Capítulo 6

Hunter comprobó que le temblaban los dedos cuando marcó de nuevo el número de Kata. Cuatro timbrazos y luego saltó el buzón de voz. No obtuvo un resultado distinto cuando lo intentó de nuevo.

¿Quién dispararía dentro de una oficina? No pudo dejar de pensar que Kata no le respondía al teléfono porque le había ocurrido algo terrible.

Intentó contener el miedo echando mano de su entrenamiento. Encerrado en un maldito avión, lo único que estaba en su mano era enviar ayuda. Tenía que hacerlo antes de que el aparato se pusiera en movimiento y los asistentes de vuelo le obligaran a apagar el móvil.

No lo dudó y comenzó a presionar los números del teléfono a toda velocidad. Gracias a Dios, Deke se había mudado a Lafayette para estar más cerca del trabajo y de donde su primo Luc vivía desde hacía unos meses.

—Hola, Hunter —respondió su cuñado casi al instante.

—Tengo un problema. Acaban de atacar a una mujer. Es agente de libertad condicional, se llama Kata Muñoz; ha sido objeto de unos disparos en… —Le dio la dirección—. Ha tenido algunos encontronazos previos con un delincuente local que no hace más que amenazarla. Ve para allá, ahora. Yo llegaré en cuanto me baje de este puto avión.

Deke podría haberle hecho un buen número de preguntas, y seguramente se las haría después, pero el militar que había sido se puso en movimiento ante el tono de urgencia de la voz de Hunter.

—De acuerdo. Te enviaré un mensaje de texto con lo que me encuentre.

—Señor, tiene que apagar el teléfono. —La azafata le miró desde el pasillo con el ceño fruncido.

—Gracias, Deke —se despidió y colgó. Comenzó a moverse con inquietud en el asiento, rezando para que la ayuda no llegara demasiado tarde para Kata.

La conocía desde hacía apenas veinticuatro horas y ya estaba a punto de convertirse en lo más importante de su vida. Jamás había buscado el amor, pero ahora que había encontrado a la persona con quien podría ser feliz, no quería perderla.

A pesar de la irritación que le provocaba, Hunter apagó el teléfono y lo metió en el bolsillo de los vaqueros. No sabía cómo iba a sobrevivir a ese vuelo sin perder el juicio. Se pasó una mano por la cara e intentó no imaginar a Kata herida, sangrando y sola. Moribunda. Santo Dios, tenía que haber estado allí para salvarla.

Juró que si ella vivía, jamás volvería a dejarla sin protección otra vez. Ni un segundo.

El sonido del disparo retumbó en la oficina y sobresaltó a Kata. Saltó de la silla y dejó caer el teléfono, que se deslizó por el pavimento hasta quedar bajo una silla, a unos tres metros de distancia, mientras ella se aplastaba contra el suelo para refugiarse debajo del pesado escritorio de metal.

¿De dónde había venido el disparo? Dado el ensordecedor sonido, desde dentro del edificio; quizá desde esa misma estancia. Pero ella era la única persona que estaba en el interior y era domingo. Santo Dios, ¿quién le había disparado? ¿La habrían seguido Cortez Villarreal y sus secuaces?

Con el corazón palpitando de tal manera que temía que le explotara, Kata barajó mentalmente sus opciones. El teléfono había caído demasiado lejos como para poder recuperarlo sin riesgos. Así que, en vez de pensar en recuperarlo, tenía que concentrarse en escapar. La salida estaba en la misma dirección por la que había llegado el disparo. La puerta de emergencia estaba al otro lado de la estancia, a más de quince metros. ¿Cómo iba a llegar hasta allí sin que le alcanzara una bala? Aún así tenía que intentarlo.

El teléfono comenzó a sonar de nuevo, un irritante estrépito en medio del silencio. Hunter. Sólo Dios sabía lo que él se estaba imaginando. El timbre se detuvo, pero comenzó de nuevo.

De repente, el móvil quedó misteriosamente silencioso. Un metódico ruido de pasos resonó en el suelo de baldosas del archivo. Allí no había nadie para rescatarla y los dos lo sabían. Si quería salvarse, tenía que hacerlo sola.

