26 de octubre, 2016
Tres días estuvo Javier aprendiendo todo lo que pudo sobre el TaqEn mediante el Manual de Utilización que había citado Tomei en su alocución inicial. Casi no salió del apartamento, únicamente lo hizo para comprar algo de comida preparada, unas pizzas, unas ensaladas, algo de fiambre… No llamó a nadie, ni nadie lo llamó a él. No se conectó a internet, no vio la televisión ni leyó ningún periódico. Apenas durmió.
Tenía un problema que resolver y su mente se enfrascó en él orillando prácticamente todo lo demás.
Tras pulsar en el orden adecuado las teclas de encendido (dos círculos), la selección de función (el cuadrado) y la interrogación, se desplegaba una holoproyección de una calidad extraordinaria, muchísimo mejor que la que Tomei había grabado en las profundidades de la cueva 20000 años antes. Le costó un cierto tiempo aprender a usar los controles, en primer lugar para seleccionar como idioma el español, en vez del para él ininteligible neoespront. Además de en español, podía elegir entre ciento veinte idiomas más, aunque era obvio que la grabación original se hizo en neoespront, pues algunos términos debían venir de este lenguaje que Tomei había definido como artificial y creado ad hoc por HRM. Pero cuando por fin se hizo con el funcionamiento de los controles se sorprendió de lo sencillo e intuitivo que resultaba todo. Los temas se iban encadenando de forma natural, y el manual no sólo indicaba cómo usar el TaqEn, sino también una serie de precauciones a tomar y precisiones técnicas a considerar para no sólo usar el artefacto con seguridad, sino comprenderlo. Se trataba del mejor manual que había leído en su vida.
Tras pasar un día completo leyéndolo todo, los dos días siguientes los pasó transcribiendo en su práctica totalidad el manual, incluso aquellas secciones que no entendía en absoluto, con fórmulas y términos que escapaban completamente a su conocimiento. Con ello no sólo lo pondría en un formato más accesible para su consulta desde cualquier lugar y momento, sino que también le ayudó a memorizarlo. Cuando era estudiante se dio cuenta de que transcribir o en su caso reescribir los apuntes o el texto a estudiar le permitía retener las ideas mucho mejor que simplemente leyéndolo varias veces. Desde entonces siempre escribía el texto, a mano, cuando tenía que aprender de verdad alguna cosa, aunque esta vez lo hizo directamente en su ordenador portátil, pues necesitaba poder acceder a la información fácilmente cuando lo necesitara.
Estos tres intensos días de lectura y estudio casi convencieron a Javier de que el TaqEn no podía ser otra cosa que un artefacto capaz de moverse por el espaciotiempo como Pedro por su casa. Toda la información era coherente y estaba perfectamente documentada, con multitud de referencias cruzadas. Si era una broma, si era una impostura, era la broma o la impostura más elaborada que se hubiera visto jamás. Por mucho que Tomei dijera en su alocución que no estaba completo, y no tenía por qué mentir en eso, se trataba de un detalladísimo manual de instrucciones, el mejor y más detallado que Javier hubiera visto nunca, y además grabado en ciento veinte idiomas diferentes más en neoespront, todo ello con una técnica holográfica de alta calidad que jamás había visto y que no pensaba que pudiera ser posible con la tecnología del Siglo XXI. Alguien había dedicado muchísimo tiempo y esfuerzo para conseguir un documento simplemente perfecto como para pensar que pudiera tratarse de una simple patraña.
El principio de Ockham le decía que la explicación más sencilla debía ser la correcta… por mucho que la explicación más sencilla en esta ocasión fuera una auténtica locura: ¡El TaqEn era un dispositivo para viajar en el tiempo!
Tras acabar de transcribir todo el manual en su ordenador portátil, Javier puso una marca de visado en el punto 1 de su pequeña lista de tareas y se concentró en la tarea número 2: Hacerse con un conector adecuado para cargar la batería del artefacto. No sabía cuánto duraría la batería, pues aunque el manual sí especificaba su potencia de carga y su consumo, tenía más de 20000 años de edad… ¡aunque aún no se hubiera fabricado! Javier no podía permitirse el lujo de probar el TaqEn y que de pronto se le acabara la energía en medio de un salto o desplazamiento espaciotemporal o como demonios se llamara… Ya había asumido que debería cargarlo no con una tensión de 260V, como preconizaba el manual del artefacto, sino a 230V o 240V, la tensión normalizada en España y en toda Europa en el comienzo del Siglo XXI. Esperaba que el único inconveniente fuera una carga más lenta, pero poco podía hacer al respecto.
Esta vez no fue a la bien pertrechada aunque prohibitiva ferretería del pueblo, sino a un hipermercado del bricolaje ubicado en Castellón, a unos quince kilómetros de su apartamento de Benicassim. Allí, sin oídos curiosos que pudieran hacer preguntas y miles de artículos donde escoger, compró diferentes tipos de enchufes, distintos tipos de cable y algunas herramientas para manipular todo ello: un taladro, una amoladora con sus discos correspondientes, destornilladores de distintos tipos, martillo, alicates, cizallas… Armado con todo este arsenal estableció su banco de trabajo en la mesa del comedor, y allí, tras un par de horas de trabajo, consiguió un conector que parecía hecho a la medida del del TaqEn… ¡porque estaba hecho a la medida! Pensó en fabricar otro más para tener uno de repuesto, pero decidió que de momento eso podría esperar.
Probó su estupendo enchufe poniendo a cargar nuevamente el artefacto para reponer la energía consumida en los últimos días de lectura intensiva del manual de uso y, tras comprobar que funcionaba perfectamente, puso un nuevo visé en el apartado 2 de su lista: ya conocía el manual de uso y ya tenía un conector apropiado para cargar la batería del TaqEn.
Se fijó entonces en el apartado número 3… y, quizás por primera vez en varios días, sonrió. Para poder poner un nuevo visé en su lista debería tomarse unas vacaciones.