Un chirrido arrancó a Lilia de sus pensamientos. Al volverse, vio que la puerta de la Cúpula se deslizaba hacia atrás. Cuando se desplazó hacia un lado, dejó al descubierto un círculo de luz fría contra la que se recortaba la silueta de un mago. Este le hizo señas de que se acercara, así que Lilia se puso de pie y, obedientemente, se dirigió hacia la puerta y salió.
Cuando sus ojos se adaptaron a la luz, advirtió que atardecía. «He pasado ahí dentro menos de un día —pensó—. Tenía la sensación de que había sido más tiempo, tal vez un día y medio. Claro que, de ser así, tendría hambre. —Las tripas le hicieron ruido—. Bueno, más de la que tengo.»
—Es la hora, Lilia.
En cuanto se percató de que el mago era la Maga Negra Sonea, ejecutó una reverencia apresurada. Sonea la contempló con expresión comprensiva. Otros dos magos aguardaban a poca distancia. Lilia rehuyó su mirada y acomodó su paso al de Sonea cuando esta echó a andar hacia la universidad.
—Ojalá pudiéramos evitar esta Vista —comentó Sonea—. Pero me temo que es inevitable. Naki y tú tenéis que comparecer ante el Gremio para ser juzgadas.
Lilia asintió.
—Entiendo.
—No debéis hablar entre vosotras —agregó Sonea en voz baja—. No digas nada a menos que te lo ordenen o te hagan una pregunta.
Lilia asintió de nuevo. Alcanzaba a ver con el rabillo del ojo que Sonea la observaba con detenimiento y cayó en la cuenta de que esperaba una señal más clara de que la había oído y entendido, de que no estaba respondiendo de forma automática.
—Sí —consiguió articular Lilia, con la voz ronca por haber llorado y por falta de uso—. No debo hablar con... a menos que me lo ordenen. —No fue capaz de pronunciar el nombre de Naki, pero Sonea apartó la vista, aparentemente satisfecha.
Avanzaron a lo largo de la universidad hasta la entrada principal. El aturdimiento que se había adueñado de Lilia desde que había llegado al Gremio y la habían encerrado en la Cúpula empezó a disiparse mientras subían la escalera, cediendo el paso a un pavor creciente. Tendría que permanecer de pie frente a todos los magos del Gremio, soportando que la miraran y la juzgaran. Todos se preguntarían si era una asesina. Todos sabrían que había aprendido magia negra. Tanto si pensaban que lo había hecho por insensatez como por maldad, la despreciarían.
Se imaginó la decepción de su familia y se apresuró a ahuyentar este pensamiento de su mente. Más valía abordar las confrontaciones vergonzosas y humillantes de una en una.
Atravesaron a paso veloz el espectacular vestíbulo de la universidad y enfilaron el pasillo que conducía al Gran Salón. Ella respiró aliviada al ver que el espacio que rodeaba el edificio antiguo en el interior de la gigantesca sala estaba vacío. Había temido que algunos aprendices se hubieran colado allí para intentar ver algo.
Las puertas del Salón Gremial se abrieron, y a Lilia se le heló la sangre.
Entre las gradas situadas a cada lado de la sala había numerosos asientos, todos ellos ocupados por aprendices de túnica marrón que se habían girado para verla entrar en el edificio.
Clavó los ojos en el suelo. Los latidos de su corazón le retumbaban en los oídos mientras ella obligaba a sus piernas temblorosas a avanzar por el pasillo. Si alguno de los aprendices susurró algo —o lo dijo en voz alta—, ella no lo oyó. La sangre le corría a toda velocidad por las venas de los oídos, ahogando todos los otros sonidos. Se concentró en respirar y en apoyar un pie trémulo frente al otro.
Cuando llegaron al Frente del salón, torcieron a la derecha, donde Sonea se detuvo y posó una mano con delicadeza sobre el hombro de Lilia.
—Quédate aquí —musitó antes de dar varios pasos decididos hacia delante y subir la escalera empinada hacia su asiento entre los magos superiores.