Sujetándose con firmeza a la pata del escritorio, miró a hurtadillas para ver si lograba averiguar la posición exacta del tirador o alguna otra ruta de escape posible. Lo único que pudo ver fueron filas de mesas vacías, ordenadores desfasados y montones de papeles de oficina. Entonces sonó otra explosión, seguida de un ruido corto y metálico, justo al lado de su oído. Se echó hacia atrás de golpe y vio una abolladura con forma de bala a un lado del escritorio.

El francotirador sabía exactamente dónde estaba. Kata sospechó que aquel bastardo estaba jugando con ella y que la próxima vez apuntaría a dar.

Maldijo para sus adentros cuando pensó que había dejado el bolso —con el arma que llevaba dentro— en el cajón de arriba del escritorio. Si intentaba cogerlo sería un blanco fácil, pero mejor morir en el intento que sentarse a esperar a que le alcanzara una bala.

Se arrastró sobre el estómago por debajo del escritorio, y se detuvo frente a los cajones. Alargó la mano hasta el tirador del compartimiento superior y lo abrió lentamente. El módulo rechinó, y el ruido resonó en la silenciosa oficina. Bueno, ya había puesto en guardia al adversario, sería mejor que se diera prisa.

Tras abrir el cajón, buscó a tientas el bolso.

Se escuchó otro disparo; esta vez más cerca. Kata contuvo el aliento y se llevó la otra mano a la boca. Había sentido el zumbido de la bala sobre la muñeca y tuvo que cubrirse los labios para contener el grito.

Aquello le enfureció. El muy cabrón quería volverla loca antes de matarla. Que la condenaran si permitía que lo hiciera sin luchar.

Una vez más, se estiró hacia el cajón. En la anterior incursión había averiguado dónde buscar y encontró enseguida el pequeño bolso. Tiró de él.

Aterrizó con un golpe seco entre sus pies mientras escuchaba el susurro de unos pasos en el pasillo, entre los escritorios, a sólo unos metros.

Se estaba acercando.

Abrió el bolsito bruscamente y sacó una semiautomática. Quitó el seguro al tiempo que lanzaba una mirada hacia donde había oído los pasos. Luego se deslizó a gatas hasta el siguiente escritorio, que estaba mucho más cerca de la salida de emergencia.

Volvió a escuchar pisadas y se preguntó lo cerca que estaría el extraño. Después sólo pudo oír su propia respiración jadeante, demasiado fuerte en aquel espantoso silencio.

Mordiéndose los labios, Kata lanzó una mirada por encima del escritorio. El asaltante no estaba a la vista.

Una nueva oleada de terror la invadió. Estaba segura de que él no se había ido; podía sentir cómo jugaba con ella, cómo se acercaba sibilinamente. Su mente no dejaba de dar vueltas, barajando las opciones.

«¿Qué sería mejor? ¿Esperar una oportunidad mejor o comenzar a correr ya?». Era posible que no surgiera otra ocasión.

Respiró hondo y salió con rapidez hacia otro escritorio. No hubo más disparos. Escuchó con atención, con el arma en una mano y la otra sobre la boca. Aunque no podía ver ni oír al asesino, sabía que iba a por ella.

Exhaló el aire que contenía y corrió agachada hasta la siguiente mesa. Se apretó contra el frío metal mientras los tiradores de los cajones se le clavaban en la espalda. Aquel dolor le recordó que, por lo menos, todavía seguía viva. Aferró el arma entre los dedos, determinada a continuar así mucho tiempo.

El recuerdo de Hunter atravesó su mente.

A pesar de que no la había llamado de nuevo, sabía que estaba preocupado por ella. Y si no conseguía salir con vida, estaba segura de que él guardaría luto por ella. Por alguna razón que Kata no comprendía, le importaba mucho; mucho más de lo que cabía esperar. Lamentaría profundamente no poder volver a verle.

Santo Dios, se encontraba en la situación más aterradora de su vida y aún así se preocupaba por un hombre al que había conocido hacía menos de veinticuatro horas. ¿Se habría vuelto loca?

