Las veinticuatro horas transcurridas desde que se había escabullido del apartamento de Tyler habían sido las peores de su vida. Kata se pasó la mano por el pelo mientras iba de un lado a otro de la habitación del hospital donde habían ingresado a su madre. Ya se estaba haciendo de noche; necesitaba darse una ducha, comer algo y… controlarse para no estrangular a Gordon.
—Tranquilízate, Katalina —la recriminó su padrastro—. Pareces un elefante que irrumpiera furioso en una cacharrería. Has heredado la elegancia de tu madre, es decir ninguna, y…
—¡Cállate! —Se volvió con rapidez hacia él, con los puños cerrados y la furia bullendo en su interior—. ¿Cómo coño pudiste dejarla sola y sin recursos cuando sabías que estaba enferma? ¡Podría haber muerto!
Desde la silla situada en la esquina, Marisol meneó imperceptiblemente la cabeza. Kata sabía lo que le estaba diciendo su hermana: aquello sólo haría que Gordon se enfadara más, que se pusiera más a la defensiva; algo que, a la postre, acabaría pagando su madre. Mari era de la opinión de que no había que meterse en temas de pareja. Pero Kata apenas podía contener la ira. Quería que aquel gilipollas pagara por sus acciones.
Gordon puso los ojos en blanco.
—¡Qué dramática eres! Por supuesto, el médico nos dirá que ha estado a las puertas de la muerte; así gana más dinero. Pero esto es sólo un catarro sin importancia.
—¿Un catarro? Mi madre tiene una neumonía. Si hubiéramos esperado más tiempo, hubiera sido fatal para ella. Los médicos no mienten.
—Katalina, ningún hombre quiere a su lado a una mujer chillona y malhablada que cuestiona sus decisiones y le corrige. Visto lo visto, no es de extrañar que sigas soltera.
Kata estaba lo suficientemente enfadada para comerse las uñas y escupírselas a la cara. Podía decirle que ya no estaba soltera, pero no era el momento de desviarse del tema. Tenía que concentrarse en su madre.
—Bueno. —Mari se levantó y se interpuso entre ellos, elegante y delgada—. Son las ocho. El autoservicio del hospital cerrará dentro de poco. ¿Has comido algo, Gordon?
Él negó con la cabeza y miró a su esposa.
—Me voy para casa. Ya tomaré algo allí.
—¿Sólo vas a estar aquí diez minutos? —Kata estaba boquiabierta.
—Hoy echan CSI. Carlotta sabe que no me lo pierdo nunca.
¿Incluso aunque su mujer estuviera ingresada en el hospital? Bueno, supuso que si había llegado tarde por quedarse preparando una reunión programada para la semana próxima, no podía perderse un estúpido programa de la tele. Típico de Gordon. Egocéntrico hasta la médula.
Kata se tragó la furia.
—Muy bien. Ahí tienes la puerta.
—No me gusta nada tu actitud, Katalina. —Cogió el abrigo e hizo tintinear en el bolsillo las llaves del coche.
«¿De veras?». Pues ella no le soportaba, punto. Pero ¿serviría de algo volver a decírselo? Gordon sabía de sobra lo que opinaba sobre él.
—Vete a la mierda.
Él farfulló algo por lo bajo y luego se dirigió a la salida, con la misma altivez que si fuera el rey de Inglaterra. «Perdedor…». Lo único realmente grande que poseía Gordon era la opinión sobre sí mismo.
—Buenas noches, Mari —se despidió. Luego lanzó una mirada furibunda a Kata con los ojos entrecerrados y se fue.
Si su padrastro pensaba que a ella le importaba algo su desaire, no podía estar más equivocado.
—Dios mío, le odio —le dijo Kata a su hermana una vez que desapareció de su vista.
—No más que yo.
—¡Pero tú jamás le dices nada!
Mari arqueó las cejas y la miró con reprobación, indicándole que estaba a punto de perder la paciencia.
—No pienso hacer nada que complique más las cosas a mamá.
Kata sabía que Gordon siempre acababa sacándola de sus casillas.
—Lo siento.
Su hermana encogió los hombros.
—Sé que lo haces para defenderla y ella sabe que la quieres. Yo también lo hago, pero no me involucraré en su relación hasta que ella decida dejarle.
Sí, era lo que Mari siempre había dicho.
—¿Por qué no se divorcia de él? Sé que es infeliz, que piensa que no tiene otra alternativa, pero joder, todavía es joven, y lista, y amable…
—Y tiene la autoestima por los suelos. Gordon ha conseguido que dependa de él económica y psicológicamente. Hasta que ella sepa cuáles son sus opciones, al presionarla sólo conseguiremos complicar la situación.
Kata se mordisqueó el labio.
—Siempre eres lógica y razonable, y sé que tienes razón pero… Se me rompe el corazón al verla así. Desearía poder hacer algo.