Al seguirla con la vista, Lilia se percató de que algunos de los magos superiores tenían el entrecejo fruncido. Uno de ellos dijo algo, pero Sonea agitó la mano en un gesto despreocupado y tranquilizador.
La mirada de Lilia se encontró con la de un mago superior que había clavado los ojos en ella, y la chica bajó la vista al suelo de inmediato.
—Han escuchado las declaraciones de los pocos testigos de estos sucesos —atronó una voz masculina. Lilia alzó la vista y advirtió que el administrador de túnica azul estaba de pie en la parte central del Frente. Había estado mirando el suelo tan fijamente que no había reparado en su presencia—. Han oído lo que la Maga Negra Sonea descubrió en la mente de las dos jóvenes que tenemos delante. Ahora escucharemos lo que ellas tengan que decirnos. Lady Naki.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lilia y, al seguir la dirección de la mirada de Osen, vio que Naki estaba de pie a solo unos diez pasos largos de donde se encontraba ella, en el lado izquierdo del salón. Empezó a animarse al contemplar aquel rostro conocido y bello, pero la sensación se desvaneció, y ocupó su lugar un dolor que le oprimió la garganta a Lilia hasta que casi no podía respirar.
—Sí, administrador Osen —contestó Naki con cierta frialdad. Estaba erguida, con la espalda recta y la frente en alto. Tenía unos círculos oscuros bajo sus ojos enrojecidos. «Parece fuerte, pero también como si fuera a desmoronarse en cualquier momento —pensó Lilia—. ¿Qué aspecto debo de tener yo, encorvada e incapaz de mirar a nadie a la cara? Seguro que parezco tan culpable como ella cree que soy.»
Naki relató su versión de los hechos. Con cada palabra, Lilia sentía un poco más de frío, y llegó un momento en que estaba helada hasta los huesos. «¡Pero si era ella quien quería leer el libro y probar la magia negra! ¡La idea fue suya!» Mientras Naki describía cómo había encontrado el cuerpo de su padre, se volvió hacia Lilia y la fulminó con la mirada.
—Ella lo mató. ¿Quién más pudo haberlo hecho? Debió de aprenderlo en el libro. Tal vez ya lo sabía antes. —Las facciones de Naki se contrajeron, y se llevó las manos al rostro—. ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?
A Lilia se le encogió el corazón al oírla.
—Yo no lo hice, Naki. Yo... —comenzó a decir, pero Osen la miró con cara de pocos amigos y ella se mordió la lengua.
Al cabo de unos instantes, cuando Naki recuperó la compostura, los magos superiores la interrogaron, pero a Lilia le dio la impresión de que no esperaban averiguar nada más de lo que ya les habían contado. Osen se volvió hacia Lilia, que respiró hondo y esperó que no le fallara la voz.
—Lady Lilia —comenzó él—. Díganos qué ocurrió la noche que se quedó en casa de lady Naki.
Ella intentó explicarlo, pero cada vez que describía algo que no casaba con la historia de Naki, esta emitía un gruñido de indignación o de protesta, por lo que no pudo evitar hablar atropelladamente. Cuando ya había dejado atrás el tema del libro, cayó en la cuenta de que habría debido mencionar que Naki se lo había enseñado antes, pero para entonces le pareció que no valía la pena volver atrás para agregar este detalle. En el momento en que Osen le preguntó por qué tenía las manos manchadas de sangre, ella recordó de pronto que había percibido cómo Naki tomaba el control, pero cuando trató de decírselo, el administrador lo interpretó como un intento de desviar la atención de las preguntas sobre la sangre. Al final, acabó por hacerle preguntas más directas.
—¿Intentó usted aprender magia negra?
—Sí —respondió ella, notando que se le encendía el rostro.
—¿Lo consiguió?
—Sí —se obligó a contestar—. Al menos eso dice la Maga Negra Sonea.
—¿Mató a lord Leiden?
—No.
