16
Miedos y preocupaciones

Mientras el carruaje se alejaba del Gremio, Sonea miró a Rothen y vio que tenía una expresión pensativa.

—¿Qué sucede? —le preguntó.

—Hace solo unos meses, habrías tenido que pedir permiso para visitar a Dorrien y a su familia —dijo el anciano mago—. Ahora, nadie pone en duda tu derecho a hacerlo. Con qué rapidez cambian las cosas.

Sonea esbozó una sonrisa sombría.

—Sí, pero podrían volver a cambiar con la misma rapidez. Bastaría un incidente desafortunado para que yo acabara haciéndole compañía a Lilia.

Rothen crispó el rostro.

—Ella intentó aprender magia negra de forma deliberada.

—Es cierto. Me pregunto si lo habría hecho si no hubiera estado trastornada por la craña.

—¿A qué te refieres?

—Dicen que hace que deje de importarte todo. Eso resulta atrayente para quien tiene preocupaciones de las que le gustaría olvidarse durante un rato, o para quien necesita reforzar su valentía de un modo artificial, pero la craña elimina también la preocupación por las consecuencias de tus actos, al parecer de un modo mucho más eficaz que la bebida.

—¿Crees que otros podrían cometer el mismo error que ella?

—Solo si topan con unos libros con instrucciones para aprender magia negra estando totalmente bajo los efectos de la craña. Depende de que haya otros libros de ese tipo por ahí. —Sonea suspiró—. Lord Leiden estaba infringiendo la ley al no entregar el suyo al Gremio.

—¿Deberíamos empezar a registrar las bibliotecas privadas?

—Dudo que encontráramos nada. Los propietarios que saben qué es lo que guardan en su biblioteca esconderían cualquier objeto sospechoso en cuanto se enteraran de que podría haber un registro.

Rothen asintió en señal de conformidad.

—Se tardaría años en realizar una inspección minuciosa de las bibliotecas más grandes —añadió—. ¿Estamos más cerca de encontrar al asesino de Leiden?

Ella sacudió la cabeza.

—Es evidente que alguien más ha aprendido magia negra, a menos que Kallen sea el asesino y las personas que afirman haberlo visto aquella noche estén mintiendo. Me sorprende que Osen no nos haya pedido aún que nos leamos la mente mutuamente. —El carruaje se detuvo. Ella abrió la portezuela y se apeó, antes de volverse y esperar a que Rothen bajara también.

—He oído que hay testigos suficientes para confirmar que ambos estabais en otro sitio cuando se cometió el asesinato y que la lectura de mente es innecesaria.

Ella lo miró, sorprendida.

—Qué detalle ha tenido al decírmelo. No me hacía precisamente ilusión la idea de que me leyeran la mente o de tener que leérsela a Kallen.

—Estoy seguro de que te lo diría si se lo preguntaras. ¿Entramos?

Ella se volvió hacia la puerta del edificio. El Gremio lo había tomado en alquiler con el fin de compensar la escasez de habitaciones para magos que había en el recinto. Cuando Dorrien viajaba solo al Gremio, se alojaba en casa de su padre, pero no había espacio suficiente en los aposentos de Rothen para albergar a dos adultos más y a dos muchachas crecidas.

Vista desde el exterior parecía una casa grande para una sola familia. Sonea se acercó a la puerta y llamó. Un hombre con uniforme de criado del Gremio la atendió. Los saludó, se apartó a un lado y se inclinó mientras ellos pasaban al recibidor.

Era un espacio suntuosamente decorado del que arrancaba una escalera curva que ascendía a la planta superior. En otra época, aquella casa había debido de ser la residencia de una familia acomodada de las Casas, pero ahora estaba dividida en cuatro partes en las que se alojaban sendos magos con sus familias respectivas. Al principio, la idea de dividir una casa grande había sido rechazada, porque se daba por sentado que los magos eran demasiado orgullosos para compartir un edificio con otros. Sin embargo, la iniciativa obtuvo una gran aceptación entre magos jóvenes que procedían de las clases bajas y tenían familia, pues comprendieron de inmediato que allí dispondrían de mucho más espacio para sus hijos que en un apartamento del alojamiento de los magos.

