La nieve que había caído la noche anterior estaba apilada a ambos lados del camino. Se mantenía intacta a la sombra de los árboles, donde la luz del sol aún no había empezado a fundirla. Sonea se inclinó hacia la ventanilla para contemplar la atalaya, preguntándose si hacía más frío en aquel edificio que en los de la ciudad. Algo atrajo su mirada hacia la tercera fila de ventanas.
«¿Es una persona asomada? —Con el ceño fruncido, aguzó la vista y alcanzó a distinguir el rostro de una joven en una de las ventanas—. Lilia.»
La joven estaba observando el carruaje. A Sonea le pareció que sus miradas se encontraban, aunque estaba demasiado lejos para descartar que hubiera sido fruto de su imaginación. Entonces el vehículo giró, y se perdieron de vista mutuamente.
«Diez años es mucho tiempo —se dijo Sonea—. Pero al menos está sana y salva.»
Sus pensamientos se dirigieron de nuevo hacia Naki. La chica llevaba una semana desaparecida. Sus criados no habían denunciado su ausencia hasta que esta se prolongó más de lo habitual. Por lo visto se marchaba durante unos días de vez en cuando sin dar explicaciones. Los magos habían interrogado a todos los empleados del servicio doméstico y habían registrado los lugares en que estos suponían que ella podía estar, pero la investigación había demostrado que se equivocaban. Aunque se habían puesto en contacto con sus parientes, ninguno de ellos había tenido noticia de la chica.
Naki no había recibido visitas últimamente, pero sí muchas cartas. Una sirvienta había declarado que Naki no parecía contenta con las misivas y las había quemado con magia de inmediato.
«Pero cuando Kallen señaló que los poderes de Naki habían sido bloqueados, y que por tanto era imposible que hubiera utilizado la magia, la criada se quedó pensativa. Dijo que había visto a Naki echar una carta al fuego recientemente, pero creía que era por la rabia. No se le había ocurrido que era porque Naki ya no podía usar la magia.»
Kallen le había preguntado si las cartas habían dejado de llegar desde que Naki se había marchado de la casa. La sirvienta había meditado sobre ello y luego había asentido. «Muy astuto por parte de Kallen —reconoció Sonea para sí—. Yo estaba pensando en preguntar cuándo comenzaron a llegar las cartas, no cuándo cesaron.»
El carruaje redujo la velocidad hasta detenerse en la base de la torre. Sonea se apeó y notó que la gelidez del ambiente la envolvía. Los guardias apostados alrededor de la torre iban bien abrigados. Ella aguantó las ganas de crear un escudo en torno a sí y calentar el aire del interior. El frío le resultaba estimulante, y siempre le había gustado ver cómo se condensaba su aliento. Cuando era niña le parecía algo mágico, aunque solía estar tiritando cuando eso ocurría.
De pronto la asaltó el recuerdo de estar arrebujada en un abrigo viejo, con los pies doloridos del frío que se filtraba a través de sus botas de suela delgada. Entonces la puerta de la atalaya se abrió y la imagen se desvaneció de su mente. Un guardia estaba dedicándole una reverencia y, mientras, le hacía gestos apremiantes para que entrara, ansioso por cerrar la puerta.
Después de intercambiar con el capitán y el mago de turno las cortesías de rigor, Sonea siguió a otro guardia escaleras arriba. Este abrió la trampilla en la puerta de la habitación de Lilia.
—Lady Lilia, tiene visita —dijo en voz muy alta. Tras cerrar la trampilla, dirigió su atención a la cerradura. Una vez que abrió la puerta, se apartó para dejar pasar a Sonea.
Lilia estaba de pie junto a una silla, frente a la ventana. Tenía los ojos desorbitados y miró a Sonea con esperanza antes de hacer un esfuerzo visible por dominar su entusiasmo.
—Maga Negra Sonea —saludó, inclinándose ante ella.