Después de asentir, él miró a los magos superiores, y Lilia se preparó para su interrogatorio. Le hicieron bastantes más preguntas que a Naki. Cuando aquel tormento finalizó, y Osen apartó por fin su atención de ella y la dirigió al resto de la sala, un gran alivio la invadió.
—No hay pruebas suficientes para acusar a nadie del asesinato de lord Leiden —declaró él—, aunque las investigaciones distan mucho de haber concluido. No obstante, dos delitos han sido confesados: el intento de aprender magia negra, y el aprendizaje de la misma, respectivamente. Los magos superiores han decidido el castigo apropiado para estos delitos, teniendo en cuenta la edad de las acusadas y la intención que motivó sus actos. —Hizo una pausa—. La pena para lady Naki, que reconoce haber intentado aprender magia negra pero no lo consiguió, será la expulsión de la universidad y el bloqueo de sus poderes durante tres años, período al término del cual su conducta será evaluada y, en caso de considerarse satisfactoria, se le concederá el reingreso.
Esto suscitó un suspiro leve entre magos y aprendices, seguido por un rumor bajo de discusión que cesó cuando Osen continuó hablando.
—La pena para lady Lilia, que reconoce haber intentado y conseguido aprender magia negra, será la expulsión del Gremio. Sus poderes serán bloqueados, y ella deberá permanecer confinada en un lugar con condiciones de seguridad adecuadas. Revisaremos su condena dentro de diez años.
Esta vez no hubo suspiro alguno por parte de los magos y aprendices presentes. En cambio, el rumor se reanudó de inmediato y aumentó de volumen. Osen frunció el ceño al percatarse del tono de descontento general. A Lilia se le cayó el alma a los pies.
«No les parece una sentencia lo bastante dura. Creen que deberían ejecutarme. Quieren...»
—¡Eso es favoritismo! —dijo alguien en voz muy alta detrás de ella.
—¡Naki la obligó a hacerlo! —exclamó otra persona.
—¡No! Los plebis siempre habéis sido una mala influencia —replicó alguien.
—Por favor, escolten a lady Naki y lady Lilia fuera del Salón Gremial —dijo Osen, haciéndose oír por encima de la discusión con su voz amplificada por arte de magia.
El ambiente en la sala se aplacó un poco, y los dos magos que habían acompañado a Lilia y Sonea antes dieron unos pasos al frente e hicieron un gesto para indicarle que se dirigiera a una puerta lateral cercana.
—¡Estamos contigo, Lilia! —gritó alguien.
Esto le levantó la moral ligeramente, pero entonces alguien bramó «¡asesina!» y el mundo se le vino encima de nuevo. «Van a encerrarme. Durante diez años. Más, porque, por muy bien que me porte, no dejaré de saber magia negra, lo que significa que continuaré siendo una criminal. Oh, ojalá pudieran bloquearme la memoria además de mis poderes. ¿Por qué dejé que Naki me convenciera de intentar aprender magia negra?»
Porque amaba a Naki. Porque ninguna de las dos había creído que su intento tendría éxito. Pero lo había tenido, lo que explicaba por qué estaba prohibido leer acerca de la magia negra. Por eso el Gremio no había querido reconocer que era posible, porque de lo contrario alguien con malas intenciones podía conseguir un libro e intentarlo. «Tendría que haberlo pensado antes. —Entonces comprendió lo que Naki y ella habían hecho—. Ahora todo el mundo sabe que es posible aprender magia en los libros. Hemos desvelado un secreto que debería haber permanecido oculto. Y, al igual que la magia negra, es un secreto que no puede ser olvidado.»
Había sido una jornada larga para Lorkin, no solo porque Kalia había desahogado su rabia en él por haberse escabullido de la sala de asistencia, sino porque había observado cómo empeoraba el estado de salud de la niña enferma, sin dejar de preguntarse cómo iba a sanarla sin que Kalia lo descubriera e intentara detenerlo.
Sin embargo, su dilema se había resuelto de un modo sorprendente. A última hora de la tarde, los padres de la niña habían decidido que no querían que su hija muriera en un sitio tan público y con frecuencia ruidoso como la sala de asistencia, sino en casa, con su familia. Kalia había intentado disuadirlos, pero ellos no dieron su brazo a torcer.
