Capítulo 9

A Hunter no le sorprendió que Kata se tensara entre sus brazos, ésa había sido su intención cuando la presionó.

La sujetó por las caderas y esperó. Su pequeña fiera quería entregarse —él podía sentir su necesidad—, pero esa mente independiente suya estaba llena de cicatrices y había hecho prevalecer su desconfianza antes de intentar conocerle. Lo entendía; Kata tenía dificultades para conciliar lo que quería con lo que pensaba que debía querer. Hunter pretendía solucionar esa contradicción lo antes posible.

—Maldita sea, no sigas haciéndome esto. Sigue o déjalo. —Kata meneó el trasero, pero no le estaba invitado sino retando—. Señor.

¿De verdad pensaba que le haría perder el control y que lograría tentarle para que la follara como ella quería? No ocurriría, pero ¡qué tentador sería sumergirse en ese túnel resbaladizo y demostrarle el alcance de la lujuria que sentía por ella!

Reprimió el pensamiento al instante e interrumpió todo movimiento.

—Podemos hacerlo por las buenas —le susurró al oído—. Si te muestras dócil y sumisa, si cedes a mi autoridad, yo te recompensaré. También podemos hacerlo por las malas, aunque no te gustaría nada que yo me retirara y te atara a la cama. Odiarías que te despertara cada hora, te excitara hasta que no pudieras soportarlo más y luego no te dejara alcanzar el orgasmo hasta que hicieras lo que te ordenara. No, cielo, no te gustaría nada que tuviera que hacer eso.

Hunter le acarició el vientre… Y siguió bajando hasta el húmedo vello para introducir los dedos entre los tiernos pliegues que protegían el clítoris. Ella gimió. Sintió cómo el sexo de Kata palpitaba en torno a su polla y maldijo entre dientes. El deseo que sentía por ella le había cubierto la frente y la espalda de sudor. La sangre le hervía en las venas. Deseaba follar a Kata hasta que ambos alcanzaran la satisfacción total, pero antes era necesario dejar claro quién mandaba; quién tenía el control. Una vez que ella se sometiera, los dos serían más felices. Sabía, sin embargo, que conseguir que ella se rindiera sería muy difícil.

—¡Maldición! No puedes simplemente… —Gimió y se empujo hacia él, provocando que se clavara más profundamente en su apretado y sedoso sexo.

Hunter se tuvo que morder la lengua literalmente para contener un gemido. Dejar que ella supiera lo mucho que disfrutaba a pesar de su desobediencia, sólo serviría para alentarla.

—No me presiones.

—¿O qué? —Su voz era sugerente, una intoxicante combinación de temor y anhelo. Alzó una mano y le rodeó el cuello, haciendo que se apoyara en su espalda y atrayendo sus labios hacia los de ella.

Hunter giró la cabeza, rechazando el beso. Había contestado a la pregunta de Kata, pero ella seguía presionándole intentando que hiciera las cosas a su manera. Y eso era impensable.

—Separa más las piernas.

Pasó un buen rato antes de que ella accediera. Él suspiró en parte de alivio y en parte porque la imagen que ella ofrecía era una de las más eróticas que hubiera visto nunca.

—¡Quieta! No muevas las manos. Puedes gemir y gritar mi nombre, nada más.

—No me gusta que me des órdenes —jadeó ella.

—A mí no me gusta que me desafíes. Es mi última advertencia.

Hunter seguía sumergido en el apretado interior de su sexo, muriéndose de ganas por retirarse y volver a deslizarse en su interior, por friccionar aquel lugar secreto y hacerla alcanzar el éxtasis que le proporcionaría a él el sublime delirio de oírla gritar su nombre. A pesar de ello estaba preparado para castigarla si volvía a desobedecerle. Kata ya estaba obteniendo más de lo que se merecía. Estaba siendo blando con ella porque sabía que nunca se había sometido antes y que las últimas veinticuatro horas había sido muy duras. Sin embargo mentiría si dijera que la promesa del frenesí que latía en sus testículos y que hacía palpitar su polla no hacía que estuviera a punto de mandar a freír espárragos todas sus buenas intenciones.

Kata se estremeció, vacilando. Finalmente, accedió.

—Bien. Baja la cabeza.

La frase de Hunter llevaba implícito un «de lo contrario…» si a ella se le ocurría no obedecer.

—¿Que baje la…? —Respiró hondo y dobló el cuello hacia atrás, derramando el pelo oscuro por la espalda—. No. Estoy dispuesta a muchas cosas, pero no a eso. No renunciaré a tanto. No puedo… someterme a ti.