—Lilia —respondió Sonea. Al echar una ojeada a la habitación, advirtió que estaba confortablemente amueblada y que la temperatura era agradable. Había dos libros sobre una mesilla, al lado de la cama—. Quiero hacerte unas preguntas.
La expresión de la chica pasó de la esperanza a la desilusión, y después a la resignación. Ella asintió y señaló una mesa pequeña y dos sillas.
—Por favor, siéntese.
Sonea aceptó la invitación y esperó a que Lilia ocupara la otra silla para mirarla a los ojos.
—Nadie ha visto a Naki desde hace más de una semana. —Sonea percibió la alarma en el rostro de Lilia—. En su casa no había rastros de violencia ni una nota que explicara su ausencia. Hemos rastreado todos los lugares que los criados saben que a Naki le gustaba visitar. ¿Sabes de algún sitio al que pueda haber ido y del que ellos no hayan oído hablar?
Lilia torció el gesto.
—Algunas casas de braseros. —Enumeró varios nombres.
Sonea asintió.
—Los sirvientes también las mencionaron. ¿Se te ocurre algún otro lugar?
Lilia sacudió la cabeza.
—¿No tenía otros amigos, tal vez algunos con los que ya no se juntaba?
—No, aunque... en el Gremio corría el rumor de que había hecho amistad con una sirvienta joven pero su padre había despedido a su familia.
—Sí, nos hemos puesto en contacto con ellos, pero tampoco la han visto. ¿Había chicos que le iban detrás, aunque ella no estaba interesada en ellos?
Lilia bajó la vista y se ruborizó.
—Que yo sepa, no.
—¿Se... se relacionaba con delincuentes, vendedores de craña, tal vez?
—No... no lo sé. Supongo que tenía que comprarle la craña a alguien. Si es que no la robaba de las reservas que tenía su padre. —Lilia alzó la mirada—. ¿Han averiguado ya algo acerca de su asesino?
Sonea se quedó callada por unos instantes, disgustada por el cambio de tema. «Pero es lógico que esté ansiosa por saberlo, teniendo en cuenta que su amiga le echó la culpa de ello.»
—No —le dijo Sonea—. O al menos, si los magos que investigan el caso han descubierto algo, no ha sido lo bastante importante para informar de ello a los magos superiores.
—Entonces... ¿no lo está investigando usted?
Sonea sonrió, algo avergonzada.
—Ojalá pudiera, pero tengo que encontrar a un mago renegado. El Mago Negro Kallen está al cargo de la investigación.
—Pero usted está intentando localizar a Naki.
—Me he ofrecido a interrogarte, puesto que ya hemos hablado... o nos hemos comunicado un poco.
Lilia asintió.
—Según los sirvientes, a Naki le llegaban cartas que la ponían de mal humor. Las recibió desde un tiempo antes de la muerte de lord Leiden hasta el último día que la vieron en su casa. ¿Sabes algo de esas cartas?
Lilia negó con la cabeza y luego suspiró.
—No estoy siendo de mucha ayuda, ¿verdad?
—Lo que una persona ignora puede resultar tan útil como lo que sabe —le aseguró Sonea—. Es interesante que Naki confiara en ti lo suficiente para mostrarte el libro con las instrucciones para realizar magia negra, y en cambio nunca te hablara de las cartas. Parece indicar que tenía un secreto aún mayor.
—¿Qué podría ser peor que la magia negra? —preguntó Lilia con un hilillo de voz.
—No lo sé. —Sonea se puso de pie—. Pero tenemos la intención de averiguarlo. Gracias por tu ayuda, Lilia. Si se te ocurre algo, pide a los guardias que me envíen a alguien.
Lilia asintió.
—Así lo haré.
Consciente de que los ojos de la joven la seguían, Sonea salió de la habitación. Cuando el celador cerró la puerta con llave a su espalda, ella se quedó contemplando la puerta contigua. «Lorandra. ¿Tiene algún sentido que la visite de nuevo? Bueno, ya que estoy aquí...»