El criado los guió escaleras arriba hasta una puerta grande que ocupaba lo que sin duda antes había sido el acceso a un pasillo. Dio unos golpecitos con los nudillos y, cuando Dorrien abrió la puerta, el hombre hizo una reverencia y anunció a las visitas formalmente.

—Gracias, Ropan —dijo Dorrien mientras acompañaba a Sonea y a Rothen al interior de una amplia sala de invitados. Tylia y Yilara estaban sentadas en dos de las sillas, y Sonea advirtió que sus vestidos eran de un estilo más urbano—. Bienvenidos a nuestro nuevo hogar. Es cuatro veces más grande que nuestra casa. A Alina le preocupa que nos acostumbremos tanto a vivir aquí que nos sintamos muy apretujados cuando regresemos. Hela aquí.

Su esposa había salido de una puerta lateral con las manos enlazadas ante sí y la ansiedad reflejada en el rostro. Clavó los ojos en Sonea y los bajó hacia su túnica negra; su expresión se endureció y ella apartó la vista. Sonrió con nerviosismo cuando Dorrien la apremió para que se uniera a ellos. Las dos chicas se pusieron de pie y se inclinaron a regañadientes, y se quedaron a un par de pasos de los adultos mientras estos intercambiaban fórmulas de cortesía.

—¿Te encuentras a gusto aquí? —le preguntó Sonea a Alina.

Alina miró a Dorrien.

—Tardaré un poco en aclimatarme —respondió la mujer en voz baja—. Prefiero preparar las comidas yo misma, pero Dorrien dice que debo dejar que los criados se ocupen de eso.

—¿Dónde cocinan?

—En el sótano —contestó Alina—. Cocinan para todas las familias que nos alojamos aquí. Por lo visto hay más sirvientes allí esta noche. Espero que no sea por culpa nuestra.

Dorrien sonrió.

—Lord Beagir también tiene invitados —dijo. Se volvió hacia Rothen y Sonea—. Pasad al comedor.

—Conque comedor, ¿eh? —Rothen rió entre dientes y abrió la boca para añadir algo, pero Dorrien arrugó el entrecejo, sacudió la cabeza y señaló con los ojos a Alina, que estaba mirando hacia otro lado. «Al parecer Alina no se siente muy cómoda con los lujos que hay aquí —pensó Sonea—. Dorrien no quiere que Rothen bromee sobre ello, pues podría hacerla sentir peor.»

Se trasladaron a una habitación amueblada con una mesa grande y ocho sillas. En una hornacina, al fondo de la estancia, había un gong del tamaño de un plato llano. Una vez que todos se acomodaron en las sillas, Dorrien posó la mirada en él, el macillo se movió y un tañido agradable inundó la habitación. Alina apretó los labios y meneó la cabeza.

Aunque seguramente le parecía un capricho extravagante, el sonido avisaba a los sirvientes que la familia estaba lista para cenar. En efecto, un par de criados varones apareció con bandejas cargadas con cuencos y platos de comida. Cuando terminaron de disponer los alimentos sobre la mesa, se colocaron las bandejas vacías bajo el brazo y preguntaron qué bebidas debían traer. Dorrien pidió vino y agua, y los sirvientes se retiraron a toda prisa.

Saltándose la costumbre anticuada de servir a los invitados, Dorrien simplemente los invitó a empezar. Cada uno se hizo con un plato y todos comenzaron a comer. Alina alzó la vista hacia Sonea con el semblante serio.

—¿Cómo va la caza del renegado? —preguntó.

—En estos momentos se ha convertido en un ejercicio de paciencia —le dijo Sonea—. Estamos esperando información. Una información fiable, pues no queremos precipitarnos ni poner en peligro a nuestras fuentes.

—¿Te refieres a la espía que trabaja para el otro ladrón? ¿La hija de tu amigo?

Sonea se quedó inmóvil y resistió el impulso de mirar a Dorrien. Este le había contado a su esposa más de lo que Sonea habría querido. Cuantas menos personas supieran que seguía siendo amiga de Cery, mejor, pero aunque esto llegara a saberse no peligraría la vida de nadie. En cambio, el dato de que Anyi era la hija de Cery podía poner la vida de la joven en riesgo si se difundía.

—Sí —contestó—. Es una tarea peligrosa, y sé que mi amigo está muy preocupado por ella.

—Si es peligroso para ella... —Alina dirigió la vista hacia Dorrien, se enderezó ligeramente en su asiento y se volvió de nuevo hacia Sonea—. ¿Es peligroso para nosotros también?