«¡Mierda!». Hunter se retiró de su sexo lentamente.

—¡No! —Ella se echó hacia atrás, luchando por retenerle en su interior—. Hunter, no…

No ceder a la tentación casi le mató. Quería sumergirse hasta el fondo, que sus testículos chocaran contra los empapados pliegues, enredar los dedos en aquellos espesos cabellos oscuros e inhalar su aroma mientras escuchaba como los gemidos de Kata se convertían en gritos. Pero no lo hizo. Luchó por recobrar el control mientras rozaba el clítoris con los nudillos en un movimiento lento e hipnótico. Presionó la erección contra las nalgas de la joven mientras rechinaba los dientes.

Ella le lanzó una mirada desafiante por encima del hombro.

Hunter retiró los dedos del clítoris, dio un paso atrás y cruzó los brazos. Por mucho que le doliera la polla, no iba a rendirse. Los ojos de Kata hervían de furia, tenía los labios fruncidos como si se muriera por escupir bilis por la boca. Él se preparó para una larga noche.

—Al parecer, será por las malas. —Hunter negó con la cabeza y, con un rápido movimiento, se quitó el condón. «¡Mierda!».

Kata se enderezó y estiró la espalda. Se giró con rapidez para enfrentarse a él con los ojos entrecerrados. Él intentó no mirar aquellos pechos gloriosos, los oscuros pezones rosados, las imponentes curvas. Distraerse ahora sería lo peor que podía pasar.

—Que baje la cabeza, ¿lo has dicho en serio? ¿Por qué no podemos tener sexo normal? ¿Por qué no podemos hablar de lo que ambos queremos y llevarlo a la práctica juntos?

Porque ella quería ser dominada tanto como él quería dominarla. Lo demostraba la humedad de su sexo. Kata no quedaría satisfecha por completo hasta que se sometiera. Pero aun así, él no quería que ella pensara que no la escuchaba o que no le importaban sus necesidades.

—¿Qué es lo que quieres hacer?

—Lo primero, dormir. Estoy exhausta.

—Si hubieras cumplido mis órdenes…

—¿Por qué iba a hacerlo? No eres mi dueño.

Él se puso rígido, pero se obligó a relajarse. Kata pronto comprendería que sí lo era. Ella conocía las razones por las que él esperaba su obediencia; se las había explicado. Sus protestas y sus preguntas sólo eran tácticas para retrasar lo inevitable.

—Lo único que tenías que hacer para detenerme era decir «Ben», pero no lo has hecho. ¿Puedes explicarme por qué?

Ella suspiró y dejó caer los hombros.

—No lo sé. Quizá si me dejaras dormir un poco tendría la suficiente claridad mental para entenderlo y contártelo.

«Ah, qué previsible».

Para Kata era más fácil decir aquello que admitir que le daba miedo aceptar lo que él quería darle; prefería aplastar su deseo.

Cuando ella se inclinó para recoger la ropa, Hunter la agarró por los hombros y la atrajo contra su cuerpo.

—Escúchame, haré lo que sea para que sepas qué soy yo, qué eres tú y lo bien que estaremos juntos. Métete en la bañera.

Kata le taladró con la mirada, luego giró la vista hacia el agua caliente; todavía emitía vapor. Hunter sintió que la tensión abandonaba sus hombros; gracias a Dios un atisbo de rendición.

—De acuerdo —masculló ella finalmente—. Pero sólo porque me muero por darme un baño.

Sí, y porque había comprendido que él no permitiría que le pasara por encima. Además, sospechaba que su excitación comenzaba a pesar más que la renuencia. Apostaría lo que fuera a que todavía le palpitaba el sexo.

La soltó y ella se acercó a la bañera. Se hundió en el agua con un suspiro que fue directo a su polla.

Mientras ella se acomodaba en la bañera llena de vapor, él se situó a su espalda y se sentó en el amplio borde. Kata se puso rígida y se volvió para protestar, pero la silenció poniéndole las manos sobre los hombros y comenzando a masajeárselos para eliminar la tensión. Unos segundos después ella se derretía en sus manos. Sonrió.

—Santo Dios, qué placer —gimió Kata.

—Si fueras una buena chica, te haría descubrir otros muchos placeres.

Kata negó con la cabeza.

—No te rendirás, ¿verdad?

—Por si todavía no lo has adivinado, soy implacable. Y tú eres mi principal objetivo.

Antes de que ella pudiera añadir una palabra más, él comenzó a trabajar un nudo de tensión en la escápula y presionó los pulgares a lo largo de la columna hasta llegar al cuello, donde comenzó a relajar los músculos y tendones. En sólo unos minutos estaba laxa bajo sus manos.

