—Vale. —Kata soltó el aire de golpe y asintió temblorosamente con la cabeza—. Si no me agobias demasiado, intentaré someterme a ti.
Hunter sonrió.
—Te pareces a Yoda. Pero la cuestión no es intentarlo, sino hacerlo.
Sí, con Hunter sería todo o nada. Y hasta entonces, Kata lo había hecho todo a medias. Si quería eso, si quería realmente que él colmara esa necesidad, ese doloroso vacío que jamás había logrado satisfacer, iba a tener que cooperar. Hunter no podría proporcionarle aquella elusiva satisfacción final si ella no se lo permitía.
—Bueno —tragó saliva—, lo haré.
Una decidida expresión de satisfacción inundó los sombríos rasgos masculinos.
—Gracias.
Aquella mirada la llenó de placer. Por lo general, no le importaba nada lo que pensara un hombre. Gordon había conseguido que no se esmerara demasiado en complacer a ningún varón. Pero por alguna razón, con Hunter era diferente. Sí, a menudo resultaba insistente e inquebrantable, lo que quería decir que a veces le hacía rechinar los clientes de frustración, pero no parecía querer darle órdenes sólo por el placer de satisfacer a un yo cavernícola ni por demostrar quién llevaba los pantalones en esa relación. Tenía un propósito. Y si ella quería sus sonrisas, su afecto y aquellas caricias suaves y perfectas —y ese orgasmo que le había negado antes— iba a tener que hacer lo que dijera.
Él le rozó la mejilla con ternura y le cubrió los labios con los suyos. Los pensamientos de Kata se disolvieron. El beso fue una caricia más suave que un susurro, pero más impactante que un martillo. Suspiró temblorosa. Una agitada sensación le atravesó los pechos y sus pezones se erizaron otra vez. Aquella emoción iba más allá del simple deseo de que la tocara, se había convertido en un alocado anhelo de ser importante para él. Le había traspasado el corazón haciéndola consciente de una conclusión aterradora: él y ella debían fusionarse por completo.
Kata se dio cuenta de que Hunter se contenía porque ella lo ansiaba.
Arqueó el cuello todo lo que le permitieron las cadenas y unió sus bocas en una súplica silenciosa. Se ofreció, se curvó hacia él, diciéndole de mil formas sutiles que era bienvenido.
En lugar de aceptar lo que ella le ofrecía, Hunter se apartó y la miró fijamente como si fuera un acertijo que debía resolver. Estar desnuda bajo aquella luz tenue, prisionera de su penetrante mirada, la hizo ser consciente de su propia piel, del ventilador que giraba en el techo haciendo que una fresca brisa le rozara los pezones expuestos, de la carne hinchada y mojada entre sus piernas. Atada como estaba, no podía ocultar nada. Pero en lugar de retorcerse de incomodidad como sería usual, notó que la sangre le hinchaba más los pezones y el clítoris, que le hormigueaba la piel.
La mirada de Hunter era íntima, voraz. La gruesa cordillera de su miembro era perceptible tras la cremallera de los vaqueros. Saber que era ella la que le ponía en ese estado le hizo sentir una emoción casi ridícula. Se arqueó, ofreciéndole los pechos sin palabras, necesitando que los tomara.
Como si le leyera la mente, Hunter pasó el dedo por la dura cima de un pezón antes de dibujar una línea por encima de su vientre hasta su anegado sexo. Ligero y juguetón, cada roce tenía como finalidad excitarla todavía más. La atravesó una nueva oleada de placer.
—¿Qué es lo que quieres, cielo? Dímelo.
Lo que ella quería era que la cubriera con su cuerpo, que cada centímetro de esa erección que abultaba los vaqueros se hundiera profundamente en su sexo mientras se esforzaban por alcanzar un clímax asombroso.
Alzó las caderas hacia él en una silenciosa invitación, esperando que comprendiera.
Él clavó la mirada más abajo, entre sus piernas, pero no se acercó a ella.
—Kata —le advirtió—. Cualquier relación entre un Amo y una sumisa parte de una buena comunicación. —Comenzó a sonar la alarma del móvil de Hunter. Él le lanzó una mirada penetrante—. Ha llegado la hora, cielo. Es el momento de otro castigo. Dime qué es lo que quieres o prepárate.
