10
Secretos compartidos

Algo había aferrado a Lorkin por el hombro y lo sacudía. Él abrió los párpados de golpe y contempló ante sí a un Evar risueño.

—¿Qué? —preguntó, luchando contra una somnolencia profunda y empalagosa—. ¿Qué ha pasado?

—Nada —le aseguró Evar—, pero si no te levantas pronto llegarás tarde.

Lorkin se incorporó y miró pestañeando las camas vacías que lo rodeaban. Si la mayoría de los hombres se había levantado y marchado, ya era tarde. Soltó un gruñido, se frotó la cara y se puso en pie.

—Ojalá los Traidores tuvierais relojes —se lamentó—. ¿Cómo se supone que debo despertarme a mi hora si no tenéis gongs despertador?

—Algunas mujeres tienen, pero aquí... ¿A qué hora los haríamos sonar? —dijo Evar, encogiéndose de hombros—. Todos nos acostamos y nos levantamos a horas distintas.

Lorkin suspiró y empezó a quitarse la ropa de dormir para ponerse una camisa y unos pantalones sencillos, las prendas que más le gustaban de las que utilizaban los Traidores. Evar le llevó un plato con un pan recubierto de una pasta dulce de frutas tan espesa que sin duda infringía las normas de racionamiento de invierno. Lorkin comió a toda prisa, intentando convencerse de que solo era para llegar cuanto antes a la sala de asistencia y no para destruir las pruebas del exceso de Evar.

—Leota vino a hablar conmigo anoche —comentó Evar entre bocados.

Lorkin se quedó inmóvil y miró a su amigo. Tenía una expresión anhelante.

—Me dijo que lo pasó bien la noche que estuvimos juntos —continuó Evar con una sonrisa leve.

Tras masticar y tragar rápidamente, Lorkin clavó una mirada severa en su amigo.

—Ya lo creo que lo pasó bien.

Evar miró a Lorkin y se encogió de hombros de nuevo, sin rastro de sonrisa.

—Oh, ya sé que seguramente quiere decir que lo pasó bien recogiendo los frutos mágicos y políticos de aquella noche, pero existe la posibilidad de que no estuviera fingiendo aquel otro placer.

—¿Tienes la tentación de averiguarlo? —inquirió Lorkin.

Evar sacudió la cabeza.

—Bueno, no, al menos hasta que vuelva a parecerme que el precio vale la pena —añadió antes de llevarse otro trozo a la boca.

—¿Volverías a fiarte de ella? —Lorkin no consiguió enmascarar la incredulidad de su voz.

—No me fié de ella en ningún momento —replicó Evar, masticando. Hizo una pausa para terminarse el bocado—. Sabía lo que podía suceder. Habría personas que creerían que yo merecía un castigo por llevarte a las cuevas. Si no conseguían castigarme de esta manera, ya buscarían otra. —Sonrió—. Al menos, de este modo, me divertí un poco. Y aunque tal vez Leota sea una oportunista, tiene un cuerpo fabuloso.

Lorkin miró con fijeza a su amigo, incapaz de decidir qué responder a esto. «No puedo decirle: "Evar, no eres tan tonto como yo creía". Tampoco le gustaría que le dijera que es tan despiadado como las mujeres. Pero no está tan indefenso ni tan confundido como parecía. De hecho, es posible que planeara todo esto antes de nuestra visita a las cuevas de las pedreras.»

—Y, si resulta que el hecho de obtener un poco de magia y la satisfacción de castigarme no fue lo único que disfrutó, tal vez vuelva a por más —agregó Evar, de nuevo con los ojos soñadores.

«O quizá esté inventándolo todo sobre la marcha —rectificó Lorkin—. Aun así, no puedo evitar admirarlo por ello. Parece capaz de encontrarle el lado positivo a cualquier situación.»

—Mejor tú que yo —dijo Lorkin. Se quitó las migajas de la ropa y se desperezó—. Aunque tampoco es que tenga tiempo para eso. Me voy a la casa de baños, y luego al trabajo.

Evar hizo una mueca.

—He oído que las cosas se están poniendo feas allí.

Lorkin asintió.

—Durante un tiempo, parecía que el número de enfermos de fiebre se reducía, pero luego llegó el doble de pacientes, y algunos se encuentran mucho peor que antes.

