—¿Demanda de divorcio? —La explosión de su voz reverberó en las paredes como un trueno. Hunter aplastó los documentos en la mano. Tragó saliva y pareció echar fuego por la nariz. Kata se sobresaltó.
—N-no creo que pueda soportar esto ni cinco minutos más. No podemos seguir así toda la vida.
—¿No estás dispuesta a intentarlo? —Hunter se apretó contra ella, mirándola fijamente—. Jamás… ocurrirá —dijo lentamente, como si cada palabra fuera un voto—. Vamos a resolverlo, Kata. No cometeré el mismo error que mi padre, no pienso quedarme de brazos cruzados mientras mi mujer se larga.
Ella se quedó paralizada. La declaración de Hunter explicaba muchas cosas. Él intentaba contener las emociones, pero su expresión estaba llena de tristeza y furia. A Kata le palpitó el corazón cuando sus miradas se encontraron y vio en sus ojos un sinfín de preguntas.
—El año que me gradué, mi madre le llevó a mi padre los documentos de divorcio para poder largarse con su amante. Él no hizo nada para impedirlo.
La falta de respuesta por parte de su padre había molestado a Hunter profundamente, era evidente.
—Quizá ya no la amaba.
La risa de Hunter fue fea y siniestra.
—Se habría cortado las venas para conseguir que volviera. Yo no pienso cometer ese error, Kata. Lucharé por retenerte a mi lado hasta que deje de respirar.
Por eso se había negado Hunter a hablar de su madre en Las Vegas. Ahora cada línea de su rostro estaba cargada de determinación y dolor. Kata tuvo que luchar contra el deseo de rodearle con los brazos y consolarle.
Ahora entendía por qué verla en el regazo de Ben había supuesto una ofensa para él. Hunter ya era de por sí posesivo y protector, pero si a eso se añadía que su madre se había fugado con su amante… Cierto es que cuando le había plantado la demanda de divorcio ante las narices, desconocía el dolor que había sufrido en su pasado. Ella, mejor que nadie, entendía las emociones que los asuntos paternos podían provocar en uno. Estaba claro que aquello era algo que tenían en común. Lo lamentó por él.
Pero eso no quería decir que fuera a quedarse.
Hunter dejó caer la cabeza con los hombros tensos.
—Ninguno de nosotros la volvió a ver. Murió un año después.
Kata contuvo la respiración. ¿No sólo les había abandonado, sino que había muerto? Otro golpe terrible para un joven que todavía se recuperaba del divorcio de sus padres.
—¿Cómo fue?
—Un ladrón entró a robar en su apartamento y la estranguló. Vivía sola y no tenía a nadie que la protegiera. El crimen sigue sin resolver.
Tampoco era de extrañar que Hunter tomara tan en serio la amenaza contra su esposa. Sabía de primera mano lo que podía ocurrir.
—Lamento que tu madre muriera de esa manera. Mi padre lo hizo de un repentino ataque cardíaco cuando tenía diez años, así que sé lo que sentiste al perderla. Tu familia y tú tuvisteis que pasarlo muy mal. —Le acarició la mano—. Hunter, yo no soy ella. No puedo reemplazarla. Y tú no eres tu padre. Estarás bien aunque yo me vaya. Nuestro matrimonio fue un impulso, apenas notarás que no estoy.
Aunque Kata se temía que Hunter la había marcado a fuego para siempre. Incluso así, no podía quedarse e intentar que funcionara lo que había entre ellos por el dolor que acarrearía más tarde.
—Chorrad…
—No intentes convencerme. Lo único que conseguiremos es resultar heridos los dos. Hunter cogió los documentos. —¿Esto tiene algo que ver con Ben?
¿Por qué él no se daba cuenta de que ese matrimonio apresurado no podía ser permanente? Ella no podía estar con alguien que era capaz de hacerla entregarse de aquella manera tan exigente. Hunter sólo se aferraba a ella porque no quería tener que sufrir como su padre. No era racional… Pero tenía que ser sincera con él.
—No, no tiene nada que ver con él. Ni con otro. Me quiero alejar de ti para recuperar mi vida.
Hunter tragó saliva otra vez y apretó los puños a los costados. A pesar de la furia y de lo orgulloso que era, su vulnerabilidad era inconfundible. Que ella quisiera el divorcio le estaba destrozando. Y si bien sabía que era la elección adecuada, la culpa y la angustia le provocaban una opresión en el pecho.
—Esto no tiene sentido. Huyes porque te has sometido a mí tan completamente que te asusta. No permitiré que escapes de lo nuestro. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. No firmaré los papeles a menos que esté convencido de que no sientes nada por mí.
Kata se sintió frustrada y se le llenaron los ojos de lágrimas de impotencia.