«¿Qué estás haciendo, Naki? ¿Dónde estás? ¿Has ido allí a propósito, o te ha llevado alguien?
»¿Estás viva, al menos?»
Una vez más, Lilia sintió un nudo en el estómago. Llevaba todo el día dando vueltas a estas preguntas en la cabeza. Al principio lo hacía adrede, con la esperanza de que las respuestas salieran de algún modo a la superficie y ella pudiera llamar a Welor y enviarlo a buscar a Sonea. Con su ayuda, Naki sería rescatada, o al menos localizada. Tal vez entonces su amiga comprendería que ella jamás sería capaz de hacerle daño. O quizá el Gremio se mostraría agradecido con ella por su ayuda, y tal vez...
«¿Me dejaría salir de aquí? Lo dudo. —Lilia suspiró—. Eso solo ocurrirá si por algún motivo se me olvida cómo se usa la magia negra.»
Tras hacer un esfuerzo por dejar de caminar de un lado a otro, se sentó y cogió uno de los libros. Aunque empezaba a entender por qué le gustaban a Welor —las descripciones de batallas estaban claramente escritas con entusiasmo—, ni siquiera el relato más emocionante del mundo habría conseguido retener su atención durante mucho tiempo, ya que la persona a quien más quería había desaparecido. Volvió a dejar el libro sobre la mesa.
Un sonido procedente de la habitación vecina atrajo su mirada hacia la puerta lateral. Ella había estado escuchando mientras Sonea hablaba con Lorandra. Había sido una conversación extraña, casi unilateral, pues Lorandra no parecía muy dispuesta a responder a las preguntas de Sonea, y en las pocas ocasiones en que abría la boca era para desviar el tema por completo. Aunque ninguna de las dos había dicho algo que pudiera considerarse descortés o amenazante, le había parecido que la reunión en general evidenciaba el antagonismo entre ambas. A Lilia no le sorprendió que Sonea se diera por vencida y se marchara.
Como ya no había nada que escuchar, Lilia vagó por la habitación. Un golpecito en la puerta la sobresaltó.
—¿Has acabado de caminar de un lado a otro? —preguntó una voz amortiguada.
Lilia esbozó una sonrisa irónica. Si se había habituado a escuchar a la otra mujer, no era de extrañar que Lorandra hiciera lo mismo con ella.
—Por el momento, sí —dijo, acercándose a la puerta.
—¿Te han dado una mala noticia?
—Sí. Mi amiga ha desaparecido. —Aunque Lilia le había hablado de Naki a Lorandra, solo la había descrito como una amiga íntima.
—¿Sabes dónde está?
—No. —«Seguro que Lorandra me ha oído decirlo..., pero supongo que se le ha ocurrido la posibilidad de que haya mentido a Sonea.»
—Apuesto a que desearías poder ir a la ciudad a intentar encontrarla.
—Vaya si lo deseo —suspiró Lilia—. Pero aunque no estuviera aquí encerrada, no sabría dónde buscarla.
—¿Crees que es más probable que se la hayan llevado contra su voluntad, o que esté escondida?
Lilia reflexionó.
—¿Por qué iba a esconderse? Tendría sentido si hubiera aprendido magia negra, pero la Maga Negra Sonea lo habría detectado en su mente. Así que es más probable que se la hayan llevado contra... —Lilia no pudo terminar la frase. Se estremeció. Por otro lado, se sintió un poco mejor. Al menos aquello era una respuesta, aunque no muy reconfortante.
—¿Por qué querría alguien hacer eso?
—No lo sé.
—¿Qué tiene ella que pueda interesar a otros?
—Dinero. Heredó la fortuna de su padre cuando lo mataron. —A Lilia el corazón le dio un vuelco—. ¡Tal vez descubrió a su asesino!
—En ese caso, seguramente está muerta.
A Lilia se le cayó el alma a los pies. No quería pensar en ello.
—¿Y si no está muerta? —preguntó—. ¿Y si la tienen cautiva? ¿Y si le están haciendo chantaje? —«¿Y si alguien intenta obligarla a revelar las instrucciones del libro sobre magia negra?»
