Capítulo 13

Una presencia tangible arrancó a Kata de su profundo y confuso sueño. ¿Había vuelto el médico? Abrió los ojos y se encontró en el regazo de Ben; frunció el ceño. ¿Cómo había llegado allí? Negó con la cabeza y se levantó con piernas temblorosas. Se giró… y se quedó sin respiración.

Justo a su lado había una sombra intimidante, una cara inescrutable en la oscuridad que precede al amanecer. Su corazón comenzó a latir desbocado, se quedó boquiabierta, la adrenalina le inundó la sangre. Entonces le reconoció.

—¡Hunter! —Su primer impulso fue lanzarse a sus brazos pero, de repente, notó la tensión en sus hombros y la frialdad en sus ojos, que él desplazó hasta la figura de Ben antes de volver a mirarla a ella con la letal agudeza de un cuchillo. Notó una opresión en el vientre.

Kata miró a su vez a Ben, que se removió inquieto en la silla, antes de volverse hacia Hunter.

—No es lo que parece… Estaba exhausta. Supongo que nos quedamos dormidos. No recuerdo qué pasó. Pero nada…

—Aquí no. —La voz de Hunter restalló como un látigo—. El médico dice que dará el alta a tu madre esta tarde. Entonces la llevaremos a casa y la instalaremos allí. ¿Cuánto tiempo hace que no te duchas o comes algo decente?

Kata se tragó la desilusión. Sabía mejor que nadie que a él le importaba que estuviera durmiendo el regazo de Ben. Estaba demasiado furioso para que no fuera así, pero estaba reservándose para otro momento. Puede que Ben hubiera estado conforme en compartirla con Hunter, pero ni se le ocurría pensar que Hunter estuviera dispuesto a hacer lo mismo.

La advertencia de Jack sobre el castigo inundó su mente. ¿Tenía que añadir haberse quedado dormida en el regazo de Ben a su lista de pecados? ¿La obligaría Hunter a desnudarse, a arrodillarse y a aceptar un montón de ardientes golpes en las nalgas? ¿Qué mujer independiente y digna de respeto querría eso? De acuerdo, los azotes que le había dado en casa de Logan habían sido… agradables, pero ¿quería de verdad que él le zurrara? De eso nada. De ninguna manera.

Y aún así, pensarlo le detenía el corazón y hacía que su sexo se empapara.

Santo Dios, esa relación era confusa y destructiva. Se había quedado dormida mientras intentaba decidir si debía firmar o no los documentos del divorcio y todavía no sabía qué hacer. La manera en que él la había tocado, la forma en que le dijo que la amaba… Deseaba que todo eso fuera cierto, a pesar de lo mucho que la aterraba.

—Kata, ¿cuándo fue la última vez que te duchaste y comiste?

El talante con que repitió la pregunta la puso nerviosa. Toda la calidez, la pasión, el fuego que había mostrado anteriormente, se habían convertido en furia. Una extraña vergüenza la atravesó. Lo que ella había hecho le desagradaba y, por alguna extraña razón, le molestaba provocar esa reacción en él. Mucho.

Saberlo no le gustó nada.

—Hola a ti también. —Puso las manos en las caderas—. Me alegra ver que todavía estás de una pieza. Gracias por contármelo todo sobre tu viaje. A pesar de que no preguntes, aquí las cosas se han puesto feas, pero me las he arreglado perfectamente.

Él apretó los dientes y suavizó el tono de voz.

—Ya sé lo que ha ocurrido. Tu madre se ha puesto enferma. Tyler me puso al tanto de la situación en cuanto llegué y me alegra que esté recuperándose. Ahora me preocupas más tú. Contesta a mi pregunta, Kata, ¿cuándo?

—El modo en que me miras, tan lleno de furia, hace que no tenga muchas ganas de responder, pero desde hace dos días.

Si antes tenía una expresión furiosa, ahora era algo superlativo.

—¡Maldición!

Ben gimió, se estiró y abrió los ojos sin levantarse de la silla. Se quedó paralizado al ver a Hunter.

—Ah, ya has vuelto.

Ben ni siquiera se molestó en aparentar que eso no le gustaba. Hunter asintió una vez con la cabeza y cogió la mano de Kata.

—A partir de ahora yo me encargaré de mi mujer. Y me aseguraré de que come bien.

Ben se puso en pie, situándose justo a la espalda de Kata y echando más leña al fuego al pasarle el brazo por la cintura.

—¡Vete al carajo! Intenté que comiera algo. He sido yo quien estado con ella durante las últimas treinta horas mientras tú estabas por ahí jugando a los soldaditos. Y, de hecho, he sido yo quien ha estado con ella durante los últimos dos años. Seguiré siéndole leal, cueste lo que cueste, y ella lo sabe. Es decisión de Kata elegir quién quiere que… la ayude.

«Que la ayudara», eso era claramente un eufemismo para algo mucho más significativo. Kata miró boquiabierta a Ben por encima del hombro. Sólo habían sido amigos con derecho a roce, ¿estaba reclamando en serio algún tipo de relación más profunda?

—¿Ben? —Le lanzó una mirada inquisitiva, con la tensión anudándole las entrañas.

El brazo que le rodeaba la cintura se endureció.

—Supongo que no me di cuenta de lo importante que eras para mí hasta que te fuiste con él. Pero lo eres, y quiero que sepas que estoy aquí.

Kata también estaba ahí, pero para ella Ben sólo era un amigo. No sabía si era porque ahora había madurado más que él o si era por culpa de Hunter, pero sí sabía que lo que había habido entre ellos había terminado.

—Suéltala. —Hunter arrancó a Kata de los brazos de Ben y la apretó contra su costado. El anillo de boda de la joven destelló bajo la pálida luz blanca del hospital que se filtraba desde el pasillo—. Yo me ocupo de lo mío.

—Eres un bastardo —gruñó Ben.

La testosterona que flotaba en la estancia era tan espesa que Kata pensó que se atragantaría. Se alejó de los dos.

—Eso ya lo sabías cuando me invitaste a Las Vegas. —Hunter sonrió con frialdad.

Ben cerró los puños con fuerza y la miró con una expresión de súplica. Kata se sintió culpable. Sí, había sido ella quien le llamó, pero no con esa intención. Sin duda, deberían aclarar las cosas.

Se dio la vuelta y le abrazó con cariño.

—Gracias por todo. No lo habría conseguido sin tu ayuda, pero ahora estoy bien. Descansa. Ya te llamaré.