—No puedes negarte a dejarme ir. Si lo hicieras no serías mejor que Gordon.
Él la miró fijamente.
—¿De verdad piensas que alguna vez te degradaría hasta hacerte perder la autoestima?
Ya habían cruzado ese puente.
—No.
—¿Qué te impediría ir al médico cuando es evidente que estás enferma?
—Sé que no harías eso —admitió ella con suavidad—. Te estás esforzando mucho para mantenerme viva.
—¿Crees que te haría dejar el trabajo, que te alejaría de tus amigos para que te volvieras totalmente dependiente de mí?
Kata le lanzó una mirada furiosa entre las espesas pestañas negras.
—No. Mi preocupación es que para satisfacerte a ti yo sea capaz de dejar que me hagas lo que desees en la cama… Y, finalmente, en todos los demás aspectos de mi vida. No podría respetarme a mí misma. Por favor, firma los documentos.
«Jamás».
Al disciplinarla por no confiar en él, al intentar acercarla más, la había sometido demasiado rápido y con demasiada intensidad. La había asustado. Había sido un error.
Conociendo la dinámica de la familia de Kata y cómo le afectaba a ella, Hunter había especulado con que eso podría llegar a ocurrir. Pero se había dejado llevar por los sentimientos y la falta de sueño. Ahora tendría que tragarse todas las destructivas emociones que conllevaba pensar en su madre y ocuparse de Kata con mucha suavidad. O ella huiría de él.
Respiró hondo varias veces para intentar controlarse. Kata tenía razón en una cosa; cuatro días no era tiempo suficiente para conocer a alguien ni para hacer funcionar un matrimonio. Él ya le había confesado sus sentimientos. Restablecer la confianza que habían alcanzado durante el castigo era primordial. Era vital que le probara que su esencia no cambiaría sin importar lo sumisa que se mostrara con él. Kata tenía que saber que poseía una fuerza indomable y que él no quería que cambiara. Pero nada de lo que existía entre ellos sobreviviría si ella huía del sometimiento que él necesitaba darle… y que ella ansiaba.
Ella había intentado controlar la situación con aquellos documentos que él todavía conservaba arrugados en la mano. Quería volver a enfadarse por no confiar en él, y dudar de que no la presionarla demasiado. Pero sería contraproducente.
Con las manos más temblorosas de lo que le hubiera gustado, Hunter depositó los papeles encima del tocador, luego la cogió por los hombros.
—Cielo, quiero que te sometas, no que seas débil. No quiero asumir el control de tu vida. Tienes tanto poder sobre mí que me aterra. En sólo unos días, los sentimientos que me provocas no han hecho sino crecer. Han arraigado en mi interior profundamente y durarán toda mi vida. —La miró a los ojos—. No creo ni por un minuto que acabes entregándome tu independencia, y tampoco lo quiero. Eres una mujer asombrosa y fuerte. Tienes que saberlo.
—No lo sé, no estoy segura de ello. —Los ojos color avellana de Kata parecían verdes por las lágrimas no derramadas—. Eres demasiado intenso. Demasiado dominante. Con el paso del tiempo me doblegarás, y yo te daré y te daré hasta que un día me despertaré y me encontraré con que ya no me queda nada; igual que le ha ocurrido a mi madre. Puede que no quieras que ocurra, pero me pregunto si, en lo más profundo, no será ésa tu manera de asegurarte que jamás huiré de ti. Y si ocurre, me odiaré a mí misma.
Hunter comprendía sus miedos, pero Kata se equivocaba. El sólo quería amarla.
La certeza de que debía haber conocido a sus padres nada más casarse le golpeó como un puñetazo. Pero con alguien intentando matar a Kata, las cosas no habían seguido un cauce lógico, y lo más importante había sido ponerla a salvo. Tenía que arreglar las cosas.
—¿Cómo puedes pensar que te perderás a ti misma por mi culpa cuando, desde el momento en que te conocí, no has hecho más que luchar por lo que quieres y deseas? Esa actitud franca y esa convicción son una de las razones por las que te amo. Has luchado por tu madre, por ti misma… Incluso por tu placer. Kata, no eres una mujer que deje de saber quién es.
Ella negó enfáticamente con la cabeza.
—Después de esa zurra debería estar furiosa contigo. Debería estar cabreadísima. Pero en lo único que podía pensar era en complacerte.
—La inclinación de una sumisa es complacer a su Amo.
—Genial, entonces te excitarás mientras yo pierdo la vergüenza lentamente.
Él le acarició la mejilla.
—No es algo unilateral. Yo también quiero complacerte. Siempre. Algunas veces incluso tengo que controlarme para darte lo que necesitas y no lo que yo deseo. ¿Acaso no crees que en lugar de zurrarte, hubiera preferido hacer el amor contigo?
