Lorkin abrió los ojos y, al ver que Tyvara estaba sentada a su lado en la cama, sonrió.
—¿No se suponía que tenías prohibido verme?
Ella abrió mucho los ojos, los clavó en él y se inclinó hacia delante.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
—Bien. Mejor. ¿Has estado ahí sentada todo el rato mientras dormía?
Ella se encogió de hombros y paseó la vista por la habitación.
—No tenía mucho más que hacer. —Se volvió de nuevo y torció los labios—. Es mejor que vigilar una cloaca.
—Me alegro de que pienses eso. —Se incorporó y se desperezó, acordándose justo a tiempo de que estaba desnudo bajo las mantas. Tyvara bajó los ojos hacia su pecho y enarcó las cejas.
Se puso de pie y señaló una silla sobre la que había plegados una túnica y unos pantalones limpios.
—Será mejor que te laves y te pongas eso. El juicio a Kalia está a punto de empezar, y hueles peor que una cloaca.
Salió de la habitación y cerró la puerta tras sí. Lorkin se levantó de la cama, encontró una jofaina de agua y paños para lavarse en una hornacina, y los utilizó. Aunque sus secuestradoras le habían facilitado un cubo, no habían movido un dedo por ayudarlo a hacer aguas, lo que le había resultado difícil con los ojos vendados y las manos atadas tras la espalda. No era de extrañar que oliera mal.
Después de su rescate y de haber comido un poco, apenas había tenido fuerzas suficientes para quitarse la ropa y desplomarse sobre la cama antes de quedarse dormido. Ahora, miró en torno a sí, preguntándose dónde estaba. La habitación era pequeña, y, aparte de la cama, los únicos muebles eran dos sillas.
Una vez vestido, abrió la puerta de la habitación y parpadeó, sorprendido. Daba a un pasillo repleto de gente. Tyvara, que estaba de pie junto a la puerta, lo tomó del brazo cuando salió.
—Justo a tiempo —le comentó, guiándolo hacia la derecha.
La gente se volvía a su paso. Algunos lo miraban con expresión amigable; otros, con hostilidad. Su secuestro a manos de Kalia era algo más que un simple escándalo, y, en pleno invierno, cuando todo el mundo pasaba casi todo el tiempo bajo techo, el suceso atraería más atención que si se hubiera producido en otra época.
«Seguramente ha acentuado la división entre los Traidores —pensó—. Espero que esto no les cause problemas peores por los que acaben culpándome también.»
Al poco rato, Tyvara y él llegaron a la entrada de la Cámara de Portavoces. En cuanto la atravesaron, una maga se los llevó hacia un lado y les pidió que se quedaran de pie junto a la pared, en un costado de la sección inferior. Una vez allí, Lorkin paseó la mirada por la sala.
Todas las portavoces estaban en sus asientos salvo Kalia, que se encontraba en el extremo opuesto al de Tyvara y Lorkin, flanqueada por dos magas. El resto de la sala estaba atestado de personas, todas ellas de pie y hablando a la vez, de forma que sus voces se combinaban en un rumor intenso.
Sonó un tañido. Todos volvieron la cabeza y el vocerío disminuyó. Lorkin vio que la presidenta Riaya sujetaba una campana mucho más pequeña de la que normalmente habría hecho falta para emitir un sonido así. Los miembros del público que se hallaban en la zona de las gradas empezaron a sentarse, mientras los demás se retiraban hacia las paredes. Cuando prácticamente todos habían ocupado su sitio, otra persona entró en la sala. Un silencio casi absoluto se impuso de inmediato, los últimos que quedaban de pie en las gradas se sentaron a toda prisa y las portavoces se levantaron de sus asientos para saludar a la reina, que caminaba con paso rígido hacia su silla.
Antes de sentarse, Zarala se colocó de cara hacia su pueblo. Todos se llevaron la mano al corazón. Lorkin siguió su ejemplo. La reina dirigió una inclinación de la cabeza al público, otra a las portavoces, y tomó asiento. Las portavoces hicieron lo propio.
—Doy comienzo al juicio a la portavoz Kalia, acusada de secuestro y de leer por la fuerza la mente de un Traidor. Llamo a declarar a Lorkin.
Todos los ojos se posaron en Lorkin, que dio unos pasos hacia delante y se detuvo ante las portavoces.
—Cuéntanos qué te ocurrió.
Lorkin refirió su historia desde el momento en que lo atacaron en la oscuridad. Describió cómo, cuando había despertado, había descubierto que estaba atado, tenía los ojos vendados y no era capaz de pedir ayuda mentalmente. Extendió los brazos para mostrar los cortes —Tyvara le había aconsejado que no se los curara con magia— y explicó que sus captoras lo despojaban de su energía con frecuencia para mantenerlo débil.
