Hunter no durmió. Kata estaba ahora encogida a su lado, aunque la había hecho rodar sobre la espalda dos veces en las últimas horas para fundir sus bocas y sus cuerpos de una manera profunda y tierna que la había hecho llorar de éxtasis debajo de él antes de acurrucarse como una pelota, exhausta. Y a pesar de lo mucho que todavía deseaba sumergirse en su apretada vagina y hacer otra vez el amor con ella, no podía ser.
La desesperación tensaba cada uno de sus músculos. Tenía que dejarla marchar porque era lo correcto. Kata se había sometido esa noche de la manera más maravillosa posible, pero seguía insistiendo en que no estaba preparada para una relación como ésa a largo plazo. Después de conocer a Gordon, Hunter sabía por qué pensaba así, aunque no estuviera de acuerdo. No podía obligarla a superar sus miedos por él. Por mucho que odiara el divorcio de sus padres, el Coronel tenía razón. No podía retenerla contra su voluntad. Ella tenía que querer estar con él. Tenía que superar sola sus miedos.
Y éstos estaban jodidamente arraigados.
Miró el reloj. Eran casi las tres de la madrugada. Contaba los segundos que les quedaban y su corazón se desgarraba. ¿Cómo iba a soportar el enorme agujero que ella dejaría en su alma? Nadie podría llenarlo jamás. Lo único que esperaba es que Kata fuera feliz algún día.
El móvil vibró sobre la mesilla de noche. Lo cogió con rapidez. En la pantalla parpadeaba el nombre de Jack. Su tiempo con Kata había terminado.
Se puso alerta.
—Dime.
Jack lanzó un largo suspiro.
—Hemos encontrado a Cortez Villarreal. No llegó a entrar en Las Sirenas Sexys, así que tuvimos que seguirle la pista hasta un laboratorio de metadona de la ciudad.
—¿Y? —Hunter se sentó en la cama tras apoyar la cabeza de Kata sobre la almohada y puso los pies en el suelo.
—Está muerto. Según el detective de homicidios, lleva muerto entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas.
¡Mierda! Eso explicaba por qué nadie más había vuelto a atentar contra Kata. Villarreal no había tenido tiempo de contratar a otro asesino antes de su inoportuna defunción.
—¿Causa de la muerte?
—Una bala en la cabeza. Es la marca de la casa. De hecho, uno de los rivales de Villarreal se atribuye el mérito y posee detalles sobre el asunto que no puede saber nadie más que el asesino. Me apropié de su móvil y su portátil antes de que llegara la policía. Te haré saber cualquier cosa que encuentre.
—Gracias. —Hunter se sintió aliviado.
Colgó el teléfono y se acercó a la ventana para abrir los cortinones para permitir que entrara la plateada luz de la luna e iluminara la resplandeciente piel de Kata. Clavó los ojos en ella y suspiró. Eso era todo. El final. No tenía ninguna razón para demorarse más allí. Sólo que la amaba. Parecía que el peligro que la acechaba había desaparecido, pero pediría a Jack y a Deke que velaran por ella, por si acaso. Había prometido firmar la demanda de divorcio y salir de su vida. Cumpliría su palabra incluso aunque ello le matara.
Tragó saliva, tecleó en el móvil y lo puso en modo cámara. Sólo una imagen. Necesitaba tener algo, su cielo e infierno personal. Hunter quería recordar a Kata así, cómo su esposa, en su cama, con aquella suave expresión de saciedad y tranquilidad.
En cuanto oprimió el botón observó la fotografía, sabiendo que ésa sería la primera del millón de veces que la mirara. La imagen era perfecta. Kata había salido hermosa y exuberante, con los labios hinchados y el pelo enredado cubriendo los montículos de sus pechos… Pero no era suficiente.
Aplastando los deseos de despertarla, tomarla e intentar razonar con ella otra vez, Hunter se puso los vaqueros. Cogió los papeles arrugados, los desdobló y alisó. La palabra «divorciado» parecía atacarle desde el documento. Maldijo para sus adentros cuando vio la firma de Kata. Al lado de ésta había una línea en blanco que parecía esperar a que él pusiera su nombre, declarando legalmente disuelta aquella unión. Cogió el bolígrafo y vaciló, cerca de atragantarse con la furia y la pena.
Si el divorcio era lo que ella necesitaba para ser feliz, él la amaba lo suficiente como para dejarla en libertad.