—¿Estás diciendo que me has zurrado por mi bien? —Parecía incrédula—. ¿Qué tú no has disfrutado ni un poquito?
—Tal vez un poco —confesó él—, pero lo he hecho por ti. Confiesa, ¿no notaste una sensación de felicidad y tranquilidad? ¿El deseo de entregarte? ¿No te sentiste más cerca de mí?
La expresión aturdida de la joven le dijo a Hunter que ella se preguntaba si él podía leerle la mente.
Se acercó más a ella, enternecido pero excitado por la proximidad del cuerpo desnudo y los exuberantes pechos de Kata.
—Quiero protegerte y amarte, pero no aplastarte. Para mí, ganar tu sumisión es un placer en sí mismo. Si alguna vez te sientes desbordada, usa la palabra segura. Nos detendremos y hablaremos de ello. Cuando regrese al deber activo, iremos más despacio. Pero no necesitas esos documentos, cielo. Necesitas confiar en que sé qué nos conviene a los dos.
Kata se puso rígida entre sus brazos e intentó alejarse, negando con la cabeza.
—Esta noche deseaba complacerte. Eso me asusta. Puede que para ti sea natural, pero es muy duro para mí. —Se atragantó—. Tú necesitas a una chica dulce a la que le guste obedecer y que jamás se aleje de tu lado. No a mí. Firma los papeles.
Ella apretó los labios en una línea mientras sus ojos se volvían a llenar de lágrimas. Hunter se dio cuenta de que a pesar de que Kata consideraba que el divorcio era la solución correcta, alejarse de ella dolía. Aquello le calentó el corazón y endureció su determinación.
—Te necesito a ti. No romperé este matrimonio sin una buena razón. El miedo no lo es. —Le introdujo los dedos en el pelo y tiró de él, haciendo que echara la cabeza hacia atrás y que su boca fuera accesible a la de él—. Voy a ganarme tu confianza, a demostrarte lo bueno que puede ser todo entre nosotros. Puede que tú me lo des todo, cielo, pero yo te devolveré eso y más. El domingo tengo que reincorporarme a mi unidad. Dame hasta entonces.
Ella parpadeó mientras consideraba sus palabras. Hunter recurrió a toda su fuerza de voluntad para no cubrir sus labios con los de él y devorarla. La mente de Kata se revelaba contra la increíble química que había entre ellos, pero cuando él obtenía su rendición, ella dejaba de pensar y comenzaba a sentir. Tenía que llevarla de nuevo a ese estado en el que sólo dominaban las sensaciones y emociones, no el miedo. Él había impuesto su disciplina y, aunque Kata necesitaba más, también necesitaba su ternura.
Inclinó la cabeza y le sujetó el labio inferior entre los dientes, apaciguando a continuación el mordisco con la lengua. Ella contuvo la respiración. Entonces él cubrió dulcemente los labios abiertos con los suyos, conteniendo como pudo el deseo de tumbarla sobre la espalda, separarle los muslos, enterrarse profundamente en su interior y amarla de una manera absoluta para que ella supiera lo mucho que la necesitaba.
Kata tenía un sabor dulce y a Hunter se le aflojaron las rodillas cuanto se sumergió muy despacio en su boca. Durante un breve momento, ella se tensó. Pero él la tranquilizó con una suave caricia en la espalda antes de sujetarle la nuca con mano firme. Ella se dejó aplastar contra él y se aferró a su bíceps.
Hunter se hundió pacientemente en su boca, como si buceara en el agua en busca de un tesoro, cada vez más profundo, hasta que ella se rindió y le dio la bienvenida de manera inconsciente. Sus lenguas se enzarzaron en una larga caricia, en una silenciosa promesa de placer. El suave gemido de Kata fue directo a su miembro.
En cuanto la escuchó, se retiró, rozando suavemente los labios femeninos con los suyos, lamiéndolos durante un instante antes de apartarse. Kata se puso se puntillas e intentó retenerle, rodeándole el cuello con los brazos y aferrando los cortos mechones. En ese momento, le deseaba. Pero él tenía intención de que le implorara. De que no se le volviera a ocurrir huir.
Hunter trazó un camino de besos en su barbilla mientras le deslizaba la mano por el hueco de la espalda, acariciando las caderas, recorriendo el exterior del muslo con la punta del dedo, cada vez más cerca de su culo pero sin llegar a tocarla allí. Repitió el movimiento siguiendo un patrón aleatorio, añadiendo en un momento la presión del pulgar en la pierna, en otro el roce de los nudillos en la curva de la cadera o en la piel sensible y caliente de las nalgas. Y mientras, suspiraba justo detrás de su oreja. Kata gimió de nuevo y se estremeció.
—Esos ruiditos que haces, cielo, me desarman —le susurró al oído.
