—¿Kata? —Hunter la acercó a su cuerpo en el interior del todoterreno para acariciarle el hombro.
Ella se apartó y se puso a mirar por la ventanilla.
«Cabrón».
Él retiró la mano y cerró los dedos en torno al volante mientras conducía en dirección este, hacia el sol naciente. Lo último que deseaba era interrumpir su permiso y aquella espontánea luna de miel. No quería incorporarse a su unidad, en especial después de la increíble rendición de Kata. Le había revelado muchos detalles importantes sobre su familia y sabía que cuando él se fuera, iba a sentirse abandonada.
Barnes, él y los otros dos componentes de la unidad de SEALs llevaban cuatro años tras la pista del traficante de armas venezolano Víctor Sotillo y su banda. Cabía la posibilidad de que el hermano del traficante, Adán, hubiera reorganizado el grupo tras la muerte de Víctor e intentara recuperar el contacto con sus clientes iraníes en las próximas veinticuatro horas. Si era así tenían que hacer lo imposible para impedirlo, y a ser posible para siempre.
Le había prometido a Barnes que, después de llevar a su esposa a Lafayette, tomaría un avión y estaría en la base en Virginia Beach al mediodía. Sin duda se encontraría fuera del país al anochecer.
A su lado, Kata parecía dolida y conmocionada. Todos sus planes para hacerla sentir segura y saciada, para conseguir que se enamorara de él, se habían ido al garete con una simple llamada.
«¡Joder!».
Su tiempo para ganarse a Kata se había reducido considerablemente ahora que tenía que marcharse inesperadamente a un maldito agujero en la selva. Casi escuchaba un puñetero «tic-tac» en la cabeza. Lo peor del asunto era que le había confesado sus sentimientos antes de que estuviera preparada para escucharlos. Y esa mañana, las barreras de Kata volvían a ocupar su lugar. Sabía que podía excitar su cuerpo, pero comenzaba a preguntarse si también podría conquistar su mente. El apretado nudo que notaba en las entrañas le advertía que aquélla era una misión que quizá no fuera capaz de completar. El padrastro de Kata había dejado una huella muy profunda en su psique. La cuestión era que, si ahora tenía que interrumpir su estrategia para marcharse a otro continente a combatir a los traficantes de armas, cuando regresara ¿sería suficiente el poco tiempo que le quedaba de permiso para conseguir que ella se enamorara de él? Aunque parecía imposible, Hunter se negaba a darse por vencido.
—¿Qué te pasa, cielo? —Estiró el brazo para cogerle la mano.
—¿Adónde me llevas? —Kata se puso tensa e intentó soltarse Hunter no se lo permitió.
—Vamos de vuelta a Lafayette. Espero estar de vuelta en un par de días, tres a lo sumo. Mientras estoy fuera te protegerán mis amigos, sé que ellos harán todo lo posible para conseguirlo.
Kata le miró con el ceño fruncido.
—¿Vas a dejarme en la puerta de uno de tus colegas para que me cuide como si fuera una cría? De eso nada. Llamaré a alguno de los polis que conozco.
—Ya hemos discutido ese tema. Se han cargado a tu agresor mientras estaba detenido, no sabemos si podemos confiar en la policía. Por lo general sólo me gusta mandar en la cama, pero en lo que se refiere a tu seguridad no pienso dejar nada al azar. Mientras te duchabas hice algunas llamadas. Te quedarás un par de días con Tyler. —Aquello era lo que más le cabreaba de todo, pero no podía hacer otra cosa.
—¿Con Tyler? ¿El ligón que me llamó «nena»?
Hunter apretó el volante deseando que fuera el cuello de Tyler.
—Sí, ése. Trabajó en la policía y ha realizado algunos encargos como guardaespaldas. Te protegerá bien. Preferiría que se encargara Deke, pero mi hermana se puso de parto esta madrugada.
¿No era lo que faltaba? Además se iba a perder el nacimiento de su sobrino. Sin embargo, tener que dejar a Kata con Tyler le carcomía por dentro. Su cuñado jamás le pondría un dedo encima, pero no tenía esa certeza con el otro hombre.
—Me alegro por Kimber, pero…
—Jack Cole no estará de regreso hasta mañana por la noche, entonces relevará a Tyler. Jack es el mejor. —Y además estaba tan locamente enamorado de su esposa, una hermosa sumisa, que ni siquiera se enteraría de que Kata era una mujer.
—Sé que estas preocupado por mi seguridad, pero no conozco a ninguna de esas personas. No es razonable que les molestemos así. Tiene que haber otra solución.