Lorandra se quedó callada durante un rato.
—Me temo que no lo sabrás hasta que el Gremio lo averigüe y se tome la molestia de decírtelo. ¿Crees que lo harán?
A Lilia se le encogió el corazón.
—No lo sé.
—Me ha parecido que Sonea no las tenía todas consigo.
—¿De veras? —Lilia hizo memoria. No conseguía acordarse. La conmoción y la preocupación por Naki le habían nublado la mente.
—Sí. —Lorandra dio unos golpes ligeros en la puerta, como si tamborileara en ella con los dedos mientras meditaba—. En otra época, habría podido averiguártelo. Tengo contactos en la ciudad. Muchos, muchos contactos. En su mayoría no son especialmente respetables, pero en parte por eso estoy aquí. Si fuera libre, te ayudaría a encontrar a tu amiga o a investigar lo que le ha ocurrido.
Lilia sonrió, aunque sabía que la mujer no podía verla.
—Gracias. Me alegra saber que lo harías si pudieras. —«Qué curioso que esta mujer, a quien el Gremio considera una criminal, comprenda mejor que nadie aquello por lo que estoy pasando. Bueno, dicen que los ladrones y la gente de los bajos fondos valoran la lealtad.»
—Bloquearon tus poderes antes de encerrarte aquí, ¿verdad?
—Claro. —Lilia frunció el ceño ante aquel cambio de tema.
—¿Has intentado romper el bloqueo, o atravesarlo?
—No.
—¿Por qué no?
—Pues... ¿Para qué perder el tiempo? La Maga Negra Sonea lo implantó allí. Dudo mucho que pueda romper un bloqueo creado por ella. Si lo intentara seguramente acabaría con dolor de cabeza.
—Entonces... ¿influye en algo lo poderoso que sea el mago que lleva a cabo el bloqueo? ¿O el hecho de que se trate de un mago negro?
Lilia sacudió la cabeza.
—No lo sé. Solo sé que el bloqueo separa tu voluntad de tu energía, así que da igual lo poderoso que seas.
—Pero no puede separar el control por completo. De lo contrario, estaríamos muertas.
—Claro.
—¿Cómo lo consiguen?
—No lo sé. —Lilia hizo un gesto de disgusto. Últimamente decía «no lo sé» con mucha frecuencia.
—Me parece que los magos negros no solo son más poderosos que los magos normales, sino que poseen un tipo de magia diferente y la controlan de otra manera.
—No son más poderosos a menos que hayan absorbido energía de otras personas —la corrigió Lilia—. Aunque Sonea y Kallen ya eran más fuertes que la mayoría de los magos antes de aprender magia negra, no se han hecho más fuertes. No se les permite absorber energía sin autorización previa, y solo se les concedería si el país se enfrentara a una invasión o a alguna otra amenaza.
—¿En serio? Entonces estoy en lo cierto. Es un tipo distinto de magia. —El tono de Lorandra era el de alguien que acababa de enterarse de algo que la complacía en gran medida. «Si no lo sabía... ¿he hecho bien al decírselo? Pero tiene razón. Yo no aprendí magia negra absorbiendo energía, sino probando una forma diferente de percibirla»—. O sea que sus poderes son distintos —señaló Lorandra—. Pueden hacer cosas que otros magos no pueden, como leer las mentes. Pueden sortear las defensas de las personas, a diferencia de los magos comunes.
—Sí. —Eso era bastante evidente.
Lorandra hizo otra pausa, pero no tan larga como la anterior.
—Cabría pensar que si son capaces de hacer cosas distintas con la mente, eso significa que cualquier bloqueo que se impusiera a esa mente tendría que ser distinto también. ¿Implantó Sonea un bloqueo corriente en tu mente? No me respondas —añadió—. Solo estoy pensando en voz alta. Pero contéstame a esto, si puedes: ¿se había implantado antes un bloqueo mental a un mago negro?