Ella se contoneó enardecida contra él, frotando los pezones, duros como guijarros, en su torso. Entonces se acercó para deslizar sus caderas contra las de él. Hunter la sujetó, inmovilizándola. ¿Así que esa pequeña bruja trataba de robarle el control friccionando su dulce coño contra su polla? Se lo permitiría… con el tiempo. Pero no hasta que ella estuviera preparada para darle el control completo sobre su cuerpo, de que fuera capaz de ver que eso era lo correcto.
—Durante el vuelo —murmuró—, me pasé horas soñando contigo. Imaginando todas las maneras en que conseguiría que te corrieras.
Ella dejó de respirar. Se arqueó contra él en silencio, suplicándole con su cuerpo. Eso era bueno… pero no suficiente. Quería su mente, su corazón, su alma.
Indagó con la boca en el suave y almizclado perfume que se concentraba en el hueco entre el cuello y el hombro. Mordisqueó la piel sensible y la chupó, excitando todas las terminaciones nerviosas. Luego la lamió, jugando con las sensaciones que provocaba en ella. Al notar que Kata se estremecía, sonrió.
—No puedes.
Por supuesto que podía. Llevó la mano hasta su cintura, acariciándole a su paso las costillas y la detuvo justo debajo de uno de los pechos, pesados e hinchados.
—¿Por qué no puedo, cielo? —Movió el pulgar para rozar apenas la parte inferior del seno; no hizo más movimientos, pues sabía que ella anhelaría más—. ¿Crees que no deberíamos o que no soy capaz?
—Estoy segura de que puedes, pero no es una buena idea. —No le ocultó el temblor de su voz.
—Me encantaría tumbarte en la cama y averiguar cuánto puedo excitarte con mis manos —musitó al oído mientras trazaba etéreos y pequeños círculos sobre su nuca—. Quiero descubrir la presión exacta que debo aplicar a tus preciosos pezones rosados para erizarlos y hacerte suplicar más. Quiero que tu coñito no esté sólo mojado, sino empapado…
Kata aspiró entrecortadamente y se apretó más contra él. Tenía de nuevo los pezones erguidos. Hunter contuvo una sonrisa cuando los notó duros contra su torso. «Perfecto».
La besó en la comisura de la boca. Cuando ella intentó capturar sus labios, Hunter se dedicó a espolvorear suaves besitos por su mandíbula, trazando un lento camino hacia su otra oreja.
—Entonces, quiero introducir mis dedos en tu cuerpo.
—Hunter, para. —El tono fue enérgico, pero la respiración era brusca y jadeante.
Él sonrió antes de alcanzar el lóbulo.
—Cielo, eso sólo será el principio. No puedo esperar a notar la ardiente presión de tu coño. Será un sedoso torno y me muero de ganas por encontrar ese sensible lugar en tu interior, rozarte el clítoris con el pulgar y observar cómo te vuelves loca por mí.
Kata le cogió la cara entre las manos y le obligó a mirarla a los ojos. Las pupilas femeninas brillaban feroces y muy verdes. Un oscuro rubor cubría la tez morena de sus mejillas y tenía los labios rojos e hinchados. Aquella imagen le endurecía la polla, le oprimía el corazón y hacía que no pudiera dejar de presionarla.
—No me hagas esto —suplicó Kata con un ronco gemido.
—¿Quieres que no te diga lo que me muero por hacerte sentir? No quiero callar, cielo.
Ella negó con la cabeza e intentó retroceder.
—Bien sabe Dios que el sexo entre nosotros es bestial, pero tienes que escucharme. No puedo ser lo que quieres. Intentar solucionarlo con sexo sólo lo enturbiará todo aún más.
No, necesitaban el sexo para volver a conectar, para que le pudiera demostrar que no había razón para dejarse llevar por el pánico. Para que Kata se diera cuenta de que no tenía que temer sus anhelos más profundos. Tenía la esperanza de que una vez que atravesara sus defensas, pudiera prolongar la confianza hasta abarcar el resto de los asuntos.
—Quiero tu precioso culo. —Siguió diciendo él como si ella no hubiera hablado, negándose a prestar atención a sus miedos—. Te voy a pasar las manos por él, por esas nalgas enrojecidas por mi zurra. —Le deslizó la punta de los dedos por la espalda hasta llegar a la sensible hendidura entre sus nalgas—. Te aseguro que disfrutarás cuando te folle aquí.
Ella se quedó sin respiración e intentó alejarse, pero Hunter la retuvo con fuerza.
—Nadie te ha penetrado aquí y quiero ser el primero. —«El único»—. Podría correrme con sólo pensar en acercarme a esas dulces nalgas, separarlas e introducir mi pene, goteando de placer, aquí atrás; penetrarte hasta el fondo. Quiero eso, cielo. Quiero ver si te corres con el sexo anal.