—Siempre haces algo que te redime cuando estoy a punto de pegarte —confesó ella entre dientes.

Él sonrió ampliamente y se inclinó para coger el jabón. Comprobó con alivio que no protestó cuando le lavó los brazos y los costados hasta las nalgas, ni cuando sujetó toda la espesa melena en un puño para enjabonarle la espalda. Después de aclararla con rapidez, se levantó y se inclinó sobre ella, instándola a reclinarse contra la bañera. La obligó a doblar las piernas hasta apoyar los pies en el fondo. De hecho, ella no mostró ni un indicio de desafío y permitió que él la recostara suavemente contra la porcelana blanca y que le deslizara las manos por el abdomen y los hombros, demorándose en los pechos. Avanzó despacio hacia la entrepierna y, como había sospechado, estaba resbaladiza.

De repente, Kata contuvo la respiración y le sujetó la muñeca.

—Eso puedo hacerlo yo.

Hunter no cedió ni un centímetro.

—Mírame. —No dijo ni una palabra más hasta que ella obedeció—. Métete esto en la cabeza, Kata. Soy yo quien se ocupa de ti.

Ella se mordió los labios y lo miró con inseguridad.

—No es que no quiera que me toques, pero eso puedo hacerlo sola.

—No lo dudo. Explícame el verdadero problema.

Ella bajó la mirada a la mano masculina que todavía cubría su sexo, reclamándolo.

—Es… es demasiado íntimo.

—Así debe ser nuestra relación.

Ella apartó la mirada mientras buscaba una respuesta.

—Hunter, estar a gusto con alguien lleva su tiempo. No puedo apretar un interruptor en mi interior y mostrarme dispuesta a cualquier cosa…

—El tiempo no es el único impedimento. Los dos tenemos que abrir nuestra mente a todo.

Ella vaciló durante un buen rato, luego bajó la mirada.

—Yo no lo consigo.

—¿Te he hecho daño?

—No.

—¿Crees que lo haría?

—Físicamente, no; pero podrías hacerme mucho más daño. —La mirada de Kata tenía una expresión fervorosa cuando se enfrentó a la suya—. Confiar tu cuerpo a alguien es distinto a confiarle tu alma.

—Estoy de acuerdo. Pero hasta ahora no me has confiado de verdad ninguna de las dos cosas. Ni siquiera lo has intentado.

Ella cerró los ojos como si le doliera la cabeza. La vio luchar contra sí misma durante un momento. Parecía muy incómoda y una parte de él quiso tratarla con menos rigor, pero si lo hacía estaría enviándole el mensaje equivocado y negándole lo que realmente necesitaba.

Por fin, Kata le soltó la muñeca que sostenía sobre sus muslos abiertos. Una sensación de triunfo inundó a Hunter.

Limpió suavemente los resbaladizos pliegues femeninos. Kata abrió los ojos y dejó que se encargara de ella a pesar de lo rígida que estaba. Cuando terminó, le dio un masaje en el cuello, en los hombros y en la espalda hasta que se relajó por completo.

Cuando hubo acabado, quitó el tapón de la bañera y le indicó que se pusiera en pie. Ella le obedeció y apoyó la cabeza en su hombro; un gesto con el que le demostró que confiaba en él más que nunca. Le dio un vuelco el corazón cuando la alzó en brazos para sacarla de la bañera.

—Hunter, esta manía de llevarme en brazos… —intervino ella en ese preciso momento.

—¿Quieres discutir también por esto?

Tras un momento, Kata suspiró y se relajó. Otro pequeño progreso. Hunter sonrió.

Entró con ella en el dormitorio de Logan, débilmente iluminado por la pequeña lámpara de la mesilla de noche.

—¿Tienes hambre? ¿Sed?

—No.

—¿Te sientes segura?

Las pestañas negras de Kata revolotearon sobre sus hermosos ojos color avellana, y se le puso un nudo en la garganta. ¿Por qué se sentía tan afectado por esa mujer? ¿Tenía algo que ver la independencia que demostraba? ¿De estar seguro de que no se entregaría fácilmente y el hecho de saber que cuando lo hiciera valdría la pena cualquier batalla librada? No conocía las respuestas, pero quería saberlas. De cualquier manera, Kata era, sin lugar a dudas, suya.

—Sí —musitó ella con voz ronca—. Nadie podrá entrar y pasar sobre ti. Odio admitirlo, pero es probable que no hubiera podido pegar ojo si me hubiera quedado en casa. Gracias por velar por mí. Aunque no te perdonaré que no me dejaras llegar al orgasmo.