Sonea parpadeó, perpleja.

—No.

—Pero si ninguna de nosotras es maga. —Alina gesticuló en dirección a sus hijas y a sí misma—. ¿Y si esas personas a las que perseguís se enteran de que Dorrien os está ayudando, de que tiene una familia y de que vivimos aquí, y no en el recinto del Gremio? —Elevó la voz levemente—. ¿Qué impedirá que vengan cuando Dorrien no esté y nos amenacen... o hagan algo peor?

Sonea se esforzó por disimular las ganas de sonreír. Alina estaba angustiada de verdad. «¿Tiene motivos para estarlo? —La situación hipotética que Alina imaginaba no era imposible, solo improbable. Solo un asesino o secuestrador particularmente astuto y audaz podía colarse en la casa de un mago, sobre todo en una como aquella, en la que vivían varios—. ¿Alguien tan astuto y audaz como el asesino de la familia de Cery?» Tal vez, pero aquello no era la guarida secreta de un ladrón, demasiado recóndita para que alguien se diera cuenta de que la estaban allanando y acudiera en auxilio de sus habitantes.

—El alojamiento que habéis encontrado supone una ventaja para vosotros —le aseguró Sonea a Alina—. Como tenéis a otros magos por vecinos, podéis pedirles ayuda o enviar a los criados a que los llamen aunque Dorrien no esté. Un mago en una casa es un excelente elemento disuasorio, y aquí tenéis a cuatro. Además, esto hace que a un extraño le resulte más difícil saber si están todos en casa o no.

»Deberíais establecer unas normas y ceñiros a ellas —agregó Sonea cuando Alina abrió la boca para protestar—. Decidir a quién dejaréis entrar en vuestros aposentos y a quién no; cómo os mantendréis a salvo cuando os mováis por la ciudad; qué hacer si creéis que alguien os sigue o intenta entrar en la casa. —Sonea miró a Dorrien, que asintió con cara de resignación—. Estoy segura de que podéis pensarlo entre los dos.

Tal como Sonea esperaba, Alina centró su atención en Dorrien.

—Así lo haremos. —Lanzó una mirada fugaz a Sonea—. Te agradecemos el consejo.

—Cuanto antes encontremos a Skellin, antes podrás dejar de preocuparte por esto —afirmó Dorrien.

Rothen emitió un sonido de conformidad.

—Y nadie estará a salvo si no lo encontramos.

—¿Y qué ocurriría entonces? —preguntó Yilara.

Sonea miró a la chica con una sonrisa de aprobación por su interés.

—Él quiere hacerse con el control de... —Unos golpes en la puerta de la sala de invitados la interrumpió.

—Voy a ver quién es —dijo Dorrien, levantándose y saliendo del comedor apresuradamente.

Los demás continuaron cenando, escuchando callados pero llenos de curiosidad el sonido de la puerta al abrirse, el de otra voz masculina y el de la puerta que se cerraba.

Unos pasos indicaron que Dorrien se acercaba de nuevo. Cuando cruzó la puerta del comedor, miró a Sonea.

—Es un mensaje para ti. Osen quiere que regreses al Gremio de inmediato. Lady Naki ha desaparecido.

Tras un día de navegación, Achati, Dannyl y Tayend se encontraban en un puerto más pequeño situado al norte de Arvice. Achati había dispuesto que pasaran la noche en tierra, en una finca que pertenecía a un ashaki que cultivaba raka. El ashaki Chakori había enviado un carruaje a recogerlos en el muelle. Reconocieron el olor a granos tostados bastante antes de llegar a la finca.

A diferencia de la mayor parte de los hogares sachakanos, la mansión y los edificios de labor no estaban cercados por un muro. La casa principal se alzaba a un lado, y los edificios de labor estaban a unos pocos centenares de pasos de ella. Había dos estructuras cilíndricas, y de una de ellas se elevaba una columna de humo que formaba una mancha oscura recortada contra las nubes iluminadas por la luna.

—Mi querido primo —había dicho Achati una vez concluidas las presentaciones formales—. Cuánto me alegro de volver a verte.

A Dannyl le había sorprendido que Achati no les hubiera hablado de su parentesco con su anfitrión. Como su amigo sachakano había asumido la responsabilidad de organizar el viaje, le había parecido descortés presionarlo para que le diera muchos detalles.

