12
Deliberaciones

El rumor del río subterráneo envolvió a Lorkin cuando salió del túnel. Tyvara estaba sentada en el banco, como antes, contemplando meditabunda la noria de la alcantarilla. Estuvo tentado de llamarla mentalmente, pero aunque esto no revelaría que iban a verse, las normas de los Traidores que prohibían la comunicación mental eran aún más estrictas que las del Gremio, pues no podían correr el riesgo de que otros magos captaran una conversación, por breve que fuera, y condujeran a los perseguidores a Refugio.

Así pues, esperó a que ella lo viera y le hiciera señas para que se acercara.

—Lorkin —dijo Tyvara cuando él se posó sobre el saliente—. Creía que no tendrías tiempo para visitarme durante una temporada. ¿No está la fiebre del frío en una segunda fase?

Lorkin asintió y se sentó junto a ella.

—Así es. Por eso estoy aquí. Pero antes de nada, ¿cómo estás?

Ella arqueó las cejas, divertida.

—Estos kyralianos, siempre tan formales. Estoy bien.

—¿Aburrida?

Ella se rió.

—Claro. Pero recibo visitas. Y... —Se quitó un anillo que llevaba en el dedo y lo sostuvo en alto por un momento antes de guardárselo en un bolsillo—. La gente me mantiene informada de lo que ocurre en la ciudad. A propósito, acaban de decirme que Kalia está furiosa por tu ausencia.

Él se encogió de hombros.

—No tengo tiempo para esperar a que las cosas estén más tranquilas.

Tyvara frunció el ceño.

—No estarás desatendiendo a mi pueblo por mí, ¿verdad?

—Sí y no. —Hizo una mueca. A pesar de los magos voluntarios que estaban echando una mano en la sala de asistencia, había mucho trabajo. Él no podría quedarse durante mucho rato. Era hora de ir al grano—. Vengo a pedirte consejo.

Tyvara lo miró con recelo.

—¿Ah, sí?

—Era inevitable que alguien se pusiera tan enfermo o resultara tan gravemente herido que solo pudiera sobrevivir si yo lo sanaba con magia —dijo él—. Yo siempre había tenido la intención de ayudar cuando llegara el momento, aunque sé que eso tendría consecuencias. Quiero saber cuáles crees que serán, y si puedo evitarlas o mitigarlas.

Ella lo contempló en silencio, con expresión seria, y luego asintió.

—Ya hemos hablado de esto —dijo y, por un cambio sutil en su tono de voz, Lorkin supo que no se refería a ellos dos, sino a la facción de los Traidores a la que pertenecía.

—¿Y bien?

—Savara pensaba que te negarías a sanar a esa persona. Zarala opinaba que lo harías, pero esperarías a que te lo pidieran.

—¿Debería esperar? ¿Tan despiadada es Kalia como para dejar morir a la chica?

—Podría serlo. —Tyvara arrugó el entrecejo—. Su excusa será que habías dejado claro que no estabas dispuesto a revelar el secreto de la sanación, y que, para respetar tu decisión, ella optó por no presionarte. La gente tendrá que decidir si fue peor que ella no te lo pidiera o que tú no te ofrecieras, y seguramente se inclinarán a su favor. No has utilizado tus poderes de sanación antes, y has dado a entender que te negarías a hacerlo si te lo pidieran.

—Entonces, no debería esperar. ¿Mi uso de la sanación mágica se interpretará como una ostentación de lo que me resisto a enseñar a los Traidores y de lo que mi padre nunca les enseñó?

—Tal vez. En menor medida si la utilizas únicamente en un caso de necesidad extrema, como último recurso para salvar la vida del paciente.

—¿Y en el caso de los que sufren dolores agudos?

—Ayudarlos a ellos también demostraría que tienes compasión.

—Los dolores de muelas pueden ser muy molestos, al igual que muchas dolencias cotidianas. ¿Hasta qué punto considerarán razonable que me niegue a usar la magia para sanar? En cuanto empiece a hacerlo, ¿me exigirán que la aplique a todas las enfermedades?

Ella frunció el ceño y de pronto sonrió.

