las más grandes petroleras de la época, donde con el tiempo y con mucho trabajo fue alcanzando puestos de cada vez mayor responsabilidad. A fines de 2020 era Director de Operaciones de la división de shale gas cuando fue fulminantemente despedido de la compañía. Esto sorprendió mucho a Javier cuando lo supo, puesto que hasta el momento el comportamiento de Kevin había sido irreprochable… y Javier a esas alturas tenía medios más que suficientes para saberlo.

Investigó. No le costó mucho averiguar el motivo del despido. Uno de los máximos directores de la compañía había comprado una gigantesca parcela en Utah, una parcela improductiva por la que no había pagado casi nada. Luego, milagrosamente, se encontraron pizarras bituminosas en el terreno. Tampoco era tan extraño, el mundo está lleno de pizarras bituminosas y en esa parcela las había, sí, pero en una cantidad mínima que no permitiría una extracción rentable. Los ingenieros de la Continental, que no sabían de quién era la parcela porque Kevin no se lo había dicho a pesar de ser perfectamente consciente de ello, descartaron absolutamente explotar nada allí. Kevin no hizo nada por cambiar el informe negativo.

El director llamó entonces a Kevin hecho una furia. ¡Esa parcela dejada de la mano de Dios era perfecta para extraer gas de las pizarras que tanto abundaban…! Lo cierto es que no sólo no abundaban, sino que eran bastante escasas allí. No importaba. El director se lo dejó muy claro, cristalino, como él mismo le dijo remedando alguna película antigua de marines: le estaba dando una orden. Había que explotar la parcela, para que entonces, antes de que resultara claro que no tenía ningún valor, el director pudiera venderla, seguramente a la propia Continental Petrol & Gas Corporation, por cuarenta o cincuenta veces lo que le costó. Kevin se negó y envió un memorando técnico inatacable a todo el Consejo directivo explicando simplemente que la explotación de la «magnífica» parcela de Utah no era viable. A la semana siguiente estaba despedido, con una generosa indemnización para comprar su silencio.

Javier, una vez conoció toda la historia, no cabía en sí de gozo ni de orgullo. Decidió incorporar a Kevin a su plan, ya en fase de desarrollo final. Le buscó, le explicó lo que quería hacer, que tenía fondos disponibles y, encandilado, Kevin aceptó de inmediato. Fue el primer fichaje de Javier para su proyecto. Juntos planificaron su estrategia de entrada en el área de la Energía y juntos habían preparado los pasos que conducirían, en unos minutos, al comienzo de una nueva era en el mundo de los negocios, comenzando por el sector energético en el que Kevin era un consumado especialista.

Junto con su hijo, aunque desde luego Kevin no supiera que él era su padre, Javier había ido seleccionando a sus primeros colaboradores, todos ellos expertos en el mundo de la energía y todos ellos honrados, al menos hasta el punto que se podía afirmar de cualquiera. Serían su punta de lanza en la toma de control de la primera empresa energética en ser devorada por un monstruo a punto de nacer, aunque de momento era sólo un cascarón vacío con muchísima tesorería, pero ningún otro activo.

Antes de eso, como preveía que pronto necesitaría intervenir en el mundo de las finanzas, los bancos sin los cuales no se hacía nada de nada en el mundo de 2022, Javier buscó a Borja Albarracín de la Morena, el director de inversiones del primer banco con el que operó, el que gestionó su premio del Euromillón y que había seguido gestionando con desusada brillantez su cartera personal. Tenía, sin embargo, un problema con Borja: le había conocido como Javier López y ahora debería conocerle con otra personalidad diferente.

Pero Javier tenía en muy alta estima a Borja, por lo que se decidió a contarle la verdad. Bueno, una cierta verdad. Le llamó para reunirse con él y, sin decirle aún cuál era su nuevo nombre, le explicó su visión. Borja asintió, escéptico, y entonces Javier entró en detalles, contándole que había tenido acceso a ciertos fondos que les permitirían a él y a sus socios comprar algunas empresas. Sus socios pertenecían a una oscura e improbable cofradía que buscaba la justicia y la equidad y bla, bla, bla, pero no era eso lo importante. Lo importante era que estaban dispuestos a hacerle una jugosa oferta para que les ayudara. Le necesitaban.