El ashaki Chakori irradiaba una mezcla de fuerza y satisfacción. Procedía de un antiguo y poderoso linaje sachakano, lo que le permitía vivir lejos de la ciudad y hacer lo que más le gustaba —cultivar y producir raka— sin arriesgarse a perder su prestigio entre los ashakis.

—Su padre y el mío eran hermanos —explicó Achati al percibir la curiosidad de Dannyl—. El más joven heredó una mansión en la ciudad, y el mayor, esta finca. —Se volvió hacia Chakori—. ¿Cómo están tu hijo y tu esposa?

—Kavori está en Elyne, sondeando las posibilidades comerciales. Inaki está bien.

Achati arqueó las cejas.

—¿En Elyne? ¿Y cómo le va?

—No tan bien como esperaba. —Miró a Tayend, meditabundo—. Allí se tiene la idea de que la raka es una bebida para plebeyos. ¿Es así, embajador?

Tayend asintió.

—Pero cada vez goza de mayor aceptación, debido a los magos que vuelven después de haber estudiado en el Gremio y haberse aficionado a ella.

Chakori dirigió su atención a Dannyl.

—O sea que en Kyralia no es una bebida para plebeyos.

—Lo era —dijo Dannyl en tono de disculpa—, pero durante los últimos veinte años, el Gremio ha invitado a personas de toda condición a solicitar su ingreso. Quienes procedían de las clases bajas transmitieron a los demás su gusto por la raka, que se ha vuelto muy popular entre los aprendices que estudian hasta altas horas de la noche.

—No me extraña. —Chakori soltó una risita—. Hay otro producto exótico que se ha abierto paso entre los kyralianos en los últimos años y que tiene un nombre vagamente parecido, ¿verdad?

—La craña. —Dannyl sacudió la cabeza—. Se ha convertido en un problema importante.

El ashaki asintió.

—Los esclavos de las fincas del sur consiguieron un poco recientemente, aunque no sé cómo. Tal vez un comerciante emprendedor de Kyralia cruzó las montañas para traerla. Sus efectos eran alarmantes; los esclavos se rebelaban o se negaban a trabajar. Su amo ha prohibido el consumo y también la posesión de la droga, y ha recomendado a los demás que sigamos su ejemplo.

—Es una buena idea —dijo Dannyl. «Por otro lado..., si la craña indujo a los esclavos a sublevarse, podría llegar a ser la clave para acabar con la esclavitud en Sachaka. Pero después el país se encontraría en una situación muy difícil, con la mayoría de los trabajadores incapacitados. Solo un enemigo despiadado o desesperado haría algo así. Además, si la producción de craña se implantara aquí, ¿qué implicaría eso para Kyralia?»

—¿Desean comer algo, o esperamos a más tarde? —preguntó Chakori—. Puedo mostrarles la finca, si no están cansados debido a su viaje.

Achati miró a Dannyl y a Tayend. Dannyl elevó los hombros para indicar que las dos opciones le parecían bien. Tayend asintió.

—Ambas propuestas son tentadoras —le dijo Achati a su primo—. Haremos lo que te resulte más conveniente.

El ashaki sonrió.

—Entonces daremos una vuelta por la finca, pues he ordenado que les preparen un plato que requiere por lo menos tres horas de elaboración para quedar bien.

Chakori los guió por la mansión. Aunque la ausencia de un muro exterior era poco convencional, la casa tenía una distribución y una decoración tradicionales. El sinuoso pasillo principal partía de la sala maestra en que Chakori los había recibido y atravesaba dos conjuntos de habitaciones, pero se bifurcaba, a diferencia del de la Casa del Gremio, y Chakori los llevó por una rama que conducía a una puerta trasera.

Salieron a un patio amplio y se encaminaron hacia los edificios de labor. Al lado de las dos estructuras altas y cilíndricas, la mansión parecía pequeña y modesta. Se respiraba un olor muy fuerte a semillas tostadas de raka.

Chakori señaló los edificios.

—El de la izquierda se utiliza como granero y para llevar a cabo la fermentación; el de la derecha, para tostar y embalar. —Se acercó al granero y los hizo pasar por una pesada puerta de madera a una habitación iluminada por una lámpara. Un globo de luz se materializó con un zumbido encima de su cabeza y aumentó de intensidad hasta que sus rayos bañaron todo el cuarto.

