Capítulo 4

Kata se movió debajo de él y le empujó frenéticamente, intentando apartarle. Le echó a un lado con una intensidad que denotaba el pánico que sentía. Notó que ella se estremecía de pies a cabeza. ¿Estaría enferma? ¿Le habría hecho daño de alguna manera?

Hunter frunció el ceño y rodó a un costado, pero se quedó mirándola.

—¿Kata?

La joven ya estaba fuera de la cama, recogiendo la ropa a su paso y evitando que sus ojos se encontraran.

La vio ponerse con rapidez las rosadas y sexys braguitas. Verla sin otra cosa encima que aquel provocativo encaje hizo que volviera a ponerse duro. Se quitó el condón de un tirón y lo anudó, conteniendo el deseo de arrastrarla de nuevo a la cama y atarla a él.

En lugar de hacer eso, se limitó a observar cómo se ponía el suéter con un rápido y tembloroso movimiento. Estaba irritada. Hunter frunció el ceño. Aquello no estaba provocado porque hubiera encendido la luz. Eso no le había gustado, pero lo que la molestaba ahora era algo más profundo. La vio acercarse a los pies de la cama para coger la minifalda de cuero. Aquel silencio ya había durado demasiado.

Le rodeó la muñeca con los dedos.

—Kata, dime qué te pasa. Mírame.

Ella echó la cabeza hacia atrás sin decir nada, y la larga melena oscura cayó sobre su excitante espalda, haciendo que quisiera volver a tumbarla en la cama. Hunter no sabía qué demonios había hecho mal.

—Esto ha terminado —dijo ella con voz temblorosa mientras se zafaba de él. Se alejó de la cama, recogió el sujetador y los zapatos, y se marchó.

«Ni hablar».

Hacer el amor con ella había sido la experiencia más singular y asombrosa de su vida. Para él, el sexo siempre había sido sólo eso, sexo. Pero Kata le afectaba a un nivel que no podía explicar y que ni siquiera se molestaba en intentar entender. Al correrse sumergido en lo más profundo de su cuerpo mientras la miraba a los ojos, había sabido por primera vez en su vida lo que era sentir algo más allá del deseo. No había manera de que le permitiera salir de su vida sin más. Él no era un perdedor blandengue como el Coronel, que se había dejado arrastrar al sufrimiento. Aunque sabía que Kata no sentía la misma devoción que él, jamás hubiera imaginado que saldría pitando de su cama como si le hubieran prendido fuego.

Hunter se levantó desnudo de la cama y corrió tras ella por el pasillo de la suite.

—¿Qué te pasa?

La chica no respondió, continuó andando hasta desaparecer en la cocina. Él la siguió y la encontró poniéndose los zapatos, con el bolso colgado del hombro. La vio lavarse la cara; le temblaban las manos. Seguía negándose a mirarle, pero él sabía que ella también había sentido aquella conexión entre ellos. Entonces lo entendió: le había afectado a un nivel tan profundo, que estaba asustada.

Conteniendo la alegría por su triunfo, se acercó a ella silenciosamente.

—No pasa nada, cielo.

Por fin, ella le miró. Tenía los ojos rojos y algo hinchados. «Maldita sea», había llorado.

—Por supuesto que no. —Ella se sacudió el pelo lanzándolo por encima del hombro—. Ha sido entretenido. Gracias. Pero ya hemos terminado y todavía estoy de humor para ir de marcha. Hasta la vista. —Le empujó y miró hacia la puerta principal de la suite.

Hunter le rodeó la cintura con un brazo de acero y la acercó de nuevo a su cuerpo. No se creía ni una palabra de lo que había dicho.

—Cuéntame que he hecho para contrariarte.

Kata vaciló, luego le dedicó una mirada repleta de fingida confusión.

—No sé de qué hablas. Tuve que apartarte. Pesas mucho y no me dejabas respirar. No me hagas perder el tiempo.

—¿Con quién te vas de marcha? Ben está borracho, tus amigas se han ido de ligue y tu hermana ya está durmiendo.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? Puede que estés acostumbrado a llevar la voz cantante en tu trabajo, pero ya te he dicho que a mí no me controla nadie. Me voy a ir, así que a menos que quieras que eche el hotel abajo con mis gritos, ¡quítame las manos de encima!

