Era casi medianoche cuando Hunter aparcó el todoterreno de Tyler frente al apartamento de Logan, al noreste de Dallas. Había sido un día duro tras una noche aún más azarosa, pero era capaz de pasar muchas horas sin dormir. Incluso días si tenía que hacerlo.
Miró a Kata, acurrucada a su lado y apoyada beatíficamente en su hombro. No le gustaba ver sus ojeras ni que se hubiera negado a cenar cuando se habían detenido en el trayecto. Durante el viaje, Kata apenas había abierto la boca.
Hunter se había negado a dejarle usar el móvil para ponerse en contacto con su familia, en especial para decirle dónde iba y con quién estaba. Después de que le hubiera explicado que su aparato podía estar intervenido, Kata se sintió frustrada pero renunció a ello. En su lugar, usó un teléfono público para llamar a Mari, asegurarle que estaba bien a pesar de lo que pudiera escuchar en las noticias, y para avisar a su madre. Luego llamó a su jefe para pedir la semana libre. Después, ya en el interior del todoterreno, la vio llevarse las rodillas al pecho y fijar la vista más allá del parabrisas con la mirada perdida, como si fuera un caparazón vacío. ¡Joder!, él haría cualquier cosa con tal de borrar esa expresión de su cara. Cuando atrapara a aquel hijo de perra que la amenazaba, le haría comerse sus propias pelotas.
Pero antes tenía que encargarse de su esposa.
La sacudió suavemente para despertarla.
—Ya hemos llegado, cielo.
—Hmm. —Ella agitó las pestañas y separó los labios.
Al verla se puso duro al instante. Conteniendo el deseo de besarla hasta que se aferrara a él, empapada, y de hundirse profundamente en su sexo hasta sentir aquella intensa conexión que surgía entre ellos, se movió y le apartó el pelo de la cara.
—Ahora te abro la puerta. Recoge tus cosas.
Por fin pareció que ella escuchaba sus palabras. Se puso derecha y cogió el bolso.
Hunter saltó del todoterreno y se vio envuelto por la noche húmeda y calurosa mientras rodeaba el vehículo para abrir la puerta de Kata. Antes de que ella pudiera protestar, la alzó en brazos.
Ella abrió los ojos como platos.
—Déjame en el suelo.
—No me arruines la diversión.
Una sonrisa, que ella intentó ocultar, atravesó su expresión de cansancio.
—Llevarme en brazos no puede ser tan divertido.
—Te equivocas. Me gusta tenerte entre mis brazos. —La alzó un poco más al tiempo que inclinaba la cabeza y le robaba un beso suave.
Sus labios sabían a menta y a vestigios del batido de vainilla que él había conseguido que tomara hacía más de cien kilómetros. A pecado. Kata siempre sabía así, estaba hecha para eso. Y Hunter quería compartirlo con ella otra vez.
—Soy perfectamente capaz de caminar —insistió ella. Pero a la vez que protestaba le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la frente en su hombro.
—Sí, y me encanta la manera en que caminas, meciendo las caderas, bamboleando el culo. Hmm…
Ella suspiró.
—Es agradable saber que miras mi culo tan de cerca.
Un momento de dulce armonía fluyó entre ellos, y la satisfacción se enroscó en el vientre de Hunter mientras se reía.
—Te miro de arriba abajo, cielo. Créeme, es un placer para mí.
Llegaron a la puerta del apartamento de Logan. A regañadientes, Hunter dejó a Kata en el suelo del pequeño porche. Su hermano no iría por allí hasta dentro de dos días y Hunter mentiría si dijera que no estaba deseando disfrutar de ese tiempo a solas con su esposa. Como luna de miel no era ninguna maravilla, pero la resarciría en el siguiente permiso.
De momento, tendría que conformarse con eso.
Vaciló mientras cogía la llave y la insertaba en la cerradura, esperando que el gusto decorativo de Logan hubiera mejorado durante el año anterior. Aunque no apostaba por ello.
Abrió el cerrojo y marcó el código en el teclado de la alarma para que no sonara. Había otra comprobación que hacer antes de entrar: una tomografía de la huella del pulgar; el sensor estaba ubicado justo debajo del timbre. La puerta se abrió finalmente unos segundos después.
—¡Oh, Dios mío! ¿Tu hermano es un poco paranoico?
Hunter contuvo una sonrisa.
—También es SEAL. Cielo, cuando alguien tiene un trabajo como el nuestro, hace algunos enemigos. Vale la pena ser precavido.
Kata se detuvo antes de cruzar el umbral.
—Entonces, no le gustará que yo esté aquí.
—Ahora formas parte de la familia. Entra.
Presionó la mano contra el hueco de su espalda para que accediera a una habitación donde reinaba una negrura absoluta. Apenas habían dado un paso en el interior cuando un agudo pitido resonó en sus oídos. Hunter la cogió del codo y la obligó a apretarse contra la pared, luego cerró la puerta.
—Quédate aquí. Logan ha activado los sensores de movimiento.
El insistente sonido de la alarma era mortal para el dolor de cabeza que tenía, pero se dirigió a la centralita de la alarma y pulsó el código. El agudo pitido se interrumpió de inmediato. Por fin, bendito silencio.
