«¿Hunter estaba dispuesto a firmar la demanda de divorcio?».
Kata tragó saliva mientras la atravesaban unas conflictivas emociones. Esperó sentir alivio; después de todo, la montaña rusa emocional en la que había estado subida los últimos días iba a detenerse. Sin embargo, sólo sintió una repentina desilusión. Lo más probable era que después de esa noche no volviera a ver jamás a Hunter. Parpadeó para contener las lágrimas que le hacían arder los ojos como si fueran ácido. Era como si le hubieran arrancado el corazón.
¿Se había vuelto loca? Había sido ella quien había exigido el divorcio. ¿Por qué una retorcida parte de su interior quería aquello en cuanto él cedía un poco?
Santo Dios, ¡se había enamorado de él!
Kata cerró los ojos. Menudo momento para darse cuenta.
—¿Me has oído? —Hunter estaba apoyado contra el marco de la puerta y tenía la mirada clavada en su cuerpo.
Era arrogante y desafiante. Maldición, no parecía que tuviera el corazón roto. ¿La amaba tanto que no le importaba tirar la toalla tras intentar conquistarla durante sólo cuatro días…? Pero no antes de que se saliera con la suya una vez más y le robara otro pedacito de su alma, por supuesto. Sería entonces cuando la dejaría marchar.
Quizá, finalmente, Hunter se había dado cuenta de que su matrimonio era una apuesta perdedora.
—Sí —respondió con un repentino nudo en la garganta—. Pasaré la noche contigo y tú firmarás la demanda.
Al decir esas palabras sintió como si un cuchillo mellado le hiciera un horrible agujero en el pecho; pero él no iba a cambiar y su dominación la perturbaba. Que los padres de Hunter se hubieran separado por culpa de la naturaleza dominante del Coronel no era buena señal. Pasar el día con Caleb había demostrado que el leopardo no podía borrar sus manchas. Y Logan parecía forjado con el mismo molde, al menos si se fiaba de los exigentes gruñidos con los que había respondido a las chicas con las que mantenía aquellas relaciones de BDSM y que ella había escuchado sin querer. Quizá fuera demasiado sensible, pero prefería morirse antes de que cualquier hombre desplegara sobre ella el tipo de poder que Gordon ejercía sobre su madre.
Había compartido con Hunter el mejor sexo de su vida. Siempre había sabido que tendría inclinación por alguien con honor, honrado y determinado. Dejando a un lado el tema de la dominación, su esposo era todo lo que quería de un hombre y sentía algo muy profundo por él, pero ella jamás sería el tipo de mujer que él necesitaba y eso acabaría por destrozarla.
Tenía que encontrar las fuerzas necesarias para alejarse antes de que se hicieran más daño el uno al otro.
Hunter la taladró con una penetrante mirada azul.
—¿Y?
—Lo haré —dijo con un hilo de voz—. ¿Qué sabes sobre el asesino?
—Tengo un plan. Jack y Deke me ayudarán. Mañana todo habrá acabado.
En esa cuestión, Kata confiaba en él por completo. Estar casada con Hunter podía ser tan aterrador como saltar a un abismo, pero sabía que él jamás permitiría que nadie ni nada le hiciera daño. Y a pesar de todo lo ocurrido entre ellos, le debía la vida.
—Gracias. No sé cómo lo has logrado, pero te estoy muy agradecida.
—Te lo explicaré todo cuando esté solucionado.
Kata asintió con la cabeza a pesar de sentirse muy intrigada. Hunter siempre actuaba así. No podría cambiarle, pero quería tocarle, acariciarle las mejillas, besarle en la boca. El tipo de cosas que haría una mujer enamorada, así que no hizo nada.
—Gracias.
—De nada. Ten la maleta preparada a las cinco. El Coronel y Logan se ocuparán de tu madre. Conseguiré que mi padre resulte menos abrumador. Te aseguro que está en buenas manos. Mañana serás libre por completo. —Se interrumpió y bajó la mirada a las braguitas de encaje de color azul—. Pero esta noche… nada de bragas.
Dicho eso, él se dio la vuelta y se fue, cerrando la puerta muy despacio.
Kata clavó los ojos en la sólida madera de roble que se interponía entre ellos. ¿Eso era todo? ¿No le daba un beso? ¿Ni un abrazo? Desde luego ella lo hubiera querido, incluso aunque esa noche se dijeran adiós.
Se vio atravesada por una oleada de desolación que la dejó sumida en una profunda tristeza. Hunter parecía más indiferente que ella.
Miró su reflejo en el espejo empañado con el ceño fruncido y cerró los ojos para luchar contra la amalgama de emociones que pesaba sobre ella. Necesitó de todas sus fuerzas para conseguirlo. ¿Cómo era posible que Hunter se hubiera metido en su corazón con tanta rapidez que ahora no sabía cómo iba a vivir sin él?
Negó con la cabeza. No le había necesitado durante veinticinco años, así que encontraría la manera de conseguirlo también durante el resto de su vida. Pero antes tenía que centrarse en conseguir llegar al final de esa noche, porque Hunter la desnudaría en cuerpo y alma. Dejaría al descubierto todo lo que había en su interior y lo tomaría. Temía que después, jamás volvería a ser la misma.
Hunter condujo a través de la ciudad en silencio. Kata quiso preguntar adónde iban, pero la quietud reinante no invitaba a conversar. Sabía que, donde quiera que fueran, él la protegería.