Se quedó inmóvil, aguzando el oído para poder captar la respiración del tirador o algún ruido de pasos. Nada. Aquel cabrón, quienquiera que fuera, era muy bueno. ¿Dónde demonios estaba? Kata sabía de sobra que no se había ido. Lo más seguro es que estuviera rodeándola. Él sabía cómo actuar… tan bien como ella.

Se movió contra el escritorio hasta que pudo vislumbrar casi la mitad de la oficina, incluido el camino hasta la salida de emergencia. No vio ni oyó nada.

Kata se arriesgó y se deslizó gateando, lo más rápido que pudo, hasta la siguiente mesa. La salida estaba ahora a sólo dos metros, pero una vez que abandonara la relativa seguridad que le ofrecía el escritorio, nada la protegería en el recorrido hasta la puerta de emergencia. Tendría que correr sin ninguna protección, empujar la pesada puerta y abrirla lo suficiente como para poder atravesarla. Aquello proporcionaría al asesino tiempo de sobra para realizar su trabajo.

Pero no tenía otra opción.

Kata respiró hondo y comenzó a contar mentalmente. «Uno, dos, tr…».

Escuchó que alguien amartillaba un arma justo a su espalda, a no más de diez centímetros. Se quedó paralizada, sin mover ni un pelo.

—Sigue de rodillas —exigió el hombre—. Inclina la cabeza.

«¡No!». Había leído muchas descripciones de escenas de crímenes a lo largo de los años. Había visto fotos capaces de revolver el estómago. Supuso que el asesino pensaba dispararle a la cabeza y el pánico la inundó.

—¿Qué te ha ofrecido Villarreal por matarme? Estoy dispuesta a pagarte lo que sea para que me dejes con vida.

El hombre no respondió, se limitó a presionarle el frío cañón del arma en la nuca. Su corazón latió desbocado y resurgieron las ansias de luchar. Si él era uno de los secuaces de Villarreal, no le traicionaría. En ese tipo de mafias los lazos de amistad eran todavía más fuertes que los familiares. Buscaban poder y estaban dispuestos a matar para obtenerlo. Asesinar a una mujer para ayudar a un «hermano» no era nada. Aunque Kata le ofreciera todo el oro del mundo, no supondría ninguna diferencia.

—Despídete —gruñó él. Tenía un marcado acento latino.

«Qué te lo has creído».

Justo en ese instante, Kata se tiró al suelo y apretó el estómago contra el pavimento a la vez que le pateaba con todas sus fuerzas, golpeando al asaltante en la espinilla. Resonó un fuerte traqueteo metálico y una maldición que le dijeron a Kata que le había hecho caer sobre el escritorio. Entonces, escuchó el impacto del arma del asesino contra el suelo y la vio deslizarse sobre el terrazo.

Se giró con rapidez y se interpuso entre él y la pistola mientras le apuntaba con su arma. Le observó. No le había visto en la vida. Tenía rasgos latinos, altura y constitución medias; le calculó unos treinta años. Se había afeitado la cabeza. Sus ojos castaños eran tan fríos que le hicieron estremecer. No llevaba tatuajes visibles, pero la camisa negra era de manga larga y cubriría cualquiera de ellos. Su atuendo constaba además de unos vaqueros flojos y unas zapatillas deportivas a la última.

De repente, vio que el hombre sonreía como si ella le hiciera gracia.

—No vas a disparar.

«¡Qué te lo has creído!».

Antes de que pudiera responderle, él se abalanzó sobre ella con la mano extendida hacia el arma. Kata intentó disparar, pero no le dio tiempo. Intentó escapar a gatas para que no la atrapara, pero él logró cogerle la muñeca. Si le quitaba el arma, era mujer muerta. Sí, le gustaría acorralar a aquel bastardo y llamar a la policía para que le detuvieran, pero lo que más quería era seguir con vida.