Dejó a un lado su renuencia a rememorar cómo Kalia le había leído la mente y cómo le había arrancado los conocimientos sobre la sanación mágica y cómo había rebuscado en su memoria recuerdos que pudiera utilizar contra él. Esto levantó un murmullo entre el público. A continuación les habló de la intención de Kalia de matarlo y declarar que él se había marchado de Refugio. Esto, curiosamente, hizo callar a todos los presentes. Vio el horror reflejado en muchos rostros, pero incredulidad en otros. Para finalizar, relató cómo lo habían encontrado Tyvara y Savara.
—No diste permiso a nadie, ni siquiera de forma implícita, para que absorbiera tu energía o te leyera la mente.
—No.
—¿Te dieron comida y agua?
—No.
—¿Cuántas magas te vigilaban y te robaban energía?
—No lo sé. Siempre había dos allí, pero no sé si eran las mismas. Seguramente se turnaban, porque el trasvase de energía continuaba por la noche.
Riaya lanzó a las portavoces una mirada significativa antes de volverse de nuevo hacia él.
—¿Accederás a someterte a una lectura mental para probar tu versión de los hechos?
Él reflexionó sobre la pregunta. Aunque la idea de que otra persona hurgara en sus recuerdos le causaba escalofríos, prefería soportar eso a correr el riesgo de que Kalia permaneciera en libertad y sus delitos quedaran impunes. Cada Traidora a la que permitiera entrar en su mente aprovecharía para obtener conocimientos sobre la sanación mágica, pero esa información ya le había sido robada. ¿La habría transmitido Kalia? Tal vez aún no había tenido la oportunidad. Pero si ella permitía que le leyeran el pensamiento, los conocimientos podían pasar a otra mente de todos modos.
Lorkin notaba los ojos de los presentes clavados en él. «Gana tiempo —se dijo—. Que prueben antes otras maneras de averiguar la verdad.»
—Lo haré, pero solo si es el último recurso —respondió.
Riaya miró de nuevo a las portavoces.
—¿Alguna otra pregunta?
Las mujeres sacudieron la cabeza. Riaya asintió en dirección a Lorkin.
—Puedes retirarte.
Él regresó al lado de Tyvara. Ella inclinó la cabeza y sonrió.
—Llamo a declarar a la portavoz Savara para que nos explique su intervención en este asunto.
Savara se puso en pie y comenzó a hablar. Al escucharla, Lorkin se enteró de que Evar la había alertado sobre su desaparición. Ella había investigado si él se había marchado de Refugio y lo había buscado por la ciudad, pero también había mandado a seguir a todas las personas a quienes alguien hubiera oído hablar con él recientemente. Esto la había conducido a una cueva abandonada cerca de una zona inestable de la ciudad donde había encontrado a Kalia en el momento en que le leía la mente a Lorkin.
La presidenta le indicó a Savara que podía sentarse y se volvió hacia Kalia.
—Portavoz Kalia, pase al frente para ser juzgada.
Kalia se dirigió al centro de la sala con grandes zancadas y se situó de cara a la Mesa. Tenía la espalda erguida y una expresión altiva.
—¿Es cierto el testimonio de Lorkin? —preguntó Riaya.
Kalia meditó por un momento y asintió.
—Sí.
—¿Es usted inocente o culpable de haber secuestrado a un Traidor y de leer la mente de un Traidor contra su voluntad?
—Culpable..., si le consideran un Traidor, claro.
Riaya juntó las manos ante sí.
—Entonces no será necesario hacer más indagaciones sobre el asunto.
—¿Puedo dirigir unas palabras al pueblo? —preguntó Kalia.
Riaya miró a las portavoces. Las seis mujeres no parecían sorprendidas. Todas movieron la cabeza afirmativamente, algunas con entusiasmo, otras con resignación.
Kalia se volvió hacia el público.
—Queridos conciudadanos, me sentí impulsada a infringir la ley por vuestro bien. Como vuestra cuidadora y sanadora, tengo la obligación de cerciorarme de que, cuando entréis en la sala de asistencia, no recibáis daño alguno. Recientemente, Lorkin el kyraliano había comenzado a practicar la sanación mágica, una técnica que se ha negado a enseñarnos. ¿Cómo podía estar segura de que lo que hacía no implicaba riesgos, de que no fuera más perjudicial que beneficioso? Según él, esta forma de sanación tiene sus limitaciones, pero ¿cómo podemos saber, vosotros y yo, que esto es verdad, y que su magia no dañará o matará a uno de nosotros algún día?