Él le lanzó una mirada severa.
—Voy a irme a la otra punta del continente para ocuparme de unos traficantes de armas y toda su mierda. No podré concentrarme en mi misión a menos que sepa que estás en manos de profesionales que harán todo lo necesario para protegerte. Supongo que puede resultarte embarazoso, pero necesito saber que estás a salvo mientras estoy fuera.
Ella le respondió con una mirada tan intensa como la de él.
—En otras palabras, me estás diciendo que o hago lo que dices o podrías acabar muerto. ¡Eso es chantaje!
Hunter le brindó una amplia sonrisa.
—¿Funciona?
—¡Uf! Eres un condenado hijo de… —Negó con la cabeza y su brillante pelo negro se onduló sobre su espalda—. De acuerdo. Me quedaré con tus amigos mientras no estés.
Hunter le apretó la mano y le acarició los nudillos con el pulgar.
—Cuando vuelva, todavía me quedarán unos días de permiso. Entonces nos ocuparemos de nosotros. Quiero conocer a tus padres y aliviar tus inquietudes. Quiero que te sientas cómoda conmigo y que te puedas entregar a mí sin miedos ni preocupaciones.
Kata arrancó bruscamente la mano de la de él. Cuando Hunter la miró, vio que tenía una expresión tensa y que había bajado la vista. Se puso en guardia. «Oh, oh».
—¿Qué estás pensando, cielo?
—He visto la salita de tu hermano, si es que a eso se le puede llamar así. No es que me haya tranquilizado precisamente. ¿De qué va? ¿Mantiene relaciones normales en alguna ocasión? ¿O quizá le parecen demasiado insípidas?
Hunter temía esa conversación. Cuando habían atravesado la sala de Logan, al amanecer, Kata había tenido oportunidad de echar un buen vistazo. No había sofás ni pantallas gigantes, no. Su hermano había instalado una cruz, un banco de azotes, una mesa con cadenas, unas barras y unas cadenas que colgaban del techo.
Para una mujer a la que le aterraba ceder el control, la sala de Logan era una pesadilla. Hunter no hacía más que pensar en cómo diantres lograría minimizar los daños.
—Tanto a Logan como a mí nos gusta ser Amos, pero ahí acaban nuestras similitudes. Sus aparatos no tienen nada que ver con nosotros.
—¿Estás diciéndome que jamás has usado ninguna de esas cosas?
No, claro que las había usado y ella lo sabía de sobra.
—Me gusta usar las mesas con cadenas y los bancos de azotes en ocasiones, pero no me van nada las cruces. —Encogió los hombros—. No importa lo que haya utilizado antes, jamás te haría daño.
—No, sólo me atarías y harías cualquier cosa que consideraras necesaria para dominarme. ¿Por qué tanto a ti como a tu hermano os gusta atar a las mujeres? ¿Qué os pasa?
Hunter ya le había explicado su necesidad de protegerla y satisfacerla. Incluso de presionarla lo que considerara necesario hasta que llegaran a estar realmente conectados; se lo había repetido vanas veces. Lo que no pensaba era explicarle también que había descubierto el BDSM el verano que su madre les abandonó. De acuerdo, puede que ambas cosas estuvieran relacionadas pero, llegados a ese punto, ¿qué más daba? Era lo que era.
—Hace sólo unas horas estabas gritando de placer como una loca mientras yo me contenía, pero al final te dejé satisfecha por completo ¿verdad? —la desafió Hunter—. ¿Crees de verdad que te obligaría a hacer algo a lo que tu cuerpo no respondiera?
—No, pero mi cuerpo y mi mente mantienen una lucha a muerte sobre lo que le pido realmente a una relación a largo plazo, y tú estás tratando de que rebase mis límites más rápido de lo que puedo. —Miró por la ventanilla del coche.
Cierto. De no ser por la misión, se pasaría más tiempo ganándose su confianza antes de dar buen uso a algunos de los artículos de la sala de Logan, de mostrarle el placer más oscuro de la dominación. Kata necesitaba experimentarla más en profundidad, darse cuenta de que el increíble intercambio que podría haber entre ellos no debía darle miedo. Pero su trabajo hacía que tuviera que aplazar sus intenciones. No era de extrañar que se sintiera un poco perdida.
—Kata, escúchame…
—No, Hunter, me vas a escuchar tú. Entre nosotros existe una química increíble. No puedo negarlo, pero… —suspiró—. Me gustó lo que hicimos anoche, no pienses que no. Me hiciste sentir adorada y me excitaste de una manera que jamás consideré posible. Sin embargo, no creo que pueda manejar todo esto. Nos casamos siguiendo un impulso estúpido y tú quieres algo que yo no puedo darte. Deberíamos actuar de una manera inteligente y poner punto final a todo esto antes de que ambos resultemos heridos.