Hunter apoyó la punta del bolígrafo en la página y se obligó a escribir su nombre. Resistiendo el deseo de lanzar el boli al suelo, lo dejó suavemente sobre los documentos en la mesilla de noche.
Antes de que pudiera pensárselo mejor, se puso el resto de la ropa y se dirigió a la puerta. Lanzó desde el umbral una última mirada a Kata, que seguía enredada entre las sábanas y su espeso y sedoso cabello. El corazón se le retorció en el pecho, pero no había nada más que hacer o decir, salvo marcharse.
Cerró la puerta en silencio. El carácter definitivo de sus movimientos le devastaba. Se apoyó contra la madera y se pasó la mano por la cara. Jamás había hecho nada tan difícil. Tenía la impresión de que se estaba rompiendo en un millón de pedazos.
De repente, Tyler apareció en el pasillo.
—¿Te vas?
—Sí. —Volvió a mirar la puerta cerrada—. Llévala de regreso a casa de mi padre cuando se despierte. Gracias por ofrecerte para trasladar a Kata y a su madre a Lafayette.
—Yo también tenía que volver. —Tyler encogió los hombros y el pelo le cayó sobre los ojos verdes—. ¿Estás seguro de lo que haces? Kata es una mujer increíble.
Una nueva oleada de angustia atravesó a Hunter. En su mente sabía que aquello no era culpa de Tyler, pero eso no impidió que sujetara a su amigo por la camisa y lo apretara con violencia contra la pared.
—Sé que sueles sentirte atraído por las mujeres de otros hombres. Aunque yo haya firmado esa demanda de divorcio, Kata no está disponible para ti. Te arrancaré los brazos y las piernas si te atreves a tocarla. Y lo que pasó anoche no ha ocurrido.
Tyler no hizo más que señalar con la mirada el puño que Hunter había cerrado sobre su camisa.
—Estás haciendo el gilipollas.
—Es probable —concedió Hunter. Soltó a Tyler.
—Como te comenté cuando me invitaste —indicó, alisándose la camisa—, estoy enamorado de otra persona. Y, aunque no me hayas pedido mi opinión, tengo que decirte que estás actuando con demasiada premura. Kata siente algo por ti.
Sentimientos, sí. Pero no eran lo suficientemente fuertes para vencer sus miedos y Hunter no estaba seguro de si lo serían en algún momento. Él la amaba. Deseó con todas sus fuerzas que fuera suficiente.
Kata se despertó cuando los primeros rayos del sol entraron en el dormitorio. «¡Hunter!». Abrió los ojos y se encontró la cama vacía. Tocó con mano temblorosa las sábanas donde él había dormido. Estaban frías.
Un poco más allá, en la mesilla, los familiares documentos, arrugados grapados y ordenados, revelaban todos los hechos. El bolígrafo negro que había encima resultaba amenazador.
Un creciente temor la atravesó ruidosamente, parecía que escuchara timbales en su cabeza en medio del ensordecedor silencio.
Kata estiró el brazo dubitativamente hacia los papeles, como si éstos pudieran morderla. Los hojeó y vio que Hunter había firmado. Dentro de unos meses ya no estarían casados.
«¡No, no, no!».
Cerró los ojos, pero eso no impidió que brotaran las lágrimas. La noche anterior había sido perfecta. Si podía sobrevivir a una noche bajo su dominación, podría hacerlo otra vez. Y otra. ¿No es cierto? Hunter jamás le haría daño, jamás la pisotearía. ¿Habría dejado pasar al hombre de su vida porque estaba demasiado asustada para confiarle su corazón?
Kata sollozó y cogió la almohada, apretándola contra su pecho. Santo Dios, olía a él, a madera, a lluvia de verano, a hombre. La apretó con más fuerza.
—Se fue hace unas horas.
Kata se volvió jadeante hacia la voz. Tyler estaba sentado en una silla, en el rincón más oscuro del dormitorio. Le vio ponerse en pie y acercarse. Su almizclado olor a pino atravesó la estancia. Los recuerdos se agolparon en su mente. Él había sido el desconocido de la noche anterior.
Al instante se le encendió la cara y su cuerpo hormigueó… Pero estrechó la almohada con más fuerza contra sus pechos desnudos. Pensar en acostarse con Tyler la dejaba fría. Puede que hubieran llevado a cabo algunos actos íntimos, pero ahora no importaba. Toda su intimidad pertenecía a Hunter, el hombre que le había proporcionado su fantasía… y sus pesadillas.