—Ya arreglaremos eso. —Él sonrió—. Ahora descansa.

Sin decir otra palabra, Kata se tapó con la sábana y se acurrucó junto a él, quedándose dormida en el acto. Cuando cerraba los ojos, cuando dejaba de pensar, confiaba en él. Notó que apretaba la espalda contra su pecho como si encontrara sosiego en su roce. Encajaban como si estuvieran hechos el uno para el otro; como piezas de un puzzle que por fin se unieran.

Hunter emitió un trémulo suspiro de cansancio. A pesar de lo exhausto que estaba, cuando Kata se relajaba cálida y desnuda a su lado, su miembro se endurecía por completo. «¡Mierda!». Lanzó una mirada al reloj. Faltaban treinta y ocho minutos para la hora en punto. Activó la alarma del móvil y cerró los ojos.

A pesar de lo dócil y receptiva que pareciera Kata ahora, aquella iba a ser una noche muy larga.

Kata estaba tendida sobre las sábanas como una virgen dispuesta para el sacrificio, con los brazos y las piernas estirados en la oscuridad. Notaba una sombra entre los muslos. Un hombre. No podía verle la cara. Unos hombros inmensamente anchos bloqueaban el resto de la habitación. Él deslizaba unas manos poderosas por sus muslos hasta llegar a las caderas. Sintió un hormigueo en todas las partes que él tocaba. Entonces, le puso la palma allí, y todas las sensaciones convergieron en un dolor imparable que él incrementó frotando el clítoris con el pulgar de una manera ardiente e implacable.

Kata se removió inquieta, intentando captar mejor aquella sensación. El deseo se multiplicó, se agudizó, creció como una tormenta tropical arremolinándose a su alrededor. Gimió y trató de agarrarse a algo para mantener el equilibrio, pero no encontró nada. No tenía escapatoria. Él se aseguraba de que notara cada uno de los hábiles y suaves roces de sus manos… Pero no le daba suficiente como para que alcanzara la liberación.

«Más… ¡Por favor!».

Kata gimió mientras se movía, presa de una agitada necesidad.

Él se detuvo; no movió ni un músculo, no siguió proporcionando aquella atención tan perfecta a su clítoris. El dulce dolor entre sus piernas se volvió voraz.

Kata quiso implorar, pero no podía hablar. Gimió de frustración. Como si él la hubiera entendido, comenzó a prodigar nuevas caricias a su clítoris; más duro, más rápido… casi la presión perfecta para lanzarla hacia un orgasmo explosivo. Incrementó las sensaciones deslizando algo en su interior y aguijoneando un sensible lugar y haciendo que se ahogara en una piscina de necesidad.

En alguna parte de su mente nebulosa sabía que estaba inmersa en una increíble fantasía sexual, pero aquello era demasiado delicioso para despertarse. Saber que todo estaba en su cabeza hizo que se dejara llevar por aquel creciente placer. Dios, el hombre de su sueño sabía cómo tocar su cuerpo… ¿no era como alcanzar el paraíso?

Arqueó la espalda, alzando su cuerpo y apretando los puños mientras se movía con alocada agitación en busca de aquel pequeño roce donde más lo necesitaba. Estaba casi al límite, a punto de explotar. Él se alejó de nuevo, proporcionándole una caricia más suave, evitando los lugares más sensibles. Ella gimió en protesta.

Necesitaba aquello. Puede que fuera un sueño, pero era muy vivido. Quería ver a su amante, preguntarle por qué la atormentaba de aquella manera, quería suplicarle que le diera alivio.

—Kata…

El susurro fue tan real como el cálido aliento contra su pecho.

Abrió los ojos. Hunter estaba arrodillado entre sus piernas. Su enorme cuerpo hacía sombra sobre ella y la observaba con una mirada fija y depredadora. El corte de pelo estilo militar daba un aire severo a lo que podría haber sido una hermosa cara masculina, resaltando cada ángulo, cada plano y cada sombra. Llevaba sólo unos descoloridos vaqueros que dejaban al descubierto sus músculos abdominales. Tenía cerrada la cremallera, pero no el botón y, en aquel punto, asomaba el final de la protuberancia que tensaba la bragueta. Kata casi se atragantó. Su deseó alcanzó un grado más elevado.

Sin dejar de mirarla a los ojos, Hunter la cogió por los muslos y deslizó las manos hacia arriba, de regreso a su sexo húmedo y anhelante. Comenzó a juguetear con su clítoris.