Ben cerró los ojos. A pesar de que ella le había rechazado suavemente, tenía una expresión de dolor. Se apartó bruscamente.

—Te aseguro que vives en jupilandia si crees que este gilipollas dominador dejará que me vuelvas a llamar.

Le hizo una última caricia en el hombro antes de salir de la estancia.

¿Tendría razón Ben? ¿Sería cierto que Hunter le prohibiría llamar a un hombre que había sido su amigo más íntimo durante dos años? Kata no lo permitiría.

—A tu madre no le darán el alta hasta por lo menos la una, aún faltan siete horas. Está fuera de peligro y tú no te has alejado de ella en todo este tiempo. Necesitas descansar y comer algo. Y tenemos que hablar. Tyler se quedará aquí y nos llamará si surge algo. —Hunter tiró de su mano—. Vamos.

Kata clavó los pies en el suelo.

—No puedo ir a ningún sitio. Si mamá despierta, necesitará que me encargue de ella.

Hunter entrecerró sus fríos ojos.

—Está en un hospital lleno de profesionales. No puedes hacerte cargo de alguien cuando tú misma estás a punto de desmoronarte. Si no quieres cuidarte, yo lo haré por ti. No creas que no soy capaz de sacarte de aquí en brazos.

Kata sabía que lo haría. Una parte de ella estaba encantada, la otra quería pegarle. ¿Cómo pretendía que se fuera cuando su madre la necesitaba?

—Si es así como vas a ocuparte de mí, me siento acosada.

Él se acercó, inundando sus sentidos, y clavó los ojos en sus pechos, acariciándolos con la mirada.

—Pero eso te gusta.

«¡Mierda!». Kata se dio cuenta de que sus pezones, duros y apretados, se marcaban contra la camiseta. Sólo llevaba unos minutos en su presencia y ésas eran las consecuencias. Se sentía excitada, jadeante. ¿Y sus bragas? Mejor no pensar en lo mojadas que estaban.

—Ni siquiera alcanzas a imaginar todas las maneras en que me voy a ocupar de ti. Ven conmigo. Ahora. —Cada palabra que él decía con aquel tono ronco, con aquella voz humeante y acerada, hablaba de esa controladora demanda que ella conocía muy bien.

Sabía que debía callarse, pero no se resignaba a ceder sin más.

—¿Y si no voy?

Él le apretó la mano con más fuerza y se acercó un paso, rozándole los pezones con el torso.

—¿De verdad deseas que el castigo que te espera sea todavía mayor?

A Kata se le aceleró el pulso. Una repentina llamarada impactó en sus pezones. Nuevos fluidos anegaron su sexo. Apretó los muslos, pero sólo consiguió que el dolor se intensificara. ¡Maldito fuera Hunter! Sus caricias podían convertirse en una adicción con mucha facilidad. De hecho, ya sentía demasiada necesidad.

Levantó la vista y sus ojos se encontraron. Hunter estaba tan furioso que el azul de sus pupilas se había transformado en gris. Una ojeada más abajo reveló a Kata una erección que hizo que su cuerpo vibrara de anhelo. Pero cuando volvió a mirarle a la cara, observó que él parecía tan cansado como ella y tenía los labios apretados. Aquel desafío le afectaba mucho.

Kata le puso la mano en el hombro.

—¿Y cuándo fue la última vez que tú dormiste y comiste bien? Él se quedó inmóvil, aparentemente desarmado por la pregunta. Parte de la tensión se evaporó y le vio suspirar.

—Hace días.

Lo que explicaba que se mostrara especialmente brusco. Encontrarse con Ben en el hospital no había ayudado demasiado.

—Vale. Entonces vamos. ¿Estaremos de vuelta a tiempo de ayudar a mi madre?

—Por supuesto. Kata, no sé cómo explicártelo, siempre me ocuparé de ti. Eso incluye a la familia que tanto quieres.

La mejor respuesta. ¿Cómo podía no derretirse ante él cuando le decía cosas como ésas? ¿Cómo iba a pensar que no le importaba? Bien sabía Dios que Gordon jamás había pensado en nadie salvo en sí mismo. Después de escuchar las palabras de Hunter, le parecía injusto comparar a los dos hombres.

—Gracias. Cuando la llevemos a casa, tendré que quedarme con ella mientras se recupera…

Hunter comenzó a negar con la cabeza antes de que ella terminara de hablar.

—Hasta que no sepamos quién quiere matarte, tendrás que estar en un lugar seguro. No puedes quedarte en casa de tu madre. Sería muy fácil dar contigo. Quienquiera que te persiga es capaz de apostar un francotirador para matarte. ¿Quieres que tu familia corra peligro?

Kata no tenía ganas de bravuconadas, ni quería poner a su madre en peligro. Si lo pensaba bien, ni siquiera debería estar en el hospital con ella.

—No. Tienes razón, pero ¿qué pasa con los cuidados que debe recibir mi madre? Gordon no se ocupará de ella. Se ha puesto tan enferma porque a él no le importa lo suficiente como para preocuparse de su bienestar, y mi hermana…

—Shhh… —Le apretó un dedo contra los labios, haciéndola estremecer de pies a cabeza—. Me parece admirable que quieras ocuparte de tu madre, pero hay maneras de conseguirlo sin que corras peligro. Confía en mí.

Kata recordó las palabras de Jack. No había confiado en Tyler, el guardaespaldas que Hunter le había buscado; algo que Hunter interpretaría como falta de confianza en él. Jamás lo había visto de ese modo, pero la explicación de Jack hacía que aquella lógica fuera obvia. Hunter podía ser terco y dominante, pero también era capaz e ingenioso. Ella estaba demasiado exhausta, después de la tensión sufrida durante todos esos días, y tener la seguridad de que podía contar con su ayuda era al mismo tiempo un alivio y un trago difícil de pasar.

—¿Qué has pensado? Gordon no permitirá que otro hombre entre en su casa. —Que Hunter enviara a uno de sus amigos quedaba, por tanto, fuera de toda discusión.

—Todo a su debido tiempo. Déjame realizar unas llamadas. No haré nada que complique la situación de tu madre.

Kata le acarició el bíceps, reparando distraídamente en que no podía abarcarlo con la mano. Hunter era sólido como una roca.

—Gracias.

Deseó que la besara, pero no lo hizo.

En lugar de ello, él dio un paso atrás, todavía agitado. Kata suspiró, se adentró en las sombras que se cernían sobre la cama y apretó los labios contra la pálida mejilla de su madre para, después, seguir a Hunter al exterior mientras las primeras luces del amanecer inundaban el cielo con una amalgama de tonos anaranjados y dorados.