—Que yo sepa, no. Los libros de historia no mencionan nada al respecto.
—Creo que deberías intentar superar el bloqueo. Si nadie había aplicado uno antes a un mago negro, y la magia negra elude las restricciones normales, ¿cómo saben que lo han hecho bien?
Lilia fijó la vista en la puerta. Tenía el pulso un poco acelerado. Se disponía a replicar que Sonea simplemente le impondría el bloqueo de nuevo. «Si se enterara de que lo he eliminado. Pero si yo no utilizara la magia en presencia de otras personas, nadie lo sabría. —Por otra parte, estaba pasando por alto la consecuencia más obvia de su posible éxito: Lorandra no se resignaría a quedarse en la atalaya—. Querrá que nos saque a las dos.»
En otras circunstancias, Lilia se habría negado. No habría dado el brazo a torcer, pues sabía que Sonea y Kallen la perseguirían hasta darle caza, y que la pena por fugarse sería peor que la prisión.
«Probablemente me ejecutarían.»
Pero si encontrara a Naki, tal vez valdría la pena. La razón le decía que no estaba lo bastante familiarizada con la ciudad para dar con Naki antes de que el Gremio la atrapara, pero al lado tenía a una mujer que conocía bien la ciudad; que sabía moverse por los barrios bajos, donde con toda seguridad estaba prisionera Naki; y que quería ayudar a Lilia.
Aunque no había nada que Lilia deseara más que encontrar a Naki, ¿qué quería Lorandra?
«Pues quiere ayudarme a cambio de que yo la saque de esta prisión —pensó Lilia—. Debería ponerle algunas condiciones antes.»
—¿Cuánto tiempo crees que se tardaría en encontrar a Naki?
Lorandra rió entre dientes.
—Tienes una mente ágil, lady Lilia. No puedo decírtelo con exactitud. Tendría que localizar a mi gente, y, si no lo saben aún, les llevaría un tiempo averiguarlo.
—¿Crees que podríamos escabullirnos de aquí cada noche y regresar por la mañana sin que los guardias nos descubrieran? —«Así ganaríamos más tiempo que si nos marcháramos y el Gremio empezara a seguirnos la pista. Podríamos pasarnos semanas buscando a Naki, si fuera necesario. Si se dieran cuenta de que hemos estado escapándonos a diario, quizá me perdonarían por volver todas las noches. Tal vez incluso encontraríamos a Naki sin que el Gremio se enterara siquiera de que hemos salido de la atalaya.»
—Tal vez. —El tono de Lorandra era difícil de interpretar—. Depende de si podemos entrar y salir de aquí sin que nadie nos viera. Si tuviera acceso a mis poderes, podría levitar...
—Yo puedo levitar —se apresuró a decir Lilia. No quería que Lorandra la convenciera de que desbloqueara sus poderes. Ya era bastante grave liberar a la mujer, pero soltarla en la ciudad con un control total sobre sus poderes sería mucho peor—. Entonces... Si me encargo de que las dos salgamos de aquí, ¿me prometes que me ayudarás a encontrar a Naki?
—Sí.
—¿Y que intentaremos escabullirnos y volver sin que nadie se dé cuenta?
—Sí.
—Entonces, lo haré. Si consigo deshacer el bloqueo.
—Si aprendiste magia negra al primer intento, me imagino que esto no será muy distinto. Si es algo que puede hacerse, lo conseguirás.
—Espero que sí. Mientras lo intento, tú piensa cómo sacarnos de aquí.
—Así lo haré. Buena suerte.
Lilia se apartó de la puerta. Miró en torno a sí, se acercó a la silla colocada frente a la ventana y se sentó. Cerró los ojos y comenzó a realizar un ejercicio de respiración para relajarse y centrar su mente.
Cuando sintió que estaba lista, dirigió la atención a su interior. Percibió el bloqueo de inmediato. En las otras ocasiones en que había hecho esto, había encontrado enseguida la esfera de energía que tenía dentro. Ahora, algo se interponía en su camino. En ciertos aspectos parecía una barrera o un escudo mágico, pero no lo era.