Echó el brazo hacia atrás con todas sus fuerzas y le dio un codazo en la nariz. Por el sonido fue evidente que se la había roto, pero ella también notó dolor en el brazo. Al verse libre, corrió hacia la salida de emergencia como si la oficina fuera pasto de las llamas, sin mirar atrás para ver si su asaltante la seguía.

Apenas le había dado tiempo de abrir la puerta cuando chocó contra un torso masculino, duro como una pared de ladrillos. Se vio rodeada por unos brazos musculosos. Emitió un agudo grito cuando el extraño la abrazó. Era alto, con los ojos verdes y el pelo color arena. Un tipo muy apuesto. Resultaba evidente que acudía con frecuencia al gimnasio, pero su ropa decía que se dedicaba a los negocios.

Santo Dios, ¿había enviado Villar real a un equipo para matarla?

Muerta de miedo, intentó zafarse del hombre, pero no pudo deshacerse de él ni moverse. Comenzó a gritar tan fuerte como le permitieron sus pulmones, por sí así podía alertar a alguien cercano, pero aquélla era una zona de oficinas que estaba desierta los domingos.

—Shhh… —Aquel hombre enorme la apartó de la puerta de emergencia y la llevó al callejón. Tenía una voz extrañamente suave para alguien de ese tamaño—. Me ha enviado Hunter.

Aquellas palabras resonaron en la mente de Kata y la gélida sensación que la inundaba se convirtió en una llama de esperanza. Estaba a salvo. La única persona que conocía su relación con Hunter era Ben, que había acudido a su apartamento para largarse al poco rato echando sapos y culebras por la boca cuando ella le rechazó y le dijo que quería estar sola. Ningún sicario que Villarreal hubiera enviado a matarla hubiera pronunciado las palabras que dijo ese hombre, las que hicieron que confiara en él al instante. Con un tembloroso suspiro, se quedó mirando fijamente los tranquilos ojos verdes del desconocido.

—Gracias a Dios.

El rubio le lanzó una mirada consoladora y la hizo ponerse a su espalda antes de volverse hacia la puerta abierta para mirar lo que ocurría en la oficina.

Los sonidos indicaban que estaba teniendo lugar una pelea. Kata miró desde detrás de su rescatador y vio a un amigo del rubio musculoso, éste con el pelo cortado al estilo militar y una sombría sonrisa, aplastando a su asaltante contra el suelo mientras le rodeaba el cuello con una mano enorme y llena de venas.

¿Quiénes eran estos hombres? ¿Cómo habían sido capaces de acudir en su rescate con tanta rapidez?

—Dame una razón para matarte —decía el segundo rescatador al asaltante— y no me lo pensaré dos veces.

—¡Te voy a dar por el culo, cabrón! —vociferó el latino en español. Pero estaba muerto de miedo y tenía en los ojos una mirada de pánico que su adversario reconoció.

—Estoy casado y tú no eres mi tipo —se burló el hombre—. En pie, gilipollas.

El sicario se resistió y el enorme desconocido pareció muy contento de tener que agredirle para contenerle. Al final lo inmovilizó con una llave que podría dislocarle el hombro.

De repente, el asesino gritó en un tono agudo.

—Si no quieres que te duela más —advirtió el extraño—, tendrás que estar dispuesto a colaborar.

El cruel bastardo que habían enviado a matarla asintió temblorosamente con la cabeza.

El rubio sonrió.

—Tyler, llama a la policía.

—Voy.

Kata lanzó una mirada a Tyler, el hombre que la había detenido en la puerta y que ahora le rodeaba protectoramente la cintura con un brazo. Tenía un móvil pegado a la oreja y miraba al asaltante como si quisiera cortarle en rodajas.

Debido a su cercanía, ella escuchó la respuesta de la telefonista. Él facilitó la información pertinente en voz baja y calmada.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el otro rescatador al asaltante.

—No tengo nada que decir —escupió él.

—¿No quieres cooperar? Me parece que eso puede ser muy malo para tu salud, ¿entiendes?

Los ojos oscuros se entrecerraron.

—No sois de la poli.