Esto había puesto nerviosa a Kalia, que había pasado el resto del día abstraída en sus pensamientos. «Sin duda está discurriendo cómo sacar provecho de la situación sin quedar mal frente a los demás.»
Había otros dos pacientes a quienes la fiebre del frío había atacado de forma especialmente agresiva: una anciana y un adolescente que ya padecía otros problemas de salud. Kalia no salió de la sala para visitar a la niña, tal vez porque no se lo habían pedido, o quizá porque temía que durante su ausencia Lorkin sanara por medio de la magia a los otros pacientes graves. Obligó a Lorkin a trabajar hasta altas horas de la noche y lo dejó marchar al fin cuando una maga de alto rango se presentó con su esposo enfermo y declaró que no le parecía acertado que Kalia se agotara trabajando hasta tarde habiendo magos que se habían ofrecido voluntarios para velar a los pacientes.
Cuando Lorkin se dirigía hacia la puerta, Kalia lo llamó. Él se volvió.
—Puedes irte —dijo ella—. No visites a Velyla sin mí.
Él asintió en señal de que había comprendido. Mientras caminaba hacia la habitación de la niña enferma, se preguntó qué precio tendría que pagar por su desobediencia.
No llegó a su destino.
Una mujer salió de un cuarto lateral y le hizo señas. Él la reconoció como una de las seguidoras de Savara, pero aun así vaciló antes de seguirla al interior de la habitación. Cuando vio a las cuatro personas que estaban allí, sus dudas se disiparon.
La habitación era un almacén de alimentos grande y medio vacío. Velyla yacía inconsciente en una cama improvisada. Sus padres estaban inclinados sobre ella. A su lado se encontraba Savara.
—Lorkin. —La mujer sonrió—. Empezaba a creer que ella nunca te dejaría marchar —comentó.
Él hizo una mueca.
—Creo que estaba esperando... —Se interrumpió y miró a los padres. «Esperando que la niña muriera antes de que yo tuviera la oportunidad de sanarla. No puedo decir eso delante de ellos.» Se acercó a la cama improvisada y alzó la vista hacia la pareja—. Intentaré sanarla con magia, pero no les prometo que pueda salvarla. La sanación mágica no siempre da resultado, aunque hasta donde yo sé tampoco ha hecho daño a nadie. Solo lo intentaré si me dan ustedes su consentimiento.
—Sí —dijo el padre, y su esposa asintió.
—Y yo me ofrezco como testigo —añadió Savara con voz suave.
Lorkin la miró. Tyvara debía de haberle hablado de sus planes. Quizá Savara había convencido a los padres de que sacaran a su hija de la sala de asistencia para que Kalia no pudiera impedir su sanación o intervenir en ella. Tal vez había adivinado que Kalia prohibiría a Lorkin visitar a Velyla solo, y se había ocupado de que llevaran a la niña allí.
Savara sonrió, con un brillo tanto de suficiencia como de aprobación en los ojos.
Lorkin se volvió de nuevo hacia la niña, le posó una mano en la frente y proyectó sus sentidos al interior de su organismo. Lo que vio le provocó un escalofrío. La enfermedad estaba por todas partes, corroyéndolo todo. Sus pulmones estaban infestados de ella, y el corazón latía con debilidad.
Para empezar, le envió energía corporal. A menudo bastaba con eso; el organismo la utilizaba automáticamente para sanar. La enfermedad que había invadido los sistemas de Velyla era demasiado virulenta para sus defensas. Él sabía que, si hubiera examinado el interior de los Traidores a quienes la fiebre del frío no había dejado tan maltrechos, habría visto cómo su organismo contraatacaba. Pero el cuerpo de Velyla estaba perdiendo aquel combate.
Tal vez sus defensas eran tan lentas y débiles que bastaba una buena inyección de energía que durara lo suficiente para ganar la batalla. O tal vez nunca la ganaría, por mucho tiempo adicional que él le proporcionara. «Si fracaso, Kalia me acusará de prolongar su agonía. Pero tengo que intentarlo.»