—¿Hay luz en este lugar? —dijo Kata con voz temblorosa.
Él volvió a activar la alarma exterior y se acercó a Kata para rodearle la cintura con el brazo y guiarla a través de la oscuridad. No encendía las luces a propósito. Ya vería el lugar por la mañana. No había necesidad de añadir más impresiones a las que ya había recibido en ese alocado día.
—No es necesaria. Pégate a mí, yo te guiaré.
Ella caminó con vacilación, arrastrando los pies.
—¡Espera! Voy a tropezar y…
—Tienes que confiar en mí, cielo. ¿Crees que dejaría que te ocurriera algo?
Kata vaciló. Hunter supo justo en qué instante se daba cuenta de que si la protegía contra quien la quería asesinar, impediría que se hiciera daño en una habitación a oscuras.
Notó que se relajaba.
—No, pero…
—Nunca —la interrumpió él. No importaba lo que pensara decir. Tenía que aceptar la verdad—. Jamás dejaría que te pasara nada. Debería ponerte el culo rojo sólo por pensarlo.
El resoplido de Kata se dirigió directamente a su miembro. Estar sentado junto a ella durante horas, inundado por el aroma suave y femenino que flotaba en el habitáculo del todoterreno, mientras ella descansaba confiada contra su costado con la mano apoyada en su muslo, le había excitado hasta más no poder.
—No puedes decir eso. Que no se te ocurra ni siquiera pensar que vas a zurrarme —gruñó. Hunter sonrió en la oscuridad.
—¿Qué no se me ocurra? Cielo, apenas puedo esperar.
—Deja de intentar mantenerme en la ignorancia, obligándome a confiar en ti a cada rato, sólo… para…
Hunter notó el temblor de su voz. La noche anterior no esperaba tener el control. Por derecho aquello correspondía a Ben, que era vainilla total; así que él había ido dispuesto a pasar un buen rato y nada más. Pero entonces, su amigo se emborrachó y él sintió un impulso posesivo que le había hecho cambiar todos los planes. En aquel momento no hubiera podido guiarla en ninguna escena de Dominación y sumisión, pero allí, a solas, sí. Apenas lograba contener la ansiedad de enseñarle exactamente cómo quería desafiarla.
Dieron unos pasos más y la hizo pasar al dormitorio principal, activó los sensores de movimiento de la sala y cerró la puerta del dormitorio. Entonces encendió la luz. Un brillante fulgor se derramó sobre la colcha en tonos grises de diseño moderno. El cabecero de la cama estaba tapizado en color negro y destacaba contra la pared también gris, entre dos ventanas verticales cubiertas con persianas. El conjunto lo completaban un tocador, mesillas de noche a juego y una alfombra de lana —todo negro—, que contribuían a hacer más pesada la atmósfera de la estancia. El único toque de color era el suelo de madera de cerezo del Brasil y la foto de boda de Kimber. ¿El resto? Agobiante e impersonal, muy del gusto de Logan.
Hunter se preguntó para sus adentros cuánto tiempo le llevaría a Kata reparar en las cadenas que colgaban a ambos lados del cabecero.
—¡Guau! —Kata desplazó la mirada de un lado a otro de la habitación de una manera casi frenética—. ¿Éste es el dormitorio de tu hermano?
—Acogedor, ¿verdad? —dijo Hunter tras asentir con la cabeza.
—Si tú lo dices…
Logan llevaba años jodido. Y su estado mental empeoraba con el tiempo a pasos agigantados. Otra razón más para que su hermano y él mantuvieran una conversación íntima. No es que él no comprendiera las oscuras necesidades de Logan, en ese tema tenían bastante en común, pero últimamente su hermano se comportaba como si hubiera caído en un pozo sin fondo del que no pudiera salir.
En vez de darle a Kata más tiempo para que viera algo que no quería que viera, Hunter la empujó hacia el cuarto de baño. Al menos allí el ambiente estaba aligerado por el revestimiento de mármol travertino que decoraba las cornisas, los cajones y las esquinas negras.
—Mi hermano tiene… un pequeño problema de gusto en cuestión de decoración.
O simplemente, el negro era el color que mejor se correspondía con su estado de ánimo. Pero ¿para qué darle más vueltas al tema?
—Deja que te prepare un baño caliente, cielo.
Hunter abrió el grifo y puso el tapón en la bañera sin esperar respuesta. Debajo del lavabo encontró una toalla y una esponja y los puso sobre la encimera. Rebuscó en los cajones donde encontró un cepillo de dientes sin estrenar y un peine nuevo.
Luego se volvió hacia Kata, que miraba a cualquier sitio menos a él. Aquella actitud evasiva tenía que finalizar, en especial ahora, cuando él se moría por volver a conectar con ella. Con el tiempo, se acostumbraría al matrimonio y a él… Y cuando lo consiguiera, pasaría al plan B.
Respiró hondo. Sí, tenía que andarse con tiento si quería conseguir que confiara en él, sobre todo considerando lo que le había dicho. No permitiría que levantara barreras entre ellos.
«Tienes que empezar como tengas intención de seguir».