Pero no tenía la misma certeza con respecto a su corazón.
Antes del anochecer, se detuvieron por fin ante una casa bastante grande. Estaba en las afueras, en una calle aislada. Era una casa de ladrillo con las contraventanas negras y grandes ventanales que daban a un paseo con robles de altura imponente, cuyas ramas formaban un agradable túnel vegetal sobre un camino adoquinado. Había flores por todas partes. Se respiraba un aire a dinero antiguo y decadencia sureña.
Cuando Kata salió del vehículo, Hunter se acercó y le sostuvo la puerta. Ella observó que había un todoterreno negro aparcado delante.
—¿Hay alguien más aquí?
Él cerró la puerta.
—Acompáñame.
—¿Quién vive aquí?
—El dueño no estará aquí esta noche. No quiero más preguntas.
Definitivamente Hunter mostraba su cara de Amo. El tono duro y la distancia que había puesto entre ellos, dolía. Luchar sólo haría que, al final, saliera más lastimada, pero deseó rodearle con los brazos, apretar los labios contra los suyos y pedirle que se abriera a ella.
Aquélla era la actitud que él le había pedido desde el principio. Dio un respingo ante ese pensamiento.
Hunter la cogió del codo y la condujo por el camino adoquinado hasta la puerta. Kata no podía dejar de pensar en que aquella noche juntos resultaría impersonal. A pesar de todo lo que él la había presionado, de cómo se había colado en su vida, en su psique e incluso en su corazón, el Hunter que tenía ahora delante resultaba tan remoto que quiso gritar.
—¡Espera! —Kata tragó saliva para aplacarlos nervios—. N-no quiero que sea así. Tú… —Intentó aferrar alguno de sus alocados pensamientos, encontrar las palabras correctas—. Es como si yo ya no te gustara, incluso parece que me odiases. Si es así…
No llegó a terminar la frase. Hunter la tomó entre los brazos y capturó su boca; le agarró el pelo con los puños, enredó los labios con los suyos y su corazón palpitó contra el de ella. Le obligó a abrir la boca y se sumergió en ella. Al instante, el beso se tornó profundo; íntimo. Él envolvió su lengua con la suya como si no tuviera otra cosa que hacer en toda la noche. Con un ansia devoradora, Hunter engulló sus sentidos y silenció sus preocupaciones. Ella se apretó contra él, le rodeó el cuello con los brazos y se perdió en el familiar sabor de su marido. Santo Dios, quería que ese beso no terminara jamás.
Ella gimió y él se apartó, apretando los labios en una línea sombría.
—Te deseo; no lo dudes nunca. Entra.
Hunter abrió la puerta. Kata pudo observar que se encontraban en un vestíbulo de paredes en tonos cálidos, techos altos y muchos detalles de estilo toscano antes de que él la condujera por un largo pasillo. Contuvo las preguntas. Él le revelaría sus intenciones cuando fuera necesario. A pesar de lo mucho que odiaba admitirlo, Hunter conocía su cuerpo como la palma de su mano. A ella le encantaría cualquier cosa subyugante, controladora y exigente que tuviera planeada.
La llevó hasta la última habitación y la invitó a entrar en un dormitorio enorme, envuelto en sombras grisáceas. Una vez en el interior y con la puerta cerrada, pulsó un interruptor y una luz dorada inundó la estancia. Las paredes estaban pintadas a rayas blancas y beiges. Había un tradicional cabecero blanco enmarcado por pesados cortinones de brocado y una elaborada cornisa blanca en el techo; una chimenea de mármol encendida y una repisa blanca prestaban a la habitación un aire de decadente elegancia. No había instrumentos de BDSM por ningún lado.
Kata se volvió hacia Hunter con una pregunta en la mirada.
Él tragó saliva.
—¿Te gusta?
Era un espacio acogedor, romántico, seguro, pero…
—Sí. Imagino que me esperaba algo parecido a la sala de tu hermano.
Una expresión que ella no logró descifrar atravesó la cara de Hunter.
—Esta noche es tuya, cielo. Haremos lo que tú quieras.
Estuvo a punto de preguntarle por qué sólo podían estar así esta noche y no todas las veces anteriores, pero lo sabía. Simplemente no era algo que a él le gustara hacer siempre. Pero, esa noche, Hunter estaba dispuesto a anteponer los deseos de ella a los suyos.
Lo que hizo que le amara todavía más.
Kata contuvo las lágrimas.
—Esto es… —«Increíble»—. Gracias.
Pareció que Hunter quería decir algo más, pero se mantuvo en silencio con las manos en los bolsillos.
—Dime qué es lo que quieres.
Con él todo era como un ciclón de deseo, tan intenso que siempre se sentía en medio de una rugiente tormenta. Durante los últimos días, Kata había deseado que aflojara un poco, que no intentara llegar a su mente y a su alma. Pero ahora que él le daba lo que quería, Kata no sabía qué hacer.
—¿Podemos simplemente… estar juntos? ¿Qué sea algo suave… quizá tierno?
Durante unos segundos, los duros ángulos de la cara masculina se fruncieron de incertidumbre. Por fin, él le acarició el hombro y le puso la mano en el cuello.
—Por ti, sí.
Su corazón estaba a punto de romperse. Lo haría en cuanto él se inclinara y la besara suavemente, acariciándole los labios, rozándoselos con la lengua. Kata se aferró a los anchos hombros de Hunter y apretó su boca contra la suya. Él no dudó en abrirla, en hacer más hondo el beso hasta que ella sintió que se ahogaba en las dulces garras del placer.
