La luz del sol incidió en la cara de Kata como si fuera un hacha. Hizo una mueca y se puso la mano sobre los ojos, que entrecerró ante el brillante color que le hacía explotar el cráneo.
¿Qué demonios había tomado la noche anterior para tener esa monstruosa resaca?
Emitió un gemido al tiempo que rodaba hacia un lado. Se encontró con un pesado muslo sobre los de ella y un torso musculoso. Abrió los ojos como platos. Él era duro, peligroso y muy masculino.
«Hunter».
¿Se había vuelto a acostar con él? Dado que estaba completamente desnuda y que incluso el más leve movimiento hacía que le dolieran músculos que ni siquiera sabía que poseía, se figuró que sí. Pero lo peor de todo era que incluso un leve roce contra el áspero vello que cubría aquella piel masculina la hacía sentirse caliente y mojada. Otra vez.
A pesar de que Hunter era tan suave como un martillo y que, por lo general, Kata se negaba a estar a menos de diez metros de ese tipo de hombres, una parte de ella sólo quería acurrucarse contra él para sentir sus firmes brazos envolviéndola y aquella profunda voz diciendo su nombre otra vez.
Muchos hombres huían en cuanto notaban su actitud y su lengua afilada, ¿por qué no lo hacía también Hunter? No importaba cuantas veces le hubiera mandado a freír espárragos la noche anterior, él no se había rendido. Sus contiendas verbales la excitaban y él le había demostrado a fondo que era tan bueno atacando como defendiéndose. No importaba cómo ni qué le dijera, él había permanecido a su lado para asegurarse de que estaba a salvo. Recordó leves destellos del brutal deseo de Hunter y de sus muestras de ternura que, aún ahora, la estremecían.
Él la hacía sentir más deseable, en todos los aspectos, que cualquier otro hombre antes. Mentiría si dijera que no quería más.
«No es una buena idea». Hunter era dominante, capaz de atrapar a cualquier mujer que le apeteciera y luego desarmarla; justo lo que ella no necesitaba.
Kata se desperezó y la cabeza comenzó a dolerle en serio. Se sobresaltó. ¿Qué demonios había ocurrido la noche anterior?
Rebuscó en su memoria pero no pudo rellenar todas las lagunas. Recordaba la fiesta y que Ben se había quedado frito… Y, ¡oh!, también el increíble sexo que había mantenido con Hunter antes de huir de él. Luego acabó en un club donde había litros de tequila, pero el SEAL la había seguido. Sabía que le había revelado demasiado sobre su familia y sus temores. Kata estaba horrorizada. ¿Qué la había poseído para sacar un tema tan odioso como Gordon?
Hizo una mueca mientras se alejaba poco a poco de Hunter, sacando el muslo de debajo del de él. Ignorando el martilleo en la cabeza —y el latido que todavía sentía entre las piernas—, se puso en pie, con las rodillas temblorosas.
Se agarró con fuerza el estómago revuelto sin dejar de revisar sus recuerdos mientras se deslizaba de puntillas por la habitación para recoger su ropa. En el club, Hunter y ella se habían unido finalmente a un grupo de personas con las que habían abandonado el hotel. Tenía una vaga imagen de las brillantes luces de Las Vegas pasando ante sus ojos mientras viajaban en un taxi con sus nuevos amigos. Iba sentada sobre el regazo de Hunter, con los labios de él pegados al cuello y sus dedos escondidos bajo la falda, trazándole perezosos círculos alrededor del clítoris. Todos parecían entusiasmados de camino al centro de la ciudad, pero a su memoria sólo acudía el orgasmo que había alcanzado mientras Hunter la besaba y no podía recordar por qué su destino era tan importante. ¿Habrían ido a un casino más famoso? ¿A un show?
Lo ocurrido después del trayecto en taxi era un espacio en blanco.
Se inclinó para coger la ropa y notó que la habitación en penumbra daba vueltas. Sus bragas ahora no eran más que tres trozos de tela. Verlo no debería hacer que su sexo palpitara, pero… Kata maldijo por lo bajo. Tenía que centrarse.
La falda colgaba del pomo de la puerta, los zapatos estaban justo debajo. El suéter había acabado en el suelo del pasillo, a un par de pasos del dormitorio. ¿Y el sujetador? Había desaparecido.
Recordaba vagamente que Hunter la había desnudado unos segundos después de cerrar la puerta a sus espaldas, y que le había permitido que ejerciera de nuevo su taimada magia sobre ella. Las imágenes fragmentadas que llenaban su mente la excitaban de pies a cabeza.
