Abril, 2017
Javier llamó a Borja Albarracín de la Morena, el director del Banco de Inversión que administraba las SICAVs que él mismo le había propuesto crear para gestionar esos millones de euros que tan afortunadamente había conseguido al acertar la lotería. Básicamente le explicó que, aunque estaba satisfecho de cómo había evolucionado el patrimonio de las SICAVs durante las pocas semanas desde su creación, había estado leyendo bastante acerca de la situación de la economía mundial y estaba preocupado por una previsible caída a corto o medio plazo de los precios de los activos financieros a nivel global. Según todos los analistas, los bancos centrales de las potencias occidentales deberían subir en algún momento los tipos de interés, y eso tendría efectos desastrosos en su cartera de bonos y acciones… en cualquier cartera de bonos y acciones. ¿Qué le parecía esto al señor Albarracín?
Borja estuvo básicamente de acuerdo con su apreciación, pero no tenía que preocuparse, le dijo, porque su cartera estaba constituida de tal modo que saliera indemne de una subida sorpresiva de tipos, aunque en lo esencial tenía razón, ya que se estaba esperando algo así… Javier preguntó de inmediato que cómo podía protegerse de ese «algo así»… ¿comprando activos tangibles, quizá? ¿Materias primas, oro, platino, diamantes…? Borja no tuvo más remedio que estar de acuerdo en que, en un entorno volátil como el que se preveía en los mercados de activos financieros a medio plazo, la inversión en bienes tangibles podía ser una alternativa. No siguió forzando su argumento. Otro punto más para él.
Javier tenía la conversación donde quería. A él le importaba un ardite que subieran o bajaran los tipos o que los precios se desplomaran o subieran hasta las nubes… necesitaba diamantes, cantidades importantes de diamantes, y no en un contrato de futuros, o guardados en una caja fuerte de cualquier compañía depositaria. Lo sentía, continuó, pero no se fiaba de grandes compañías multinacionales que igual quebraban y dejaban a sus clientes en cueros. Ya había habido casos así, como el de Lehman Brothers, que casi hunde la economía mundial en 2007, o el de Madoff, un reputadísimo gestor de fondos que en realidad era un trilero consumado que había estado vendiendo humo durante más de veinte años. Además, ¿qué sentido tenía invertir en bienes tangibles si luego lo que se tenía para acreditar la compra de dichos bienes era un mísero papel…? Javier casi oyó el suspiro de Borja al otro lado de la línea, pero de todos modos éste no respondió.
Javier le dijo entonces a Borja que lo había pensado bien y le dio instrucciones para que sacara ocho millones de euros de la sociedad que tenía los activos financieros y los utilizara, dos millones, en comprar oro en lingotes, y los otros seis, en diamantes, diamantes tallados como brillante y de la máxima calidad, de entre 1 y 3 quilates, de una pureza de al menos VS2 y de color G o mejor, es decir, blancos de mayor o menor pureza y prácticamente transparentes. Javier había calculado que el precio medio de tales diamantes podría ser de unos 12000 euros… eso hacía unos 500 diamantes en total, de una media de 1,5 o 2 quilates cada uno. Todos ellos, con un valor conjunto de unos seis millones de euros… ¡apenas pesarían 200 gramos!
Intemporales, carísimos y muy cotizados, realmente ése sería el procedimiento más sencillo para mover recursos del presente al pasado. Únicamente tenía que tratarse de diamantes que de verdad fueran intemporales, es decir, con una talla clásica que se viniera haciendo desde hacía muchos años para que no les delatara como tallados en el futuro, con buena calidad de talla, y pureza y color normales, que no llamaran la atención por su abundancia… relativa abundancia. En cuanto al oro, en realidad Javier no estaba demasiado interesado en él debido a su peso mucho más elevado, pero le pareció que resultaría sospechoso centrarse exclusivamente en los diamantes olvidando al que siempre ha sido el rey de los metales nobles. Por eso había decidido también invertir en oro, como coartada. Una coartada de dos millones de euros. Una fruslería.
