Capítulo 2

Hunter se acercó todavía más a Kata. Las curvas y depresiones de sus cuerpos encajaron a la perfección y sus músculos se tensaron de deseo. Ella se recostó contra su pecho, con el vientre adherido al suyo y las exuberantes caderas llenándole las manos. Aunque no parecía posible, tenerla tan cerca hacía que se pusiera todavía más duro.

Había algo en esa mujer que estimulaba todos sus sentidos y, ahora que la tenía pegada a su cuerpo, el deseo detonaba en su interior con la fuerza explosiva de un megatón de dinamita. Quería desnudarla, saborear cada centímetro de su piel, inhalar su aroma. Pero no se trataba sólo de que quería tirársela, también quería conocerla y obtener su confianza. Seducirla hasta que ella se sometiera a él por completo.

A lo largo de los años había conocido a un montón de hembras sumisas dispuestas a sucumbir a cada uno de sus dominantes deseos. También había estado con mujeres inteligentes, vibrantes y capaces, con las que conectaba a nivel intelectual. Por desgracia, jamás había podido satisfacer ambos campos con la misma persona, pero sospechaba que finalmente podría conseguirlo con Kata.

Con ella no experimentaba la misma reacción negativa al pensar en el compromiso y tampoco existía el usual desinterés que solía experimentar al cabo de unas horas con cualquier otra mujer.

En el momento en que la había tocado, algo había chirriado en su interior antes de encajar en su lugar. Supo que sería suya.

Hunter respiró hondo. Maldición, nunca se había sentido de esa manera con una mujer. Jamás había imaginado llegar a sentir esa certeza instantánea. Pero igual que aceptaba todos los presentimientos cuando se trataba de una misión, tampoco se cuestionaba ahora su intuición. Lo que tenía que ser, sería.

En el caso de que Kata no sintiera el mismo deseo que él de mantener una relación a largo plazo, lo aceptaría, pero por el momento estaba fascinado. No podía perder el tiempo intentando entender exactamente por qué iba a amarla. Sin duda, tendría que actuar con rapidez para clavarle las garras con la misma intensidad que ella se las había clavado a él. No cabía la posibilidad de que la dejara escapar.

De repente, Hunter no pudo borrar la sonrisa de su cara. A pesar del infierno en que se había convertido su vida en los últimos tiempos, las cosas parecían estar mejorando.

En el otro lado de la suite, Ben salió del cuarto de baño, cogió otra lata de cerveza y los observó con la mirada vidriosa y desconcertada. Sí, supuso que Ben no estaba acostumbrado a verle bailar o charlar con las chicas que se llevaba a la cama. Por lo general, Hunter no perdía el tiempo en tales prolegómenos porque las mujeres con las que solía estar ya conocían las reglas, así que se limitaba a desnudarse y se ponía manos a la obra. Se preguntó vagamente si a Ben le molestaría que con Kata fuera diferente. Aunque tampoco era algo que le preocupara lo suficiente como para cambiar de actitud.

Un tipo golpeó a Ben en la espalda, distrayéndole. Hunter se relajó. Ahora, la atención de Kata era toda suya.

—Me han dicho que eres SEAL —murmuró ella con voz ronca y sensual—. Y que te han herido hace poco tiempo.

Hunter hizo una mueca al recordar la bala que tres semanas antes le había atravesado casi en el mismo lugar en el que había sufrido una herida similar sólo unos meses antes. Aquello le irritaba… Casi parecía como si Víctor Sotillo y sus secuaces, esos jodidos traficantes de armas venezolanos, hubieran sabido de su anterior lesión y hubieran apuntado justo allí.

—Sí. Sin embargo, aunque a mí me alcanzaron en el hombro, mi bala se incrustó en el pecho del que me disparó, así que creo que salí ganando.

Kata se quedó boquiabierta.

—¿Le…?

—¿Si le maté? —Hunter asintió con la cabeza—. Cuando dimos con él, sus amigos le estaban practicando una reanimación cardiorrespiratoria, pero no consiguieron nada. Una suerte.

—¿Era un mal tipo?

—El peor. Era un cabrón de lo más sádico, no le importaba a quién tuviera que matar. —«Ni destruir la paz del mundo».

—Vaya. ¿Se trataba de una misión? ¿Dónde estabas?

Hunter se encogió de hombros, ignorando la punzada de dolor en la zona de la herida.

—No puedo decírtelo. Es información clasificada. Pero terminamos con éxito la misión. Ese bastardo estaba jugando al escondite con nosotros. Menos mal que soy muy persistente… y paciente.

Kata tragó saliva y él se preguntó si ella estaría tomando nota de esos comportamientos que también le aplicaría a ella según lo necesitara. Si no era así, lo aprendería muy pronto.

—¿Cuánto tiempo estarás en los Estados Unidos?

—Una semana más. Aunque tú podrías conseguir que me quedara más tiempo.

No hubo ni una pizca de timidez en la sexy sonrisa de Kata. Lo miró fijamente bajo las espesas pestañas mientras se mordisqueaba el exuberante labio inferior. Él se imaginó cómo sería verla succionando su polla con esos mismos labios.

—No sé… Si decides quedarte, ¿qué te hace pensar que yo estaría dispuesta a pasar más tiempo contigo?

—Cariño, si no lo estuvieras, significaría que lo estoy haciendo muy mal y entonces harías bien dándome una patada en el culo.

