Prólogo

Viernes

Hunter se frotó las húmedas palmas de las manos en los vaqueros y respiró hondo ante la puerta del cuarto de baño donde Kata acababa de encerrarse. No le sirvió de nada; seguía teniendo los músculos tensos. Ojalá hubiera otra manera… Pero no la había y él lo sabía. No existía otra opción.

Se le aceleró el corazón mientras forzaba la puerta. El aire húmedo y fragante le envolvió. Todo olía a ella, a lirios frescos y vainilla; todo dulzura. Era demasiado excitante. Como siempre, se puso duro al instante.

Dios, ¡cómo amaba a esa mujer!

Al verle, Kata contuvo la respiración y estiró el brazo para coger la toalla. Él llegó antes, encantado de que ella sólo llevara puesto un tanga de encaje azul claro. Suave piel dorada y exuberantes pechos con enhiestos pezones rosados que le tentaban como nada en el mundo. Los empapados mechones oscuros le caían por la espalda, enmarcando la cara recién lavada. Apenas podía esperar para volver a estar dentro de ella, para abrazarla. El día anterior ella no había estado preparada y él no la había presionado, no había disfrutado de la íntima y sedosa intimidad de su sexo.

Pero esta noche, las espadas estaban en alto.

Al darse cuenta de que él no iba a darle la toalla y de que se interponía en el camino hacia su ropa, Kata le miró orgullosa, con la barbilla alzada.

—¿Qué quieres ahora? Ya te he dicho cómo me siento y lo que necesito. Si lo que pretendes es impedir que me vaya, no lo conseguirás.

Ah, esa terca vena de Kata que tanto le gustaba. En condiciones normales discutiría con ella hasta que ambos se cansaran, o hasta que decidiera seducirla y la hiciera gritar de placer. Pero esta situación estaba muy lejos de ser normal. Hasta el amanecer, lo más importante era protegerla. Era lo único indispensable. Hunter sólo conocía una manera de conseguirlo… Concederle lo que tanto deseaba.

Algo que le destrozaría el corazón.

No se hacía ilusiones, jamás volvería a ser el mismo. Iba a sentirse tan jodido, miserable y solo como se había sentido su padre durante los últimos quince años, igual que se sentía Logan ahora. Hunter siempre había jurado que haría lo que fuera cuando encontrara a una mujer que lo significara todo para él.

Y, maldita sea, en unas horas no le quedaría más remedio que dejarla marchar.

Cruzó los brazos sobre el pecho para contener el deseo de abrazarla, de perderse en su tentadora piel… y no detenerse jamás.

—Para empezar, si te vas a casa no sólo te expondrás tú misma al peligro, sino también a tu familia. Puede que tú no sepas quien es el gilipollas que te amenaza, pero él te conoce muy bien. ¿No crees que podría atentar también contra todos a los que amas?

Kata alzó la barbilla con terquedad, pero asintió con la cabeza, aunque no quisiera reconocerlo, sabía que él tenía razón. A pesar de ello, Hunter tenía que poner las cartas sobre la mesa y sabía de sobra que la suya era la mano perdedora.

—Quiero proponerte un trato, cielo. Hoy haré todo lo que sea necesario para neutralizar la amenaza que pesa sobre ti. Mañana serás libre en todos los aspectos. —Apretó los puños—. Incluso firmaré los putos papeles del divorcio.

En cuanto escupió esas palabras, quiso poder borrarlas. Para él, ella lo era todo… Lo había sido desde el momento en que la vio por primera vez. Deseó poder conseguir que lo entendiera pero, a menos que también le amara, que aceptara sus necesidades y las de ella, estaban condenados.

La sorpresa fue evidente en la expresión de Kata, junto con algo de… ¿pena, tal vez? ¿O quizá sólo estaba viendo reflejados sus propios deseos?

Ella suavizó el gesto.

—G-gracias por ser, finalmente, un poco razonable.

¿Razonable? Dentro de cinco segundos no pensaría así.

—Pero sólo lo haré si pasas esta noche conmigo.