NOTA HISTÓRICA

De todas las grandes figuras de la Antigüedad, pocas son tan fascinantes y al mismo tiempo enigmáticas, pocas tan admiradas y al mismo tiempo difamadas, como la de Flavio Claudio Juliano Augusto, hombre conocido por la historia como Juliano el Apóstata. Emperador romano que jamás puso un pie en Roma y hablaba latín con dificultad, general brillante y cruel que no manejó una espada hasta alcanzar la edad adulta, el hombre más rico y poderoso del mundo y, sin embargo, un célibe que solo comía hortalizas y dormía en el suelo, Juliano fue un individuo de contrastes y convicciones profundos, cuyas creencias desconcertaban a amigos y enemigos por igual. Prácticamente en cualquier otro período del Imperio Romano sus cruzadas y excentricidades habrían sido toleradas y puede que, viniendo de un emperador, hasta esperadas, mas aquellos no eran tiempos corrientes.

El siglo IV de la era cristiana fue uno de los períodos más agitados de la historia de Europa. Tras una sucesión de dirigentes débiles, invasiones bárbaras y persecuciones religiosas de gran brutalidad, Roma produjo, de súbito, un emperador —Constantino, tío de Juliano— que, sorprendentemente, se hizo cristiano. Hasta ese momento, el cristianismo había sido una secta integrada principalmente por esclavos y gente pobre, objeto unas veces de burla y otras de indiferencia, pero ahora constituía la religión del Estado. Los antiguos templos paganos se transformaron en iglesias, muchos hombres y mujeres de las clases elevadas se convirtieron a la religión de su emperador y una nueva cultura comenzó a echar raíces, mas un imperio tan vasto como el romano no podía cambiar en un día. Los germanos y los godos seguían haciendo estragos en Occidente, los persas en Oriente, y el ejército romano, en especial sus poderosas legiones del este, seguía siendo en su mayoría pagano, fiel a deidades como Mitra, el sangriento y colérico dios toro.

Fue en este contexto de revueltas, fervor religioso y terribles guerras para las fronteras romanas y, de hecho, para el alma de Roma, cuando Juliano subió al poder, unos dicen que a regañadientes, otros que como fruto de su astucia. En esa época el Imperio se hallaba en el centro de la balanza, de tal manera que el empuje constante de un dirigente firme podía inclinarla en cualquiera de las dos direcciones. Juliano fue ese dirigente, un individuo resuelto, de acción, el emperador más sagaz y obstinado desde Constantino y puede que desde mucho antes, un hombre con un plan que llevar a cabo.

Y en el mundo de la antigua Roma eran bien pocos los mecanismos de equilibrio de poderes capaces de poner trabas a un dirigente poderoso. Allí adonde iba el emperador, el mundo le seguía.