Se giró hacia la cama y observó el lento vaivén del musculoso pecho de Hunter. La mayoría de la gente parecía más suave y vulnerable mientras dormía, pero a él se le veía igual de formidable que cuando estaba despierto. Y, dada su profesión, si no salía ahora a hurtadillas, se despertaría antes de que pudiera desaparecer.
Abandonarle le parecía una cobardía, pero teniendo en cuenta la atracción que sentía por él y su extraña renuencia a dejarle, sería mejor que enfilara directa hacia la puerta. Al final, habían compartido toda la noche, y su garganta, algo dolorida, era fiel reflejo de lo que le había pedido a gritos una y otra vez. Hunter debería conformarse con eso, pero ¿qué más querría su parte más posesiva?
Kata echó un vistazo alrededor buscando su bolso, conteniendo el deseo de volver a mirarle a él. No se atrevió a despertarle, podría tomarlo como una indirecta para comenzar… ¿el qué? ¿El decimoquinto round? No. Tendría que contener también las ganas de orinar.
Por fin divisó su bolsito en el suelo, cerca del armario, lo cogió y corrió lo más rápido que pudo hacia la puerta. Le pareció que tardaba una eternidad en abrir todos los cerrojos. Hunter lanzó un gruñido y los ronquidos se interrumpieron mientras ella daba la última vuelta a la cerradura. Luego se quedó inmóvil hasta que, al cabo de unos instantes, la respiración masculina se hizo de nuevo profunda y constante.
Kata abrió la puerta y la cerró con un suave «clic». Lo más probable es que jamás volviera a verle.
En cuanto tuvo ese pensamiento se detuvo en seco en el corredor. Eso era algo bueno, ¿no? Sí, aquella química feroz que había entre ellos la hacía estremecerse incluso ahora, pero Hunter era un polvo de una noche. Su trabajo era puro peligro. Él era capaz de dominarla, empujarla, desafiarla. Era cierto que, cuando había estado muy furiosa, la había escuchado. No era un imbécil. Pero sólo de pensar en pasar más tiempo con él, notaba que un escalofrío de pánico le bajaba por la espalda. Era mucho más que un presentimiento. Estar con Hunter podría cambiar su vida. Y a ella.
Temía por su corazón. Lo que había pasado entre ellos no era lo que ocurría en una aventura de una noche. A pesar del pánico que la inundaba, algo en su interior le gritaba que cometía un terrible error al alejarse de él.
Ese sentimiento era… peligroso, pero innegable.
Kata se volvió hacia la puerta y miró de reojo hacia la enorme ventana, junto a los ascensores. El sol estaba en lo alto. Aquello no tenía sentido, ¿qué hora era?
Sacó el móvil del bolso y casi se atragantó cuando comprobó el reloj. ¡Su avión salía en menos de dos horas!
Bueno, ya se ocuparía de aquellos sentimientos por Hunter una vez que regresara a Lafayette. Quizá fuera bueno darse un poco de tiempo. Cuando los dos pudieran valorar la situación con más frialdad, podrían decidir lo que hacer. Si dentro de unos días seguía pensando en Hunter, le pediría a Ben su número. Si no… Quizá sería mejor despedirse a la francesa. Además, ahora que había tenido una maratón de sexo, quizá fuera el propio Hunter quien no quisiera saber nada de ella.
Aquella posibilidad la deprimió.
Kata corrió hacia el ascensor. Entró en él y apretó el botón correspondiente a la planta donde se encontraba su suite. Una vez ante la puerta, sacó su tarjeta de plástico y la pasó por la ranura. Ben estaba allí, con una toalla alrededor de la cintura, mirándola tan fijamente como si en vez de ser ella fuera la Medusa de la mitología.
—¿Dónde coño te has metido?
—He bebido demasiado y no lo recuerdo bien.
Ben gruñó y se llevó la mano a la cabeza.
—Eso me suena. Me desperté en el suelo del cuarto de baño. ¿Qué ocurrió anoche?
—¿Te refieres a después de que me dejaras semi-desnuda con Hunter y te desmayaras? —Arqueó una ceja de manera juguetona.
—¡Maldición! ¿Fue eso lo que ocurrió? —Suspiró—. Lo siento, Kata. Lo he echado todo a perder.
Lo cierto era que en realidad no había sido así. Sonrió.
—Tenías buenas intenciones.
Él se acercó y un mechón de pelo oscuro le cayó en la frente.
—Puede que nos dé tiempo para uno rapidito. ¿Qué te parece, nena? Te compensaré.
«No». La reacción fue inmediata y la dejó confundida. Por lo general, disfrutaba mucho cuando echaba un polvo rápido con Ben. Él se las arreglaba muy bien cuando sólo tenía unos minutos y se esmeraba en que fuera perfecto. Pero imaginó el rostro de Hunter sobre el de ella, como había ocurrido durante la mayor parte de la noche, y recordó cuando él le había sujetado las manos por encima de la cabeza mientras la penetraba con dureza una y otra vez. Le bajó un escalofrío por la espalda.