El espacio estaba dividido en varias secciones, con paredes de madera que partían de forma radial de una zona central. Los esclavos habían desmontado una de estas paredes y estaban rastrillando un gran montón de granos hacia el compartimiento contiguo. Otro grupo llenaba unas carretillas de grano a paladas. Cuando un esclavo se desplazó de un grupo al otro, con la evidente intención de supervisar el proceso, Dannyl lo reconoció, sorprendido.

«¡Es Varn!»

Chakori guió a sus invitados a la zona central, mientras los esclavos se arrojaban al suelo ante su amo, y cuando Varn se volvió, sus ojos pasaron de Chakori a Achati. Vaciló por un breve instante, presa de la estupefacción antes de postrarse también.

Dannyl miró a Achati. El antiguo amo de Varn pareció extrañado y un poco molesto, pero recobró la compostura enseguida.

—Tu esclavo supervisor antes era mío —le dijo a Chakori.

Su primo asintió.

—Sí, el hombre al que se lo compré me dijo que Varn te había pertenecido. Ha sido un buen trabajador.

—Lo es. Y también es un buen esclavo fuente. ¿Sabes por qué lo vendió Voriki?

Chakori se encogió de hombros.

—Ni idea. Supongo que necesitaba el dinero. ¿Te arrepientes de haberlo vendido? ¿Quieres comprármelo?

Dannyl se alegró de estar detrás de los dos sachakanos y de que no lo vieran torcer el gesto por la naturalidad con que hablaban de comprar y vender personas.

Achati no respondió enseguida.

—Es una oferta tentadora, y a veces sí lamento haberlo vendido, pero no.

Chakori asintió, ordenó a los esclavos que volvieran al trabajo y comenzó a explicar el proceso de almacenamiento y fermentación. Dannyl resistió el impulso de observar a Varn para comprobar si lanzaba alguna mirada a Achati y si su expresión era de reproche o no. No pudo evitar recordar el momento en que los vio de lejos durante la búsqueda de Lorkin, cuando creían que nadie los miraba y que no había testigos del afecto y el deseo evidente que sentían el uno por el otro. Pero ¿qué le había dicho Achati después?

«Solo cuando sabes que el otro puede dejarte fácilmente aprecias el hecho de que se quede.»

¿Era esa la razón por la que Achati había vendido a Varn? ¿Había empezado a sospechar que la adoración de este fuera fingida? ¿O se había enterado de que lo era al leerle la mente?

Cuando Chakori terminó su explicación, los invitó a echar un vistazo por la habitación. Recorrieron los segmentos de almacenamiento, examinando las semillas relucientes. Cerca de ellos había una pila de hojas desechadas que semejaban tazones grandes y alargados. Dannyl se volvió hacia su anfitrión cuando se aproximaban a Varn y los esclavos que rastrillaban los granos en fermentación.

—¿Qué aspecto tienen las plantas de raka? —preguntó.

Chakori sonrió, complacido con la pregunta.

—Son árboles pequeños, más o menos el doble de altos que un hombre. Las semillas vienen en vainas... como estas. —Dannyl siguió a Chakori cuando este se dirigió hacia las hojas desechadas, pero Achati se quedó atrás. Chakori recogió dos y tendió una a Dannyl y otra a Tayend. Eran gruesas e inflexibles como la piel de gorín.

—¿Las utiliza usted para algo? —inquirió Tayend.

—Se las doy a un vecino, que las corta en pedacitos y las esparce sobre sus campos. Me asegura que repelen insectos y hacen que las plantas crezcan más deprisa. —Chakori se encogió de hombros.

—Parecen cascos de barcas pequeñas —observó Tayend—. Podrían usarse como cuencos. ¿Arden bien? ¿El humo que producen huele a raka?

Dannyl volvió la mirada hacia Achati. Su amigo estaba hablando con Varn. Aunque el esclavo tenía la vista baja, esbozó una leve sonrisa y asintió. Cuando Dannyl miró de nuevo al frente, vio que Tayend frotaba el interior de su vaina.

—Zapatos —murmuró—. Me pregunto si podrían tallarse en forma de zapatos.

Achati apareció al lado de Dannyl.

—No me gustaría caminar mucho rato con eso en los pies.