Todo lo que había dicho desde que se escabulló de la cama era suficiente para ponerse a discutir con ella, pero lo que no decía era mucho más interesante. Tenía el cuerpo en tensión. Le costaba contener los temblores incluso cuando se lamía los labios. Parecía que él la había hecho sentir algo que no esperaba. Y, aunque no entendiera el porqué de su actitud, no pensaba permitir que saliera de la suite sin sujetador con aquel suéter que le marcaba todas las curvas y aquellos zapatos que pedían guerra.

—Dame un minuto para vestirme. Nos iremos de juerga juntos y buscaremos toda la diversión que deseas.

Ella le miró fijamente, como si él hubiera perdido el juicio.

—Oye, gracias por el revolcón, pero prefiero pasar el resto de mi cumpleaños con gente más cercana a mí. No te ofendas.

Él le apretó el brazo alrededor de la cintura.

—Bueno, creo que hemos estado todo lo cerca que pueden estar dos personas. ¿Por qué no quieres conocerme mejor? A mí me gustaría saberlo todo de ti.

Kata intentó zafarse de él.

—Ya empiezas de nuevo con el rollo de antes, como si esto fuera algún tipo de relación. Hemos echado un polvo. Fue agradable. Ahora quiero irme.

«¿Agradable?». Hunter resopló.

—Pasear bajo el sol es agradable. Los orgasmos que hacen llorar son mucho más que eso. Los dos sabemos de sobra qué está pasando.

—Creo que estás sobreestimando tu proeza —dijo arqueando una de sus cejas oscuras.

—¿De veras? ¿Así que los jadeos, los arañazos, los gritos hasta quedarte afónica eran sólo para gratificar mi ego? Bueno… —Encogió los hombros—. Creo que mientes, pero estoy más que dispuesto a follar contigo otra vez para que me saques de mi error.

Ella frunció los labios con furia, entonces, de repente, se quedó floja. ¿Se había desmayado? Él se tambaleó ante aquel peso inesperado, pero recuperó el equilibrio y la enderezó.

Cuando le apartó el pelo de la cara y susurró su nombre, ella le clavó el codo en el estómago. Hunter la soltó para agarrarse la barriga, y mientras, aquella tramposa mujer salió con rapidez de la suite.

«¡Qué arpía!». Maldita sea, estaba acostumbrado a luchar contra los enemigos, no contra mujeres sexys.

Cuando Hunter se vistió y salió al corredor, a Kata no se la veía por ningún lado. Corrió por el pasillo hasta los ascensores, pero no había ninguno en esa planta. Observó los indicadores; uno había bajado hasta el vestíbulo. Supo con certeza de que ella estaba dentro.

No podía permitir que huyera tan trastornada. Sabía que la había presionado demasiado. Él era un soldado, la sutileza no era uno de sus talentos. Sin embargo se prometió a sí mismo que cuando la encontrara le dejaría espacio. Necesitaba saber con exactitud qué era lo que la había hecho reaccionar así para poder solucionarlo. Y no podía saberlo si ella no se mostraba más accesible.

Miró de refilón al reloj y se preguntó dónde demonios iría a esas horas. Incluso aunque estuvieran en Las Vegas, estaba sola y era su cumpleaños. Le había dicho que quería ir de marcha. Oprimió el botón de llamada del ascensor y esperó. Por fin una campanilla anunció la llegada del elevador. Estaba vacío. Entró en él y pulsó el botón del vestíbulo. Mientras bajaba leyó el letrero de la pared, en el que estaba la información de todos los bares y restaurantes del hotel. Le llamó la atención un club que parecía marchoso y animado y en el que, a modo de reclamo, decía que había mucha gente bailando y bebiendo. Apostó por ese lugar.

Tras recoger a un par de personas en el descenso, las puertas se abrieron. Hunter salió y escudriñó la zona antes de maldecir por lo bajo. El vestíbulo y la recepción estaban llenos de gente por todos lados. Una multitud entraba y salía de los casinos, a los que se accedía desde el vestíbulo en el que estaban los ascensores.

Un botones pasó a su lado y le siguió. En menos de treinta segundos se encontraba subiendo la escalinata hacia uno de los casinos.

Cuando llegó arriba, la música electrónica resonó en todo su cuerpo. Enfrente había un par de puertas plateadas y el nombre del club centelleaba con pintura fluorescente sobre ellas: «Pecado».