Negó con la cabeza.
—Llegaríamos tarde. Tengo que darme una ducha y aún no he hecho el equipaje.
Ben suspiró y se alejó.
—Tienes razón. Maldita sea. Terminaré de prepararme y pediré un taxi.
—Estaré lista dentro de quince minutos —le aseguró. Cogió unos vaqueros, una camiseta y ropa interior limpia de la maleta y se dirigió al cuarto de baño, cerrando la puerta.
—Chloe, Hallie y Mari ya han salido para el aeropuerto. Tu hermana llamó por teléfono, buscándote. ¿No ibas a ir con ellas? —dijo Ben tras abrir la puerta del baño.
Kata dio un respingo.
—Lo siento. Me… me quedé dormida.
—¿Con quién? —Ben la miraba fijamente—. Estoy seguro de que esa marca en el cuello no ha salido sola.
Kata se volvió y se miró con atención en el espejo, entonces apretó los labios para reprimir un chillido. Ben la había mirado como si fuera Medusa quién hubiera atravesado la puerta, porque era lo que parecía. Su pelo estaba despeinado y enredado, se le había corrido el rímel y tenía los labios muy hinchados. Kata se desprendió de la ropa como si le quemara y contuvo la respiración al ver todas las señales que tenía. Eran rozaduras de barba, chupetones, marcas oscuras dejadas por los dedos de Hunter en sus muslos, caderas y nalgas. ¿Qué demonios habían hecho durante toda la noche? Y Santo Dios, se le empapaba el sexo sólo de pensarlo.
—Kata… ¿Con quién…? ¿Has estado con Hunter?
No pensaba responder ahora a esa pregunta. Se introdujo en la ducha y metió la cabeza debajo de la suave lluvia, el sonido del agua ahogó por completo las palabras de Ben.
Doce minutos después, salía del cuarto de baño con el pelo mojado, la cara lavada, ropa limpia y gafas de sol para encontrarse con Ben quien, completamente vestido, estaba colgando el teléfono.
—Hunter anda buscándote. Está que se sube por las paredes.
Sin hacer caso a su buen juicio, notó un calambre de excitación en el vientre; algo que la hizo sentir ridículamente mareada. Se controló metiendo las cosas en la maleta. Sí, habían disfrutado de un sexo inigualable, pero nada en la vida podría hacer que mantuviera una relación con un hombre como él. Todo era demasiado intenso cuando Hunter la tocaba. Y, aún así, aunque fuera una locura… ya le echaba de menos.
Ben hizo una mueca que significaba que se había dado cuenta de todo.
—Te has acostado con él y te ha gustado. ¿Quién lo iba a decir? Jamás hubiera imaginado que te iba su estilo. Que permitieras que te ataran y follaran a lo bestia.
—¿Qué me aten y me follen a lo bestia? —Se le aceleró el corazón sólo de pensarlo.
—Sí. —Ben cruzó los brazos sobre el pecho y la miró fijamente, como si estuviera deseando soltar una bomba que la dejaría noqueada—. Hunter está muy versado en la dominación. Lo que quiere decir que le va el BDSM. De lo que se desprende que, cuando toma a una sumisa, obtiene el control completo.
Kata se quedó sin respiración. Había oído muchas cosas sobre gente a la que le gustaba el sadomaso; controlar la mente y el dolor para alcanzar placer sexual. No es que fuera una experta, pero todo eso la asustaba de muerte.
En ese momento, todas las piezas sobre el comportamiento de Hunter encajaron en su lugar… Y, Santo Dios, su propia reacción, ¿pensaría él que podía convertirla en un juguete sumiso, dispuesta a doblegarse y a hacer lo que fuera para obtener su aprobación y una sonrisa? Pues probablemente, porque, sin ser consciente, le había indicado que a ella también le iba todo ese rollo. Sintió otro escalofrío.
Ben la observó fijamente. Kata suavizó la expresión. Él era la última persona con la que quería discutir lo que Hunter provocaba en ella.
—Será mejor que nos vayamos de una vez.
Sí, antes de que Hunter comenzara a golpear la puerta buscándola. Y lo haría, no le cabía ninguna duda.
Tras encoger los hombros con indiferencia, cerró la maleta, cogió el bolso y alargó la mano hacia Ben.
—Venga, vamos. Tenemos que coger el avión.
