26
Anillos y piedras

Lorkin despertó sobresaltado y descubrió que su pierna se había metido entre las dos esteras y estaba tocando la piedra helada de abajo. Se colocó de nuevo encima de las mantas y se quedó tendido boca arriba, contemplando el techo de la cueva. La luz se filtraba por la pared de hielo y lo bañaba todo en un resplandor frío y azulado. Si se fijaba bien, alcanzaba a ver el vapor que el calor del escudo de Tyvara formaba en el aire gélido del exterior.

«Tyvara...»

Se volvió hacia ella. Estaba medio tapada con la manta. Aunque el cobertor no era necesario, ya que el aire en el interior del escudo estaba caldeado con magia, él tenía que admitir que daba una sensación de protección que había agradecido cuando los vientos de la tormenta silbaban y ululaban fuera. No podía desterrar de su mente la convicción de que hacía frío y de que no era aconsejable dejar la piel descubierta.

Su cuerpo, por otro lado, aprobaba la desnudez de Tyvara. Deseaba extender la mano para tocarla, pero se aguantó las ganas. Cuanto antes despertara ella, antes tendrían que separarse. De modo que se quedó acostado, mirándola, con la esperanza de que la imagen quedara grabada con claridad en su memoria para siempre.

«Volveré —se dijo—. Si mi padre hubiera tenido un motivo comparable, estoy seguro de que habría vuelto también.»

Desde su conversación con la reina de los Traidores, no dejaba de preguntarse si había habido algo entre ella y su padre, pero había llegado a la conclusión de que era poco probable. Se habían conocido durante muy poco tiempo, y debía de haber una diferencia de edad considerable entre ellos. Tal vez habían entablado un vínculo a través del anillo de sangre, pero, aunque así hubiera sido, todo apuntaba a que la muerte de la hija de la reina lo había roto.

Reflexionó sobre el anillo de sangre. No servía para nada ahora que su creador había muerto. No obstante, la reina no se había deshecho de él. Tal vez simbolizaba el trato que había cerrado con Akkarin. ¿Cuál había sido su parte de ese trato? ¿Cuál era la promesa que ella no había cumplido pero esperaba cumplir al enviar a Lorkin de vuelta a casa?

«Tal vez la de establecer una alianza entre nuestros países. Para ello habría hecho falta que ella convenciera a su pueblo de que era una buena idea. No habría sido tarea fácil, pero entonces ella era más joven y tal vez no era consciente de lo complicado que resultaría.»

Los párpados de Tyvara se abrieron con un ligero temblor, y a Lorkin se le cayó el alma a los pies, pero cuando ella se volvió hacia él y le sonrió, él se animó de nuevo. La joven se tendió de cara a él y se besaron durante un rato. Cuando él empezaba a desear que esto llevara a algo más, ella se apartó y se puso de pie, dejando caer la manta. Dirigió la vista hacia la pared de hielo y sonrió.

—Hemos dormido más de la cuenta —dijo, vistiéndose—. Debería haberme marchado hacia Refugio en cuanto pasó la ventisca. En esta época del año nunca se sabe cuándo se desatará la siguiente.

Lorkin sintió una punzada de preocupación por ella que no logró mitigar diciéndose que era una maga poderosa y perfectamente capaz de sobrevivir a las ventiscas. Se levantó y comenzó a ponerse la ropa.

—¿Viajas a menudo en esta época?

Ella sacudió la cabeza.

—No si puedo evitarlo.

Él la miró con severidad.

—Me encantaría poder estar un rato más contigo, pero si eso implica que tal vez no llegues a casa sana y salva, me temo que tendré que insistir en que te vayas ahora mismo.

Ella se rió, pero su sonrisa se desvaneció enseguida. Se acercó y lo besó con firmeza.

—Cuídate tú también. No has dejado atrás las montañas aún.

—Descuida —dijo él—. En Kyralia también hay nieve y zonas montañosas, ¿sabes?

Ella enarcó las cejas.

—En las que solo has estado de paso, cuando viajabas hacia Sachaka, en una época del año en que no había nieve.

—Maldición. Nunca debí contarte eso.

Ella meneó la cabeza, se separó de él y se dirigió hacia los trineos.

—¿Quieres que repasemos las indicaciones sobre cómo volver a Arvice? —preguntó ella, guardando las esteras y los instrumentos que habían utilizado para la cena.