Mari meneó la cabeza mientras introducía la mano en la cartera para extraer unos papeles.
—También yo estoy preocupada por ti.
—¿Por mí?
Mari la taladró con una penetrante mirada de hermana mayor y asintió con la cabeza.
—Cuando desapareciste después del tiroteo, llamé a Ben. Decir que me sorprendió saber que te habías casado con Hunter es una declaración comedida. No se lo he dicho a mamá, pero… —suspiró, exasperada—, ¿en qué estabas pensando? No sabes nada de él y, por lo que me ha contado Ben, Hunter es autoritario y dominante. Este asunto no me da buena espina.
—Es dominante sexualmente. —Kata notó con vergüenza que se sonrojaba—. Pero no un idiota como Gordon —le defendió.
—¿Estás segura de ello? —Mari, que siempre era una juiciosa abogada, se dejaba llevar por el corazón con respecto a Kata.
¿Cómo podría convencer a su hermana de que aquello, que en cualquier otra ocasión podía estar mal, ahora no era así? Ni siquiera estaba convencida ella misma. Hunter no era una mala persona como Gordon, aunque podía llegar a ser cruel si quería. Y, desde luego, Kata no sabía qué clase de marido sería.
Mari continuó con su interrogatorio.
—¿Por qué no me dijiste adónde ibas después del tiroteo? No supe dónde estabas hasta que tuviste el detalle de llamar.
—Bueno, eso es culpa mía. No tuve mucho tiempo, cierto, pero no quería que te preocuparas por mí.
—Hmm… —Mari no sonaba convencida—. ¿Hunter quería decirnos dónde estabas?
—No, creo que no —admitió Kata.
—Entonces, ¿por qué te echas la culpa a ti misma? —le preguntó su hermana con incredulidad—. ¿A quién le gusta hacer eso? A su madre, pero…
—Después de que intentaran matarme, Hunter no quería que nadie supiera donde estaba; fue por seguridad. Yo estaba bien y lo sabías, realmente no importa dónde me llevó.
Mari arqueó una ceja oscura con escepticismo.
—Mira, admito que Hunter puede ser arrogante, pero no malo. Me hace sentir especial. Algunas veces… dice justo lo que necesito oír y… —suspiró—, y yo me derrito.
Si algo tenía claro Kata, era que si fuera ella la que estuviera enferma en el hospital, Hunter jamás la dejaría sola por ver CSI. Lo más probable es que no la dejara sola ni un minuto.
Mari la miró con dureza.
—No sé si te acuerdas, pero al principio Gordon también te gustaba.
Aquello hizo que Kata se callara. Mari tenía razón. Hacía muchos años, cuando su madre comenzó a salir con Gordon, éste había sido encantador. Una vez, les había llevado a los tres a un parque de atracciones y más tarde a una heladería. Siempre les llevaba chucherías y juguetes cuando iba a recoger a su madre. Les había hecho trucos de magia, cantado con el karaoke e incluso había jugado con ellos al Super Mario Bros, en la consola. Después de que se casara con Carlotta, había ido cambiando poco a poco su comportamiento, hasta convertirse en el capullo que tanto odiaban.
—Kata, piénsalo. No sabes nada de este tipo salvo que es un SEAL y que es bueno en la cama.
Era buenísimo en la cama, pero Kata comprendía lo que su hermana quería decir. Quería creer que Mari estaba equivocada, pero por muy doloroso que fuera, tenía razón. Aquella advertencia despertó de nuevo todas sus dudas e incertidumbres y las magnificó. Mari podía estar muriéndose en ese momento y Kata no se habría dado ni cuenta.
—Es sólo un poco… protector —dijo, extrañamente determinada a que su hermana entendiera que Hunter tenía buenas cualidades.
—Él afirma que te protege, pero ¿no crees que apartarte de todos tus seres queridos y obligarte a pedir permiso en el trabajo es ir demasiado lejos?
—El hombre que fue a por mí era un asesino profesional —defendió a Hunter, incluso aunque las palabras de su hermana la hundieron. ¿No había dicho ella misma el día anterior que aquel matrimonio había sido un impulsivo error? ¿Por qué trataba de convencer a Mari de lo contrario?
—¿Cómo sabes que eso no es algo que te ha dicho él para poder mantenerte encerrada?
—Hunter no mentiría sobre eso. Además, el tipo me apuntó a la cabeza. —Kata se estremeció al recordarlo.
—No quiero decir que no corrieras peligro, pero ¿cómo sabes que no fue uno de los secuaces de Villarreal o alguien a quién cabrearas en algún momento en vez de un asesino? ¿Cómo lo sabe Hunter?
—Mi atacante me confesó que le habían contratado para matarme.
Mari apretó los labios.