A continuación expulsó el líquido de los pulmones —algo que no resultaba agradable para nadie pero permitiría a la niña respirar bien durante un tiempo— y sanó todos los daños que pudo. Este último paso consumió buena parte de sus fuerzas, pero él no gastaba mucha energía trabajando en la sala de asistencia, por lo que sin duda se recuperaría si dormía la noche entera.
—No dejen de administrarle los remedios de Kalia —aconsejó a los padres—. La ayudarán a mantener los pulmones limpios y le aliviarán el dolor de garganta. —Al bajar la mirada, vio que a la niña le temblaban ligeramente los párpados, y se apresuró a añadir—: He hecho todo lo que puede hacerse con magia, que es dar a su cuerpo otra oportunidad para vencer a la fiebre del frío. Si su estado empeora, puedo volver a hacerlo, pero si su organismo no lucha contra la enfermedad... —Dejó la frase en el aire y sacudió la cabeza.
Los padres asintieron con expresión lúgubre.
—Gracias —dijo el padre.
«Qué curioso que sea él quien hable, cuando en teoría la mujer es la cabeza de familia», pensó Lorkin.
Notó que alguien le ponía una mano en el hombro y al volverse vio a Savara de pie junto a él.
—Más vale que descanses un poco. Me da la impresión de que lo que has hecho requiere más magia de lo que parece.
Lorkin se encogió de hombros aunque ella tenía razón. Miró a la mujer que lo había llevado a la habitación y que ahora entreabrió la puerta para echar un vistazo al pasillo, se volvió hacia él y asintió.
—Sal tú primero —murmuró Savara—. Nosotros nos marcharemos por separado para despertar menos sospechas si alguien nos ve.
Tras salir con sigilo al pasillo, él echó a andar hacia el dormitorio masculino. Al parecer, Savara quería guardar en secreto la sanación de la niña. Si Velyla se curaba, ¿sospecharía alguien de él? Por otro lado, la chica seguía enferma, y no había peligro de que echara a correr alegremente por ahí al día siguiente, sorprendiendo a todos. Tardaría unos días en recobrar algo de energía, si es que la recobraba. La mayoría de la gente no se extrañaría, pero ¿y Kalia, que sabía cuán enferma había estado?
«Supongo que pronto lo sabré.»
Mientras los esclavos de Achati retiraban los restos de la cena, Dannyl se dispuso a tomar otro sorbo de vino, pero cambió de idea. Era una cosecha especialmente fuerte, y la comida estaba más condimentada que de costumbre. La cabeza le daba vueltas de un modo casi desagradable.
Emborracharse nunca era aconsejable para un mago. Todos mantenían un nivel constante de control sobre sus poderes, y podían perderlo ligeramente bajo los efectos del alcohol. Por lo general las consecuencias eran más embarazosas que peligrosas, pero a lo largo de los años más de un mago había reducido su casa a cenizas sin querer después de beber más de la cuenta.
Algunas drogas —mejor conocidas como venenos— arrebataban a quienes las consumieran todo el control, y el resultado podía ser espectacularmente letal. Lorkin había leído relatos de incidentes de la historia kyraliana antigua, sobre todo de la época anterior al descubrimiento de la sanación mágica. Por fortuna, dichas drogas tenían unos efectos secundarios que alertaban a las víctimas del peligro y les daba tiempo para expulsar el veneno de su cuerpo, siempre y cuando supieran cómo.
Dannyl miró a Achati, que lo observaba con aire pensativo. De inmediato notó un cosquilleo de nerviosismo, pero también que el pulso se le aceleraba ligeramente. Recordó el día que Achati había revelado su interés en que fueran algo más que colegas magos y diplomáticos. Más que amigos.
Dannyl se había sentido halagado, pero también aprensivo. Al percibir su vacilación, Achati le había sugerido que pensara en ello durante un tiempo.
«¿Durante cuánto tiempo?»