—Ocurre todos los años.

—Eso me dice Kalia, pero no me creo todo lo que dice. Podría intentar engañarme de nuevo.

—Haces bien —declaró Evan, cogiendo el último pedazo de pan que quedaba. Se despidió con la boca llena al tiempo que Lorkin se encaminaba hacia la puerta.

La ciudad parecía más tranquila que de costumbre mientras Lorkin se dirigía hacia la casa de baños y luego hacia la sala de asistencia. La tos de varias personas resonaba en los pasillos y al otro lado de puertas cerradas. No fue sino hasta que se hallaba cerca de la sala de asistencia cuando se percató de que había algo que no oía: el rumor incesante de voces por toda la ciudad. Cuando finalmente lo oyó, procedía de la sala de asistencia, de una cola de pacientes que se alargaba por el pasillo hasta más allá de la entrada de la sala.

Algunos lo vieron y fruncieron el ceño. Unos lo fulminaron con la mirada. Otros lo observaron con expresión calculadora.

«Seguro que Kalia ha corrido la voz de que llego tarde. —Sin embargo, no era tan tarde. Había ahorrado tiempo bañándose a toda prisa, esperando que esto no hiciera que su presencia resultara desagradable a los demás—. Ojalá bastara con un buen baño para que la presencia de Kalia resultara agradable.»

Cuando entró en la sala, se le cayó el alma a los pies al ver y percibir el olor de tantos enfermos. Kalia lo avistó y de inmediato cruzó la habitación con grandes zancadas hacia él. Lorkin se preparó para una reprimenda, pero en vez de eso, ella lo cogió del hombro y lo llevó junto a una pareja inclinada sobre una niña de unos seis años.

—Examínala —le ordenó—. Después, búscame y dime tu diagnóstico.

Él miró a los padres y sintió que el alma le caía aún más abajo. Ambos tenían fijos en él sus ojos ensombrecidos y desesperados, sin decir nada. Se volvió hacia la muchacha y advirtió que estaba pálida, que respiraba con dificultad y que tenía una tos débil, acompañada de un sonido ronco procedente de los pulmones congestionados.

Incluso antes de tocarla y proyectar sus sentidos hacia su interior supo que estaba más enferma de lo que debía. La fiebre del frío se cobraba la vida de algunos Traidores todos los años. Las víctimas más habituales eran ancianos y niños, así como quienes habían perdido las fuerzas debido a otras enfermedades.

Sabía asimismo que tendría que enfrentarse a ello algún día. Kalia también lo sabía. Lorkin había decidido lo que haría. Pero no estaba dispuesto a hacerlo en aquel momento, con tantas personas observándolo atentamente.

Comprendió que no lo haría hasta que tuviera la oportunidad de preguntarle a Tyvara si había acertado en su pronóstico sobre cuáles serían las consecuencias.

Mientras los esclavos de la Casa del Gremio servían la cena, a Dannyl le sorprendió oír la voz de Tayend en el pasillo.

—Pues entonces cenaré con él —dijo este. Un momento después, cruzó la puerta principal de los aposentos de Dannyl—. ¿Te apetece un poco de compañía?

Dannyl asintió y señaló un taburete cercano. Aunque había temido que se produjera una discusión o enfrentamiento entre Tayend y él, nada parecido había ocurrido hasta la fecha, y ambos se habían acomodado a sus nuevos papeles sin el menor conflicto. Además, como Tayend salía a menudo para visitar a sachakanos, tal vez tenía sentido aprovechar la oportunidad para ponerse al día en temas diplomáticos.

—¿No has quedado con ningún ashaki esta noche?

Tayend se sentó e hizo un gesto de negación.

—Le he pedido a Achati la noche libre. Me sorprende que no te haya invitado a ti en mi lugar.

Dannyl sacudió la cabeza.

—Estoy seguro de que tiene a otras personas que ver aparte de nosotros los embajadores. Has congeniado muy bien con los sachakanos.

Un esclavo entró a toda prisa con un plato y un cuchillo para Tayend, para que pudiera servirse de las fuentes de comida que los otros le ofrecían.