Kata bajó la mirada con el ceño fruncido, como si estuviera luchando con fuerza contra el atractivo que suponía su seducción.
Hunter le asió la barbilla y le hizo mirarle a los ojos.
—Nada de huir, ni de esconderte de mí. Mírame. Dame hasta el domingo, Kata.
Una expresión testaruda atravesó la cara de Kata, acompañada de un intenso deseo. Hunter esperó con una paciencia irritante.
Ella suspiró, abrió la boca y la cerró.
Hunter continuó presionando.
—Hasta que sepamos quién intenta matarte y pueda detenerle, conmigo estás a salvo. Quédate. Te protegeré.
—No me han vuelto a amenazar. Quizá se hayan dado por vencidos.
Él también se había dado cuenta de ese hecho, pero su instinto le decía que la amenaza no había cesado.
—Creo que se trata más bien de que quien te persigue está esperando a que bajemos la guardia.
Kata vaciló.
—Bueno. Hasta el domingo, pero tienes que tener en cuenta lo que he dicho y darme espacio.
Eso era lo último que Kata necesitaba. Pero por lo menos le daba tiempo. Si llegaba a confiar en él, le daría a cambio algo maravilloso.
—Lo intentaré. —Le acarició la barbilla y le sostuvo la mirada—. Pero tienes que confiar en mí.
Ella le miró con solemnidad y él esperó con todas sus ansias que aceptara sus palabras. Por fin, ella asintió con la cabeza.
Suspirando de alivio, Hunter le colocó la mano en la cadera y la acercó.
—¿Por dónde íbamos? —musitó contra sus labios—. Oh, sí… Después de encontrar todas las maneras de excitarte con mis manos, empezaré a hacer lo mismo con mi boca. ¿Sabías que tengo una enorme fijación oral? Siempre voy a estar saboreando una parte de ti. Tus labios… —Le besó lentamente la boca antes de inclinarse hacia su oído y susurrar—. Tu cuello… —Otro leve roce en la sedosa piel de la garganta que la hizo gemir—. Tus pezones…
Hunter le pasó los pulgares sobre las duras cimas y escuchó con emoción que ella se quedaba boquiabierta y se arqueaba hacia él. Puso una mano en la espalda y con la otra sopesó un pecho, atrayendo el pequeño brote hacia su boca.
«¡Dios, sí!». Le encantó sentir la dura punta en la lengua antes de rodear la carne excitada con los labios y morderla suavemente. Kata gimió y frotó las caderas no sólo contra él, sino por él; contoneándose, retorciéndose, suplicando más en silencio.
No era suficiente… para lo que quería.
Con la pasión fluyendo en sus venas como lava ardiente, chupó con fruición un pezón mientras trabajaba el otro entre el pulgar y el índice. Al día siguiente estarían doloridos, ahora ella no sentía más que una creciente excitación. Kata le sujetó la cabeza con firmeza y le clavó los dedos en el cuero cabelludo. Aquel pequeño dolor excitó a Hunter todavía más.
Se alejó un poco y estudió su trabajo. Un pezón hermoso. Rojo, duro, hinchado. Se inclinó hacia el otro y le dio el mismo tratamiento, masajeando mientras el primero con firmeza. Pronto ambas cimas estuvieron igual de oscuras y anhelantes.
Entonces, Hunter le rodeó la cintura con las manos y se dejó caer de rodillas ante ella, trazando círculos en el vientre de la joven con la lengua antes de zambullirse en su ombligo.
Él se abrazó a sus caderas y se inclinó un poco más, satisfecho cuando ella comenzó a gemir. Puede que Kata no supiera por qué, que su mente no estuviera de acuerdo, pero le deseaba.
Comenzó a mover la mano sobre su estómago, su vientre, avanzando lentamente hacia su sexo. Entonces se sentó sobre los pies y la estudió. Tenía la piel de gallina. Le buscaba con involuntarios movimientos de caderas y estaba todavía más mojada. Hunter sonrió.
Le rodeó los muslos con los dedos, poniendo los pulgares en la parte más baja del vientre, y comenzó un tortuoso descenso. Hacia abajo, cada vez más abajo, hacia su mismo centro. Kata respiró hondo y soltó el aire. Él sólo sintió que tenía que tocarla. La escuchó emitir un gemido que endureció su miembro todavía más, poniendo a prueba su voluntad. Pero se mantuvo firme.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente rozó el clítoris con el pulgar. Estaba duro, hinchado, y asomaba enrojecido de su capuchón.
Ella dejó de respirar y, metiéndole los dedos entre los cabellos, le apretó contra su cuerpo.
—Hunter…
Él se inclinó hacia su clítoris, golpeando el sensible brote con su cálido aliento.