—Gracias —murmuró ella, acercándose a la puerta en un gesto inconsciente para que él saliera.
Hunter se interpuso en su camino.
—De nada. Desnúdate.
Kata abrió los ojos como platos.
—¿Perdón?
Aquella frívola respuesta no interesaba a Hunter; pero la esperaba y se ocuparía de ello. Pero Kata no pudo ocultar la dilatación de sus pupilas y el rubor de sus mejillas. Aquellas reacciones involuntarias hablaban de deseo y eso le ponía a cien. Hunter le dirigió una mirada dura, que fijó en su rostro durante un rato mientras invadía un poco más su espacio personal.
A Kata se le erizaron los pezones en respuesta. La vio tragar saliva, incapaz de mirarle a los ojos.
Definitivamente sumisa. La noche anterior él lo había sospechado, a pesar de la manera en que ella se había revelado una y otra vez. Pero entonces Kata no era suya para experimentar o reclamar. Ahora, en cambio, todo era distinto. Hunter pensaba asegurarse de que ella comprendía exactamente quién y qué era él, y se ocuparía de liberar a la sumisa que ocultaba en su interior. Estaba seguro de que Kata jamás había confiado lo suficiente en un hombre para permitirse tal cosa.
Su esposa tenía algunos serios e imprevistos problemas con el control. Pensaba acabar con ellos. Sí, de acuerdo, una sumisa siempre podía negarse, pero sospechaba que ella sólo necesitaba tener la certeza de que él no quería un felpudo; de que no quería cambiarla. La ayudaría a comprender esos anhelos secretos y le enseñaría a pedir lo que tenía miedo de desear.
—Es una orden, querida, no una petición. —Hunter mantuvo la voz baja, engañosamente suave—. Estoy esperando.
Ella vaciló y él percibió el millón de pensamientos que revolotearon en su cabeza. Deseo, cólera, exasperación cruzaron vertiginosamente por aquellos hermosos rasgos. Al final vio que alzaba la barbilla y cruzaba los brazos sobre el pecho.
Sumisa o no, no acataría órdenes sin luchar. Él contuvo una sonrisa.
—No me hagas esto ahora, cuando estoy exhausta y asustada —murmuró ella—. Sé que quieres ejercer tu dominación, o lo que sea, pero ¿por qué por algo tan insignificante como un baño?
Aquélla no era una pregunta injustificada, puesto que ella no comprendía lo que hacía ni a su manera de comportarse. Notó un intenso dolor en el pene; la impaciencia le impulsaba a acercarse a su mujer, derribar sus defensas y obligarla a someterse a él, pero aquél era su problema. Kata merecía respuestas.
—Todo lo tuyo me concierne a mí. Eres una chica lista y estoy seguro de que a estas alturas sospechas que no sólo soy dominante, sino que soy un Amo.
¿A eso se refería Ben? Kata no estaba segura de qué quería decir. ¿Que deseaba atarla y zurrarla? ¿Que le gustaría jugar con ella al amo y la esclava?
Un dolor prohibido comenzó a latir con insistencia en su clítoris. Intentó ignorarlo. No cabía ni la más mínima posibilidad de que renunciara a una pizca de su independencia, ni siquiera en el dormitorio, sólo porque él lo dijera.
Comenzó a pensar en cómo escapar de aquel mini Fort Knox.
—No conmigo. ¡Ni de coña!
La cara de Hunter reflejaba cólera y decepción, junto con una buena dosis de cansancio. Kata notó una punzada de culpa, que ignoró, al observar la determinación de Hunter por explicarle las causas. Podrían estar ya en la cama, durmiendo como tanto necesitaban, sin embargo él insistía en presionarla. No había manera de que ella fuera su felpudo, sobre todo después de lo que había visto durante los últimos años. Prefería que le dispararan un tiro antes de soportar lo que su madre había aguantado bajo la autoridad de Gordon.
Hunter podía atarla con cualquier nudo imposible si quería hacerlo, Dios sabía que disponía de la fuerza, la inteligencia y los cojones, así que ella tenía que mantener la sangre fría. Intentó retroceder un paso.
Él la cogió de la mano y le rozó suavemente el dorso con el pulgar en una caricia que resultó inesperadamente tranquilizadora.
—Kata, yo soy así. Mis exigencias no tienen más finalidad que darte lo que necesitas. Pero al hacerlo, yo también obtengo lo que más ansío. Esta noche, lo que quiero es que te relajes en la bañera mientras te doy un masaje hasta que desaparezca la tensión de tus músculos y puedas alcanzar un estado físico y mental óptimo para dormir. —Encogió los hombros—. Así podré tener la seguridad de que dormiré sabiendo que estás sana y salva.
«¿Eso es todo?». Kata le miró con suspicacia. «¿Tenía que creer que todo aquello era sólo por su bien? ¿Y qué pasaba con lo que él obtenía al dominarla? ¿Se sentiría más fuerte al ejercer su poder sobre ella?».
—¿Por qué no me dices eso en vez de darme órdenes?