—Bajar en el trineo hasta la cabaña del cazador, en el valle. Dejarlo allí e ir a pie hasta el camino. Allí, unos esclavos estarán esperándome para llevarme a la finca local y proporcionarme un medio de transporte.

—Exacto. Si por algún motivo no te encuentras con ellos, se trata de la finca con cuatro árboles grandes situados a cada lado del camino de entrada. En principio no te toparás con ningún ashaki. No suelen viajar en esta época del año. Si tropiezas con uno, dile quién eres y pídele que te lleve de vuelta a la Casa del Gremio. Estará obligado a ayudarte por motivos políticos.

Aunque su tono destilaba seguridad, sus ojos delataban su preocupación. «¿Qué es lo peor que podría pasar? —se preguntó Lorkin—. Los ashakis podrían dejar a un lado sus obligaciones políticas, con el pretexto de que ahora soy un Traidor y por tanto no estoy protegido por las leyes diplomáticas, y tratar de matarme. Pero seguramente antes intentarían leerme la mente.» Se frotó la base del pulgar, donde tenía oculta la piedra de bloqueo mental, debajo del músculo. Todavía le picaba un poco, pese a que la herida había sanado. Tyvara le había recomendado que se la colocara allí, pues las piedras recién implantadas tendían a producir picor, y no era infrecuente que un esclavo se frotara las manos doloridas.

Él no había tenido demasiado tiempo para aprender cómo transmitir pensamientos falsos a quien intentara leerle la mente. «Incluso con la energía que he absorbido de Tyvara, dudo que pueda contener el ataque de un ashaki durante mucho tiempo. Si luego el ashaki nota que su intento de leerme la mente no da resultado, tal vez me torture para sacarme información. No sé si sería capaz de aguantar eso, o por cuánto tiempo. Será mejor que llegue a la Casa del Gremio y me acoja a la protección del embajador Dannyl sin que me descubran.»

—Haré lo posible por pasar inadvertido —le aseguró—. Y esta vez la mitad de los Traidores no estarán intentando encontrarnos y entregarnos.

Ella asintió.

—Aun así, no te fíes demasiado de nadie. Aunque la facción de Kalia se haya debilitado, sigue habiendo Traidores que te odian por lo que hizo tu padre. No harán nada que ponga Refugio en peligro, pero pueden complicarte la vida.

Él se encogió de hombros.

—He dormido en un agujero en el suelo. Podré soportar un poco de incomodidad. —Arrugó el entrecejo—. He estado pensando... ¿Es conveniente que Kalia sea la única que sepa sanar con magia?

Tyvara alzó las cejas.

—Estoy segura de que la reina preferiría que Kalia no fuera la única, pero no tenemos alternativa.

—Bueno..., tendríais alternativa... si yo te enseñara la sanación mágica antes de que te marcharas.

Ella lo miró sorprendida por un momento, pero luego sonrió y sacudió la cabeza.

—No, Lorkin. No tenemos tiempo para eso.

—Podríamos quedarnos una noche más.

La sonrisa de Tyvara se ensanchó.

—La idea es muy tentadora, pero debo irme de todos modos. Hay otras razones por las que tengo que volver cuanto antes. El hecho de que Kalia tenga una pequeña ventaja sobre nosotros es lo único que mantiene contenta a su facción.

—Nadie tiene por qué enterarse.

Ella rió entre dientes.

—Zarala me advirtió que tal vez me harías esta propuesta.

—¿En serio? —Curiosamente, esto lo ofendió. ¿Tan previsible era?

—Sí. Me dijo que debía rechazarla. —Recogió las cuerdas para remolcar los trineos y le tendió una a Lorkin—. Vamos.

Cruzaron la entrada de la cueva y salieron a un paisaje recubierto de una nieve fresca y virgen. La intensa luz de la mañana lo inundaba todo de un blanco deslumbrante. Las paredes del valle eran abruptas y estaban muy próximas entre sí, pero hacia el este se separaban. Él alcanzaba a divisar el camino por el que habían descendido, y otro más estrecho que discurría por el fondo del valle, junto a un río congelado.

Se volvieron el uno hacia el otro. Se miraron. Ninguno de los dos habló.