—¿Un asesino profesional se molestó en comunicarte eso? Oye, no me entiendas mal, me preocupa tu seguridad. Casi me muero de miedo cuando me dijeron que te habían disparado, pero también me preocupa el comportamiento de Hunter. Puede que ande totalmente descaminada… —su tono decía que no lo pensaba ni por un minuto—, pero creo que deberías pensar seriamente en poner punto final a ese matrimonio antes de que él te anule por completo.
Las palabras de su hermana hicieron que Kata se estremeciera por la gravedad de la situación. Su confusión se hizo más intensa.
Por fin, Mari le tendió los papeles que tenía en la mano.
—Me he tomado la libertad de redactar esto.
Kata tomó la documentación con dedos helados y la abrió. «Demanda de divorcio». Si bien ella misma había hablado con Hunter de terminar con su matrimonio, verlo por escrito hizo que se le aflojaran las rodillas.
—Lo único que tienes que hacer es firmar y obligar a Hunter a hacer lo mismo; entonces todo habrá acabado. Si en realidad le importas, te llamará. A partir de ahí, puedes comenzar con él una relación normal, conoceros poco a poco. Si no quiere intentarlo, si él se comporta contigo como Gordon lo haría con mamá…
En ese caso lo sabría. La cosa era que no podía imaginarse saliendo con Hunter como si acabaran de conocerse. Desde el momento en que se vieron, él se había concentrado de inmediato en ella, los había vinculado de una manera que no habría hecho si sólo quisiera salir con ella. Además, Kata había mencionado a Hunter que deberían dar por finalizado ese matrimonio y él se había negado en redondo. Pero Mari tenía razón, aunque Kata desearía que no la tuviera. De hecho, se resistía a ello con todas sus fuerzas. Miró a su madre, pálida y exhausta sobre la cama. Una mujer muy diferente a la madre animada y vivaz que las había criado.
¿Sería ella así dentro de veinte años si se quedaba con Hunter?
Kata contuvo con firmeza la cólera y la confusión que la desgarraban por dentro. Hacía tres días que conocía a Hunter y habían estado separados la mitad de ese tiempo. Pensar en no verle no debería de dolerle tanto, pero le echaba muchísimo de menos.
Se mordió los labios para contener las lágrimas. Luchó contra ellas, pero lo acaecido en los últimos días y la enfermedad de su madre eran como losas que la hacían tambalearse.
Mari borró la distancia que había entre ellas y la abrazó.
—Te gusta, ¿verdad?
¿Cómo responder a eso? Lo que sentía por él iba mucho más allá de «gustarse». Si sólo pudiera tener dos minutos con él, querría más… y más… Sollozó.
—No sé si quiero vivir sin él.
—¿Te has enamorado de él? —Mari parecía incrédula ante tal posibilidad.
A Kata le gustaría decir que no. Pero no podía.
—Yo… Yo… —Respiró hondo. Una parte de ella se había sentido aliviada cuando Hunter había tenido que irse. Otra se quedó aterrada y desolada—. No lo sé.
Mari parecía consternada.
—¿En serio?
Teniendo en cuenta que Kata no había respondido con tal abandono a ningún otro hombre, que cuando él le dijo que la amaba había comenzado a bailar por dentro, sí.
—Tal vez. Me da miedo lo que siento.
Su hermana no parecía contenta, pero logró suavizar la expresión hasta que fue totalmente neutral.
—No le conozco, así que debería callarme. Pero esos documentos te dan cierto poder. Fírmalos, hermana. Si realmente existe algo entre vosotros, hacedlo de la manera correcta, no en una capilla de mierda en Las Vegas mientras estabas borracha. Daos tiempo para conoceros, para presentaros a vuestras familias y amigos. Entonces, cuando estés lista, casaros delante de todos nosotros y proclamad vuestro amor.
Lo que Mari decía tenía mucho sentido… en el mundo en que ella vivía. Kata no podía escucharla; no tomaba sus decisiones con la razón. Y cada emoción que sentía ahora contribuía a crear una enorme confusión en su interior.
Kata se mordisqueó otra vez el labio. O se entregaba por completo a esa relación supersónica o le ponía punto final. Ahora, antes que pasaran diez años y fuera demasiado mayor o demasiado decadente o —Dios no lo quisiera—, tuviera que arrastrar a sus hijos a un divorcio.
Metió los documentos en el bolso.
—Lo pensaré.
Mari frunció los labios rojos como si su primera intención fuera intentar presionarla, pero se limitó a asentir con la cabeza. Un momento después, Ben regresó con dos humeantes tazas de té y volvió la cabeza con descaro atisbando toda la habitación.
—¿Se ha ido Gordon? Sí que ha sido una visita rápida.
—Sí, gracias a Dios —murmuró Kata, aliviada.