—Podría valer la pena, si eso dejara a Kalia sin trabajo. —Se puso seria de nuevo y sacudió la cabeza—. Pero sería contraproducente. Kalia cuenta con demasiados apoyos. —Sus hombros se elevaron y bajaron con un suspiro que él no alcanzó a oír por encima del rumor de la corriente—. Habrá opiniones dispares sobre los casos en que será comprensible que te niegues a sanar con magia, y la opinión de una persona puede cambiar si resulta que es ella la que padece dolor de muelas. Creo que la mayoría estará de acuerdo en que hay situaciones en que tienes derecho a negarte, pero será interesante ver si permiten que seas tú quien lo decida.

Él asintió.

—¿Alguna cosa más?

—Asegúrate de obtener el permiso del paciente o de sus padres antes de nada —añadió ella.

—¿Debo pedírselo a Kalia también?

Ella crispó el rostro.

—Zarala estaba muy preocupada por esto. Si le pides permiso a Kalia, te prohibirá que utilices la magia para sanar a nadie e insistirá en que en vez de eso le enseñes a ella cómo hacerlo. Y, si el paciente muere, te echará la culpa de todos modos por haberte negado. Si no le pides permiso, no estarás mostrándole el respeto que le debes como subordinado suyo, lo que resulta especialmente grave en el caso de un hombre. Por otro lado, si le salvas la vida a alguien, la gente perdonará esta falta de respeto. Kalia tiene tantos detractores como seguidores. —Extendió las manos a los costados—. Puedes alegar en tu defensa que aquí nadie tiene que pedir permiso a Kalia para tratar a un Traidor enfermo o herido. Los pacientes acuden a la sala de asistencia por su propia voluntad.

Lorkin suspiró.

—No puedo evitar irritar a Kalia, pero mientras no irrite a muchas personas más, podré soportarlo.

—Además, estarás salvando vidas —agregó ella.

Él le sonrió.

—Los Traidores no tenéis que tomar una decisión tan difícil —dijo—. Guardar el secreto de la fabricación de las piedras no pone en peligro la vida de nadie.

—Te beneficias de las ventajas de las piedras aunque no las fabriques tú mismo —señaló ella—. ¿Por qué no habríamos de beneficiarnos nosotros de las ventajas de la sanación mágica?

Él le dedicó una amplia sonrisa.

—Bueno, dicho así parece de lo más justo y razonable.

—Lo sería, si no fuera porque solo un kyraliano se beneficia de las piedras, mientras que muchos, muchos Traidores podrían beneficiarse de tu magia sanadora.

Al mirarla a los ojos, Lorkin vio algo que lo animó. «Me comprende. Y me está haciendo saber que entiende, y quizá incluso aprueba, los motivos por los que estoy aquí.»

De repente le entraron unas ganas enormes de besarla, pero se aguantó. Después de todo, ella no había dado señal alguna de que aprobara el otro motivo por el que Lorkin estaba en Refugio: ella.

—Gracias —dijo, poniéndose de pie.

—Buena suerte —respondió ella.

A regañadientes, él dio media vuelta y se encaminó de regreso hacia el túnel. Aunque sabía que la decisión que ya había tomado iba a causarle muchos problemas, su conversación con Tyvara lo había convencido de que podía hacerlo sin que las consecuencias fueran peores de lo que tenían que ser.

La única decisión que le quedaba por tomar era cuándo.

Cuando Dannyl llegó a la Casa del Gremio después de estar en la residencia de Achati, se encontró con Tayend y Merria, que disfrutaban de una copa y una charla de media noche en la sala maestra. Se quedó quieto, observándolos. Achati estaba ultimando rápidamente los preparativos para el viaje a Dunea, por lo que Dannyl tendría que informar sobre ello a su ayudante y al embajador de Elyne antes de lo que esperaba.

«No tiene sentido posponerlo», se dijo. Se acercó a los taburetes y señaló la botella de vino con un movimiento de la cabeza.

—¿Queda un poco?

Tayend sonrió y le hizo una señal a un esclavo que estaba de pie contra la pared.

—Trae otra copa —ordenó antes de dar unas palmaditas en el taburete más grande, situado en medio de los demás y reservado para el señor de la casa—. Lo estábamos guardando para ti.

Dannyl soltó un resoplido suave y se sentó. Aunque era la persona de mayor rango en la Casa del Gremio, dudaba que Tayend hubiera evitado el asiento por esa razón.