—Parte de lo que necesito como dominante es que tú confíes en mí, así que no te daré más explicaciones a menos que estés realmente preocupada y asustada. Necesito que te pongas en mis manos, que te sometas a mí por completo y que sepas que todo lo que hago es por ti. Sé que lo considerarás un reto. La sumisión no te resultará fácil.
«¿No será fácil?». Kata se habría reído en su cara si sus pensamientos no estuvieran enredados con emociones que apenas comprendía. Lo más irónico era que él parecía estar muy confiado en que ella finalmente accedería.
El hecho de que él pensara que ella se mostraría de acuerdo, probaba que no la comprendía en absoluto. Quizá no quisiera entenderla. Quizá no había sido lo suficientemente clara.
Kata se lo quedó mirando, observando cada milímetro de su hermoso rostro. No podía negar la atracción que sentía por él. ¿Por qué no podía ser tranquilo y relajado como Ben? ¿Por qué no podían disfrutar el uno del otro sin meterse en esos rollos de dominación y poder? Quería acostarse con Hunter. La hacía sentir algo que ningún otro hombre le había hecho sentir nunca. ¿Por qué no podían mantener relaciones sexuales sin que ella tuviera que mostrarse sumisa?
Él suspiró mientras cerraba el grifo. El agua caliente llenaba de vapor la estancia.
—Tu cara es como un libro abierto, cielo. Sé todo lo que piensas. Necesitamos hablar de qué es dominación y qué no lo es.
—Entiendo que es una cuestión de poder puro y duro.
—Trata sobre el poder, pero en su mayor parte tuyo. Yo sólo puedo tomar lo que tú quieras darme. Y eso no sirve para alimentar mi ego, sino para cimentar nuestra unión. Pondremos a prueba la confianza todos los días. Y todas y cada una de esas veces respetaré tus límites, pero te presionaré hasta que tú te quedes satisfecha mental, emotiva y sexualmente. Eso hará más profunda la conexión que existe entre nosotros.
Una parte de Kata quería creerle. De hecho, ansiaba tal relación. Pero ¿cuán peligrosa sería? Que Hunter pudiera conocer su alma, y viceversa, podía sonar muy bonito… en teoría. Sin embargo, ella tenía sus dudas sobre llevarlo a la práctica. Por lo que había visto, el hombre exigía y la mujer accedía, al verse intimidada, hasta que él quebraba su autoestima y obtenía una enfermiza satisfacción al imponer su voluntad sobre la de ella. Al día siguiente la doblegaba todavía más, y luego más aún, hasta que ella se desmoronaba. Él acababa con su cuerpo, su autoestima y su espíritu, y mostraba un impenitente regocijo por ello.
—Gilipolleces. —Arrancó la mano de la de él y cruzó los brazos.
—¿Tienes mucha experiencia en asuntos de Dominación y sumisión? —Hunter arqueó una de sus cejas leonadas.
—No necesito tenerla para saber que no quiero nada de eso. Así que coge tus cadenas, tus cuerdas y tus esposas, y vete a la…
—No termines la frase. —Hunter se acercó un paso. No se cernió sobre ella, pero se inclinó hasta que sus ojos quedaron a la misma altura—. Quiero que esta noche sea cómoda y relajada. Pero si terminas esa frase, voy a tener que zurrarte el trasero hasta que esté tan rojo que no podrás sentarte durante días.
Ella parpadeó.
—¿Abusarías de mí?
La sonrisa de Hunter no fue agradable, pero no provocó que sintiera una opresión en el vientre por miedo. Resultó ser una respuesta que fue directa a incrementar la tensión que notaba entre las piernas.
Él caminó lentamente a su alrededor, le puso las manos en las caderas y se inclinó para hablarle al oído.
—No abusaré de ti. Te correrás; más de una vez. Puedes pensar que estoy loco, pero apuesto lo que quieras a que en lo más profundo tienes fantasías que no eres capaz de confesar… y que quieres ver satisfechas. Yo seré el hombre que las haga realidad.
Hunter le acarició suavemente las nalgas. Kata sintió que le ardía la piel, se tensó y contuvo la respiración. El corazón le golpeó en el pecho con un latido sordo y doloroso. No podía enlazar dos palabras para lanzarle la cortante respuesta que tenía en la punta de la lengua.
Él volvió a rodearla y la contempló de frente, con una mirada larga y ardiente. Kata notó que se le humedecía el tanga.
Santo Dios, ¿estaría él leyendo sus escandalosos pensamientos? Si se basaba en el sexo que habían compartido la noche anterior, se temía que pudiera incluso leerle el alma. No dudaba que él pudiera satisfacer su cuerpo por completo pero ¿y su corazón? ¿Cómo podría funcionar una relación entre ellos si él le exigía mucho más de lo que ella estaba dispuesta a darle voluntariamente?
—No quiero esto. —Le tembló la voz. «Mentirosa».
—No toleraré que te engañes a ti misma. Es tu segunda falta hoy. Lo dejaré pasar porque estás cansada y todo esto es nuevo para ti. Pero una más y…
La rodeó de nuevo y le dio un azote en el culo, luego apaciguó la carne caliente con la palma.
Kata contuvo el aliento sin poder evitarlo y no precisamente por el dolor. Hunter le dirigió una sonrisa amplia y satisfecha.