—Llámame luego. —Mari cogió el bolso—. Si dejo a Carlos solo con los niños demasiado tiempo, Javi y Robby pueden atarle y quemar la casa.
El marido de Mari adoraba a sus hijos y algunas veces relajaba demasiado la disciplina en favor de la diversión.
—Vete —le aconsejó—. Te haré saber cualquier cambio que ocurra con mamá.
—Tú también necesitas descansar. —Mari esbozó una expresión de preocupación—. Piensa en lo que te he dicho.
Kata asintió con la cabeza mientras Mari se dirigía a la puerta, con la falda gris de ejecutiva siseando a cada paso. Se sentía muy cansada. Un millón de pensamientos daban vueltas en su cabeza, pero estaba demasiado exhausta para pararse en cualquiera de ellos. Necesitaba comer y dormir… y decidir qué hacía con Hunter.
—¿Todo bien? —Ben le ofreció una taza de café y le acarició el hombro con una cálida mano—. ¿Quieres contarme algo?
La última persona con la que Kata quería discutir sobre Hunter era con Ben. Puede que su antiguo amante no estuviera furioso porque se hubieran casado, pero tampoco le hacía gracia.
—No, gracias.
—Algo te ronda en la cabeza. Lo veo en tu cara. ¿Te ha molestado algo de lo que dijo Gordon? Es un imbécil.
—No me importa lo que diga de mí, pero la manera en que trata ni madre es imperdonable. Aunque sea lo último que haga, la convenceré para que le deje.
Ben la guió a la silla al lado de la cama de Carlotta, que estaba llena de tubos y rodeada por monitores. En cuanto estuvo sentada en el feo asiento de vinilo verde, miró a su madre.
Se bebió un buen sorbo de café y suspiró.
—Gracias por todo, Ben. Por ayudarme a escapar de Tyler, llevarme hasta casa de mi madre para que pudiera traerla al hospital y por no haberte separado de mi lado desde que llegamos.
Ben dejó su café sobre la mesita y, negando con la cabeza, se arrodilló ante ella.
—Para eso están los amigos. Para eso… —le deslizó la mano por el muslo—, y para otras cosas. Vuelve a casa conmigo, Kata. Necesitas una ducha, dormir…, alguien que te abrace. Te echo de menos. No sé qué es lo que hay entre Hunter y tú, pero no me importa.
Unos días antes, ella hubiera respondido «sí» con facilidad. Ben era familiar, le gustaba estar con él. Brazos firmes, risas, tranquilidad… sexo previsible. Un orgasmo garantizado.
Pero ahora no quería saber nada de su oferta. Sabía que la culpa era de los sentimientos indefinibles que Hunter había provocado en ella. No tenía sentido. ¿Cómo podía sentirse tan dolorosamente unida a Hunter cuando le aterraba depender de él emocionalmente?
—Ben…
Un hombre con gafas de sol entró en la estancia de repente. Exudaba peligro como si fuera una colonia cara. Tenía el pelo azabache y estaba vestido de negro de la cabeza a los pies; su ceño fruncido gritaba a todo el que quisiera entender: «cuidadito con meterte conmigo».
¿Sería uno de los hombres de Villarreal? Kata cogió el teléfono con rapidez para marcar el 911.
—Suéltala —gruñó, mirando fijamente a Ben que le seguía acariciando el muslo—. A Hunter no le gustará nada que le hagas proposiciones deshonestas a su esposa. Aparta las manos de ella. Ahora.
Ben le miró con el ceño fruncido pero no se movió.
—¿Quién eres?
—Alguien a quién le haría muy feliz romperte las narices. Vete, o uno de mis amigos hará explotar tu coche en menos de dos minutos.
Ben se puso en pie cabreado y lanzó una mirada furiosa al desconocido. Fue como si un terrier se enfrentara a un pitbull.
—No puedes… ¡Ni se te ocurra hacerle nada a mi coche!
El desconocido lanzó una mirada indiferente al reloj.
—Un minuto cuarenta y cinco segundos. Estás perdiendo el tiempo.
—¿Cómo sé que no le harás daño a Kata? —le desafió Ben, interponiéndose entre ella y el desconocido.
A Kata le encantaba que Ben estuviera dispuesto a defenderla, en especial cuando estaba corriendo el riesgo de perder su amado coche, pero acabaría consiguiendo que le patearan el culo, o algo peor. Comenzó a presionar los botones del móvil.
—Cuelga —le ordenó el desconocido—. Soy amigo de Hunter —agregó con suavidad.
—¿Sí? Yo también. —Ben cruzó los brazos sobre el pecho.
El extraño se acercó amenazadoramente.
—Estoy seguro de que si hubiera visto lo que yo, no se mostraría muy amigable contigo. Estás intentando acostarte con su mujer.
Kata se puso en pie y se enfrentó al hombre.