—Humm… —Kata se estremeció y le deslizó las manos por los brazos hasta entrelazar los dedos en su nuca—. Así que sabes cómo complacer. Eso me gusta.

—Me encantaría complacerte. —Hunter se inclinó para susurrarle al oído mientras le acariciaba el cuello con la nariz—. Si te gusta la idea, nos lo pasaremos realmente bien.

Hunter notó que a ella se le endurecían los pezones. Apostaría todo el dinero que tenía en el banco a que estaba empapada. Preparada. Pero esperaría. El deseo le oprimió los testículos y tuvo que contener la impaciencia. Para conseguir lo que quería eran necesarios tiempo y confianza. Además, el resultado sería demasiado delicioso para apresurarse.

Intentó distraerse hablando.

—Me ha dicho Ben que eres agente de libertad condicional.

—Sí, desde hace dos años. Me gusta trabajar con gente que ha dado un paso en falso pero quiere realmente enderezar su vida. Algunos sólo tomaron el camino equivocado, otros se juntaron con quién no debían o les faltó confianza en sí mismos. Es genial ver cómo consiguen superarlo.

A Hunter le gustó ella todavía más.

—Estoy seguro de que eres muy buena en tu trabajo. Pareces muy sensata, pero apuesto que además, lo haces con mucha mano izquierda.

—Guau, complaciente y encantador. Ésta es mi noche de suerte. —La risa coqueta de la joven le hizo comenzar a arder.

Hunter tuvo que morderse el interior de la mejilla para no besarla allí mismo. Los labios femeninos, rojos y jugosos, estaban a sólo unos centímetros de los de él. La vio hacer un mohín. Dios, quería esa boca bajo la suya, rodeándole la polla, abierta en un grito cuando ella alcanzara el orgasmo.

—Me ha dicho Ben que has tenido algunos problemas últimamente.

Kata frunció la nariz.

—Cortez Villarreal es un auténtico problema. Se piensa que me intimidará y que me doblegaré a sus amenazas porque soy una mujer. Está muy equivocado. He aprendido a valerme por mí misma y no podrá impedir que realice mi trabajo sólo porque me lance unas sucias amenazas. —Resopló—. Es un capullo.

—¿Te ha amenazado personalmente? —Hunter tuvo que contener un gruñido.

—Todavía no, sólo se ha saltado la condicional una semana. Cuando la policía y los cazarrecompensas le comiencen a acechar, enviará a alguno de sus secuaces a hacer el trabajo sucio. Me espero cualquier cosa, así que estaré preparada para hacer el equipaje.

Aunque a Hunter ya no le gustaba la idea de que Kata tuviera que protegerse, el hecho de que ella fuera consciente y de que no tuviera miedo, le irritaba todavía más. No había esperado esa dura actitud en una mujer tan suave y curvilínea, pero hacía que tuviera todavía más ganas de tener algo con ella. Y le confirmaba la sospecha de que había mucho más debajo de aquella cara bonita.

—¿Sabes disparar? —Le pasó la mano por la cadera, disfrutando de la sensación de acariciar sus curvas.

Kata se rozó contra él, cada vez más cerca.

—Mi hermano mayor me enseñó. Era policía en Nueva Orleans antes del Katrina. Ahora vive en Houston y trabaja de detective. Hace más de un año que no le veíamos, pero la última vez que vino a casa me enseñó a disparar.

—¿Sabes defensa personal?

Ella hizo una mueca.

—Necesito mejorar. Hasta ahora he confiado en que un buen rodillazo y conocer algunas llaves llegan para detener a un hombre.

—Recuérdame que no te cabree nunca. —Le acarició el trasero con la palma de la mano, tanteándolo, sopesándolo.

Era exuberante y perfecto. Tomarla desde atrás iba a resultar una imagen muy placentera. Follarla allí todavía sería mejor.

—¿Por qué harías eso?

Kata frotó sus caderas contra las de él. Hunter notó que su miembro palpitaba y que le bajaba un escalofrío por la espalda. La mirada de la joven contenía un reto sexual. Y que le mataran si no quería responder a él tan pronto como fuera posible. Dios, quería devorarla. El deseo le clavó unas garras implacables con más intensidad que nunca. Pero esperar era importante porque ella también lo era, y mucho.

—Bueno, sospecho que tú eres un poco terca y yo no soy siempre dócil.

—Pero si te diera un rodillazo en este impresionante equipo… —le pasó las uñas por la espalda y a él se le puso la piel de gallina—, ¿no estaría tirando piedras contra mi propio tejado?

Hunter sonrió ampliamente.

—Me gusta cómo piensas.

—Cuéntame más sobre ti.

Hunter no estaba centrado en la conversación. De hecho, estaba realizando un enorme esfuerzo para concentrarse. Conseguir conocerla también era importante. Kata no era una mujer cualquiera para él y quería que lo supiera desde el principio. Estaba totalmente empalmado ahora mismo, pero a pesar de ello, quería hablar con ella. Valorarla.

—Mi padre, a quien llamamos cariñosamente Coronel, está retirado del Ejército y se mosqueó cuando mi hermano y yo nos alistamos en la Marina y nos convertimos en SEALs. Además tengo una hermana pequeña que vive con su marido en Lafayette. Están esperando su primer hijo. ¿Qué me dices de ti?

