Las hogueras de la llanura
En la tienda de Corvus, los mariscales estaban frente a la mesa de los mapas cubiertos con sus armaduras, con los cascos bajo el brazo. Eran un grupo de hombres de rostro severo que contemplaban el mapa y las piezas de madera multicolor colocadas sobre él como si pudieran leer allí algún augurio del futuro.
—Está acampado a unos veinte pasangs de distancia, el campamento habitual de un ejército en marcha —dijo Corvus—. Sabe que estamos en algún lugar de la zona. Pero me apuesto algo a que no tiene ni idea de lo cerca que estamos. Druze y Ardashir han destruido todas las patrullas que han encontrado, y el cuerpo principal se está moviendo mientras hablamos. Hermanos, aún no nos han encontrado.
—Más vale que tengas razón —dijo Fornyx—. Por la mañana cruzará esa llanura y nos verá plantados delante de él, y habrá que cagar o levantarse del orinal.
—Atacará. No tiene más remedio —dijo Corvus—. Estará en formación de marcha. Nos verá a media mañana, con la mitad de su ejército todavía en la carretera detrás de él. Formará lo que pueda a una distancia segura… y entonces es cuando atacaremos. Las máquinas de Parmenios golpearán sus filas a una distancia que no cree posible, de modo que decidirá acercarse lo más rápido que pueda. Las tropas entrarán en combate a medida que vayan llegando, y nos ocuparemos de ellas poco a poco.
—Me alegra ver que conoces tan bien las intenciones del gran rey —dijo Fornyx. Parecía pensativo, pero no insistió.
—¿Y no sabemos nada del jutho? —preguntó Demetrius.
—Hace una semana que no hay noticias. Vienen lo más aprisa que pueden, pero no llegarán a tiempo. Hermanos, mañana a esta hora todo habrá terminado, para bien o para mal.
—Para bien o para mal —repitió Rictus.
—Ya se han dado las órdenes —dijo bruscamente Corvus—. Esta noche los hombres dormirán armados, al menos los que puedan. La línea se está formando a cinco pasangs al este del campamento. Hay una gran llanura, sin zanjas, huertos ni viñedos. Es llana como el escenario de un teatro. Los campesinos locales la llaman gaugamesh, tierra estéril. Rictus, quiero que los aguadores salgan al amanecer y empiecen a recorrer la línea. Mañana hará calor, y los hombres permanecerán armados durante algún tiempo antes de la cosa empiece en serio.
Rictus asintió, e intercambió una mirada con Fornyx. Los Cabezas de Perro iban a la batalla sin él. Tenía deberes importantes tras las líneas. Estaba al mando de la reserva, lo que era algo importante: cinco mil lanceros novatos que aún no habían visto una batalla. Pero en su mayor parte, sus preocupaciones para el día siguiente eran logísticas. Y lo detestaba.
Se preguntó si Corvus había dejado de confiar en él. Y descartó la idea casi tan rápidamente como se le había ocurrido. La verdad podía ser justo lo contrario.
—Hermanos —dijo Corvus en voz baja—. Sé que hemos recorrido un largo camino juntos, desde las Harukush a este lugar. Pero sólo estamos a pocos días de marcha del río Bekai. Después de él, las Magron, y más allá, un mundo que ninguno de nosotros ha visto antes. Dicen que hay más gente sólo en la ciudad de Ashur que en todas las Harukush, y que la riqueza del Imperio Medio no es nada en comparación con la de las capitales imperiales. Asuria es el lugar más rico del mundo. Si mañana derrotamos a esta gente, os digo que todo será para vosotros. Pasado mañana seremos ricos como reyes. —Sonrió—. Incluso tú, Fornyx. Un día para luchar, como nunca hemos luchado, un día de gloria del que se hablará durante el resto de la historia. Eso será mañana. Hermanos, decidme sinceramente, ahora mismo: ¿hay alguno de vosotros, uno solo, que desearía estar en cualquier otro sitio que no fuera aquí ahora mismo?
No hacia falta responder. Sus palabras habían escrito la respuesta en los rostros de los hombres.
«Lo ha vuelto a hacer», pensó Rictus. «Así es cómo consigue que los hombres mueran por él. Les dibuja imágenes de gloria de las que todos quieren formar parte».
Pero Rictus no necesitaba más gloria. Había visto suficiente gloria a lo largo de su vida, la suficiente para revolverle el estómago. Cuando los demás abandonaron la tienda, él se quedó atrás, como hacía a menudo.
—¿Qué vas a hacer, Rictus? ¿Tratar de convencerme de que no lo haga? —le preguntó Corvus.
—No tendría sentido. Vas a hacerlo, y eres mi rey. Te apoyaré, Corvus.