—No sé quién diantres eres ni para qué has venido, pero no permitiré que vengas pavoneándote y amenaces a mis amigos.
Él esbozó una sonrisa ladeada.
—Es verdad que lo hago. Pero también que me envió tu marido. Soy Jack Cole.
Veinte minutos después, Kata seguía sin poder apartar los ojos de Jack. Estaba apoyado en la pared blanca del hospital y la observaba con una mirada inquietante. Ben se había marchado hacía unos minutos, visiblemente molesto por tener que ir a trabajar, aunque ella no dudaba ni por un segundo que se alegraba de llevarse el coche.
—No tienes por qué estar aquí —le dijo a Jack.
Él se encogió de hombros.
—No tengo nada mejor que hacer.
Jack Cole la ponía nerviosa. Todo, incluso los movimientos de sus caderas, estaban calculados y rezumaban controlado poder. Transmitía peligro. Jack era un auténtico hijo de perra al que no querría encontrarse en un callejón oscuro. Y no le costaba nada creer que podía dominar por completo a una mujer. Hunter y él tenían mucho en común.
—¿Dónde está Tyler? —preguntó, en lugar de señalarle que no le había pedido que hiciera el trabajo, pues sería desperdiciar saliva.
Prefería tener al antiguo detective de niñera y no a ese cajún amenazador.
Jack sonrió con aire satisfecho, como si le hubiera leído el pensamiento.
—Está revisando las medidas de seguridad del hospital. No había tenido tiempo de hacerlo desde que llegasteis a este lugar hace veinticuatro horas.
Kata casi se atragantó.
—¿Tyler ha estado aquí todo el tiempo? Si me escapé de su apartamento. ¿Cómo consiguió…?
—Chère, ¿sabías que no tardó ni tres minutos en salir detrás de ti? —informó Jack con voz arrastrada, pareciendo muy divertido—. No te llevó de vuelta al apartamento porque sabía que tu madre necesitaba ayuda.
Alivio y gratitud la inundaron como una cálida oleada cuando miró a su madre, todavía dormida por los sedantes. Carlotta ya tenía mejor color, pero la tos no había desaparecido. El médico esperaba que al día siguiente pudiera irse a casa. Pero si lo hacía, ¿quién cuidaría de ella? Estaba claro que no podía contar con Gordon.
—Entonces, ¿Tyler me vigiló desde lejos?
—No. Se transformó en tu sombra. Sabía que si le veías, se la jugaba; podrías huir otra vez, lo que no era bueno ni para ti ni para tu madre. Puede que los hospitales resulten un poco caóticos, pero algunos de los guardas jurados son amigos nuestros y se puso de acuerdo con ellos para protegerte hasta que yo pudiera ocuparme del asunto.
«¡Caramba!». Tyler había conseguido su objetivo haciéndose invisible. Kata había tenido los nervios de punta desde que llegaron al hospital, preocupándose no sólo de su madre, sino también de que pudiera encontrarse con alguna amenaza personal. Pero Tyler había logrado protegerla con suma eficacia. A pesar de todo su encanto y fanfarronadas, era un auténtico profesional.
—No pienso dejar sola a mi madre —prometió, alzando la barbilla.
Jack sonrió, y no fue una sonrisa agradable.
—A Hunter le encantan los retos. Entiendo por qué le tienes tan fascinado. —Encogió los hombros—. Pero no es asunto mío zurrarte y castigarte como te mereces.
—¿Castigarme? ¿Por hacerme cargo de mi madre? —Se acercó a él con los ojos entrecerrados. Seguramente era una estupidez provocar a alguien mucho más grande que ella, pero estaba exhausta, y lo que él acababa de decir era la gota que colmaba el vaso—. Soy una adulta responsable, no una cría. No necesito que ningún hombre me diga lo que tengo que hacer.
—Claro, claro, ¿los adultos responsables se escapan por la ventana de su guardaespaldas, poniéndose en peligro?
Kata dio un respingo ante su pregunta. Bueno, es lo que había hecho. Pero…
—No estaba segura de que Tyler me permitiera marcharme.
—Pero ni siquiera se lo preguntaste. No le informaste de la situación. —Jack dio un paso hacia ella, su voz se volvió acerada y amenazadora—. Puede que no seas una cría, Kata, pero Hunter querrá zurrarte porque ni siquiera intentaste hablar con Tyler; no le diste la oportunidad de seguir protegiéndote. Hunter está sabe Dios dónde, pensando que estás a salvo. Y tú, en vez de confiar en tu guardaespaldas, te escapas de él y actúas impulsivamente. ¿Te imaginas que el asesino hubiera estado esperándote en casa de tu madre y te hubiera metido una bala entre ceja y ceja?