—¿En Lafayette? Ahí es donde vivo yo. Mi madre y mi padrastro todavía están en la casa donde crecí. Mi hermana mayor, que es la que no nos quita la vista de encima, se llama Marisol y vive con su marido y sus hijos a poca distancia de ellos. Ya te he hablado de mi hermano. Yo soy la pequeña. —Ladeó la cabeza y, además de lujuria, una innegable inteligencia brilló en aquellos ojos color avellana—. ¿Y tu madre?

Ése era el único tema del que no hablaba. Con nadie. Con esa pregunta Kata había intentado ser educada, así que no se sintió obligado a responder.

Se contoneó contra ella mientras llevaba la mano a su nuca y le rozaba la mejilla con los labios camino de la oreja.

—¿De qué quieres hablar en realidad?

Kata suspiró, le deslizó la mano debajo de la camiseta y le arañó suavemente la parte inferior de la espalda, excitándole tanto que pareció que en su interior estallaban los fuegos artificiales del cuatro de julio. La necesidad de tocarla, de acariciarla y complacerla lo atravesó.

Él le deslizó la boca abierta por el cuello, casi como si estuviera lamiéndolo, casi como si estuviera besándola allí, pero sin llegar a hacerlo. Ella contuvo la respiración y ladeó la cabeza, ofreciéndole la garganta. Una señal de rendición que hizo que su erección palpitara y se humedeciera.

Con un gruñido, él apretó la polla contra su sexo. Ella presionó su cuerpo en respuesta mientras separaba los labios en un gemido.

—¿Quieres que hablemos de cómo voy a follarte, Kata?

—¿Tú y Ben?

Hunter vaciló.

—No puedo hablar por él. Pero sí sé lo que yo voy a hacerte.

Ella volvió a mirarle a los ojos, ahora con más audacia.

—Me encanta que tengas planes. Pero deberías preguntarme cuáles son los míos.

Kata se adueñó de su boca con atrevimiento y le besó de manera increíblemente suave pero exigente e intensa. Luego se apartó de forma juguetona, dejándole conocer un indicio de su sabor, nuevo e intoxicante, imposible de ignorar. Al momento, Hunter notó que una llamarada se propagaba por su cuerpo y la apretó contra sí con más fuerza.

Ella interrumpió el beso con una risa ronca que le hizo estremecer.

—Kata… —le advirtió.

La joven volvió a esbozar una sonrisa descarada. Sabía que le estaba provocando, que le tenía pillado por las pelotas y no pensaba dejar de presionarle. A él le gustaba aquella faceta juguetona que mostraba, así que le permitió continuar… por ahora.

Kata se puso de puntillas y se acercó todavía más, rozándole los labios de nuevo. Se aferró a sus brazos mientras profundizaba el beso, moviendo la lengua con la suavidad y rapidez de una elusiva mariposa. Sabía a cerezas, un poco a tequila y a puro pecado. Le ponía a cien.

Cuando ella escapó, Hunter miró a su alrededor. La hermana de Kata tenía el ceño fruncido, pero sus amigas sonreían de oreja a oreja. Ben seguía hablando con un colega mientras bebía otra cerveza y les miraba de vez en cuando con inquietud. Hunter siguió bailando y se acercó todavía más al ventanal que tenía aquellas impresionantes vistas nocturnas sobre el Strip de Las Vegas Boulevard South.

Hunter ignoró todo lo que les rodeaba e introdujo los dedos en el sedoso cabello oscuro que caía sobre la espalda de Kata. Tiró con tuerza hasta que ella arqueó la garganta.

—Estás jugando con fuego.

Una sonrisa petulante y sexy curvó sus labios en un gesto absolutamente impúdico.

—Puedo manejarlo.

—Deberías averiguar qué juegos me gustan antes de mostrarte tan confiada.

—Cuéntamelos.

Él miró fijamente sus dilatadas pupilas y notó el pulso que le latía en el cuello. Sonrió.

—Prefiero enseñártelos.

Hunter asumió el mando y la besó con intensidad. Traspasó los labios de Kata, aquella boca con sabor a tequila y cerezas, y enredó su lengua con la de ella en un baile sensual. Le exigió mucho. Tomó lo que quiso. Se dejó guiar por las pistas que ella le daba, los gemidos y los escalofríos, que le decían todo lo que Kata deseaba. Y luego se lo ofreció.

Todavía devorándole la boca, Hunter le agarró las muñecas y se las sujetó juntas con una mano inquebrantable en el hueco de la espalda. Pegó los muslos a los de ella y se frotó contra su cuerpo… Pecho, vientre, cadera… La apretó contra la pared para inmovilizarla.

Ella contuvo la respiración y él se tragó el suspiro con otro beso. «Maldición, sí».

Su cuerpo se estremecía por la necesidad de desnudarla, de follarla, de poseerla por completo. Mientras su mente se veía inundada por unas imágenes crudamente eróticas y se dejaba embriagar por su sabor, ella liberó una mano y la deslizó entre sus cuerpos, cerrando los dedos en torno a su miembro. Cuando se lo apretó, el deseo atravesó a Hunter. Rechinó los clientes y contuvo un siseo mientras volvía a capturar la mano de Kata y se la llevaba de nuevo a la espalda.

Kata estaba acostumbrada a asumir el mando. No cedería el control con facilidad, pero Hunter estaba decidido a ser paciente. Le gustaban los retos. Y no pensaba rendirse hasta que ella claudicara por completo.