Lilia lo pinchó con suavidad. El obstáculo resistió. Ella ejerció presión contra él, pero era como un muro sólido y frío. «Tengo que probar con más fuerza. Me va a doler. Más vale que me prepare.» Intentó tomar medidas para minimizar el dolor, pero no tenía idea de cómo hacerlo mentalmente. No había músculos en su mente que pudiera tensar.
Tras hacer acopio de determinación, lanzó su voluntad contra el muro. En el acto, un dolor agudo estalló en su mente. Ella soltó un jadeo, abrió los ojos y se llevó las manos a la cabeza, en la que notaba unas punzadas más intensas que cualquier jaqueca que hubiera sufrido antes. «Uf. Eso ha sido duro.» Balanceándose en la silla, se concentró en la respiración y esperó mientras el dolor remitía lentamente. Cerró los ojos de nuevo y pensó en el bloqueo. Sentía una renuencia muy grande a acercarse de nuevo a él con sus sentidos.
«Amo a Naki. Tengo que ayudarla. He de encontrar alguna solución. —Caviló sobre el bloqueo—. ¿Cuán fuerte es?» No irradiaba una sensación de fuerza. Estaba allí, sin más.
Ella reflexionó sobre la suposición de Lorandra de que la magia negra era distinta de la magia normal. Recordó las instrucciones del libro.
«En sus primeras lecciones, al aprendiz se le enseña a imaginar su magia como un recipiente, quizá una caja o una botella. Conforme aprende más llega a entender lo que le dicen sus sentidos: que su cuerpo es el recipiente, y que la barrera natural de la magia que hay en la piel impide que la energía que contiene se escape.»
«Mi cuerpo es el recipiente», se dijo, e intentó lograr la expansión de la conciencia que había experimentado antes. Esta volvió a ella al instante, provocándole una oleada de entusiasmo. Buscó el bloqueo. Seguía allí.
Pero ahora era irrelevante. El bloqueo protegía el lugar al que le habían enseñado que debía acudir en busca de magia, pero en realidad su cuerpo entero estaba lleno de magia. Podía acceder a ella desde cualquier parte...
Lilia abrió los párpados. Invocó su magia y notó que esta respondía. La canalizó hacia el exterior y la utilizó para elevar los libros de Welor encima de la mesa. Una oleada de triunfo la recorrió.
«¡Lo he conseguido!»
Se levantó de un salto de la silla y se dirigió rápidamente hacia la puerta.
—¡Lo he conseguido! —exclamó—. ¡Tenías razón!
—Bien hecho. Ahora, apártate de la puerta y no digas nada —le indicó Lorandra en voz baja—. Oigo a alguien que se acerca.
El corazón de Lilia dejó de latir por un instante. Retrocedió unos pasos, alejándose de la puerta, y escuchó. En efecto, se alcanzaba a oír el sonido leve de los pasos de una persona.
—La cena —dijo ella—. Después hablamos.
—Buena chica.
Lilia volvió la espalda a la puerta y se acercó a la mesita en la que comía para aguardar a que Welor entrara, debatiéndose entre la euforia por su logro y el sentimiento de culpa por lo que planeaba hacer.
«Lo hago por Naki —se recordó—. Da igual lo que me pase después, siempre y cuando ella esté a salvo.»
Lorkin tenía la sensación de que llevaba días esperando a que alguien lo matara, sin saber si le quedaban horas o minutos de vida. Aunque se las había arreglado para mantener a raya el pánico que amenazaba constantemente con adueñarse de él, las náuseas eran implacables. Cada vez que el pinchazo de un cuchillo en su piel anunciaba que le arrebatarían la energía que había empezado a recuperar, se preguntaba si pasaría del agotamiento a la inconsciencia. Y cada vez que el trasvase de energía cesaba, sentía un alivio teñido de amargura.
