Epílogo

Un ruido en el pasadizo alertó a Cery antes de que él viera la luz. Más tranquilo, se puso de pie y esperó mientras Anyi caminaba hacia él. Cuando estaba cerca, la vio sonreír y exhaló un suspiro de alivio.

Le gustaba verla tan contenta. Le sentaba bien tener una amiga. Pasarse el día encerrada en la guarida iba contra su naturaleza, y por más sesiones de entrenamiento a las que la sometían Gol y él, no conseguían apaciguar su carácter inquieto.

«El único peligro real que entrañan esas visitas a Lilia es la precaria estabilidad de los pasadizos de debajo del Gremio.» Ningún ladrón se había atrevido a ocuparlos. Se decía que los Slig, los niños de las barriadas que habían construido sus casas en algunos tramos del Camino de los Ladrones, reconocían y evitaban las zonas inseguras de forma instintiva. Anyi había llevado a Lilia a los túneles y ambas habían comenzado a realizar reparaciones. Cery esperaba que supieran lo que hacían.

—No tienes por qué esperarme —dijo Anyi, no por primera vez.

Cery se encogió de hombros.

—No me molesta.

—Llevo horas por ahí.

Él miró a Gol.

—Hemos estado entretenidos.

Ella suspiró y pasó por su lado.

—Y ahora, ¿adónde vamos?

—A casa —respondió Cery.

Avanzaron y se desviaron del Camino de los Ladrones en cuanto llegaron a un lugar seguro. Mientras, él pensaba en el mensaje de Sonea. No podía reprocharle que quisiera aprovechar la ocasión para reunirse con Lorkin. Él habría hecho lo mismo.

Pero no confiaba tanto en Kallen como en ella. «Y no solo porque no lo conozca tan bien como a Sonea, o porque él no proceda de las capas bajas de la sociedad de Imardin, ni siquiera porque le guste la craña. El tipo es demasiado...» Buscó la palabra adecuada y acabó conformándose con «rígido». Cery no dudaba que su promesa de no abandonar jamás la búsqueda de Skellin fuera sincera, pero esa promesa nacía de su devoción por la ley y por lo que era correcto, más que del deseo de proteger a los demás. No creía que Kallen fuera capaz de soslayar la ley o sus valores morales, y eso podía acabar por perjudicar a alguien. «Y los que tenemos más posibilidades de salir perjudicados somos Anyi, Gol y yo.»

Finalmente llegaron a la entrada de la guarida. Fuera hacía un frío que calaba los huesos. Aunque todos estaban ansiosos por pasar para entrar en calor, hicieron el esfuerzo de tomar todas las precauciones habituales y de accionar los dispositivos de seguridad con sus dedos entumecidos. Una vez dentro, Anyi se dedicó a encender el fuego mientras Gol comprobaba que nadie hubiera obstruido las vías de escape.

Cery se sentó. Sobre la mesa había una botella de vino y tres copas. Él suspiró. En aquel momento lo único que le apetecía era un vaso de bol caliente.

—¿Tenemos algo que celebrar? —preguntó, mirando a Anyi y a Gol.

Los dos se volvieron hacia él con expresión desconcertada.

Cery señaló la botella.

—¿Esto es idea vuestra?

Ambos sacudieron la cabeza.

Él se quedó mirando la botella. El corazón le dio un vuelco. Empezaron a zumbarle los oídos. Una etiqueta estaba atada con un cordel al cuello de la botella. En ella había garabateadas tres palabras.

«Para tu hija.»

Se puso de pie, tambaleándose.

—Fuera —jadeó—. Alguien ha estado aquí. Tenemos que largarnos.