—Sí, ¿verdad? Desde luego es lo que parece. ¿O hago mal en darlo por sentado? Según me ha contado el ashaki Achati, tú eras muy popular cuando llegaste. Tal vez yo también acabe por caer en desgracia.

—Tú no tienes un ayudante que pueda ser secuestrado.

—No, aunque no me vendría mal tener uno, preferiblemente alguien a quien nadie quiera secuestrar. —Tayend hizo un mohín—. Quiero entender bien cuál es la situación aquí antes de implicar a nadie más. Asegurarme de que no haya peligro. Saber cómo funcionan las cosas. —Colocó en su plato un trozo de la carne más condimentada y unas verduras, antes de indicar a los esclavos que podían retirarse.

—Me temo que averiguar cómo funcionan las cosas de verdad podría llevarte años.

Tayend esbozó una sonrisa maliciosa.

—Aun así, creo que he logrado entender algunas cosas —dijo—. ¿Qué te parece si te cuento lo que he deducido y tú me dices si estoy en lo cierto? —Tayend se llevó comida a la boca y masticó, observando a Dannyl con expectación.

Dannyl se encogió de hombros.

—Adelante.

Tayend tragó, tomó un sorbo de agua y se aclaró la garganta.

—He deducido que tú y yo ya no formamos una pareja.

La sorpresa inicial dio paso a un sonrojo causado por el sentimiento de culpabilidad. Dannyl hizo un esfuerzo por mirar a Tayend a los ojos. Este le sostuvo la mirada con firmeza.

—Supongo que no —respondió Dannyl. «Eso no ha sido muy convincente», añadió para sus adentros.

—Lo deduje cuando me instalaste en los aposentos para invitados —agregó Tayend—. Y no me digas que habríamos causado escándalo si yo hubiera dormido en tu cama. Los sachakanos lo sabían todo sobre nosotros antes de que llegaras. —Pinchó otro trozo de comida de su plato.

Dannyl tosió en señal de disconformidad.

—Aun así podrían haberse ofendido hasta el extremo de exigir que nos sustituyeran o de negarse a tratar con nosotros.

—No hay asuntos que tratar. No tenemos trabajo del que ocuparnos. No necesitan comerciar con nuestros países. Nos tienen aquí por un gesto de buena voluntad, y nada más. Al margen de eso, los sachakanos solo nos valoran como una novedad o un entretenimiento. Supongo que tú has tardado más que yo en deducir esto. —Tayend agitó la mano con desdén—. También he deducido que Achati es un doncel y que le gustas bastante. —Entornó los ojos—. Lo que aún no he deducido es si él te gusta a ti.

Dannyl notó de nuevo que se le encendía el rosto, pero esta vez no por el sentimiento de culpa.

—Achati es un amigo —afirmó.

—Tu único amigo entre los sachakanos —prosiguió Tayend, apuntando a Dannyl con el cuchillo para recalcar sus palabras—. No podrás darle largas para siempre. ¿Qué harás cuando se harte de esperar? Me parece que no es un hombre al que convenga hacer enfadar.

Dannyl abrió la boca para protestar y volvió a cerrarla.

—En otra época habrías dicho lo mismo sobre mí —consiguió balbucir.

Tayend sonrió.

—Entonces te conocí mejor y descubrí que no das tanto miedo. A veces resultas un poco patético, siempre tan preocupado por lo que piense la gente, enfrascado en tu investigación para sentirte valioso.

—¡Es una investigación importante! —replicó Dannyl.

—Y que lo digas. Muy importante. Más importante que yo.

—Antes te interesaba a ti también. En cuanto dejó de ser un pretexto para ver mundo y correr aventuras, y empezó a requerir trabajo duro, perdiste todo el interés en ella.

Los ojos de Tayend centellearon de rabia, pero entonces él vaciló y apartó la vista.

—Supongo que esa es la impresión que daba mi actitud. Yo más bien pensaba que no me quedaba nada más que aportar. Lo de escribir siempre fue cosa tuya. En cuanto salía de la Gran Biblioteca, me convertía en un estudioso de segunda fila.

La indignación de Dannyl se aplacó ante la valoración de Tayend sobre sí mismo.

—Nunca fuiste un estudioso de segunda fila —le aseguró Dannyl—. Si hubiera sabido que aún estabas interesado en la investigación, habría encontrado algo, alguna solución para que siguieras tomando parte en ella.