—Cierto. Lo que quiere decir que no tenemos por qué seguir sus reglas. Y si la poli llega antes de que pueda terminar de tratarte como me gustaría… Bueno, siempre puedo asegurarme de que cuando vayas a la prisión del condado tengas un compañero de celda que se encargue de ello. Te interesa comenzar a hablar. Dime, ¿por qué intentabas matarla? —preguntó, señalando a Kata.

El asaltante vaciló.

—Sólo era un encargo.

A Kata se le puso un nudo enorme y apretado en el estómago al escucharle. Como se había temido desde el principio, alguien —probablemente Villarreal— tenía tantas ganas de verla muerta como para contratar a alguien que hiciera el trabajo. Una rápida mirada a la cara de sus rescatadores le dijo que los dos estaban dispuestos a obtener respuestas.

—¿Quién te contrató?

El hispano frunció la boca y apartó la vista, negándose a mantener cualquier tipo de diálogo. Tyler se metió el móvil en el bolsillo.

—La poli está de camino.

El hombretón que retenía al asaltante emitió un gruñido.

—Eso quiere decir que sólo tengo cinco minutos para romperle las narices. Tendré que darme prisa.

El criminal se sobresaltó antes de poner cara de tipo duro. Era bueno intentando ignorar las amenazas, pero a los otros dos hombres no pareció importarles.

—¿Quieres que te ayude, Deke? —preguntó Tyler lleno de esperanza.

—Me basto y me sobro. Este placer es sólo mío. Odio a los cabrones que se meten con las mujeres. No son más que unos jodidos y cobardes. —Agarró al sicario por los pelos con un puño y le inclinó la cabeza, dispuesto a romperle la cara.

—¡Un momento! —gritó ella.

Deke vaciló y le lanzó una mirada furiosa.

—Si le haces daño te arrestarán también a ti. Y… él seguirá sin hablar. Nada de lo que le hagas conseguirá que cante.

Deke gruño de nuevo mientras metía la mano en el bolsillo de atrás para sacar unas esposas.

—Maldita sea, me has arruinado la diversión, pero si eso es lo que quieres… —En ese momento la miró directamente—. Kata, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—¿También te ha enviado Hunter?

—Sí. Es mi cuñado. Me llamó por teléfono. —Aseguró las manos del asesino en la espalda al tiempo que hacía que se tumbase en el suelo boca abajo.

Sólo oír su nombre hacía que le diera un vuelco el estómago. Hunter la había protegido incluso a miles de kilómetros.

Aquello la llenó de deleite y ansiedad a partes iguales. Le estaba más que agradecida de que le hubiera enviado ayuda, pero era evidente que no tenía intención de dejarla en paz en un futuro próximo.

—Entiendo. —Incluso ella notó el temblor en su voz.

Deke puso el pie, cubierto por una enorme bota de combate, en la espalda del asaltante e hizo una mueca.

—Maldición, pareces a punto de caerte. Tyler, se está mareando.

En cuanto le oyó decir eso, comenzaron a flaquearle las piernas. La adrenalina que todavía tenía en el cuerpo se evaporó y sus rodillas parecieron de gelatina. Trastabilló, pero Tyler la cogió en brazos antes de que cayera.

—Tranquila, cariño —murmuró él alzándola.

A Kata no le gustó aquella temblorosa sensación, y se crispó al ver lo vulnerable que el ataque del asesino la hacía sentir.

—Estoy bien —aseguró—. Déjame en el suelo.

Tyler puso los ojos en blanco y siguió caminando.

—Para mayor seguridad, nos sentaremos. Hunter me haría pedazos si permito que te desmayes y te golpees en la cabeza.

Kata tragó saliva. Sí, podía imaginárselo. ¿Aquel musculitos de portada de revista de culturismo no quería desagradar a su marido? Tragó saliva al usar ese calificativo. ¿Sería aquello lo que había cautivado a su madre? ¿Un poco de atención halagadora y una cierta cantidad de sobreprotección?

—¿Le conoces… bien?

Ambos hombres intercambiaron una mirada. Luego, Tyler la dejó en una silla y se arrodilló frente a ella. Él encogió los hombros en un gesto vacilante.