»Yo lo acogí y le proporcioné una ocupación, por cortesía hacia un recién llegado. Le ofrecí todos los conocimientos y la instrucción que mis antecesores y yo siempre hemos compartido. Y, a cambio, él me ha desobedecido y desafiado, utilizando, sin supervisión ni permiso, una magia que no ha sido probada.
»Si se niega a seguir la tradición de los Traidores ¿podemos considerarlo uno de los nuestros? Yo creo que no. Y si no es un Traidor, lo que hice no iba contra la ley. Era algo justificado y necesario para la defensa de nuestro pueblo.
Lorkin vio muchas expresiones reflexivas en el público. Miró a las portavoces, que tenían el ceño fruncido.
—¿Puedo hablar, presidenta?
Era la voz de Savara. Kalia clavó la mirada en su enemiga con los ojos entornados.
—Adelante, portavoz Savara —respondió Riaya—. Portavoz Kalia, retírese, por favor.
Savara se puso en pie de nuevo. Tenía los labios apretados en un gesto de determinación. Esperó a que Kalia regresara a su sitio y alzó la barbilla.
—Cuando Lorkin decidió venir a Refugio, yo albergaba dudas sobre él —comenzó—. ¿Por qué iba un mago de una nación desarrollada y poderosa a sacrificar la riqueza y el poder que poseía y a aceptar las restricciones que le impondríamos? Sabía muy poco sobre nosotros. Asumió un riesgo muy grande, confiando en que éramos un pueblo justo y benévolo.
»¿Por qué lo hizo? Para defender a una Traidora. Para salvar a una persona de una nación que no era la suya, sencillamente porque era lo correcto. ¿Cuántos de nosotros haríamos lo mismo?
»El secreto de la sanación mágica no le pertenece, y por tanto no tiene derecho a revelarlo. Si alguno de nosotros se hallara en una situación parecida, esperaríamos que no divulgara nuestros secretos, así como que sus anfitriones respetaran su silencio y no le exigieran o robaran dichos conocimientos. —Savara adoptó un tono más alto y severo—. No estamos hablando únicamente de un delito cometido por un individuo contra otro, sino de un acto ilegal cometido por una nación contra otra. Kalia no solo ha robado conocimientos a Lorkin; los Traidores hemos robado secretos a Kyralia y a las tierras con las que está aliada, una de las cuales se extiende justo al otro lado de las montañas. No somos enemigos de esas tierras, aunque ahora estaría justificado que nos consideraran como tales después del modo en que hemos tratado a Lorkin. Esperemos que Kalia no nos haya condenado a tener que ocultarnos durante largos años, no solo del resto de Sachaka, sino de todas las tierras que nos circundan.
Se produjo un silencio interrumpido únicamente por susurros leves. Savara se sentó e inclinó la cabeza en dirección a Riaya.
—La portavoz Kalia se declara culpable de los delitos que se le imputan —dijo la presidenta—. Ahora, las portavoces debemos deliberar sobre su castigo.
Cuando las portavoces y la presidenta comenzaron a hablar entre ellas, en la sala estalló una discusión respecto a lo que se había dicho. Lorkin notó que Tyvara le rozaba el hombro al inclinarse hacia él.
—No te hagas muchas ilusiones —murmuró ella.
Lorkin la miró. Tenía una expresión agria.
—¿A qué te refieres?
—No ejecutarán a Kalia —le dijo Tyvara, apartando la mirada.
—Pues... —Dirigió la vista hacia Kalia y se estremeció—. Seguramente eso es bueno, aunque ella planeara matarme. Significaría que las otras Traidoras son mejores personas que ella.
Sonó una campana, y él miró a las portavoces, sorprendido. «Eso ha sido rápido.»
—Hemos tomado una decisión —declaró Riaya cuando las voces se acallaron—. La portavoz Kalia será despojada de su título, y nunca podrá volver a optar al cargo de portavoz. Se le asignarán tareas de baja categoría durante un año, en beneficio de la ciudad. Tendrá prohibido utilizar o enseñar magia sanadora a menos que reciba la orden de hacerlo. Si en el futuro se considera que es digna de confianza, podrá solicitar que se le permita trabajar de nuevo en la sala de asistencia, pero nunca en un puesto de responsabilidad.
Esto levantó protestas entre el público. Lorkin sintió como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago. «Eso no es un castigo. Es un aplazamiento. Al final, cuando se cansen de fingir arrepentimiento, dejarán que use los conocimientos que me robó. —Se sentía traicionado. Engañado—. Tal vez ese era el plan desde el principio.» Pensó en la advertencia de Savara...