Un estruendo lejano atrajo la atención de ambos hacia el cielo. Las montañas que los rodeaban les impedían ver si se avecinaba un temporal. Tyvara masculló una maldición.

—Yo saldré primero, para no tirarte nieve encima —dijo—. Intenta llegar a la cabaña del cazador antes de la próxima ventisca.

Él asintió. Ella se marchó con grandes zancadas, quitando la nieve del camino con magia. Lorkin la observó mientras se alejaba, con la sensación de que cada paso que daba tensaba un lazo invisible entre ellos. Ella no miró hacia atrás, y Lorkin no estaba seguro de si esto constituía una decepción o un alivio para él.

Cuando Tyvara llegó por fin a lo alto de la pared, se detuvo. Bajó la vista, alzó el brazo y lo agitó. Era un gesto de impaciencia más que de despedida. Lorkin se imaginó su voz y su expresión. «¿A qué esperas? ¡Muévete!» Con una risita, él comenzó a bajar por el valle, apartando la nieve del camino por medio de la magia, como ella. Cuando llegó al fondo, levantó la mirada.

Ella ya no estaba. Se sintió extrañamente vacío.

Entonces volvió los ojos hacia la pared de hielo que delimitaba por un lado la cueva en la que habían pasado el día y la noche anteriores y se le escapó un grito ahogado. Era una cortina de agua congelada.

«Una cascada —pensó—. Es preciosa.»

Deseó que Tyvara estuviera con él para verla. Por otra parte, seguramente ya había recorrido aquel camino y la había visto antes. «Aun así, hubiera sido bonito compartir este espectáculo con ella.»

Suspiró. No tenía sentido desear que las cosas fueran de otra manera, y debía dejar a un lado sus ideas románticas y concentrarse en regresar a Kyralia. Le esperaban momentos duros y peligrosos, así como reuniones y negociaciones importantes si todo salía bien.

Dio media vuelta y arrastró su trineo hacia casa.

El camino de bajada hacia el cañón parecía considerablemente más peligroso que el de subida. Resultaba mucho más difícil ignorar la caída vertiginosa que había a un lado, y en vez de volverse hacia la pared cuando doblaban una curva pronunciada, los viajeros se veían obligados a mirar hacia el valle.

Achati estaba aún más callado y hermético que antes. Tayend guardaba un silencio impropio de él. Nadie quería volverse sobre su silla para mirar a los demás por miedo a que el movimiento hiciera que los caballos perdieran el equilibrio y se acercaran demasiado al borde.

Así pues, Dannyl dispuso de muchas horas para meditar sobre lo que había aprendido de los dúneos.

Era muy tarde cuando se había reunido con Achati y Tayend la noche anterior, después de pasar muchas horas escuchando y poniendo por escrito las leyendas e historias de los Guardianes. Después de contarles lo que había averiguado acerca de las piedras de almacenaje, había compartido con ellos su alivio por el hecho de que fueran tan difíciles y peligrosas de fabricar, y de que las piedras capaces de acumular tanta energía fueran tan poco comunes.

No había mencionado que los Traidores poseían piedras que bloqueaban la lectura mental y presentaban a quien intentaba leer la mente los pensamientos que esperaba percibir. Aunque ocultar esta información a Achati le provocó una punzada de culpabilidad, sabía que se sentiría mucho peor si la difundía y ocasionaba la matanza de miles de esclavos y rebeldes. Pese a que Dannyl guardaba rencor a los Traidores por llevarse a Lorkin, no habían matado al joven y desde luego no merecían que les dieran caza y los asesinaran por ello.

Además, había muchos motivos estratégicos para proteger los secretos de la elaboración de piedras mágicas. Si los ashakis se los arrancaran a los Traidores, los antiguos enemigos de Kyralia serían aún más fuertes y estarían menos dispuestos a cambiar sus costumbres para unirse a las Tierras Aliadas. Los dúneos le habían confiado la información con la esperanza de entablar vínculos de amistad con dichas tierras. Tal vez deseaban intercambiar los conocimientos sobre la elaboración de piedras por otra cosa.

«¿Qué podríamos ofrecerles a cambio? —se preguntó—. ¿Protección? Mientras los ashakis se interpongan entre Dunea y Kyralia, y la mayoría de los magos del Gremio tenga prohibido utilizar la magia negra, ¿cómo podrán las Tierras Aliadas ayudar a los dúneos?»