Tayend alzó la vista y arrugó el entrecejo.

—Creía que me mantenías al margen adrede. Que vinieras a Sachaka sin mí lo confirmó.

—Era... Creía que no estarías a salvo aquí.

—Conseguiste preocuparme, desde luego. Cuando mi rey aprobó mi propuesta de convertirme en el primer embajador de Elyne en Sachaka, estaba convencido de que me embarcaba en algo mucho más peligroso de lo que ha resultado ser hasta ahora.

—¿Cómo lo convenciste?

—No fui yo, lo convencieron otros. —Tayend se encogió de hombros—. Por lo visto todo el mundo pensaba que era una gran idea enviar a alguien aquí ahora que Kyralia había nombrado un embajador, pero nadie fue lo bastante estúpido para proponerlo y arriesgarse a que le dieran el puesto.

—¿Quién te apoyó? —preguntó Dannyl, más que nada por curiosidad.

Tayend sonrió.

—No quiero ser acusica. —Bajó la mirada hacia su plato—. Deberíamos acabarnos la comida antes de que se enfríe.

Dannyl soltó un resoplido suave.

—Los elyneos y su política enrevesada.

—Se nos da bien, y me ha resultado útil aquí. Tal vez incluso consiga evitar que tú te metas en líos.

Dannyl devolvió la atención a su plato medio lleno y reflexionó sobre lo que había dicho su ex amante.

—¿O sea que has venido hasta aquí para ver qué me traía entre manos?

Tayend entornó los párpados de nuevo. En vez de responder de inmediato, mascó su comida, meditabundo.

—No —dijo al fin—. Cuando te marchaste, me hiciste ver que estaba aburrido. Resulta que es verdad: tener un objetivo hace que la vida sea más interesante.

—¿Y cuál es ese objetivo?

Tayend masticó de nuevo.

«Ser el primer embajador de Elyne en Sachaka», respondió Dannyl en su fuero interno. Tenía que reconocer que estaba impresionado por la audacia de Tayend, y que aquel hombre extravagante estaba bien cualificado para el puesto. Tenía conocimientos sólidos de política —aunque con frecuencia optaba por pasar por alto los tabús sociales y las tradiciones— y era muy perspicaz a la hora de juzgar a las personas.

«Pero espero que no demasiado perspicaz en el caso de Achati.»

Las cenas con Naki y su padre siempre estaban llenas de largos silencios. Lord Leiden solía preguntar a su hija cómo le iba con sus estudios, y las respuestas de Naki eran generalmente corteses pero lacónicas. Él también hacía preguntas a Lilia sobre su familia, pero como ella no veía a sus padres a menudo no tenía mucho que contarle, y el hombre tampoco parecía demasiado interesado en sus respuestas de todos modos.

Esta vez, Lilia tenía la sensación de que la cena estaba durando varias horas más de lo habitual, y empezaba a hastiarse de aparentar interés por educación. Ni siquiera la excelente comida compensaba aquel aburrimiento. No sabía con seguridad si estaba ansiosa por quedarse a solas con Naki tras largos días de espera, o si estaba contagiándose del humor de ella.

Era evidente que su amiga se había sumido en un estado de ánimo extraño. Las respuestas de Naki a las preguntas de su padre habían sido más breves de lo normal; casi se habían reducido a gruñidos. En cierto momento ella le había preguntado por una persona y él había torcido el gesto, le había lanzado una mirada ceñuda de desaprobación y había cambiado de tema. En cambio, Naki estaba de lo más simpática con Lilia; se inclinaba hacia ella y le daba palmaditas en la pierna, le guiñaba el ojo o le hacía muecas. Lilia se sintió aliviada cuando la cena llegó finalmente a su término.

Naki la guió escaleras arriba hacia su habitación, como de costumbre. En cuanto la puerta se cerró, comenzó a caminar de un lado a otro profiriendo una sarta de improperios que no se parecían a nada que Lilia hubiera oído desde el día que había visitado los muelles cuando era niña.

—¿Qué pasa? —preguntó Lilia.

Naki suspiró y se volvió hacia ella.