—¿Quieres acostarte?
Por supuesto. Esa despedida iba a ser larga y ardiente. Kata no quería apresurarse ni permanecer de pie. Aquella noche iban a estar envueltos en sábanas suaves, mantas arrugadas y suspiros tiernos… Un capullo para amantes.
—Por favor.
Hunter se acercó al interruptor y apagó la luz.
Desde su primera noche en Las Vegas, ella sabía que a él le gustaba tener la luz encendida; quería disfrutar del efecto que tenía sobre su cuerpo. La oscuridad que ahora reinaba en el dormitorio era otra concesión por su parte.
Lo irónico era que ahora ella ya se sentía cómoda con él en cualquier situación. De hecho, hubiera preferido poder ver cada expresión de la apuesta y familiar cara de Hunter.
Antes de que ella pudiera decírselo, él la cogió de la mano.
—Tú mandas.
Kata frunció el ceño. Sabía que él estaba dejándole marcar la tónica, intentando darle lo que quería, pero ese comportamiento era tan poco propio de Hunter que se preguntó si cuando hicieran el amor esa noche estaría del todo con él.
Se mordisqueó los labios y le llevó hasta la enorme cama. Él la siguió sin decir palabra, esperando que ella le empujara para hundirse en el colchón, hasta sentir sobre la espalda las sábanas sedosas y embriagadoras.
Él se desperezó a su lado y, llevando su mano con la de él, le hizo girar la cara. Sus miradas se encontraron entre las sombras; indagadoras… Y, maldición, Kata estuvo a punto de sollozar. Le miró y le rodeó con los brazos para apretarse contra su cuerpo.
Hunter deslizó sus brazos alrededor de ella.
—Dime qué es lo que quieres esta noche, cielo. Sea lo que sea, te lo daré.
Ése sería su regalo de despedida. Lo oyó en su voz.
Kata se vio apresada por una mezcla de tristeza y pánico. Contuvo un sollozo y le cubrió la boca, desesperada por degustar su sabor masculino, su abrazo suave. Él le devolvió el beso, cada aliento, cada roce de labios, cada caricia de la lengua. Intentó dejarse llevar por la pesada y dulce marejada de deseo que él creaba normalmente en su interior, pero no estaba allí.
—¿Qué te pasa? —Ella clavó los ojos en él en la oscuridad, intentando entender.
—Nada. —Hunter le acarició la cara—. Intento darte lo que quieres.
Sí, eso había dicho antes, pero algo no iba bien.
—Dime qué quieres tú.
Él le brindó una sonrisa llena de pesar.
—Todo lo que no haces. Así que mejor no toquemos el tema. Déjame darte esta noche.
Hunter estaba tratando de ser algo que no era. Por ella. La dejaría ir… por ella. De repente, supo lo que quería.
—Quiero que seas tú —farfulló en el silencio.
Hunter suspiró.
—Kata…
—Sé que antes tenía miedo. —Él se había colado en lo más profundo de su ser, aquel hombre la había encandilado. Aunque había intentado detenerle, él se había metido en su alma y le había robado el corazón. Kata no podía proteger lo que ya le había entregado—. Esta noche es nuestra última noche juntos. Quiero estar contigo por completo.
Esta vez, sería su regalo para él. Para los dos.
Él tensó la mano que tenía en su cuello.
—¿Estás segura?
Sí y no. Hunter iba a despojarla de cada barrera y de cada artificio, pero por una vez en su vida, no tenía miedo de entregarle su confianza, su amor. Mañana podría volver a ser la mujer sarcástica, introvertida y cáustica. Pero esa noche quería conectar con Hunter de una manera en que no habían conectado antes. En que nunca conectaría con otro hombre.
Sonrió.
—Sí, Señor.
Él vaciló, luego tiró de su mano para que se pusiera en pie.
—Está bien, cielo. Ven conmigo.
Kata le apretó la mano mientras él la guiaba fuera de aquel acogedor dormitorio y la llevaba por el pasillo. Se detuvo ante otra puerta. Se mantuvo inmóvil cuando él sacó una tela negra de seda del bolsillo trasero y se la puso sobre los ojos, aguardando un momento; como si esperara que ella objetara algo. Kata apretó los labios y se obligó a seguir adelante, a cumplir la promesa que se había hecho a sí misma.
—Muy bien. —Él alabó su contención—. Gracias. Estoy orgulloso de ti.
La hizo girar. Kata esperaba que él le atara las muñecas, pero sólo anudó la tela en la parte de atrás de la cabeza.
—Kata, ¿puedes ver algo? Dime la verdad.
—No. —Era la aterradora realidad.
Kata escuchó un suave «clic» y luego un largo chirrido. Notó una corriente de aire frío cuando él la empujó hacia delante, guiándola con un brazo alrededor de la cintura y la mano en la cadera. Luego oyó que se cerraba la puerta.
Tragó nerviosa. ¿Qué era lo que Hunter no quería que viera? Recordó la sala de Logan. Se estremeció. Él había admitido que aquellos artilugios no le resultaban extraños y sabía que le desquiciaban. ¿Era por eso por lo que le había vendado los ojos?
—La palabra segura esta noche es «rojo». ¿Entendido?