Él dio un respingo.
—Mira, vamos a hacer como que lo de anoche no ocurrió nunca. Aunque podría ser agradable hacerte una proposición, Hunter me mataría. Y no me interesas lo suficiente.
La tristeza era palpable en las sombras que cubrían su rostro recio y Kata lo sintió por él. No estaba segura de haber visto antes tal expresión de soledad en un hombre.
—Estás enamorado de la mujer de Luc.
—Puede ser. Te daré un minuto para vestirte. —Miró el montón de ropa pulcramente doblado.
—Gracias. —Kata se obligó a preguntar—. ¿Dijo algo antes de marcharse?
Aunque le daba miedo la respuesta, tenía que saberlo.
—Villarreal está muerto. De acuerdo con los planes previstos, Jack y Deke le siguieron la pista anoche y encontraron su cuerpo. Pensamos que le mató alguien de una banda rival. La amenaza ha terminado.
Se había acabado todo.
¿De acuerdo con los planes previstos? Kata frunció el ceño, pensativa. Y cayó en la cuenta. La noche anterior no había sido sólo una despedida, Hunter la había ocultado hasta asegurarse de que estaba a salvo y la había sobornado con el divorcio que ella le pedía desde el principio de su matrimonio, para que no se fuera a su casa ni se pusiera en peligro. Y lo había hecho por ella.
A Kata se le cayó el corazón a los pies. El dolor fue inaguantable, casi tanto como el amor que brotó en su interior. Se mordió los labios para contener el deseo de enterrar la cara entre las manos y llorar. Sintiera lo que sintiera Hunter, había prometido cumplir el trato hasta el final. Puede que la dominara en el dormitorio, pero en lo que realmente importaba le había dado a ella todo el poder.
—Si te sirve de consuelo, estaba fatal. Ese hombre te ama.
No, escucharlo no era un consuelo. Se sentía igual de mal.
—¿Dónde está? —Quizá podrían hablar y retrasar las cosas mientras ella reunía el valor. Su permiso no terminaba hasta dentro de treinta horas.
Tyler puso expresión de pena.
—Se ha ido. Su comandante le rescindió otra vez el permiso. Apuesto lo que quieras a que estará fuera del país esta misma tarde.
Por lo menos durante seis meses. «Oh, Santo Dios». Se rodeó con los brazos mientras nuevas lágrimas afloraban a sus ojos. Eso no podía ser el final; no así.
Tyler se acercó y le puso el brazo sobre los hombros torpemente.
—Iré… er… hay zumo y tostadas en la cocina para cuando estés vestida.
En cuanto él salió, Kata se enjugó las lágrimas y se puso la ropa. Recorrió el pasillo hasta una alegre cocina siguiendo el aroma del pan tostado y la mantequilla.
—¿Dónde está tu teléfono? —exigió.
Tyler negó con la cabeza.
—A menos que estés segura de que quieres quedarte con él, déjale en paz. No le hagas sufrir más.
—Le amo.
—Pero ¿puedes vivir con él tal y como es? —Una tormentosa expresión atravesó la cara del hombre y emitió un tenso suspiro—. No des un paso más hasta que no estés segura. Alyssa lo hizo conmigo antes de casarse con Luc. Yo le importaba, pero… no quería lo mismo que yo. Lo intentó… —Negó con la cabeza al tiempo que emitía una maldición—. No es que llegáramos demasiado lejos, pero aún así me dejó destrozado. No era a mí a quien amaba, lo entiendo, pero desearía que no me hubiera dado esperanzas. Me habría costado menos recuperarme.
A Kata le dio un vuelco el corazón. ¿Estaba preparada para estar con Hunter cómo él necesitaba, en todos los aspectos? La noche anterior no la había esclavizado. Se había sentido fuerte, conectada con él; demasiado poderosa para resistirse, pero ¿estaba lista para seguir así toda la vida?
—Si tienes que pensarlo tanto, es que no estás segura.
Intentó negarlo, pero no pudo.
—No regresará a casa hasta dentro de muchos meses y entonces podría haber pasado página.
—Si él no es para ti, entonces tú también lo habrás hecho. Problema resuelto.