En el instante en que se hundió en el asiento, Kata se abrochó el cinturón y cerró los ojos. Ben hizo lo mismo en el asiento de la ventanilla, a su izquierda, y comenzó a roncar casi de inmediato. Hallie y Chloe iban dos filas más atrás y parecían tan hechas polvo como ella, pero la sonrisa en la cara de Hallie decía que había tenido suerte la noche anterior. Sin embargo, Kata no preguntó nada. No quería tener que responder a sus preguntas.
«¿Qué había sucedido en Las Vegas…?».
Sí, debería haberse quedado allí, pero Hunter le había demostrado a lo largo de la noche que sabía darle a la palabra «intenso» un nuevo significado. Si tenía interés, la encontraría.
Empujó ese pensamiento al fondo de su mente e intentó dormir, pero no pudo. No podía expulsar a Hunter de su cerebro.
Mientras se perdía entre los difusos recuerdos de la noche previa, algo le rondaba en la cabeza una y otra vez; era como si se estuviera olvidando de algo importante. Pero le resultaba elusivo como el humo. Sólo podía fijarse en imágenes sin sentido; una oficina del gobierno con funcionarios aburridos, flashes, extraños riéndose, un jardín iluminado por la luna. Recordaba en cambio con lucidez a Hunter presionándola contra la pared del ascensor y besándola con avidez camino de la habitación. Había dicho que era «suya», subrayando la palabra como si fuera tan solemne como una promesa.
Kata abrió los ojos y se encontró con la auxiliar de vuelo parada al lado de su asiento con un carrito de bebidas.
—¿Quiere beber algo, señora?
—Un café con leche y azúcar.
La rubia, que aparentaba poco más de cuarenta años, hizo un gesto con la cabeza mientras preparaba el pedido.
—¿Y qué quiere su marido?
Kata frunció el ceño. ¿Por qué demonios pensaba esa mujer que…? Entonces sintió que la mano de Ben, grande y cálida como él, entrelazada con la suya.
—No quiere nada —murmuró en voz baja para que la azafata no le despertara.
La joven se alejó con una sonrisa educada.
Unos minutos después, Ben se movió a su lado.
—Maldita sea, ¿me he perdido el café?
—Puedes tomarte el mío. —Le ofreció la taza con la mano libre.
—Oh, muchas gracias. Te conseguiré otro cuando cambiemos de avión en Dallas. —Le apretó la mano cariñosamente.
La incomodidad la hizo estremecer. Jamás le había importado que Ben la tocara, ¿por qué ahora sí? Todavía le consideraba un amigo —de hecho, había ayudado a Mari a organizar una gran fiesta de cumpleaños—, pero ahora no le apetecía mantener relaciones sexuales con él. De hecho, ni se le pasaba tal cosa por la cabeza.
Ben era un buen amante, pero no estaba enamorada de él. Durante mucho tiempo, Kata había considerado eso como una bendición, pues esperaba que la relación que había visto entre Gordon y su madre a lo largo de la última década le hubiera formado una costra que la mantuviera alejada de las relaciones demasiado profundas.
Pero durante unas breves horas, Hunter había vuelto del revés todas sus creencias. Sólo podía pensar en perderse con él entre las sábanas otra vez… Incluso no le importaría que la atara. Aquello la excitó al instante. Santo Dios, ¿cómo era posible que en una sola noche hubiera conseguido que su cuerpo respondiera a él tan completamente? ¿Qué sólo pudiera pensar en él?
¿Qué demonios iba a hacer con su cómodo acuerdo con Ben? Le miró, volvía a estar dormido. Dejando a un lado la borrachera de la última noche, era un tipo gracioso y amable. Atractivo. Responsable. Sería un buen marido algún día. Pero no el suyo.
El piloto anunció que comenzaba el descenso hacia Dallas/Fort Worth, donde embarcarían en el avión que les llevaría a Lafayette. Le gustaba mucho vivir allí, pero no había vuelos directos a casi ningún sitio.
Con mucho cuidado, sacó la mano de debajo de la de él, y el rayo de sol que se colaba por un resquicio de la ventanilla hizo brillar algo inesperado. No llevaba el enorme anillo de plata de artesanía que siempre se ponía. El que llevaba tenía un peso similar, pero… Aquello era una banda Usa de oro que ella no había visto nunca.
Le dio un vuelco el estómago. De repente la obviedad de la situación fue como una bofetada en la cara. Contuvo la respiración.
El sonido hizo que Ben se despertara.
—¿Qué ocurre?
Kata había clavado los ojos en el anillo con horror, aquello que la rondaba desde la noche anterior hizo «che» en su lugar.
Habían ido con los desconocidos desde el club hasta la oficina del secretario del condado porque Christi y… ¿Cómo se llamaba? Sí, Nick. Christi y Nick querían casarse a pesar de que se conocían desde hacía sólo dos semanas. Habían ido a Las Vegas para eso. Hunter y ella les habían acompañado, atraídos por la gran celebración posterior.