Javier siguió con sus instrucciones. Todo ello sería depositado en una caja fuerte que había contratado en el mismo banco, de la que sólo él tenía la llave. Si Borja Albarracín se sintió contrariado, no lo exteriorizó en absoluto. Otro punto más para él. Únicamente comentó que si se había dado cuenta de que dos millones de euros en oro en lingotes serían aproximadamente 60 kilos de oro… ¿no sería mucho para guardarlo en una caja fuerte privada? Los diamantes tendrían bastante menos peso, dado que son muchísimo más ligeros que el oro, pero también tendrían su volumen, pues estarían estuchados y precintados… ¿No sería más sencillo guardar todo, oro y diamantes, en la propia caja fuerte del banco, en la sede central? Era mucho más segura que cualquier caja de seguridad individual. Javier agradeció el ofrecimiento, pero ya contaba con ello, por lo que había alquilado una de las cajas de mayor tamaño del banco. El oro, efectivamente, pesaría cerca de 60 kilos, dada la cotización actual de la onza de oro, pero, aunque pesado, no abultaría más allá de lo que abultarían tres o cuatro briks de leche de un litro. No habría problema en meterlo en la caja una vez transportado allí. Y en cuanto a los diamantes, a pesar de tener un precio conjunto tres veces superior, y por muy aparatosamente empaquetados que estuvieran, cabrían sin problemas en el interior de la caja.
Dado que Javier era un advenedizo en el mundo de los multimillonarios y no tenía ni los contactos adecuados ni los conocimientos mínimos para poder distinguir un brillante de máxima pureza de un trozo de cuarzo de bisutería, quedaron en que sería el propio banco quien se encargaría de realizar las transacciones con las más prestigiosas casas de tallado y venta de diamantes y de compraventa de oro y trasladarlo todo a Madrid. Naturalmente, esto devengaría la correspondiente comisión, que Javier pagaría gustoso y que debería cargarse contra la SICAV adecuada. Cuando estuviera todo el material en Madrid, Borja avisaría a Javier para depositarlo en la caja.
Unos días más tarde Borja Albarracín llamó a Javier para indicarle que todo estaba en regla y que tanto el oro como los diamantes estaban a buen recaudo en la caja central del banco. Cuando quisiera se procedería a la entrega en su propia caja. Quedaron el último viernes del mes, 28 de abril, para formalizar dicha entrega y firmar los recibos.
Entretanto, Javier había pasado por varias joyerías de esas especializadas en comprar oro, plata y piedras preciosas más que en vender joyas. En concreto, buscaba joyas de oro de 18 quilates o más y de factura antigua, que pudieran haber sido fabricadas hacía al menos 50 años. Naturalmente esto no lo decía, sino sólo que le enseñaran piezas «únicas»… lo que quería decir «compradas recientemente» y aún no fundidas para extraer el oro. Le fueron presentando algunas joyas realmente extraordinarias, cuyos dueños las habían tenido que vender debido probablemente a la brutal crisis que golpeaba el país, crisis que no habían conseguido domar ni los cambios de gobierno ni la promulgación de leyes y más leyes cada vez más duras y gravosas para los ciudadanos de a pie. No compró ninguna de éstas piezas singulares, porque no sabía quién era su dueño hacía 45 años, sino que se centró en sortijas, pulseras y collares lo más anodinos que encontró, las joyas menos llamativas y con el diseño menos elaborado, pero de buen oro. Al fin y al cabo, sólo las vendería para ser fundidas, ¿no? Claro que entonces le daba por pensar que si él vendía esas joyas en 1982 y los propietarios de esas tiendas las vendían a su vez para fundirlas… ¿cómo era posible que él las estuviera comprando ahora, en 2017? ¿No estaban fundidas…? Al fin se obligó a aparcar el pensamiento en el rincón más profundo de su conciencia.
Cada vez que intentaba pensar en las dichosas paradojas del viaje en el tiempo se volvía loco. Pero el caso es que el dichoso viaje era posible. No sabía cómo ni por qué, habría que preguntar a unos ciertos científicos de nombre Bondarenko y Motabe que no nacerían hasta dentro de doscientos años, pero él había constatado que era posible, lo había constatado fehacientemente… y pensaba usarlo para conseguir sus objetivos. Lo demás, de momento, lo dejaría de lado. No merecía la pena preocuparse por cosas sobre las que no tenía ninguna capacidad de cambiar nada.
El día 28 de abril se presentó a la hora convenida en la sala de cajas de seguridad del banco, y allí estaba ya Borja Albarracín, acompañado de dos guardias de seguridad, con cuatro cajas sobre la mesa del centro de la sala. Tres de ellas eran algo menores que la otra, de base cuadrada y menor altura, de un volumen aproximado de litro y medio cada una, según calculó a ojo. La cuarta era de mayor tamaño, aproximadamente el doble o algo más, lo que inicialmente sorprendió a Javier, que esperaba que los diamantes ocuparan mucho menos espacio, hasta que se dio cuenta de que lógicamente cada brillante debería venir empaquetado y etiquetado de forma individual.