Hunter se estremeció de temor. ¿Kata quería el divorcio?
—No pienso renunciar a ti.
—Sé razonable. Nos conocemos desde hace sólo dos días.
Él negó con la cabeza.
—No pienso renunciar. Te amo.
—Cállate —dijo ella bajando la mirada y meneando la cabeza—. Ni siquiera me conoces.
Él apretó los dientes, aunque lo que quería era aplastar aquella «lógica» con sus propias manos. Lo único que la hacía huir era el miedo.
—Cielo, lo que te he dicho es cierto. —Hunter no sabía cómo hacerle comprender que lo que le decía su instinto era la verdad. Movió la cabeza, intentando pensar una manera—. ¿Por qué invitaste a tu hermana a tu fiesta de cumpleaños?
Kata frunció el ceño como si pensara que él había perdido el juicio.
—Porque es mi hermana.
—Pero está casada, tiene hijos pequeños y no es el tipo de fiesta que le gusta.
—Sí. Pero la celebración no hubiera sido redonda sin ella. —Le respondió tras pensarlo un momento.
—También invitaste a tu madre.
Ahora Kata puso una expresión de congoja.
—Pero Gordon no le dejó venir.
Otro hecho que pesaba en contra de Hunter. Cada vez comprendía más el odio de Kata por ese hombre.
—Te apuesto lo que quieras a que también invitaste a tu hermano.
—Joaquín no respondió. —Kata encogió los hombros con desánimo—. Supongo que anda de incógnito.
Hunter le rodeó los hombros con un brazo.
—Sabías que no podría, pero lo intentaste. Y lo volverías a intentar porque es importante para ti. Eres quién mantiene unida a tu familia, ¿verdad? Ésa es una de las razones por las que te amo. Cielo, eres inteligente, sexy como un demonio y, aun cuando estás enfadada conmigo, tu agudo sentido del humor me hace sonreír. Sé que guardas en tu interior a una chica asustada a la que quiero demostrarle mi amor y no siempre ejerciendo el control.
Kata se mordisqueó los labios.
—No me gusta ser dominada.
—A una parte de ti sí le gusta, por lo menos en la cama. Lo has descubierto esta noche, y la profundidad de tu sumisión te ha asustado.
Por primera vez desde que la conocía, Kata no tenía una respuesta descarada.
—Sí.
Él le acunó la mejilla con la palma de la mano.
—Nuestro matrimonio no ha sido un error. Y en cuanto regrese de esta misión, vamos a pasar juntos mucho tiempo, hasta que te encuentres a gusto conmigo. Seguiré haciendo lo que sea necesario para ganar tu sumisión y tu amor. No lo dudes nunca.
Kata frunció el ceño con pesar. Apretó los labios como si estuviera conteniendo las lágrimas.
—No funcionará. Soy muy independiente. No soporto que la gente me diga qué tengo que hacer. Soy terca y decidida… Todo lo que tú no quieres. Eres un buen tío pero…
—Uno que sabe cuándo debe hacer caso a su instinto. Por eso he forzado las cosas entre nosotros. Puede que no sepa cuál es tu color favorito o qué programas de la televisión te gustan. Puede que tú no sepas qué cicatrices me hice de niño y cuáles en una misión, pero ¿importa? Son sólo detalles. —Negó con la cabeza—. No confundas a un Amo con un gilipollas. Lo cierto es que has mantenido relaciones «fáciles» porque no querías que tu corazón se viera amenazado. Si fueras realmente honesta contigo misma, sabrías que jamás serás feliz con un hombre como Ben, con alguien que te permitiera llevar la voz cantante.
Kata apretó más los labios y miró por la ventanilla. Sólo el zumbido del motor y el repicar de una campana en una vieja estación del Oeste quebraban el silencio. Hunter no pensaba rendirse. Incluso aunque no lo admitiera, ella sabía que lo que le había dicho era cierto.
—¿Qué sabes sobre mí? —la apremió en un tono que no admitía réplicas—. Y ahórrate los comentarios sarcásticos. Ya sabes que no tengo problemas para zurrarte el trasero.
Kata permaneció un buen rato en silencio y luego encogió los hombros.