—Rojo. Sí. —Kata sabía, sin preguntar, que si cualquier cosa que Hunter le hiciera la asustaba o lastimaba, podría decir esa palabra y él se detendría sin vacilar.
Frunció el ceño. ¿Cuándo había comenzado a confiar en él de esa manera? Ese hombre la había seducido, se había casado con ella cuando estaba demasiado borracha para ser racional, la había dominado, zurrado y castigado. Pero también le había proporcionado más placer y mostrado más devoción que nadie en su vida, y jamás había faltado a su palabra. Tampoco ahora le haría daño.
Y saldría de su vida después de esa noche.
La realidad cayó de nuevo sobre ella. Surgió una llamarada de pánico acompañada de la necesidad de sentirle cerca. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Sería por la vulnerabilidad que suponía tener los ojos vendados? ¿O por los inútiles sentimientos que Hunter despertaba en ella?
Demasiado asustada para responder a esas preguntas, se volvió hacia donde él estaba y le rodeó con los brazos.
—Tranquila. —La sostuvo y la estrechó contra su cuerpo—. ¿Estás bien, Kata?
—Estoy un poco asustada. —Quería decirle más, pero se obligó a mantenerse en silencio y confiar en él. A complacerle.
—Estarás bien. Esta noche no has elegido lo que siempre te has dicho a ti misma que quieres, y me alegro. —La sinceridad era palpable en su voz—. Déjame darte lo que necesitas. Ríndete a mí.
Kata alargó la mano para tocarle.
—Sí, Señor.
Hunter le cubrió la boca otra vez con la suya, con una hambrienta demanda, y ella se perdió.
Ya lo lamentaría más tarde, pero ahora quería abrirse a él por completo. Si ésa era su única noche, quería que la conexión entre ellos fuera más profunda que nunca. Quería saber que había estado con él sin artificios, barreras o miedos.
Sabía que podría dolerle al día siguiente, pero también que él haría cualquier cosa que fuera necesaria para ofrecerle un placer absoluto. Se puso en sus manos y dejó a un lado cualquier reserva.
—Desnúdate, Kata. Primero los zapatos, después la camisa, el sujetador, los pantalones… Hazlo en ese orden. Dobla las prendas y ponlas en la mesa que está a tu lado. Una vez que estés lista, dámelas.
Le dio un vuelco el corazón, como si hubiera saltado a un abismo. Una semana antes, habría odiado su tono a pesar de lo mucho que la conmoviera. Ahora, se concentró en el sonido de su voz, en entregarse, complacerle, experimentar todo lo que podían llegar a ser. Sólo esa noche.
—Sí, Señor. —Se quitó los zapatos y buscó la mesa a tientas, encontrándola justo a su lado. Siguió desabrochándose la camisa, soltó un botón tras otro con una temeraria destreza hasta que se la quitó. La dobló lo mejor que pudo y la dejó a un lado. Respiró hondo y se deshizo del sujetador. La orden era cada vez más aterradora. Se abrió el botón de los vaqueros y los deslizó por las piernas; siguiendo las instrucciones de Hunter no se había puesto bragas.
Kata se quitó los vaqueros y los dobló antes de ponerlos encima del resto de la ropa. Con un profundo aliento, se la ofreció a él. Hunter estaba justo ahí, cogiendo la ropa que ella le tendía, y la recompensó con un beso en la boca.
Kata se mantuvo erguida ante él, con el corazón desbocado y la sangre corriendo a toda velocidad. Orgullosa, asustada… preparada.
Hunter la tomó de la mano, la guió a través de la estancia y la empujó suavemente hasta que su espalda reposó contra algo acolchado. Kata se estremeció y quiso preguntar qué era lo que había planeado, pero no lo hizo.
—Separa las piernas.
Tomó aire y obedeció. Notó que algo frío y suave, que parecía cuero, se deslizaba alrededor de un tobillo. Se escuchó un sordo «clic». Hunter repitió la misma acción en la otra pierna. Luego le acarició el muslo, el vientre, los pechos hasta llegar a la muñeca, que alzó por encima de su cabeza. Al momento, sintió el frío roce metálico de unas esposas. Por fin, él cogió la otra mano y entrelazó sus dedos antes de hacer que levantara el brazo.
Kata quedó esposada arriba. Santo Dios, estaba inmovilizada por completo ¿por qué la quería ver tan impotente? Y aún así, al escuchar el gemido de aprobación de Hunter junto a su oreja y la presión urgente y dura de su cuerpo contra ella, sintió el poder que tenía sobre él.
Tras cerrar la esposa alrededor de su muñeca, él deslizó la punta de un dedo por el interior del brazo, por el pecho, sobre el pezón, que apretó con la presión necesaria para que notara una tímida pizca de dolor.
Hunter se inclinó y le deslizó los labios por el hombro hasta la oreja.
—Nos están observando, cielo.
Ella se quedó paralizada y sin aliento. ¿Había alguien allí con ellos? ¿Quién?
Unos ojos ardientes vagaron por su piel, evaluándola y acariciándola. Kata se estremeció, presa de la helada emoción que la atravesó de los pies a la cabeza. Se sintió vulnerable y fue consciente de cada tenso centímetro de su piel, de los apretados brotes en que se habían convertido sus pezones, de los pliegues anegados de su sexo deslizándose uno contra otro cada vez que se movía. Y un desconocido podía verlo todo.