—Unas palabras muy poco entusiastas, hermano. Nunca pensé que vería el día en el que Fornyx estuviera más contento con mis planes que tú.
—Tal vez me hago viejo. —Rictus se encogió de hombros—. Phobos, soy viejo. Has hecho bien en sacarme de la primera línea.
—Estuviste a punto de morir en el Haneikos, Rictus —dijo el joven suavemente—. No puedo permitir que eso ocurra. Confío en ti más que en ninguno de ellos.
—Y en Ardashir.
—Y en Ardashir. Pero crecimos juntos.
—Escúchame, Corvus. Ya no tiene ningún sentido negar tu ascendencia. ¿Crees que los cinco mil kufr de los Compañeros te seguirían tan lealmente si fueras totalmente macht?
—Rictus…
—Escúchame, sin desperdiciar vino esta vez. Si no puedo decirte lo que pienso, tendría que recoger mis cosas y volver a casa. Lucha como siempre lo has hecho, desde luego. Pero usa tu sangre mestiza para conseguir la paz después. Si te presentaras más como un… como un…
—¿Un kufr?
—Como un kefren, entre su propio pueblo… este imperio que estás construyendo te resultará más fácil de gobernar cuando acabe el derramamiento de sangre.
Corvus dirigió una mirada furiosa al otro hombre.
—Me he estado haciendo pasar por macht el tiempo suficiente. ¿Es eso, Rictus? Ahora que estamos en el Imperio, puedo recuperar mi verdadera identidad, la de kufr. ¿Cómo crees que lo tomaría el ejército?
—Eres macht y kufr. Las dos sangres que llevas dentro y que te convierten en lo que eres. Sin una de las dos, no estaríamos aquí ahora, y los miles de hombres formados al este de esta tienda nunca habrían pensado que llegarían tan lejos. Siguen a Corvus, su rey. —Rictus sonrió—. Y si el rey es un tipo menudo de aspecto extraño con algo de oriental, ¿qué importa eso? Los hombres necesitan algo diferente en los líderes a los que siguen.
—No demasiada diferencia. Un rey de los macht con sangre kufr.
No creo que estén listos para eso todavía, Rictus.
—Muchos lo sospechan ya. Estamos rodeados de kufr, Corvus, y los hombres ven ahora lo que hay en ti. Ven que la gente del Imperio también es tu gente.
—Te estás convirtiendo en un filósofo en la vejez.
—Cuando quitas la lanza de la mano de un hombre, tiene que dedicarse a algo. A las palabras, normalmente. O al vino.
Corvus se le acercó.
—Pensaré en tus palabras, hermano. No creas que no lo haré. Ardashir ya me ha dicho cosas similares, aunque no puede ser tan directo como tú. Nadie puede.
Corvus se volvió de nuevo, y soltó una carcajada libre y franca, la primera que Rictus le oía en mucho tiempo.
—Míranos, discutiendo lo que haremos con un imperio que todavía no es nuestro. Hay doscientos mil kufr dormidos en una llanura al este de aquí que han venido a discutimos ese asunto sin importancia, Rictus. Los dos podríamos estar muertos mañana por la noche.
—Yo podría asfixiarme con un hueso de ciruela esta noche, o tener un ataque mientras estoy cagando. Los hombres deben pensar en el futuro, aun cuando no estén seguros de vivir para verlo.
Corvus se volvió al oírlo, y dijo por encima del hombro:
—¿Sabes toda la historia de la escaramuza en la granja donde Ardashir y yo intervinimos hace pocos días?
—Sé que trajisteis a algunos heridos y vagabundos, y un cadáver que quemamos con más ceremonia de la que merecía.
—La muchacha es hermosa, ¿no es cierto?
—El muchacho también, aunque el cirujano dice que es un eunuco. Anoche tuve que golpear a algunos de nuestros hombres que se disponían a divertirse un poco con ellos.
Corvus adoptó una expresión de furia. Era su mirada de batalla. Los ojos se le abrieron hasta volverse completamente blancos en torno al iris, y su voz bajó una octava. Rictus no creía que fuera algo consciente, pero era como si algo le poseyera, y nadie que presenciara aquella transformación quedaba indiferente.
—¿Quiénes eran? Dime sus nombres.
—No lo haré. Fueron unos estúpidos, y les di lo suyo. Nadie sufrió ningún daño. No vamos a empezar a ahorcar hombres la víspera de la batalla, Corvus, no importa a quién estuvieran manoseando.
—No sabes quién es, Rictus. He descubierto que esa chica es la hija del propio gran rey, una princesa real.
Rictus resopló.
—¿Qué?