—Lo único que puedo decir es que él se ha enterado de un pequeño proyecto al que yo dedicaba mis ratos libres, y que para castigarme me ha quitado, no, me ha robado algo. —Apretó los puños, se dirigió a la cama con paso airado y se sentó en el borde. Alzó la vista hacia Lilia, y su expresión se tornó desesperada—. ¿Sabes? Apenas me da dinero suficiente para pagar lo que necesito en la universidad. Si quiero divertirme, tengo que buscar otra manera de pagar por ello. Y ahora me he quedado sin esa otra manera.

«La casa de braseros. El vino que introduce en el Gremio de forma clandestina. Siempre lo paga ella. Yo no he pagado nada.» Lilia sintió una punzada de culpabilidad. Se acercó a la cama y se sentó junto a su amiga.

—¿Y la asignación que recibimos?

Naki torció el gesto.

—Tú recibes una asignación; yo, no. Como provengo de las Casas, no me dan nada. Se supone que es mi familia quien debe pagarme una asignación.

—Tú siempre lo pagas todo —empezó a decir Lilia—. Yo debería...

—¡No! —la atajó Naki—. Ni se te ocurra ofrecerte a pagarme mis pequeños caprichos.

—Nuestros caprichos —la corrigió Lilia—. Al menos deja que los pague yo hasta que... encuentres otra manera de ganar dinero. Sería agradable poder mimarte durante un tiempo, para variar.

Naki miró a Lilia, sorprendida, y sus labios se curvaron en una amplia sonrisa.

—Oh, Lilia, eres un sol. —Rodeó a Lilia con los brazos y la estrechó contra sí.

Lilia le devolvió el abrazo. Aquella calidez sencilla la llenaba de alegría. Naki empezó a apartarse, y ella la soltó, pero la otra chica solo se inclinó ligeramente hacia atrás. Cuando Lilia levantó la vista, advirtió que Naki la observaba con fijeza y una expresión reflexiva.

Entonces Naki se le acercó y la besó.

Una vez más, todas las esperanzas e ideas que los otros aprendices condenaban se agolparon en la mente de Lilia, y el corazón empezó a latirle muy deprisa. Correspondió al beso, sin atreverse a pensar qué sucedería a continuación ni hacer nada que pudiera estropear el momento.

Como era inevitable, Naki rompió el beso. Tenía los ojos turbios y una expresión inescrutable. Lilia deseaba decirle que la quería, pero se contuvo por miedo a estar equivocada y a que sus palabras repelieran a Naki.

De pronto, esta sonrió de oreja a oreja y se puso en pie de un salto.

—Vayamos a la biblioteca —dijo—. Tengo algo de craña ahí escondida.

«¿Es que no podemos hacer nada sin craña?» Lilia ahuyentó este pensamiento sombrío y se levantó.

—De acuerdo...

Naki parecía cada vez más alterada e inquieta a medida que se acercaban sigilosamente a la biblioteca, y sus movimientos delataban su agitación y su ansia. En cuanto encendió un brasero, apremió a Lilia para que aspirara el aire con fuerza. Se acomodaron en dos sillones.

—¿Y si tu padre entra aquí? —preguntó Lilia, antes de que la droga disipara sus preocupaciones.

—Estará dormido —contestó Naki—. Antes de que llegaras, se quejaba de lo largo que se le ha hecho el día y de lo cansado que estaba.

Se relajaron durante un rato, disfrutando la craña, hasta que Naki se puso de pie y se acercó a la mesa con tablero de cristal. Se inclinó sobre ella, echó un vistazo a lo que contenía y acto seguido se enderezó como si hubiera tomado una decisión y abrió el costado del mueble. Tras rebuscar en el interior, extrajo algo y, cuando echó a andar hacia los sillones, Lilia vio que era el libro que Naki le había enseñado hacía unos días, el que contenía instrucciones sobre el uso de la magia negra.

Una vaga intranquilidad se despertó en el interior de Lilia, pero tenía tanta pereza que ni siquiera frunció el ceño.

Naki se dejó caer en su asiento con un suspiro. Alzó el libro y lo contempló, pensativa. Lo abrió y comenzó a hojearlo con delicadeza.

—Seguramente me sé de memoria párrafos enteros de esto.