En ese momento, con los labios todavía hinchados por los besos de él y su olor pegado a la piel, no creyó que, para ella, Hunter fuera un problema resuelto.
Después de forzarse a tomar una tostada crujiente y un zumo amargo, Tyler la llevó de regreso a la casa del Coronel en su coche. Logan le abrió la puerta con unos vaqueros y una camiseta blanca que ceñía un cuerpo musculoso que, evidentemente, estaba acostumbrado a hacer mucho deporte. La miró con frialdad, pero la dejó entrar, cerrando a su espalda.
—Tu madre está arriba. Quiere hablar contigo. —Se giró y se alejó de ella.
Kata le cogió del brazo.
—¿Hunter pasó por aquí antes de marcharse?
—Sí. —Logan era como un bloque de hielo, salvo por la furia ardiente que mostraba su cara—. Firmó tus putos papeles, a pesar de que eso le destrozó. Si vuelves a joderle de nuevo, te juro que no seré responsable de lo que te haga.
Tras gruñir esa advertencia, se dio la vuelta y se perdió en el fondo de la casa, cerrando de un portazo la puerta de la cocina. Kata dio un respingo y se apretó una mano temblorosa contra la boca. Había hecho mucho daño a Hunter. Había estado tan absorta en sus miedos que no había percibido la profundidad del dolor de su marido. Santo Dios, esa certeza hizo que se sintiera muy culpable. ¿Qué había hecho?
—¿Kata? —La llamó su madre desde lo alto de la escalera.
Suspirando, se frotó las manos en los vaqueros y subió los escalones de dos en dos. Si su madre quería hablar con ella a una hora tan temprana, es que algo no iba bien. Quizá si se centraba en los problemas de Carlotta, olvidaría un poco los suyos.
—Sí, ya voy.
Al llegar arriba, lanzó una mirada al dormitorio en el que el Coronel había instalado a su madre; justo al lado del suyo. Carlotta se balanceaba en una mecedora antigua con una sonrisa tranquila en la cara. Aquella mirada sosegada no parecía propia de su madre.
—Buenos días —saludó Kata, tanteando las aguas.
—¡Hija! —Frunció el ceño—. Necesitas una ducha. Y disimular ese mordisco de amor en el cuello.
Instintivamente, Kata se llevó las manos a la garganta para taparse. Hunter tenía inclinación a dejarla marcada cuando hacían el amor.
Pero jamás volvería a tener una marca de su posesión. Una oleada de dolor la inundó y contuvo las lágrimas. Ahora tenía que centrarse en su madre, su angustia podía esperar. Bien sabía Dios que tendría toda una vida para ocuparse de ello.
Forzó una sonrisa fingida.
—¿Cómo te sientes hoy? Tienes mejor aspecto.
—Me siento mejor. Estoy tranquila por primera vez en años, gracias a Hunter.
Kata miró a su madre con desconcierto.
—¿Porque te sacó de casa de Gordon?
—Y porque me animó a hablar con su padre. Ahora Caleb y yo nos entendemos muy bien. Creo que nos convertiremos en buenos amigos. Es un buen hombre. Los dos lo son.
«¿Buenos amigos?».
—Ayer mismo no podías ni verlo delante. Decías que era un arrogante.
—Hunter se lo echó en cara. Discutieron. Escuché algunas cosas sin querer. No te preocupes por mí, hija. —Carlotta le cogió una mano y se la apretó—. Me recuperaré aquí, con Caleb. Pienso divorciarme de Gordon y volver a cuidarme.
—¿De veras? —«¿Su madre había tomado todas esas decisiones en una noche?».
Carlotta esbozó una amplia sonrisa y asintió con la cabeza. Kata sintió una gran alegría, pero fue una sensación agridulce. Había intentado durante años que su madre cambiara de vida, pero se había tropezado con un obstáculo tras otro. Hasta que intervino Hunter. Él se había hecho cargo de ella y, al hacerlo, le había dado otro regalo precioso. Algo que le agradecería eternamente. Incluso aunque su vida se estuviera yendo al garete, su madre pensaba luchar. Eso significaba muchísimo para ella.
—¡Es genial! —Se abrazó a su madre—. Es lo mejor para ti. Mari estará encantada.
