19

—Nuestro trabajo ha terminado —dijo Marjorie—. Hemos logrado cumplir la misión para la que fuimos enviados. —Ella, Rigo y el padre Sandoval estaban sentados en una mesa del restaurante del alcalde Bee, bebiendo auténtico café terrestre. A su alrededor, las obras de reconstrucción estaban en pleno apogeo. Reconstrucción y entierro… Los transportes de camillas pasaban lentamente por el extremo de la calle, y Marjorie apartó la mirada. Estaba harta de pensar en la muerte.

—Eso es lo que nos has dicho —replicó el padre Sandoval, con el mismo tono de voz seco y altivo que había empezado a utilizar con ella en los últimos días—. Aún no he visto ninguna prueba de que estés en lo cierto.

—Creo que puedo explicárselo —dijo ella. En los últimos días apenas si habían hablado. El padre Sandoval no le había perdonado el que se marchara de esa forma pero, dado que su huida había tenido como resultado el descubrimiento de una cura para la plaga, había preferido guardar silencio al respecto. Tampoco había perdonado al padre James. Él y Rigo habían hablado mucho sobre aquel par de pecadores recalcitrantes: el sobrino de Rigo, la esposa de Rigo… Sus emociones luchaban contra su sentido del deber y de lo decoroso, y Marjorie deseaba ayudarles—. Al menos puedo repetirles lo que Lees Bergrem me contó, lo que le está contando a todo el mundo…

El padre Sandoval depositó su taza de café encima de la mesa y la hizo girar sobre el mantel. Volvió a cogerla, revelando un pequeño círculo de humedad, y lo acarició con la yema de un dedo, ampliándolo hasta hacer que se rompiera.

—Quizá eso nos sena de utilidad —admitió.

Marjorie puso las manos sobre su regazo, tal y como solía hacerlo de niña cuando le pedían que recitase algo.

—Lees dice que todo cuanto hemos descubierto en nuestro universo ha demostrado compartir más o menos el mismo surtido de moléculas orientadas hacia la izquierda o la derecha. Dice que aún no conocemos la razón de que ciertas moléculas se orienten en un sentido mientras que otras lo hacen en sentido opuesto, pero esas moléculas están presentes por todas partes. Algunas de esas sustancias son esenciales para varias formas de vida, y una de esas sustancias es la alanina-I. Hemos encontrado alanina-I en todos los mundos que hemos visitado. Las células humanas y la mayoría de células no pueden vivir sin ella.

»Pero, en Hierba, la evolución creó un virus que, como parte de su proceso reproductivo, fabrica una enzima, una isomerasa, que convierte la alanina-I en alanina-D. La alanina-I es la forma habitual de la sustancia. La alanina-D es su imagen reflejada en el espejo, el isómero, y que sepamos es prácticamente inencontrable en el resto del universo. Estoy citando exactamente las palabras de Lees… Lo repitió unas cien veces, así que estoy segura de haber comprendido lo que me dijo. —Tomó un sorbo de café y observó a Rigo, que a su vez estaba observándola a ella. Rigo agitó la mano en un gesto algo vago, como pidiéndole que siguiera hablando—. Pasaron cientos de miles de años: el virus acabó esparciéndose por todo el planeta y entró en las células de todas las plantas. A medida que las plantas morían, la alanina-D fue quedando liberada por todo el medio ambiente, y con el tiempo la forma D acabó siendo tan común como la forma I. Eso es lo más importante, Rigo… En Hierba, tanto la alanina-D como la alanina-I están flotando por todas partes. No podemos respirar, beber este café o comer algo cultivado aquí sin ingerir un poco de las dos sustancias…, junto con el virus.

»Nos contagiamos nada más salir de la nave que nos trajo desde la Tierra. El virus está en el aire, en el polvo, en el agua… Lees dice que, a los pocos minutos de estar aquí, probablemente ya teníamos virus en casi todas las células de nuestro cuerpo. Pero el virus necesita la presencia de otro factor coadyuvante para reproducirse, una especie de activador… La alanina-D es el factor. La proteína viral se une a ese factor y convierte la forma izquierda en forma derecha con una gran rapidez. Pero el virus funciona en los dos sentidos: también puede unirse a la alanina-I y, cuando lo hace, la proteína viral convierte la forma derecha en forma izquierda.

»Unirse a la alanina-D en Hierba es un proceso que apenas si necesita tiempo porque aquí hay montones de alanina-D. Pero en un sitio como la Tierra, donde tan sólo hay algunas moléculas, ese proceso puede necesitar un tiempo muy, muy largo. Ésa es la razón de que la plaga necesitara tanto tiempo para empezar a producir sus efectos, y ésa es también la razón de que en Hierba no haya casos de plaga. Tan pronto como empezamos a respirar el aire de Hierba, todas nuestras células recibieron un suministro de alanina-D y alanina-I.