Después de soplar las velas, Kata se abandonó a la celebración. La tarde se convirtió en noche mientras ella charlaba, bailaba y ardía al saber el placer que le esperaba.

Dos horas después, el pastel estaba terminándose y la mayor parte de los invitados habían vuelto a sus habitaciones o habían bajado a jugar al casino. Kata se bebió el cuarto margarita de la noche y se sintió un poco más eufórica. Una chica no cumplía todos los días veinticinco años, así que no pasaba nada por estar un poco achispada.

Percibía a Hunter a su espalda, muy cerca de ella, con la mano sobre su cadera. El calor de su cuerpo atravesó el suéter y la minifalda negra cuando le apretó la erección contra el trasero. Todo él hablaba de posesión, y estaba segura de que no la dejaría marchar hasta que quedara satisfecho y la hubiera poseído de todas las maneras en que un hombre podía poseer a una mujer. Con la ayuda de Ben, por supuesto.

Desde que habían bailado, Kata encontró difícil centrar la atención en algo que no fuera desnudar el duro cuerpo de Hunter y averiguar lo bien que podía hacerla sentir. Lo que no entendía era por qué demonios había animado a Ben a beber como un cosaco.

Y respecto a eso, ¿en qué estaba pensando Ben? Ese rollo que se traía de chico universitario la aburría. Jamás le había visto beber tanta cerveza. ¿Por qué esa noche?

—¡Más, más, más! —coreó la pequeña multitud compuesta por Tim, el oponente de Ben, su novia y su hermano. Hunter guardó silencio.

Tras cuatro minutos de reto, ambos adversarios abrieron una nueva lata de cerveza —la cuarta de Tim y la quinta de Ben—, que ambos apuraron con fruición.

Dos minutos después, Ben eructó y sostuvo en alto la sexta cerveza vacía.

—¡Lo conseguí!

Dadas las copiosas cantidades de cerveza y vodka que había estado ingiriendo durante las últimas horas, Ben estaba borracho como una cuba. Sus palabras eran gangosas y movía con dificultad las extremidades. Kata suspiró y se dirigió a hacer café. Si quería que la ayudara a cumplir su fantasía, tenía que conseguir que recuperara un poco de sobriedad.

Su oponente, Tim, dejó la lata por la mitad.

—Joder, soy demasiado viejo para beber más que tú. —Suspiró, luego se volvió hacia su novia con el ceño fruncido—. Vámonos.

Después de que Tim cogiera a su novia del brazo y se dirigiera a la puerta, Trey, su hermano, se acercó a abrazar a Kata.

—Feliz cumpleaños, Kata. Espero que sea una gran noche.

Ella sonrió al policía de treinta y tantos años.

—Gracias por venir a Las Vegas para celebrarlo conmigo.

—¿Cómo iba a perderme este estupendo fin de semana? —Se volvió y miró a Hunter de arriba abajo—. ¿Ya sabes qué vas a hacer el resto de la noche o quieres que me quede contigo?

Lo que traducido quería decir «¿estás bien con este extraño?».

Nadie sabía nada de Hunter excepto Ben, que le había asegurado que era un gran tipo con un montón de medallas. Pero incluso si aquel hombre tan sexy no hubiera sido SEAL, Kata hubiera sabido que era buena gente a pesar de que cuando le dio el beso, hacía unas horas, le había demostrado que tenía un lado duro e inflexible.

Kata sonrió.

—Estoy bien. Ve a disfrutar del resto de la noche.

Trey encogió los hombros.

—Tengo una ficha de cien dólares del Caesar’s en el bolsillo.

Ella se rió y les hizo señas a los tres para que se fueran. Luego se acercó lentamente a la pequeña cocina de la suite. Hallie y Chloe se habían marchado unos minutos antes para intentar ligarse a algún tío bueno con el que pasar la noche. Se reuniría con ellas por la mañana para tomar el vuelo a casa. Marisol había vuelto a su habitación poco después de que Kata hubiera apagado las velas. Madre de dos niños de corta edad, no estaba acostumbrada a pasarse la noche de marcha.

Ben, Hunter y ella estaban al fin solos en la suite. Ahora comenzaría de una vez por todas la auténtica diversión. Después de tomar café.

Puso en marcha la cafetera y cogió las tazas de la vitrina. Se dio la vuelta y se tropezó con Hunter allí mismo. Soltó un gritito.

—Oh… Me has asustado. ¡No te acerques a hurtadillas!

La sombra de una sonrisa jugueteó en los labios masculinos.

—Lo siento. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No. Gracias. ¿Quieres una taza? —dijo señalando la cafetera.

—Por ahora no. ¿Tú quieres una?

—Lo cierto es que no me gusta. —Lanzó una mirada a la salita de la suite y encogió los hombros al mirar a su amigo, que estaba repantigado en un sillón con los ojos entrecerrados—. Pero parece que Ben necesita una con urgencia.

—A mí no me hace falta ningún jodido café —ladró Ben, incorporándose—. Sólo estaba esperando a que se fuera todo el mundo para poder follarte. ¿O ya no quieres jugar, Kata?

Ella quería participar en un trío desde hacía mucho tiempo. Según había oído era algo que quien lo probaba, repetía. Ansiaba saber si le gustaría.