—¿Qué habéis estado haciendo? —preguntó Dannyl.

Tayend agitó una mano como para restar importancia al asunto.

—Más visitas a gente importante, más comidas deliciosas, ese tipo de cosas.

—Disfrútalo mientras dure —le aconsejó Dannyl. Se volvió hacia Merria.

Ella se encogió de hombros.

—Yo fui a ver a mis nuevas amigas y les transmití el mensaje de la Maga Negra Sonea. ¿Y tú?

El esclavo regresó y le ofreció la copa de vino con la cabeza gacha y la mirada baja. Tayend cogió la botella y le llenó la copa. Dannyl tomó un sorbo y suspiró con satisfacción.

—El ashaki Achati y yo hemos estado planeando un viaje a Dunea. Al parecer partiremos antes de lo previsto: dentro de una semana; tal vez dentro de pocos días.

Los ojos de Merria se desorbitaron por la sorpresa.

—¿Por tu investigación o por tus obligaciones como embajador? —preguntó Tayend con una mirada maliciosa.

—Más que nada por mi investigación —admitió Dannyl—, aunque tampoco me perjudicará desde un punto de vista político.

—Es por los libros del mercado, ¿a que sí? —dijo Tayend con un aire de suficiencia.

—Supongo que en cierto modo condujeron a que Achati propusiera un viaje de investigación. —A Dannyl le complació ver que la expresión de suficiencia desaparecía.

—Entonces, ¿cuándo nos vamos? —preguntó Merria.

Dannyl la miró arqueando una ceja.

—¿«Nos»?

Ella puso cara larga.

—¿No me llevarás contigo?

Él negó con la cabeza.

—No puedo.

—Es una costumbre que tiene —murmuró Tayend—. Siempre deja tirada a la gente.

Dannyl le dirigió una mirada de reproche. El académico abrió mucho los ojos, aparentando inocencia.

—Seguro que necesitarás un ayudante para el viaje —insistió Merria—, al menos más que aquí.

—Necesito... El Gremio necesita que te quedes aquí —declaró Dannyl—, para que te ocupes de todo en el caso improbable de que surja algo. En la Casa del Gremio tiene que haber al menos un mago del Gremio en todo momento.

—Es cierto —convino Tayend por lo bajo—. Me echarían de aquí, pues se supone que tengo que buscarme una residencia propia.

—Pero... —El pánico empezaba a reflejarse en la voz de Merria—. Si surge alguna cuestión importante, no querrán tratar con una mujer.

—Tendrán que hacerlo, o esperar a que yo regrese. Si se trata de algo urgente... —Frunció los labios y reflexionó. Tendría que dejar allí el anillo de sangre de Osen para que Merria pudiera consultar al administrador si se presentaba un asunto importante. Esto le permitiría también comunicar mensajes al Gremio y a Sonea. «Ojalá pudiera fabricarme un anillo de sangre yo mismo, o tuviera el de otra persona... ¡Pero claro! Tengo el anillo de Sonea. Tal vez estaría de acuerdo en que yo lo dejara aquí para que Merria lo usara.» Decidió ponerse en contacto con ella al día siguiente.

—Si es urgente, te comunicarás con Osen o con Sonea mediante uno de sus anillos de sangre. Me llevaré uno conmigo y dejaré otro aquí. —Dannyl enderezó la espalda y le posó una mano en el hombro—. No te preocupes, Merria. Te has hecho un hueco en el mundo oculto de las mujeres sachakanas y has establecido lazos con los Traidores, todo ello en muy poco tiempo. No me cabe la menor duda de que si surge algún problema, cosa que me parece muy improbable, podrás solucionarlo.

—A mí tampoco me cabe la menor duda —añadió Tayend.

Aunque la sonrisa tensa de Merria parecía más bien un rictus, se la veía más tranquila y menos insegura, aunque desilusionada.

—¿Durante cuánto tiempo estarás fuera? —preguntó.

—No lo sé exactamente —dijo Dannyl—. Unas semanas, tal vez más. Depende de los vientos estacionales o algo así, y de si los dúneos acceden a hablar con nosotros o no.

Merria soltó un bufido leve.

