El emperador Juliano falleció en Maranga, en el año 363, a causa de una lanza arrojada por una mano anónima. Tras su muerte, se ofreció el Imperio a Salustio, que lo rechazó por razones de edad. La corona pasó entonces a Joviano, general de Juliano, que se vio obligado a ceder vastos territorios romanos a los persas y escapó del desierto con gran pérdida de vidas entre sus hombres. Pereció seis meses después en su habitación por el humo tóxico de un brasero de carbón. Al igual que Juliano, fue enterrado en Tarso, la patria del apóstol Pablo.
Con el emperador Valente, Máximo perdió sus privilegios y, tras varios cambios de fortuna, en el año 371 fue decapitado en Éfeso acusado de conspiración.
San Gregorio Nacianceno, hermano de Cesáreo, fue nombrado obispo de Constantinopla y se convirtió en uno de los grandes padres de la Iglesia.
Cesáreo recibió el cargo de tesorero provincial de Bitinia por designación del emperador Valentiniano y sobrevivió milagrosamente a un terrible terremoto que devastó Nicea. La experiencia le indujo a regresar a su Nacianzo natal para llevar una vida de oración y soledad, mas en el año 369, a la edad de treinta y ocho años, murió en misteriosas circunstancias. Más tarde fue canonizado, por razones que se han perdido en la neblina de la historia. La festividad de san Cesáreo se celebra el 25 de febrero.
Ut digni efficiamur…