Ella se sintió enervada ante la atenta mirada de él, ante su calma. ¿Cómo decirle a un hombre tan lleno de control y capacidad de mando que querías que te hiciera de todo, pero que eso te daba un miedo mortal? Él ya lo sabía. ¿Por qué tenía que hacerla sentir más vulnerable todavía?
—Yo… yo… —«Estaba muerta de miedo».
—De acuerdo pues. Lástima… —Comenzó a abrir los cajones de la mesilla de noche con los dientes apretados. No había manera de malinterpretar su enfado y decepción.
Aquello no presagiaba precisamente un orgasmo rápido. Y una parte de ella odiaba decepcionarle.
—¡Un momento! —Respiró entrecortadamente—. Si lo que quieres es que admita que te deseo, lo hago. Te deseo por completo.
Él agitó la cabeza, sin mirarla siquiera. Continuó rebuscando en el fondo del cajón.
—Eso es evidente. Lo veo en tus pezones y en lo mojada que estás. No te he preguntado lo que sientes. Te he preguntado qué quieres.
Chorradas. Él le había dado otra oportunidad y a ella le había podido la reticencia y aquella bocaza que no sabía mantener cerrada. ¿Por qué le resultaba tan difícil admitir sus sentimientos y su deseo por él? ¿Por qué se sentía tan expuesta? Por Gordon… y su madre. Aquella envenenada relación la aterraba. Pero ¿sería Hunter capaz de hacerle confesar sus sentimientos para usarlos en su contra? ¿O aquellas evasivas se debían a que ella temía abrirle el corazón porque le daría demasiado poder?
Dio un respingo ante aquella fea certeza mientras observaba los movimientos rápidos y precisos de Hunter. La expresión de desagrado en su rostro era como una puñalada en el corazón. Y Kata tenía el presentimiento de que lo que él estaba buscando en ese cajón avivaría el dolor de su insatisfecho cuerpo de tal manera que eclipsaría con rapidez cualquier incomodidad mental por mostrarse honesta.
—Hunter, tienes razón. Lo siento. Por favor… —Kata deseó que él la mirara, pero no lo hizo—. Esto es muy difícil para mí.
Él suspiró y volvió los ojos hacia ella.
—Lo sé. Te resulta extraño y te incomoda. Lo he tenido en cuenta. Mi problema es que todavía tratas de someterte en tus propios términos y no pienso dejar que eso ocurra, cielo.
Le pasó los dedos entre los pliegues empapados. Ella contuvo la respiración ante el inmediato resurgimiento del placer. Él podía conseguir con suma facilidad que lo deseara incondicionalmente. La enervaba hasta la médula.
—Tu cuerpo ansía esto. —Clavó en ella aquellas serias pupilas azules como si así pudiera hacerla entender—. Ahora debe aceptarlo tu mente. Veo en tu cara la necesidad de ser sumisa, pero tu miedo se interpone entre nosotros.
Kata quería decirle que se equivocaba, pero mentiría. Cuando el pulgar de Hunter frotó su clítoris otra vez, el deseo la hizo estremecer. Se arqueó hacia él, intentando aumentar la presión sobre el pequeño nudo de placer.
Hunter retiró la mano de su anhelante sexo y comenzó a sacar artículos de la mesilla y a colocarlos más arriba de su cabeza, justo donde ella no podía verlos.
—Vamos a ver si consigo que lo pierdas.
Kata notó un sudor frío. Darle la llave de su cuerpo —y de su corazón— a alguien que era un alfa cruel como Hunter la aterraba. Pero si no quería someterse realmente, ¿por qué esperaba con ansiedad todo lo que él le hiciera en esa relación sin sentido?
—Te deseo —farfulló—. Deseo lo que quieras hacerme. Lo que sea… Pero me aterra.
Él esbozó una sonrisa que alivió la dureza de su rostro.
—Buena chica.
Gracias a Dios, Hunter lo entendía. Soltó el aire que estaba reteniendo.
—¿Qué me vas a hacer?
Al instante, la mirada masculina recobró su dureza, haciéndola estremecer.
—Haré lo que sea. Y tú lo aceptarás sin comentarios ni quejas porque confías en mí.
Kata se mordió los labios. Su primer deseo fue decirle que se fuera al infierno, pero se tragó las palabras. Estar atada e indefensa podía ir contra su naturaleza independiente, aunque no podía negar que a su cuerpo le encantaba… y que lo deseaba ardientemente.