Como si pudiera escuchar sus acelerados pensamientos, Hunter murmuró:
—Hombros erguidos, el pelo a la espalda. Muéstrale lo jodidamente sexy que eres. Demuéstrale que soy el más afortunado bastardo del mundo por poder follarte esta noche.
«¿Él?». Los pensamientos, las palabras de Hunter la excitaron de la misma manera que las inseguridades la hicieron flaquear.
—Un desconocido está mirándome las caderas y los muslos.
—Son hermosos y exuberantes. Yo también los estoy mirando. Si ves que no puedes comprometerte a someterte esta noche, usa la palabra segura. Sino comenzaré a acariciarte mientras él observa.
Kata debería estar horrorizada al pensar que la miraba un extraño. Ansiosa por lo que pensaría ante su aspecto, pero Hunter exigía su conformidad. Y ella quería complacerle.
Esto era su fantasía hecha realidad. Contuvo el aliento. Oh, Dios, ¿tenía Hunter intención de ofrecerle su fantasía completa? Siendo tan posesivo como era, ¿la compartiría con otro hombre?
Hunter le rozó los pezones con el pulgar, disolviendo sus pensamientos. Apretó su cuerpo contra el de ella, la besó en el cuello y la hizo sentir más sexy que nunca. Kata suspiró y deseó poder relajarse. Por él.
—Sí, Señor.
—Eres tan condenadamente sexy —gimió él contra su piel mientras le besaba los pechos, lamiendo y excitando los pezones hasta convertirlos en picos enhiestos.
Ella notó un calambrazo, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. El placer fluyó de un pico a otro y luego descendió como una flecha entre las piernas. Su primer instinto fue apretar los muslos, pero las ataduras se lo impidieron. Gimió.
Casi podía sentir la sonrisa de Hunter cuando se acercó todavía más e introdujo un pecho en su boca, succionando la cima con dureza.
El primer tirón fuerte fue una sorpresa. Kata lloriqueó y le hormigueó todo el cuerpo. Florecieron unas sensaciones familiares, pero de alguna manera desconocidas como una nueva primavera. El placer, hibernado desde la última vez que él la había tocado, resurgió como una llamarada, excitando todos sus nervios.
Él deslizó entonces la mano por su abdomen hasta sus pliegues mojados, encontrando infalible su dolorido clítoris. Y dejó de importarle quién pudiera estar viendo cómo Hunter le daba placer.
Se puso en manos de su marido. Sin control, sin responsabilidad, sin saber lo que ocurriría después. Una semana antes, habría pensado qué le haría a continuación y si lo toleraría. Ahora, sólo podía pensar en que quería más.
—Así, empapada —murmuró él contra su piel—. Hueles de maravilla, me muero por saborearte.
Pensar en la boca de Hunter sobre ella, llevándola más allá de su control mientras alguien observaba, hizo que su deseo se incrementara. Kata apretó los puños e intentó respirar a pesar de que, entre sus piernas, la dolorosa presión se intensificaba todavía más.
Los dedos largos y hábiles de Hunter rozaron su sexo otra vez, rodeando el pequeño brote en un ritmo imprevisible que la dejó sin respiración. Cada vez que la tocaba, la llevaba más cerca del límite del placer. Cuando Kata apenas era capaz de coger aire, él se apartó. Ella estaba tensa, y se retorció contra sus ataduras.
—Por favor… —suplicó.
Pero Hunter no se ablandó.
—Él nos observa. Sé una buena chica y acepta lo que te doy.
Santo Dios, esas palabras. Estaba dispuesta a resistir ese tormento por complacerle.
—Sí, Señor.
Antes de que ella pudiera tomar aliento, Hunter se arrodilló entre sus pies y la sujetó por las caderas. Su corazón se aceleró de anticipación cuando sintió su cálida respiración en el sexo. Se tensó, esperando.
El primer roce de su boca no fue tentativo ni suave. Buceó en su interior con avidez, devorando su carne hábilmente, deslizando la lengua entre los pliegues empapados y acariciando su clítoris con una firmeza que la hizo ponerse de puntillas y desear salirse de su piel. Él se rió entre dientes antes de volver a hacerlo una y otra vez.
En cada ocasión su boca profundizaba más, de una manera más íntima, como si él tuviera intención de saciarse por completo. Como si pensara dejar su impronta en ella para siempre.
El placer se incrementó y Kata quiso tocarle, sentir el suave roce de su pelo corto en los dedos, la protuberante forma de la musculatura de sus hombros contra las palmas. Pero atada y con los ojos tapados, sólo podía resistir aquella deliciosa tortura.
De repente, se unió al ritmo la pesada respiración de un hombre en su oído. «¡Oh, Dios!, el desconocido», pensó mientras Hunter atrapaba el clítoris entre los labios. Ver cómo Hunter la hacía consumirse de deseo excitaba al extraño. El dolor entre sus piernas se apretó un poco más.
El latido del corazón le atronó en los oídos. El precipicio del orgasmo surgía amenazador ante ella; sólo una dulce caricia más de la lengua de Hunter y caería por el borde. Pero él se apartó. Soltó las ataduras de sus tobillos y luego las de las muñecas. Se las frotó con manos firmes y suaves hasta que ella recuperó la circulación en los dedos.
—¿Qué haces…? —Se dejó caer laxa contra él, notando el roce de su camisa almidonada y de los vaqueros contra la piel hipersensible, incrementando sus sensaciones.