—Ahora me lo estás refregando por la cara. Con lo que me gustaría visitar a las tribus...

—Tal vez volvamos allí algún día —aventuró él—, en cuanto averigüe si son tan restrictivos respecto a las mujeres como los sachakanos.

Los ojos de ella se iluminaron de inmediato.

—Los hombres del mercado fueron amables conmigo.

—Sí, pero no podemos dar por sentado que todos son así. Los mercaderes tienen buenas razones para relajar sus costumbres para ganarse a los clientes.

Ella arrugó el entrecejo.

—¿Y si recibimos un mensaje de Lorkin mientras estás fuera?

—Transmíteselo al destinatario por medio del anillo de sangre —le indicó él.

Ella asintió.

—Tal vez los Traidores podrían hacértelo llegar a ti.

—Dudo que tengan contactos entre las tribus —señaló él—. Además, tal vez sería prudente no depender demasiado de los Traidores. Por lo que sabemos, no son nuestros enemigos, pero tampoco son nuestros aliados.

El despacho del administrador estaba lleno de magos superiores. Como de costumbre, había más magos que sillas, por lo que a Sonea le hizo gracia fijarse en quiénes estaban sentados y quiénes de pie. Los líderes de las disciplinas eran tradicionalmente quienes más se hacían oír. Lady Vinara, lord Peakin y lord Garrel estaban sentados más cerca del escritorio de Osen que los demás. Aunque el Gran Lord Balkan era su superior, había optado por quedarse de pie contra una pared lateral, con los brazos cruzados.

Los directores de estudios, lord Rothen, lord Erayk y lord Telano, así como el rector Jerrik, estaban sentados también, pero en las sencillas sillas de comedor que normalmente estaban frente a la mesa pequeña que Osen tenía en el despacho. Sonea se preguntaba a menudo si Osen organizaba allí cenas para grupos reducidos y, en caso afirmativo, con qué frecuencia. A ella nunca la había invitado.

El sanador y el alquimista que se encontraban en la sala de invitados de Naki cuando Sonea había llegado también se hallaban presentes, de pie al fondo de la habitación. Uno de los consejeros del rey estaba sentado a un lado, y Sonea se preguntó, no por primera vez, si recibían entrenamiento para no llamar la atención y observarlo todo sin ser observados.

Como de costumbre, tanto el Mago Negro Kallen como ella estaban de pie. Kallen descollaba sobre los demás cuando Sonea llegó, pero aunque ella decidió que sería más fácil exponer sus conclusiones si todos podían verla, tenía que reconocer que una parte pequeña y desafiante de su ser no quería parecer menos importante que él, que es lo que habría ocurrido si se hubiera sentado mientras Kallen se alzaba imponente por encima de todos.

La puerta se abrió y todos se volvieron hacia Narren, el director de aprendices, que entró en la habitación. Aunque era más joven de lo que había sido Ahrind, su predecesor, en la época en que Sonea era aprendiz, tenía un carácter igual de estricto y desprovisto de sentido del humor. Osen le dio la bienvenida, y él miró en torno a sí e inclinó la cabeza con cortesía. Cuando posó la mirada en Kallen y en ella, arrugó el entrecejo.

—¿Quién está custodiando a Lilia? —preguntó, alarmado.

Sonea miró a Kallen y vio en sus ojos un destello que reflejaba la diversión que ella sentía.

—Las fuerzas de Lilia no pueden superar sus límites naturales —le recordó Sonea a Narren—. Los dos magos que la vigilan no tendrán más dificultades para reducirla de las que tendríamos el Mago Negro Kallen y yo.

Narren parpadeó, y su cara se tiñó de un color rojo encendido.

—Ah, perdónenme. Lo había olvidado.

—¿O sea que Lilia no ha absorbido energía de nadie? —le preguntó Vinara a Sonea.

—No he detectado un nivel de energía superior a lo normal en su interior. Es posible que absorbiera energía y luego la utilizara, pero no recuerda haber hecho nada parecido, salvo...

Osen se aclaró la garganta y alzó las manos para hacerles callar.

—Lamento interrumpir, pero deberíamos empezar por el principio. —Dirigió la vista hacia el fondo de la habitación—. Lord Roah, lord Parrie, dígannos por favor cuándo se enteraron del asesinato de lord Leiden.