Las protestas cesaron, y él miró en torno a sí para ver cuál era la causa. La reina se había levantado de su asiento, apoyando la mano en el brazo de la silla para no perder el equilibrio.
—En compensación por los abusos sufridos —dijo— y los secretos que le han sido arrancados, se le enseñará a Lorkin el arte de elaborar gemas.
Lorkin fijó la vista en la reina, sorprendido. Ella lo miró, con un brillo socarrón en los ojos. Al percatarse de que estaba contemplándola boquiabierto, él cerró los labios de inmediato y bajó la vista. Una oleada de emoción lo recorrió. «¡Por fin! Aprenderé una nueva forma de magia que podré compartir cuando vuelva a... —Su entusiasmo se desvaneció con la misma rapidez con que había surgido. No podría llevar ese conocimiento al Gremio. Estaba atrapado allí, en Refugio, y tenía prohibido marcharse—. Además, abandonar Refugio implicaría abandonar a Tyvara.»
Ahora que los Traidores estaban en posesión del secreto de la sanación mágica, ya no contaba con un aliciente para inducirlos a comerciar con el Gremio y las Tierras Aliadas. Comprendió que, desde este punto de vista, había fracasado. Los Traidores habían obtenido el conocimiento de la sanación mágica, y el Gremio seguía sin poseer el conocimiento de la elaboración de gemas.
«Pero no debo perder la esperanza. Tal vez me dejen marchar algún día. Podría huir, pero si no lo consigo, nunca volverán a fiarse de mí. Debo tener paciencia.»
Alzó la vista de nuevo hacia la reina. Ella inclinó la cabeza una vez antes de volverse hacia las portavoces.
Las seis mujeres lucían expresiones radicalmente distintas. Unas pocas parecían horrorizadas, otras complacidas, y, de hecho, el rostro de Savara reflejaba asombro y una ligera preocupación. El público bullía de excitación. Lorkin captó algunas miradas de inquietud y de indignación, así como algunas sonrisas de aprobación.
La campana de Riaya sonó de nuevo. La presidenta se puso en pie.
—El juicio a Kalia ha concluido. La sentencia ha sido dictada. Este proceso ha llegado a su fin, y las leyes de Refugio han prevalecido. Que las piedras sigan cantando.
El público murmuró la respuesta con fervor y, acto seguido, un barullo de voces y pasos inundó la sala mientras la gente se encaminaba hacia las puertas. Lorkin oyó gritos procedentes del exterior conforme la noticia se transmitía por los pasadizos.
—Bueno, me alegro de que esto haya acabado por fin —comentó.
—No del todo —replicó Tyvara.
Él la miró.
—Alguien tiene que enseñarte a elaborar gemas.
—¿Tú?
Ella negó con la cabeza.
—No se enseñan los secretos más valiosos a personas que deben convivir con el enemigo como espías. Además, nunca tuve la paciencia suficiente para aprender.
—¿Preferías hacerte pasar por esclava a fabricar piedras? —Arrugó el entrecejo—. ¿Tan difícil es?
Ella le dio unas palmaditas en el brazo.
—Tranquilo. En realidad no es tan peligroso en cuanto tienes claro lo que estás haciendo. Vamos. A diferencia de ti, no he tomado un desayuno opíparo ni he dormido como un tronco. Vayamos a comer algo.
Lo tomó del brazo otra vez y lo atrajo hacia el torrente de personas que salía al pasillo, donde, para su sorpresa y deleite, recibió muchas disculpas y palmaditas de comprensión en el hombro. Decidió que, pese a sus defectos, eran buenas personas, sobre todo si recordaba que lo que Kalia le había hecho era algo que los sachakanos hacían a miles de esclavos a diario.
—Y sí, a partir de ahora tengo permitido verte —le informó Tyvara.
Él le sonrió de oreja a oreja, y ella le devolvió el gesto.
Sonea llamó a la puerta de la sala de tratamientos. Dorrien la abrió, y ella reparó, divertida, en su cara de alivio.
—Menos mal —dijo él—. ¿O sea que mi turno ha terminado?
—Sí. ¿Cómo te va? —preguntó ella.
Él suspiró.
—Es extenuante, ¿no? Al final de la jornada, noto lo agotadas que están mis reservas de magia.
—En los días de más trabajo, sí. —Sonea se encogió de hombros y se sentó en una de las sillas para los pacientes—. Si no utilizamos nuestra energía todos los días, se desperdicia. —«Aunque, si consume demasiada energía, no me será muy útil el día que nos enfrentemos a Skellin. Tendré que hablar con los sanadores sobre el volumen de trabajo que le asignan.»