No podían. Hasta donde sabía, Kyralia no contaba con cuevas repletas de piedras, por lo que el secreto de la elaboración de piedras no le serviría para nada al Gremio. «Por otro lado, quizá haya cuevas en Elyne, o en alguna otra de las Tierras Aliadas. La Cámara del Castigo Último podría ser una.» Sin embargo, lo dudaba. Parecía demasiado simétrica para ser natural. Sospechaba que alguien la había construido o excavado en la roca y más tarde había adherido los cristales a las paredes.

Los dúneos sabían que no podían obtener una protección eficaz de las Tierras Aliadas. Querían comerciar. Proporcionarían piedras mágicas al Gremio... cuando sus cuevas se recuperaran de los estragos causados por los Traidores. Sería responsabilidad del Gremio encontrar algo que los dúneos quisieran a cambio.

La Guardiana le había dicho que los Traidores siempre habían hecho lo posible por destruir o robar las piedras mágicas que los ashakis hubieran arrebatado a las tribus, y le había advertido que los Traidores intentarían obstaculizar el comercio con Kyralia. Por lo general los dúneos no permitían que su gente sacara piedras mágicas de sus escondites secretos. Habría que encontrar la manera de transportarlas sin despertar las sospechas de los Traidores o los sachakanos.

Que tanto dúneos como Traidores tomaran tantas precauciones explicaba por qué los ashakis habían olvidado prácticamente la existencia de dichos objetos. «No me sorprendería que algunos de ellos tuvieran un alijo oculto en sus fincas. Tal vez el secreto de su uso se transmita de generación en generación, o tal vez hayan olvidado que poseen algo más que joyas bonitas.»

Al fin y al cabo, si el Gremio podía olvidar que en otra época había empleado la magia negra, era posible que los ashakis hubieran olvidado que en el pasado robaban gemas mágicas a los dúneos.

Dannyl esperaba que así fuera, pues de lo contrario trasladar piedras de Dunea a Kyralia sin que los ashakis se enteraran resultaría aún más difícil. Bastaría con que descubrieran un solo envío para colocarlo en una situación peligrosa e incómoda desde el punto de vista diplomático. La ira de Achati sería la menor de sus preocupaciones.

Aún no había tenido ocasión de ponerse en contacto con el administrador Osen. Había estado tentado de intentarlo cuando estaba en la tienda de campaña, pero le preocupaba que Achati pensara que tenía demasiada prisa por dar parte a sus superiores, habida cuenta de que lo que había averiguado era, en esencia, que las piedras de almacenaje no constituían una amenaza, y el resto de la información solo revestía interés para su investigación.

«¿Y por qué no ahora? —se preguntó. Tenía que reconocer que no le gustaba la idea de desviar su atención hacia otra cosa habiendo un precipicio mortal a pocos pasos de distancia. El guía les había asegurado que los caballos no necesitaban que los condujeran. Conocían el camino y estaban tan ansiosos por no despeñarse como sus jinetes—. Solo tendré que confiar en que el mío no me derribe de la silla por diversión al notar que estoy distraído.» Aunque las monturas habían mostrado hasta entonces un temperamento constante y manso, él se había encontrado en su vida con bastantes bestias rebeldes para sospechar que la especie, en conjunto, tenía un sentido del humor travieso y era propensa a jugar malas pasadas al jinete en el momento en que este se descuidara.

Dejando a un lado su aprensión, llevó la mano al interior de su túnica para sacar el anillo de Osen, se lo puso en el dedo y cerró los ojos.

¿Osen?

¡Dannyl!

¿Puedes hablar en este momento? Tengo información que darte.

Estamos esperando a que empiece una Vista, pero hasta entonces dispongo de un poco de tiempo. Sin embargo, es posible que tenga que interrumpir la conversación bruscamente.

Seré lo más conciso posible. Dannyl describió su reunión con los dúneos y la Guardiana, así como su propuesta.

Qué interesante. El entusiasmo de Osen era levemente perceptible, como el sonido de una vibración lejana. Una piedra que bloquea la lectura mental y proyecta pensamientos falsos.

Esta reacción hizo gracia a Dannyl pero también le causó cierta frustración. Había esperado que Osen se mostrara más interesado en la propuesta de comerciar con Dunea.