—Tuve… Trabajé para un miembro de la familia de Deke.

Al oír aquello, Deke se rió.

—Mi primo Luc no estaría de acuerdo con eso. Diría que lo que hiciste fue intentar meterte bajo las bragas de su esposa.

—Y le contestaría que me besase el culo.

Deke clavó entonces en ella una penetrante mirada.

—¿Desde cuándo conoces a Hunter? —indagó. Kata se quedó congelada.

—¿No te lo dijo?

—No tuvimos demasiado tiempo. Me ordenó que te protegiera. Supuse que ya tendría la oportunidad de preguntarle luego. Cuéntamelo tú.

Maldición, no quería ser ella quien le dijera a la familia de Hunter que estaban casados. ¿Por qué tendría que hacerlo? Hunter podía no tener intención de poner punto final a ese impulsivo matrimonio, pero Kata tenía muchas dudas al respecto. Muchísimas. No es que no le agradeciera que le hubiera enviado a la caballería, pero…

«Hunter está muy versado en la dominación. Lo que quiere decir que le va el BDSM. De lo que se desprende que, cuando toma a una sumisa, obtiene el control completo».

—Nos conocimos anoche en Las Vegas. —Era una respuesta sencilla y concisa que no invitaba a más preguntas.

La expresión aguda de Deke le dijo que estaba sopesando su respuesta.

—Así que eras tú la que celebraba anoche su cumpleaños. Dime, ¿le hizo…? ¿Le hizo ese favorcito a su amigo Ben?

Kata contuvo la respiración. ¿Deke sabía que Hunter había tomado un avión para participar en aquel trío que Ben pretendía regalarle por su cumpleaños? El destello en sus ojos azules decía que sí.

Notó la cara caliente y roja. ¿Por qué demonios no se abría el suelo y la tragaba?

—¿Hunter te lo contó?

—No. —Deke negó con la cabeza—. Tyler y yo estábamos con él cuando recibió la llamada de Ben. Si no hubiera sido así, todavía nos estaríamos preguntando dónde demonios se había metido la noche pasada. ¿Te regalaron lo que querías por tu cumpleaños?

—No… exactamente —intentó evadirse.

Deke frunció el ceño.

—¿Ben cambió de idea?

Tyler la miró de arriba abajo y resopló.

—Si Kata fuera mi chica, yo sí hubiera cambiado de idea. Te aseguro que no habría invitado a ningún tío para compartirla con él. Los dos la miraron con interés.

—Bueno… —Kata vaciló llena de mortificación y bastante irritada. Maldita sea, ¿por qué no metían las narices en sus propios asuntos? ¿Qué demonios podía decirles?

Deke clavó la mirada en su mano izquierda.

—Ese anillo brilla mucho, parece nuevo, ¿te casaste anoche con Ben? —preguntó con suavidad.

Kata tragó saliva, intentando buscar una salida que consiguiera que la conversación no siguiera por esos derroteros.

—No… exactamente.

—¡Joder! —Deke se puso tenso, luego la inmovilizó con una penetrante y dura mirada que hizo que Kata sintiera que él podía leerle el pensamiento—. Ahora entiendo lo que me resultó tan extraño en la voz de Hunter, no sólo era preocupación, era posesión. No te has casado con Ben, lo has hecho con Hunter.

Sin duda, Hunter parecía tan tranquilo como un lago en un día sin viento. Ejercitó todo su control mental para no pasearse por el pasillo del avión, para no imaginar que, en esos momentos, Kata podría estar muerta. Pero por dentro apenas podía aguantar la inquietud, y no saber lo que había pasado le corroía de una manera implacable.

Era un misterio cómo ella se había convertido en algo tan importante para él en una sola noche. Sus miradas se encontraron. Bailaron y se besaron, y entonces, ¡plaf!, había ocurrido. Cayó totalmente hechizado. Puede que todavía no amara a Kata; puede… Pero si no era así, su instinto le decía que estaba a punto de hacerlo.

Si ella sobrevivía.

