Kata y él abandonaron el dormitorio y se reunieron con el Coronel quien, al parecer, se había hecho cargo de la cena de Carlotta mientras Hunter se pasaba los últimos veinte minutos con los labios pegados a los de ella al tiempo que le masajeaba la dolorida musculatura. Le hubiera gustado que Kata echara una cabezadita, pero estaba demasiado preocupada por su madre para hacerlo. En cuanto Carlotta estuviera dormida en su cama, estaba seguro de que ella haría lo mismo.
Mientras se calentaba la comida china, le acarició los tensos hombros, intentando tranquilizarla. Se sentaron después a la mesa para dar cuenta de las verduras hervidas, el pollo kungpao y el arroz. Notó que Carlotta observaba cómo Kata picoteaba el brócoli y miraba desconcertada de vez en cuando a su padre.
Tras la comida, los hombres limpiaron la cocina en eficiente silencio, invitando a las mujeres a quedarse quietas. Y, cuando terminaron, el Coronel alzó a Carlotta en brazos, a pesar de las cansadas protestas de la mujer, y la llevó a un dormitorio en el piso de arriba, contiguo al suyo.
Kata siguió a la pareja, le dio a su madre la medicina y la arropó. Después de despedirse de su madre con un beso en la mejilla y de que ésta le brindara a su hija una débil sonrisa, la mujer se quedó dormida. Hunter, que observaba todo desde el umbral, buscó los ojos de su esposa.
—Se pondrá bien —dijo, pasándole el brazo por los hombros—. Sólo necesita descansar.
—Si empeora, la llevaré al médico —prometió el Coronel.
—Gracias —respondió Kata—. Recuerda que no sólo tiene dolor físico. No sólo necesita cuidados, sino también que alguien la escuche.
Dicho eso, Kata pasó junto a ellos y salió de la habitación. Hunter notó que su padre se quedaba perplejo.
—Supongo que ésa es la manera que tiene tu mujer de decir que he sido como un bulldozer. Tiene razón.
—Piensa lo mismo de mí. —Hunter metió las manos en los bolsillos—. Tú y yo estamos cortados por el mismo patrón. No sabría ocuparme de Kata de una manera distinta. La amo.
El Coronel le lanzó una mirada ilegible.
—Andate con cuidado, hijo. Si la presionas demasiado, te obligará a dejarla marchar.
Hunter sabía que le hablaba la voz de la razón y la experiencia.
—¿Es eso lo que te ocurrió con mamá?
Sabía que no debería haber preguntado pero, maldición, ni siquiera en ese instante comprendía por qué su padre había dejado marchar a su madre. El Coronel jamás se lo había explicado y, después de que se fuera, no había vuelto a verla. Quizá comprender aquello le ayudaría con su zozobrante unión.
—Con el paso del tiempo diría que sí. Intenté controlar tanto su vida para evitar perderla, que al final todo se volvió contra mí. —El Coronel se frotó la nuca—. Amanda quería más afecto, quería saber que yo apreciaba sus sentimientos y opiniones, pero lo único que se me daba realmente bien era protegerla y, cuando no estaba de misión, mostrarle lo mucho que la deseaba. No fue suficiente.
Hunter respiró hondo. Había muchas similitudes entre ambas situaciones.
—Ella quería marcharse; lo entiendo. Pero tú te diste por vencido y la dejaste ir con suma facilidad.
—¿De verdad crees que me resultó fácil? —gruñó el Coronel—. Dejarla marchar fue lo más difícil que he hecho nunca. La amaba, pero no sabía ser cómo ella quería. Le di espacio, accedí a la separación. Con esa estrategia esperaba que se diera cuenta de cómo había cambiado. Luego me enteré de que se estaba viendo con otro hombre. A pesar de la furia que me embargó, seguí esperando que volviera hasta el día de su muerte. Al final me di cuenta de que la había amado tanto como para dejarla libre; sin embargo, ella no me amaba lo suficiente como para regresar conmigo. No podía obligarla.
Hunter sintió cada palabra en sus mismos huesos. Su madre había sido tan irresponsable como para dejar tirados a un marido y tres hijos y jamás había mirado atrás. Kata había luchado contra él desde antes de que dijeran «sí, quiero».