¿Cómo sería entregarse a él por completo durante una noche? Sin preocupaciones, sin miedos, sin responsabilidades… Como si lo único que importara en el mundo fuera la conexión entre ellos… Aquel seductor pensamiento le rondó en la cabeza como una droga adictiva y aterradora.
Hunter permanecía al lado de la cama sin hacer otra cosa que mirarla y esperar a que los pensamientos abandonaran su mente.
—Lo siento —susurró ella—. Por favor, no te detengas.
Él asintió bruscamente con la cabeza y luego cogió uno de los artículos que había colocado sobre el colchón por encima de su cabeza. Escuchó el ruido de un plástico al rasgarse. Él respiró hondo; su pecho parecía letal y poderoso. Kata se moría por saber qué era lo que pensaba hacerle, pero no preguntó. Sólo prolongaría una discusión que sabía que iba a perder.
Hunter se inclinó y le succionó el pezón. Al instante la inundó una oleada de calor mientras el pequeño brote se arrugaba de una manera casi dolorosa. Los fluidos brotaron de su sexo, haciendo que los pliegues se volvieran todavía más resbaladizos. Él se enderezó y bajó la mirada hacia aquel lugar antes de friccionar dos dedos sobre el hinchado capuchón del clítoris. La sensación la golpeó como un relámpago. Se retorció y se arqueó. Gimió.
—Hunter…
—¿Cómo tienes que referirte a mí cuando estamos en la cama?
No pudo contener la respuesta.
—Señor. Por favor…
—Bien. ¿Te habían atado alguna vez, cielo? —Cubrió el otro pezón con la boca sin dejar de mirarle a la cara.
Ella observó cómo movía la boca sobre ella, cómo la chupaba y succionaba, cómo sus mejillas se volvían cóncavas, cómo la mordisqueaba suavemente hasta hacerla gemir.
Entonces, volvió a comenzar, repitiendo todo el proceso con más fuerza.
—Te he hecho una pregunta.
A pesar de que no estaba segura de a qué se refería, respondió al instante.
—No. —Al ver la ceja arqueada, añadió con rapidez—: Señor.
El fantasma de una amplia sonrisa se insinuó en aquellos hermosos labios masculinos.
—Estoy deseando hacer esto. Recuerda, si te resulta demasiado doloroso sólo tienes que decir «Ben». No quiero ninguna queja más. Y nada de correrse.
«¿Nada de correrse? ¿Todavía?». Kata gimió.
Hunter la ignoró y llevó la mano a sus pechos, deteniéndose justo sobre los pezones. Apretó algo entre los dedos y luego lo bajó.
«¡Oh, mierda!». Eran unas pinzas para pezones.
De una manera intensa y cruel, las tenazas apresaron su carne sensible, y ella gritó. Al principio sintió un inmenso dolor, pero se transformó con rapidez en un placer ardiente y envolvente.
De pronto notó como si los pezones se hincharan hasta alcanzar dos veces su tamaño. Le hormigueó la piel de una manera que no había sentido nunca. Su sexo se volvió a anegar de fluidos. Apretó los puños.
—¡Hunter! —tragó saliva—. Señor.
—Mejor —la alabó mientras rozaba las pinzas con los dedos y las hacía girar un poco—. ¿Te gusta?
«Sí, sí, sí». Kata no podía ocultar la verdad.
—Sí.
—Excelente. ¿Quieres que te folle? —preguntó mientras retorcía un poco más las tenazas.
Kata nunca había imaginado que sus pezones pudieran latir con la misma intensidad que su clítoris, pero ahora era como si estuvieran conectados por un alambre invisible, listos para saltar en el momento en que los tocaran. Cada movimiento de Hunter la llevaba al borde del placer y del dolor, y la certeza de que ella no podía hacer nada para evitarlo incrementaba el anhelo todavía más. Tenía que haberse vuelto loca. Jamás había pensado que se plegaría a la voluntad de un hombre, pero Hunter lo había conseguido y ella todavía no se explicaba cómo.
—¿Qué crees? —gritó ella—. ¡Por supuesto que quiero que me folles!
Cualquier signo de ternura desapareció de la expresión de Hunter. El ártico era cálido si se comparaba con su mirada.
—Habría preferido un educado «Sí, Señor».