Tras el cordial saludo de rigor, Borja se sentó en la mesa con una serie de papeles que mostró a Javier, en los que se justificaba la adquisición de 62,5 kg de oro de ley de 999 milésimas en lingotes de 500 gramos, 125 lingotes en total, que estaban almacenados en las tres cajas iguales, dos de ellas con 40 lingotes cada una y la tercera, con los 45 restantes. Tras revisar la documentación, que estaba aparentemente en regla, Borja abrió las cajas para su revisión. Javier extrajo un lingote… a pesar de que sabía las características del oro, con su elevado peso específico, de los más altos de todos los elementos del sistema periódico, no pudo por menos que sorprenderse: a pesar de su pequeño tamaño, muy pequeño en realidad, pesaba medio kilo. Si el lingote fuera de hierro apenas pesaría 200 gramos, y si fuera de aluminio no llegaría ni a los 70. Javier no pudo por menos que recordar con una sonrisa todas las películas en las que los protagonistas movían alegremente bolsas llenas de enormes lingotes de oro… que de ser realmente de oro y no de cartón-piedra, que es de lo que eran de verdad, ¡pesaría cada uno más de 30 kilos!
Dejó el lingote en su sitio y se limitó a echar una somera ojeada a las otras dos cajas. Hizo un gesto de asentimiento a Borja, que cerró las cajas y le entregó los documentos para que Javier firmara el recibí, cosa que hizo de inmediato. Borja guardó en su maletín unos papeles y le entregó el resto, y a continuación sacó otra resma de ellos, los correspondientes a la compra de los brillantes. Borja explicó que habían tenido que comprarlos en tres tandas, en establecimientos de Amberes, Rotterdam y Londres, debido a la especificación de Javier sobre sus características de pureza, color y peso. Se habían adquirido finalmente 486 diamantes, cada uno de los cuales llevaba su correspondiente certificado gemológico… certificado que no le valdría para nada a Javier en 1982, pensó, pues estaban todos ellos datados entre 2015 y 2017. Esperaba que su falta no le diera problemas; al fin y al cabo llevaría el diamante en sí y no necesitaría de un papel diciendo qué tipo de diamante era, porque una breve inspección lo determinaría sin riesgo de error.
Eran todos ellos blancos, como había indicado al pedir que fueran de color G o mejor, y casi todos de pureza VS1 o VS2. Sólo unos pocos eran de pureza VVS1 o VVS2 y ninguno de categoría FL. Esto quería decir en la práctica que, siendo de muchísima pureza, no eran perfectos, lo que tendría repercusiones evidentes en el precio. En cuanto al peso, los había de entre 1 y 2,40 quilates. No había ninguno de mayor peso; de ser más grandes, aumentaría su precio y también los haría más difíciles de vender allí donde pensaba desprenderse de ellos.
No se leyó todo, sólo echó un vistazo al listado y al montón de certificados; Borja abrió también la caja y Javier extrajo un diamante al azar. Lo sacó de su pequeño estuche y comprobó sus datos en el listado. No se molestó en intentar mirarlo al contraluz ni a través de una lupa: no entendía nada de diamantes más allá de que eran caros, pequeños e intemporales. Una vez que devolvió el diamante a la caja y la cerró, Borja le presentó los documentos de la transacción, incluyendo sus honorarios por la mediación, Javier los firmó, se dieron un apretón de manos y Borja, tras recoger su maletín, salió de la sala seguido por los dos guardias, dejando solo a Javier con su fortuna en oro y diamantes. Una vez solo, Javier abrió su propia caja de seguridad e introdujo allí la caja con los diamantes y después, con esfuerzo debido al peso, las tres cajas con los lingotes de oro. Cerró la caja y salió del banco, silbando.
Hasta aquí, todos los puntos previos de su plan los había llevado a cabo a plena satisfacción y sin demasiados inconvenientes. Era poseedor de ciertos apartamentos situados en las mejores zonas de algunas de las ciudades más importantes de Occidente. Tenía los diamantes, algunas joyas de oro y dinero en efectivo de curso legal en la década de 1980. Tenía documentos de identidad, pasaportes y licencias de conducir también en regla en la época. Tenía ropa que, si no era de la época, sí podía pasar por serlo. Tenía un punto inicial de entrada en el espaciotiempo correspondiente a 1982. Tenía información detallada sobre las volátiles cotizaciones de acciones, bonos, divisas, materias primas y otros activos que cotizaban en mercados organizados, de todos los años entre 1980 y la actualidad… su actualidad, se corrigió.
Lo tenía todo, todo lo que había planificado que necesitaría. Si era suficiente o no… eso ya se vería. De momento no necesitaba nada más. Era hora de comenzar su viaje. Su viaje a un pasado que sólo conocía por las explicaciones de sus padres, por los libros… y por la Wikipedia.