—No digas ni una palabra —le advirtió Hunter en tono seco al tiempo que le daba un azote en el trasero.
Kata gimió, le dolía todo el cuerpo. Era como una granada sin espoleta a punto de estallar en cualquier momento. El golpe en las nalgas sólo magnificó la inminente explosión entre sus piernas.
—Date la vuelta. —La cogió por las caderas y la hizo girar, dejándola frente a un torso masculino que olía a almizcle y pino… Un olor vagamente familiar que no pudo situar. De repente, sintió la jadeante respiración de Hunter en el pelo, contra la oreja—. Bésale.
¿Al desconocido? La anticipación y el miedo se apoderaron de sus entrañas a partes iguales. Kata quiso preguntarle quién era, pero entonces no se trataría de su fantasía. Sería la voluntad de Hunter.
Unos labios firmes se rozaron suavemente contra los suyos, tiernos y con un ligero sabor a menta. Era agradable. Kata se relajó y respondió al beso. El desconocido se apoderó de su boca, rozando su lengua con la de él. La excitación formó espirales de deseo en su vientre, que se aunaron entre las piernas y la azotaron sin misericordia.
En ese momento, Hunter la rodeó con los brazos y comenzó a frotarle el clítoris con un ritmo cruel y constante.
—Ni se te ocurra correrte.
—Pero…
El desconocido la acalló con otro beso duro, y ella se aferró a su sólido bíceps mientras esperaba que Hunter la condujese más arriba. Contuvo la respiración y el hombre se tragó el sonido con su boca. Aquél era un beso impaciente, voraz, intenso.
—Apártate —gruñó Hunter.
Al instante, el desconocido se alejó de su boca. Kata todavía estaba procesando la orden de Hunter, intentando comprenderla. Pero él eligió ese momento para dejar de acariciarle el clítoris y subir las manos hasta su cara. Pintó con sus fluidos la suave piel de los labios, tanto el superior como el inferior. Kata sintió un hormigueo en el estómago.
—Bésale otra vez.
Lo hizo sin vacilar. Si antes el desconocido la había besado con resolución, ahora lo hacía con exigencia, mordisqueándole y lamiéndole los labios, succionándoselos con un gruñido.
—Soy demasiado egoísta para regalarle uno de tus orgasmos —le susurró Hunter al oído—. Son míos, pero estoy viendo lo mucho que le gusta el sabor de tu coño, cielo. Quiero que juegue contigo hasta que te haga gritar.
Kata gimió.
—¿Te parece bien? —le preguntó al otro hombre.
—¡Joder, claro que sí! —susurró el desconocido contra su boca.
Una vez más encontró que la voz le resultaba familiar, pero sus sentidos estaban en otra cosa y su cuerpo se rebelaba.
Él le encerró la cara entre las manos y se apoderó de sus labios con otro beso urgente, dejándola hambrienta y anhelante. Luego se alejó y comenzó a recorrerla con la boca. Se deslizó por el cuello y por la curva superior de los pechos. Tardó en capturar un pezón en su boca pero, cuando lo hizo, comenzó a succionarlo con intensidad. Ella contuvo el aliento y le introdujo los dedos entre los cabellos. Él se rió entre dientes contra su piel.
El extraño le rozó el vientre antes de dejarse caer de rodillas. Kata apenas tuvo un momento de respiro, en el que sintió su mirada penetrante, antes de que él separase los labios vaginales con los pulgares. Contuvo el aliento cuando él cerró la boca en el clítoris y comenzó a chuparlo suave pero intensamente.
Ella gritó y levantó los brazos hacia atrás, envolviéndolos alrededor del cuello de Hunter para sostenerse.
—¿Te gusta esto, cielo? —susurró a su oído, con la gruesa polla clavándose dura e insolente en las curvas de sus nalgas a través de los vaqueros.
A ella le había gustado más cuando lo había hecho Hunter, pero la certeza de que él la observaba era algo excitante y atractivo en sí mismo. Gimió por toda respuesta.
Él se rió en su oído. Retirando el pelo a un lado, comenzó a besarle los hombros y a estrujarle los pezones hasta que estuvieron erizados. La cabeza del desconocido oscilaba de arriba abajo entre sus piernas, deslizando la lengua contra el duro brote de nervios una y otra vez. La fricción casi la venció. Kata centró la atención en contener el orgasmo, pero el desconocido era… muy bueno. Ella se aferró a Hunter con más fuerza.
—Eres tan sexy, cielo —murmuró sólo para ella, lanzándola todavía más arriba.
Dios, estaba tan cerca que le parecía que su sangre era lava ardiente en sus venas.
—Dale un respiro, hombre —dijo Hunter—. Está a punto de correrse.
Al instante, el desconocido aminoró la intensidad de sus caricias, las succiones voraces se convirtieron en suaves lametazos. Kata gimió en señal de protesta.
—Ya te lo he dicho, tus orgasmos son míos. Pero me encanta saber lo excitada que estás. Separa más las piernas para él.
Kata se mordió los labios. Hunter la controlaba por completo, incluso a través de los movimientos de otro hombre. Se retorció, cubierta por una capa de sudor, acalorada y anhelante. Hunter le acarició los brazos, le mordió los hombros. Ella quería más.
Él le hizo girar la cara hacia él y Kata dejó caer la cabeza, aproximando sus labios a los de él. Pero Hunter se resistió.
—No eres tú quien manda. ¿Necesitas una zurra, Kata?