El sanador y el alquimista dieron unos pasos al frente. Todos se volvieron hacia ellos, pero fue el alquimista quien tomó la palabra.

—Estaba hablando con lord Roah cuando recibimos un mensaje de lady Naki informándonos de que su padre había sido asesinado durante la noche. Fuimos directos a su casa, donde ella nos mostró el cuerpo de lord Leiden y nos dijo que Lilia debía de haberlo matado. Lord Roah examinó el cadáver y descubrió que le habían extraído toda la energía, mientras yo interrogaba a Naki sobre por qué creía que su compañera aprendiz era la responsable. —Hizo una pausa, con aspecto preocupado—. Confesó que había pasado la tarde con Lilia, estudiando un libro de magia negra. Ambas habían experimentado con las instrucciones, creyéndose a salvo de los peligros de esta clase de magia, pues les habían dicho que no podía aprenderse en los libros. Los intentos de Naki no tuvieron éxito, y Lilia aseguró que había fracasado también, pero puesto que lord Leiden había sido asesinado con magia negra, a Naki no se le ocurría ningún otro culpable posible. —Fijó los ojos en Kallen—. El Mago Negro Kallen llegó y nos dirigimos a la sala de invitados. Lilia dormía, pero despertó en cuanto entramos. Se mostró sorprendida y horrorizada ante la noticia y las acusaciones de Naki.

—Pero al parecer tenía sangre seca en las manos —intervino el sanador. Miró a Sonea—. ¿Era sangre?

Sonea asintió.

—Sí. ¿Había mucha sangre en el cuerpo de lord Leiden y en torno a él?

—Un poco. Alguien le había limpiado la herida.

—Qué extraño —comentó lady Vinara—. ¿Por qué iba ella a limpiar el cadáver pero no sus propias manos?

—Tal vez no se percató de que las tenía manchadas debido a la agitación y la oscuridad —aventuró Garrel.

—Lilia no recuerda cómo llegó la sangre a sus manos —dijo Sonea. La atención de todos los presentes se centró en ella. Miró a lord Parrie, que asintió para indicar que había terminado—. Lilia todavía estaba en la cama cuando yo llegué —explicó—. Kallen se fue para buscar el libro mientras yo examinaba la sangre y le leía la mente a Lilia.

»Tenía un dolor de cabeza muy fuerte como resultado de una noche de craña y vino, y supongo que buena parte de su pérdida de memoria se debe a los efectos de estas sustancias. Recuerda que la iniciativa de leer el libro fue de Naki. Fueron a la biblioteca, donde Naki extrajo el libro del lugar donde estaba guardado, como ya había hecho otras veces. Naki lo abrió por la página relativa a la magia negra y apremió a Lilia para que lo leyera. A continuación, se turnaron para poner en práctica los pasos descritos en él. Primero Lilia, después Naki. —Sonea hizo una pausa y resistió el impulso de torcer el gesto—. Lilia recuerda con claridad haber alcanzado el estado mental necesario, e incluso haber absorbido un poco de energía de Naki. —Una suave inspiración colectiva se oyó por toda la habitación—. También recuerda que Naki absorbió energía de ella. A continuación, regresaron al dormitorio de invitados para beber vino y charlar, y en el transcurso de la conversación Naki expresó el deseo de que Lilia se desembarazara de su padre, que limitaba su acceso al vino, la craña y el dinero. Es el último recuerdo de Lilia anterior a su despertar por la mañana.

»No obstante, Naki recuerda los mismos acontecimientos, pero desde un punto de vista muy distinto. Recuerda que Lilia la persuadió para que fuera a buscar el libro y la animó a probar los conocimientos que contiene, y que Naki accedió porque quería impresionarla y dudaba que tuvieran éxito. Sin embargo, no entendió bien las instrucciones, y cuando busqué en ella un recuerdo de las sensaciones o la conciencia de haber utilizado magia negra, no encontré nada. Pero es verdad que Naki manifestó el deseo de que Lilia quitara de en medio a su padre, algo de lo que ahora se arrepiente.

—¿Cómo pueden tener recuerdos tan distintos? —preguntó Peakin.