—No, tienes razón —convino Tayend. Devolvió la vaina a Chakori, que la tiró de nuevo sobre la pila.

—Bien —dijo Chakori—. Ahora les enseñaré el proceso de torrefacción.

Lorkin había descubierto algo que no sabía nadie del Gremio, tal vez ni siquiera su madre.

Cuando a uno lo despojaban una y otra vez de su magia, acababa por tener dolor de cabeza.

Sus captores habían absorbido su energía a intervalos regulares para impedir que se recuperara mágicamente. Esto lo había dejado tan débil que ni siquiera podía quitarse la venda que le cubría los ojos. Incluso en los momentos en que tenía fuerzas suficientes para moverse, los pocos intentos que había hecho de apartar la venda restregando la frente contra la pared le habían valido un golpe en la cabeza que le había provocado un zumbido en los oídos.

La falta de energía tampoco le permitía aliviar la tensión ni el dolor que sentía por tener los brazos atados a la espalda y por haber pasado horas sin dormir tumbado en el frío e irregular suelo de piedra. Aun así, no habría debido resultarle imposible pedir ayuda con la mente. Otra cosa se lo impedía, aunque no estaba seguro de qué era. La idea de que alguien hubiera podido bloquear su magia cuando él estaba inconsciente lo hacía sentirse extremadamente vulnerable y vejado, hasta que, poco después, comprendió que no le habrían arrebatado energía con tanta frecuencia si no hubiera sido capaz de usarla.

Las horas transcurrían lenta y penosamente.

Él no podía hacer otra cosa que pensar e intentar encontrar una salida a su situación. Sus captores eran con toda seguridad miembros de la facción de Kalia. Era muy improbable que hubiera forasteros viviendo en Refugio, aunque no podía descartar por completo la posibilidad. Tal vez el Gremio había reclutado a Traidores descontentos o les había prometido algo —como los conocimientos de sanación mágica— a cambio de que lo rescataran. Quizá el rey sachakano ya tenía espías en Refugio y quería que alguien se llevara a Lorkin de allí antes de invadir la ciudad.

El problema era que ni en un caso ni en otro tenía sentido que lo hubieran secuestrado de aquel modo.

«Los principales sospechosos son la gente de Kalia», concluyó una vez más.

Intentó convencerse de que no se atreverían a matarlo, pero temía estar equivocado. Aunque el asesinato de un Traidor podía castigarse con la muerte, la facción de Kalia seguramente consideraría que él no era un Traidor de verdad. Tal vez una de ellas estaba dispuesta a cargar con la culpa y sacrificarse para librar a Refugio de él.

Cuando se preguntó qué otra cosa podían querer de él, la respuesta hizo que se le desbocara el corazón por el miedo y la rabia.

«Independientemente de lo que planeen hacer conmigo, me leerán la mente. Cuando lo hagan, descubrirán todo lo que sé sobre la sanación.»

Esto lo había llevado a plantearse qué haría si le exigían este conocimiento a cambio de su vida. Era muy poco probable que lo hicieran, pues no necesitaban su colaboración, pero aunque es posible aprender los fundamentos de la sanación basándose tan solo en una lectura mental, la experiencia y la práctica eran insustituibles.

«Si me lo exigen... ¿se lo daré? ¿Impedir que accedan a esta información es más importante que conservar la vida?»

En ocasiones, no se lo parecía. No le gustaba tener que negarse a revelar conocimientos que podían ayudar a aquel pueblo. No los culpaba por haber recurrido a una táctica poco ética para conseguirlos.

Pero la decisión no estaba en sus manos. El conocimiento no le pertenecía a él, sino al Gremio. ¿Esperaría el Gremio que él muriera para proteger ese derecho?

«¿Por qué tengo que someterme a la autoridad del Gremio? Le dije a Dannyl que todos debían comportarse como si yo hubiera dejado de ser miembro. ¿Se lo decía en serio? ¿Sigo considerándome un mago del Gremio?»

No tuvo la oportunidad de reflexionar sobre ello durante mucho rato. El sonido de una puerta que se abría y se cerraba le aceleró el pulso de nuevo. Oyó unos pasos. Algo en la cadencia de las pisadas descorazonó a Lorkin y a la vez despertó la ira en su interior. Habría reconocido aquel andar enérgico y paticorto en cualquier parte.