—¿Cuántas veces lo has mirado? —preguntó Lilia.

—Más de las que recuerdo. —Naki se encogió de hombros—. Mi padre debería saber que cuando me prohíbe que haga algo, me lo tomo como un desafío.

—¿Te lo has leído entero?

Naki levantó la mirada hacia Lilia y sonrió.

—Claro. No es un libro largo.

—O sea que has leído el trozo... la parte...

La sonrisa de Naki se ensanchó.

—La parte sobre la magia negra. Sí, la he leído. —Bajó la vista—. Es increíblemente sencilla. A menudo me pregunto si podría hacerlo, siguiendo estas instrucciones.

—Pero no se puede aprender magia negra en un libro —le recordó Lilia—. Tiene que enseñárselo una mente a otra.

—Es cierto. Entonces me pregunto por qué se tomaron la molestia de ponerlo por escrito. —Naki pasó unas páginas y tendió el libro abierto a Lilia—. ¿Qué opinas?

A pesar de los efectos de la craña, Lilia vaciló. Incluso leer sobre la magia negra estaba prohibido.

—Vamos —la animó Naki—. Siempre había querido mostrárselo a alguien y conocer su opinión, pero nunca había confiado lo suficiente en nadie.

Esto le levantó la moral a Lilia, que sonrió a Naki mientras extendía el brazo para coger el libro.

«Se fía de mí. Cree que mi opinión tiene valor.» Bajó la mirada hacia la página abierta y comenzó a leer.

... medios por los que el cuerpo lo consigue, más que entenderse, deben ser percibidos por los sentidos. Lo mismo sucede con la magia superior. En sus primeras lecciones, al aprendiz se le enseña a imaginar su magia como un recipiente, quizá una caja o una botella. Conforme aprende más llega a entender lo que le dicen sus sentidos: que su cuerpo es el recipiente, y que la barrera natural de la magia que hay en la piel impide que la energía que contiene se escape. Así pues, si él se encuentra con una brecha en la barrera de otra persona (como en el rito de la magia superior), puede extender sus sentidos hacia el cuerpo del otro de un modo muy distinto que en la sanación, detectando la energía de su interior y no el cuerpo físico. Asimismo, puede modificar esta energía, sustrayendo parte de ella o incrementándola. Aunque es posible percibir cuánta energía posee una persona, no es posible determinar cuán fuerte es. Uno puede percibir la extenuación física de un hombre que ha sido despojado de su magia, lo que parece indicar que una vez que la energía mágica se acaba, empieza a consumirse la energía física, pero mientras no se agote hasta el extremo de tener un impacto físico, ni siquiera es posible percibir si alguien ha extraído magia o no. También reviste dificultad percibir y manipular la magia mientras se percibe y se manipula el cuerpo físico por medio de la sanación...

A partir de este punto, el autor se extendía en una digresión sobre la sanación. «Escribe fatal —pensó Lilia—. El texto se alarga y se alarga sin llegar nunca a nada. No hay un solo punto y aparte. —Pasó varias páginas—. Ni uno en todo el libro.»

—¿Y bien? ¿Qué te parece? —preguntó Naki, echando un poco más de craña en el brasero.

Lilia volvió a la página sobre magia negra e hizo el esfuerzo de leerla otra vez.

—No dice gran cosa.

—Más de lo que nadie nos ha explicado —señaló Naki—. He intentado percibir mi magia del modo que describe el libro.

Lilia alzó la mirada.

—¿Y?

Naki sonrió.

—Creo que le he pillado el truco. —Se inclinó hacia delante—. Inténtalo.

—¿Ahora? —protestó Lilia con voz débil. Estaba demasiado apática para realizar experimentos mentales.

—Sí. Es fácil cuando te haces una idea. Y cuando has inhalado un poco de humo —aseguró Naki con los ojos chispeantes.

Lilia se encogió de hombros y cerró los ojos. Luchando contra el letargo, evocó en su mente la imagen de la puerta que le habían enseñado a ver como el acceso a su mente. La abrió, notó que le hormigueaban los sentidos y que el efecto de la craña remitía un poco.

Como siempre, imaginó una habitación en su interior, pequeña y con pocos muebles, que le recordaba tanto el dormitorio que había compartido con sus hermanos como el cuarto que ocupaba en el alojamiento de los aprendices. Lo inundaba una luz cálida.