Contuvo una maldición y agarró el teléfono en la palma de la mano, dispuesto a encenderlo en el mismo instante en que el avión tocara tierra. La asistente de vuelo podría decir misa.

En cuanto el pequeño dispositivo volvió a la vida, vio el mensaje de texto de Deke. Habían encontrado a Kata en su oficina. Estaba sana y salva. El atacante había sido detenido. La policía se había hecho cargo de todo. «¡Gracias a Dios!». Un enorme alivio se adueñó de su cuerpo y se relajó en el asiento.

Cuando abrieron las puertas, cogió el petate, se lo puso al hombro y corrió hacia la salida de la terminal para subirse a un taxi. Se sentó con rigidez en el borde del asiento trasero de aquel vehículo con olor a moho; dividido entre la necesidad de abrazarla cuando la viera y el deseo de matar al bastardo que le había disparado. Apenas se fijó en las calles ajardinadas de Lafayette por las que transitaban.

Alguien había intentado matar a su Kata. Seguramente la razón no era otra que el que ella hubiera cumplido con su trabajo y denunciado a un criminal que había pasado por alto los permisos penitenciarios. Pero aquel canalla se había fijado en la mujer del hombre equivocado. Si el bastardo intentaba volver a tocar un solo pelo de Kata, no se molestaría en acudir a la policía y demostraría a aquel gilipollas que él había aprendido a matar de muchas maneras. Y todas ellas muy dolorosas.

Los diez minutos que duró el trayecto hasta donde Kata trabajaba le parecieron dos horas. Por fin, el taxi se detuvo ante un bloque de oficinas delante del cual había un montón de vehículos de la policía, un par de ellos de incógnito, y una ambulancia. Hunter pagó al taxista y salió del coche a una velocidad sin precedentes.

—Lo siento, señor, pero no puede pasar —le detuvo un oficial uniformado en el perímetro del edificio—. Se trata de una investigación policial. Tendrá que esperar aquí.

—Alguien ha intentado matar a mi mujer. Me gustaría ir con ella.

El joven policía frunció el ceño.

—Conozco a Kata. No está casada.

—Nos casamos anoche y no pienso perder más tiempo discutiendo.

Hunter se coló por debajo de la cinta y, con la mochila a la espalda, corrió hacia el edificio en busca de su esposa. «Por fin».

La encontró sentada en una silla con la cabeza entre las piernas, parecía que estaba mareada. La luz del sol del atardecer arrancaba brillos rojizos de su pelo oscuro. Vio como Tyler se arrodillaba a su lado y le ofrecía una botella de agua. Un detective estaba interrogándola. La escena al completo hacía aflorar todos los instintos protectores de Hunter.

Se abrió paso a empellones hasta Kata, le puso las manos en los hombros y la estrechó contra su cuerpo. Ella levantó el rostro y él contuvo una maldición. Tenía mala cara, estaba pálida y agotada, su boca se había convertido en una línea sombría. Su mirada decía que había estado sometida a demasiada tensión durante las últimas veinticuatro horas.

—Hunter.

Incluso le temblaba la voz.

—Aquí estoy, cielo. Yo me ocuparé de todo.

—Tiene que apartarse, señor. Estoy interrogando a la testigo —insistió el detective.

Hunter miró impasible a aquel idiota.

—Mi mujer no está en condiciones de ser interrogada en este momento. ¿Es que no la ha visto? Está agotada y a punto de desmayarse. No puede parecer más afectada. No quiero que le haga ni una pregunta más hasta que la vea un médico.

—Hunter, cállate. —Kata parecía enfadada—. Puedo hablar por mí misma.

Le sorprendió su tono acerado, aunque supuso que no debería haberlo hecho. Aquella mezcla de fuerza y suavidad era una de las cosas que más le gustaba de ella. Y cuanto más la conociera, más cualidades añadiría a esa lista, y más profundamente se enamoraría de ella. «Para bien y para mal…».

—No tienes por qué —aseguró él con suavidad.

—Pero quiero hacerlo. No he querido que me viera un médico. Estoy bien.

¿Hablaba en serio? La volvió a mirar y supo que él tenía razón.