Cuando estaban en las oficinas, Kata había comentado que su padrastro se volvería loco si ella se casaba con alguien que hubiera conocido sólo quince días antes. Hunter le había lanzado una ladina mirada antes de preguntar «Bueno, ¿y si sólo hiciera cuatro horas que le conocieras?».
Como siempre buscaba la manera de fastidiar a Gordon y no había visto ninguna razón para no hacerlo, en especial con el coraje añadido que le daba el tequila, las palabras de Hunter le habían sugerido una idea muy mala… A la que él no puso ninguna objeción.
—¿Kata? —La voz de Ben hizo que mirara temblorosamente hacia su izquierda—. ¿Qué es lo que llevas en el dedo?
—Creo que es… —cerró los ojos y alejó la mano de la de Ben— un anillo de boda.
«¡Oh, Santo Dios!». Se había casado con Hunter.
Tres horas más tarde, Hunter aterrizaba en el aeropuerto de Dallas. Encendió el móvil al instante y llamó a Kata. Saltó el buzón de voz, otra vez.
Su flamante esposa se había escabullido de la habitación esa mañana. De acuerdo, su avión salía antes que el de él y no podía perderlo. Sin embargo, no le gustaba nada la sensación que le provocaba no haber podido hablar con ella antes de que se fuera.
¿Lamentaría la apresurada decisión que habían tomado la noche anterior?
Kata debía de haber llegado ya a Lafayette. Intentó de nuevo contactar con ella. Sólo escuchó su voz grabada pidiéndole que dejara un mensaje. La ansiedad comenzaba a formar una bola en su estómago cuando llegó hasta el empleado de la línea aérea para cambiar el vuelo. Una vez que estuviera con Kata, tenía que hablar con ella a fondo para tranquilizarla e impedir que saliera huyendo otra vez.
¿Cómo era posible que no se hubiera despertado cuando ella salió de la habitación?, se reprochó Hunter mentalmente. A eso de las tres de la madrugada habían ido a su suite y habían disfrutado de otra hora del sexo más hedonista y extravagante que jamás hubiera compartido con nadie; después se había quedado frito. Tanto como para no oírla marcharse. Se había comportado de una manera negligente y perezosa que jamás debía volver a permitirse. Ahora estaba pagando el precio: estar separado de Kata durante un espacio de tiempo que, se temía, resultaría crítico para su matrimonio.
Tenía que hacer lo imposible para que aquella distancia no se volviera permanente.
Tras obtener el billete de avión, fue en busca de una taza de café decente. Volvió a llamar a Kata y soltó una maldición cuando se encontró de nuevo con el buzón de voz. Luego realizó otra llamada que resultaba obligatoria, y que también podría ayudar a su causa.
—Raptor. —Andy Barnes, antiguo camarada de Hunter y ahora su superior inmediato, respondió después de la primera señal—. ¿No estás de permiso, teniente?
Tras haber sido ascendido unos meses antes, Andy se había vuelto un adicto a los rangos. Todavía estaba en la fase en la que le gustaba recordarse a sí mismo —y a todos los que le rodeaban—, que ahora era capitán, como si necesitara pellizcarse para creérselo.
Hunter puso los ojos en blanco. Andy había trabajado mucho para lograr ese ascenso, llegando a dejar de lado a su familia para labrarse una reputación sin tacha en la Marina. Sin embargo, se lo habían ofrecido antes a Hunter, y Andy se había quedado muy sorprendido cuando éste lo rechazó. Sin embargo, trabajar en un despacho no era su objetivo. Prefería cortarse las venas antes que permanecer tras una mesa.
—Sí, señor.
—¿Qué tal va el hombro? ¿Está ya curado?
—No va mal. Sigo las prescripciones al pie de la letra y continúo con mi entrenamiento.
—Jamás lo he dudado. ¿Para qué me llamas? Te aseguro que el mundo no se cae a pedazos sin ti. Por lo menos todavía no.
—Me alegra oírlo. He llamado para solicitar que se prolongue mi permiso, señor.
—Pero no tienes que reincorporarte hasta el próximo domingo a las cinco.
—Ya lo sé, pero se me ha presentado una situación que requiere más tiempo.
Andy se quedó callado.
—¿Por qué no hablas claro? Ve al grano.
Maldición. No es que fuera asunto de Andy, pero si quería que Kata obtuviera beneficios por ser la esposa de un SEAL, tarde o temprano se enteraría.
—Ayer me casé.
—¿Te has casado? —gritó—. ¿En serio? Jamás pensé que llegaría a escuchar semejante cosa. Llevas casado con tu unidad más de una docena de años. ¿La has dejado preñada?