—Es cierto. Ella misma me ha contado parte de la historia, y otras partes las he sacado de los heridos kufr que trajimos al campamento después de la pelea. Se llama Roshana. Su hermano Rakhsar murió en la escaramuza, asesinado por su hermano mayor, el heredero al trono.
—Pretendes decirme que…
—Estaban aquí todos juntos, el mayor persiguiendo a sus hermanos… o medio hermanos. Tuve al primogénito del gran rey en la punta de mi lanza. Pude matarle, Rictus, pero me distrajeron.
—La chica.
—La chica —Corvus se encogió de hombros—, y el pequeño detalle de mil jinetes enemigos. Pero si, su rostro bastaría para distraer a cualquier hombre. Parece un cuento, ¿no es cierto?
—¡Phobos! Y dices que el heredero se escapó.
—Es posible. Fue algo muy extraño. Sólo Ardashir y yo, y ahora tú, sabemos toda la verdad.
—Esta chica también es algo muy extraño… —Rictus se interrumpió.
—No eres tan incisivo como crees, hermano. Llevo algún tiempo pensando en algunas de tus ideas. Me parece que hemos recibido una señal, o un don si lo prefieres. Si todo va bien, si mañana a esta hora estamos vivos, enteros y victoriosos, tengo intención de convertir a esa princesa real, Roshana, en mi esposa.
Rictus abandonó el campamento aquella noche, cubierto con la Maldición de Dios y portando una drepana, pero habiendo dejado el resto de su panoplia con la intendencia. Caminó bajo las estrellas, dejando atrás al ejército y a los sorprendidos centinelas, y se dirigió a un montículo bajo a unos dos pasangs de las líneas del campamento, donde se agazapaba un trío de olivos solitarios. Había piedra entre la hierba a sus pies, y comprendió que el montículo era una construcción humana y muy antigua, su historia enterrada bajo más historia, milenios de historia sepultados en capas y ya olvidados. Tal vez había sido una tumba, tal vez un lugar donde hablar y ser oído. Pero se había convertido en un lugar donde él podría sentarse y contemplar la oscuridad móvil de la noche.
Hubo una maldición abogada en la oscuridad, el golpeteo de unas sandalias sobre la piedra, y luego un odre de vino surgió de las tinieblas y le golpeó en el pecho.
—Te estás convirtiendo en un viejo cabrón excéntrico, ¿lo sabías?
Era la voz de Fornyx.
—Y tú estás ciego como un topo, si tropiezas en una noche tan clara.
Fornyx se sentó junto a él sobre la hierba seca. Llevaba armadura completa a excepción del yelmo, y blasfemó al intentar soltar los cierres. Luego arrojó la coraza negra a un lado, como si fuera algo sin importancia, y retiró el tapón del odre. Compartieron el vino, un trago cada uno, pasándose el odre como si fuera una especie de juego silencioso.
—Ojalá Valerian estuviera aquí —dijo Fornyx.
—El señor de Irunshahr. El chico ha llegado muy lejos. Le deseo lo mejor.
—Ojalá encuentre una mujer de piernas abiertas que le dé muchos hijos —dijo solemnemente Fornyx. Tomó otro trago y se limpió la boca—. Los hombres te echarán de menos mañana —dijo en voz baja.
—Estaré allí. Sólo que estaré detrás en lugar de delante.
—Kesiro es un inútil. Quince años con la capa escarlata, y tiene el sentido común de un ganso.
—Pero si le dices que se mantenga firme en un sitio, se quedará allí. Por eso ha sido el portaestandarte todos estos años.
—Es demasiado estúpido para retirarse —asintió Fornyx.
—Mantenlo en el centro; lo hará bien allí. Y vigila tu izquierda. No te separes del flanco de Demetrius. Muchos de los reclutas recientes están verdes como la hierba. Si ven una abertura, les harán pedazos. —Rictus hizo una pausa. Fornyx le miró, sonriendo entre su barba.
—Hay un viejo dicho sobre enseñar algo al que ya lo sabe, Rictus. Déjame ver si recuerdo cómo era…
—Jódete, enano de mierda. Dame el vino.
Bebieron. Rictus se desabrochó su propia coraza y se la quitó.
Apoyó las placas negras en su rodilla y les pasó la palma de la mano por encima.
—¿Alguna vez te has fijado en que ni siquiera el polvo se adhiere a las corazas negras, Fornyx?
—Lo sé. El agua tampoco. Cuando Corvus se convierta en rey del mundo, tendría que pedir a Parmenios que examine estas cosas, a ver si puede construir algunas más.
—No creo que podamos nunca. Fueran quienes fueran los que las construyeron, su arte se ha perdido para siempre.