—Y aquí. También aquí voy a querer tener mi boca todo el tiempo.
—Hazlo ahora —le exigió ella con voz aguda.
—¿Te gustaría?
Hunter sintió que ella asentía con la cabeza llena de énfasis.
—No soporto el dolor. ¿Cómo demonios consigues que te desee de esta manera?
Él volvió a pasar el pulgar sobre el resbaladizo clítoris, un simple aleteo y luego nada.
—Nunca es demasiado, cielo. ¿Quieres correrte?
—Síiiii —gimió ella—. Por favor.
«Oh, una súplica educada. Menudo progreso».
—Pronto. Antes necesito algo de ti. —Y sólo para asegurarse su colaboración, hizo rodar el pulgar sobre el ansioso brote una vez más muy despacio.
—Lo que sea —jadeó ella.
Ésas eran unas palabras tan hermosas como peligrosas.
—Buena chica. Esto funciona en los dos sentidos. Yo también haría lo que fuera por ti.
Hunter se levantó y sonrió, cubrió de nuevo su boca con la de él y se sumergieron en un beso dulce como la miel y lento como la melaza. Kata se retorció, gimió, se agarró a sus hombros; cada movimiento tenía un toque de desesperación.
—Ven conmigo. —La cogió de la mano y la llevó hasta la mesa acolchada de la salita, por dos razones. La primera era que quería estar tan lejos de los jodidos papeles del divorcio como pudiera. La segunda, que lo que necesitaba hacerle sería más fácil allí.
Una vez que llegaron hasta la mesita baja, le ordenó que se tumbara boca abajo sobre la superficie. Cuando el frío cuero entró en contacto con su piel, Kata se puso tensa. Cuando le miró por encima del hombro, el pánico oscurecía su mirada color avellana. Hunter no podía dejar que su mente tomara el control.
La aplastó contra el mueble con una mano en la espalda y le acarició suavemente las nalgas con la otra, para seguir deslizándola entre sus piernas hasta su sexo, donde jugueteó con el clítoris lo suficiente como para que cualquier pensamiento desapareciera de su cabeza.
—Me encanta acariciarte aquí, estás empapada. —Rodeó el manojo de nervios endurecido con la punta del dedo—. Me pregunto cuánto tiempo podría mantenerte al borde del orgasmo. ¿Dos minutos? ¿Diez? ¿Una hora?
—¡Maldita sea, no! ¡No me presiones así!
Hunter presionó un botón bajo el tablero y transformó la mesita negra en una mucho más funcional, con unas anillas a ambos lados. Rebuscó en el cajón inferior y sacó dos pares de esposas. En menos de diez segundos, Kata tenía las dos muñecas amarradas a las anillas de la mesa.
—Déjame complacerte —dijo él con firmeza. Ella tiró de las muñecas, con el cuerpo todavía más tenso de ansiedad.
—¿Qué vas a hacer?
—Quieres alcanzar el orgasmo…
Kata le miró furiosa por encima del hombro y el pelo se sacudió sobre su espalda. ¿Y?
—Pero todavía no lo ansias.
—No me atormentes. —Kata se retorció en vano—. ¡Maldita sea, suéltame!
No hasta que le hubiera dado más de lo que necesitaba. A menos que ella utilizara la palabra segura, él seguiría presionándola. Cualquier otra cosa que ella dijera serían palabras que se llevaría el viento.
Metió de nuevo la mano en el cajón y sacó un tubo de lubricante. Y, bendito fuera Jack, encontró también un vibrador doble nuevecito, todavía en su caja. Perfecto para lo que él necesitaba.
Lo cogió y se levantó.
—Ahora vuelvo.
Se dirigió a la cocina, donde desenvolvió el juguete, lo lavó y le puso las pilas, que también había encontrado en el cajón. De regreso a la mesa, se sentó en ella y colocó a Kata sobre su regazo sin soltarle las esposas y comenzó a lubricar el juguete y los dedos.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Había un atisbo de miedo en su voz.
—Tú estás bien, así que quiero que pruebes unas… experiencias nuevas. —Movió un dedo en la hendidura entre las nalgas y presionó en busca del pequeño frunce que él sabía que nadie más había tocado.
—¡Para!
—¿Te duele? —Hunter sabía que no le estaba haciendo daño, apenas ejercía presión con el dedo.
—N-no… pero…
—Entonces no hables a menos que te pregunte o que desees usar la palabra segura. ¿Entendido? Si lo haces así, no te tocaré más. Tú eliges.
Kata se mantuvo en silencio durante tanto tiempo que Hunter llegó a pensar que tendría que llevar a cabo su amenaza.
—Sí, Señor —susurró ella finalmente. Hunter sintió un profundo alivio.