Kata supo que lo que había estado sintiendo no había sido un sueño. Hunter la había llevado hasta la misma orilla del clímax y la había dejado allí, anhelante y dolorida. Tal y como había prometido que haría.

Deseó arrancarle la cabeza, decirle que la dejara en paz. Pero si le decía eso, él tomaría el desafío como algo personal. No podría disfrutar del orgasmo ni ahora ni en mucho tiempo. Y Hunter habría cumplido su cometido como ella imaginaba que hacía todas las cosas, completa y hábilmente. Por culpa de sus doctas caricias, necesitaba lo que sólo él podía darle… si se decidía de una vez.

—¿Hunter? —Alzó las caderas hacia él, implorándole todo lo que le permitían el orgullo y la aprensión.

Se temía que las palabras la dejarían expuesta de una manera que no lo hacía la desnudez. Admitir que ansiaba ser cubierta, llenada, cuando estaba impotente ante sus caricias le parecía tan inteligente como sumergirse en aguas infestadas de tiburones. Hunter era perfectamente capaz de acabar con su resistencia y devorarla viva.

El pícaro brillo en sus ojos y su sonrisa ladeada le dijeron a Kata que él sabía todo lo que ella estaba sintiendo y temiendo.

—¿Quieres algo, cielo?

Kata apretó los labios. Era una adulta y podía ocuparse sola de sus orgasmos. Estaba acostumbrada a hacerlo.

Pero cuando intentó mover el brazo situado por encima de la cabeza para deslizar los dedos entre sus pliegues mojados, se encontró con que estaba encadenada a la cama. Trató de mover el otro, con el mismo resultado. Una profunda furia y un intenso pánico la envolvieron.

—¿Me has atado a la cama?

—En realidad te he esposado. Y aunque estén forradas de piel, he utilizado unas esposas de acero cuyas cadenas están soldadas a unos soportes anclados a la pared detrás del cabecero.

En otras palabras, no podría ir a ningún sitio hasta que él estuviera dispuesto a soltarla. Ahora sintió más pánico que furia. Pero también notó una nueva oleada de deseo. Desde el momento en que se habían conocido, Hunter había intentado dominarla verbal y sexualmente, sin embargo ahora las cosas se habían puesto muy serias. Cadenas y esposas de acero. «¡Oh, Dios!».

—No estoy preparada para esto —farfulló con la voz entrecortada.

—Tu cuerpo sí que lo está, es tu mente la que lucha contra ello. Vamos a ayudarla un poco. Te has ganado el castigo a conciencia.

—Así que me has encadenado a la cama y vas ¿a qué? ¿A negarme el orgasmo? —Sólo de pensarlo lo deseaba con más ardor.

—Y te lo negaré cada hora hasta que cooperes. Tal y como te prometí.

Oh, santo Dios. Kata ya le deseaba tanto que estaba a punto de morirse. ¿Cómo sería aquella sensación cuando él la llevara más allá? A ella no le gustaba que la controlaran así. No le gustaba que la controlaran, punto.

—¡Vete a la mierda!

—Si es eso lo que quieres… —Hunter se recostó sobre ella, sosteniendo su peso en los codos—. Pero quizá sería mejor que aprendieras un poco de sometimiento. Si me obedeces te darás cuenta de que puedo ser tan complaciente como desees.

Kata sintió el vello del pecho de Hunter sobre los senos, los músculos de su abdomen sobre el vientre. Notó que colocaba una erección de proporciones gigantescas entre sus muslos separados. El clítoris le palpitaba de deseo. Cuando intentó cerrar las piernas para incrementar el placer, se encontró con que también las tenía inmovilizadas.

Se le escapó un jadeo. Sentirse tan indefensa la excitó todavía más. Dios mío, ¿por qué encontraba todo eso tan condenadamente erótico?

Encima de ella, Hunter sonrió; un destello desconcertantemente blanco en la oscuridad.

—Sí, también tienes atados los tobillos, están amarrados con cadenas ancladas a soportes de titanio debajo de las tablas del suelo. Sé muy bien cómo porque ayudé a Logan a instalarlos.

—¿Piensas mantenerme atada hasta que me rinda? —Notó que su sexo se llenaba de fluidos al pensarlo.

—No. Quiero hacerte pagar tu desobediencia, pero no pienso obligarte a hacer nada. Una vez que el castigo acabe, te soltaré. Pero ya que todo esto comenzó por negarte a cooperar, puedes ponerle fin ahora…

—¿Eso significa que si me niego seguirás jugando conmigo? —espetó ella.