—Estaban suponiendo muchas cosas la una sobre la otra —respondió Sonea—. Malinterpretaron mutuamente sus motivos y deseos. Cada una creyó que la otra la presionaba para probar la magia negra y que si se negaba, la otra la consideraría débil y aburrida. —Sonea vaciló de nuevo en revelar el encaprichamiento de Lilia por Naki. De joven, cuando vivía en las barriadas, había aprendido que podían formarse vínculos de forma natural entre hombres y también entre mujeres. Aunque no le parecía más reprobable que una relación amorosa entre un hombre y una mujer, sabía que muchos no estaban de acuerdo, y era cierto que no todos los enamoramientos, con independencia del sexo de las personas implicadas, eran buenos para ellas. Aunque los sentimientos de Lilia no eran correspondidos, saltaba a la vista que Naki le había dado alas. Era algo que claramente formaba parte de sus aventuras imprudentes en busca de placer.

Lady Vinara suspiró.

—Ah, los jóvenes pueden ser tan necios...

«No lo sabes tú bien —pensó Sonea—. Pero ese es un asunto privado que no guarda relación con los crímenes cometidos. Sería cruel sacarlo a la luz.»

—Les dijimos que no podían aprender magia negra en los libros —les recordó el rector Jerrik—, aunque también les prohibimos que leyeran sobre ello. A ciertas personas nada les atrae más que lo prohibido. Y al decirles que no podían aprender magia negra leyendo sobre ella, les dimos a entender que podían quebrantar esta norma sin correr peligro.

—Nos equivocamos —admitió Osen—, lo que hace aún más difícil tomar una decisión respecto a Naki y Lilia.

Sonea vio que muchos de los presentes asentían en señal de conformidad.

—No creo que nadie nos acuse de negligentes si elegimos un castigo más suave que el que dictan los criterios antiguos —dijo Vinara.

En esta ocasión todos movieron la cabeza afirmativamente. «Hoy en día, ejecutar a dos aprendices por tontear con algo que les aseguramos que no entrañaba riesgos podría provocar la indignación general —reflexionó Sonea—. Cómo han cambiado las actitudes respecto a la magia negra.»

—Naki no ha aprendido magia negra —dijo Peakin—. No puede ser culpable de la muerte de su padre. Habría que imponerle un castigo menos severo.

Hubo más asentimientos. Sonea sintió una punzada de incomodidad. A su juicio, las dos chicas eran igual de culpables. No había pruebas de que Lilia hubiera asesinado a lord Leiden. El único delito demostrable de ambas era su intento de aprender magia negra. Que Lilia lo hubiera conseguido era un resultado desafortunado, pero no deliberado por su parte.

¿Los prejuicios estaban influyendo en la actitud de los magos? Naki era de clase alta; Lilia procedía de una familia de sirvientes. Naki era bonita y popular; Lilia era reservada y tenía pocos amigos.

—El castigo debe ser lo suficientemente duro para disuadir a otros aprendices de intentar aprender magia negra —agregó Vinara.

—Propongo que aplacemos la graduación de Naki —dijo el rector Jerrik—. Ha perdido a su padre. Eso ya resulta bastante doloroso. Además, tiene que enfrentarse a la responsabilidad repentina que trae consigo el ser la única heredera de la fortuna familiar. Seguramente se rezagará en sus estudios de todos modos.

—Debería disculparse en público —añadió Garrel—. Y debemos readmitirla en la universidad con la condición de que no cometa otro delito.

—¿Durante cuánto tiempo aplazaríamos su graduación? —inquirió Osen.

—¿Un año? —sugirió Jerrik.

—Tres —dijo Vinara en un tono tajante—. El castigo debe servirle de escarmiento, no convertirse en unas vacaciones.

—¿Alguna objeción o propuesta? —preguntó Osen. Al comprobar que todos permanecían callados, asintió—. ¿Y qué hacemos con el castigo de Lilia?

—Depende de si mató o no a lord Leiden —señaló Peakin—. ¿De qué pruebas disponemos?

—De ninguna —dijo Kallen—. No hay testigos. Los criados no vieron ni oyeron nada. Solo contamos con la conclusión de Naki de que Lilia había aprendido magia negra y es la única culpable posible, pues nadie más en aquella casa tenía dicho conocimiento.