Kata se quedó horrorizada. Supuso que estaría a salvo si se movía con la suficiente rapidez. Después estuvo todo el tiempo en un lugar público como el hospital. Sí, entendía que Jack pensara que había actuado con demasiada temeridad, pero algo en ella se rebelaba contra la idea de un castigo.
—¿No puede limitarse a hablar conmigo? ¿A decirme qué es lo que le molesta? Castigarme físicamente por eso es tan…
—Simple y efectivo. La gente que pasa por experiencias desagradables tiende a evitar los comportamientos que las provocan. No te hará daño en un sentido tradicional, pero se asegurará de que te arrepientas de lo que has hecho. Estoy seguro de que impedirte alcanzar el orgasmo será más efectivo que ninguna otra cosa. Kata quería negar que encontraría excitante que la zurrara, afirmar que aquello no la llevaría al borde del clímax, pero se lo pensó mejor. Sabía de sobra que Hunter podía demorar su orgasmo durante horas y horas si era eso lo que quería. Puso los brazos en jarras.
—¿No crees que darme una zurra es un tanto inhumano?
—¿Estoy ofendiendo tu sensibilidad feminista con la verdad? —Jack arqueó una ceja oscura—. Mira, sabemos que sois mujeres, no niñas. Pero la zurra no sólo servirá para castigarte a ti, chère. Cuando un Amo sabe que su mujer se ha expuesto al peligro, algunas veces necesita la gratificación que supone sentir la piel de su sumisa bajo la mano y sus gritos resonando en los oídos. Somos un poco cavernícolas. Como si la evolución no nos hubiera afectado. Por ahora, por mí puedes quedarte en el hospital, te protegeremos aquí. Pero no sé lo que opinará Hunter cuando esté de vuelta.
Kata estuvo a punto de preguntarle quién demonios se pensaba que era para darle «permiso» para quedarse con su madre, pero era el enviado de Hunter, el perro guardián que su marido le había asignado y parecía dispuesto a hacer lo que fuera necesario para protegerla. Ya era todo un éxito que no la arrastrara a un lugar más seguro. Cuando Hunter regresara, tendría que pagar con creces… Y, maldita sea, la idea de una erótica zurra la ponía más mojada de lo que debería.
¿Debería plantarle los papeles del divorcio debajo de las narices y terminar con todo aquello antes de que resultara más difícil?
Kata se mordisqueó el labio y se retiró a una esquina para meditar e intentar ordenar aquellos enmarañados pensamientos.
—¡Oh, Dios mío! ¡Jack, es un bebé precioso! —exclamó una pelirroja no muy alta entrando de repente. Sus ojos azules estaban iluminados por la excitación cuando se acercó para besar la intimidadora boca de Jack—. ¡Te va a encantar!
Debía de ser Morgan Cole.
Cada paso que daba, el reluciente rubí que colgaba en una gargantilla de oro brillaba en el hueco de su garganta y sus caderas delgadas hablaban de una sensualidad bien satisfecha. Llevaba un diamante enorme en la mano izquierda. ¿Jack se había casado con ella y la había sometido?
Los labios de la mujer estaban hinchados, como si hubiera sido besada a conciencia no hacía mucho tiempo, y parecía muy feliz. Cuando Jack la rodeó con sus brazos, tenía una expresión de deleite.
Kata sintió una envidia inexplicable. No es que quisiera tener nada con Jack, por supuesto, pero anhelaba lo que Morgan poseía. Quería disfrutar de esa clase de ternura y sexualidad con alguien que lo significara todo para ella. Kata no había sido consciente hasta entonces de tal necesidad. Es más, hasta hacía poco, la hubiera negado con su último aliento; en especial después de haber tenido como modelo la relación entre Gordon y su madre. Pero ahora deseaba disfrutar de una como la que mostraban Jack y Morgan. Hunter se la había descrito. La cara de su marido parpadeó en su mente.
—Cuéntamelo todo sobre el bebé de Deke y Kimber, mon coeur. —Jack sonrió a su esposa.
Él intercambió con Morgan otra mirada y algunas palabras que provocaron de nuevo la envidia de Kata. ¿La sumisión hacía más profunda la relación entre un hombre y una mujer, o sólo la convertía en algo más peligroso? Morgan parecía una mujer vibrante y delirantemente feliz. Pero Kata no sabía cómo reconciliar esa imagen con la realidad que había vivido día a día con su padrastro durante tantos años. ¿Una mujer podía no ser desgraciada bajo la autoridad de un marido dominante?
—Tiene diez deditos en las manos y diez en los piececitos. Es sonrosadito y gordito. Tan perfecto… —Morgan suspiró—. No lo han llevado al nido, así que pude tenerle en brazos.
—¿Qué? ¿Quieres uno? —La sonrisa de Jack fue indulgente—. Desde que nos casamos te he dicho una y otra vez que me encantaría tener niños.