—Eres guapísimo, pero actúas como si no fueras consciente de ello. Tienes familiares y amigos leales, lo que sugiere que tú también lo eres. Afrontas cada situación con confianza, pero sin arrogancia. Eres rápido e inteligente… Y seguramente también se te den bien los bebés y los gatitos —terminó con sarcasmo, esbozando un mohín que hizo renacer las esperanzas de Hunter—. Pero también eres implacable y demasiado receptivo. Cada minuto pareces descubrir un nuevo método para someterme. Y yo odio la palabra «sumisa». Para mí significa que soy un poco tonta y que me he vuelto loca…
—No. Te lo he dicho ya, ésa es una de las razones por las que estoy enamorado de ti. Hay muchos sumisos que pierden su identidad por culpa de sus Amos. Si no se sienten oprimidos, la relación no funciona. Necesitan ser dependientes para sentirse útiles, sino se ven perdidos. Pero contigo jamás pasará eso, no tengo ninguna duda de que siempre me desafiarás. Cielo, la gran diferencia entre Gordon y yo, y escúchame bien, es que ese gilipollas egoísta sólo piensa en satisfacer sus propios deseos. Yo no soy feliz si no te doy lo que necesitas. Admito que nos casamos con mucha rapidez, pero danos una oportunidad antes de ceder al miedo y huir.
Ya había pasado la hora punta en Lafayette cuando Kata y Hunter llegaron a la ciudad. Kata se estiró y luego se aplicó un poco de brillo en los labios mientras su marido —Dios, qué raro sonaba eso— conducía con unas gafas de aviador cubriendo aquellos penetrantes ojos azules. Él sujetaba el volante con una mano y con la otra agarraba la suya.
Antes de la última noche, la brecha que él había abierto en sus defensas en Las Vegas había comenzado a cicatrizar. Podría haber reanudado la vida sin él; de acuerdo, puede que lo hubiera lamentado un poco. Pero tras lo ocurrido en el apartamento de Logan…
Kata se estremeció. Hunter la había iniciado en un placer completamente nuevo. Electrizante. Que la dejaba sin respiración. Que se encontraba una sola vez en la vida. No pensaba engañarse a sí misma y decir que no había disfrutado de las ataduras y de su mano firme. La había obligado a rebuscar en lo más profundo de su alma y a entregarle todos sus miedos. Mientras la dominaba, se había sentido adorada por completo, casi mimada, lo que era todo lo contrario a lo que había imaginado. Él había arrancado la costra para dejar una cicatriz permanente en sus barreras.
Sin embargo, ahora odiaba sentirse desnuda, vulnerable, apartada. Cada maniobra de Hunter había sido planeada para introducirse en su vida, en su cuerpo, en su corazón. Había hecho que sintiera por él algo tan profundo que no estaba segura de poder manejarlo. Estaba segura de que había otras mujeres que disfrutarían siendo controladas así, pero Kata no estaba dispuesta a dejar que alguien llegara a su alma.
Y la atara Hunter o no, él quería controlar todos los juegos en el dormitorio. Era ahí donde ella tenía problemas. No, Hunter no era Gordon. Era su padrastro con esteroides, era más inteligente y determinado. Seguramente, bajo aquella actitud avasalladora había un tipo decente, pero también podía actuar como un auténtico capullo si quería. Afirmaba que su comportamiento sólo tenía como finalidad darle lo que necesitaba; tiernas palabras. Apostaría lo que fuera a que Gordon también pensaba eso. De acuerdo, Hunter no la había insultado para sentirse él mejor, pero ¿tenía eso importancia si ella no tenía ningún poder en su relación? Al final, el único resultado posible sería que ella acabaría perdiendo el respeto por sí misma y sintiéndose insignificante.
Por otro lado, Hunter la había acusado de no dar una oportunidad real a su matrimonio y a él.
Le miró. Él sostuvo su mirada y el aire que les rodeaba se cargó de tensión.
¿Sería eso lo que habría sentido su madre con Gordon? ¿Algo que la llenaba de tal manera que le daba igual renunciar a sus amigas, su trabajo y su propia individualidad? Incluso Hunter admitía que algunos sumisos se veían perdidos sin su Amo. Pero a ella, además de que no podía imaginar estar atada a nadie de esa manera, le preocupaba si realmente podría permitir que él tuviera completo control sobre su cuerpo. Por otra parte, si eso sucedía podía volverse adicta al placer extremo que le proporcionaba y perder su alma al mismo tiempo.
—¿Estás bien, cielo? —murmuró Hunter.
Kata eligió las palabras con cuidado. Puede que le aterrara lo que le hacía sentir, pero tenía razón; Hunter tenía que concentrarse en la misión. No quería que pensar en ella le pusiera en peligro. Lo aclararían todo cuando regresara.