Sin decir palabra, él la ayudó a subir a un Jeep negro que no conocía. Hunter se sentó tras el volante y abandonó el aparcamiento antes de sacar el móvil. Un par de llamadas más tarde, había conseguido un lugar para ellos, cortesía de Jack, y una chica responsable, amiga de Kimber, que trabajaba por horas y que cuidaría a su madre hasta que se recuperara.

Se sintió tan agradecida que se avergonzó de haber recurrido a Ben en ausencia de Hunter.

—Gracias.

—De nada.

—Una enfermera no resultará barata. Tengo que saber lo que va a costar para…

—Yo me encargaré de todo. —Su tono le advertía de que no volviera a mencionar el asunto.

Parecía que había ofendido su dignidad masculina. ¿Pensaría que ella había insinuado que él no podría pagarle? Kata se estremeció. ¡Qué hombre más terco…! Incluso aunque en el fondo le parecerá muy dulce.

Se mantuvieron en silencio durante el resto del trayecto. El tráfico se hizo más intenso y él condujo con suavidad, pero con los hombros tensos. Le vio flexionar los dedos, cerrarlos con fuerza sobre el volante hasta que se le pusieron blancos los nudillos. Observó su perfil: afilado, intenso.

Aquello no era buena señal.

De repente, Hunter entró en un aparcamiento y apagó el motor del Jeep. Se encontraban ante un bloque de oficinas. ¿Qué hacen allí? Antes de que Kata pudiera preguntar, él abrió de golpe la puerta del vehículo y bajó de un salto, cerrando con fuerza.

Rodeó el Jeep mientras la miraba a través del parabrisas, y le abrió la puerta, interponiendo su cuerpo entre ella y la calle.

—Vamos.

Kata no se hizo ilusiones. Dada la agitación de Hunter, sabía que cuando estuvieran a solas en un lugar cerrado le zurraría con dureza y la follaría metódicamente. Ignorando un estremecimiento de anticipación, salió del vehículo. Tenía que hablar con él ahora, antes de que fuera demasiado tarde.

—Lamento haberme escapado de Tyler. Y que me encontraras en el regazo de Ben.

Él miró el aparcamiento con el ceño fruncido de una manera feroz, luego la arrastró con él hacia la brillante puerta negra del edificio.

—Lo discutiremos más tarde.

—Necesito decírtelo ahora. —Le siguió por el asfalto y le puso la mano en medio del pecho ancho y duro—. Porque si no lo hago ahora, estarás cada vez más enfadado y llegarás a pensar cosas que no son ciertas.

Hunter le cogió la muñeca. Sus ojos azules, normalmente llenos de risa o pasión, parecían un gélido paisaje del Ártico. Jamás le había visto tan cerca de perder el control sobre su temperamento. Intentó zafarse de él, pero él se mantuvo firme.

—Te he dicho que hablaremos más tarde. Cuando estemos a cubierto y no ofrezcamos un blanco fácil para el tipo que intenta matarte.

La soltó y le indicó que continuara. Hunter centró la atención en una caja de aluminio a la derecha de la entrada. Pulsó un código y se escuchó un «che». La puerta se abrió.

—Adelante.

Kata vaciló. La mujer independiente que ella era quiso negarse a cumplir esa orden. La parte más lógica sabía, sin embargo, que quedarse fuera del edificio no era una opción inteligente. De alguna manera, lo que prevaleció fue que, como mujer, odiaría decepcionarle.

—Sí, Señor. —Las palabras se le escaparon mientras entraba en el edificio.

Él la recompensó con una caricia en la espalda y ella deseó que la siguiera tocando.

La puerta se cerró tras ellos con un ruido ensordecedor antes de que él se volviera y conectara la alarma.

Cristal tintado, superficies lisas y cromadas, un pasillo sombrío. Un par de sillones de piel, un escritorio vacío.

—Estamos en la oficina de Jack. La usa para reunirse con los clientes. Es un lugar seguro y cómodo. Ven conmigo. —La cogió del brazo.

La condujo hasta otra puerta, cogió una llave-tarjeta de un panel y la introdujo en la ranura. Entraron en un apartamento impersonal. Había una pequeña salita con una mesita de piel y una larga chaise acolchada, una cocina americana, un comedor con una mesa pequeña y una cruz fijada a la pared. Hunter encendió la luz dorada del techo y luego la hizo entrar en un dormitorio amplio y oscuro.

Todas las paredes estaban pintadas de color crema, excepto la del cabecero de la ancha cama, que estaba pintada de un profundo e intenso tono rojo. Un brillante suelo de mármol, dos mesillas de noche de estilo medieval y el cabecero a juego, completaban el espacio. No había ninguna ventana en aquel dormitorio oscuro.

Hunter cerró la puerta a su espalda y luego se volvió hacia ella.

—¿Conocías los sentimientos de Ben hacia ti?

«Bien, ahora que estaban solos, Hunter iba directo al grano».

—N-no, hasta esta mañana. Jamás me insinuó que quisiera ser otra cosa que…

Cuando vio que Hunter se erguía en toda su altura, Kata cerró la boca. Sería mejor no recordarle en ese momento que Ben y ella habían compartido cama. Él apreciaría más la insinuación que una descripción detallada.

—¿Amigos con derecho a roce? —terminó él la frase. Sus celos flotaron en la habitación con la intensidad de las llamas en el infierno.

Kata intentó abordar el asunto con calmada indiferencia.

—Jamás me pareció que quisiera nada más.

—Vamos, Kata. Te organizó una fiesta de cumpleaños en Las Vegas, que supuso muchas horas de preparación y un buen pico, para intentar que se hiciera realidad tu fantasía de participar en un trío. Deberías haberlo imaginado. Y cuando te enteraste de que tu madre estaba mal, él fue la primera persona a la que recurriste, en quien confiaste. ¿Qué quieres que piense? ¿Qué sientes tú por él?

—Si lo que me estás preguntando es si estoy enamorada de él no; no lo estoy. Y no quiero hacer el amor con él. Pero sabía que podía contar con Ben si necesitaba ayuda.

—Sí, porque le importas. Y a ti también te importa él.

—Como amigo. Y los amigos se ayudan entre sí, por eso sabía que me echaría una mano.

Hunter arqueó una ceja.

—Y como es tu amigo… ¿buscas su mano? ¿Sus caricias?