Hunter apretó los dientes ante el tono y la implicación de Andy.
—No.
—¿Forma parte del cuerpo?
—Es civil. —Hunter comenzaba a estar ansioso por terminar aquella conversación y poder llamarla a ella.
—No sabía que mantenías una relación tan seria con nadie.
Hunter vaciló y Andy alargó el silencio. ¡Mierda!, si quería que le prolongaran el permiso iba a tener que contarle todo.
—No la tenía. Conocí a Kata ayer.
—¿La conociste y te casaste con ella en el mismo día? —La pregunta de Andy sonó calmada, pero Hunter sabía que no era más que una fachada. A Barnes no le gustaba nada que interfiriera en la vida de sus hombres, y ésa era una de las cosas más peligrosas.
«¡Oh, Dios! De perdidos al río».
—Estoy loco por ella, Andy.
—Siempre supe que eras un hombre de decisiones rápidas, pero aún así, ¡joder! —Su amigo soltó un largo suspiro—. Dame sus datos, los necesito para que reciba los beneficios que le corresponden. Puedo comenzar los trámites mientras estás de permiso, ganaremos algo de tiempo.
Muy amable por parte de su capitán pero, por supuesto, Hunter sabía que tanta colaboración ayudaría a suavizar el golpe en caso de que no atendieran su petición.
—Katalina, de soltera Muñoz. Cumplió ayer veinticinco años. —Agradeciendo para sus adentros haber tenido la precaución de mirar el carnet de conducir y de aprenderse de memoria su dirección, facilitó a Barnes todos los datos.
—Eso es todo.
—Necesito que me prolonguen el permiso para resolver este asunto y regresar concentrado y relajado.
—Tú lo que quieres es tener tiempo para follar como un loco —se burló Andy—. Maldita sea, Raptor, ¿puedo suponer que no servirá de nada que te diga que esto es una estupidez de marca mayor?
—No. Señor… —añadió con rapidez.
Hunter se olvidaba en ocasiones de tratar a Andy como su superior, pero al viejo Barnes le gustaba que lo hiciera y ésta era una situación en la que ceñirse al protocolo podría ayudar.
Se escuchó un anuncio por megafonía y Andy saltó al ataque.
—¿Estás en el aeropuerto? Ya veo que estás muy seguro de que te concederán el permiso. ¿Adónde vas?
—A Lafayette, la ciudad donde vive mi mujer. Tengo que conocer a sus padres. —Tras enterarse del problema con su padrastro, sabía exactamente lo que no debía hacer si quería conservar a Kata y ganarse su confianza.
—Veré lo que puedo hacer respecto al permiso. Pero si te soy sincero, por aquí no van bien las cosas. Se rumorea de que las tropas fieles a Víctor Sotillo ahora lo son a su hermano, Adán.
Hunter frunció el ceño.
—¿El bailarín de salsa? ¿Ése es su hermano? Por lo que me han contado sólo le preocupa asistir a fiestas y tirarse a todas las tías que se le ponen delante. No parece el tipo de hombre dispuesto a tomar el control de una organización tan sangrienta.
—Se rigen por lazos familiares. Siempre ha sido así. Tras la muerte de Víctor, Adán ocupó su puesto. Lo que es seguro es que se están reagrupando y organizando.
¡Maldita sea! Incluso aunque Adán fuera un auténtico inepto, aquello hacía que hubiera muchas posibilidades de que no le prorrogaran el permiso. La situación necesitaba mucha vigilancia. Pero él también tenía que arreglar las cosas con Kata.
Hunter suspiró.
—Sólo necesito unos días más. Luego estaré preparado para lo que sea necesario.
—Estaremos en contacto.
La comunicación se interrumpió sin una palabra más. Hunter presionó el botón de colgar y negó con la cabeza. Vaya, aquello no había ido muy bien. Y, sin duda, la conversación con su padre iría todavía peor, aunque cuando fuera a ver al Coronel llevaría a Kata con él.
En cuanto la encontrara.
En un principio había pensado permanecer en Dallas con su hermano, Logan. Ahora su objetivo era estar con Kata, y tener que esperar tres horas para conseguirlo, le frustraba. Se paseó por la terminal, picoteó el almuerzo e intentó contactar con ella una docena de veces.
Al final, cuando ya le habían llamado para embarcar, sonó su móvil. En la pantalla aparecieron el nombre y el número de Kata. «¡Por fin!». Parte de la tensión que le encogía el estómago desapareció por un momento, aunque luego regresó con más fuerza. ¿Qué le diría de la noche anterior?
—Buenas tardes, cielo.