Borja pensó un poco e inmediatamente comenzó a preguntar con agudeza una serie de cuestiones financieras y técnicas para las que Javier no tenía respuesta… ¡cómo iba a tenerlas, si eran precisamente las que debería resolver Borja! Javier estaba a punto de abandonar su intento de fichaje cuando Borja hizo la pregunta crucial: ¿Qué es lo que de verdad desean de mí? Y Javier contestó simplemente: «Honradez. Sólo eso».

Borja Albarracín aceptó. Otro más que estaba harto de chanchullos, de robos disfrazados, de comisiones inverosímiles y componendas de todo tipo para proteger a sus ineptos jefes que sólo pensaban en enriquecerse a costa de engañar a sus clientes… Javier le dijo entonces que a partir de ahora él no sería nunca más Javier, porque el nombre por el que le conocían en su célula o secta o lo que fuera era otro. Si se enteraban de que él no era un agudo financiero, le echarían con cajas destempladas… Borja aceptó sin reservas, asegurando que todo lo que deseaba era poder ejercer su profesión como le habían enseñado en las escuelas, no como se practicaba de verdad. Ni siquiera preguntó cuál sería su salario.

En fin, Javier había descubierto con alegría que había otros como él. No en puestos de alta dirección ni en consejos de administración ni en gobiernos, pues para estar en todos esos sitios había que ser de «la casta» y comportarse como ellos, pero había muchos, muchos que pensaban como él. Ojalá fueran muchos más en unos años, pensó Javier.

Pero a partir de ahora, para poder culminar su proyecto, Javier necesitaba una personalidad nueva, anónima, indetectable e irrastreable. Había cambiado muchas veces de nombre, más de las que se acordaba, y había usado múltiples personalidades a lo largo de esos años. Con el tiempo había adquirido una habilidad extraordinaria para obtener pasaportes completamente legales en diferentes países del mundo. La ventaja del TaqEn para materializarse en cualquier punto, colar una solicitud falsa con todos los sellos necesarios y desaparecer en un par de minutos le permitía burlar incluso sistemas de seguridad relativamente complejos.

Hoy, en el momento decisivo, su nueva personalidad estaba especialmente cuidada. No había ni un solo rastro en ella que llevara a parte alguna. Todos los datos del perfectamente legal pasaporte eran total y absolutamente falsos. Las huellas dactilares registradas en los documentos necesarios para conseguir el pasaporte no eran las suyas. Todos los datos reseñados allí llevaban a un callejón sin salida. Necesitaba el anonimato absoluto ante lo que iba a ocurrir en unos minutos, cuando apretara la tecla Enter de su ordenador y desatara el pandemonium en los mercados.

Bien, ya no había por qué esperar más. El momento había llegado. Después de tantos cambios de nombre, de tantas idas y venidas, ahora su apellido era Barrash. Francis Pendelton Barrash era su nombre completo. Y sería el definitivo.

De ahora en adelante sería siempre Barrash, ése sería su único nombre y sólo usaría sus múltiples personalidades anteriores para deshacer posiciones en sus centenares de empresas, fondos de capital, fondos buitre, hedge funds y demás sistemas opacos de ocultar el patrimonio al mundo y transferirlas a las que tenía a su nuevo nombre.

Finalmente Francis Barrash enterró para siempre a Javier López Berrio, y entonces pulsó el botón que lanzó los procesos de fusión de varias compañías pequeñas y medianas de las que ya era dueño a través de un complejo entramado societario. La compañía resultante se llamó Barrash Energy Global INdustries.

Había nacido B.E.G.IN.

Una nueva era había alumbrado.