Sin duda. Y dado el mal uso que ella estaba dando a su boca, podría pasar una década antes de que él permitiera que se corriera.
—Sí, Señor. —Kata se tragó la impaciencia. Al menos todo lo que pudo.
Hunter se rió.
—Incluso cuando dices las palabras correctas, tu tono parece insinuar «vete al cuerno». Contener tu descaro me va a llevar mucho tiempo. Y lo más probable es que estuviera condenado al fracaso. —Maldición, lo intento.
—Silencio. —Un momento después, él alzó la mano y la dejó caer golpeándole con los dedos el monte de Venus.
«¡Oh, Dios mío!». La razón le decía que debería sentirse degradada. Por lo menos, enfurecida. Pero no. Una lengua de fuego se propagó a través de su cuerpo. Le palpitó el clítoris de una manera que la dejó sin aliento. El deseo creció hasta convertirse en llamas, un doloroso e intenso latido que provocó que cada pulsación de su corazón resonara entre sus piernas.
—¿Q-qué me estás haciendo? —gimió.
Él deslizó un dedo entre los pliegues empapados y luego lo alzó cubierto de brillantes fluidos.
—¿Estás intentando insinuar que no te gusta?
Se burlaba de ella. Kata se mordió el labio para no decir nada.
Hunter se sentó en el borde de la cama.
—No vamos a hacer ningún progreso hasta que comiences a ser honesta conmigo… y contigo misma. Yo dispongo de todo el tiempo del mundo. ¿Y tú?
Kata había alcanzado el límite y él lo sabía. Hunter no era como Ben ni como ningún otro tipo con el que se hubiera acostado. No le podía manipular con una palabra o una mirada sugerente. Hunter había buceado en su psique y conocía todos sus miedos, sus deseos y secretos más oscuros. La excitaba más que cualquier otro. Y aún así, ella no dudaba que la presionaría hasta que cambiara su actitud y se sometiera a él con sinceridad.
El deseo sólo se hizo más intenso cuando vio que dejaba caer los vaqueros.
«¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!».
Alto, con unos hombros casi tan anchos como la puerta que tenía a la espalda. Con un miembro grueso, duro y largo; preparado. Kata no podía apartar los ojos, no imaginaba cómo aguantaría siquiera diez segundos más sin que la penetrara. Cuando la tomaba, lo hacía con un determinado propósito que la hacía sentir deseable y única, algo que no había sentido antes. Algo que necesitaba ya.
—Por favor, Señor. Ya no puedo soportarlo más.
—Hmm —meditó en voz alta—. No está mal. Pero todavía noto cierta crispación en ti.
Ya, claro, sólo había conseguido derribar parte de las barreras con las que se protegía. Pero Hunter le había dejado muy claro que no descansaría hasta que le ofreciera toda su sumisión, su misma alma. Debía morderse la lengua para que él aliviara aquel ardor, aquel sofocante deseo que la devoraba viva.
Se tragó la cólera.
—No… Señor. Nada de crispación.
—Hace años que trato con sumisas. Conozco todas las señales. Tú estás pensando en la mejor manera de aplacarme para obtener lo que quieres, no en cómo ofrecerte para que yo te dé lo que necesitas.
Kata se sintió más expuesta que nunca, pero Hunter tenía razón. Un vistazo a su implacable expresión le dijo que él no iba a rendirse.
La mirada penetrante y desafiante de Hunter la dejó petrificada. Cerró los ojos.
—Me esfuerzo por resultar accesible, Señor.
Hunter se sentó en el borde de la cama y le rozó los pechos con los nudillos.
—Me doy cuenta de que he llegado muy lejos y que eso, dado tu historia familiar, no te resulta fácil. No me lo has dado todo todavía, pero sí suficiente. Las guerras no se ganan en un día. —Sonrió—. Ahora por lo menos eres honesta y educada. Mereces una recompensa.
Hunter deslizó su cuerpo, masculino y atractivo, sobre el de ella. La besó con una ansiedad llena de desesperación. Controlado, pero a duras penas. De alguna manera, notar eso la hizo sentir mejor. Algo apaciguada, separó los labios y se permitió perderse en el beso.