Como ya te he dicho, si los ashakis y el rey de Sachaka llegaran a enterarse de esto...

La Vista va a empezar. Lo siento, Dannyl, tengo que dejarte. Por favor, quítate el anillo.

Dannyl abrió los ojos, se desprendió del anillo y se lo guardó. Una duda lo corroía. ¿Había comprendido Osen la importancia de lo que Dannyl le había dicho? ¿Había visto las posibles ventajas de comerciar con los dúneos? Y, lo que era más importante, ¿era consciente de los peligros que entrañaba, sobre todo si los ashakis descubrían la existencia de las piedras de bloqueo mental?

«Tendré que confiar en que sí es consciente... o lo será cuando tenga la oportunidad de pensar en ello. —Dannyl ahuyentó la duda de su mente—. Desearía conversar sobre esto con alguien, pero ni siquiera puedo confiar en Tayend, ahora que es embajador de Elyne.»

La única persona de Sachaka con quien habría podido hablar de las piedras era Lorkin, que estaba en algún lugar remoto de las montañas, prisionero voluntario de los Traidores.

En el Salón Gremial resonaban las voces de sus ocupantes, que aguardaban a que comenzara la Vista. De pie en un lado del Frente, Sonea alzó la vista hacia los magos superiores y leyó en sus rostros la misma mezcla de preocupación e impaciencia que crecían en su interior.

«¿Dónde está Osen? ¿Por qué no han llegado aún Kallen y Naki?»

Junto a ella, Lilia parecía ajena a la tensión cada vez mayor que se palpaba en el ambiente. Tenía la mirada fija en otra parte, y una expresión triste y resignada.

«Ha madurado mucho en los últimos meses», reflexionó Sonea. La joven confusa y aturdida cuya mente había leído después del asesinato de lord Leiden era ingenua y corta de miras, como sin duda no podía ser de otra manera una persona que experimentaba con la magia negra sin pensar en las consecuencias.

«Por otro lado, hay que tener en cuenta que estaba aturullada por la craña y perdidamente enamorada. Una sola de estas circunstancias bastaría para empujar a la mayoría de los aprendices a hacer cosas de las que se arrepentirían después.»

Sin embargo, Lilia se había vuelto más sensata. Había aprendido a intentar prever los efectos de sus actos antes de realizarlos. Además, era menos confiada. Cuando había accedido a escapar con Lorandra, había tomado la decisión con la conciencia plena de que tal vez la mujer no fuera de fiar. Aunque había sido una mala decisión, ella había llegado a la conclusión de que era lo mejor que podía hacer para intentar salvar a su amiga.

«Lo que me impresiona es que estuviera dispuesta a sacrificar su propio futuro, y tal vez su propia vida, con tal de encontrar a Naki. Solo desearía que hubiera confiado en mí antes que en Lorandra. Por otra parte, tal vez sea culpa mía por no convencerla de que estaba haciendo lo posible por encontrar a Naki.»

Tenía que reconocer que no había sido mucho. Había dejado ese problema en manos de Kallen. No volvería a cometer ese error.

«Incluso Cery me ocultó que tenía a Lilia consigo. Quizá pretendía protegernos a las dos. Mientras no me enterara, no me sentiría obligada a encargarme de ello. Lo que me preocupa es que enviara a Lilia a rescatar a Naki. ¿No le pasó por la cabeza la posibilidad de que Naki no quisiera ser rescatada? Si no llego a estar yo allí, Naki la habría matado.»

No podía evitar preguntarse si Cery había albergado la esperanza de que Lilia pusiera sus poderes a su servicio. ¿Se habría prestado ella a eso?

En cuanto a Naki, el único delito que había confesado era el de haber aprendido y utilizado la magia negra. Lo había hecho movida por el mismo impulso irreflexivo que había llevado a Lilia a aprenderla. Su historia de que un ladrón la había chantajeado con el fin de obligarla a trabajar para él no era muy creíble. Sonea, Dorrien y Nikea la habían oído comentarle a Lilia que estaba «aprendiendo cómo funciona el negocio». Tal vez Naki había renunciado a huir de los bajos fondos y había concluido que solo tenía futuro en ellos, hasta tal punto que estaba dispuesta a obedecer la orden de matar a Lilia.

«Es evidente que el ladrón no la amenazó con matar a Lilia si ella no trabajaba para él. Entonces, ¿cuál fue su amenaza? Kallen no lo ha mencionado.»