Vale, no le hacía ascos a ese orgasmo que deseaba tan ardientemente y que sólo Hunter podía proporcionarle, pero todo era demasiado fuerte, demasiado intenso con él, no sólo su cuerpo, y aquello la asustaba a muerte. Aquella lucha por el poder… Toda esa mierda comenzaba a recordarle en exceso a Gordon. Si cedía ahora en esa menudencia, Hunter tomaría ventaja más adelante.

—Quiero tener una mujer sumisa, no un perro bien adiestrado. Y mi intento de ir despacio y tranquilizarte paso a paso no nos llevaba a ninguna parte.

—¡Vete al infierno… ohh!

Él había interrumpido su protesta lamiéndole el pezón, y aguijoneando luego el duro brote con el pulgar. El pellizco era una sacudida de dolor, un mordisco en su carne caliente seguido por un lametazo tranquilizador. Hunter homenajeó de manera similar el otro pecho hasta que ella sintió los dos pezones hinchados y palpitantes de deseo. Kata quería mantenerse firme, arrojarle su seducción a la cara, pero terminó arqueándose hacia su boca en una súplica silenciosa.

Hunter se deslizó entonces por su cuerpo, llevando los labios a la sensible parte inferior de los pechos, acariciando sus costillas. Le introdujo la lengua en el ombligo y le rodeó las caderas con los brazos de una manera que sólo podía describir como posesiva.

Kata tragó saliva. Ese «castigo» que supuestamente se había ganado parecía más dirigido a abrumar sus sentidos que a probar que él podía imponerle su voluntad.

Se estremeció de miedo.

—¿Por qué me estás haciendo esto?

Hunter se quedó paralizado, levantó la cabeza y le lanzó una mirada penetrante.

—¿Qué es lo que crees que te estoy haciendo?

—Intentando demostrar que eres un hombre y que como tal puedes doblegar a una mujer a tu antojo, y que para ello te da igual pisotear mi independencia y mi autoestima. Que me puedes hacer suplicar un orgasmo porque, sabe Dios por qué, puedes hacerme sentir explosivas sensaciones. Pero al hacer eso, estás tratando de poseer mi alma. Y puedes irte al infierno porque no pienso dártela.

Él arqueó las cejas bruscamente. Pareció sentirse insultado. Se quedó pensativo. Por fin, fue preocupación lo que atravesó los angulosos rasgos de su cara.

—Cielo, todavía no lo entiendes. No estoy haciendo esto por ti. Lo hago por nosotros. No podremos estar juntos hasta que seas honesta conmigo y contigo misma. Ansías que domine tu cuerpo, aceptas mis caricias como si la rendición fuera lo más natural del mundo para ti, pero tu mente se interpone entre nosotros. Bien sabe Dios que te he dicho por activa y por pasiva que quiero ser el hombre que complazca todas tus fantasías durante el resto de tu vida, sin embargo tú sigues pensando que lo único que quiero es humillarte y doblegarte cuando lo que quiero es construir algo para nosotros. No puedes estar más equivocada. ¿No lo entiendes?

Hizo la pregunta mientras le acariciaba el vientre con la nariz y los labios, luego le pellizcó con los dientes al tiempo que le rozaba el clítoris con la punta de los dedos. La combinación de placer y dolor fue hipnótica y seductora.

Kata se vio dividida entre el pánico, la irritación, el miedo y la sensación de una peligrosa excitación. Sin tener en cuenta el discurso, Kata se sentía rebasada. Hunter casi había aplastado su libre albedrío y la había llevado una y otra vez al mismo borde del deseo. Se retorció intentando quitárselo de encima, pero él no se movió ni un centímetro.

Lo cierto es que no debería doblegarse, sino seguir en sus trece.

Pero sabía que Hunter era lo suficientemente implacable para mantenerla atada a la cama hasta que dijera todo lo que él quería. Si él prefería estar en la lista negra del 411, era cosa suya.

—Voy a explicarte por qué pienso como lo hago. ¿Te he mencionado alguna vez que mi madre no puede elegir la ropa que se pone cada día? Gordon insiste en hacerlo por ella.

Hunter arqueó las cejas y encogió los hombros.

—Si son una pareja de Amo y sumisa, no es tan raro. Yo no quiero una esclava las veinticuatro horas del día, pero algunos Amos…

—No sé si él es un Amo o no. Incluso aunque lo sea, su auténtico problema es que es un gilipollas. Durante los últimos doce años se ha dedicado a decirle a mi madre cómo puede estar mejor. Comenzó por elegir sus joyas porque, según Gordon, él tiene un talento innato para esas cosas que, por supuesto, a ella le falta. Luego empezó a elegir sus zapatos, sus camisas, sus faldas, sus pantalones… Ahora ella no da un paso sin consultarle porque la ha convencido de que sin él no vale nada.