Se hizo eterno. Hunter le cogió la cabeza para poder acceder mejor al interior de su boca, introduciendo la lengua y robándole el aliento y la resistencia. Él le sujetó la cara entre las manos y la sostuvo justo cómo quería, para tomar… y dar. El beso sabía a dulce comodidad y hacía incrementar su deseo. La devoción de Hunter la inundó; un cálido afrodisíaco que la arrastraba todavía más.
Desde el principio, Hunter la había afectado de una manera distinta. Ahora le había demostrado que, para ella, él era diferente. Era especial.
Si ponían fin en algún momento a ese alocado y espontáneo matrimonio, ¿llegaría a sentirse así con otro hombre? Se habían acostado juntos sólo un par de veces y ya se sentía atada a él, desesperada por alcanzar el inigualable éxtasis que le ofrecía. Deseando entregarse por completo a él. Aplastó la vocecita interior que todavía intentaba protestar y se fundió en su abrazo.
Hunter alzó la cabeza y la miró entre las sombras.
—Mucho mejor. —Con una firme demanda, sus labios capturaron los de ella con una oscura y lenta insistencia. Cuando ella respondió de la misma manera, sin cerrarse a él de ninguna manera, Hunter gimió—. Eres increíble.
Aquella alabanza la atravesó con un cálido resplandor. Entregándose a él por completo de esa manera, le había complacido. Se sintió muy bien a pesar de haberse pasado tanto tiempo sin dar crédito a lo que podía sentir alguien como su madre. Era espeluznante, pero sublime.
Él se deslizó por su cuerpo; se detuvo para lamer los pezones alrededor de las pinzas. Un doloroso y vertiginoso placer incrementó aquel suave destello que acababa de notar, haciéndola experimentar un deseo tan fuerte que dejó de respirar. Era intenso, absorbente, imposible de ignorar.
—Hunter…
—Lo sé, cielo. Te las quitaré pronto y te haré gritar como nunca. Será lo más sexy del mundo. Apenas puedo esperar.
Sus palabras eran una erótica corriente que la succionaba todavía más. Ahogarse era inevitable y la anticipación la hizo estremecer.
Entonces, él siguió bajando por su cuerpo, desplazando la boca de un punto a otro, suavemente sobre su estómago; un mordisquito aquí, un pellizco allá, excitándola todavía más. Notaba una tensión increíble. Necesitaba meter los dedos entre los cortos cabellos de Hunter, notarlo caliente y vivo bajo las manos; la necesidad de hacer eso la atacó como si fuera una drogadicta que necesitara la siguiente dosis.
—Libérame las manos, por favor.
Hunter negó con la cabeza. Le rozó los erectos pezones con los pulgares con una suavidad tal, que ella pensó que se volvería loca de placer.
—El control es mío. Tienes que confiar en que yo te daré lo que necesitas, que te empujaré más allá de donde crees que podría llegar y que te encantará.
Kata se arqueó, movió la cabeza de un lado a otro intentando resistir el tormento. Pero su cuerpo se había convertido en un latido gigante que sólo conocía la necesidad de que Hunter le poseyera.
Él deslizó la mano por su estómago hasta los empapados rizos entre sus piernas.
—Hmm, estás tan mojada y caliente… Podrías poner el mismo empeño en comprender lo que ocurre entre nosotros. Cuando te toco sé que estás a punto.
Hunter arrastró el pulgar sobre el clítoris una vez más. Un segundo después, ella notó el roce de su experimentada lengua sobre el brote del placer. Gimió, y él repitió la acción hasta que Kata retorció las caderas y emitió un gemido constante de necesidad.
—No te corras hasta que yo lo diga —le recordó.
Ella movió la cabeza de un lado para otro en una muda negación. Después de los besos, las caricias, los reiterados mordisquitos y pellizcos, su cuerpo estaba más que preparado para estallar.
—No… no podré contenerme.
—Eres fuerte. Podrás. Te lo permitiré en el momento oportuno. Confía en mí.
Presionó dos dedos en su interior y arrastró aquella nueva humedad sobre el sensible nudo, frotándolo en un incesante e interminable círculo que la desarmó por completo. Hunter volvió a utilizar la lengua, un ardiente latigazo que estuvo a punto de destruirla. Kata dejó de respirar, de pensar. Cada músculo de su cuerpo se tensó por el esfuerzo de retrasar lo inevitable. Pero oh…, retener el orgasmo era como intentar detener una avalancha con un plato de cartón.
—¿Qué me vas a dar esta noche, cielo?