Hunter entró y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad antes de buscar a Kata entre la multitud. Un minuto después la vio en el bar, con una copa en la mano. Apuraba el líquido de un trago y chupaba un trozo de lima.

¡Vaya mierda! Exactamente, ¿qué es lo que había hecho él para que ella estuviera tan irritada? Rememoró todo lo ocurrido desde que se conocieron, pero no había nada destacable, salvo aquel explosivo orgasmo en el que habían conectado de una manera impactante y que se había quedado grabado a fuego en su memoria. Kata no había disfrutado de un trío y no le había gustado que encendiera la luz, pero no había parecido perturbada por ninguna de las dos cosas hasta que todo terminó. Algo en su conexión la había hecho llorar.

Le había entrado el pánico cuando él se había mostrado posesivo. Bien, Kata iba a tener que aprender a vivir con ello porque él no pensaba cambiar.

Hunter recorrió el local lentamente. La observó deslizar el vaso hacia delante y pedir otra copa que bebió de un tirón antes de lamer de nuevo la lima. Repitió el proceso. Gracias a Dios parecía que se había detenido en algún lugar para ponerse el sujetador, pero eso no impedía que los hombres se la comieran con los ojos.

Un tipo alto con una gorra de béisbol y pantalones vaqueros flojos y caídos se acercó a ella. Por el lenguaje corporal supo que estaba intentando invitarla a algo. Hunter estaba lo suficientemente cerca como para leerle los labios y no pudo contener una risa ahogada. Su Kata tenía unas formas muy creativas de decir que no.

De repente se le borró la sonrisa. No permitiría que utilizara esas imaginativas respuestas con él. La deseaba otra vez, desnuda y frotándose contra él, mientras él entraba lo más profundamente que podía en su cuerpo. De hecho, «deseo» era una palabra que no alcanzaba a describir lo que sentía. Le dolía, ansiaba, anhelaba.

Cuando el presunto Romeo se largó y Kata se bebía otra copa más, Hunter se acercó.

—Si lo que quieres es acabar hecha polvo, estás haciendo un gran trabajo.

Ella chasqueó la lengua mientras le miraba fijamente.

—¿Por qué no puedo deshacerme de ti?

Hunter consideró todas las respuestas posibles, luego se inclinó por la que era menos probable que provocara conflictos.

—No puedes celebrar tu cumpleaños sola, cielo. Y acabas de espantar al último tipo que se te ha acercado, así que me parece que tendrás que conformarte conmigo.

—No tiene gracia, Hunter. Ya te lo he dicho, ha terminado. Deja de acosarme.

¿Así que quería ser franca? Pues mejor para él.

—Te he afectado lo suficiente como para hacerte llorar. ¿Qué es lo que te ha hecho huir?

Ella le pidió otra bebida al barman, negándose a mirarle.

—Que hayamos pasado una hora juntos en la cama no quiere decir que te deba una respuesta.

—Entonces, ¿qué te parece si me respondes por cortesía? De todas maneras no me marcharé hasta que me digas qué demonios te molestó.

En cuanto el camarero puso el vaso sobre la barra, Kata se ventiló el contenido de un trago, después lamió la lima y se estremeció.

—¿Ves? Ya estás de nuevo. Exiges y presionas. Intentas controlarme. Ya te he dicho que eso no me va. Y ahora ¡vete a la mierda!

No era una sorpresa que una mujer tan independiente como Kata se sintiera así, pero su cuerpo le había dicho algo totalmente distinto. Cuando él asumió el control del orgasmo y se lo había hecho alcanzar en sus términos, ella se había retraído… De acuerdo, antes de eso ella se había corrido en un frenesí salvaje. Puede que no le gustara ser controlada, pero la ponía a cien.

—Puedes mandarme donde quieras, pero no me marcho. Para empezar, estoy bastante seguro de que estás borracha. Para seguir, estás sola; lo que te convierte en el blanco perfecto para cualquiera que busque una víctima fácil. Además…

—Además, soy una mujer adulta y no pienso aguantar estas gilipolleces. —Negó con la cabeza—. Me fui de casa de mis padres el día que cumplí dieciocho años; he preferido vivir en nidos de ratas a tener que sufrir jueguecitos tan despreciables como ésos que has intentado jugar conmigo. No necesito que un clon de mi padrastro me diga lo que tengo que hacer.