—Eso me ha parecido cuando la llamé esta mañana, sí. —De pronto, una expresión de pesar cruzó su cara—. Mi dulce niñita, ¿por qué no has hablado conmigo? No alcanzo a decirte lo mucho que lamento el pésimo ejemplo que he supuesto para ti. Te he hecho dudar de ti misma y puede que haya arruinado tu matrimonio.
—No —quería reconfortar a su madre—. Yo… —¿Qué? No podía decirle a su madre que no había jugado ningún papel en ello—. La decisión de no permanecer casados fue mía.
La expresión de su madre era de irritación.
—Sí, por mi culpa. Escuché la discusión entre Hunter y Caleb. Jamás se me hubiera ocurrido que a ti te daría miedo volverte como yo. ¿Tú? —meneó la cabeza—. Es imposible. Tú eres fuerte.
—Quizá ahora sí, pero mira lo que han hecho de ti los años que has pasado con Gordon.
—Porque yo quise. No me faltó valor para hacerle frente, sino ganas de hacerlo. —Su madre le apretó la mano—. Cuando tu padre murió, apenas tenía treinta y seis años. Me encontré con tres niños, sin dinero y el corazón roto. ¿Qué podía hacer? Cuando conocí a Gordon, él me pareció la solución a mis problemas. Créeme, no tardé mucho en darme cuenta de que no era la elección perfecta. Joaquín le odió en cuanto le escuchó hablarme en tono despectivo, pero con él tuvisteis un techo, comida y buenos colegios. Yo no era importante.
—Mamá, ¿te casaste con él por dinero? ¿Por nosotros? —Hasta ese momento no había entendido el motivo que había llevado a su madre a consentir una unión que, evidentemente, no se basaba en el amor.
—No es la primera vez que una mujer antepone sus hijos a sí misma. Gordon sabía que no le amaba, y creo que eso es lo que le hacía sentirse menospreciado. Se vengó haciéndome sentir del mismo modo. Y luego, después de que Joaquín se marchara de casa y de que perdiéramos a aquel niño en el hospital… —Encogió los hombros—. Cada día que pasaba yo sentía menos aprecio por la vida. No me importaba que Gordon me tratara mal. La rutina de ocuparme de él y de la casa era anestésica, en especial después del accidente. Incluso estoy agradecida.
Kata negó con la cabeza lentamente, intentando asimilar las palabras de su madre.
—Durante todo este tiempo te comportaste como si Gordon fuera el hombre adecuado para ti, pero sabías que…
Carlotta asintió con la cabeza.
—No quería que mis hijos se sintieran culpables por mis elecciones. Después de cumplir los cuarenta… me resigné a vivir con Gordon. Ya no era una jovencita con toda la vida por delante.
—¡Estás equivocada! —exclamó Kata—. Eres maravillosa y mereces ser feliz. Lo único que tienes que hacer es luchar por ello y perseguir lo que quieres, pero…
—¿De veras, Kata? —Su madre le dirigió una sonrisa misteriosa, como la del gato que acabase de comerse al canario—. ¿Has luchado tú por Hunter? Puede que él sea exigente y, a veces, difícil; pero después de todo, es un hombre. Y tú no eres de las que tira la toalla. Tu perpetuo entusiasmo siempre me ha recordado a tu padre. Él jamás dejaría de perseguir algo que quisiera. —Frunció el ceño—. Ni una sola vez durante todo este tiempo, me imaginé que mantenías a los hombres a distancia por temor a volverte como yo.
Al oír cómo lo exponía su madre, su comportamiento sonaba cobarde.
—He observado como Gordon te insultaba. Sabía que no te gustaba, pero no hacías nada para cambiar la situación.
Los ojos oscuros de su madre suavizaron la mirada.
—Kata, siempre has tenido más fuerza y coraje que yo, al menos hasta que conociste a Hunter. Yo permití que la muerte de tu padre y el comportamiento de Gordon me minaran poco a poco, pero tú… Estoy orgullosa de ti, hija. No tomes la decisión equivocada por lo que yo hice. Si Hunter es tu media naranja, no deberías dejarle escapar.
Eso era exactamente lo que había hecho, permitir que los miedos y las posibilidades más siniestras arruinaran la posibilidad de ser felices.
—Hunter me abruma algunas veces y pensé que…
—¿Qué si lo hacía muchas veces terminarías siendo como yo? Él ya lo sabe. Hoy se reintegra al servicio activo y no estará de vuelta hasta Navidad. Tienes tiempo de tomar decisiones. Necesitas espacio para pensar; para sanar. No te preocupes, hija. Creo que cuando regrese, seguirá queriéndote como ahora.