Pero Ben estaba como una cuba. Era cierto que jamás la había dejado insatisfecha fueran cuales fueran las circunstancias. Y él le gustaba, aunque lo consideraba un amigo y no un amante. No podía negar que follaba bien.

¿Y Hunter? Simplemente teniéndolo cerca se estremecía de pies a cabeza. Durante las últimas horas había comenzado a sospechar que él no sólo era intenso, sino que cruzaba los límites normales con contundencia y que quizá fuera demasiado dominante. Eso debería hacerle poner pies en polvorosa. Dado su historial familiar, la idea de tropezarse con un hombre dominante la aterraba. Pero Hunter conseguía que humedeciera las bragas de la excitación.

Si dejaba pasar esa oportunidad porque la situación no era perfecta, ¿volvería a tener la oportunidad de que eso ocurriera? ¿De tropezarse con un hombre como él?

De ella dependía llevar a cabo su mayor fantasía. La tenía al alcance de la mano, sólo tenía que dirigirse al dormitorio.

—Claro que quiero jugar. —Respiró hondo y sostuvo la mirada azul de Hunter—. ¿Y tú?

Cada vez que le miraba se le entrecortaba la respiración. Estaba buenísimo, pero ella no se sentía así con cada tío bueno que conocía. Era él. Parecía una tormenta a punto de estallar. Por fuera era frío y controlado, pero interiormente apenas lograba sujetar las riendas. Y Kata quería hacerle perder el control.

—He venido aquí por ti. Pero yo no juego, querida —dijo Hunter, arrastrando las palabras.

—Entonces… supongo que podemos irnos al dormitorio.

—¡Maldito escalón! —dijo Ben cuando tropezó.

Hunter le sujetó y le ayudó a recuperar el equilibrio para atravesar el vestíbulo de la suite. Se dirigió a la habitación tambaleándose. Logró avanzar dando tumbos de una pared a otra como si se tratara de una bola de billar. Ella le observó mordisqueándose los labios.

Hunter se acercó a ella y le puso la cálida palma de la mano en el hueco de la espalda.

—¿Tienes dudas?

—No. Estoy preocupada por Ben.

Él le apretó el hombro.

—Funcionará. Vamos.

Ella asintió con la cabeza, no debería perder el tiempo pensando en lo que podría ocurrir. Ahora mismo tenía a su disposición a dos macizos para intentar llevar a cabo su fantasía. ¿Por qué preocuparse por otra cosa?

Respiró hondo para aliviar la tensión y se dirigió a paso lento al dormitorio, cada vez más excitada. Y no sólo por la fantasía en sí. Estaba acostumbrada a Ben —solían acostarse juntos un par de veces a la semana, así que sabía qué encontraría exactamente—, pero Hunter…

Lo miró de reojo y contuvo la respiración. Él le dirigió una sonrisa lenta que exudaba sexo. Kata le esperó llena de anticipación. Lo más probable es que la volviera loca con algún tipo de placer que no podía ni imaginar. Apenas contenía la impaciencia por comprobarlo.

—Cuanto más rápido muevas el culo —dijo Hunter en tono ronco—, antes tendrás mi boca en tu coño.

Kata notó un vuelco en el estómago cuando se sostuvieron la mirada. Se quedó sin respiración.

«Oh, Santo Dios. Él hablaba en serio».

Casi corrió hacia el dormitorio.

Allí, con el brillante cielo nocturno de Las Vegas como telón de fondo, Ben ya se estaba despojando de su ropa. Tenía la camisa desabrochada y se estaba quitando los zapatos apretando la puntera de un pie contra el talón del otro. También había abierto el botón de los vaqueros, pero tenía los ojos entrecerrados.

Después de que ella deslizara las pesadas cortinas del ventanal sur del dormitorio, Hunter hizo lo mismo en la pared este, dejando la estancia sumida en una oscuridad casi absoluta; lo que a ella le parecía estupendo. A pesar de que le gustaban sus curvas, podían no gustarle a su amante y, si era así, prefería no saberlo. Por eso le agradaba estar a oscuras. A Ben nunca le había importado.

Hunter encendió la lámpara de la mesilla de noche y un fulgor blanco iluminó la enorme cama. Kata vaciló, luego atravesó la habitación y la apagó, dejándoles sumidos de nuevo en la penumbra.

—Me sentiré más cómoda así…

Incluso en la oscuridad, sintió el desagrado de Hunter y lo lamentó, pero ¿por qué debería importarle lo que él pensara? Se largaría por la mañana. Y Kata estaba determinada a no buscar más satisfacción que la propia. Un minuto con un tipo machista que mostrara señales de intentar dominarla era la forma más rápida de hacerle poner pies en polvorosa. Hunter no había dicho ni una sola palabra, pero de alguna manera ella supo que él quería verla expuesta a su mirada. Vulnerable. El pensamiento la aterrorizó y la excitó a la vez.

—Kata, necesito ayuda —indicó Ben.

Aliviada de tener algo de qué ocuparse, se acercó a su amigo para ayudarle a quitarse el otro zapato.

—Estás fatal esta noche.

—Sí, bueno, es que me cegué. Mis amigos me retaron y…

—Y tú no tuviste la suficiente sensatez para pasar de ellos a pesar de que sabías que sería lo mejor. La verdad, Ben…

—Soy un auténtico asno. —Se quitó la camisa y le brindó una sonrisa ladeada.