—Dicho así, parece obvio que fue Lilia —dijo Vinara. Miró a Sonea y la comisura de sus labios se torció hacia arriba—. Salvo porque ella no recuerda nada al respecto. ¿Responde al perfil de asesina?

Sonea meneó la cabeza.

—No. Está más bien horrorizada y teme haberlo hecho mientras dormía, o bajo los efectos de la craña.

—¿Es posible que cometiera el crimen en un estado inducido por las drogas y no lo recuerde? —preguntó Peakin—. Al fin y al cabo, Naki le había sugerido la idea.

Sonea se estremeció.

—He aprendido a no sorprenderme por los numerosos efectos perjudiciales de la craña, pero nunca he oído que haya ocurrido cosa semejante. Y aunque haya sucedido algo tan extraordinario, todo indica que Lilia no asesinó a lord Leiden de forma consciente ni deliberada. Solo podría considerarse un accidente.

Todos se sumieron en un silencio breve y reflexivo. El Gran Lord Balkan se acercó al frente.

—Hay una cosa que sabemos con certeza: Lilia ha aprendido magia negra. El rey y el pueblo nos exigirán que garanticemos que no representa un peligro para nadie si continúa con vida.

—Tenemos que bloquear sus poderes —aseveró Vinara.

—¿Eso es factible? —preguntó Peakin, llevando la vista de Kallen a Sonea.

—Nadie ha intentado nunca bloquear los poderes de un mago negro —dijo ella—. No sabremos si es posible hasta que lo intentemos.

—Si lo conseguimos, ¿qué haremos con ella después? —quiso saber Garrel—. Ya no será una maga y por tanto ya no pertenecerá al Gremio, pero no podemos echarla a la calle.

—Tendrá que estar bajo vigilancia constante —afirmó Peakin—. ¿Quién se encargará de ello?

Hubo intercambios de miradas. Las expresiones se tornaron sombrías. Sonea sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda.

—Seguro que existe una opción mejor que encerrarla en la atalaya —dijo en voz alta casi sin darse cuenta.

—No creo que tengamos alternativa —dijo Vinara.

Los demás asintieron.

—Mientras no se descubra la causa de la muerte de lord Leiden, no sabremos si es de fiar o no —añadió Garrel—. Si mató a alguien estando dormida... Bueno, no queremos que eso vuelva a ocurrir.

—Hacía años que el Gremio no mantenía preso a nadie —murmuró lord Telano—, y de pronto tiene dos.

Sonea contuvo un estremecimiento. Los últimos presos habían sido Akkarin y ella, aunque no habían estado retenidos por mucho tiempo.

—Asegurémonos de que esté lo más cómoda y mejor cuidada posible —dijo Osen—. Me parece correcto que su castigo sea menos riguroso que el de Lorandra, que sabemos que ha infringido la ley y matado a otras personas. ¿Estamos de acuerdo?

Se oyó un murmullo de aprobación. Osen miró a Sonea.

—La noto preocupada, Maga Negra Sonea.

Ella asintió.

—Estoy de acuerdo en que un castigo más duro es necesario, pero... Lilia no es mala persona, y es muy joven. Sería una lástima encerrarla de por vida. Tal vez podríamos reconsiderar su caso dentro de unos años si ella demuestra un buen comportamiento.

Él frunció los labios mientras reflexionaba.

—¿Cuántos años?

—¿Diez? —sugirió alguien.

Sonea crispó el rostro mientras los demás hacían gestos de conformidad, pero asintió cuando Osen puso la vista en ella. Dudaba que pudiera convencerlos de que aceptaran un período más corto.

—Entonces, ¿quién bloqueará sus poderes? —preguntó él, pasando la mirada de ella a Kallen.

—Lo haré yo —respondió ella—. Si no tiene inconveniente, me gustaría echar otro vistazo a sus recuerdos.

Él sonrió y movió la cabeza afirmativamente.

—Ningún inconveniente. Cualquier descubrimiento que ayude a aclarar lo ocurrido anoche será bien recibido. —Se dirigió a los otros magos—. Y ahora tenemos que analizar el asesinato de lord Leiden. Sabemos dónde se encontraban Sonea y Kallen en aquel momento. Si Lilia no lo mató, ¿quién lo hizo?