Lentamente, presionó el dedo en el interior de la apretada entrada. Ella se opuso con fuerza, pero con un pequeño impulso, traspasó el anillo de músculos y penetró. Ella contuvo la respiración. Cuando intentó mirarle por encima del hombro, Hunter le puso la mano libre entre los omóplatos, inclinándola sobre la mesa. Ella tenía que confiar en su unión, no en sus sentidos. Kata se resistió durante un momento, luego se rindió.
Sacó el dedo y lo deslizó por el estrecho anillo otra vez, esparciendo más lubricante, luego presionó con dos. Ella tensó las nalgas y él le acarició la cadera con ternura.
—Relájate.
—No es muy agradable. —Pero se aflojó lentamente.
Sí, para él tampoco lo era. Kata era ardiente como el infierno, le quemaba los dedos. La presión era abrasadora y apremiante… Santo Dios, cuando introdujera allí la polla no sólo sería increíble, eran muchas las mujeres que decían que ser penetradas analmente por un hombre era uno de los actos más sumisos posibles. Sin duda alguna, sería una experiencia íntima y dominante también para él… Justo lo que deseaba con Kata.
Separó los dedos en su interior.
—Cielo, esto es para que te resulte más fácil tomarme llegado el momento.
Hunter siguió moviendo los dedos en el estrecho conducto, de un lado a otro, dentro y fuera, masajeándola y tentándola cada vez que la veía apretar los puños. No tardó mucho en arrancarle un trémulo suspiro y en ver cómo se aferraba a los bordes de la mesa con todos los músculos de los hombros y los brazos en tensión. Tenía la respiración entrecortada y la piel ruborizada. De su sexo manaban cada vez más fluidos. Estaba condenadamente excitada.
—¿Necesitas correrte, cielo? Por ahora no tienes permiso.
Sabía que la estaba volviendo loca.
Entonces retiró los dedos y cogió el vibrador para colocar el estimulador anal contra su entrada.
—Impúlsate hacia mí.
—¿Qué estás…? ¡Oh!
Hunter presionó el flexible juguete hasta que traspasó el apretado anillo. Ella siseó al notar que el vibrador comenzaba a resultar más ancho. Él se detuvo. No quería hacerle daño, sino que disfrutara de cada centímetro.
—Oh… ¡Dios mío! —Kata se quedó sin aliento—. Yo… me quema… —jadeó, y él esperó pacientemente a que las sensaciones fueran aminorando en intensidad y ella aceptara el juguete en su interior.
—No tienes permiso para hablar. —Continuó insertando el vibrador muy lentamente.
—Pero Hunter…
La acalló dándole un azote en el muslo.
—¿Cómo tienes que dirigirte a mí?
—Señor, lo sé, pero…
—Di la palabra segura o cierra la boca. —Sabía que ella aprendería tarde o temprano.
En silencio, introdujo el juguete completamente en su culo, dejando la base a ras de las nalgas. Santo Dios, era una imagen preciosa; su trasero, todavía sonrojado por la zurra; la apretada entrada virgen, estirada por completo; la terca sumisión, casi lista para aceptarle.
Encerró en la palma de la mano la corona de la erección y comenzó a friccionarla suavemente.
—Kata, gira la cabeza. Mírame. Así, buena chica. Ahora quiero que seas sincera conmigo. ¿Estás bien?
—Me quema.
—Lo sé. —Pero él notaba por la manera en que hablaba que se callaba algo—. ¿Y?
Kata contoneó el trasero, moviendo el vibrador en su interior. La vio mordisquearse el labio inferior.
—Me duele.
Así que le gustaba la penetración anal. Algunas mujeres no soportaban la sensación. Personalmente, le encantaba el poder y la intimidad de tomar a una mujer por ese conducto prohibido. Era un alivio que a Kata también le gustara.
—Pronto nos encargaremos de eso. —La sujetó por los muslos para que no pudiera escabullirse—. Antes, hablaremos.
Una fina capa de sudor cubría todo el cuerpo de Kata. Su piel brillaba cuando le miró con una expresión suplicante.
—Pero…
—Me haces daño, Kata. No me puedes arrojar a la cara algo como un divorcio sin haber hablado antes conmigo, ni haber intentado resolverlo.
—No sabía lo de tu madre. —Hunter observó que ella apretaba los dientes ante el incremento del placer—. Esos documentos me los dio mi hermana, que es abogada.
Saber que no fue ella quien pensó en el divorcio era todo un consuelo. Un hecho que le llenó de esperanza.
—¿Y?
—No estaba segura de si firmarlos o no. Y cuando me abrumaste por completo…
—¿Crees que ésa es una buena razón para destruir lo que tenemos? —Dios, ¿le temblaba la voz? Frunció el ceño—. Jamás te castigaré por los sentimientos que tengas. Son auténticos y sinceros. Sin embargo, lo haré por no hablar conmigo. Hagamos lo que hagamos en el dormitorio, el matrimonio es una sociedad. Y esa decisión la tomaste sola.