Una oleada de temor atravesó su vientre al recordar los años de discusiones de sus padres. La furia que su madre había mostrado; la manera en que suplicaba que le devolviera la libertad. Al final la había buscado de la única manera que pudo. Incluso cuando estaba en la escuela primaria, Hunter era consciente de la depresión y la cólera que la envolvía. Y, a pesar de ello, se había sorprendido cuando se marchó. Siempre había asumido que el Coronel mantendría unida a la familia.
Pero ese papel correspondía al amor. Cuando su padre se dio cuenta de eso, la dejó partir.
—Siempre he sabido que desaprobabas que no hubiera luchado para conservar a tu madre.
Hunter le sostuvo la mirada.
—Te perdí el respeto ese día.
—No es que te molestaras en ocultarlo, pero tienes que entender que no podía retener a Amanda contra su voluntad. Hice lo que pensé que daría mejor resultado a largo plazo. —Encogió los hombros como si finalmente hubiera aceptado los años de dolor y soledad—. Después de tanto tiempo sin querer ver lo infeliz que era y sin hacer nada para solucionarlo, iba a perderla de todas maneras.
En ese momento, todo quedó clarísimo para Hunter.
—Tienes razón, papá. Se requiere mucha inteligencia para darse cuenta de que no vas a ganar. Y mucho valor para renunciar a tu mujer.
No sabía si él sería tan valiente.
El Coronel esbozó una amarga sonrisa.
—Me parece que no soy tan inteligente. Carlotta ni siquiera es mi mujer y ya la estoy agobiando. Sé cómo debo comportarme, pero parece que no puedo llevarlo a la práctica. Te sugiero que tomes nota.
O Kata desaparecerá.
Por debajo de la amalgama de ansiedad, negatividad y cólera, sabía que su padre tenía razón. Y eso le llevaba a pensar que por mucho que intentara demostrarle cuanto la amaba, era posible que acabara haciéndole daño.
—Ya sabes cómo es ese verso de la Biblia, «El amor no es egoísta. Es paciente y amable…».
Hunter cerró los ojos. Sí, lo sabía; igual que sabía que él había sido egoísta, impaciente e insistente.
—¡Joder!
—Las cosas entre Kata y tú no van tan bien como te gustaría, ¿verdad, hijo? Es difícil acoplarse al principio.
—Ya quiere el divorcio. —Escupió las palabras a regañadientes mientras se pellizcaba el puente de la nariz. Le dolía admitir lo mucho que había echado todo a perder, pero su padre estaba siendo muy honesto con él.
El coronel contuvo la respiración.
—¿Y tú qué quieres?
—La amo. No puedo soportar pensar que no sea mía.
Su padre le dio una palmadita en el hombro.
—Pero si su corazón no te pertenece, de todas maneras no es tuya. Algunas veces… hay que dar libertad. Mejor hacerlo ahora, antes de que te odie. —Una expresión nublaba su rostro, como si dolorosos recuerdos inundaran su mente.
Hunter observó a su padre mientras salía de la habitación. Miró el pálido rostro de Carlotta; Kata se parecía mucho a ella. No se le había escapado lo mucho que había perturbado a Kata la interacción entre sus progenitores. Él no era capaz de reprimir la necesidad de cuidar de ella de la misma manera, pero se daba cuenta de que como no cambiara de táctica con rapidez, la perdería para siempre.
Con un pesado suspiro, apagó la luz del dormitorio y bajó las escaleras. Logan, cuyo teléfono no dejaba de sonar, le comunicó que Kata se había ido a dormir.
—Es una chica insistente —comentó Hunter.
Logan encogió los hombros.
—Ahora son tres. A todas les va el sado. —Se pasó la mano por el pelo—. Es como un juego para ellas. Todas quieren que las domine.
Hunter negó con la cabeza. De acuerdo, su vida amorosa iba de mal en peor y era la última persona que debiera dar un consejo, pero tenía que intentar echar un cable a su hermano.
—¿Cuánto tiempo hace ya?
La pregunta hizo que Logan apartara la mirada.
—No sé. Unos cinco años.
Una pequeña eternidad. Logan era demasiado joven y vital para mantenerse casto voluntariamente.