Kata no pudo evitar sonreír. Incluso borracho era sencillo y gracioso. Y fiable. Era imposible odiarle aun cuando estaba tan hecho polvo como esa noche.

—Lo eres. Será mejor que no me arruines el cumpleaños.

—¡Eh! ¿No te he traído a alguien? —Hizo un gesto vago en dirección a Hunter mientras se bajaba los vaqueros hasta los tobillos—. Él ya tiene experiencia en esto. Las chicas que trabajaban cerca de la base donde hicimos el servicio, disfrutaban muchísimo con él. Te he traído al mejor. ¡Feliz cumpleaños!

«¿Hunter ya había participado antes en un trío?». Le buscó con la mirada. Por lo poco que pudo ver de su expresión, ésta no confirmaba ni negaba lo que había dicho Ben… Pero ella no pensó ni por un instante que él hubiera sido un santo.

Lo más seguro es que sí hubiera participado en alguno.

Comprobar que tenía experiencia debería de haber hecho que ella se sintiera mejor. Él sabría qué hacer, evitaría cualquier torpeza y maximizaría el placer. Pero en vez de sentir alivio, notó irritación. Pero, claro, ella no era especial para él, apenas le conocía.

Pero lógico o no, quería ser especial. O tal vez sólo quisiera que aquel acontecimiento fuera especial. Sí, lo más probable es que se tratara de eso.

—¿Quieres hablar sobre esto? —preguntó Hunter, aproximándose a ella. Le apoyó la mano en la cadera y Kata notó un escalofrío por la espalda.

—No. Lo que quiero es disfrutar de un trío, así que todo sigue igual. —Ella encogió los hombros—. Venga, pongámonos a ello.

—¡Ésa es mi chica! —La luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas fue suficiente para ver que Ben apartaba el cubrecama y se quitaba los calzoncillos. Se acercó a la cama dando tumbos y se dejó caer encima del colchón. En rápida sucesión, se puso a acariciarse el pene—. Estoy esperando… ¿por qué no te desnudas para nosotros?

«¿Que se desnudara para ellos?». Incluso aunque la habitación estuviese a oscuras, no se sentiría cómoda haciéndolo. Ben lo sabía. ¿Por qué entonces decía aquello? Porque el señor Budweiser hablaba por él.

Kata abrió la boca para responderle pero antes de que lo hiciera, Hunter se pegó a su espalda y se inclinó hacia ella.

—¿Quieres que te ayude? —le susurró al oído.

Imposible dejar pasar la ocasión. La anticipación hizo que le diera un vuelco el estómago.

—Sí, por favor.

Santo Dios, sonaba tan jadeante y ansiosa como se sentía.

—Será un placer —murmuró él contra su cuello.

La voz vibró en su interior y se estremeció con cada sílaba. Dios, aquel hombre era increíble. Sabía qué decir, qué hacer, cómo actuar para que ella deseara ardientemente su siguiente movimiento. Kata no estaba segura de que le gustara sentirse tan desequilibrada cuando estaba con él. Sexualmente sí, mucho más de lo que le gustaría admitir, pero independiente hasta la médula como era, se negaba a hacer cualquier cosa que la dejara en inferioridad de condiciones.

Kata sonrió y llevó el brazo a la espalda, le cogió la mano y con la otra se subió un poco el suéter rojo. Entonces guió sus dedos hacia su pecho. Incluso a través del sujetador de seda, notó una sensación eléctrica. Sus dedos la abrasaron. Contuvo el aliento y se derritió contra él.

Hunter le acarició el seno, comprobó su peso y le rozó el pezón por encima del encaje. Ella apoyó la cabeza en su hombro mientras se le escapaba un gemido.

—Por lo poco que puedo ver, está muy cachonda. Quítale la ropa, tío —gritó Ben.

—Tranquilo. No tenemos prisa. —Hunter apaciguó la agresiva petición de Ben. Luego volvió a centrarse en ella.

La besó en el hombro y le pasó la otra mano por la cadera. Ella apenas tuvo tiempo de pensar lo mucho que le gustaba la caricia antes de que él deslizara la palma por su cintura y su espalda para sacarle el suéter por la cabeza y lanzárselo a Ben.

Un instante después, su amigo emitió una exclamación de borracho.

—¡Guau! Venga, vamos. Desnúdala. Me duele la polla.

Hunter no dijo ni una palabra. Siguió acariciándola. Primero en los hombros, luego bajó y le quitó el sujetador. Los senos, grandes e hinchados, fueron liberados. Kata notó los pezones tirantes y sensibles. En ese momento, Hunter los abarcó con las manos y los alzó desde atrás, lanzando escalofríos de placer a cada rincón de su cuerpo. El dolor que sentía entre las piernas era un sordo latido desde que habían bailado juntos, pero ahora se estaba convirtiendo en una exigente punzada de deseo que se incrementó cuando Hunter le pellizcó la punta de los pechos.

—Me gustaría verte desnuda. Jadeante. Mojada. Ansiosa. Sólo de pensarlo me excito más de lo que puedas imaginar. ¿Me dejas encender la lámpara para verte?

¿Era una pregunta? No lo parecía. La orden era sutil, pero no dejaba de ser una orden. Por lo general, si escuchaba algún tipo de orden, se plantaba. Pero oír el hambre en la voz de Hunter la excitaba más que cualquier otra cosa.