Ya le había dicho que no deseaba acostarse con Ben.

—Maldita sea, deja de tergiversar mis palabras. ¡Estás empezando a cabrearme!

—¿Que tú estás cabreada? Yo he estado las últimas treinta y seis horas paseándome por la selva para cazar a unos traficantes de armas que son más escurridizos que una anguila, y lo único que conseguí fue cansarme y deshidratarme. Una de las cosas que me mantuvo en pie fue saber que me estabas esperando. Desde que me subí a ese avión en Venezuela estoy más duro que una piedra, muriéndome de ganas de follarte. Y, ¿qué me encuentro al regresar? A ti dormida en el regazo de tu amante.

La manera en que lo gruñó, la furia que hervía en sus ojos, todo indicaba que estaba a punto de explotar. ¿Cómo estaría ella si volvía a casa después de unos días agobiantes y se encontraba a otra mujer en el regazo de Hunter? Enfurecida… y muy dolida. Quizá los dos necesitaran contar hasta diez.

Kata suspiró.

—Ya he intentado explicártelo antes. No recuerdo cuándo me quedé dormida. Y tú sabías desde el principio que Ben y yo éramos más que amigos. Pero, te lo juro, ya no somos amantes. He rechazado todas sus insinuaciones sexuales desde que estuve contigo en Las Vegas. Ya no le deseo.

—Entonces, ¿por qué se ha mostrado tan posesivo contigo delante de mí?

—La verdad es que no tengo ni idea.

Hunter apretó los labios en una línea siniestra.

—En realidad ése ni siquiera es el problema. El problema es que confiaste más en Ben que en mí.

Kata se encogió ante el dolor que se traslucía en su voz.

—Tú no estabas aquí. Sé que tuviste que irte y no te culpo, pero mi madre me necesitaba. Apenas conozco a Tyler. Si se negaba a ayudarme con mamá, me quedaría sin recursos y lo sabía. ¿Por qué debía preguntarle al tipo que me mantenía encerrada si me dejaba salir?

—Tyler estaba protegiéndote. Si necesitabas ayuda, tendrías que habérselo dicho, no escaparte por la ventana.

—He tenido… ¿Cuántos? ¿Cuatro días?… para acostumbrarme a que estamos casados. En ellos me han disparado, me he enfrentado a tus exigencias de dominación y mi madre ha estado a las puertas de la muerte. Perdona por no cumplir tus expectativas.

—Esa bocaza que tienes te va a meter en graves problemas, cielo. Deberías haber confiado en que yo me ocuparía de todo.

—¿Igual que tú deberías confiar en mí cuando te digo que haberme quedado dormida en el regazo de Ben no significa nada?

Hunter se puso una mano en la nuca y clavó los ojos en el techo como si pidiera paciencia al Cielo. Respiró hondo y la miró con unos ojos azules gélidos como el hielo.

—Desnúdate.

A ella se le detuvo el corazón. ¿Aquí? ¿Ahora?

—¿Vas a darme una zurra? —Kata recordó la manera en que le había calentado el trasero antes de conseguir que se deshiciera de placer en la casa de su hermano. Pensar que podría hacerlo de nuevo hizo que se estremeciera en una confusa mezcla de miedo y anticipación.

Él no respondió. Su mirada repitió la orden sin palabras, prometiendo más castigos si ella no obedecía.

Hunter y ella ya había jugado a eso antes y Kata había acabado desnuda y suplicando por más. Sería mejor admitir que disfrutaba desnudándose para él y reservar fuerzas para las batallas que se avecinaban.

Con un valor que no sentía, se descalzó y dejó caer el bolso; se quitó la camisa y se deshizo de los pantalones; desabrochó el sujetador y se despojó de las bragas. En el mismo momento en que se quedó desnuda, una horrible sensación de vulnerabilidad, de haber dejado al descubierto incluso el alma, la atravesó.

Al verla, la mirada de Hunter se volvió ardiente. Él cerró los puños a los costados, pero no hizo ningún movimiento para ponerla sobre sus rodillas. Quizá no le esperaba una zurra. La posibilidad de que así fuera le hizo sentir una irracional decepción que impactó como una piedra en su estómago.

—¿Y ahora qué?

Hunter la miró fijamente en silencio, casi cortándola con aquellos ojos penetrantes.

Ella contuvo el miedo y puso los brazos en jarras.

—Si vas a echarme la culpa de algo que no hice y a castigarme por ello, ahórratelo. Me vuelvo con mi madre. —Se inclinó para recoger la ropa.

Hunter pisó las prendas y bloqueó la salida, colocando su cuerpo delgado y musculoso entre ella y la puerta.

—No vas a ningún lado. —Mostraba una expresión de furia y de lujuria inconfundibles—. Ponte de rodillas e inclina la cabeza —ordenó con esa voz baja y escalofriante que la excitaba como nada en el mundo.

Kata notó una opresión en el vientre ante la orden. Se quedó paralizada. Su instinto le gritaba que huyera y la lógica le decía que aquello era estúpido e inútil. Pero lo deseaba con todas sus fuerzas.

Hunter apretó los labios mientras esperaba en medio de un estremecedor silencio. Lentamente, se puso de rodillas y notó la dureza del suelo. Pero no pensaba mostrar debilidad ni tampoco inclinaría la cabeza con arrepentimiento. No había hecho nada malo.

Observó la tentadora erección que estaba a punto de reventar la cremallera de Hunter y alzó la mirada con desafío.

—Te he dicho que lo siento. Admito que debería haber pedido ayuda a Tyler, pero es la única disculpa que obtendrás de mí. Aguántate.

Hunter se movió con tanta rapidez que Kata apenas le vio. Pero sintió que le ponía las fuertes manos en la cintura y la alzaba, dejándola suspendida en el aire. Se agitó con violencia, hasta que notó los sólidos muslos de Hunter bajo el estómago después de que él se sentara en la cama y la colocara sobre su regazo.

Ante el desamparo de su posición, la atravesó una ardiente llamarada. Era evidente que a él también le gustaba aquello. Su erección, aún mayor si cabe, la aguijoneaba, burlándose mientras ella se retorcía para intentar recobrar la libertad.

Hunter la sujetaba con un antebrazo sobre la nuca y otro en la parte posterior de los muslos, inmovilizándola. Se inclinó y le susurró al oído.

—¿Qué crees que conseguirás con ese descaro?

Aunque su sexo latía con vida propia, su boca todavía iba por libre.