«Dudo que las vigilantes sean quienes acaben conmigo —se dijo—. Kalia querrá encargarse de ello personalmente.»
¿O tal vez no? Sin duda era más seguro que un mago menor lo quitara de en medio. Entonces Kalia podría alegar que no lo había matado ella, si su muerte despertaba sospechas. Por otro lado, si le leían la mente a Kalia, Lorkin no sabía cómo ocultaría el hecho de que ella había dado la orden de ejecutarlo.
Un sonido nuevo le aceleró el pulso: el de la puerta al abrirse y cerrarse. Acto seguido, oyó el sonido que le provocaba escalofríos de terror: la voz de Kalia.
—¿Es la hora? —preguntó una vigilante.
—Aún no. Quiero asegurarme de tener todo lo que necesito.
A Lorkin se le revolvió el estómago. Oyó unos pasos que se aproximaban y no se sorprendió cuando una fuerza lo inmovilizó contra el suelo. El leve gruñido de esfuerzo que emitió Kalia al agacharse le proporcionó una ligera satisfacción. Unos dedos fríos le tocaron la frente, y él se estremeció cuando la repulsiva presencia de la mujer llenó su mente.
Notó de inmediato que ella tenía prisa. Registró sus recuerdos de forma precipitada, capturando todos los que estaban relacionados con la sanación en cuanto afloraban, y luego pareció obligarse a tomárselo con más calma y a examinar lo que había aprendido el día anterior. Él sabía que ella había comprendido que la aplicación de los conocimientos tenía que moldearse y pulirse en función de la enfermedad o la dolencia, pero que no disponía de tiempo para extraerle todos los detalles. Kalia tendría que aprender lo demás por ensayo y error. En aquel momento solo quería saber cuál era la mejor manera de evitar hacer daño al paciente.
—Portavoz...
La voz de la vigilante sonaba lejana, como si procediera del otro lado de una pared o puerta. Kalia hizo una pausa, liberó de mala gana la mente de Lorkin y desapareció de sus sentidos.
Una ira lastrada por el cansancio bullía en el interior de Lorkin. «Si algún día logras averiguar la verdad, Tyvara —pensó—, procura que ella reciba el castigo que merece.»
—No hay otra sali...
—Cállate —le espetó Kalia. Su voz sonaba cercana, como si todavía estuviera inclinada sobre él.
Entonces Lorkin oyó lo que ellas estaban escuchando. Pasos. Voces.
Kalia profirió una maldición.
El sonido de la puerta al abrirse llegó hasta sus oídos. Alguien soltó un grito ahogado de impresión.
—¡Suéltalo!
—No, Tyvara —ordenó otra voz.
«¡Tyvara!» El corazón de Lorkin dio un brinco. La fuerza que lo mantenía sujeto se desvaneció. Pugnó por incorporarse y trató de arrancarse la venda de los ojos frotándose contra la pared rugosa que tenía detrás. De pronto, volvió a notar que unos dedos se desplazaban por su cara, pero esta vez eran cálidos.
—Espera. Deja que te quite esto —murmuró la voz de Tyvara. La venda se deslizó hacia arriba, soltándose como a regañadientes. Él pestañeó, deslumbrado, y sonrió al ver a Tyvara acuclillada ante él, con el semblante lleno de preocupación—. ¿Te encuentras bien? —preguntó ella.
Él asintió.
—Sí. Ahora que estás aquí, sí. —No podía dejar de sonreír—. ¿Te meterás en líos por hablar conmigo?
—No digas tonterías. Date la vuelta.
Él obedeció y sintió que las ataduras se desprendían de sus muñecas. Al mismo tiempo, notó que una parte de su mente quedaba libre de una sujeción de la que apenas era consciente hasta aquel momento. Cuando bajó la mirada hacia sus ligaduras, vio una gema de color amarillo pálido entre una pila de vendas.