Después de que Naki y Lilia se marcharan de la reunión de magos superiores en el despacho de Osen, Kallen les había explicado que Naki culpaba al Gremio de la situación en que se hallaba, pues al obligarla a vivir fuera del Gremio la habían dejado expuesta al chantaje y a merced de los delincuentes.

Sonea se temía que este argumento suscitaría la comprensión de muchos. Aunque, al igual que Lilia, Naki había aprendido magia negra a través de la experimentación imprudente, ella se había visto forzada a trabajar para un ladrón. La situación de Lilia era un poco más precaria. Se había fugado de manera deliberada y, al hacerlo, había liberado a Lorandra. Habría podido alegar que Lorandra la había persuadido para que escapara —era verdad en parte—, pero eso habría contrarrestado la impresión positiva que daba la devoción con que había buscado a su amiga. Aun así, el hecho de que la única motivación de Lilia hubiera sido encontrar a Naki, y que lo hubiera conseguido, le valdría un apoyo considerable.

Ambas jóvenes sabían magia negra. Si el Gremio decidía castigarlas por ello, lo menos que podían esperar era una pena de prisión. El problema era que el bloqueo de sus poderes había fallado. Sonea sabía que algunos magos la acusaban de haberlo hecho mal. «Es lo que desearían, y por tanto es lo que creen», pensó. Sin duda le encomendarían la tarea a Kallen la siguiente vez. Ella dudaba que lograra realizarla con éxito.

¿Qué ocurriría cuando el bloqueo de Kallen fallara? Si eso demostraba que los poderes de un mago negro eran imposibles de bloquear, ¿qué les sucedería a las chicas? Podrían mantenerlas encerradas, pero sus celadores tendrían que ser magos, y...

La puerta lateral del otro lado del salón se abrió. Un aprendiz recorrió el recinto con una mirada nerviosa, pero cuando divisó a Sonea, se puso derecho. La señaló a ella, luego a Lilia, y les hizo señas de que se acercaran.

A Sonea el corazón le dio un brinco. «¿Habrá tenido problemas Kallen con Naki?»

Miró a Lilia, que claramente había visto al aprendiz y parecía preocupada.

—Ven conmigo —dijo Sonea.

El rumor de voces se atenuó mientras las dos cruzaban la sala. El aprendiz, un joven alto y desgarbado, hizo una reverencia y se inclinó hacia Sonea para susurrarle al oído.

—El administrador quiere que usted lleve a Lilia a su despacho, Maga Negra Sonea.

Sonea asintió. Se acercó a la puerta, seguida por Lilia, y salió al Gran Salón.

El silencio que reinaba allí contrastaba radicalmente con el barullo del Salón Gremial. Sonea indicó a Lilia con un gesto que se mantuviera junto a ella, y echó a andar con paso decidido hacia la parte frontal de la universidad. Cuando llegaron al vestíbulo, dobló por el pasadizo abovedado de la derecha y se detuvo frente a la puerta de Osen, que al instante se abrió hacia dentro.

Comprobó aliviada que Kallen y Naki se encontraban allí de pie, en actitud sosegada. Kallen la miró a los ojos, pero parecía tan intrigado e intranquilo como ella. Naki parecía aburrida.

—Maga Negra Sonea —dijo Osen—, acabo de enterarme de algo muy interesante y me ha asaltado una duda que me gustaría aclarar antes de dar comienzo a la Vista. —Se volvió hacia Kallen—. Por favor, quítele el anillo a Naki.

De inmediato, Naki abrió mucho los ojos. Se llevó la mano al pecho, tapándose una con la otra, y miró alternativamente a Osen y Kallen.

—¡No! Es el anillo de mi padre, el único recuerdo que me queda de él.

Osen arqueó las cejas.

—Querrás decir aparte de una mansión entera y todo cuanto contiene, además de cierto libro con instrucciones para practicar la magia negra.

Kallen aferró a Naki por el brazo. Aunque ella se resistió, él consiguió separarle la mano que escondía de la otra. Algo reflejó y refractó la luz. Sonea oyó que Lilia inspiraba bruscamente. Se volvió hacia ella.

—¿Qué ocurre?