—¿Quieres saber la verdad? Pues claramente a ninguna parte. Estás siendo maleducado y arrogante.

—Y tú eres irrespetuosa y obstinada. Y ¿sabes qué pienso? Que me estás provocando a propósito porque crees que me daré por vencido o que me cabrearás tanto que te impondré mi dominación por la fuerza y así no tendrás que someterte. Pero no ocurrirá ninguna de las dos cosas. Usa la palabra de seguridad o acepta tu castigo.

Si fuera lista, diría «Ben» y le exigiría a Hunter que la dejara marchar. Pero aquello no aliviaría el dolor, cada vez más intenso, del deseo insatisfecho.

—¿Y darte la posibilidad de hacerme sentir culpable? ¡Qué te jodan!

—Oh, todo se andará… Prepárate para tu castigo.

El cuerpo de Kata latió ante esas palabras. Se retorció bajo su mano, aunque sabía que él jamás la soltaría, lo que añadía una sinuosa excitación a su deseo. ¿Tendría algún tipo de enfermiza desviación?

—Quiero estar bien seguro. ¿Te niegas a decir la palabra de seguridad?

Ella se tensó.

—No me toques.

Él relajó los brazos lo suficiente como para que ella pudiera mirarle por encima del hombro y viera su lasciva y siniestra sonrisa.

—Sabes que lo haré. Igual que yo sé que dentro de un rato me rogarás que te folle y te correrás como nunca te habías corrido antes. Ya que te niegas a decir la palabra de seguridad, comenzaremos con diez azotes, Kata. Cuéntalos.

Antes de que ella pudiera discutir, Hunter alzó una mano y la dejó caer sobre su trasero con un duro golpe. Ella gritó cuando una explosión de calor estalló en el centro de su nalga izquierda, haciendo que le ardiera la piel. Una conflagración que se propagó con rapidez por el resto del trasero. «¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios!». En sólo unos segundos, su sexo se anegó de fluidos. Ramalazos de deseo la atravesaron mientras intentaba con todas sus fuerzas aguantar el dolor.

—Cuéntalos —insistió él—. O comenzaré de nuevo.

Kata se estremeció de los pies a la cabeza.

—Uno.

—Bien, ¿por qué te estoy castigando?

—¡Porque eres un… un bruto insensible!

—Respuesta incorrecta. —Entonces él volvió a golpear la parte más carnosa del trasero, justo donde la nalga derecha se unía con el muslo, y donde ella sentiría una leve molestia cada vez que caminara.

Un angustioso placer atravesó los sentidos de Kata, seguido de cerca por un ardiente sofoco. La sangre se le espesó como la miel. Respiró hondo y jadeó y apretó las palmas contra el colchón intentando —sin conseguirlo— alejarse de él. Los pechos colgaban sobre la cama y sentía los pezones muy tirantes. Si Hunter los viera, sabría que la paliza estaba excitándola.

Hunter le cogió las muñecas y se las sujetó en el hueco de la espalda, dejándola completamente indefensa de nuevo. Aquello provocó que nuevos jugos mojaran su sexo.

Le agarró las dos muñecas con una mano y le acarició las nalgas con la otra, aplacando el ardor de su piel.

Ella contuvo la respiración y apretó los muslos en busca de alivio.

—¿Kata? No hagas eso o añadiré más —le advirtió él con un gruñido mientras la forzaba a separar las piernas—. Tienes cinco segundos. Sigue contando.

Más sangre se agolpó en su sexo, lo sentía hinchado y palpitante. Inspiró temblorosamente y se preguntó cómo diantres iba a lograr contar hasta diez sin que le diera un ataque de nervios.

—Dos.

—Buena chica. ¿Por qué estás recibiendo este castigo?

Hunter mantuvo la palma suspendida sobre su culo. Kata podía sentir el calor que emitía mientras deseaba ansiosamente la brutal intimidad de su contacto. Siempre le habían gustado los hombres con extremidades grandes, pero pensaba que era porque tendrían un equipo en consonancia; ahora sabía exactamente qué le excitaba del tamaño de las manos de un hombre. Cuando el dolor entre sus piernas se hizo insoportable, rezó para que Hunter le diera más.

—Porque me escapé de Tyler.

—Sí. —Le acarició el ardiente trasero otra vez, ahora con más presión, antes de zurrarle tres veces en rápida sucesión, golpeando estratégicamente la carne en lugares nuevos; primero la nalga izquierda, después la parte superior de la derecha y, finalmente, justo entre ambas.

El deseo se incrementó. Ahora Kata notaba sensible todo el trasero, como si le estuvieran prendiendo fuego. Los jugos comenzaron a deslizarse desde su sexo, cubriendo sus pliegues de tal manera que sentía cada pequeño estremecimiento de sus caderas con intensidad. El clítoris palpitaba al mismo ritmo que su corazón. Contuvo la respiración.

—Tres, cuatro, c-cinco.

La excitación hizo que la voz sonara jadeante. Kata se retorció otra vez, y se dio cuenta de que estaba humedeciendo la tela de los pantalones bajo su sexo. Se movió intentando escaparse antes de que él notara cuánto la excitaba todo aquello.

Hunter presionó la palma entre sus omóplatos para mantenerla en el sitio y deslizó la otra mano entre sus piernas. Santo Dios, era imposible que él no notara la humedad que empapaba el interior de sus muslos y lo hinchados que tenía los labios vaginales. Si volvía a zurrarle otra vez, vería los fluidos rezumando en la hendidura entre sus nalgas.

—Hmm… no estarás intentando ocultarme lo mucho que disfrutas de la zurra, ¿verdad?

¿Sólo disfrutar? La simple certeza de que tendría que recibir cinco azotes más la obligaba a contener un gemido. Kata cerró los ojos avergonzada cuando un estremecimiento de excitación la atravesó de arriba abajo, pero aquello no quería decir que estuviera a punto de rendirse.

—Ésa es tu opinión.

—Qué terca eres… —La risa de Hunter no fue agradable cuando deslizó otra vez la mano entre sus piernas, rozándole el clítoris con un dedo. El placer se avivó como si una bola de fuego crepitara ahí mismo. Kata cerró los puños con fuerza, apretando los dedos hasta clavarse las uñas en las palmas. El corazón le bombeó aceleradamente, la sangre se espesó; todo su cuerpo se cargó de electricidad.

Instintivamente, alzó las caderas hacia la mano de Hunter. Él se quedó quieto.

—Alto. Dime, ¿por qué te estoy castigando?