—Sólo estoy cansada. Abrumada.
Él le dirigió una mirada inquisitiva antes de aparcar delante de un edificio de apartamentos, bajo la sombra de un árbol. Tyler estaba a diez metros, en el portal, esperando. «¡Guau!». Había olvidado lo grande que era. Al ver a un tipo como él, Kata hubiera pensado que era una rata de gimnasio cuyo único objetivo era conseguir unos músculos más protuberantes. Sin embargo le había visto en acción y sabía que poseía un agudo poder de observación y que estaba tan dispuesto como parecía a patear el culo de cualquiera que se acercara.
Sí, él la protegería, aunque Kata no estaba satisfecha con ese arreglo. ¿Por qué, a pesar de las ganas que había tenido de poner distancia entre Hunter y ella, le echaba ya de menos?
Salieron del todoterreno al tiempo que Tyler bajaba las escaleras exteriores para saludarlos.
—Hola, nena. Ya tienes arriba lo que había en el maletero del coche.
—Gracias. —Frunció el ceño y le lanzó una mirada asesina a aquel musculitos de ojos verdes—. ¿Cómo has abierto el maletero de mi coche sin las llaves?
Tyler esbozó una sonrisa petulante y miró a Hunter.
—Ya he hablado con Jack. Vendrá a buscarla mañana por la noche. —Luego su sonrisa se volvió astuta—. Es decir, si ella quiere irse.
Hunter se acercó, ocupando el espacio personal de Tyler.
—Vamos a aclarar las cosas —gruñó—. Kata no es tu «nena», es mi mujer. No la tocarás. Ni siquiera se te ocurrirá. O a Dios pongo por testigo de que te arrancaré la cabeza.
Lo cierto es que Hunter no tenía nada de qué preocuparse. Tyler era atractivo, pero su vida ya era lo suficientemente complicada, pensó Kata.
Tyler parecía divertirse mucho.
—¿No estás siendo demasiado posesivo?
—Concéntrate en el hecho de que alguien quiere asesinar a Kata y en protegerla. Ya sé que te gusta fijarte en las mujeres de otros hombres, pero…
—Yo me aseguraré de que no pasa de las palabras, Hunter. —Un hombre que a Kata le resultó familiar, salió del portal de Tyler. Tenía el pelo oscuro y largo hasta los hombros; algo que hubiera resultado casi femenino en otro individuo y que a él le hacía parecer muy sexy mientras bajaba lentamente los escalones.
—¿Luc Traverson? —Kata se lo quedó mirando aturdida—. ¡Oh, Dios! ¡Me encanta tu programa de cocina!
Y estaba todavía más bueno en persona.
—Gracias. —Le tendió la mano—. Es un placer conocerte. Eres la esposa de Hunter. ¿Kata, verdad? —Encogió los hombros y añadió con acento arrastrado—: Mi más profundo pésame.
—Muy gracioso. —Hunter no parecía muy contento cuando miró a Luc—. ¿A qué has venido?
Kata frunció el ceño.
—¿Os conocéis?
Los dos hombres intercambiaron una mirada; ella supo que se cocía algo entre ellos. Por fin, Luc asintió con la cabeza.
—El marido de Kimber, Deke, es mi primo.
«¿Deke era primo de Luc?».
Tyler resopló.
—Deke y él solían compartirlo todo.
¿Acaso quería decir que él…? Por la cara que habían puesto todos, sí. ¿Kimber, Deke y Luc? Kata se quedó boquiabierta.
Luc le lanzó a Tyler una mirada fulminante.
—Cállate. —Entonces se volvió hacia Hunter—. He venido porque estaba preocupadísimo preguntándome qué locura te ha dado para dejar a tu esposa con este tipo. —Señaló a Tyler con el pulgar—. No sé cómo se te ocurre. No me importaría hacerte el favor de cuidarla hasta que me toque ir a preparar el servicio para la cena en el Bonheur. Además, Alyssa, a pesar de estar ya de treinta semanas, está muy ocupada con la reconstrucción de Las Sirenas Sexys y se muere de curiosidad; me envió a enterarme de todos los detalles jugosos sobre tu boda.
—Gracias por preocuparte por Kata.
Mascullando una maldición entre clientes, Hunter lanzó una mirada al reloj y resopló. Centró toda su formidable atención en ella con una expresión de pesar. Maldición, sólo con esa mirada le hizo sentir un hormigueo de los pies a la cabeza; él la hacía sentirse así siempre, aún cuando ella no quería.
—Te voy a echar de menos, cielo. —Presionó sus labios contra los de ella.
