Carta de Gregorio Nacianceno, devoto servidor de la Iglesia, al Santo Pontífice, papa Siricio, amado por Dios y contrario a la herejía, defensor de la Verdadera Fe y heredero del trono de san Pedro en Roma:

Que la gracia y la misericordia te acompañen.

Como ya sabes, Cesáreo, mi difunto hermano, médico reputado de la corte del difunto emperador Constancio, siendo joven trasladó sus servicios profesionales al adversario del emperador, y con el tiempo su sucesor, el execrable pagano y apóstata Juliano. Así obró no porque apoyara la causa impía de Juliano (pues la fe cristiana de Cesáreo era inquebrantable), sino porque era su aspiración prosperar en su profesión, y su deseo, disuadir al pagano de sus intentos de acabar con la fe. A ti dejo, Eminencia, tener en cuenta el testimonio de sus motivaciones.

Deseo atraer tu atención a un diario que mi hermano escribió al final de su vida, una suerte de confesiones, que ocultaba por temor a que sus palabras cayeran en manos indiscretas o desleales. El diario recoge muchos aspectos de su relación con el bellaco Juliano que quizá Su Señoría desconozca. En la presente incluyo dicho documento, con el único ruego de que lo guardes con el celo que merece su contenido.

Que el alma de mi hermano reciba castigo o recompensa por sus acciones a Dios corresponde decidir. Él, y solo Él, conocía los pensamientos y los motivos de mi hermano, hombre que contó con mi afecto en vida pero que, desde que descubriera este documento, es para mí fuente interminable de consternación. En tus manos dejo que se me libere de esta carga, ya sea pecadora o santa, descrita a continuación y según la juzgue el Dios eterno.

Atentamente,

Siempre fiel a Cristo,

GREGORIO NACIANCENO, obispo de Constantinopla