—Porque recurrí a Ben —gimió ella.

Hunter le propinó dos azotes repentinos en el sensible culo, en la parte más carnosa de cada nalga.

—Muy bien.

Por asombroso que resultara, el placer se agrandó y Kata se dejó llevar por él, abrazándolo con la misma fuerza que a aquellas punzadas de candente dolor; cada vez estaba más cerca del clímax.

—Seis, siete. Por favor…

—Muy bien. Me encanta la manera en que levantas el culo en el aire, es como si me suplicaras que te diera más.

Kata se quedó congelada. ¿Estaba haciendo eso? Cuando Hunter le deslizó un dedo caliente por las ardientes posaderas, ella arqueó la espalda y alzó las caderas, anticipando el siguiente golpe. Estaba perdida en una amalgama de necesidad y confusión.

Él le zurró otras dos veces más, con más fuerza aún.

—Jamás volverás a ponerte en peligro. Nunca. ¿Entendido?

No, Kata se veía consumida por el éxtasis que estaba a punto de alcanzar. El dolor fluía por su trasero y sus muslos, la piel le zumbaba. El sexo latía en una ardiente demanda. Las sensaciones la envolvían en llamas de necesidad, la llevaban cada vez más arriba, cada vez más cerca del abismo. Gimió.

—¿Kata?

—Ocho —jadeó entrecortadamente—. N-nueve.

—¿Entendido?

Él no dejaría que alcanzara ese orgasmo que la abrumaba. Santo Dios, cómo lo deseaba. La fuerza del deseo la destruía. Se retorció en el regazo de Hunter, intentando frotarse contra sus muslos.

—No puedes dejar de presionar, ¿verdad? Soy tu marido y tu Amo. Yo te digo cuándo te corres. Te digo dónde estás segura. No volverás a escabullirte a mis espaldas. Si lo haces, no seré responsable de hasta dónde te empujaré o lo duro que te follaré. Tienes que rendirte a mí.

La mujer independiente que era quiso decirle que se fuera a la mierda. La sumisa se estremeció y se preparó para el último azote, rezando para que le hiciera alcanzar el cielo.

—Pídeme amablemente lo que quieres, Kata. Y hazlo bien a la primera… —«O de lo contrario no habría orgasmo». Escuchó la amenaza implícita en su voz.

Kata friccionaba los pezones y el monte de Venus contra los vaqueros que cubrían los muslos firmes y separados de Hunter, pero contuvo el aliento porque no era suficiente, sabía que necesitaba la sensación intoxicante de su mano en las nalgas. Jamás se hubiera imaginado que aquello le gustara, pero aquel dolor era algo increíble… Debería odiarle por hacerle esto, por volverla vulnerable, sin embargo, necesitaba correrse.

—Por favor, Señor, ¿puedo correrme? Por favor, haz que me corra.

—¿Te preocuparás más de tu seguridad en el futuro?

—Sí. —Habría dicho cualquier cosa para que volviera a zurrarle.

—¿Confiarás en que yo puedo protegerte y cuidarte? —Él frotó la palma caliente sobre su culo.

Ella contuvo el aliento.

—Sí, Señor.

—Buena chica.

Kata escuchó el silbido cuando la mano surcó el aire y se estremeció de anticipación. Se preparó, pero nada podría haberla prevenido para ese golpe brutal, esta vez en el centro de la nalga derecha. Una bomba infernal atravesó su piel. Los escalofríos arrancaron chispas de su carne, e invadieron bruscamente su sexo. La necesidad era ahora arrolladora. Se balanceó al borde de un orgasmo que era al mismo tiempo aterrador e imprescindible. Si no lo alcanzaba, se moriría.

—Por favor, Hunter, Señor. Por favor… —Kata no podía contener el temblor provocado por el deseo más imponente que hubiera sentido en su vida, necesitaba alivio ya.

Sin que ella lo esperara, él le soltó las muñecas y la giró sobre su regazo. Las lastimadas nalgas fueron a caer sobre la abrasiva tela vaquera. Kata siseó ante la sensación, pero no fue suficiente para llegar al éxtasis. Sólo incrementó el deseo.

—Mírame.

Kata levantó la frenética mirada hacia él. La inconfundible lujuria que vio en sus ojos sólo añadió más leña al fuego. Pero aquello no era todo. Cada instante, cada aliento, estaban llenos de su furia posesiva.

Hunter le puso la mano en la rodilla, luego la deslizó lentamente por el interior del muslo, hasta que detuvo el pulgar dolorosamente cerca de su sexo.

—¿A quién perteneces?

Kata gimió y arqueó las caderas hacia él.

—A ti.

—¿Volverás a olvidarlo? —Pasó el dedo lentamente por los resbaladizos pliegues, rozando el duro e hinchado clítoris.

—No —jadeó ella.

—¿Volverás a desobedecerme otra vez?

¿Para sentir esas sensaciones otra vez…? ¿Ese sublime viaje a otro lugar donde Hunter la marcaba como su posesión? Por obtener eso, haría casi cualquier cosa que le complaciera… o provocara.

Cerró los ojos, hundiéndose en aquel mar de necesidad.

—No. Por favor…

—Mírame, Kata. —En el momento en que ella abrió los ojos, murmuró—: Córrete ahora. —Y le palmeó el monte de Venus, justo encima del clítoris.

Era todo lo que ella ansiaba y necesitaba.

Kata se dejó llevar con un grito gutural cuando el placer la atravesó de arriba abajo, la sangre se espesó e inflamó todavía más el brote del deseo. Explotó. Se estremeció y convulsionó. Hunter introdujo otra vez la mano entre sus piernas para rodear suavemente el clítoris y prolongar la tensa escalada de su vientre, hasta que Kata ya no pudo pensar ni respirar ni hacer cualquier otra cosa, salvo dejarse llevar por el clímax.

Aunque él no estaba dentro de ella, se sintió completamente poseída. Hunter la había absorbido, se había convertido en su realidad. Envuelta en aquella neblina de éxtasis, sus brazos, su cuerpo, eran lo único que parecía auténtico. Le miró a los ojos con impotencia, perdiéndose en el dominante fuego azul de sus pupilas. Kata necesitaba agarrarse a algo y lo hizo a su camisa, suplicándole en silencio. ¿Misericordia? ¿Más deleite? No lo sabía. En respuesta a su petición, él introdujo dos dedos en su vagina y le acarició con fuerza aquel lugar tan sensible, empujándola al vacío sobre otro elevado acantilado de placer.