Por primera vez desde que Hunter le prometió firmar la demanda de divorcio, esbozó una auténtica sonrisa.
Hunter estaba sentado en el Jeep del Coronel en la acera de enfrente al apartamento de Kata. Había conducido esa mañana hasta Lafayette para hablar con Jack y Deke y ver el cuerpo de Villarreal con sus propios ojos. Tras haber realizado la siniestra tarea, todavía quedaban algunas horas que matar hasta el momento de tomar el vuelo que le llevaría a la base y después a Venezuela.
Barnes se había fumado crack si pensaba que todos los hombres que enviaba a la misión regresarían vivos. Así que había dedicado algún tiempo a asegurarse de que la Marina estaba informada de su cambio de estado civil. Si moría antes de que el divorcio fuera un hecho, no había ninguna razón para que Kata se quedara sin la pensión que le correspondería como viuda de un SEAL.
También visitó a la hermana de Kata. Suponía que no atendería a demasiados clientes un sábado, sin embargo había hecho una excepción con él y aceptó concertar una reunión. De hecho, estaba deseando verle. Y echarle la bronca. Tras una corta, pero esclarecedora conversación, Mari seguía sin adorarle, pero sabía cómo estaban las cosas y que siempre amaría a su hermana. Como resultado de la entrevista, había surgido la semilla de una amistad por el bien de Kata.
Se acomodó mejor en el asiento del coche, en aquella ardiente tarde de principios de junio, mientras miraba a través del parabrisas tintado. Lo único que faltaba por zanjar era confirmar que Tyler dejaba a Kata sana y salva en casa. Contendría el deseo de acercarse a ella y persuadirla de que la última noche no había sido un hecho fortuito, sino que ella podía ser a la vez una mujer fuerte y su dulce sumisa y, aún así, seguir respetándose a sí misma al día siguiente.
Pero, si no se había dado cuenta aún, no había muchas probabilidades de que cambiara de opinión. Por su bien, tenía que dejarla en paz.
Comenzó a vibrar el móvil en el asiento de al lado. El nombre de Jack apareció en la pantalla. ¿No habían atado ya todos los cabos sueltos del asunto de Villarreal?
—¿Qué ocurre? —ladró al teléfono.
—Muchas cosas. Tío, tienes un sexto sentido. ¿Estás seguro de que no quieres trabajar con Deke y conmigo?
Puede que si Kata y él tuvieran un futuro juntos… Atajó el pensamiento. Era una tontería.
—Cuéntame.
Jack suspiró.
—Investigué el móvil de Villarreal y Deke hizo lo mismo con su portátil. Encontramos toda la mierda normal, ya sabes: llamadas a camellos y distribuidores de droga. Pero hubo una cosa que nos llamó mucho la atención… No hay nada que relacione a este tipo con el asesino. No habló con nadie de la zona de Nueva Orleans durante el mes pasado. A menos que contratara al asesino a través de terceros, Villarreal no estuvo en contacto con Manuel Silva.
A Hunter se le heló la sangre. Desde el principio había pensado que Villarreal era demasiado insignificante para dar un golpe así. Pero sin más sospechosos, se había dejado llevar por las pruebas circunstanciales.
Golpeó el volante con el puño.
—¡Joder! Tengo que subirme a un avión dentro de dos horas y no tengo ni puta idea de quién intenta matar a mi mujer ni por qué.
—¿No sabes de nadie que quiera verla muerta?
—No. Su madre la considera una santa, su hermana la adora y el hermano trabaja para la CIA, de incógnito en algún lugar desconocido.
—¿Y el tipo que te la presentó? ¿No podría estar celoso?
—¿Ben? Maldición, no. Si ése quisiera matar a alguien, sería a mí. Pero no se metería conmigo porque podría barrer el suelo con su cuerpo. Lo he hecho antes y no tendría problemas para hacerlo de nuevo.
—Tío, me das miedo hasta a mí. Hunter resopló.
—No te pases. Tengo que solucionar esto.
—Si no hay nadie que quiera cargársela de sus conocidos —caviló Jack—, ¿no has pensado que podría ser alguien que quisiera hacerte daño a ti?
Hunter se quedó pensando. No parecía posible, pero no podía permitirse el lujo de pasar por alto ninguna posibilidad.