«¿Su padrastro? ¡Mierda!». Había rollos familiares de por medio. Eso sonaba muy mal. Eso lo cambiaba todo… incluida su táctica.

Se acercó más a ella.

—Háblame de él, cielo —la alentó suavemente con una caricia.

A una señal de Kata, el barman le sirvió otra bebida. Se la terminó de un trago echando la cabeza hacia atrás.

—¿Por qué no me dices dónde está tu interruptor de apagado?

Terca, independiente, divertida. Se irritaría todavía más si le dijera lo adorable que le parecía en ese momento. No porque estuviera tan frustrada como para mandarle a la mierda literalmente, pero no le preocupaba que se comportara así… Le habían llamado gilipollas más de una vez porque se lo había ganado a pulso.

—¿Tu padrastro te pegaba? Te aseguro que no permitiré que vuelva a ponerte un dedo encima. Le daré una paliza si lo intenta.

—¡Estás loco! Puede que mi familia sea un desastre, pero no es como un episodio de COPS.

—No es la primera vez que me lo dicen, pero es que soy persistente.

—No me digas… —La fingida sorpresa rezumaba sarcasmo—. ¡Jamás lo hubiera imaginado!

Al parecer, cuando se trataba de mecanismos de defensa, ella tenía un arsenal. Lo bueno es que él también tenía sus propias armas.

Cuando ella hizo una señal para que le sirvieran otra copa, él le cogió la mano.

—Si sigues bebiendo así, te podrás mal.

—Eso es cosa mía.

Hunter no podía discutirlo. Era una estupidez, pero la elección era de ella.

—¿Qué estás bebiendo?

Ella le lanzó una mirada recelosa.

—Tequila.

Contuvo una exclamación. Antes de que se diera cuenta, Kata no sentiría nada de nada y al día siguiente estaría como si hubiera chocado contra un muro de ladrillos.

—Oye, tío —le preguntó el barman—, ¿quieres algo?

—Un agua con gas con una rodaja de lima.

El musculoso camarero, que podría haber sido el doble de Mister Proper, arqueó una ceja con diversión.

—¿Qué pasa? ¿No te atreves con el tequila? —se burló Kata. El alcohol comenzaba a hacer estragos en ella; tenía los párpados pesados.

—No bebo.

La joven frunció el ceño cuando perdió el equilibro durante un segundo y se agarró a él para estabilizarse. Aunque aún no lo supiera, parte de ella confiaba en él.

—¿Eres alcohólico?

—No. Pero me niego a tomar algo que es tan auto-destructivo.

Con los ojos entrecerrados, Kata alargó el brazo hacia el vaso que el camarero había puesto sobre la barra.

—Estás decidido a ponerme nerviosa, ¿verdad?

—No, pero sí estoy decidido a vigilar que no te pase nada.

El camarero de cabeza rapada puso bruscamente el vaso de agua con gas sobre la barra.

—Son cuatro dólares.

—Si haces el favor, cóbrame también lo de ella.

Ella se atragantó mientras bebía de su copa.

—Pero ¿qué demonios?

El joven encogió los hombros tras la barra.

—Ella me dio cien dólares cuando entró y me dijo que le sirviera tequilas hasta que se acabara el dinero. Aún no ha consumido ni la mitad.

Cuando hubiera dado buena cuenta de todo ese dinero estaría como una cuba. «¡Joder!». Hunter metió la mano en el bolsillo y sacó la cartera.

—No le sirvas más —le indicó, ofreciéndole otros cien dólares. Mister Proper se encogió de hombros de nuevo.

—Como quieras.

—¡Oye, tú! —Kata increpó al barman, que la ignoró. Luego se puso en pie y miró a Hunter con el ceño fruncido—. ¡Maldita sea! ¿Lo ves? Ya estás intentando controlarme otra vez. ¿Por qué demonios habré follado contigo?

El camarero contuvo una sonrisa. Hunter maldijo por lo bajo. Definitivamente Kata había bebido más de la cuenta y tenía que sacarla de allí lo antes posible. Para ser una chica que no quería perder el control, había bebido lo suficiente como para asegurarse de que lo perdía. El tequila debía servir para olvidar el miedo y el dolor; estaba seguro de ello. Ahora tenía que intentar aclarar todo el asunto antes de que ella volviera a alzar barreras entre ellos.