—Todo. —El dolor por alcanzar la liberación ardía bajo su piel y ella gimió de anhelo.
—¿Cuánto deseas correrte?
Santo Dios, Hunter quería que le implorara.
—Jamás me había sentido así… Tan ardiente. Es como si… —jadeó—. Es un dolor exquisito. Por favor, Hunter. Señor. Por favor…
—Eres increíblemente sexy, cielo. ¿Tomas la píldora?
—Sí. —Por favor, que aquella pregunta significara que él pensaba follarla ya.
Hunter se detuvo, retiró los dedos; ella se puso rígida.
«¡No!».
—¿Por Ben?
La pregunta penetró de golpe en su cerebro. ¿Estaba celoso? ¿La castigaría otra vez dejándola dolorida y con un ardor todavía más intenso que antes?
—Dime la verdad —le exigió, mientras se colocaba a su lado presionando aquel cálido cuerpo contra su costado y envolviéndola con su calor—. Ahora.
—No. Tengo ciclos irregulares. La tomo desde los catorce años.
—¿Estás sana?
Ella asintió temblorosamente con la cabeza. Lo cierto era que jamás había mantenido relaciones sin usar condón, pero con el calor que emitía el miembro de Hunter revoloteando a su lado, prometiéndole el cielo, y el peligroso latido en su clítoris palpitante, le resultaba imposible hablar.
—Contéstame.
—Sí… Señor —se atragantó.
—Excelente. Lo estás haciendo muy bien. Tienes la piel ardiente, húmeda y sonrojada. —El cálido aliento de Hunter le acarició la oreja y le bajó un escalofrío por la espalda—. ¿Confías en mí?
Una docena de respuestas agudas murieron en su boca antes de que dejara escapar un gemido.
—Sí, Señor.
Él sonrió mientras le quitaba ambas pinzas a la vez. La sangre inundó de golpe sus pezones en una dolorosa sensación y todavía… Gritó ante la cacofonía de sensaciones que la atacó.
—Eso es… —Hunter se movió y volvió a poner los dedos sobre el clítoris para rodear despiadadamente la carne anhelante.
El aguijón en sus pezones se unió a la bola de fuego entre sus piernas. Oh, Dios, no podía contenerse. El orgasmo llegaba como un tren sin frenos, como una apisonadora sin marcha atrás, como una supernova a punto de explotar en el espacio.
—¡Córrete! —le ordenó.
Con esa única palabra el éxtasis se incrementó todavía más. Un placer más intenso que cualquier fantasía hizo estallar sus sentidos, concentrando la atención de Kata en el almizcle terroso de algodón y sexo, en el profundo timbre de su orden rebotando en su mente, en el fuerte sabor del sudor que le bajaba por el cuello, en la imagen de la penetrante mirada de Hunter llena de aprobación.
Como si fuera el monte Everest, un enorme pico se cernió sobre ella dejándola sin respiración cuando el abrasador calor de la piel de Hunter levantó llamas en el interior de sus muslos. Se agitó, desesperada por agarrar el cabecero con las manos pero sin poder hacer otra cosa que observar, como una esclava indefensa, cómo Hunter introducía el glande desnudo en su vagina y se sumergía de golpe en su sexo anegado.
Gritó cuando él se adueñó de ella, conquistándola sin piedad, imponiendo la rendición. Debería de haberle dolido, pensó Kata vagamente. Pero, sin embargo, recibió con anhelo la invasión de aquella dura carne que friccionó cada sensible célula de su sexo.
El clímax se alargó, se hizo más grande. Hunter apretó los dientes mientras colocaba los codos a ambos lados de su cabeza, agarrándose al cabecero para hacer palanca cuando se estrellaba contra ella. Lo hizo una y otra vez, con un ritmo cada vez más rápido. Cada embestida la impulsaba más arriba y Kata gritó de placer… Para él.
—Sí, cielo. Joder, ¡sí! —gruñó él entre dientes—. ¡Así!
Cada vez que Kata pensaba que podría recobrar el aliento, Hunter se lo volvía a robar. Su cuerpo alcanzaba un increíble orgasmo tras otro. Cuando su boca apresó la de ella, se apoderó de su lengua y le exigió todo lo que ella podía darle.