Seguro que iba a hacer que el desconocido la mantuviera al borde del orgasmo tanto tiempo como quisiera, y ella no podría hacer nada para impedirlo. A pesar de que aquello le gustaba, deseó que fuera la boca de Hunter la que la acariciara tan íntimamente, su lengua la que la volviera loca de goce, todavía más que ahora.
Por fin, ella separó las piernas.
—Más —musitó él contra sus labios.
Con un gemido, ella obedeció.
—Suficiente. Arquea las caderas hacia delante —dijo Hunter encima de su hombro, mirando hacia abajo mientras ella lo hacía—. Sí. Un poco más. Perfecto.
Los labios del desconocido ya estaban allí, lamiendo la hendidura de su sexo de arriba abajo, separando los labios vaginales otra vez para poder jugar con la lengua en la base del clítoris, aguijoneando la punta. La sensación la despojó rápidamente de cualquier reserva, y Kata se arqueó más hacia delante, ofreciéndose a esa boca ansiosa.
Él aceptó la invitación al instante, separando los labios sobre el sexo y hundiendo la lengua lo más profundamente que pudo, al tiempo que friccionaba los dientes contra el clítoris de una manera que la hizo clavar las uñas en Hunter llena de desesperación.
La tortura le pareció eterna. La mantenía al límite de un placer más afilado que un lecho de púas, con cada punta clavada en su piel. Y Kata supo que no era porque la tocara un desconocido, sino porque Hunter lo quería así para poder concederle su fantasía.
En algún momento, él iba a arrancar el control de su cuerpo de las manos de ese hombre para darle todo lo que ella anhelaba. El mismo pensamiento casi la lanzó por al abismo.
—Aléjate —ordenó Hunter—. Vuelve a estar a punto.
El desconocido emitió un gemido de frustración pero retrocedió. Hunter la rodeó hasta detenerse al lado del otro hombre. Una ráfaga de aire fresco acarició su piel recalentada mientras oía el susurro de la tela. ¿Se estaban desnudando? Se le puso la piel de gallina.
Un poderoso agarre en sus hombros la obligó a agacharse antes de escuchar la voz de Hunter.
—Ponte de rodillas.
Aquellas palabras la hicieron estremecer de arriba abajo. ¿Quería que se la chupara a un desconocido mientras él miraba? Una emoción extraña corrió pareja con la incomodidad. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Querría él que lo hiciera en realidad o sólo le estaba concediendo la fantasía que no había llevado a cabo la noche que se conocieron?
—Kata. —Una advertencia, seca y ruda.
Podría hacerlo para complacerle. Sucumbió a la presión de sus manos, de su voz, y hundió las rodillas en la gruesa alfombra.
Una mano suave le acarició el pelo antes de urgiría a inclinarse hacia delante. Sus labios se tropezaron con la aterciopelada piel de una erección. Abrió la boca para recibirla, segura de que no pertenecía a Hunter. En cuanto lamió el glande, se cercioró. Aquel hombre sabía salado, selvático, carnal… Extraño. El desconocido gimió.
—Más —exigió Hunter—. Hasta el fondo de la garganta.
La orden provocó en ella varios efectos: un estremecimiento erótico, una emoción prohibida, un deseo de agradar. Abrió la boca y acarició con la lengua la parte inferior de la gruesa erección antes de tragarla tan profundamente como pudo.
El gemido sofocado del desconocido le dijo que le había gustado, así que lo volvió a hacer.
Cuando abrió más la boca para acogerle una tercera vez, Hunter le agarró el pelo con el puño y la apartó de esa erección para dirigirla a la suya. El sabor familiar le golpeó la lengua y su deseo se incrementó. Eso era lo que ella quería. Le deseaba a él.
Si ésta era la última noche juntos, no quería disfrutar de una fantasía inspirada por un viejo libro; quería estar con Hunter. Su relación podría ser breve, y ella podría estar demasiado asustada para que pudieran seguir juntos para siempre jamás, pero no podía negar que le amaba.
Kata devoró con ansia la polla de Hunter, tomándole hasta la garganta. La rodeó con la lengua suavemente, le lamió el glande, cerró los labios en torno a la corona y luego repitió todo el proceso.
—¡Joder! —Un hondo suspiro abandonó los labios de Hunter antes de apretarle las manos en el pelo—. Santo Dios, adoro tu boca.
Y ella adoraba complacerle. Tenía la certeza de que sus amantes habían quedado satisfechos en el pasado, pero Kata quería más con Hunter, quería ser la mejor para él, que no pudiera olvidarla nunca. ¿Egoísta? Posiblemente. Pero sabía sin lugar a dudas que ella tampoco le olvidaría.
Esa noche quería guardar tantos recuerdos como pudiera.
—Te deseo —admitió, suspirando contra los músculos de su abdomen—. ¿Está bien si sólo te deseo a ti?
Al instante, Hunter la hizo ponerse en pie y la sujetó por los hombros.
—¿Estás segura? Se supone que ésta es tu fantasía, la que yo te arrebaté en Las Vegas.
—¿Quieres compartirme? —Kata llevó las manos a la venda para arrancarla.
El desconocido la detuvo.
—Si no voy a quedarme, prefiero guardar en secreto mi identidad —susurró.
Kata bajó las manos y se acercó más a Hunter. Él le acarició la cara.