—Es el anillo que estaba en la vitrina junto con el libro. —Posó la vista en Sonea—. Dijo que había pertenecido a su abuela y que era mágico.

Kallen arrancó el anillo del dedo de Naki y se lo entregó a Osen. El administrador lo examinó con detenimiento. Se lo puso en el dedo, y una expresión de concentración asomó a su rostro; luego se encogió de hombros y se lo quitó.

—No percibo que tenga nada de mágico.

—Claro que no —dijo Naki, dedicándole una sonrisa forzada—. Era una vieja loca a la que le gustaba inventar cuentos para los niños.

Osen la midió con una mirada severa, y la sonrisa se borró de sus labios. Él alzó la vista hacia Kallen.

—Léale la mente.

Tanto Kallen como Naki se quedaron inmóviles. Kallen parecía sorprendido; Naki palideció lentamente. Ella fue la primera en recobrarse de la impresión.

—No —dijo con rabia, forcejeando con la mano que aún le sujetaba el brazo—. ¿Cuántas veces tendré que soportar que invadan mi mente?

Los dos hombres intercambiaron una mirada. Osen endureció la expresión y asintió para indicar a Kallen que procediera. Este atrajo a Naki hacia sí.

—¡Un momento! —exclamó ella, con pánico en la voz—. ¿No es suficiente castigo que me haya secuestrado un ladrón y me haya forzado a trabajar para él? ¿No es suficiente castigo que... mi padre fuera asesinado... —señaló a Lilia con la mano que tenía libre— por ella? Deberían registrarle la mente de nuevo. Deberían...

—Si no hay nada nuevo que descubrir en tu mente, deja que Kallen te la lea —ordenó Osen.

—¡No! —gritó Naki. Se encogió, apartándose de Kallen—. ¡Estoy de duelo! No quiero que usted lo vea. ¡Déjeme en paz! —Se tapó la cara con la mano libre y rompió a sollozar.

Kallen frunció el ceño. Para sorpresa de Sonea, levantó la vista hacia ella con semblante inquisitivo. Ella le sostuvo la mirada y vio la renuencia en sus ojos. Se volvió hacia Osen y se estremeció levemente al no apreciar en él el menor signo de compasión. El administrador extendió el brazo, asió la mano libre de Naki y se la apartó de la cara.

No había lágrimas. Naki miró a uno y luego al otro con los ojos desorbitados de miedo.

—Hágalo, Kallen —dijo Sonea en voz baja.

Naki luchó contra él valiéndose de la magia, pero el forcejeo duró poco. Cuando él le sujetó la cabeza, Sonea se volvió hacia Lilia, preocupada porque la chica se asustara, pero esta observaba lo que ocurría con una serenidad vehemente.

Tras un largo silencio, Kallen soltó a Naki con un bufido de repugnancia. Miró a Osen.

—Sus sospechas eran fundadas. El anillo oculta los pensamientos y recuerdos verdaderos del portador.

Osen bajó los ojos hacia el anillo, apretando los labios en un gesto adusto de triunfo.

—¿Qué nos ocultaba?

Kallen aspiró profundamente y exhaló.

—Es cierto que aprendió magia negra antes de conocer a Lilia..., deliberadamente. Estaba resentida por las restricciones que le imponían su padre y el Gremio, y quería ser libre de hacer lo que deseara. —Su rostro se ensombreció—. Se hizo amiga de Lilia y la incitó a aprender magia negra para poder matar a Leiden y hacer que las sospechas recayeran sobre otra persona. Drogó a Lilia y le manchó las manos de sangre para incriminarla. —Dirigió una mirada de simpatía a Lilia antes de devolver su atención a Osen—. Aspiraba a seguir los pasos de Skellin, a quien admiraba por haber logrado eludir a la autoridad durante mucho tiempo. No contaba con que le practicaran un bloqueo mental, pero no le costó mucho desembarazarse de él. Creo que ningún bloqueo corriente resultaría eficaz contra un mago negro. Entonces Naki conoció a un ladrón que estaba dispuesto a enseñarle a sobrevivir en los bajos fondos a cambio de favores mágicos. —Kallen contempló a Naki con desprecio—. Le llevaba a personas a quienes nadie echaría en falta para que se fortaleciera, y se aseguraba de que nadie encontrara los cadáveres.