Morgan se puso roja.
—Has tenido mucha paciencia.
El hombre le brindó una enorme sonrisa pero no dijo nada más. No la presionó ni intentó convencerla. Sólo la miró con aquellos ojos brillantes por la excitación. Al mirar a Jack y a Morgan, Kata no sabía a qué atenerse. ¿Quién ostentaba el poder en esa relación?
—¿Podemos…? —preguntó Morgan con los ojos azules llenos de esperanza.
La sonrisa de Jack se hizo más amplia. Su expresión, que ella consideraba fría y pétrea, se volvió más cálida de lo que nunca hubiera imaginado.
—Lo que tú quieras. Ya lo sabes. Por supuesto, a mí me encantaría.
—Estoy abierta a discutir las… posibilidades. —Morgan besó a su marido y se estremeció bajo sus manos—. Pero lo primero es lo primero. ¿Dónde…? —Morgan observó la estancia al tiempo que se giraba hasta que vio a Kata. La pelirroja se llevó entonces una mano al pecho—. Oh, no te había visto. Kata ¿verdad? Y, ¡oh Dios!, acabo de hablar de tener un niño. —Se sonrojó y le dio un puñetazo juguetón a su marido—. ¿Por qué no me has dicho que no estábamos solos?
Jack se rió y puso el brazo sobre los hombros de su esposa con un guiño.
—Si Kata ha estado casada con Hunter más de diez minutos, seguro que sabe de dónde vienen los bebés.
Morgan no logró contener la sonrisa.
—Sí, y sin duda Hunter querrá… hum… practicar una y otra vez cuando vuelva.
Eso es lo que se temía Kata. Y lo que anhelaba con todas sus fuerzas. Recuerdos de la noche pasada en el apartamento de Logan se arremolinaban en su mente. Hunter la había controlado de una manera que todavía le aturdía. Pensar en entregarse así nuevo la aterraba y excitaba a la vez. Hunter estaría de vuelta en próximas veinticuatro horas y los documentos parecían arder dentro de su bolso.
Se había tropezado con una bifurcación en el camino. ¿O correr el riesgo y que su relación fuera como la de Jack y Morgan? ¿O sería aspirar a un cuento de hadas? ¿Estarían Hunter y ella destinados a ser como Gordon y su madre?
A las seis de la madrugada, Hunter se metió el móvil en el bolsillo con una maldición y se dirigió al interior del hospital. No le gustaba nada todo aquello.
Las últimas cuarenta y ocho horas habían sido una pérdida de tiempo total. No había encontrado a ninguno de los miembros de la antigua banda de Víctor Sotillo. Por lo que él había averiguado, la organización se tambaleaba al borde del desastre. Ahora se dedicaban a sobornar a los gobernantes locales que, a su vez, negociaban con Irán para financiar terroristas y armas nucleares. Su informante le había asegurado que Adán Sotillo, el bailarín de salsa hermano de Víctor, había muerto; aunque no tenía pruebas de ello. Si aquello era cierto, si no era el hermano del traficante de armas quien se había hecho cargo del negocio ilegal, ¿quién manejaba ahora los hilos de la organización?
Aunque lo que más perplejo le dejaba era que le hubieran enviado a Venezuela. ¿Era aquélla la jodida emergencia por la que había tenido que interrumpir su permiso? Un asunto del que no había encontrado ninguna prueba. Por lo general, cuando los cuatro miembros de su unidad de SEALs acudían a alguno de los lugares frecuentados por Sotillo, las cosas se solían poner feas con suma rapidez. Ahora no habían encontrado nada.
¿Sería posible que la súbita muerte de Adán, así como la de Víctor, hubiera obligado a los criminales a cambiar de planes? ¿Acaso alguien les había avisado? Fuera como fuera, la «emergencia» que había surgido y que le había llevado hasta Venezuela, interrumpiendo su luna de miel, no había sido tal. Y estaba muy cabreado por ello.
En cuanto tuviera delante a Barnes… Pensaba comerse con patatas a su comandante. Muy respetuosamente, por supuesto. Algo que haría que le reprendieran, ya que a Andy le gustaba hacer ostentación de su poder recién adquirido. Pero ahora tenía entre manos un problema mucho mayor que ése.
Comprendía la necesidad de dejarlo todo para ayudar a un ser querido. Respetaba a Kata por anteponer el bienestar de su madre al suyo, ya que él lo hacía todos los días en la Marina pero, maldición, ella no estaba preparada para esas situaciones. Había desobedecido todas las órdenes que le había dado y escapado del guardaespaldas que le había puesto. No pidió ayuda cuando lo necesitaba.
Sabía que ella se resistiría al castigo, aunque se lo mereciera. Y él necesitaba sentir que Kata se sometía a su autoridad, que le aceptaba. Necesitaba relacionarse con ella de una manera que jamás había necesitado de nada ni nadie.