—Quizá… Si tú también admites que te duele la polla sólo de verme.

—Oh, no te haces una idea. —Le sintió sonreír contra su cuello mientras volvía a pasarle los pulgares sobre los pezones—. Pero no te preocupes, te lo demostraré.

Hunter le cogió la muñeca y la llevó a su espalda, poniéndola sobre su erección. Lo que ella llevaba toda la noche sospechando se vio confirmado al instante. Tenía un miembro de considerable tamaño y estaba muy duro… Sobrepasaba todas sus expectativas. Albergar cada centímetro sería difícil, pero Kata tenía tantas ganas de tenerlo dentro, que estaba incluso dispuesta a implorar.

Notó una opresión en el vientre. Él era bueno. Realmente bueno. ¿Había deseado tanto algo alguna vez? Y eso que Hunter sólo la había besado y acariciado un poco.

Kata gimió.

—Hunter…

—Voy a quitarte la falda —murmuró contra su piel.

Ella casi protestó cuando él le apartó la mano de su miembro, pero entonces comenzó a bajarle la cremallera. El leve sonido del cierre inundó la estancia, acompañado de su jadeo.

—¡Sí! —gritó Ben—. Tiene unas piernas de infarto. Quiero que me envuelva la cabeza con los muslos.

—Paciencia —le regañó Hunter con dureza—. Ni siquiera está desnuda.

—¿Necesitas ayuda para desnudarla? —Ben se incorporó en la cama.

—No, quédate donde estás.

La orden fue taxativa. Aunque no iba dirigida a ella, Kata prestó atención… y provocó en ella una emoción que no entendió.

Hunter le palmeó ligeramente cada pierna y la instó a deshacerse de la falda, luego se la lanzó a Ben, que atrapó la pequeña prenda de piel… Un capricho absurdo por su cumpleaños.

—Oh, qué gusto frotarme la polla con ella.

—¡No se te ocurra mancharme la falda!

—Entonces daros prisa, nena.

—Dime, ¿de qué color son tus bragas? —murmuró Hunter al oído mientras le acariciaba la cadera—. Ya noto que son de encaje, ¿pero de un blanco inocente? ¿Quizá negras como la falda? ¿Rojas, porque eres atrevida y desobediente?

Hunter siguió deslizando los dedos, cada vez más cerca de la unión de sus piernas. A Kata se le debilitaron las rodillas.

«Santo Dios, por favor… que me toque ahí de una vez…».

No lo hizo.

—Estoy esperando… —Hunter pasó ligera y rápidamente los dedos por encima del monte de Venus. Ella notó su calor, pero la levedad de la caricia le mataba.

—También yo. —Kata arqueó las caderas, pero él se evadió, tentándola con aquella intimidad pero sin llegar a dársela.

—Respóndeme.

La orden provocó un escalofrío en ella como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Una sacudida. Un destello de deseo.

—Son rosas.

—Muy bien. —Como recompensa, Hunter deslizó los dedos por debajo del elástico de las braguitas y le rozó el clítoris.

A ella se le detuvo la respiración, literalmente, y su corazón comenzó a latir alocadamente mientras él trazaba un círculo en el vórtice de su sexo. Justo donde ella más lo necesitaba, pero con demasiada suavidad para lanzarla por el borde. Se le hinchó el clítoris. Ella jadeó cuando el dolor se propagó por su vientre.

—Por favor…

—Apenas puedo esperar a oírte implorar cuando ya no puedas soportar el deseo. —Le rozó de nuevo el clítoris—. Y lo harás. Había algo en el tono de Hunter que le dijo a Kata que él no estaba jugando a dominaría, sino que realmente quería controlarla esa noche. Se mordió los labios ante la certeza. Una alarma comenzó a sonar en su cabeza pero, al mismo tiempo, se derritió contra él. Contuvo el aliento ante aquella sensación tan ardiente como una lluvia caliente. Buscando un ancla en ese mar de deseo, llevó las manos atrás y se aferró a los muslos de Hunter, apretando la espalda contra su torso.

Aquello era una locura. No estaba dispuesta a ofrecerse, ni a ceder el control… Nunca. Kata sabía demasiado bien a dónde la conduciría que un hombre la dominara. Tenía que hacerle saber ahora sus límites. Explicarle que eran iguales o lo dejaba. Pero su roce sobre el duro e inflamado nudo de placer, su incursión entre los húmedos pliegues, era demasiado mágica; lo necesitaba tanto como seguir respirando.

—Estás mojada. Perfecto —ronroneó él.

—Hunter —jadeó ella—. ¡No me gusta…! ¡Oh…! Yo… yo… —Contuvo el aliento—. No me gusta que me dominen.

—Es cierto —pronunció Ben con la voz gangosa.

A Kata le latía el sexo. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo y lo único que podía proporcionárselo eran sus dedos. No podía alejarse de él.

Apretó los dientes ante el placer e intentó hablar en tono firme.

—Ningún hombre me domina. Punto.

—Dame tiempo —murmuró contra su oído, haciéndola estremecer otra vez—, y yo lo haré.

«¿Qué demonios…?».

Antes de que pudiera protestar, él la alzó en sus brazos. Kata se rebeló interiormente. ¿Iba a llevar en brazos hasta la cama a una chica de su tamaño? ¡Caramba, no! Hunter podría sentir el efecto de cada caloría de más, de cada onza de chocolate, de todos los días que había faltado al gimnasio…

—¡Déjame en el suelo!