Un nuevo miedo la envolvió. ¿Por qué no podía comprender —ni controlar— sus traidoras reacciones? De repente, aquello que había temido durante tanto tiempo era lo que más deseaba.
—Vamos a intentarlo de nuevo —sugirió él—. Desnúdate.
Si accedía, se quedaría desnuda en cuerpo y alma. Lo sabía. Después de todo lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro horas, ya se sentía así. No podría soportar más.
—Prefiero bañarme sola.
Hunter se tomó su tiempo antes de responder.
—Bueno. Pero cuando estés caliente y necesites que alivie tu ardor, te haré implorar un orgasmo durante horas. —Encogió los hombros—. Tú eliges.
Kata no dudaba de Hunter, sabía que podía hacer eso. Incluso la sugerencia hacía que le palpitara el clítoris. Él la agarró por los hombros.
—No quiero discutir por esto. Confía en mí, cielo. No te lastimaré ni te decepcionaré.
Las llamas que vio en sus ojos hicieron que le hormigueara la piel. El tono profundo de su seductora voz resonó a través de ella, dirigiéndose directamente a su entrepierna. Hunter, junto con su aire de poder y control, la excitaba como ningún hombre antes lo había hecho. Si alguien como Ben estuviera en su lugar, habría comenzado a gritar y maldecir. Pero Hunter se había limitado a poner las cartas sobre la mesa y a esperar pacientemente, seguro de que finalmente saldría victorioso.
Kata tragó saliva. Quizá estaba siendo un poco paranoica al considerar sus demandas de una manera incorrecta. Negarse el placer de estar con un amante ardiente no era su estilo. No querer probar algo nuevo tampoco iba con ella. Hunter hacía las cosas de manera diferente a Ben o a cualquiera de sus anteriores amantes, pero tampoco ninguno le había hecho disfrutar como él, ¿verdad? No podía negar que todo lo que él le hacía le proporcionaba un inmenso placer. Sí, era un poco dominante, pero ella era fuerte. No existían razones para pensar que no podría manejarlo.
—Si… ¿y si lo intentamos y no quiero seguir?
—«No» no es una palabra segura aceptable. Será mejor elegir otra como «Ben». Si la dices, sabré que aún no estás preparada para lo que te estoy pidiendo y retrocederé hasta que lo estés.
Casi parecía demasiado sencillo. ¿Dónde estaba el truco? ¿Era Hunter capaz de controlarse de tal manera que no sería un problema detenerse cuando ella se lo pidiera?
—¿Eso es todo?
—Ni más ni menos. Ya sabes lo que quiero. Estoy esperando, cielo.
¡Genial! Si quería verla desnuda porque eso le excitaba, pues vale, ella estaba de acuerdo. Kata debía admitir además que la manera en que él la observaba, como un depredador preparado para saltar sobre su presa, la ponía a cien.
Cogió el dobladillo de la camiseta y se la pasó por la cabeza, luego la lanzó al suelo. Hunter contuvo la respiración y Kata bajó la vista. Ah, sí… El sujetador rojo de encaje era tan fino que resultaba casi transparente. La mirada de Hunter acarició la areola rosada y supo que él estaba viendo que sus pezones estaban tan duros que casi traspasaban la delicada prenda.
Él no se movió, no dijo una palabra, pero no pudo ocultar la repentina tensión en su cuerpo ni la erección que pugnaba contra la bragueta de los vaqueros. La había colmado por completo la noche anterior, pero ahora… Parecía incluso más duro, más grande. Tendría que ir muy despacio para conseguir meter todo eso en su interior.
Kata se estremeció y sus bragas se mojaron todavía más ante ese pensamiento. Llevó las manos al botón del pantalón y se lo desabrochó lentamente. Deslizó los dedos sobre la tela hasta que llegó al montículo del sexo. A Hunter le palpitó un músculo en la mandíbula.
Ella contuvo una sonrisa y llevó la mano hacia arriba, hasta la lengüeta de la cremallera. Comenzó a tirar de ella muy despacio, tortuosamente despacio. Una mirada a Hunter le hizo comprobar que él estaba todavía más rígido… en todas partes.
Cuando hubo bajado la cremallera, enganchó la cinturilla con los pulgares y comenzó a deslizar los pantalones por las caderas, las nalgas, los muslos… finalmente los dejó caer a los tobillos, exponiendo el tanga de encaje a juego.
—¡Joder!, mírate… —masculló él, lanzándole una mirada cargada de electricidad, posesiva como el infierno.
Kata notó un espasmo en la entrepierna.
A pesar de lo mucho que le costaba admitirlo, Hunter tenía razón. En sus fantasías más íntimas y oscuras, Kata fantaseaba con ser dominada, atada… Imaginar que era él quien lo hacía, quien le rodeaba las muñecas con cuerdas y la tomaba a placer, sólo convirtió aquel espasmo en un latido imparable.
—Ahora el sujetador, Kata.
La tensión inundaba la voz de Hunter, que se hizo más ronca y áspera. El tono profundo, unido a aquellos brillantes ojos azules, la hizo comenzar a arder. Se dio cuenta de que con cada latido de su corazón, con cada centímetro de piel expuesta, afloraba una fantasía reprimida.