—¿Y aún no tienes en carne viva la palma de la mano?
Logan le miró con el ceño fruncido y le dio un puñetazo en un hombro.
—Vete a la mierda. Les doy lo que necesitan. Xander espera sexo y asistencia.
—Quizá ellas tengan suficiente con lo que les das, pero ¿lo es para ti? —Hunter meneó la cabeza y le amonestó—. Hermanito, vas a tener que superar lo de…
—¡No digas su nombre! —gruñó—. No lo hagas.
Hunter levantó las manos en un gesto defensivo.
—De acuerdo. ¿Has vuelto a intentarlo con ella?
Una expresión de deseo y sufrimiento atravesó la cara de Logan.
—Me dio con la puerta en las narices.
El encogimiento de hombros de su hermano le dijo lo impotente y perdido que se sentía. Era una emoción que le resultaría muy familiar si perdía a Kata.
El Coronel pasó junto a ellos para dirigirse a su habitación y puso una mueca de disgusto.
—No he podido evitar escucharos. El capullo de su padrastro todavía vive en la misma casa. Adam Sterling me sonríe cuando me ve por el barrio, es como si disfrutara recordándome que su pequeña princesa destrozó el corazón a mi hijo.
A Hunter no le sorprendería lo más mínimo. Logan gruñó algo feo y anatómicamente imposible.
Pero antes de que pudiera aclarar ese punto a su hermano, comenzó a sonarle el móvil. Lanzó una mirada al reloj mientras lo sacaba del bolsillo. ¿Quién le llamaría a las once y media?
Hunter miró la pantalla y, con un nudo en el estómago, presionó el botón verde.
—Jack, dime.
—Por fin tengo algo de información, y no va a gustarte nada.
No le gustaba nada que estuviera relacionado con el presunto asesino de Kata desde que éste había hecho aparición. Todo aquello apestaba.
—Han identificado al asaltante por las huellas dactilares. Acabo de enterarme de que se llama Manuel Silva. ¿Te suena de algo el nombre?
—De nada. ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, ahora viene la parte fea: Es un conocido asesino a sueldo, originario de Bogotá.
Se quedó sin aire en los pulmones.
—¿Colombia? ¿Estás seguro?
—Al cien por cien. Conseguí que mi amigo me enseñara los archivos antes de que el asunto pasara a manos de la CIA. Al parecer, la Agencia tiene mucho interés en él. Todavía no sé por qué. El INS le deportó hace unos años. Ha realizado un montón de trabajitos para narcotraficantes y la última vez que se le vio fue en los alrededores de Nueva Orleans hace unas semanas. Contratar sus servicios era caro, más de cien de los grandes. —Jack parecía sombrío y a Hunter se le heló la sangre en las venas—. Sea quien sea el que quiere cargarse a Kata, está dispuesto a pagar mucho dinero. La pregunta es por qué.
Por primera vez en su vida, Hunter casi estaba entumecido por el miedo.
—No lo sé.
—¿Hay alguien en Nueva Orleans que pueda querer matar a Kata?
—No lo ha mencionado. Le preguntaré.
—Bien. Te mantendré informado de cualquier cosa que surja.
—Gracias, Jack. —Aunque las noticias eran escalofriantes—. Mantenme al tanto.
—¿Qué ocurre, hijo? —preguntó el Coronel en cuanto colgó. Hunter respiró hondo.
—El hombre que intentó asesinar a Kata se llamaba Silva, es un asesino a sueldo colombiano. Probablemente llegó aquí procedente de Nueva Orleans. No encuentro relación entre los hechos. Cortez Villarreal trafica con estupefacientes, vale, pero ¿cómo es posible que un tipo de una banda de Lafayette conozca a un asesino a sueldo al que la CIA pisa los talones?
—En el caso de que no sea Villarreal el que persigue a Kata, ¿tienes alguna idea de quién puede ser?
—No. —No tenía sentido, pero era cierto que no sospechaba de nadie más.
—El que la conexión no sea obvia no quiere decir que no exista —señaló Logan—. Silva y Villarreal pueden ser amigos, familiares o deberse algún favor. O simplemente puede haberle contratado.