El conflicto con su padrastro, fuera el que fuese, era algo lo suficientemente importante como para no tratarlo allí, con la música resonando en los oídos, el humo envolviéndoles y demasiado alcohol en sangre como para superar los límites legales. Y aunque estuviera perturbada porque él había controlado su cuerpo, le había encantado. Igual que a él. Pero si se lo volvía a decir, se alejaría de él. Era probable que el padrastro de Kata hubiera utilizado su posición en la familia para abusar de su confianza, así que debía actuar con mucho cuidado.

Ella se giró, tambaleándose. Hunter la sostuvo del brazo y la atrajo hacia su cuerpo.

—Lo siento.

Kata le lanzó una mirada de sorpresa ligeramente desenfocada.

—¿Qué es lo que sientes exactamente?

—Haber intentado dominarte sin hablarlo antes. Tiendo a ser un poco autoritario.

—¿Un poco? —Kata puso los ojos en blanco—. Gracias, capitán de lo obvio.

—De haber sabido cuánto iba a molestarte, lo hubiera hablado antes contigo.

—¿Antes de que me follaras? Bueno, ¿qué clase de conversación hubiera sido ésa?

Hunter suspiró. No iba a arreglar nada con los Black Eyes Peas haciendo vibrar las paredes.

Le puso la mano en el hombro y lo acarició.

—Cielo, como no comas algo y te tomes un café cargado, vas a acabar fatal. —Al ver la expresión tensa y furiosa que se extendió por los rasgos de Kata, Hunter levantó las manos en defensa propia—. No te estoy ordenando nada, sólo lo sugiero. Si no te cuidas, antes de que te des cuenta estarás en el mismo estado que Ben, durmiendo la mona en el suelo del cuarto de baño, y serás firme candidata a una buena resaca. Ahora, si realmente crees que beber para olvidar un sexo fabuloso vale el dolor de cabeza que sentirás mañana, me quedaré contigo mientras te emborrachas y te meteré en la cama sin que hayas sufrido ningún daño. Pero si quieres encontrarte bien cuando salga el sol para regresar a casa…

Kata no dijo nada durante un buen rato.

—¿Por qué cuando me aseguras que estás intentando no controlarme, te esfuerzas tanto en demostrarme lo contrario? —Negó con la cabeza—. En serio, no sé por qué sigues aquí, ni por qué demonios te importa tanto lo que yo haga.

Hunter se acercó más a ella y le rodeó la cintura con un brazo para apretarla contra su cuerpo. Ella agrandó los ojos, y él supo que no era tan indiferente como quería hacerle creer.

—Oh, ¿importa, cielo?

Se demostraba más con hechos que con palabras, así que capturó los labios de Kata con ferocidad y abandono. Ella se puso rígida contra él y contuvo la respiración, pero a los pocos segundos, cuando frotó su lengua contra la de ella, que sabía a lima, Kata le rodeó el cuello con los brazos y se dejó llevar completamente por el beso, haciendo que él estallara en llamas… Pero había algo más.

Algo que él había sentido desde el momento en que se conocieron. Algo que le impulsaba a poseerla. No había sido suficiente haberse acostado con Kata. No sería suficiente volver a hacerlo. Ni mucho menos. Quería tener derechos sobre ella. Protegerla, cuidarla, decir que era suya… para siempre.

Ahí estaba la realidad que bullía a fuego lento en su conciencia, la razón por la que la perseguía con tal empeño. De repente todo fue transparente como el cristal. La quería para siempre.

Hunter terminó el beso, anonadado por la sorpresa, y se quedó mirando la cara ruborizada de Kata, sus ojos entreabiertos, sus labios hinchados… Pruebas fehacientes de la sensual sirena que vivía bajo su piel.

No tuvo ninguna duda, la quería para siempre. Y en ese momento en concreto, ella no quería nada con él. Dentro de ocho días tendría que reintegrarse a su unidad. Había habido un brote de actividades clandestinas en las zonas próximas a Irán y tenían noticias de que se estaban adquiriendo armas nucleares; además el gobierno venezolano parecía dispuesto a echarles una mano; Hunter no tenía ninguna duda de que las misiones se amontonaban. Si partía sin haber conseguido a Kata… Ésta podría haberse casado con Ben, o con cualquier otro, antes de que él volviera a pisar los Estados Unidos.

Y eso sería inaceptable.