—Oh, no me quejo. Estoy de acuerdo contigo. Lo que pasa es que aún no me he acostumbrado. —Hizo una mueca—. Alina y las chicas tampoco.
Sonea frunció el entrecejo.
—¿Tienes que utilizar la magia en casa? Supongo que podríamos reducir...
—No, no es eso. Estoy... Supongo que el cansancio me pone irritable. A veces Alina puede ser un poco... —Agitó una mano con expresión ceñuda mientras buscaba la palabra adecuada.
Sonea aguardó. Aunque le venían a la mente algunas palabras —«celosa», «posesiva», «insegura»—, no habría sido muy amable emplearlas para describir la actitud de su esposa.
—Tiene muchas novedades a las que adaptarse —dijo Sonea—: un esposo cansado que pasa más tiempo fuera de casa que antes, una ciudad que no conoce, estar lejos de las personas que la conocen y la comprenden... Y no sería de extrañar que temiera por tu seguridad.
Dorrien asintió.
—A veces...
Sonea esperó, pero Dorrien sacudió la cabeza con aspecto afligido.
—¿A veces qué? —lo animó a continuar con suavidad.
Él bajó la vista hacia la mesa.
—A veces —dijo en voz baja y con un tono cargado de culpabilidad— desearía no haberme casado con ella.
Sonea se quedó mirándolo, sorprendida. Lo había incitado a hablar porque suponía que quería reconocer que también tenía miedo. Dorrien levantó los ojos hacia ella con una mirada sombría e inescrutable.
—Debería haberme casado con una maga. Habríamos tenido... más cosas en común.
Sonea desvió la vista y se aferró al primer argumento que se le ocurrió para sacarle esas ideas de la cabeza. Aunque Alina no le caía bien, no quería que Dorrien hiciera daño a su familia. Al mudarse a la ciudad, las diferencias entre su esposa y él se habían puesto de relieve y le habían hecho perder de vista sus puntos de coincidencia.
—Tenéis en común la aldea y el amor por el campo. Tal vez esto no te parezca tan importante ahora, pero siempre has sabido que tu lugar está allí.
Dorrien la contempló con tristeza antes de dejar caer los hombros y asentir.
—Tienes razón. Es como si la desconfianza de Alina me llevara a preguntarme si percibe algo que yo estoy pasando por alto. Estoy harto de sus preguntas.
—¿Sobre el hospital y la búsqueda?
Él movió la cabeza afirmativamente.
—Entre otras cosas.
—Pues tráela una día. Muéstrale lo que hacemos. Al menos así disiparías el misterio que envuelve una parte de tu trabajo.
Una expresión pensativa asomó al rostro de Dorrien, que la miró y se puso de pie.
—Bueno, supongo que debo cederte el sitio.
Ella asintió, se levantó y esperó a que él saliera de detrás de la mesa antes de pasar por su lado y sentarse en la silla que él había estado ocupando.
—¿Algún mensaje de Cery? —preguntó.
—No —contestó él.
Ella suspiró.
—El administrador ha decidido comprobar el avance de nuestra investigación lo más a menudo posible —le advirtió—. No te sorprendas si se presenta en tu casa.
Dorrien hizo un gesto de dolor.
—Eso le encantará a Alina. Buenas noches, Sonea.
Ella sonrió.
—Buenas noches, Dorrien.
Cuando la puerta se cerró tras él, ella recorrió la sala con la vista para asegurarse de tener a mano todos los remedios, las vendas y los utensilios que podía necesitar, y se sentó de nuevo. Al poco rato, alguien llamó a la puerta.
Ella invocó magia y la proyectó hacia la puerta. Para su sorpresa, al otro lado estaba Dorrien con la sanadora Nikea.
—Acaba de llegar un mensaje —le comunicó él.
—Lo leeremos dentro.
Nikea entregó un papel a Dorrien y sonrió a Sonea antes de alejarse por el pasillo. Dorrien entró en la sala y cerró la puerta a su espalda. Tendió el papel a Sonea.
«Gran reunión esta noche. Venid a cenar. Traed caramelos.»
Ella alzó la vista hacia Dorrien con el pulso acelerado.
—Por fin ha llegado —dijo—. La oportunidad que habíamos estado esperando.
Cery y ella habían acordado referirse a cualquier encuentro concertado entre Skellin y el nuevo jefe de Anyi, o el ladrón para el que él trabajaba, como una «gran reunión». «Cenar» significaba una hora antes del anochecer. La petición de caramelos era una invitación a reunirse con él en la habitación situada bajo la tienda de dulces.
—Esto debería ponerme más contento de lo que me siento —murmuró Dorrien.
Sonea esbozó una sonrisa sombría.