No era uno de esos capullos que se asustaban por los compromisos y las emociones, pero él no era el único término de la ecuación. Había presionado a Kata hasta su límite físico y mental antes de irse a la misión. Llevaba tres días rebosando adrenalina y sin dormir. Su estado de ánimo era pésimo y su humor peor. En condiciones normales no se acercaría a Kata hasta que hubiera descansado y estuviera más tranquilo, pero como tenía que volver a irse el domingo por la mañana, y probablemente no volvería a verla hasta varios meses después, no podía perder el tiempo. Tenía que reunirse y tratar con ella ahora.
Una vez dentro del inmaculado vestíbulo blanco del hospital, pasó ante el dormido recepcionista y se dirigió a los ascensores. Contó hasta diez. Veinte… ¡Joder, no se apaciguaría ni contando hasta mil! Si Tyler no hubiera tenido la situación bajo control, Kata podría haber caído en las garras de un asesino. Con sólo pensarlo se le detenía el corazón y se le helaba la sangre.
El ascensor se detuvo en el tercer piso con un campanilleo. Recorrió el pasillo y vio a Tyler entre las sombras, frente al mostrador de las enfermeras, tal y como le había prometido. Jack y Morgan habían ido a casa a dormir. Deke estaba con su esposa. Ninguno había sido capaz de convencer a Kata para que dejara el hospital y descansara en un lugar seguro.
Le hormigueó la mano. Iba a zurrarla a base de bien. Después de haber acomodado a su madre, iban a pasarse horas durmiendo, haciendo el amor y resolviendo sus problemas. Haría lo que fuera necesario para que ella le prometiera que no volvería a ponerse en peligro otra vez y ganarse su amor antes del domingo.
Por fin, la 304. Sin embargo, la última docena de pasos le resultó interminable. Dobló la esquina y entró en la habitación.
Y se quedó helado.
En la estancia había dos sillas, Kata estaba sentada en una de ellas, encima del regazo de Ben. Tenía la cabeza apoyada en el hombro masculino y le rodeaba con los brazos, profundamente dormida. Ben tenía una mano sobre los muslos de su esposa y los dedos caían sobre sus caderas. Con el otro brazo le rodeaba la nuca. Los dos parecían cómodos. Íntimos.
La imagen fue como un ariete impactando contra su plexo solar.
A su espalda, escuchó pasos y supo, sin mirar, que pertenecían a Tyler.
—¿Cuánto tiempo lleva él aquí? —Hunter tragó saliva, pero nada podía mantener alejada la aguda furia que estaba a punto de explotar en su interior.
—Fue quien trajo a Kata y a su madre el lunes por la noche. Apenas ha salido desde entonces. Kata no ha ido a ningún sitio con él, pero…
La frase inacabada de Tyler sugería que, dada la intimidad del abrazo, del afecto que mostraban incluso en el sueño, sólo era cuestión de tiempo que Kata volviera a estar con Ben. Y por lo que Hunter podía observar, parecía una valoración muy precisa.
«¡Mierda!».
El meollo de la cuestión era que Ben había estado allí cuando ella le necesitó y él no.
«¿Qué esperabas? ¿Un marido ausente no me puede dar lo que necesito?». Él sí podía. Su madre había gritado esas palabras a su padre quince años antes. Nadie de su familia había vuelto a ver a Amanda, salvo cuando firmó los papeles del divorcio, antes de morir.
Hunter cerró los puños y se quedó mirando a su esposa, acurrucada en el regazo de otro hombre, mientras un millón de pensamientos atravesaba su cabeza a toda velocidad. Podía darse la vuelta, salir de allí y no volver nunca más, pero eso era justo lo que había hecho el Coronel cuando su esposa comenzó a relacionarse con otro. Y lo que le había hecho añicos el corazón. Él no se rendiría.
Su padre jamás había vuelto a ser el mismo tras el amargo divorcio, y sabía que si dejaba ir a Kata, seguiría el mismo camino que él. A diferencia del Coronel, no tiraría la toalla sin luchar.
—¿Quieres matarle tú o me lo dejas a mí? —susurró Tyler.
Hubiera apostado que su amigo se pondría de parte de Ben, dado que había sentido un amor no correspondido por Alyssa, la mujer de Luc, durante más de un año. Pero ahora no era el momento de pensar en Tyler.
—No lo haremos ninguno de los dos. Yo se la quité a Ben. Quizá haya pensado que esto se trata del diente por diente. Ya hablaré con él más tarde. A la madre de Kata no le darán el alta hasta última hora de la mañana, así que voy a tener una charla larga, muy larga, con mi mujer.
Cuando terminara, ella tendría muy claro lo que él era capaz de hacer para demostrarle que era suya.