Llevó los brazos a la espalda y desabrochó los corchetes. Antes de deslizar el sujetador por los brazos, presionó las palmas de las manos contra los pechos, sujetando las copas en su lugar.
—Déjalo caer —Hunter cerró los puños— o te lo arrancaré.
Kata no dudó del significado de sus palabras. Pero el diablillo que tenía dentro la impulsó a provocarle.
—Pero es el único sujetador que tengo aquí.
Una picara sonrisa curvó los labios de Hunter.
—Pues ya sabes, déjalo caer.
Hunter se puso tenso y alargó los brazos hacia ella. Kata dejó caer la prenda, desnudando los pechos.
Los sentía pesados e hinchados. La sangre se acumuló en las puntas ya sensibles, que se endurecieron hasta que sólo notó un doloroso placer. La mirada de Hunter fue como un calambrazo, una sacudida de sensaciones que atravesó cada pezón.
Santo Dios, no había estado nunca tan excitada y él ni siquiera la había tocado.
La mirada masculina se deslizó por su estómago, deteniéndose en el rubí que destellaba en el piercing de su ombligo, y bajó a la unión de sus muslos. Kata los apretó, intentando aliviar el dolor, pero aquello sólo agudizó el deseo. Necesitaba alivio.
Kata introdujo una mano en el encaje que protegía su sexo y la apretó contra el monte de Venus, haciendo rodar los dedos sobre la sensible carne. Tuvo que contener el aliento. El placer la atravesó cuando notó un leve hormigueo bajo la piel. El dolor se aplacaba. Santo Dios, estaba tan cerca…
Hunter le agarró la muñeca y, con la presión justa y necesaria, la obligó a alzar los dedos unos centímetros.
—Tus orgasmos me pertenecen. Yo digo cuándo y cómo. Aún no tienes permiso para correrte.
Aquello no encajaba en sus fantasías. Intentó zafarse de su zapa.
Él no se lo permitió.
—Te lo advertí. Ya tienes un castigo pendiente, ¿quieres más?
—Tú no tienes derecho a…
—Anoche cambió todo. Reconoce que quieres esto y quítate ese tanga mojado si quieres que siga de una pieza.
La cólera y el deseo la inundaron a la vez, atravesándola de pies a cabeza. En ese momento Kata estaba furiosa, pero sin embargo le deseaba de una manera incontrolable.
Con una maldición, separó las tiras de encaje de sus caderas y deslizó el tanga por las piernas hasta que estuvo tan desnuda como el día en que nació.
—¿Feliz?
—Sí. —Una media sonrisa arrogante ocupó la comisura de su boca—. Separa las piernas el ancho de los hombros.
—¿Qué? ¿Vas a cachearme?
—Si quisiera lo haría. Con el tiempo, lo haré. En algún momento tendré a mi disposición este jugoso coño y podrás sentir cada lametazo de mi lengua entre tus pliegues. Pero ahora mismo, lo que quiero es que separes las piernas. Vacila otra vez y serás merecedora de dos castigos.
Kata apretó los dientes pero hizo lo que le ordenaba. No porque le tuviera miedo, sino porque, a pesar de la cólera que ardía a fuego lento bajo su piel, le deseaba con todas sus fuerzas.
—Excelente. —Él deslizó la mirada por el interior de su sexo, luego la miró a los ojos—. Estás muy mojada.
Era cierto, pero Kata odiaba darle demasiado poder sobre ella.
—Quizá no tenga nada que ver contigo.
Hunter meneó la cabeza.
—Parece que lo único que quieres esta noche es que te castigue, cielo. Y ya van dos. A menos que quieras un tercero, te sugiero que lleves los dedos a tu coño y comiences a frotártelo. Yo te diré cuando debes detenerte.
A Kata le dio un vuelco el corazón. Tocarse a solas era una cosa, pero eso…
—¿Quieres que me masturbe delante de ti?
—Para mí. Venga, hazlo.
El reto en su tono hizo que se excitara y se erizara a la vez. Tragó saliva.
Kata jamás había hecho eso ante ningún amante, pero quería que Hunter se volviera loco de lujuria, que fuera él quien perdiera la razón. Quien lamentara haberla presionado.
Sonrió con timidez. Sus miradas se encontraron y se fundieron en un momento mágico. Entonces, trazó muy despacio una línea sobre su vientre dirigiendo la mano lentamente hacia la unión de sus muslos. Jugueteó con el clítoris antes de deslizar los dedos más abajo e introducir dos en su apretado sexo.
La sensación la cubrió como una ardiente oleada, un delicioso placer que la hizo contener la respiración. En algún lugar recóndito de su mente, se sorprendió por lo caliente y provocativa que se sentía, pero el placer acaparó sus jadeos y pensamientos.
Kata se llevó la otra mano a la cabeza e introdujo los dedos en la sedosa mata, luego bajó el brazo hasta que llegó al pecho. Se lo acarició con la palma y se pellizcó el pezón. Gimió.