Sonea fijó la vista en la chica, y la indignación por sus despiadados manejos y el asesinato de su padre dieron paso al espanto. «¿Cómo pudo hacer algo así? Matar a personas que no le deseaban ningún mal... —Naki se encontraba de pie, con la espalda rígida, los brazos cruzados y el labio torcido en una mueca hosca y desafiante—. Y todo para hacer lo que le viniera en gana.»

—Sonea —dijo Osen.

Haciendo un esfuerzo, ella consiguió apartar los ojos de Naki y posarlos en él. Osen sostuvo el anillo en alto.

—Quiero que intente leerme la mente.

Ella parpadeó, desconcertada, y entonces comprendió qué pretendía el administrador cuando se puso el anillo de nuevo. Sonea se acercó a él, posó las manos a los lados de su cabeza y cerró los ojos.

Proyectó su mente, sorteó las defensas que rodeaban la de él y exploró sus pensamientos. Detectó una señal intensa de su personalidad, pero los pocos pensamientos que percibió eran vagos y fragmentarios. Atrajo de nuevo su conciencia hacia sí y abrió los párpados.

—Es... extraño. Sus pensamientos eran inconexos, como si le costara concentrarse en ellos.

Él esbozó una sonrisa triste.

—Estaba pensando en Lorlen.

Ella lo contempló con aire pensativo. Osen había admirado al administrador anterior y colaborado con él durante años, y lamentaba su muerte profundamente. Era imposible que ella hubiera pasado por alto estos pensamientos y los sentimientos que traían consigo sin algún tipo de interferencia mágica.

—No percibí esa inconexión cuando leí la mente de Naki por primera vez —señaló Kallen.

—Yo tampoco —dijo Sonea, volviéndose hacia él—. Tal vez haga falta cierta habilidad o maña especial para utilizar bien el anillo.

—Por lo que he podido averiguar, así es —les dijo Osen. Sonrió cuando ambos lo miraron—. El embajador Dannyl se ha comunicado conmigo cuando me disponía a asistir a la Vista. Ha descubierto la existencia de piedras que bloquean la lectura mental, entre otras cosas. Como había tantas discrepancias entre lo que Sonea y Kallen habían leído en la mente de Naki y de Lilia, decidí comprobar si alguna de las dos llevaba una gema antes de proseguir.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó Kallen.

—Continuar con la Vista —respondió Osen, dirigiendo la vista a Naki, que lo fulminó con la mirada. Se volvió hacia Sonea—. Lilia y usted serán las primeras en volver allí. Yo llegaré después, con Kallen.

Ella asintió. El administrador las acompañó hasta la puerta y, para sorpresa de Sonea, salió detrás de Lilia y ella, y cerró la puerta a su espalda.

—Quería decirles algo antes de que se marcharan —susurró y desplazó la vista entre Sonea y Lilia para dejar claro que se dirigía a ambas—. Por el momento, no mencionen el anillo a nadie. —Se volvió hacia Sonea—. Erijan una barrera de silencio y expliquen a los magos superiores que Kallen ha leído los pensamientos de Naki tras eliminar un bloqueo que impedía la lectura mental. Díganles que se les proporcionarán los detalles después de la Vista.

Ella movió la cabeza afirmativamente y, cuando él les hizo una seña para que se fueran, se alejó a toda prisa con Lilia a su lado.

—Entonces —dijo Lilia cuando entraron en el Gran Salón—, si Naki es culpable de asesinato..., de un asesinato para el que utilizó la magia negra...

Sonea sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda. La pena sería la ejecución. Miró a Lilia con una oleada de compasión. «No cabe duda de que eligió mal a la hora de enamorarse. —A Lilia no solo le habían roto el corazón, sino que había descubierto que el objeto de su deseo había asesinado a otras personas, le había tendido una trampa y luego había intentado matarla—. Ahora es probable que su amiga sea ejecutada. Espero que lo supere. No debería perderla de vista...»

La chica apartó la mirada.

—Tal vez el rey le conceda el indulto —le dijo Sonea.

Lilia soltó una carcajada breve y amarga.

—Eso no ocurrirá.

Sonea suspiró.

—No, no es probable.

Cuando llegaron ante la puerta del Salón Gremial, le pasó por la cabeza algo que hizo que se detuviera, presa de un terror repentino.

«Entonces, ¿quién tendrá que llevar a cabo la ejecución?»