—¿Cómo podría Villarreal permitirse los honorarios de Silva? De todas maneras puede que tengas razón, no debo juzgar un libro por la portada. Quizá haya una conexión sencilla y yo no la vea.
Tal vez. De todas maneras, Cortez Villarreal era el único sospechoso que tenía. Hunter habría preferido rastrear todos los lugares, meterle miedo a todos los posibles implicados, hacer preguntas, buscar respuestas… Pero se le acababa el tiempo. Logan se levantó en busca de sus zapatos, recordándole que era casi medianoche; el comienzo de un nuevo día. Y a él que sólo le quedaban tres para acabar con ese peligro de una vez por todas. Comenzó a pensar en un plan tras otro, descartando algunos y profundizando en otros. No estaba seguro de cuál funcionaría mejor sin tener más información, pero odió todos y cada uno de ellos.
Hunter llamó a Jack otra vez. En cuanto respondió, comenzó a escupir preguntas lleno de furia.
—¿Sabes dónde puedo encontrar a Cortez Villarreal?
—¿Exactamente? No, pero corre el rumor de que está por la zona y que sólo está dejando que pasen unos días para asomar la nariz. He estado investigando por ahí por si necesitamos mantener una conversación con él.
—Creo que ha llegado el momento. En cuanto le encuentres, házmelo saber.
—Tomo nota.
El Coronel le miró preocupado.
—¿Qué estás pensando hacer, hijo?
Hunter colgó, con un pánico creciente por la seguridad de Kata.
—Ha llegado el momento de hacer algo drástico.
La luz del sol se colaba por las ventanas el viernes por la mañana cuando Hunter escuchó que alguien cogía la manilla de la puerta. Se espabiló al momento, se incorporó y cogió el arma que había dejado sobre la mesilla de noche. Era su esposa, con el pelo despeinado, una camiseta que apenas le cubría el ombligo y unos pantalones de pijama negros que le ceñían las caderas. ¡Joder! Hunter siempre estaba preparado para ella, pero verla hacía que comenzara a dolerle la polla.
—Perdón, no quería despertarte.
Él miró el reloj. ¿Las nueve? Jamás dormía hasta tan tarde. Se había pasado la noche abrazando a Kata, temiendo que tuvieran contados los días que les quedaban juntos. No se había dormido hasta después de las cinco.
—Me alegro de que lo hicieras. Tengo que levantarme. Cielo, una pregunta: ¿El nombre de Manuel Silva significa algo para ti?
La mirada perpleja le dijo todo lo que necesitaba saber.
—¿Debería?
—¿Conoces a alguien en Colombia? ¿De dónde procede Villarreal?
—No lo sé. No estudié su árbol genealógico cuando me asignaron el caso.
—¿Sabes si alguien de Nueva Orleans puede tener algo contra ti?
Ella parpadeó y encogió los hombros.
—No que yo sepa. Hace años que no voy por allí.
Así pues, Hunter tenía que suponer que había alguna conexión entre Silva y Villarreal que él no veía. No tenía otro punto de partida.
—¿De qué se trata? —Kata cruzó los brazos y le miró con impaciencia.
—No creo que sea nada. ¿Qué tal se encuentra tu madre?
Kata se acercó y se sentó en el borde de la cama. Hunter intentó no pensar en que podía verle las rosadas areolas a través del escote de la camiseta blanca.
—Por eso estoy aquí. Aprecio mucho todo lo que habéis hecho por ella tu padre y tú, pero aquí se siente incómoda. Esta mañana el Coronel insistió en cocinar para ella otra vez, se empeñó en llevarla en brazos al porche para que tomara el aire y luego la cargó de la misma manera hasta la habitación. Se ha pegado a ella como una lapa y llega a un punto en el que se levanta de un salto en busca de los pañuelos de papel cuando la oye estornudar.
En otras palabras, aunque su padre sabía lo que no debía de hacer, y aún después de que le hubieran roto el corazón por ese motivo, no lograba cambiar. No obstante, Hunter tampoco lo había hecho mucho mejor la noche anterior cuando se trató de darle espacio a su esposa.
Se aclaró la voz.
—Kata, que alguien se ocupe de ella es bueno para su recuperación.