La cabeza le daba vueltas. El momento se alargó con un dulce dolor mientras el placer zumbaba en su interior. Un aluvión de placer amenazaba con enviar su intenso abandono a un abismo de necesidad. Kata buscó a tientas la pared y separó más las piernas para introducir los dedos más profundamente entre sus pliegues.
Hunter se puso tenso. La manera en que él se aferraba los muslos le dijo a Kata que estaba ejerciendo un intenso control sobre sí mismo para no tirarla al suelo de baño y follarla allí mismo.
—Frótate el clítoris.
Sería un placer. El pequeño nudo de nervios se había hinchado hasta alcanzar dos veces su tamaño natural. Cuando retiró los dedos de la vagina y los llevó con determinación sobre el clítoris, una nueva oleada de estremecimientos la atravesó. La certeza de que Hunter no se perdía detalle de su gozo hizo que éste se incrementara todavía más. Por lo general le llevaba al menos diez minutos alcanzar el orgasmo. Ahora, después de unos pocos roces, sentía un latido que podría convertirse en una explosión que la devastaría.
Le temblaron los dedos y respiró hondo. Estaba ya muy cerca. Oh, Dios… Una caricia más y llegaría. Se le aflojaron las rodillas y los latidos del corazón le resonaron en los oídos. Anticipaba un orgasmo salvaje. Lo necesitaba.
—Alto. —Hunter le arrancó la mano del sexo. Se puso detrás de ella y llevó la muñeca al hueco de su espalda.
—¡Maldita sea, no! —gimió ella.
Él no dijo nada, sólo le cogió la otra mano y sostuvo las dos juntas en la espalda de una forma tan inquebrantable que la excitó todavía más.
Se le aceleró la respiración. Incluso sin la estimulación en el clítoris, estaba al borde del orgasmo. El calor del cuerpo de Hunter a su espalda, la mano que él deslizaba por su pelo y su cuello, poco antes de que siguiera el mismo camino con los labios sobre la sensible piel… Se estremeció y notó que las sensaciones se hacían demasiado intensas.
—Por favor… —Santo Dios, odiaba implorar, pero no lo podía evitar.
Él se movió a un lado, le acarició la depresión de la columna, le recorrió la piel con la yema de los dedos. Se arqueó bajo su tacto.
—Eres tan hermosa —susurró él.
Hunter la hacía sentirse así, como una diosa. Le encantaba la manera en que él parecía volverse loco de deseo con ella.
De repente, dejó de sentir sus dedos. Contuvo el aliento llena de expectación. Justo entonces, «¡zas!». Hunter le golpeó el culo con la mano abierta.
—¿Qué coño haces? —le gritó.
—Prometí castigarte y eso hago —gruñó.
Una ardiente sensación comenzó a extenderse lentamente por la nalga derecha, dejándola aturdida y muda. Sólo el cálido ritmo de la respiración de Hunter en su hombro y la sujeción de las muñecas le decía que él seguía detrás de ella. Entonces le golpeó la nalga izquierda con la misma fuerza. Y repitió el proceso otra vez. Y otra.
El trasero comenzó a latirle, se convirtió en un delicioso palpitar. Aquel dolor se unió al que ya sentía en el clítoris. La necesidad se hizo más intensa. El corazón le golpeaba contra las costillas y se le aflojaron las rodillas.
Hunter le rodeó la cintura con el brazo para sostenerla mientras hacía revolotear los dedos sobre su sexo. Kata jadeó de anticipación, pero él no la tocó, dejándola anhelante justo al borde de una abrumadora necesidad.
—Oh, Dios mío. Por favor… —gimió.
—¿Por qué debería recompensar tu desobediencia haciéndote alcanzar el orgasmo?
—Porque lo necesito —admitió Kata con un gemido.
—Yo necesitaba que te desnudaras y te negaste.
—Me lo ordenaste.
Hunter llevó los dedos más abajo hasta trazar con la punta unos círculos ligeros y perezosos sobre el capuchón del clítoris; una presión demasiado ligera y dispersa para otra cosa que no fuera incrementar todavía más su anhelo. Kata retorció las manos, arqueó la pelvis contra sus dedos, suplicando que él le friccionara justo ese punto. Pero Hunter le sujetó firmemente las caderas, controlando cada movimiento.
—Y lo haré una y otra vez. Aprende a obedecerme y encontrarás que puedo ser muy generoso. Si no…
Dejó suspendida la frase con todas sus implicaciones.
¡Qué le partiera un rayo! Podría tenerla en ese momento. Pero ni en broma iba a estar a su disposición las veinticuatro horas de cada día. Tenía intención de hacerle pagar a Hunter por eso. Después podía irse al infierno.
—¡Quédate quieta! —ordenó él—. No te muevas.
Kata se tensó ante su orden, gimiendo de necesidad y temor. Le gustaría rebelarse, que viera que ella no comía en la palma de su mano, pero si lo intentaba sólo le negaría el orgasmo otra vez. Y ahora mismo lo necesitaba tanto que él podría hacer lo que quisiera con ella.
—No lo haré.
—Contéstame correctamente: «Sí, Señor».
«¿Señor?». De eso nada… Aquello iba contra la misma esencia de su independencia. En serio, se lo haría pagar con creces.