—No te preocupes. Pediré a alguno de los sanadores que nos acompañe. Preferiría mandar llamar a alguien del Gremio, pero no tenemos tiempo. Podríamos enviar un mensaje de todos modos, para ver si alguien del alojamiento de los sanadores o del Gremio puede echar una mano aquí esta noche.
Dorrien asintió.
—Vale la pena intentarlo.
Lilia se sentía mucho más tranquila en todos los aspectos después de haber dormido unas horas y comido en compañía de unas personas a las que poco antes había visto golpear a un hombre hasta dejarlo medio muerto. Le resultó más sencillo hacer a un lado sus preocupaciones por no haber regresado a la atalaya. En cambio, su inquietud respecto a las personas en quienes estaba confiando pasó a ocupar un primer plano.
Aunque no temía que le hicieran daño, dados sus poderes mágicos, quizá hubiera otras maneras en que podían aprovecharse de ella. Esperaba que al menos Lorandra cumpliera con su parte del trato. Aunque por el momento parecía estar haciéndolo, Lilia dudaba que mantuviera su palabra si la búsqueda de Naki le causaba un conflicto con algún aliado o suponía un precio demasiado elevado para ella.
«Me da la impresión de que está haciendo más esfuerzos por ayudarme de los que hice yo por ayudarla a ella. Yo simplemente la saqué de la prisión. No tenía necesidad de pedir favores a nadie. Ahora que he visto el mundo al que pertenece, no creo que ella valore el sacrificio que representa para mí haber hecho algo que me acarreará más problemas con el Gremio. No entiende que yo quiera volver ni que espere que me readmitan algún día, porque ella jamás ha querido ingresar en él.»
El ladrón, que se llamaba Jemmi, había concertado una entrevista con otro ladrón que tal vez sabía dónde estaba Naki. Él, Lorandra, Lilia y un hombre y una mujer que al parecer eran sus guardaespaldas se habían puesto en camino hacía cerca de una hora y habían recorrido pasadizos subterráneos hasta llegar a un almacén. De allí habían salido a las calles oscuras y, arrebujados en sus abrigos gruesos con capucha, habían caminado bajo la lluvia hasta una casa de bol.
Subieron en fila por una escalera hasta una habitación reducida en la que había dos sillas pequeñas y una mesa. Hacía frío ahí dentro, y Lilia estuvo tentada de calentar el aire, pero Lorandra le había advertido que no usara la magia a menos que fuera imprescindible. El guardaespaldas hombre se acercó a Jemmi y dijo algo. El ladrón arrugó el entrecejo y se volvió hacia Lorandra.
—Tenemos que ponernos de acuerdo respecto a los honorarios antes de seguir adelante.
—¿Qué honorarios? —Los ojos de forma extraña de Lorandra se entornaron. Miró a Lilia—. Quédate aquí —dijo—. No iremos muy lejos.
Se encaminó hacia la puerta. Jemmi miró al guardaespaldas y ladeó la cabeza con brusquedad para indicarle que lo acompañara afuera. El escolta posó la vista en su colega femenina y le hizo una señal rápida antes de salir al pasillo y cerrar la puerta.
Desconcertada, Lilia se sentó en una de las sillas.
La guardaespaldas se dirigió hacia la puerta, claramente para escuchar las voces del exterior. Lilia la observó, preguntándose cómo podía una mujer acabar con un trabajo así. «Es más joven de lo que me ha parecido en un principio —pensó. Al mirarla con aún más detenimiento, advirtió que la mujer tenía varias cicatrices en las manos, y una en el cuello. Por el modo en que colgaba y se movía la tela de su abrigo, Lilia dedujo que llevaba objetos guardados dentro—. ¿Cuchillos, tal vez? No será una espada...»
La mujer se volvió hacia Lilia con expresión indecisa. Sacudió la cabeza y suspiró.
—¿Sabes a quién están a punto de entregarte?
Lilia pestañeó.
—¿A mí?
—Sí, a ti.
—Me llevan a ver a otro ladrón.
—Así que eso te han dicho. —La mujer curvó los labios—. El ladrón se llama Skellin. ¿Sabes quién es?
¿Skellin? ¿El hijo de Lorandra era un ladrón? A Lilia se le puso la carne de gallina. «¿Por qué no me ha dicho Lorandra que me llevaría con su hijo? ¿Temía que me asustara al recordar que es un mago e intentara huir? —Tragó en seco—. Supongo que tiene razón. Él da más miedo que ella, porque tiene control sobre sus poderes.»
La mujer la contemplaba con expectación.
—Creía que me ayudaría a encontrar a Naki antes de reencontrarse con él —explicó Lilia—. Me dijo que nos reuniríamos con alguien que tendría más posibilidades de dar con ella, y que tal vez sería nuestra mejor...