—No si ella no puede relajarse. El Coronel se comporta como… un General. Mi madre no se encuentra cómoda con él revoloteando a su alrededor todo el día. Se quiere ir a casa de Mari, así que he hablado con mi hermana y…
—No. De eso nada. No pienso permitir que regreses a Lafayette ahora. —No era un buen momento para ser inflexible, pero maldita fuera, ella tenía que darse cuenta de las dificultades que presentaba su plan—. ¿Has pensado que quien te quiere matar podría seguirte a ti o a tu madre? ¿Y si Gordon va a buscarla? Carlotta necesita estar tranquila durante más tiempo. Se siente incómoda porque no está acostumbrada a que nadie se preocupe de ella, pero se acostumbrará.
Kata negó con la cabeza.
—Creo que no. Créeme, que alguien esté intentando matarme me asusta mucho, pero no puedo dejar a mi madre aquí; es malo para ella.
—Carlotta no podrá descansar demasiado con dos nietos pequeños armando escándalo a su alrededor. Apuesto lo que quieras a que acaba cuidándolos.
Kata se mordisqueó los labios y permaneció un rato en silencio.
—Le dejé muy claro a Mari que no puede estar fuera de la cama.
—Mari está agobiada por el trabajo, los niños y un marido anárquico. Tu madre se ofrecerá a ayudar y… no puede permitírselo.
—Tu padre la abruma.
—El Coronel es demasiado… atento. Lo sabe e intentará evitarlo. Hablaré con él.
—¿Tú? —explotó ella llena de incredulidad—. ¿Tú vas a hablar con tu padre para que no sea tan sobre-protector? Hum… Le dijo la sartén al cazo…
Él se estiró sobre la cama y la cogió de la muñeca, tirando de ella.
—No estás usando la cabeza, Kata. Quieres que tu madre sea feliz, pero tienes que pensar también qué es lo más conveniente para ella. ¿Quieres que vuelva con Gordon? Porque si va a casa de Mari, él acabará yendo a por ella. Si se queda aquí, el Coronel no permitirá que ocurra tal cosa.
—Pero él la agobia todavía más. Mi madre no quiere quedarse aquí. —Kata intentó apartarse—. Ya has expuesto tu punto de vista, quiero que escuches el mío.
Hunter no podía permitírselo.
—No puedo arriesgarme a que te vayas a Lafayette con tu madre ahora. No, cuando cabe la posibilidad de que te ande buscando un asesino. Lo siento mucho, pero nos quedamos.
Kata se levantó y cogió la maleta.
—Y tú siempre tienes que estar al mando, ¿verdad? No sólo es una cuestión de dormitorio, así que deja de fingir que sí. Y ya que estamos en ello, firma esos malditos documentos de divorcio. Mari tiene trabajo hoy, así que llamaré a Ben. Él nos llevará a casa.
Dicho eso, Kata salió de la habitación y cerró la puerta de golpe. Hunter se levantó de la cama en busca de los pantalones. Mientras se los ponía, escuchó un portazo en el cuarto de baño y el agua de la ducha. Estaba loca si pensaba que le dejaría poner una puerta entre ellos con el fin de llamar a Ben para que fuera a buscarlas. Pero no podía coartar su libertad o la perdería. Hunter soltó una maldición. Ojalá tuviera delante a un terrorista con el que desahogarse a puñetazo limpio. Joder, no quería firmar nada, pero mientras él estuviera lejos cumpliendo con su deber, Kata podría conseguir el divorcio sin su colaboración, y no podría hacer nada para detenerla. No quería tener en cuenta las sabias palabras de su padre, no estaba preparado para dejar de luchar por Kata.
Mientras se acercaba a la puerta del cuarto de baño, sonó el móvil en su bolsillo. Una mirada a la pantalla le hizo soltar un gemido.
—Será mejor que se trate de algo importante, Andy.
—Recuerda con quién hablas, Raptor.
«Maldición». Andy Barnes era ahora su comandante, no sólo un amigo. Sería mejor que se disculpara.
—Lo siento, señor. ¿Qué ocurre?
—Tu permiso ha sido cancelado.