Incluso en la penumbra, Kata vio que parecía todavía más preocupado.

—Kata, yo…

—¡No! —No podía atreverse a tener remordimientos por obligarla a hablar. Hunter había querido destapar la caja de Pandora, así que ahora iba a escuchar todo lo que tenía que decir—. Eso fue sólo el comienzo. La apartó de todos sus amigos fingiendo conflictos cuando había cualquier tipo de acontecimiento, inventando «crisis» cada vez que ella había hecho planes. Al poco tiempo, incluso los amigos que conservaba después de la muerte de mi padre se dieron por vencidos. Gordon la convenció de que él era mejor para ella que todos los demás juntos. Mi madre trabajaba de enfermera de quirófano, pero hace cinco años perdieron a un niño en una operación. La echaron. ¿Sabes qué dijo Gordon? Que tal vez no tuviera tanto talento como ella pensaba, que todos estarían mejor si se quedaba en casa. ¡Decirle eso a mi madre, que tanto amaba su trabajo! Aquello le hizo perder la satisfacción que le proporcionaba su profesión. Pero él la atemorizó hasta tal punto que ni siquiera buscó otro. Le caducó el permiso de conducir y la ha convencido para que no lo renueve.

—Tienes razón. Es gilipollas —dijo Hunter con suavidad. Kata se interrumpió y clavó la mirada en él en la oscuridad. No le estaba dando la razón sin más, lo decía sinceramente. De alguna manera, toda la mezcla de cólera, pánico y deseo se transformó en pesar. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Gordon es quien manda en casa, mi madre no es la misma mujer que antes. Ahora le da miedo hasta respirar sin el precioso permiso de Gordon. Es un… caparazón vacío. Entonces, hace tres años…

Unas lágrimas ardientes comenzaron a resbalar por su cara, intentó enjugárselas, pero se lo impidieron las cadenas. El desamparo y una impotente cólera la inundaron una vez más. Dios, lo que había sufrido su madre…

Kata hizo una pausa, incapaz de volver a vivir el horror de la noche en que toda su vida se había ido al garete. Hunter había querido que ella le confesara su doloroso pasado para poder desatarla, pero ella estaba a un pelo de ceder a algo que podía destrozarla.

De acuerdo, Hunter no la había menospreciado. Pero ella quería que él supiera por qué el control que quería ejercer sobre su vida la asustaba de esa manera y dejara de intentar obtener su alma.

—¿Hace tres años…? —la apremió él, enjugándole las lágrimas.

Kata cerró los ojos de golpe. Al pensar en cómo terminaba esa frase, se le formó un sollozo en el pecho ante el horror que su familia había vivido cada día. Daban igual la pena y el dolor. Si compartía eso con Hunter, él podía aprovecharlo y hacerla más vulnerable.

—¡Alto! Bien sabe Dios que atándome de esta manera puedes hacer lo que quieras conmigo y yo no podré detenerte. Es probable que consigas que me guste, pero yo… tenía que decirlo.

—Vale. Shhh… —Hunter le besó la frente, le acarició la mejilla—. Gracias por compartir la situación de tu madre conmigo. Aprecio el coraje y la confianza que requiere. —Su voz, sorprendentemente tierna, la tranquilizó—. Creo que ahora te entiendo mejor. Temes que el poder que ejerza para controlarte en la cama afecte al resto de tu vida. Antes de estar conmigo jamás habías estado ni diez minutos con un Amo, pero sí un montón de tiempo con Gordon. Es normal que tengas miedo.

De todas las cosas que él podría haberle dicho, aquélla fue la que más le sorprendió. Y la que provocó más lágrimas.

—¿No crees que haya dicho ninguna estupidez?

—No. Nos casamos sin pensar y tú todavía no me conoces bien. Crees que me aproveché de una mujer borracha y la apresuré a pasar por el altar, luego pasé la noche contigo y te perseguí hasta tu ciudad natal cuando sólo querías algo de tiempo. Entonces, después de que estuvieras en peligro, te ordené que no volvieras al trabajo, lo que supongo que es algo que Gordon exigiría. —Ladeó la cabeza al decirlo—. Supongo que también piensas que te arrastré a Dallas, lejos de tu familia y tus amigos, así que también puedes considerar que te aislé. Me metí bajo tus bragas, en tu cabeza, hasta que me diste la información que necesitaba para poder usarla en tu contra. ¿Me equivoco?