—¿Una ex-novia celosa?
—No. —Hacía muchos años que sólo tenía rollos de una noche. Desde que se había alistado en la Marina, su vida amorosa pasaba por horas bajas.
—¿Alguien que quisiera hacerte daño golpeándote dónde más duele?
La lista de capullos que querían hacerle daño era larga y sería difícil de comprobar. Lo mejor sería ir descartando lo más improbable.
Una oleada de pánico amenazaba con carcomer su compostura. Se remontó en el tiempo, siguiendo la secuencia de acontecimientos.
—¿Quién de las personas que conozco querría hacerme daño matando a Kata…? ¿Quién sabía el domingo, cuando Silva la atacó, que nos habíamos casado la noche anterior? Las personas que nos acompañaban y que no hemos vuelto a ver otra vez. Ben, a quien no se le ocurriría hacerlo. —Hunter siguió pensando cronológicamente. Sólo se lo dije a una persona antes de que atentaran contra Kata.
Se quedó paralizado.
—Andy Barnes. —Apretó el volante entre los dedos mientras la sospecha y la furia inundaba sus venas—. Mi comandante.
Si aquello era culpa suya, Hunter destriparía a aquel bastardo con sus propias manos.
—¿Por qué querría matar a tu mujer?
El móvil era una incógnita.
—Éramos amigos. Su último ascenso me lo ofrecieron primero a mí. Hemos promocionado juntos desde la escuela militar. Siempre pensé que la nuestra era una rivalidad amistosa, pero desde que es mi comandante se ha convertido en un capullo.
Jack comenzó a teclear en un ordenador. Los sonidos eran audibles a través de la línea telefónica.
—Dame toda la información que sepas sobre ese tipo. Nombre y apellidos, número de identificación, todo…
Hunter siempre había tenido cabeza para los números y agradeció a Dios que siguiera siendo así. En unos segundos escupió todas las cifras relativas a Barnes, incluyendo identificación, número de teléfono, dirección y cualquier otra información interesante.
Menos de un minuto después, Jack emitió un largo silbido.
—Acabo de entrar en los registros telefónicos de tu comandante. Tiene un buen número de llamadas a América del Sur.
—No es una sorpresa. —Tenían buenos contactos en Venezuela, informadores y otras personas a las que no les gustaba cómo estaban gobernando su país en esos momentos—. Pero hizo muchas preguntas sobre Kata.
—El sábado realizó muchas llamadas a un móvil en Nueva Orleans. Se interrumpieron bruscamente el domingo. Al estudiar su cuenta corriente, veo que no estaba en buena forma hasta que recibió una transferencia la mañana del domingo. Es el tipo de cantidad que me hace sospechar que es una prima por un trabajito, ya me entiendes. Pero no ha hecho ningún pago.
Porque Kata seguía viva.
—No sé con quién puede estar Barnes en contacto… —Hunter revisó con rapidez los movimientos de su comandante. Sus misiones durante los dos últimos años habían estado relacionadas con Sotillo y sus hombres—. Joder, Barnes me canceló el permiso para enviarme a Venezuela esta noche. La misión consiste en interceptar una reunión entre un traficante de armas y sus clientes. La última misión con ese objetivo fue una pérdida de tiempo, pero la de ahora es un suicidio.
—Tal vez quiera acabar contigo. Oh, oh… Tu comandante acaba de recibir un mensaje de texto desde un móvil venezolano. Dice: «Alcanzaré el apartamento del blanco dentro de tres minutos».
«¿Un móvil venezolano? ¿Se trataría de alguno de los secuaces de Sotillo?».
A Hunter casi se le detuvo el corazón en el pecho. Quizá Andy había contratado a un nuevo asesino para matar a Kata.
—¿Puedes averiguar el número?
Un buen rato y algunos «clics» más tarde, Jack suspiró.
—Es un móvil de prepago.
Maldición, una posibilidad menos de rastrear al asesino.
Alguien de la organización de Sotillo quería cargarse a Kata. Pero ¿por qué? ¿Pretendían deshacerse de él matando a su esposa? Si era así, ¿por qué no esperar hasta que estuviera fuera del país, cuando ya no podría protegerla? Aún sin conocer los motivos, Hunter sabía que si Barnes estaba detrás de todo aquello, y la organización de Sotillo iba a por Kata, las cosas iban a ponerse muy feas.