—Skellin es un mago. —La mujer se apartó de la puerta y, apoyándose en los brazos de la silla de Lilia, clavó los ojos en ella.
—Lo sé...
—Y tú sabes magia negra. ¿De verdad crees que buscará a tu amiga sin pedirte nada a cambio? No moverá un dedo a menos que le enseñes magia negra.
—Me negaré mientras no encuentre a Naki.
La mujer continuó mirándola, imperturbable.
—Aun suponiendo que él te lo permita, ¿qué harás entonces?
A Lilia no se le ocurrió una respuesta convincente. La guardaespaldas echó un vistazo a la puerta y suspiró de nuevo.
—No hace falta que traiciones a todo el mundo para encontrar a tu amiga —dijo—. Hay otras personas que pueden ayudarte y que no te harán chantaje, porque saben que es mejor para todos que los ladrones no tengan acceso a la magia, sobre todo a la magia negra.
—No... No lo sabía.
La mujer soltó la silla y se enderezó.
—Supongo que no tenías por qué saberlo.
Lilia sacudió la cabeza. Se sentía como una tonta, indefensa y asustada.
—Me... Ya es demasiado tarde, ¿verdad? ¿Qué otra cosa puedo hacer?
La mujer dirigió la vista hacia la puerta y luego hacia Lilia.
—No es demasiado tarde —susurró en un tono apremiante—. Puedo sacarte de aquí y presentarte a personas que pueden encontrar a tu amiga sin pedirte que enseñes magia negra a nadie. Pero tienes que venir conmigo ahora mismo.
Lilia miró la puerta. Lorandra había accedido a ayudarla. Había llegado a un acuerdo con ella y parecía estar respetándolo. «Pero para conseguir la ayuda de Skellin... Seguramente querrá imponer sus condiciones... Si hay una oportunidad de salir de aquí, tengo que aprovecharla.»
—¿Estás segura de que puedes encontrar a Naki?
—Sí. —La mirada de la mujer era firme, y su voz rebosaba seguridad.
Esperando no arrepentirse más adelante, Lilia se puso de pie.
—De acuerdo.
La mujer le dedicó una sonrisa salvaje.
—Sígueme.
Con un movimiento ágil, se encaramó a la mesa y elevó los brazos hacia el techo. Lilia no se había percatado de que allí había una trampilla. Se abrió sin hacer ruido. La mujer tendió una mano a Lilia para ayudarla a subir, luego la aferró por los muslos y la aupó. Lilia contuvo un grito ahogado de sorpresa al verse manejada de aquel modo. Tenía la cabeza y los hombros dentro de un espacio situado encima del techo. Se apoyó en el marco de la trampilla y, aprovechando un empujón desde abajo, se izó hacia el interior.
La mujer se asomó al hueco de la trampilla, se alzó a pulso, balanceando las piernas, y tiró de la portezuela para cerrarla. Se llevó el dedo a los labios y, lenta y sigilosamente, avanzó a gatas por la cavidad hacia la pared del fondo. Lilia la siguió, concentrándose en apoyar las manos y las rodillas sobre los paneles del techo sin arrastrar los pies. Estaba atenta a sonidos que pudieran indicar que su ausencia había sido descubierta, pero no oyó gritos ni voces de alerta.
«¿Qué estoy haciendo? Debería haberme quedado con Lorandra. —Pero algo le decía que la mujer tenía razón. Quizá Lorandra habría podido ayudarla a dar con Naki, pero el precio habría sido terrible—. Pero más vale que esta guardaespaldas no se equivoque. Si no localiza a Naki, le pediré que me lleve de nuevo hasta Lorandra.»
Al final del edificio, llegaron frente a un muro triangular. En el centro había una única ventana, y la mujer se dirigió hacia ella. Cuando la abrió hacia dentro, como una puerta, el aire frío y la lluvia impulsada por el viento entraron a raudales. La mujer se puso en cuclillas, sacó una pierna por la abertura, se dobló prácticamente en dos sobre la otra pierna y salió con cuidado hacia atrás.
Lilia la siguió y se encontró en lo alto de un tejado. La guardaespaldas se arrebujó en su abrigo, caminó por la arista y se agachó de nuevo al acercarse al borde. Al fijarse en el espacio que mediaba entre el tejado y la pared del edificio siguiente, Lilia supuso que abajo había una calle. Avanzó, pisando con precaución. Las tejas estaban resbaladizas a causa de la lluvia. La mujer se apartó del borde cuando Lilia llegó junto a ella.