—¿Pero a ti qué te pasa? —atacó Kata—. Primero me irritas, luego intentas compensarlo con un beso impresionante y después te apartas. ¿De verdad pretendes convencerme de que no eres un dominante obsesivo? Pues tío, lo que tú digas.

Se dio la vuelta e intentó confundirse con un grupo cercano. Hunter observó a la gente durante un momento y se dio cuenta de que era una fiesta. Dado que una de las mujeres llevaba un vestido corto y blanco y un ramo de flores, supuso que estaban a punto de asistir a una boda de medianoche.

Hunter los miró fijamente y sonrió. Puede que estuviera perdiendo la batalla en ese momento, pero la guerra no había acabado.

Se abalanzó sobre Kata y la cogió del brazo para hacerla girar hacia él.

—Tengo dos preguntas. ¿Estás dispuesta a responderlas?

Ella frunció el ceño, como si le costara concentrarse a causa del embotamiento etílico. Hunter agradeció aquella momentánea inclinación por el tequila. Tenía muchas posibilidades de que le contestara la verdad.

—¿Después me dejarás en paz?

«No».

—Si es eso lo que quieres.

—Oh. —Su expresión, levemente confusa y alicaída, le dio esperanzas—. Bueno, ¿de qué se trata?

—El sexo entre nosotros… ayúdame a comprender que fue lo que te hizo llorar. —Cuando ella le miró, parecía dispuesta a no responderle. Él se inclinó hacia delante y le habló al oído—. No te juzgaré ni te haré pasar un mal rato, pero necesito saber si te hice daño de alguna manera.

Kata suspiró.

—De acuerdo. Tú ganas —dijo con voz pastosa mientras dejaba caer los hombros en señal de derrota—. Tienes razón. Fue demasiado intenso. No me gusta sentirme débil, ni necesitar nada. ¿Satisfecho?

«Mucho». Hunter se guardó una sonrisa para sí mismo. Bueno era saber que su instinto no se equivocaba.

—No eres débil, cielo, sino humana. Mi última pregunta. —Y la más importante—. ¿Tienes algo en contra de las relaciones largas? ¿Qué opinas del matrimonio?

—¿Qué clase de pregunta es ésa?

Él encogió los hombros, fingiendo desinterés.

—Simple curiosidad.

Kata suspiró y negó con la cabeza.

—No quiero pasar sola el resto de mi vida y adoro a mis sobrinos. Cuando los veo… fantaseo con la idea de tener un hijo algún día.

—Comprensible. Es algo con lo que sueña la mayoría de la gente, incluso yo.

—Lo que pasa es que… —Se pasó la mano por la cara—. Me gustaría encontrar a alguien paciente para compartir mi vida. Un hombre que no se asuste de tener que usar una fregona o encender la estufa. Alguien que me comprenda, que no le importe hablar de sentimientos. —Cerró los ojos por un instante—. Alguien dulce.

Hunter contuvo una mueca de disgusto. Kata estaba describiendo a una hembra con pene. Se aseguraría de que llegara a comprender lo antes posible que eso no era lo que necesitaba.

—¿Alguien a quién le gusten las antigüedades y caminar por la playa? —murmuró, pasándole la lengua por la mejilla.

—¡Sí! Pero no hago más que encontrarme a hombres que sólo quieren ir de fiesta en fiesta o que piensan que tirarse un pedo es divertido. Una vez salí con un chico que quería a su consola mucho más de lo que podría llegar a amar a una mujer. Y luego están los que son unos capullos exigentes. —Le lanzó una mirada irónica.

Hunter contuvo la risa. Se sentía eufóricamente optimista. Cuando Kata le conociera bien, se daría cuenta de que eran el uno para el otro. Necesitaba pasar más tiempo con ella y sólo se le ocurría una manera de que siguieran unidos. Permitir que desapareciera sin luchar por ella —llevándose consigo su corazón—, no era una opción. Su padre no había tenido pelotas para pelear por la mujer que amaba. Después de que su matrimonio fracasara, se había convertido en un hosco ermitaño adicto al trabajo. Hunter se negaba a seguir los pasos del Coronel.

—¿Todavía quieres ir de marcha? Acabo de ver pasar a un grupo de gente que parecía estar pasándolo muy bien —la tentó.

Sujetándose de sus hombros para no caerse, Kata miró a su alrededor y vio las carcajadas, los abrazos, los brindis, el espíritu festivo… Esbozó una amplia sonrisa.

—¡Parece divertidísimo!