Hunter la había besado muchas veces con posesión y pasión abrumadora. Era como si un tornado fuerza cinco atravesara los muros que protegían su corazón y los derribara. Pero en ese momento fue como un penacho de humo, tan ligero que ella casi se preguntó si se habría imaginado el beso. Casi al momento, a Kata comenzaron a hormiguearle los labios, justo como le pasaba después de probar la salsa picante de su abuela; pero aquella sensación no se pasaría con un poco de leche fría. Hunter dejaba su impronta en ella. Y ese beso, tan tierno, fue como un golpe en el pecho.
Siempre le pasaba igual con él, era algo increíble y aterrador a partes iguales.
Necesitaba más. Se puso de puntillas y abrió los labios para él, clavándole los dedos en los hombros al tiempo que contenía un gemido.
Él le acarició la mejilla con los nudillos y se apartó, luego le encerró la cara entre las manos con una desesperación que derrumbó todas las defensas de Kata.
—Volveré pronto —murmuró él—. Te lo prometo.
—Cuídate —susurró ella con la voz entrecortada.
Después de otro beso abrasador, él bajó los escalones y se dirigió hacia el aparcamiento donde el asfalto brillante ya emitía volutas de vapor a pesar de que sólo eran las nueve de la mañana.
Le dolía verle marchar, pero se dio cuenta de que él le había hecho tener la certeza de que ninguna misión en el culo del mundo le impediría volver con ella. Sabía que Hunter tenía un trabajo peligroso, más que el de un policía o un bombero; luchaba contra adversarios que tenían como objetivo matarle cada vez que aparecía ante ellos. Se estremeció y notó un nudo en la garganta; tuvo que contenerse para no llamarle. Dudaba que Hunter y ella tuvieran un futuro juntos, pero ¿y si le pasaba algo? Santo Dios, ella quedaría destrozada; se moriría de dolor.
¿Por qué?
Llegó el taxi que Hunter había llamado. Se despidió de ella con un gesto de la mano y Kata siguió con la vista al vehículo amarillo y negro hasta que se perdió de vista.
Tan pronto como dobló la esquina, Tyler la tomó del codo y sonrió.
—¿Por qué no entras y te pones cómoda, nena? Intentaremos pasar el rato lo mejor posible. —Le guiñó un ojo y luego lanzó una mirada airada a Luc—. Incluso aunque tengamos carabina.
Tras un corto trayecto en coche hasta una hamburguesería con parada en el videoclub incluida, Kata se sentó al lado de Tyler en el sofá para ver una película.
—Cuando hablé de acomodarnos en el sofá después de que Luc se fuera, no me refería a esto. —Su expresión dolorida decía que prefería que lo metieran en aceite hirviendo—. ¿Vas a obligarme a ver esto de verdad?
Cálido, gracioso, atento pero no apabullante, Tyler poseía todas las cualidades que le pedía normalmente a un amigo. Habían coqueteado, parecía que para él era algo involuntario y constante. Pero Kata no notaba ningún tipo de química entre ellos, lo que era un alivio. Por lo general le gustaba flirtear, pero Hunter se había apoderado hasta de la última neurona de su cerebro y la había llenado de pensamientos sobre él.
—Tomaré tu silencio como un no. —Tyler intentó apropiarse del mando.
Ella lo alejó bruscamente de su mano y luego se rió ante su mueca de enfado fingido.
—Me encantan Edward y Bella. ¿Has visto alguna de sus películas? —indagó.
—¡Joder, no! Ella parece estreñida y estoy seguro de que él es de la otra acera.
Kata reprimió una carcajada. No debería haber preguntado.
—Eso se llama angustia. Supongo que tú no la has sentido nunca.
Tyler le lanzó una dura mirada que decía que no se pasara un pelo. Entonces le salvó de mascullar una embarazosa disculpa poniendo en marcha la película. Kata se tragó lo que había pensado decir. Puesto que su vida estaba en manos ajenas, no estaba en la mejor posición para dar consejos. Se centró en la voz familiar de Bella Swan cuando comenzó el largometraje.
Habían visto casi la mitad cuando él se dirigió a la cocina a hacer palomitas, y Kata vio reflejada su larga figura en un cristal mientras éstas estallaban en el microondas. Apretó un cojín contra el pecho y sonrió.
—Oh, venga —murmuró él—. Hasta Helen Keller y Stevie Wonder verían que eso es un triángulo amoroso. ¿Cuánto dinero dices que recaudó esta mierda?
Kata le lanzó el cojín.
—¡Shhh!
—No me mandes callar, nena, o te zurraré sobre mis rodillas.