«Kalia.»

—¿Dónde has estado? Llevamos horas vigilándolo —se quejó una mujer, una de las que habían estado custodiándolo y vaciándolo de energía, supuso Lorkin.

—No he podido escaparme antes. No estaba sola —replicó Kalia.

—Claro que no lo estabas. Otra persona debería encargarse de esto —señaló la segunda vigilante.

—Soy la sanadora de Refugio —repuso Kalia en un tono de superioridad—. Tengo la responsabilidad de asegurarme de que nuestra gente reciba el mejor tratamiento posible.

Las dos mujeres guardaron silencio. Los pasos se acercaron. Lorkin oyó el crujir de unas articulaciones. Le picaba la piel bajo la venda. Algo frío y vivo le tocó la frente.

Él hizo un movimiento brusco de modo instintivo para quitarse la mano de encima. Acto seguido, notó una presión en la cabeza que la sujetó con firmeza contra el suelo. La superficie áspera se le clavó dolorosamente en el cogote. Volvió a percibir aquel tacto frío.

Sintió una presencia en el borde de su mente. Sintió que esa presencia se deslizaba sin esfuerzo al interior de su cerebro. Intentó resistirse a la voluntad que estaba apoderándose de sus recuerdos, aunque esto agudizaba su jaqueca. Pero fue en vano. Nada podía detener aquella mente que buscaba y examinaba con avidez.

No te saldrás con la tuya, envió a la invasora. Si usas la magia para sanar a la gente, sabrán que me robaste el conocimiento a mí.

Pero si me lo has dado de buen grado, contestó Kalia. Justo antes de partir hacia tu país. Les diré que intenté disuadirte, por supuesto. Que te aconsejé que esperaras a que yo te consiguiera a un guía, pues de lo contrario morirías congelado. Pero como no eres más que un kyraliano ignorante, tu orgullo te impidió aceptar la oferta. Serás el único culpable de tu muerte.

No se lo creerán.

Claro que no. Pero tendrán que aceptarlo, pues no habrá otros testigos.

Lorkin notó que la desesperación amenazaba con prevalecer sobre su autocontrol. La hizo a un lado y, cuando Kalia escarbó de nuevo en sus recuerdos e invocó el conocimiento de la sanación mágica a la superficie, intentó distraerla con otros pensamientos. Ella hizo caso omiso de ellos, demasiado ansiosa por aprender lo que él sabía. Solo cuando hubo satisfecho su curiosidad dejó que su atención se dispersara. Entonces incitó a la mente de Lorkin a revelarle recuerdos o hechos que él quisiera ocultarle.

La mente era traicionera, por lo que Kalia no tuvo que insistir mucho. En circunstancias normales, él habría podido guardar aquellos recuerdos detrás de puertas imaginarias, a salvo de cualquier intrusión. Por lo general, un mago que penetrara en su mente tendría la delicadeza de mantenerse alejado de esas puertas. Pero Kalia no.

Ella rebuscó en los recuerdos de su infancia y le divirtió ver cómo se habían burlado de él en el Gremio por el origen humilde y la soltería de su madre; se llenó de júbilo al enterarse de cómo le había partido el corazón Beriya, su primer amor; se mofó de sus esperanzas de realizar hazañas tan heroicas como las de su padre; y mostró un desprecio profundo por la atracción que sentía hacia Tyvara...

Un sonido rompió la concentración de Kalia. Aunque los oídos de Lorkin le dijeron que era un sonido fuerte, como tenía la atención sujeta a su mente, no lo asimiló. Entonces su conciencia regresó de golpe al mundo físico. Tenía los sentidos embotados.

—¿Qué? —espetó Kalia.

—Te han seguido. Los hemos burlado, pero no tardarán mucho en darse cuenta.

Se produjo un silencio. Lorkin alcanzó a oír la respiración de Kalia.

—¿Lo has conseguido? —preguntó una de las vigilantes.

—Tal vez —respondió Kalia en un tono especulativo que provocó un escalofrío a Lorkin—. Levantadlo. Conozco un lugar ideal para esconderlo.

Con la cabeza dándole vueltas, más por falta de comida y agua que por otra cosa, Lorkin notó que unas manos lo obligaban a ponerse de pie y lo empujaban hacia delante por el espacio estrecho y resonante de lo que debía de ser un pasadizo.