—¿Qué? ¿Me han cancelado dos veces el mismo permiso? —Aquello era impensable a menos que fuera una condenada emergencia nacional—. ¿Ha ocurrido algo?
—La organización de Sotillo ha vuelto a ponerse en marcha, es definitivo. Los más importantes traficantes que tenemos vigilados se reunirán el sábado por la noche. Te necesitamos allí.
Hunter puso el máximo empeño en concentrarse en las palabras de Andy a pesar de que todavía podía oír las de Kata resonando en su cabeza, amenazando con llamar a Ben.
—¿Cómo? Víctor está muerto. Si leyeras mi informe… En él explico que en mi última misión averigüé que su hermano, Adán, también está muerto. ¿Quién demonios está ahora detrás de esto?
—Sotillo tenía seguidores. Supongo que alguno de ellos. La muerte de Víctor creó un vacío de poder. Por supuesto, su negocio es muy goloso para cualquiera. Vamos a enviar a un pequeño equipo de cuatro hombres y…
—¿Cuatro hombres? Si van a llevar a cabo un negocio importante, cada una de las partes contará con un pequeño ejército. Cuatro hombres no lograrán terminar el trabajo…
—Cuatro hombres podrán introducirse en la casa sin que nadie se dé cuenta. Demasiados hombres significa mucho equipo y eso es más fácil de detectar; algo podría salir mal.
Menos potencial significaba menos efectividad. Aquella misión parecía un auténtico suicidio.
—Quiero hacer un escrito formal expresando mi desacuerdo.
—A su debido tiempo. —Caramba, Andy parecía cabreado—. Quiero que estés en la base mañana a las tres de la tarde.
Dicho eso, Andy colgó el teléfono. Con manos frías, Hunter apretó el botón de desconexión de su móvil. Eran las nueve de la mañana, apenas quedaban treinta horas. ¿Cómo diablos iba a salvar su matrimonio y a deshacerse del peligro que acechaba a su esposa antes de irse?
Hunter no veía la manera de conseguir ambas cosas, y cualquier buen soldado aprendía a dar prioridad a determinados objetivos cuando todo se iba al infierno. Entre ambas cuestiones, no tenía duda de cuál era prioritaria. Examinó mentalmente las posibles salidas. Sólo le quedaba una.
Y dolía como el demonio.
Apretó los dientes y llamó de nuevo a Jack, que respondió al primer timbrazo.
Hunter ni siquiera dejó que su amigo le saludara antes de ir directo al grano.
—Tenemos que movernos esta noche. A partir de mañana estaré fuera del país por tiempo indefinido. Jack maldijo y suspiró desolado.
—Bueno, tendremos que hacerlo. Los rumores de la calle dicen que Villarreal está cansado de ocultarse de la policía y que quiere estrujarle el cuello a tu mujercita. Por lo que sé, no hay conexión evidente entre Silva y él.
—Lo que dices hace que sea creíble el motivo de Villarreal y es nuestro sospechoso número uno. —Maldición, Hunter sentía como si las paredes se cerraran a su alrededor. El peligro que corría Kata, la distancia, su trabajo… Tenía que centrarse con rapidez y protegerla de cualquier peligro que pudiera acecharla.
—¿Sabes algo más de él? —Hunter odiaba sentirse impotente. Por lo general tenía todas las respuestas y hacía rodar cabezas con la misma eficacia. Estar cerca de Kata y protegerla era lo más importante.
—Me he documentado un poco —dijo Jack—. A Villarreal le gusta gastar la pasta con atractivas strippers. Esta noche será la grandiosa reapertura de Las Sirenas Sexys. Le diré a Deke que le pida a Alyssa que nos avise si aparece por allí. Si es así, Deke y yo podemos acercarnos y mantener con él una agradable conversación hasta que decida dejar en paz a Kata.
—Bien, yo me ocuparé de mantenerla ocupada esta noche mientras vosotros os ocupáis de ese imbécil. Estaré ahí por la mañana para hablar con él y poner fin a todo esto.
Después de coordinar la operación para esa noche, Hunter realizó dos llamadas de teléfono más, ambas necesarias aunque no le gustaban ni un pelo. Luego se vistió con rapidez, se cepilló los dientes y buscó el teléfono de Kata, que entregó a su padre para que lo guardara. No quería que ella tuviera forma de llamar a Ben mientras estaba en peligro. Y si no le volvía a llamar jamás, mejor todavía.