Ella se quedó paralizada.
—¿A ti también te va eso? Pero ¿qué estoy diciendo? Por supuesto que te va. Eres amigo de Hunter.
¿Cómo había sido tan estúpida para no haberlo imaginado antes?
Tyler frunció el ceño.
—¿Si me va el qué? —Arqueó una ceja y negó con la cabeza—. Ah, ya, Hunter está metido en esos rollos del BDSM. Le gusta dominar. Pero no, a mí no me va. Se lo dejo todo a él y a Jack Cole.
—¿El mismo Jack que viene a buscarme mañana por la noche?
—El mismo. Es un tipo tranquilo y su mujer una chica atractiva. Morgan te caerá bien.
—Porque ella es… —Kata buscó una palabra elogiosa para no insultar a una mujer a la que Tyler, evidentemente, admiraba—, ¿amigable?
¿Habría Jack anulado la personalidad de Morgan, reemplazándola por una amigable mujer que sólo sabía decir «sí, señor»? Tyler soltó una carcajada.
—¿Morgan amigable? Yo se lo insinué en una ocasión y casi me arrancó los huevos. Es una mujer espeluznante cuando se cabrea. Hasta Jack es lo suficientemente listo como para no enfrentarse a ella.
Kata no sabía cómo interpretar las palabras de Tyler. Si su madre intentara imponerse, Gordon encontraría mil maneras sutiles de decirle que estaba equivocada y que había tenido una rabieta ridícula. Pero cuando era él quién se enfurecía… ¡cuidadito! Sin embargo, Tyler hablaba de una manera que hacía que pareciera que a Jack le importaban los estados de ánimo de su esposa, no que le desagradaran. ¿Sería una norma en un matrimonio de Amo y sumisa, o sólo ocurría entre Jack y Morgan?
No importaba. A pesar de los sentimientos que tuviera por Hunter, de lo explosivos que fueran en la cama, no había sitio en su vida para permanecer casada con alguien que conocía desde hacía menos de dos días. Un hombre que podía estrujar su cuerpo y su corazón.
Necesitaba hablar con alguien. Quizá con su madre, que siempre la comprendía.
—Eh, oye… —llamó la atención de Tyler—. Voy un momento al baño.
Con la cabeza dándole vueltas, recorrió el pasillo hasta el dormitorio. Una estancia puramente masculina decorada con muebles de madera oscura y una alfombra de diseño lineal con tres rayas oscuras. Había armas por todas partes, así como un número impresionante de dispositivos electrónicos.
Kata encontró su maleta en la esquina y se inclinó sobre ella. Tenía allí el cargador del móvil. El teléfono se había quedado sin batería por la tarde y había sido incapaz de ponerlo a cargar bajo las miradas vigilantes de Luc y Tyler.
—¿Quieres que le dé a pausa? —gritó él.
—No, ya la he visto, así que no me perderé nada importante. Sigue tú.
Con Tyler ocupado, quizá podría intentar hacer una rápida y susurrante llamada. Sí, vale, Hunter le había dicho que su teléfono era fácil de rastrear, pero le parecía descabellado que alguien que no perteneciera al gobierno dispusiera de tal clase de tecnología.
Conectó el móvil al cargador y lo encendió. Entonces lo puso en modo vibración. Comenzaron a llegarle mensajes de texto y del buzón de voz. Mari, Chloe, Hallie, Ben. Sabía lo que iban a decirle antes de escuchar sus mensajes. Mari preguntaba si estaba bien tras el tiroteo y si se había vuelto loca por casarse con un hombre al que apenas conocía. Insistía en hablar con ella de inmediato e invitaba a Hunter al almuerzo dominical. Por supuesto Chloe y Hallie todavía no sabían que habían intentado asesinarla, así que sólo querían los detalles más calientes de su polvo con Hunter. Ben… estaba herido, confundido y enfadado. No le culpaba; había arreglado su mayor fantasía como regalo cumpleaños y ella le había dado una puñalada en la espalda. Definitivamente, le debía una llamada y algún tipo de explicación.
De pronto saltó otro mensaje de voz de un número local que no conocía. Kata se dispuso a escucharlo. Cuando oyó una voz femenina, jadeante y ronca, frunció el ceño confundida… Hasta que la mujer en cuestión se identificó como su madre.
—Hija, me han dicho que te dispararon. —Su voz rezumaba preocupación—. Por favor, llámame para decirme que estás bien. Gordon está de viaje y se ha llevado el móvil, así que te llamo desde casa de los vecinos. —Tosió, un sonido rudo y ronco que hizo que Kata se sobresaltara—. Perdón. Gordon dice que tengo alergia, y creo que tiene razón.