—Quiero que las dos entremos en ese edificio. —Señaló una construcción de tres plantas que se alzaba enfrente—. ¿Ves esas cuerdas?
Apuntó con el dedo a un par de sogas tendidas entre ambos lados de la calle, a unas casas de distancia. Lilia asintió.
—Podemos usarlas para cruzar, regresar por los tejados y entrar por esa ventana en el desván que se entrevé en aquel lado.
Cuando Lilia miró las cuerdas, sintió una oleada inesperada de admiración hacia la mujer.
—Haces este tipo de cosas continuamente, ¿verdad?
La guardaespaldas sonrió.
—Las hemos atado nosotros allí. Nunca sabes cuándo tendrás que escapar de algún sitio.
Lilia movió la cabeza en dirección a la calle.
—¿Hay alguien vigilando?
La mujer se inclinó hacia el alero, dirigió la vista a uno y otro lado de la calle y negó con un gesto.
—Entonces tengo un sistema mejor para llegar allí —le dijo Lilia—. Sujétate a mí y no grites.
Invocó su magia y creó con ella un disco bajo los pies de las dos. La mujer perdió el equilibrio, abrió los brazos, y Lilia la agarró para evitar que se cayera. Esforzó su voluntad para elevar el disco con ellas encima y flotar hasta el tejado del edificio de enfrente. La mujer la miraba fijamente cuando posaron los pies sobre las tejas.
—Rek se equivocaba. Sí que has recuperado tus poderes.
Lilia asintió y se volvió hacia el tejado de la casa de bol.
—Ella no.
—Es la mejor noticia que he oído en toda la noche. —La mujer se acercó a la ventana del desván. Estaba cerrada con tablas por dentro. Las rompió con una patada rápida. Entró en la habitación oscura, con Lilia a la zaga, se encaminó velozmente hacia la puerta, la abrió y escuchó. Acto seguido, se adentró en el edificio, echando un vistazo a través de las puertas junto a las que pasaba—. Nada. Por lo visto no hay nadie en casa. Es la segunda mejor noticia de esta noche.
—¿Te has colado aquí sin saber si había alguien?
La mujer se encogió de hombros.
—Podría habérmelas arreglado.
Lilia decidió que no quería saber cómo. Siguió a su rescatadora hasta un dormitorio. La mujer se dirigió hacia la ventana con cautela.
—No te acerques demasiado —advirtió. Se puso tensa—. Ah, ahí están. Si hubiéramos tardado más, nos habrían descubierto.
Lilia se situó a un lado de la ventana y se asomó ligeramente. Abajo, unas figuras vagaban por la calle. Un movimiento atrajo sus miradas hacia lo alto del edificio, donde dos personas hacían equilibrios, una de ellas señalando las cuerdas y la otra escudriñando los tejados con la vista.
—Más vale que vaya a tapar esa ventana de nuevo —murmuró la mujer. Subió la escalera a toda prisa, y al poco rato Lilia oyó unos golpes amortiguados. Esperó que no resultaran audibles desde el exterior. Por fortuna, la lluvia había arreciado y tal vez ahogaría los ruidos.
La mujer reapareció cargada con dos sillas que depositó a cada lado de la ventana. Se dejó caer en una, y Lilia se sentó en la otra.
—Esperaremos aquí —dijo la guardaespaldas mientras oteaba la calle de nuevo—. Están rastreando las rutas habituales en vez de registrar las casas. —Desplegó una sonrisa—. Supongo que si hubiera sabido que habías recuperado tus poderes y Lorandra no, habríamos podido salir caminando sin más, pero entonces nos habrían seguido. Pero es bastante divertido escabullirse y luego esconderse delante de las narices del enemigo. —Su sonrisa se desvaneció de golpe y ella frunció el ceño como si acabara de ocurrírsele algo malo.
—¿Qué sucede?
La mujer torció el gesto.
—Aparte de perder mi trabajo, estoy descuidando otras cosas que debería hacer. Hay personas que esperan que me comunique con ellos y se preocuparán si no reciben noticias mías.
—Ah. —Lilia sintió una punzada de culpabilidad—. Pues... gracias por ayudarme y por ofrecerte a encontrar a Naki. ¿Estás segura de que puedes encontrarla?
—La encontraremos. Además, no te pediremos a cambio que traiciones a las Tierras Aliadas. —La mujer se puso derecha—. Por lo pronto, no hemos sido presentadas formalmente, aunque ya he adivinado quién eres.
—Sí. Soy Lilia, la aprendiz que se inició en la magia negra por accidente —respondió ella con ironía.
—Es un honor conocerla, lady Lilia. —La mujer le dedicó una leve reverencia—. Me llamo Anyi.