—¿¡Cielo!? —chilló ella—. ¿Qué demonios me hiciste anoche, además de grabar tu número en mi teléfono?
Él se quedó paralizado.
—Será lo que hicimos. ¿No lo recuerdas?
—Apenas.
Se vio asaltado por la sorpresa y la decepción. Eso cambiaba mucho las cosas. Sí, sabía que estaba borracha, pero no parecía que fuera tanto. Había asumido que… ¡Maldita sea! Había supuesto lo que no era y ahora tenía que rectificar.
—Pero estoy empezando a recordar —le tembló la voz—. Dime que me equivoco. Es una locura. Es imposible. No es posible que nos hayamos…
—¿Que nos hayamos casado? Tienes el certificado en el bolso. El secretario dijo que podemos llevarlo dentro de unas semanas a las oficinas de nuestro condado para recoger el definitivo.
Kata contuvo el aliento, parecía invadida por el pánico.
—Suenas muy tranquilo. ¿Por qué no estás histérico?
Porque no tenía ninguna razón para estarlo. Además, si mostraba la más leve señal de incertidumbre, ella sólo se aterraría más. Sería mejor para todos que él mantuviera un firme control.
—Escucha, todo saldrá bien. Puede que este matrimonio tan repentino no sea demasiado convencional, pero…
—¡Es una locura! —Kata se atragantó, fruto del resoplido de horror—. Pareces… Pareces feliz por lo ocurrido.
—Mucho. Te quiero, Kata, y mi instinto me dice que somos el uno para el otro. Espera unas horas para hacerte a la idea de…
—¿De que mi familia me matará? ¿De que es lo más inconsciente que he hecho en la vida? ¿O de que te aprovechaste de una manera infame de una mujer borracha?
Sí, ésa es la manera en que ella lo veía… y quizá fuera la correcta. Lo único que él sabía era que, a menos que Andy moviera sus hilos, tendría que reincorporarse a su puesto sin haber dejado resuelta esa situación. Apenas dispondría de tiempo para conseguir que Kata se enamorara de él. Y era posible que transcurrieran seis meses o más antes de que volviera a pisar suelo americano. La noche anterior había sabido que si no encontraba la manera de atarla a él con rapidez, se le escurriría entre los dedos. La decisión de casarse con ella había sido pura estrategia, como buscar refugio en un bunker.
Si hubiera habido otro camino lo habría seguido, pero el tiempo y los miedos de Kata pesaban en su contra. No vaha de nada esperar, sólo actuar. Ésa era el modus operandi que seguía en su trabajo.
Quizá no fuera la manera más noble, pero ser un SEAL le había enseñado que algunas veces había que pelear sucio para solventar con éxito las misiones. Y si había aprendido algo de su padre, era que un hombre debía estar dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conservar a su mujer o la perdería para siempre. Y, a diferencia del Coronel, él no era un perdedor.
Hunter contuvo el deseo de señalar que la idea de contraer matrimonio había sido de ella y le siguió la corriente con voz calmada.
—Tenemos que discutir esto a fondo. Sé que es muy repentino, pero quiero que funcione.
—¡Apenas nos conocemos!
Hunter suspiró, conteniendo la frustración. Quería gritar, cierto, pero no era cuestión de hacerlo. Lo que tenían ahora no era tan importante como lo que podrían tener. Pero Kata estaba aterrada y él no quería resultar agobiante. No quería que fuera infeliz. No se habría empeñado en contraer matrimonio de esa manera tan implacable si no creyera a pies juntillas que debían permanecer juntos. Pero ahora no debía preocuparse más que de encontrar la táctica correcta para conseguirlo.
—Kata, podremos solucionarlo… Esto y cualquier cosa que surja, si nos concentramos en ello. Dame una oportunidad.
—Hunter… ¿Por qué? Sé que parte de la culpa es mía. Borracha o no, estoy segura de que fui yo quien propuso que nos casáramos como Christi y Nick…
—Mick.
—Como sea. Tú estabas sobrio. El buen sexo no es razón suficiente para casarse.
—¿Sólo «bueno»? —replicó él con picardía.
—De acuerdo —concedió ella—. Sexo sin igual. Pero aún así…
—Creo que los dos somos lo suficientemente maduros como para saber que se trata de algo más.
—Pero las personas normales dedican más tiempo a conocerse. Hablan. Se citan.
—Haremos todas esas cosas, Kata. De hecho, ésa es mi intención.
—Deberíamos haber empezado por ahí.
Hunter recurrió a toda su paciencia.
—Si no te hubieras encontrado el anillo en el dedo esta mañana y te hubiera llamado para salir, ¿qué habrías respondido?