Ella se alzó hacia él, alojándole hasta el fondo, conociéndole, sintiéndose una con él. Aquello no era sólo sexo, pero no sabía lo que era. Trascendía del placer. Se había convertido en una conexión total, en pura energía y… Dios, apenas podía describir con palabras las abrumadoras y deslumbrantes sensaciones.
En ese momento Kata supo que aquel hombre la había cambiado para siempre.
Hunter arrancó la boca de la suya y siguió embistiendo con veloces envites mientras fundía su mirada con la de ella, con los ojos intensamente azules y las mejillas ruborizadas. El sudor le caía por las sienes. Cada músculo de sus hombros estaba rígido por la fuerza de los empujes. Los tendones del cuello se tensaban con cada golpe contra su cérvix.
—Córrete otra vez —le ordenó bruscamente—. Córrete ahora conmigo.
Santo Dios, si desde que había alcanzado el clímax éste no había remitido. Pero cuando él se hinchó en las profundidades de su vientre, contuvo el aliento. Hunter le mordió el hombro y gimió contra su piel, estremeciéndose mientras se derramaba dentro de ella. Kata sintió una inundación de calor abrasador en su interior, haciéndola caer de nuevo en el abismo con un grito.
—¡Hunter!
El fuego se extendió por su cuerpo una vez más. Cuando él se puso rígido, detuvo poco a poco el ritmo hasta que cada latido en el interior del sexo de Kata fue un placer por derecho propio. Ella se convulsionó de nuevo. Emitió un último gemido y quedó desmadejada bajo él.
Unos momentos después, él se movió. Kata escuchó un chasquido y luego un «clic». Notó que tenía las muñecas libres. Él le dio un firme y largo masaje en cada una mientras le besaba el hombro y las mejillas. Cerró los ojos y se acurrucó contra él, exhausta y satisfecha, mientras él la mimaba suavemente.
—Abrázame —le pidió Hunter. Su voz sonó profunda, ronca, casi desesperada—. ¿Me abrazas?
Sus miradas se encontraron en las sombras. Un agudo zumbido inundó la conciencia de Kata. Él había hecho el amor con ella de una manera que rozaba la perfección. De hecho, le parecía oír el Aleluya en su interior.
Hunter llevó una mano temblorosa a su cara, acariciándole un rizo que le había caído sobre la mejilla.
—Por favor.
Después de eso ella no podría negarle un simple abrazo… Ni, se temía, ninguna otra cosa. Alzó los brazos y le rodeó el cuello, presionando las manos en sus hombros y su cuerpo contra el de él. Y, Dios, se le llenaron los ojos de lágrimas. Él la había estremecido por completo; la había arruinado para cualquier relación sencilla y casual. Ahora era suya.
—Kata —murmuró él, con una voz que era casi un gruñido—. Tengo que decirte que… te amo.
Aquellas palabras la sorprendieron. Kata se quedó sin respiración, cerró los ojos y los apretó con fuerza. ¿Amor? ¿En menos de treinta y seis horas? Era una locura. Era imposible…
Su corazón comenzó a latir desbocado. Por desgracia, se temía que ella no se había quedado atrás.
—No tienes que decir nada ahora mismo —susurró él, curvando los labios en una sonrisa exhausta—. Tu mirada me ha dicho todo lo que necesito.
Kata sabía lo que él había visto: una mujer a punto de perder el corazón; una mujer muerta de miedo. Una mujer que prefería dar un discurso ante millones de personas, o saltar desde un rascacielos sin paracaídas. Pero pensó que ni siquiera el miedo detendría aquel proceso.
Kata tragó saliva y escondió la cara en el hueco de su cuello. Pero aún así se vio rodeada por su almizcle, por su sudor y su fuerza. Y mientras él le acariciaba el pelo, susurrándole palabras tiernas contra la sien, ella sintió su amor.
Un agudo sonido desgarró aquel jadeante silencio. Hunter emitió una maldición y se estiró hacia la mesilla de noche sin soltarla. Kata se dio cuenta de que se negaba a perder el contacto con ella.
Él miró la pantalla del móvil con irritación. Frunció el ceño y maldijo de nuevo con más intensidad.
—Barnes, ¿qué pasa?
Tan cerca de Hunter, Kata no pudo evitar oír la conversación.
—Sé que estás de permiso, tío, pero acabamos de recibir un mensaje crítico. ¿Sabes aquel asunto que discutimos sobre tu última misión? Pues ha surgido un problema.