Dannyl tenía que admitir que había estado pensando en ello. Achati le gustaba mucho. Su atractivo era muy distinto del de Tayend. Achati era una persona inteligente y de conversación interesante. No es que Tayend no lo fuera, pero también tendía a comportarse de un modo frívolo, irreflexivo y a veces desconsiderado. Achati nunca se comportaba así.
Pero Dannyl se debatía en la duda y tenía una idea aproximada de cuál era la causa. Achati era un hombre poderoso, tanto desde el punto de vista mágico como político. Esto atraía a Dannyl, hasta que se acordaba de que Achati era un sachakano y además un mago negro, lo que le traía inevitablemente recuerdos de la Invasión ichani y de lo cerca que había estado Kyralia de ser conquistada por unos simples desterrados de aquella sociedad tan poderosa.
«Él no es un ichani —se dijo Dannyl—. Sachaka no está llena de magos negros ambiciosos y sedientos de sangre, ansiosos por invadirnos. Achati es lo contrario de un ichani; un sachakano civilizado y comprometido con la paz entre nuestros países.
»Aun así, no conviene mezclar la política con el placer... A menos que la política sea lo que te da placer.»
Si los enredos amorosos y los idilios trágicos de los cortesanos de las Tierras Aliadas eran indicativos de algo, las cosas podían complicarse y, a la larga, ponerse muy feas para al menos uno de los dos. Pero aquello no era como una de esas relaciones interraciales que terminaban en bodas secretas o en escándalos. No era algo que pudiera poner en entredicho su lealtad hacia Kyralia. Dudaba mucho que Achati tuviera expectativas poco razonables o fuera capaz de hacer promesas poco realistas...
—¿En qué piensas? —preguntó Achati.
Dannyl se volvió hacia su acompañante y se encogió de hombros.
—En nada.
El sachakano sonrió.
—Es una costumbre kyraliana extraña, la de asegurar que tenéis la mente vacía de pensamientos cuando no queréis hablar de ellos.
—O cuando tenemos pensamientos demasiado embrollados e inconexos, probablemente por culpa del vino, y no somos capaces de explicarlos, sin duda también por el vino —agregó Dannyl.
Achati soltó una risita.
—Sí, entiendo que eso pueda pasar. —Miró a Dannyl y arrugó el entrecejo—. Tengo que decirte algo, y no estoy seguro de si te disgustará o no.
Dannyl sintió una pequeña punzada de desilusión. Estaba casi decidido a aceptar la proposición de Achati, pero ahora que él se había puesto más serio, volvían a asaltarlo las dudas.
«¿Cómo afectaría a nuestra posición en la sociedad sachakana esta relación, si saliera a la luz? —Entonces recordó que estaban a punto de marcharse de Arvice—. Ojos que no ven, corazón que no siente. Este viaje podría brindarnos la oportunidad perfecta para...»
—He accedido a permitir que nos acompañe otra persona en nuestro viaje de investigación —anunció Achati—. Ha sido muy persuasivo, y su razonamiento es impecable. Yo ya le había prometido que si las cosas se ponían muy movidas aquí, lo ayudaría a escapar de la atención de los ashakis.
A Dannyl se le cayó el alma a los pies. Su decepción por las palabras de Achati dio paso a una sospecha creciente.
—¿Quién?
Achati sonrió.
—He dado mi consentimiento al embajador Tayend para que venga con nosotros.
Dannyl apartó la vista para disimular su consternación.
—Ah —fue lo único que se atrevió a decir.
—Estás disgustado. —Achati parecía preocupado—. Creía que os estabais llevando bien.
Dannyl hizo un esfuerzo por encogerse de hombros.
—Así es. —«Supongo que no puedo pedirle a Achati que prescinda de Tayend sin dar lugar a toda clase de humillaciones e insultos»—. Pero hay un posible inconveniente. Me temo que ha omitido contarte algo muy importante.
Achati frunció el ceño.
—¿El qué?
Dannyl rió sinceramente al recordarlo.
—Tayend sufre unos mareos terribles, insoportables, casi mortales.