En lugar de hacerle caso, la alzó más hasta que puso sus labios sobre los de ella.

—Confía en mí, Kata. No voy a lastimarte.

—Peso demasiado.

Hunter resopló.

—En absoluto, cielo.

Antes de que ella pudiera discutir, él le cubrió los labios en un beso duro. Kata le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él como si le fuera la vida en ello, esperando caer sobre la alfombra de un momento a otro. Pero él atravesó la estancia como si ella no pesara nada. Al poco rato, Kata notó el colchón y las sábanas algo tiesas del hotel contra la espalda.

—¿Mejor? —murmuró él.

—No. ¡No me has hecho caso!

—No has confiado en mí.

Ben gateó por la cama hasta ellos.

—¡Por fin!

Kata sintió la palma de una mano en el estómago y se sobresaltó. ¿Sería demasiado terrible admitir que casi no quería que Ben estuviera allí? Por lo menos no lo quería en su estado actual. Normalmente era un amante divertido, pero esa noche…

—Déjame saborear esas deliciosas tetas —le pidió a su amigo, llevando la mano a uno de los pechos de Kata y apoyándose en él para acercarse más. Ben le pasó la boca por el hombro, rozándola con los dientes suavemente—. Siempre sabes genial.

Ben le lamió un rastro hasta el pezón, y ella se acomodó en la cama, intentando relajarse. Estaba desnuda y él estaba allí… y ¿dónde estaba Hunter?

Justo en ese momento, sintió que el colchón se hundía a sus pies y que unas cálidas manos le cogían las bragas para deslizárselas por las piernas. Después, él curvó los dedos alrededor de los tobillos y le separó las piernas.

Como cada vez que Hunter se acercaba, notó una presión en el estómago y el corazón desbocado. No se resistió cuando se colocó de rodillas entre sus muslos y sopló sobre los resbaladizos pliegues.

Cuando le rozó el clítoris con el pulgar, contuvo la respiración y se aferró a las sábanas. Ben interpretó su reacción como una señal para succionarle el otro pezón y, antes de que ella pudiera digerir la sensación y el áspero roce de sus dientes, Hunter introdujo dos dedos en el anegado canal y presionó hasta el fondo. Casi al instante, él encontró un lugar mágico y sensible y comenzó a frotarlo. La excitación se incrementó cada vez más. Ella comenzó a empaparle los dedos; gritó, separó más las piernas y arqueó las caderas en una súplica silenciosa.

—¿Te gusta esto, Kata? —preguntó Ben, frotando la lengua contra su pezón.

Antes de que ella pudiera responder, Hunter volvió a friccionar de nuevo aquel lugar sin ningún tipo de compasión, y le rozó el clítoris con la lengua de una manera lenta y tierna, como si dispusiera de todo el día.

Kata no podía decir nada, sólo gemir cuando el placer la atravesó y la necesidad provocó un dolor desesperante.

—Supongo que eso es que sí. —La risa retumbó en la estancia mientras Ben dejaba un rastro mojado en su cuello y le daba otro toquecito con la lengua en el pezón.

Ella apenas lo notó. Estaba demasiado ocupada ahogándose en el placer que provocaban los labios de Hunter en aquel pequeño nudo de nervios y en el calor de su boca.

—Joder, ¿dónde están los condones? Maldición, me los he dejado en el baño —murmuró Ben, bajándose de la cama. Tropezó contra la pared y fue tanteando con las manos en dirección al cuarto de baño.

Kata se sintió culpable del profundo alivio que sintió al saber que Hunter y ella estarían solos durante unos momentos, y se dejó llevar por el interminable placer de sus caricias. Él jugó y exploró, arrancándole gemidos y suspiros, llevándola cada vez más alto… Pero sin dejar que alcanzara el orgasmo.

Segundos —¿o quizá fueron minutos?— más tarde, ella escuchó un suave resuello y se puso rígida. ¿Qué era ese ruido? La oscuridad lo envolvía todo. Kata frunció el ceño. ¿Había llegado a encender Ben la luz del cuarto de baño?

Kata tanteó la cama a su lado, pero estaba vacía. ¿Estaría él todavía en el cuarto de baño? ¿Qué era ese ruido? ¿Ronquidos? Escuchó de nuevo el sonido, seguido por una ruda exhalación. ¿Ben se había quedado dormido?

Hunter siguió lamiéndola sin cesar.

—¡Espera! Ben… Para… Ohhh… ¡Oh Dios, qué bueno! —Se aferró a las mantas—. ¡Sí!

En lugar de dejar que llegara al orgasmo que tenía al alcance de la mano, Hunter se retiró y siguió jugando con ella suavemente.

Ben roncó otra vez, y Kata intentó apartarse. Pero Hunter siguió firme en la misma postura, sujetándole los muslos separados con aquellas manos enormes, con los hombros entre sus piernas y la boca sobre su sexo, prometiéndole silenciosamente el éxtasis más absoluto.

Ella intentó apartarle.

—Alto. Te digo que…

—¿Está roncando Ben?

En ese preciso instante, su amigo roncó de nuevo. Esta vez más profundamente, durante más tiempo.

—Sí. Deberíamos despertarle y…

—No le necesitamos esta noche, Kata. ¿Quieres que te lo demuestre?