—No podría soportar volver a llevar una coraza de bronce. ¡El peso! He oído decir a los ancianos que existe un lugar olvidado y perdido en las Harukush donde se encontraban las minas del metal con que se fabricaron las Maldiciones de Dios, pero que se perdió en algún desastre. Un incendio, una inundación o un terremoto… Las historias de siempre.
Rictus dejó a un lado el Don de Antimone.
—¿Qué te convenció?
Fornyx se detuvo con el cuello del odre de vino en los labios.
—¿Eh?
—Corvus. ¿Cómo lo hizo? Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que eras el tipo más molesto en tomo a la mesa, pero ahora te ha convencido. ¿Acaso su genio te deslumbró al fin, Fornyx?
—¿Genio? Mi trasero. —Fornyx tomó un largo trago. El vino le cayó en un hilo negro desde la esquina de la boca—. Dijo que tomaría Machran, y lo hizo. Dijo que sería rey, y lo fue. Ahora dice que será el gran rey, y quiero estar allí para ver ese día, Rictus. Nos ha convencido a todos, nos tiene atrapados en el fuego de sus sueños. No podemos apartarnos, igual que una polilla no puede abandonar la llama. Para algunos se trata de poder y riquezas, de la oportunidad de convertirse en algo parecido a un rey. Para otros como yo, bueno… —Sonrió—. Sólo quiero ver cómo acaba todo esto.
—Ya no discutes con él, ni cuestionas su estrategia.
—No. Porque ha demostrado lo que vale. Y además, te tenemos a ti para hacerlo. Acepta tus críticas, Rictus, y si se tratara de cualquier otro mariscal, creo que en su rostro aparecería esa mirada… ya conoces esa mirada… y correría la sangre. Pero a ti todavía te escucha.
—No puedo ser la conciencia de todo el ejército, Fornyx.
—Hasta ahora, lo estás haciendo muy bien. Y él lo sabe, y por eso te ha sacado de la primera línea. Te necesita, Rictus, y todos lo sabemos. Si a su alrededor no hubiera ningún hombre lo bastante valiente para decirle la verdad a la cara, ¿en qué se convertiría?
—Tal vez sea ése el motivo por el que los antiguos macht se libraron de los reyes —dijo Rictus irónicamente.
—Bueno, ahora tenemos a éste, y que Antimone le proteja. Necesitaremos a ese pequeño cabrón y sus locas ideas mañana, para equilibrar los números.
Bebieron un poco más. El odre estaba medio vacío, pero el vino no se les había subido a la cabeza. Las estrellas parecían algo más brillantes, tal vez, pero eso era todo.
—¿Has visto a la chica que trajo al campamento?
—¿La pequeña kufr de la cabeza afeitada? La mitad del ejército está hablando de ella. Dicen que es una belleza.
—Me recuerda a Aise.
La sorpresa redujo a Fornyx al silencio durante un instante. La mujer de Rictus llevaba siete años muerta, y él rara vez pronunciaba su nombre.
—Cuando era joven. Tiene la misma cara pálida, y hay la misma fuerza en sus huesos. El cabello negro. ¿La recuerdas, Fornyx?
—La recuerdo —dijo su amigo pesadamente.
—He estado pensando en ella últimamente. En los primeros años, cuando estábamos todos juntos: tú, yo, Aise y el pobre Eunion. Construyendo aquella casa piedra a piedra junto al río. Las imágenes están en mi mente esta noche, tan claras como si hubiera sido ayer, y no hace un cuarto de siglo.
—Rictus…
—No quiero recordar, Fornyx. Esas cosas no. No quiero esos recuerdos en mi mente, ni saber lo que pasó después… —Su voz se volvió más espesa—. Mañana, cuando todo empiece, estaré en mi lugar: junto a ti en la primera línea.
—Rictus…
—Calla y bebe, Fornyx. ¿Crees que permitiré que un mierda como tú lleve a la batalla a mis Cabezas de Perro? La última batalla, si Corvus está en lo cierto. Dijiste que no te la perderías por nada del mundo. Bien, yo tampoco.
Rictus sonrió. Estaba ebrio al fin. Sintió que el vino le llegaba a la mente como una bendición.
—Mi esposa lleva mucho tiempo muerta, hermano. Lo sé. Pero su rostro ha estado en mi mente desde Machran; lo veo más claramente que los rostros de mis nietos, que el de ningún hombre al que haya matado. Pero en el othismos, en ese negro sueño de Phobos donde no existe nada más que sangre, sudor y muerte, en el corazón de la batalla… allí es donde me siento libre, y sin miedo. Sólo entonces. Es el único lugar que conozco adonde no pueden seguirme los recuerdos.
Derramó en su garganta las últimas gotas de vino mientras Fornyx le observaba.
—Por la mañana, hermanito, estaré a tu lado, en el lugar que me corresponde.