A Kata volvieron a llenársele los ojos de lágrimas. Quería creer que eran provocadas por el cansancio y la frustración por no haber podido alcanzar el orgasmo que tan desesperadamente necesitaba. O quizá sus malditos ojos estaban inundados por haber recordado tantas cosas sobre su madre, cosas en las que normalmente no pensaba. Pero sobre todo, era por Hunter. Era tan perceptivo… Parecía capaz de ver la situación desde un punto de vista distinto del suyo.

«Guau». No estaba acostumbrada a eso.

—Ahora mismo no pareces un gilipollas de ésos que se sienten mejor haciendo sentir peor a los demás. —Kata respiró hondo, hizo una pausa pensando todavía la respuesta. Hunter se esforzaba por ser justo, así que ella debería hacer lo mismo—. Por muy borracha que estuviera, sé que casarnos fue idea mía. Y después de haber oído el silbido de una bala a unos centímetros de mi cara, no dudo que corro peligro. Puede que me haya librado de quienes quieren matarme, sí —la angustiaba admitir eso—, pero es probable que no tarden mucho en volver a encontrarme. También sé que los hombres alfa como tú quieren proteger a su mujer o a sus posesiones y admito que no sé cómo ocultarme de un asesino.

—¿Pero?

Maldición, su tono hacía que aparecieran más lágrimas.

—No creo que pueda soportar que quieras colarte en mi mente. Diversión casual, sexo normal… Sí. Pero lo que quieres…

—En una unión intensa, dos personas no sólo unen sus cuerpos en busca del orgasmo, sino también sus mentes y sus corazones para que el placer que comparten sea todavía mayor. Cuando alguien se entrega tan completamente a su pareja, consigue que lo que se crea entre ellos sea tan sólido que jamás se puede romper. ¿No quieres eso para nosotros?

Kata no podía apartar los ojos de su solemne e inquebrantable mirada, oculta en la penumbra. Se estremeció de pies a cabeza. Cuando él describía ese tipo de relación, sonaba muy hermoso. Pero no era real. Aquello no era una postal de Hallmark ni una película romántica.

—No cuando tú empiezas a mangonearme. Y yo no puedo…

—Tú no eres el tipo de mujer que huye de sí misma. Me niego a creerlo. En vez de enfrentarte a tus miedos o a mí ¿prefieres conformarte con orgasmos poco satisfactorios con alguien como Ben, que jamás te saciará de verdad ni obtendrá tu amor?

Kata no se engañaba. Ya sabía que no podría volver con Ben. Él se le había insinuado tres veces desde que entró en su habitación del hotel —¿había sido esa misma mañana?—, y ella no había dudado en rechazarle.

—No me puedes hacer creer que has tenido esta clase de relación con cada mujer que te has acostado.

—Tienes razón —suspiró—. Es la primera vez. La única.

Aquellas palabras la afectaron, a pesar del peligro que representaban. Y las condenadas lágrimas no paraban de manar. Hunter había conseguido romper algo dentro de ella. La noche anterior había deseado lo que él parecía ofrecerle y, ¿qué deseaba ahora que había puesto todas las cartas boca arriba? Ahora lo deseaba más. Desesperadamente. Si bien la aterraba.

Y la hacía seguir llorando. «Maldición».

—Cielo, confía en mí. No soy Gordon. Cuando algo te moleste, lo hablaremos. Quiero saber cómo te sientes y qué es lo que te pasa por la cabeza. —Suspiró y le apartó el pelo de la cara con suavidad—. Muchos Amos quieren sumisas dulces que no supongan ningún reto. Podría coger el teléfono ahora mismo y llamar a una de las docenas de sumisas que conozco, pero sólo tu sumisión es tan buena como mi dominación. Es tu vitalidad y tu pasión lo que quiero, y que contribuyas libremente a ello. En circunstancias normales jamás interferiría en tu trabajo ni en tus amistades. Si alguna vez me comporto como Gordon, tienes permiso para cortarme los huevos. Quiero adiestrar tu cuerpo, no esclavizar tu vida.

«¿De veras?».

Kata se mordió los labios mientras miraba fijamente el hermoso rostro de Hunter; sus ojos, tan azules incluso en la penumbra. Él le sostuvo la mirada en todo momento, sin parpadear. Sin apresurarla. Las palabras resonaron en su mente.

Él había explicado la situación perfectamente. Ahora ella tenía que decidir. ¿Quería regresar con sus amantes casuales y mantener con ellos relaciones sexuales con las que no se sentiría totalmente satisfecha, o someterse a él?