Hunter se frotó las húmedas palmas de las manos en los vaqueros y respiró hondo ante la puerta del cuarto de baño donde Kata acababa de encerrarse. No le sirvió de nada; seguía teniendo los músculos tensos. Ojalá hubiera otra manera… Pero no la había y él lo sabía. No existía otra opción.
Se le aceleró el corazón mientras forzaba la puerta. El aire húmedo y fragante le envolvió. Todo olía a ella, a lirios frescos y vainilla; todo dulzura. Era demasiado excitante. Como siempre, se puso duro al instante.
Dios, ¡cómo amaba a esa mujer!
Al verle, Kata contuvo la respiración y estiró el brazo para coger la toalla. Él llegó antes, encantado de que ella sólo llevara puesto un tanga de encaje azul claro. Suave piel dorada y exuberantes pechos con enhiestos pezones rosados que le tentaban como nada en el mundo. Los empapados mechones oscuros le caían por la espalda, enmarcando la cara recién lavada. Apenas podía esperar para volver a estar dentro de ella, para abrazarla. El día anterior ella no había estado preparada y él no la había presionado, no había disfrutado de la íntima y sedosa intimidad de su sexo.
Pero esta noche, las espadas estaban en alto.
Al darse cuenta de que él no iba a darle la toalla y de que se interponía en el camino hacia su ropa, Kata le miró orgullosa, con la barbilla alzada.
—¿Qué quieres ahora? Ya te he dicho cómo me siento y lo que necesito. Si lo que pretendes es impedir que me vaya, no lo conseguirás.
Ah, esa terca vena de Kata que tanto le gustaba. En condiciones normales discutiría con ella hasta que ambos se cansaran, o hasta que decidiera seducirla y la hiciera gritar de placer. Pero esta situación estaba muy lejos de ser normal. Hasta el amanecer, lo más importante era protegerla. Era lo único indispensable. Hunter sólo conocía una manera de conseguirlo… Concederle lo que tanto deseaba.
Algo que le destrozaría el corazón.
No se hacía ilusiones, jamás volvería a ser el mismo. Iba a sentirse tan jodido, miserable y solo como se había sentido su padre durante los últimos quince años, igual que se sentía Logan ahora. Hunter siempre había jurado que haría lo que fuera cuando encontrara a una mujer que lo significara todo para él.
Y, maldita sea, en unas horas no le quedaría más remedio que dejarla marchar.
Cruzó los brazos sobre el pecho para contener el deseo de abrazarla, de perderse en su tentadora piel… y no detenerse jamás.
—Para empezar, si te vas a casa no sólo te expondrás tú misma al peligro, sino también a tu familia. Puede que tú no sepas quien es el gilipollas que te amenaza, pero él te conoce muy bien. ¿No crees que podría atentar también contra todos a los que amas?
Kata alzó la barbilla con terquedad, pero asintió con la cabeza, aunque no quisiera reconocerlo, sabía que él tenía razón. A pesar de ello, Hunter tenía que poner las cartas sobre la mesa y sabía de sobra que la suya era la mano perdedora.
—Quiero proponerte un trato, cielo. Hoy haré todo lo que sea necesario para neutralizar la amenaza que pesa sobre ti. Mañana serás libre en todos los aspectos. —Apretó los puños—. Incluso firmaré los putos papeles del divorcio.
En cuanto escupió esas palabras, quiso poder borrarlas. Para él, ella lo era todo… Lo había sido desde el momento en que la vio por primera vez. Deseó poder conseguir que lo entendiera pero, a menos que también le amara, que aceptara sus necesidades y las de ella, estaban condenados.
La sorpresa fue evidente en la expresión de Kata, junto con algo de… ¿pena, tal vez? ¿O quizá sólo estaba viendo reflejados sus propios deseos?
Ella suavizó el gesto.
—G-gracias por ser, finalmente, un poco razonable.
¿Razonable? Dentro de cinco segundos no pensaría así.
—Pero sólo lo haré si pasas esta noche conmigo.