Después de recuperar la razón con un último gemido, abrió los ojos. Hunter estaba inclinado sobre ella, acariciándole las mejillas con los nudillos y secándole las lágrimas. ¿Había llorado? Sí, y todavía sollozaba cuando la potencia de aquel momento compartido la venció una vez más. Hunter le había dado una zurra y, como consecuencia, ella había perdido la razón; se había visto envuelta por una sensación excitante y aterradora. Sin embargo, al encontrarse ahora llorando en su regazo, se sintió inexorablemente atada a él, en cuerpo y alma, de una manera en que jamás se había sentido unida a nadie en su vida.

Él le enjugó suavemente las lágrimas otra vez, luego la alzó y la colocó de rodillas entre sus muslos.

—Te necesito, cielo.

Kata levantó la mirada hacia la cara de Hunter, tensa y ruborizada. Su necesidad era patente y apremiante, igual que la de la dura protuberancia bajo la cremallera. A pesar de estar envuelta todavía en la maravillosa sensación del éxtasis, la inundó el deseo de complacerle por completo. Por alguna razón sabía que no se relajaría hasta que él estuviera igual de satisfecho que ella. Era una emoción extraña e ilógica, pero innegable.

Le bajó la cremallera con dedos temblorosos, buscando su aprobación con la mirada. Los ojos de Hunter ardían de deseo. La jadeante respiración de él marcó el ritmo del descenso de la cremallera. A Kata se le aceleró el corazón. Él se puso en pie para que ella le bajara los pantalones y los calzoncillos. Ella se inclinó para acabar de quitarle las prendas. Hunter se deshizo de ellas con una patada y se arrancó la camiseta, dejando al descubierto su pecho musculoso, la tableta de abdominales y cada asombroso centímetro de su erección.

Le pasó los dedos por el pelo y luego apresó con suavidad pero con firmeza sus cabellos, acercándola lentamente hacia sus muslos abiertos. Ella alargó la mano y cogió el grueso miembro, relamiéndose mientras caía sobre él.

Cuando ella recorrió el húmedo glande con la lengua, él tensó los dedos en su pelo.

—Sí, cielo —susurró, anhelante—. Así, abre la boca así… ¡Ahhhh, sí!

Al escuchar el intenso placer en su voz, Kata se estremeció. Se acercó unos centímetros, abrió más la boca e introdujo el grueso miembro en su húmeda cavidad para absorber la esencia de Hunter; la textura dura y sedosa; el suave olor a sudor y almizcle; el sabor a sal en la abertura del glande; el vello castaño que le cubría los muslos y que se espesaba en la base de la erección. Él gimió y se retorció cuando ella le tomó hasta el fondo de la garganta.

Hunter apretó más los dedos y arqueó las caderas, impulsándose hacia su boca.

—¡Joder, qué gusto!

Kata se encendió ante sus alabanzas y anheló más. Comenzó a succionarle con frenesí, deslizando los labios por la dura longitud, lamiéndolo y friccionándolo con la lengua, rozando los dientes con suavidad en la hinchada punta.

—Joder… —repitió Hunter con un gemido—. Me moría de ganas de sentir esta boca. Trágame, cielo.

—Sí, Señor —susurró ella.

Entonces él extendió la palma de la mano en la parte posterior de su cabeza y con la otra mano empuñó la erección.

Con anterioridad el sexo oral había sido sólo una manera de excitar a su amante antes del sexo, pero con Hunter era un placer por derecho propio. Él inundaba sus sentidos con su aroma almizclado y su sabor único, con sus gruñidos y gemidos, con los duros muslos y los dedos tensos con que le tiraba del pelo. Le vio echar hacia atrás la cabeza con los ojos cerrados y se perdió. Quiso complacerle por completo, hacer más hondo el innegable lazo de unión que había entre ellos.

Introdujo el hinchado y aterciopelado glande otra vez entre los labios y le tomó más a fondo, más rápido, incapaz de no darle todo lo que él quería. Jugueteó con suaves toquecitos de la lengua. Él tensó los dedos y la guió, marcando un ritmo más acelerado y caliente. Ella accedió, llevándolo hasta el fondo de la garganta. Hunter emitió un largo gemido y ella se recreó en el sonido.

Kata cogió los pesados testículos con la palma. Notó que se tensaban cuando arrastró otra vez la lengua a lo largo del miembro y la curvó en torno al sensible glande, que pellizcó suavemente con los dientes.

—¡Qué placer! ¡Sigue! ¡Chúpamela hasta el fondo!

La orden provocó que la atravesara un desesperado anhelo por darle aquel goce que demandaba, y que volviera a notar un vacío en su interior. Los pechos comenzaron a palpitarle doloridos. Notó un calambre de ansiedad en la vagina y se deslizó una mano entre las piernas, buscando el clítoris.

Hunter arrancó la mano de sus pliegues resbaladizos.

—No, cielo. Eso lo hago yo. Soy yo quien te da los orgasmos.

Ella gimió, pero él se limitó a cogerle las dos muñecas y a levantarlas hasta su torso, donde las mantuvo sujetas con una mano. Entonces la obligó a volver a tomar su polla entre los labios con la otra.

A pesar de que él le negaba la posibilidad de satisfacerse a sí misma, la sangre se le aceleró y el corazón comenzó a palpitar desbocado. Hunter se estaba volviendo una adicción para ella. Lo sabía, y en su cabeza resonaron todas las alarmas. A pesar de que finalmente se arrepentiría, en ese momento estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para disfrutar del éxtasis que él podía proporcionarle.

Él llenó su boca, cada vez más rápido. La urgente necesidad que mostraba la impulsaba a chupar con más intensidad, con más velocidad. Las palabras se transformaron en gemidos torturados. Hunter se puso más duro todavía y comenzó a palpitar en su lengua. El deseo clavó las uñas en ella. Kata quería eso, necesitaba saber que podía proporcionarle ese placer, igual que él necesitaba proporcionárselo a ella.

—Kata… —Apenas entendió su nombre entre los bruscos jadeos—. Ahora, cielo.

Ella gimió, asintió con la cabeza y le chupó con más intensidad que nunca.

Unos segundos más tarde, él tensó todos los músculos. Gritó y le inundó la boca con aquel picante sabor masculino al tiempo que llenaba sus oídos con un gemido largo y gutural. Ella tragó y siguió succionándole mientras alcanzaba el clímax, envuelta en un eléctrico placer por haberle complacido. Y lo sintió de nuevo cuando él la miró, un momento después, con unos suaves ojos azules y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.