»En Hierba, el virus invierte la forma izquierda, que necesitamos para vivir, y la forma derecha, que nuestros cuerpos no pueden utilizar. Sin embargo, dado que hay grandes cantidades de las dos formas de alanina, la conversión se realiza simultáneamente en los dos sentidos, y todas nuestras células pueden hallar una cantidad de alanina-I que les permite seguir viviendo. En los otros planetas había muy poca alanina-D o ninguna. Cuando la forma izquierda se invirtió, sólo quedó alanina-D, y nuestras células no podían utilizarla. Cuando las células humanas morían, los virus que se hallaban en su estadio infeccioso escapaban a otras células vecinas, y el proceso se repetía. La gente empezaba a cubrirse de llagas que iban extendiéndose. Vendajes, el agua de lavar las llagas…, cualquier cosa que hubiera tocado el cuerpo servía como una fuente de infección, y las células muertas proporcionaban el factor gracias al que las células recién infectadas realizaban el proceso.

—Pero aquí no —dijo Rigo.

—No, aquí no. En Hierba hay mucha cantidad de las dos sustancias; nuestras células pueden sobrevivir. El ciclo vital del virus se ve interrumpido, y las células mueren de forma natural. La gente viene aquí, es infectada y se va, sin llegar a saberlo nunca…

—¿Y la plaga se difundía a través de los murciélagos? —preguntó el padre Sandoval.

—Lees dice que los murciélagos no usan la alanina, que es un aminoácido, y los murciélagos no necesitan los aminoácidos. Pero la sangre de otros animales lleva alanina. El murciélago no la necesita, por lo que los virus y los factores coexisten en la vejiga donde el murciélago almacena la sangre. Cuando los murciélagos mueren y se secan, sus entrañas están llenas de un polvo rico en material vírico, tan lleno de virus y del factor coadyuvante como un diente de león lo está de esporas. Los murciélagos muertos chupadores de sangre eran el mejor portador imaginable.

—Lo que todavía no nos has explicado es la cura —dijo el padre Sandoval, viendo en la expresión de Rigo algo que sirvió para reforzar la emoción que sentía, una mezcla de ira y frustración. Que la cura hubiese sido encontrada no podía ser motivo de ira; pero la forma en que había sido descubierta…, bueno, eso sí podía serlo.

—¿La cura? —Marjorie alzó los ojos, sorprendida—. Oh, sí, padre, claro… Creía que era evidente. Lo único que hace falta son grandes cantidades de alanina-D. Las dosis pequeñas no sirven de nada. Si alguien recibe pequeñas dosis de alanina-D, ésta se unirá a la enzima y el enfermo morirá. Pero, si recibe grandes cantidades, más de las que pueden consumirse en el proceso de unión, entonces habrá una cantidad igual de alanina-D y alanina-I para la conversión. Y, naturalmente, Semling descubrió que conseguir eso resultaba extremadamente sencillo. Se limitaron a utilizar el propio virus para que fabricase la alanina-D a partir de la alanina-I.

El padre Sandoval agitó la cabeza.

—La forma en que lo describes hace que parezca tan sencillo… Pero ¿cómo es que los arbai no lograron encontrar una cura para la plaga, pese a su gran sabiduría? —No creía en su sabiduría, por mucho que el padre James le hubiera hablado de ella. Además, pensaba que la iglesia tampoco creería en esa supuesta sabiduría suya. La doctrina, y él lo sabía muy bien, no tenía espacio para otros hijos de Dios.

—Quizá morían más deprisa que nosotros. Mi informante no lo sabe.

—¿Tu informante? —exclamó Rigo, y en su voz había una fea mezcla de ira y amenaza—. ¡Un zorren! ¿Qué ocurre, Marjorie, es que no te bastaba con los caballos?

Marjorie frunció el ceño y le lanzó una mirada de advertencia, conteniendo la oleada de ira que la invadió.

—Basta, Rigo. Si vas a ser embajador en Hierba, también eres embajador ante ellos. No son animales.

—No eres tú quien debe decidir eso —dijo el sacerdote, haciéndose eco de su ira con una sorda furia propia—. Eso es una cuestión que sólo la iglesia puede decidir, Marjorie. Quizá sean inteligentes, cierto, pero también es posible que su inteligencia no les convierta en algo más que animales, y tu relación con ellos puede ser un serio error. ¡Te lo advierto!

—¿Qué? —preguntó ella con incredulidad—. ¿Qué intenta decirme?

—Te advierto que corres peligro de ser excomulgada, Marjorie. No sigas entregándote a la ciega adulación de esas criaturas.