—Apenas te mantienes en pie.

Ella le obsequió con una mirada airada. Evidentemente no le habían gustado nada sus palabras.

—Mira, llevo veinticuatro horas infernales. Te agradezco que enviaras a Tyler y Deke, pero no necesito que vengas a ladrarme a la cara. Quiero acabar con este interrogatorio para poder irme a casa y dormir un poco. Ya tengo suficiente con que un extraño intentara matarme y no quiera confesar por qué lo hizo ni quién le contrató para ello.

Hunter se quedó paralizado.

—¿No fue Villarreal?

—No ha dicho nada al respecto. —Kata se encogió de hombros—. La policía se encargará de todo. Estaré bien. Sólo necesito descansar un poco. Puff, venir a trabajar mañana será toda una hazaña.

—¿Trabajar? —«Oh no, de eso nada»—. Alguien quiere matarte. No puedes venir a trabajar ni alejarte de mi vista hasta que lo solucione.

Kata se puso en pie de golpe, aunque el mareo hizo que se volviera a sentar de inmediato.

A su lado, Tyler comenzó a menear la cabeza.

—Ahora sí que se va a liar parda…

Tanto Hunter como Kata le ignoraron.

Kata se puso en pie de nuevo con la respiración agitada. Se irguió frente a él en toda su altura, lo que quería decir que le llegaba hasta la parte inferior de la barbilla. Pero no permitió que eso la disuadiera.

—Ben me dijo lo que eres, pero yo jamás seré tu pequeña sumisa. Debería de haberte quedado claro en Las Vegas. No pienso pedirle permiso a nadie para hacer lo que quiero, en especial si es relativo a mi trabajo. Un incidente de esta índole no impedirá que acuda a cumplir con una tarea que me encanta. Me encontraré perfectamente en cuanto duerma un poco. Entiendo que estés preocupado por mí, es muy dulce por tu parte, pero estoy entrenada para defenderme. Mañana la oficina estará llena de gente a la que recurrir en busca de ayuda si llegara a ser necesario. Pero hoy me he enfrentado sola a ese bastardo; me he mantenido con vida gracias a mi cerebro, mi valor y mi determinación por no dejarme vencer.

Hunter notó una opresión en el vientre. Kata era demasiado testaruda. Demasiado fuerte. Eso sólo haría que su rendición fuera más dulce. Pero por ahora tendría que dejarle las cosas claras.

Aun así, suavizó el tono de voz.

—Me siento orgulloso de que lucharas contra él. Estoy totalmente seguro de que eres capaz de eso y de mucho más, pero ahora voy a ser yo quien va a ocuparse de todo. Llevo más de una década defendiendo este país. Nadie se acercará a ti hasta que me libre de este tipo. Te protegeré; te lo juro. —Le tendió la mano.

Kata retrocedió.

—Aprecio tu preocupación, pero soy una mujer adulta. Llevo siete años viviendo sola y ocupándome de mí misma. Soy perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones. No permitiré que nadie vaya de machote arrogante conmigo. —Se pasó los dedos por la larga melena; parecía exhausta—. De eso ya he tenido suficiente para toda una vida.

Maldición, Hunter supuso que volvía a referirse a su padrastro. Una incontrolable frustración le inundó, pero la contuvo apretando los dientes. La percepción que Kata tenía de la realidad se veía afectada por el miedo y todavía no entendía que él no era el enemigo. Sin embargo, se aseguraría de que descansara lo que le hiciera falta. De que todos la dejaban en paz. Entonces ella se daría cuenta de que él tenía razón.

Le cogió la mano y acarició entre el pulgar y el índice el anillo de boda, haciéndolo girar suavemente para recordarle que era él quien lo había puesto allí.

—He prometido amarte, honrarte y permanecer a tu lado hasta que la muerte nos separe. Eso incluye protegerte. —Se inclinó hacia ella para seguir hablándole al oído—. Así que si tengo que atarte desnuda a la puta cama y mantenerte ocupada hasta que atrapemos a ese tipo, no creas que me va a importar hacerlo.