—Gracias.

Kata no sólo quería darle placer; necesitaba ganarse sus alabanzas y su ternura y ansiaba su aprobación. En el pasado siempre había dado por hecho que los amantes encontrarían el placer en ella, igual que ella hacía con ellos. Con Hunter era diferente. ¿Por qué?

—Dios mío, eres increíble. —La voz ronca fue directa al corazón de Kata—. Me siento tan feliz de que seas mía.

«Suya». Sí, y ella lo sabía en su propia alma. Escuchar su aprecio calmaba su ansiedad, provocaba una sensación de paz que no alcanzaba a comprender. De alguna manera se sentía limpia, casi feliz.

Hunter se recostó en la cama con un gemido. Kata reposó la frente en su muslo y suspiró cuando él le pasó las manos por el pelo en agradecimiento.

Kata nunca había sentido esa clase de unión. Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. Santo Dios, quería experimentarla una y otra vez. Sería capaz de cualquier cosa para conseguirlo. Le limpiaría la casa, cocinaría para él, se arrodillaría a sus pies. Haría lo que él quisiera.

¿En qué se diferenciaría de su madre si lo hacía?

La pregunta atravesó su cerebro como una bala. Se le enfrió la sangre. Se incorporó de golpe, evitando la mirada penetrante de Hunter.

Dada la debilidad de su madre por Gordon, le aterrorizaba estar dispuesta a postrarse para ganarse el placer que Hunter podía proporcionarle y su aprobación. Después de la manera en que él había manejado el reto de Ben y sus propios desafíos, sabía que Hunter no era como Gordon en las cosas importantes. Pero ¿y si ella se parecía más a su madre de lo que pensaba? ¿Qué ocurriría si perdía su propia identidad a favor de un marido sexy e insoportablemente atractivo y poderoso y dejaba de ser Kata, la independiente e inteligente agente de libertad condicional, para convertirse en la ansiosa y sumisa Kata?

Durante toda una década, ella había despreciado la debilidad con que su madre permitía que la dominara el gilipollas con el que se había casado. La destrozaba darse cuenta de que poseía la misma debilidad.

De repente, se vio como el juguete de Hunter; esperando, suplicando que le proporcionara placer y reconocimiento porque no podía vivir sin ellos. Después de todo, él la había sometido con sólo diez azotes y un golpecito en el sexo. Hunter la había poseído, la había convertido en alguien que no reconocía. La había llevado a un mundo donde sería capaz de cualquier cosa por hacerle feliz. Podía perderse allí con demasiada facilidad. Se podía perder en él.

—¿En qué estás pensando, cielo? —preguntó Hunter, intentando abrazarla. Cuando ella se alejó, él frunció el ceño—. Necesitamos hablar.

Kata respiró hondo. Quizá sus pensamientos estuvieran llegando demasiado lejos. Morgan no parecía haberse perdido en Jack. Le habían parecido una pareja de cuento de hadas, felices y plenos de una manera que no era frecuente. Pero eso no era real. La manera en que ella se había abandonado a Hunter por completo sí lo era. Y lo peor es que ansiaba terriblemente hacerlo de nuevo.

Ahora sabía que Hunter no se apropiaría de su independencia. Sería duro y exigente, pero para sentir aquel asombroso placer otra vez, para complacerle, ella le entregaría voluntariamente su alma hasta que ya no quedara nada.

Cerró los ojos y sollozó.

Hunter miró con el ceño fruncido a su fatigada esposa. Habían alcanzado una sincronía perfecta; ella le había entregado libre y naturalmente una sumisión completa. Se había sentido muy orgulloso, pero ahora ella tenía una expresión de pánico. Kata se había sumergido de golpe en una escena donde se encontraba descarnada y poseída por las emociones.

Hunter apretó los dientes. Ella necesitaba ternura y tranquilidad… descanso.

Se acercó a ella, ignorando la manera en que intentó alejarse de él y la subió a la cama.

—Acuéstate. —La empujó para que apoyara la cabeza en la almohada y le frotó el hombro en un gesto tranquilizador—. Cuéntame qué te preocupa.

Kata se negó a mirarle.

«¡Mierda!».

Echando mano de toda su paciencia, curvó su cuerpo contra el de ella. Kata le dio la espalda, sollozando con más fuerza. Maldición, ¿se trataba de algo más que un choque emocional?

Hunter se dio cuenta de que no la había escuchado antes, ése había sido su primer error. Comprendía la urgente situación de la madre de Kata y se lo debería de haber dicho. Sabía de sobra que ella se había visto presionada y confundida. Pero Kata ni siquiera había intentado recurrir a él, no había confiado en que sería capaz de protegerla. No conocía palabras con las que describir lo traicionado que se había sentido al verla sobre el regazo de Ben, sabiendo que había corrido en busca de su ayuda en vez de acudir a él.

Con la zurra, Hunter la había castigado. Ella se había sometido a él de una manera hermosa. Ahora, después de experimentar una unión increíble y de alcanzar el cielo, ella intentaba poner distancia entre ellos de nuevo.

—Cielo, no hagas esto. Tienes que decirme qué te pasa para que podamos solucionarlo.

Kata gateó fuera de la cama.

—¿Dónde está mi bolso?

La vio escudriñar la habitación con los ojos entrecerrados. Hunter comenzó a preocuparse en serio.

Dios, debería de haber imaginado que si le pedía que le abriera el corazón, las revelaciones no podían ser unilaterales. Tenía que ser accesible también para ella y explicarle por qué su negativa a confiar en él era tan inaceptable… y dolorosa. Kata tenía que entenderlo. Se sentiría jodidamente vulnerable al revelar sus angustias a alguien que poseía el poder de devastarle, pero merecía saber la verdad; en especial si él quería lo mismo. No obtendría nada sin ofrecer honradez a cambio.

—Cielo, respira hondo. Yo buscaré tu bolso. Luego hablaremos. Kata ni siquiera le miró.

Hunter contuvo la ansiedad y recorrió la estancia hasta dar con el bolso. Se lo ofreció a ella a regañadientes. Kata lo abrió, rebuscó en el interior y sacó un pliego de documentos y un bolígrafo. Garabateó algo en la última página y luego le tendió los papeles.

—Fírmalos.

Un incontrolable estremecimiento le tensó las entrañas. Cogió los documentos con una mano, los abrió y se tropezó con las tres únicas palabras de la creación que podían hacerle sentir un profundo miedo.

Y una intensa ira.