Marjorie miró fijamente al sacerdote, sin dejar que su cara traicionase nada de lo que sentía. El rostro del sacerdote se puso rojo y acabó palideciendo. La mano que reposaba sobre la mesa estaba muy tensa. Rigo tenía más o menos el mismo aspecto. Habían vuelto a hablar de ella. Marjorie estaba segura de que habrían estado discutiendo sobre cuál sería la mejor forma de controlarla. Su mente empezó a corretear ciegamente, siguiendo su pauta habitual de evasión y compromiso, pero acabó parándose en seco igual que si hubiera topado con una pared.

Había hecho una promesa.

Marjorie dejó escapar una carcajada.

—¿También se encarga de hablar por ti? —le preguntó a Rigo.

Rigo no dijo nada. La expresión de su rostro era una contestación más que suficiente. El rubor acabó convirtiéndose en la lividez de la rabia.

Marjorie se puso en pie y se inclinó sobre la mesa.

—Podéis iros al infierno —dijo con calma—. Los dos. —Se dio la vuelta y se marchó, dejándoles que la siguieran con los ojos mientras la ira iba rezumando por sus rostros hasta no dejar nada salvo la palidez del asombro.

Rigo la vio marcharse y contempló su espalda con la mente en blanco. Lo único que se le ocurrió fue preguntarse en quién estaría pensando ahora que Sylvan había muerto.

—Padre…

Alzaron los ojos para ver al padre James de pie ante la mesa.

El padre Sandoval le dirigió una breve y seca inclinación de cabeza.

—He venido a despedirme —dijo el más joven de los dos sacerdotes, con sólo un leve temblor en la voz.

—Recuerdas lo que te he dicho, ¿no? —le preguntó el padre Sandoval, apretando la mandíbula hasta que sus dientes casi rechinaron.

—Sí, padre. Lamento profundamente que no pueda comprender mi punto de vista. Aun así, pienso que comete un error, y mi conciencia no me permitiría…

—¡La obediencia sí que te lo permitiría!

—Mi conciencia me impide dejarme convencer por usted. —El padre James agitó la cabeza—. He venido aquí para saber en qué consiste la cura. El hermano murió, pero sabía que la encontraríamos. Dijo que los zorren nos ayudarían. ¿Sabía que Mainoa tenía casi cien años terrestres de edad? No, claro, ¿por qué iba a saberlo? Era un anciano maravilloso. Le habría gustado tanto estar aquí…

—¿Piensas volver al bosque, pese a todo lo que te he dicho?

—Sí, pienso volver allí. Creo que debo quedarme en Hierba, padre. Estoy de acuerdo con Marjorie, y pienso que quizá sea la obra más importante a la que podemos dedicarnos.

Las fosas nasales de Rigo se dilataron espasmódicamente.

—¿Y qué obra es ésa? ¿Más caridad? ¿Encontrar hogar para la gente que se ha quedado sin casa? ¿Más viudas y huérfanos?

El padre James negó con la cabeza, y sus ojos contemplaron a Rigo con una mezcla de simpatía y compasión.

—No, tío Rigo, no se trata de las viudas y los huérfanos. Los zorren son la única raza inteligente que hemos encontrado hasta el día de hoy. Ya le he mandado una petición a Shafne, a la Iglesia en el Exilio… Pese a lo que dice el padre Sandoval, confío que el Secretariado pensará que es importante establecer relaciones de amistad con los zorren. Creo que debemos crear un parentesco con ellos, que debemos hallar una forma de compartir nuestras esencias. Marjorie dice que incluso los seres minúsculos pueden hacerse amigos. —Se rió, con un encogimiento de hombros—. Pero, claro, ya lo sabes…

—No lo sé —replicó él, irritado—. Apenas si habla conmigo.

—Bueno, supongo que es natural —dijo el padre James con voz pensativa—. Tú siempre hablaste muy poco con ella, tío Rigo. Marjorie dice que ella había contraído la enfermedad de los arbai.

—¿La enfermedad de los arbai?

—Un caso terminal de conciencia —replicó él, con la frente fruncida—. Los escrúpulos del tipo que crean las condiciones gracias a las cuales la pobreza y la enfermedad acaban siendo inevitables, y que luego se felicitan a sí mismos por alimentar al pobre y cuidar del enfermo. Esto son palabras mías, no suyas, y quizá no la haya entendido bien…

Se despidió con un gesto de cabeza y se marchó, igual que había hecho Marjorie, dejándoles solos para que hablaran de amenazas y enfrentamientos, aun sabiendo que cuanto pudieran llegar a proponer sería tan inútil como lo que ya habían hecho. Ni Marjorie ni el padre James cambiarían de opinión en el poco tiempo que faltaba para la salida de la nave, aunque en ese momento los dos ya sabían que se habían metido en algo mucho más complicado de lo que habían supuesto.