Su silencio fue más elocuente que las palabras. Las intensas emociones que crepitaban entre ellos todavía la asustaban. Lo más probable es que ella le hubiera dado largas y que no volviera a verlo. Y sólo el tiempo ayudaría a que Kata se diera cuenta de que podría funcionar una relación entre ellos.
—Tú no estabas borracho. ¿Por qué te casaste conmigo?
Aquélla era una pregunta fácil de contestar.
—Porque es lo que quería hacer.
El tembloroso suspiro de Kata hizo que a Hunter le bajara un escalofrío por la espalda mientras ocupaba su asiento y se abrochaba el cinturón de seguridad.
—Uf, justo cuando comienzo a considerarte un gilipollas integral y controlador, vas y dices algo agradable.
—Cielo, puede que sea un gilipollas integral y un controlador nato. —Hunter sonrió—. Pero siempre digo la verdad.
—¿Cómo sabes que no soy una tía desquiciada en la que no se puede confiar?
—No lo sé. Pero sí sé lo que siento por ti. Confiar en mi instinto me ha mantenido con vida más de una vez. Y creo en lo que me dice ahora mismo.
—Esto va demasiado rápido. Necesito pensar. Sola.
Hunter rechinó los dientes. Podía permitirse el lujo de darle tiempo para hacer un montón de cosas, pero no para pensar si quería o no estar con él. Apenas faltaba una semana para que se reincorporara a su unidad y, si le dejaba tiempo para pensar, Kata desaparecería.
—¿Dónde estás, cielo? Creo que deberíamos hablar en cuanto llegue a Lafayette.
—¿Lafayette? ¿Tu billete no era para Dallas? Así que lo había mirado. Interesante.
—Fue fácil cambiarlo.
Hunter lamentaba no poder reunirse con Logan y poner a su hermano al día. Pero eso tendría que esperar por ahora.
—N-no puedes venir aquí.
—Ahí es donde tú estás, cielo. Iré directamente a tu casa.
—N-no estoy en casa. He tenido que salir. Ben…
Ben probablemente querría continuar dónde lo habían dejado la noche anterior. Hunter tendría que advertirle o matarle.
—Yo me encargaré de él.
—¡Alto! No quiero que te encargues de nada.
Hunter tragó saliva y controló la furia.
—Eres mi mujer. No volverás a follar con él —dijo en voz muy baja.
Ella contuvo la respiración.
—¿Has pensado que…? ¡Oh, esto es simplemente perfecto! ¿Por qué demonios quieres estar casado conmigo si piensas que en el momento en que te dé la espalda voy a irme con otro?
Ella tenía razón, y a Hunter le gustaría conocer la respuesta correcta a esa pregunta.
—No sé lo que sientes por él. Y sé que ese pedazo de papel que firmamos no supondrá ninguna diferencia para Ben. Pero quiero dejarte clara una cosa: para mí sí significa algo.
—Es mi amigo y manteníamos una relación muy conveniente para los dos. No es celoso. Sin embargo, cuando volví y no quise acostarme con él, se puso a despotricar. No pude quedarme a oírle, tengo la cabeza como un bombo.
Hunter contuvo una sonrisa. Su pobre Kata tenía una resaca de campeonato. Le complació saber que no quería volver a mantener relaciones con Ben.
—Entiendo. Siento que discutierais. No era mi intención insultarte. —Apretó el teléfono con más fuerza—. Cielo, dime dónde estás. Iré a buscarte y podremos mantener una conversación relajada. No quiero cambiar tu vida, sólo formar parte de ella.
—Lo cambiarás todo simplemente con tu presencia, igual que lo hace Gordon. —Tenía la voz llorosa y la escuchó inhalar por la nariz—. Puff, debería callarme.
«¿Quién demonios era Gordon?».
—Danos al menos la oportunidad de resolverlo todo. ¿Estás en casa de tu hermana?
Ella se rió entre hipidos.
—¿Crees de verdad que tendría ganas de estar con dos niños que no paran quietos, cuando la cabeza me palpita como un pie roto? Sería como ir al infierno. No, me he venido a la oficina. Los domingos no hay nadie.
—¿En qué calle está?
Kata se quedó callada mucho tiempo, y Hunter apostaría lo que fuera a que ella estaba pensando si sería prudente decírselo o si era mejor echar a correr.
—Tú ganas —suspiró ella, finalmente.
Él se aprendió de memoria la dirección.
—Estaré ahí dentro de dos horas.
—Sabes que este matrimonio está abocado al desastre, ¿verdad?
Hunter se rió.
—Quizá sea la aventura de nuestras vidas.
—Bueno, yo…
De repente, Hunter oyó una explosión al otro lado de la línea. Se trataba, sin ningún género de duda, de un disparo. Kata gritó. Justo en ese momento, se cortó la comunicación.