«Pero el libro dice que esto es solo una manera de visualizar mi energía. Las paredes de verdad son la barrera de mi piel, así que debería poder...»

Prescindió de las paredes, que se esfumaron en la oscuridad. El calor y el brillo de la luz se desvanecieron poco a poco de su sentido del tacto y de la vista, dejando tras sí una conciencia de otro tipo. Ella proyectó sus sentidos y palpó sus límites. Descubrió que no tenían forma de brazos o piernas, y sin embargo..., percibía su figura física como si un tenue contorno de sí misma estuviera superpuesto a la magia de su interior.

Caviló sobre ello durante un rato, hasta que se acordó de Naki y retiró su conciencia de su interior.

—Es... increíble —jadeó.

Naki sonrió.

—¿Lo has conseguido? Lo sabía. Eres demasiado lista. —Se levantó, se acercó y, apoyada en el brazo del sillón, cogió las manos de Lilia, que sujetaban el libro, y las hizo girar hacia sí para poder leer—. Probemos otra cosa. Veamos si consigues percibir mi magia.

—Pero... tendrías que hacerte un corte para que yo pudiera hacer eso.

Naki se inclinó hacia ella. Su aliento olía a craña. Curvó los labios en un gesto provocativo.

—Lo haré por ti. Haría cualquier cosa por ti.

Lilia miró fijamente a su amiga y notó que una sensación reconfortante le henchía el corazón.

—Y yo haría cualquier cosa por ti —respondió con sentimiento.

La sonrisa de Naki se amplió de gusto.

—Hagámoslo —dijo. Miró en torno a sí, se aproximó danzando a la mesa con cubierta de cristal e introdujo de nuevo la mano. Sacó un objeto pequeño, oculto en la palma—. Es antiguo, así que no sé si estará lo bastante afilado... ¡Ay! Sí, ha funcionado.

Se acodó de nuevo sobre el brazo del sillón y tendió la mano. Sobre ella había un cuchillo diminuto, y una pequeña hilera de gotas rojas minúsculas le surcaba la piel. Lilia sintió un escalofrío que amenazó con despejarle la cabeza.

—Hazlo. Antes de que la herida se cierre.

«Haría cualquier cosa por ti.» De mala gana, Lilia empuñó el cuchillo con una mano y aferró la mano de Naki con la otra. Cerró los ojos.

No le costó recuperar la nueva conciencia de su magia que había adquirido. De algún modo sabía hacia dónde proyectar su mente para encontrar su mano. Entonces la notó. La presencia de otra persona era muy débil..., pero estaba ahí. Percibía el corte como una hendidura luminosa en su mente. La atraía como la promesa del sol al final de un túnel. Cuando lo alcanzó... «Naki.»

La otra chica irradiaba una emoción impaciente y una curiosidad que le resultaban familiares, con un trasfondo de ira, antiguo y dirigido hacia otra persona, por lo que seguramente se trataba de los restos de su enfado con su padre.

Absorbe un poco de mi energía, dijo la voz de Naki en el borde de la mente de Lilia.

Un destello de magia saltó de la abertura en la barrera de Naki hacia la de Lilia. De inmediato comprendió lo fácil que sería entrar y atraer esa energía hacia sí. Pero no tenía necesidad ni el menor deseo de hacerlo. Se retiró de la presencia de Naki y abrió los ojos.

—Yo diría que ha dado resultado, de no ser porque... ha sido demasiado fácil. —Frunció el entrecejo—. Seguro que no lo he hecho bien.

Un dedo describía perezosamente un dibujo caprichoso sobre su brazo y su mano. Lilia bajó la vista y la alzó de nuevo hacia Naki. Los ojos de la joven ardían de expectación.

—Déjame intentarlo a mí. —Dirigió a Lilia una mirada significativa—. Tenemos que hacer esto juntas.

Una oleada de afecto invadió a Lilia. Cogió el pequeño cuchillo, apretó los dientes y lo deslizó por el dorso de su brazo. Naki le dedicó una sonrisa radiante y tocó el corte con delicadeza. Cuando cerró los párpados, Lilia hizo lo mismo, preguntándose qué sentiría cuando fuera su barrera la que resultara dañada.