«Me ataron con vendas. —Que hubieran utilizado material de sanación para sujetarlo aumentó el desprecio que sentía hacia ellas—. ¿La gema impedía que pidiera ayuda mentalmente? Supongo que se vieron en la necesidad de crear algo así, por si tenían que evitar que un prisionero revelara su ubicación.»
Tyvara se irguió y lo ayudó a ponerse de pie. Estaba mareado. El alivio por no tener que preocuparse por lo que pasaría a continuación se apoderó de él. Resistió el impulso repentino de besarla. Ella se había vuelto hacia las otras Traidoras presentes en la habitación, por lo que él hizo un esfuerzo por despegar los ojos de ella y mirarlas también.
Dos portavoces se encontraban frente a Kalia. Una de ellas era Savara. La otra era Halana. Detrás de ellas había otras magas Traidoras en el pasillo.
—¿Has aprendido de él a sanar con magia? —preguntó Savara.
Kalia se encogió de hombros.
—Es posible.
Savara miró a Lorkin.
—¿Lo ha hecho?
Él asintió y sintió un escalofrío al recordar la sensación de tener aquella mente hurgando en sus recuerdos. El consuelo y el júbilo por haber sido rescatado decayeron. «Es algo que nunca podré olvidar», pensó. Lo atormentaría en sus pesadillas.
—Has infringido nuestras leyes —dijo Savara a Kalia—. Serás juzgada por ello.
—Por supuesto —contestó Kalia—. Acabemos con eso cuanto antes. —Salió de la habitación con el mentón en alto y con Halana a la zaga.
Savara volvió la vista hacia las dos vigilantes.
—Lleváoslas también —ordenó.
Las magas que esperaban fuera entraron para escoltarlas.
Tyvara no hizo ademán de seguirlas. Lorkin posó los ojos en ella. Estaba contemplándolo con expresión extraña.
—¿Qué pasa?
Ella sonrió. A continuación, sujetó su cabeza entre las manos y lo besó.
El deseo lo inundó, seguido por el aturdimiento. La abrazó, tanto para estrecharla contra sí como para no caer al suelo. Ella soltó una risita y se apartó ligeramente.
—No estás totalmente ileso, ¿verdad? —preguntó—. Han estado vaciándote de energía. ¿Te daban de comer, al menos?
—Pues... —respondió él antes de esforzarse por repasar las preguntas mentalmente—. Sí, sí y no.
—Yo no diría que alguien que ha sido vaciado de energía esté totalmente ileso —señaló ella.
—Dudo que tus compañeras Traidoras estén de acuerdo contigo.
—Hasta Kalia estaría de acuerdo en que despojar de energía a alguien contra su voluntad es hacerle daño. Por eso tenemos leyes que lo prohíben. Ella...
Harto de esta discusión sin importancia, Lorkin la interrumpió con otro beso. Fue largo y pausado, y, para su sorpresa, fue él quien lo rompió.
—Los libros están muy equivocados —comentó.
Ella frunció el ceño.
—¿Los libros? ¿Qué libros?
—Los que gustan tanto a las kyralianas. En ellos, las mujeres siempre son rescatadas por hombres. Dicen que nunca ocurre lo contrario porque no sería emocionante y nadie los leería.
—¿Y no estás de acuerdo?
—No. —Desplegó una sonrisa—. Es de lo más emocionante.
Ella puso los ojos en blanco y se zafó de sus brazos, haciendo caso omiso de sus protestas.
—Vamos. Hay un escándalo muy emocionante a punto de sacudir todo Refugio, y la gente querrá oír tu versión de lo ocurrido.
—¿No podemos dejarlo para después?
—No.
Él suspiró.
—De acuerdo. Supongo que tengo miedo de que no quieras volver a besarme si salimos de esta habitación. ¿Qué te ha hecho cambiar de idea sobre mí?
Ella sonrió.
—No he cambiado de idea sobre ti. He cambiado de idea sobre lo que debía hacer contigo.
—Por lo visto tendré que dar las gracias a Kalia por ello.
Tyvara lo hizo salir de la habitación a empujones.
—Ni te atrevas.