—Cielo, jamás he querido compartirte. Si la decisión fuera mía… Bueno, creo que ya conoces la respuesta. —Le dio un duro beso en los labios y miró a su amigo—. Lárgate, tío.
El desconocido emitió un gemido, pero tras unos cuantos susurros de telas y el ruido de la puerta, se marchó. Hunter le arrancó entonces la venda de los ojos.
—Estamos solos. Pase lo que pase, ahora es elección tuya, cielo.
—Tómame —susurró—. De todas las maneras que quieras.
—¿Estás segura? No te trataré con suavidad.
—Lo sé. Por favor, Señor.
Él vaciló, parecía como si quisiera decir algo. Entonces, con una mirada de aprobación, la condujo a través de la estancia hasta un caballete e hizo que se inclinara sobre él. Kata lo hizo sin protestar.
Tras encender todas las luces de la habitación, Hunter le sujetó las muñecas con esposas a los lados, luego repitió el proceso en los tobillos. Después, la cogió de las caderas, apuntó la erección al dolorido hueco entre sus piernas y se zambulló hasta el fondo, tan profundamente que ella supo que no volvería a ser la misma.
Hunter le cubrió la espalda con su poderoso cuerpo y comenzó a embestirla con un ritmo rápido y aterrador.
—Nadie es como tú —le gruñó al oído—. Nadie podrá sustituirte nunca.
Kata arañó el aparato de madera, empujándose hacia él. El placer que había mantenido alejado mientras la boca del desconocido la saboreaba creció de nuevo, ahora imparable. Su corazón se aceleró.
Hunter arremetió una y otra vez, enterrándose, reclamándola por completo. Ella apretó los puños y él acarició suavemente los rizos mojados, rozando el clítoris.
—Mi más jodida fantasía es que eres mía para siempre; con este coño desnudo y un pequeño anillo perforando la capucha del clítoris, para que mi lengua siempre tenga un juguete con el que volverte loca… Y anillos a juego en los pezones en los que colgar unos pesos. Si fueras mía para siempre, querría marcar mi posesión en cada centímetro de tu cuerpo. Querría verlo, tocarlo todos los días, poseerte por completo. Sería el amante y el marido más atento del mundo. —Él cerró los ojos y gimió con fuerza.
Sus palabras la hacían volar. La imagen estalló en la mente de Kata. Su funda latió en torno a él, apresándole con sus músculos internos. ¿Quería que se depilara? ¿Que se pusiera unos piercings? Jamás había considerado hacerlo por un amante y se negaba a cambiar su esencia por complacer a un hombre, pero pensar en hacerlo para Hunter le hacía arder con más intensidad.
Los resbaladizos dedos se deslizaron de nuevo por el clítoris.
Kata se quedó sin respiración, balanceándose otra vez al borde del abismo.
—Todavía no, cielo.
—Hunter… Por favor.
Él la sujetó de la cintura posesivamente y arremetió contra ella una y otra vez.
—Lo sé. Claro que lo sé. —El gruñido fue como una maldición. Rezumaba necesidad, sangraba desesperación—. Si te corres iré detrás, y no estoy preparado para dejarte ir todavía.
Kata tampoco estaba segura de estar preparada para dejarle. Separarse era lo más inteligente y les ahorraría un montón de sufrimiento a largo plazo, pero… Apretó los puños, deseando desesperadamente poder tocarle.
—Lento —le rogó—, y profundo. Ámame.
—Sí. —Estableció un ritmo constante y atormentador, unas embestidas relajadas que la hicieron balbucear súplicas incoherentes para que le permitiera alivio.
—Te amo —se estrelló otra vez contra ella—. Tengo que follarte sin parar. Ya no puedo contenerme más. Córrete conmigo.
Con esas palabras ella explotó con un gemido gutural. Él se había adueñado de su aliento, de su mente y, posiblemente, de su corazón. A su espalda, Hunter se puso rígido y rugió; comenzó a latir en su interior mientras ella le ordeñaba con su sexo, tomando todo lo que él podía darle. Las lágrimas que ardían en sus ojos resbalaron por sus mejillas. Hunter siempre provocaba eso, la desgarraba por dentro, hacía que desnudara su corazón, los conectaba de una manera más fuerte y profunda que nunca.
Él cerró el puño en su pelo y tiró con fuerza hasta que pudo acceder a su boca para cubrírsela con la suya. Gimió mientras la besaba, y Kata se estremeció de pies a cabeza.
Hunter se retiró con un jadeo, la liberó con rapidez y la envolvió entre sus brazos, apretando su cuerpo húmedo contra la piel empapada de sudor. Los latidos de sus corazones se fundieron. La tomó en brazos otra vez y atravesó con ella el pasillo hasta el acogedor dormitorio.
La dejó sobre la cama y se dejó caer tras ella.
—Déjame abrazarte.
Kata estaba exhausta y rendida; asintió con la cabeza en silencio. No quería dejarle. Nunca. A lo largo de la noche él la despertó, la excitó, la desafió. La empujó más lejos que nunca y ella le dio todo. Llegó a ocurrírsele pedirle que no firmara la demanda…
Pero ¿qué había cambiado en realidad? Él todavía sería tan controlador como su padre y ella, al parecer, seguiría pareciéndose demasiado a su madre. Al final, se harían desgraciados el uno al otro. Kata tenía que permitir que ocurriera lo inevitable.
Con el corazón roto, se acurrucó entre sus brazos y sollozó.