Kata no dijo nada por el momento. Luego le miró a los ojos.
—Eres un cavernícola y no me quieres escuchar. Puede que seas el hombre perfecto para alguna sumisa…
—Soy el hombre perfecto para ti. Si necesitas hablar conmigo de algo que sientas o de algo que hayamos hecho, estoy dispuesto a ello. Quiero que te comuniques conmigo, no el divorcio. Te amo. Tú también sientes algo por mí. Y eso te asusta, así que intentas huir. Pero las cosas no funcionan así. Somos una pareja y resolveremos las cosas. —Vaciló—. Tienes un castigo pendiente.
Ella se quedó boquiabierta.
—Oye, tú estás decidiendo por tu cuenta que debes castigarme. Eso no es una decisión consensuada.
—Ahí es donde entra nuestra relación como Amo y sumisa. Para que sea un éxito, tienes que comunicarte conmigo. Desde luego, eso aún no lo has hecho, y es mi trabajo ayudarte.
—Chorradas.
—¿Estás usando tu palabra segura?
—Ya estamos otra vez con eso. Eres un capullo.
Él la miró con una ceja arqueada.
—Me parece que no. Quieta.
—Pero el vibrador…
—Está donde debe estar.
Lentamente, Hunter hizo girar el juguete hasta alinear el estimulador para el punto G con la anegada entrada de su sexo. Cuando ella contuvo el aliento, él sonrió y se lo insertó. Genial, ahora era perfecto. Entonces ajustó el interruptor al mínimo y deslizó la otra mano entre sus piernas, hasta alcanzar el clítoris.
—¡Oh, Dios mío! —gritó ella. Más fluidos brotaron encima de su palma. Ella gimió otra vez cuando Hunter rodeó con el dedo el necesitado botón. Kata se restregó contra la mano en busca de alivio. Pero él se retiró e incrementó la vibración.
Kata se estremeció de los pies a la cabeza. Cuando él tocó de nuevo el clítoris deslizó a la vez la otra mano sobre sus nalgas, de un hermoso color rosado por la zurra anterior. Ella giró frenéticamente las caderas en busca de un alivio que no parecía que fuera a encontrar en breve.
Hunter incrementó todavía más la vibración. Ella apretó los puños y gimoteó, retorciéndose. Tenía el clítoris hinchado, duro como una piedra. Estaba tan cerca de alcanzar el éxtasis que él contenía el aliento con ella.
—¡Es demasiado! Maldita sea. Por favor…
—¿Por favor qué? ¿Quieres correrte?
El cuerpo de Kata corcoveó otra vez en su regazo cuando ella buscó alivio inútilmente. Se correría cuando él decidiera, y no porque ella se había contoneado para ello. De ninguna manera recompensaría su comportamiento de los últimos días.
—Sabes que sí —sollozó—. Tócame. Fóllame. Haz que me corra.
Le acarició de nuevo el trasero con toda la paciencia del mundo.
—Cielo, ¿estás ordenando o suplicando?
—Suplicando… —Kata clavó las uñas en el cuero acolchado mientras continuaba retorciéndose—. Te prometo que no volveré a sentarme en el regazo de Ben. No me escaparé de tu protección. Por favor.
—¿En el futuro hablarás conmigo de lo que sientes en vez de sorprenderme con cosas tan ofensivas como una demanda de divorcio?
—Te lo juro…
Kata era muchas cosas; impetuosa y terca; vulnerable y sexy a más no poder. Sí, poseía una lengua viperina; pero no era una mentirosa. Hunter sonrió.
—Buena chica. —Le acarició suavemente los negros mechones sedosos que se extendían sobre la espalda y continuó trazando la línea suave de la columna. Cuando le dio un ligero golpe en el trasero, Kata tembló. Entonces se deslizó de debajo de ella y se puso en pie.
—¿Hunter?
Él no respondió. Se colocó detrás de ella y retiró cuidadosamente el juguete, ignorando la protesta de Kata, y lo dejó a un lado.
—Quiero que te arrodilles con el culo en pompa, cielo.
Kata vaciló, jadeando, con el cuerpo excitado impulsándola a obedecer la orden. Pero finalmente accedió, se puso de rodillas y alzó los deliciosos globos gemelos de su trasero rosado hacia él.
—Además de imaginar todas las maneras en que podría llevarte al orgasmo con mis manos y mi boca… —Dio un paso hacia la mesa y le sujetó las caderas con las manos—, también pensé en todas formas de conseguir que te corrieras usando mi polla, una y otra vez. Empezando por ésta.