El tiempo se alargó eternamente, su cuerpo ya no le dolía, le pedía a gritos una liberación que sabía que él no le daría hasta que cooperase.
Apretó los párpados cerrados.
—Sí, Señor —se rindió finalmente, casi atragantándose.
—Has tardado mucho y no me has parecido sincera, pero lo dejaré pasar por esta noche. —Le soltó las muñecas—. Date la vuelta y métete en la ducha. Apoya las manos en la pared de enfrente y separa bien las piernas.
Kata se quedó paralizada, su mente daba vueltas a toda velocidad. Entonces, lentamente, se dio la vuelta mirando a Hunter por encima del hombro.
—Vista al frente —le ordenó él, objetando con la cabeza.
¿Qué demonios habría planeado él? Se lo revelaría tarde o temprano, pero si le preguntaba, lo único que conseguiría sería que él le negara el orgasmo un poco más. Aquel pensamiento le hizo respirar hondo, conteniendo un sollozo.
Miró a la pared con resolución, apretó los labios y esperó.
—Bien. Vamos progresando —la alabó, acariciándole el pecho en la palma de la mano y rozándole el dolorido pezón con el pulgar.
Ella contuvo un jadeo. Santo Dios, le ardía cada célula de su cuerpo. Cuando Hunter deslizó la mano por sus costillas, su cadera, sus nalgas… Kata contuvo el aliento a punto de morirse de necesidad. Entonces, él llevó la otra mano hasta su trasero y le separó las nalgas suavemente. Ella se puso tensa.
—¿Nunca has practicado sexo anal?
—Nunca. —No había querido. Pero con Hunter sonaba ardiente y prohibido. Erótico como el infierno.
Le pasó el dedo por la hendidura trasera, rozando el frunce escondido, acariciando más profundamente el cerrado orificio.
—Cuando llegue el momento seré muy suave. Pero me albergarás aquí por completo.
Jugueteó con la punta del dedo en la pequeña abertura y ella se estremeció de arriba abajo. Kata respiró hondo. ¡Dios…! Pensar en tener su polla en el culo le daba un miedo mortal… Pero estaba desesperada por saber cómo sería, por saber si se sentiría totalmente dominada si Hunter la tomaba de esa manera. De repente, Kata deseó ardientemente que lo hiciera.
—Tan hermosa y… tan poco dispuesta a obedecer. —Hunter le acarició la curva de la cintura otra vez y le besó el hombro mientras apretaba su cuerpo desnudo contra ella, presionando su duro miembro contra su trasero. ¿Cuándo se había desvestido?—. Ya nos ocuparemos de ello.
Le dio un vuelco el corazón; estaba dispuesta para cualquier cosa que Hunter quisiera darle… A todo con tal de que él le permitiera correrse.
—Por favor… —Se contoneó contra él, implorándole de nuevo.
Escuchó el sonido de un papel al ser rasgado. ¡Gracias a Dios! Hunter se estaba poniendo un condón. Se tensó de pies a cabeza de anticipación.
Hunter buscó la entrada de su cuerpo entre los resbaladizos pliegues. Presionó con el glande… y se detuvo.
—No te corras hasta que te dé permiso. ¿Entendido?
En aquellos últimos minutos, ella había recuperado un poco el control; ya no tenía una necesidad tan acuciante. Pero no se hacía ilusiones; podría llevarla con rapidez hasta el borde otra vez para luego abandonarla. Le daba la impresión de llevar horas dolorida y desesperada por alcanzar el éxtasis, aunque lo más probable es que no hubieran sido más de diez minutos. Seguramente él sería capaz de hacerla sufrir así durante días. ¿Por qué correr el riesgo de que se sintiera tentado a hacer tal cosa?
—Sí, Señor —dijo, asustada y excitada a la vez.
—Tu obediencia va directa a mi polla, cielo. —Presionó el fornido pecho contra su espalda y le acarició el cuello con la nariz mientras le daba un montón de besos suaves—. Hmm…, podría acostumbrarme a esto.
También ella. Y eso le asustaba muchísimo. Pero ahora estaba demasiado excitada para pensar en ello.
Hunter cerró las manos sobre sus pechos y le pellizcó los pezones hasta que el dolor le hizo abrir la boca y su sexo volvió a empaparse de nuevo. La necesidad de alcanzar el orgasmo creció, atravesando su cuerpo con fuerza.
Hunter le cogió las caderas y se clavó en ella con un empuje salvaje.
—¡Joder, sí!
Kata gritó cuando un desgarrador dolor inundó su cuerpo. Santo Dios, él era enorme. Se puso de puntillas para poner más distancia entre ellos mientras intentaba acostumbrarse a su tamaño, pero él embistió con más fuerza, con más intensidad, más hondo. Ella gimió, intentando acomodar todo su miembro, dejándose llevar por la avalancha de sensaciones que la sepultaban. El clímax surgió amenazador… Pero necesitaba un poco más.
—Hunter, por favor… ¡fóllame! —gritó.
—Lo haré. Te follaré hasta que tengas la garganta en carne viva por los gritos —le prometió—. Pero lo haré cuando yo quiera, no cuando tú lo digas.