—Ya, claro. Si eso es una alergia, yo soy el Yeti —rezongó Kata, sumamente preocupada. Escuchaba el silbido de la respiración de su madre en cada aliento.
—Me dejó unas pastillas de ibuprofeno y un jarabe para la tos, así que pronto estaré bien. —Volvió a toser durante un buen rato. Cuando reanudó su monólogo, la voz sonaba todavía más débil—. Ven a veme tan pronto como puedas, hija. Te quiero.
Al colgar comenzó a toser otra vez. Kata se quedó aterrada. Estaba segura de que su madre tenía bronquitis… o algo peor. Maldito Gordon. Estaba ciego y era demasiado egocéntrico para preocuparse por si su madre estaba enferma de verdad. La había dejado en casa sin coche, sin móvil y, probablemente, sin dinero. En la mente de Gordon ella no debía ir a ningún lado, no debía hablar con nadie ni nada de nada, así que ¿para qué iba a necesitar dinero? El muy bastardo sabía de sobra que la dependencia era una debilidad y que nada dejaba a su madre más rápido a su merced.
Apretó con firmeza el móvil e intentó decidir qué hacer. Su madre no tenía forma de llamar al médico y no lo haría desde el teléfono del vecino. Gordon se disgustaría mucho si ella se atrevía a hacer tal cosa. Su madre debería haber llamado a Mari, pero su hermana tenía ahora una familia de la que ocuparse y mamá no querría complicar más la vida de su hija mayor.
Así que la única manera efectiva para evaluar la gravedad de la enfermedad era que Kata la viera con sus propios ojos.
Kata dejó caer el teléfono y se dirigió a la puerta del dormitorio. No conocía demasiado bien a Tyler, pero hasta ahora se había mostrado razonable y amistoso. Seguramente, si le explicaba la situación, él la ayudaría. Parecía tan lógico…
Pero Tyler ya se había negado a llevarla a cualquiera de los sitios que frecuentaba, como su apartamento. Sostenía que quienes querían matarla podían tener vigilados todos esos lugares. Y la lealtad de Tyler no era para ella, sino para Hunter.
Aferró el pomo de la puerta y se quedó paralizada. ¿Y si Tyler no la ayudaba? ¿Y si no la dejaba salir? A pesar de su aire bromista y relajado, era muy capaz de mantenerla atrapada allí. No tenía duda de que si se negaba a llevarla a ver a su madre, jamás podría escapar a su vigilancia.
Y nadie más ayudaría a su madre. A Mari no le gustaba entrometerse entre Gordon y ella. Además, los lunes su hermana colaboraba en una asociación de Baton Rouge con algunos de sus colegas. Era su cuñado quien se quedaba en casa con los niños, con un ojo puesto en los deberes de sus hijos y otro en el partido de la tele. Si a Tyler se le ocurría ir solo, su madre no le abriría la puerta por temor a las represalias de Gordon. La necesitaba a ella.
Se mordió los labios. Si, sabía que escapar era peligroso; no era tan estúpida como para no saberlo, pero su madre tenía un enorme historial de problemas respiratorios y Kata tenía que comprobar cómo estaba ahora.
—¿Todo bien? —preguntó Tyler a través de la puerta.
Ella se estremeció. ¿Cómo había logrado él recorrer el pasillo sin que hubiera oído sus pasos? Tyler podía parecer un tipo estupendo al que le gustaba flirtear, pero debajo de todo ese encanto se ocultaba un hombre letal.
—Muy bien —respondió antes de levantar sus sospechas—. Estoy poniéndome cómoda. ¿Te importa si me doy una ducha?
Él vaciló.
—No, claro… pero… er… No tardes mucho. He parado la película para que podamos seguir viéndola juntos.
«Piensa, piensa…». ¿Cómo podía salir de allí?
—¿Quieres decir que al final te has enganchado a la historia de Bella y Edward? —bromeó, para que no sospechara nada… Y porque él se lo merecía.
—Bueno, no es una porquería total. Es el mayor elogio que voy a decir. Te doy diez minutos, Kata.
—Perfecto. Salgo enseguida.
¿Qué diantres iba a hacer para librarse de él en diez minutos?
De repente se le ocurrió una idea. Entró corriendo en el cuarto de baño y abrió el grifo para disimular cualquier ruido. Esperando que aquello no la pusiera en peligro, le envió entonces un mensaje de texto a la única persona en la que confiaba por completo y que sabía que jamás la traicionaría.