Esta vez su conciencia adoptó al instante su nueva forma. La brecha en sus defensas era fácil de localizar; de ella emanaba una sensación de urgencia que la ponía nerviosa. De pronto, notó de nuevo la presencia de Naki, pero esta vez no percibía sus emociones.

Una debilidad extraña, parecida a la relajación de la voluntad que provocaba la craña, se apoderó de ella, y notó que su energía empezaba a fluir hacia el exterior.

Pero, tan rápidamente como se había iniciado, el flujo se detuvo. Sintió que Naki le soltaba el brazo y desplazaba su conciencia de vuelta al mundo físico. Su amiga meneaba la cabeza, con expresión ceñuda.

—Me parece que no ha funcionado.

—¿No? —dijo Lilia, sorprendida—. Estoy segura de que he notado cómo extraías energía.

Naki sacudió la cabeza de nuevo. Frunciendo los labios en un mohín, se acercó a su sillón y se dejó caer en él.

—No he percibido nada; ni la brecha en tu barrera, ni a ti. —Suspiró—. Hacía tantos años que deseaba probarlo..., y ahora que tengo una persona de confianza con quien llevarlo a cabo, la cosa no marcha...

—Bueno, si fuera tan fácil, sí que sería posible aprenderlo en un libro. Si quieres, lo intentamos de nuevo —propuso Lilia.

Naki negó con la cabeza. Contempló el brasero con hosquedad, antes de abrirlo con magia y apagar la craña y las ascuas que contenía. Se puso de pie y lo guardó.

—Vámonos a la cama.

Aliviada, pues empezaba a sentir el mareo y el dolor de cabeza que indicaban que había consumido más craña de la cuenta, Lilia se levantó y salió de la biblioteca en pos de su amiga. Naki pasó de largo su dormitorio y entró en la sala de invitados donde dormía Lilia cuando pasaba la noche allí. Caminó directamente hacia un arcón con una talla elaborada, hurgó debajo de unos líos de ropa y extrajo una botella de vino.

—¿Tienes sed?

Tras vacilar por un instante, Lilia asintió. Aunque la cabeza todavía le daba vueltas a causa de la craña, estaba muy sedienta. Naki abrió la botella y se la llevó a los labios. Después de tomar un trago, sonrió de oreja a oreja y se la pasó a Lilia, derramando sin querer un poco de su contenido.

—Aquí no hay copas. Papá ha prohibido el vino y la craña, pero tengo amigos entre los criados.

Lilia bebió torpemente de la botella. Con un suspiro, Naki se desplomó sobre la cama. Rechazó con un gesto la botella cuando Lilia pretendía devolvérsela.

—No es mi verdadero padre —murmuró—. Mi madre se casó con él después de que muriera el de verdad. Cuando ella falleció, Leiden se quedó con todo lo que tenía, incluida yo. Nunca nos hemos caído bien. En cuanto me gradúe, me entregará en matrimonio al primero que se lo pida, solo para librarse de mí. —Suspiró de nuevo.

Lilia dejó la botella de vino a un lado y se tendió junto a su amiga.

—Eso es terrible. —Le partía el alma la idea de que Naki se casara con un hombre al que evidentemente jamás desearía. «Si su padre la obliga a casarse después de graduarse... ¡Falta solo medio año!» ¿Podrían seguir viéndose? ¿Podrían mantener su amor en secreto?

Lilia sonrió y se encogió de hombros. El vino se le había subido a la cabeza, y no le quedaban fuerzas para articular una respuesta. «Tiene que haber otra manera de resolver los problemas de Naki. El asesinato es un poco drástico. —Pero ¿y si no hubiera otra manera?—. ¿Podría utilizar la magia negra y disimularlo para que parezca un accidente?» Naki estaba murmurando algo, pero las palabras sonaban lejanas, y entenderlas requería demasiada concentración.

Con la mente plagada de pensamientos lúgubres, Lilia se sumergió en sueños extraños y vívidos en los que desembarazaba a Naki de todos sus problemas y compartía con ella una vida de amor y secretos en una casa llena de escaleras, puertas y armarios ocultos repletos de libros frustrantemente crípticos.